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LANGA

la centella

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OCURRIÓ a comienzos de 2005. Yo trabajaba entonenorme artilugio, eran ya visibles desde la misma autovía. ces en Volconsa, como responsable de su división de A quel día, como otros muchos, había madrugado para lledemoliciones. Volconsa había resultado adjudicatagar a la obra a primera hora. Salí de Madrid sin que aún huria de la demolición de un complejo hospitalario ina cabado, biera amanecido. Viajaba casi siempre en coche para realizar ubicado en el pueblo vasco de Lejona (Leioa). Las edificaciolas visitas periódicas a cada una de las obras de demolición nes que lo constituían se encontraban dentro de una parcela que te níamos a ctivas en toda España. Casi podía decir que junto a la carretera que, desde la autovía, daba acceso tamvivía en el coche, en cuyo maletero siempre guardaba disbién a las i nstalaciones de la UPV (Universidad del País Vaspuesta una pequeña bolsa de viaje con un mínimo de ropa y co), que se encontraban en el barrio de Sarriena. trebejos para no tener que perder tiempo en preparar el equi

L a carretera ascendía serpenteando desde la autovía hasta paje cuando me surgía algún viaje imprevisto. la universidad. Era una vía ancha, tenía un buen firme y se No había desayunado en casa y tan solo había parado en el prestaba a que los conductores, en su mayoría jóvenes alumcamino a tomar un café para esquivar el sueño. Noté el vanos, disfrutaran de la velocidad pisando a tope el acelerador cío en el estó mago c uando salí de la autovía para ascender de sus utilitarios, trazando las curvas emulando a los pilotos por aquellas curvas que invitaban a pisar el acelerador, pero de F órmula 1 , muy a pesar de que existiera una limitación de no lo hice. Las nubes auguraban tormenta, aunque no llovía. velocidad de 50 km/h en todo el tramo. Estuve tentado de disfrutar de las curvas, pero no me atreví

Disfrutaban ellos y disfrutaban también los chicos de la porque, a pesar de la hora, era muy posible que los de la ErtErtzaintza, que se apostaban emboscados con sus radares mózaintza estuvieran ya apostados a la caza de los estudiantes viles a la caza de los incautos y olvidadizos palomos, muchos más madrugadores que asistían a clases tempranas. Pero n o, de los cuales resultaban ser reincidentes en la cosa de la curno estaban emboscados, o si lo estaban no llegué a verlos. vatura, cayendo como gazapos en las redes de los agentes, que Desde lejos había divisado la pluma de la grúa y observé hacían m uy saneadas cajas los días lectivos. Nosotros sufrique se encontraba parada. Temí que estuviera averiada. A la mos también su acoso durante un tiempo porque, aunque resllegada a la obra constaté que, en efecto, la grúa había sufrido petábamos el límite de velocidad, nos impusieron unas cuanuna avería, una rotura en una de las orugas. Un operario estatas multas por el barro que las ruedas de los camiones cargaba reparando la fractura con un equipo de soldadura eléctrica, dos de escombro dejaban sobre el asfalto camino del vertedemientras a su lado “palomeaba” el o perador de la grúa. Paloro. Pudimos librarnos de la implacable persecución construmear era la forma particular con la que el jefe de obra, un tal yendo una balsa a la salida de la obra, donde des tinamos u n Anaya, denominaba al acto de no trabajar, pero fingiendo operario a lavar los neumáticos de todos los vehículos antes que se trabaja. Equivale al conocido “marear la perdiz”. Tanto de que se incorporasen a la carretera. “palomear” como “marear la perdiz” no tienen nada que ver

El complejo hospitalario constaba de varios edificios de dicon el famoso “tocarse los cojones a dos manos”, que consiste ferentes alturas, todos ellos de estructura metálica. Se había en no dar palo al agua, a veces no solo sin disimulo sino hadescartado la demolición por voladura y se propuso el derriciendo ostentac ión de ello. bo mediante sistemas mecánicos, pero los brazos de los equiE l maquinista de la grúa era un vasco que hablaba con un pos de demolición clásicos, las retroexcavadoras e quipadas acento que no admitía confusión posible con respecto a su c on cizallas, no alcanzaban la altura necesaria para atacar el origen. Bien podría llamarse Koldo, aunque soy incapaz de edificio principal. recordar su nombre. El soldador debía ser también aborigen,

Optamos entonces por utilizar para la demolición de este por lo que podría ser factible que atendiera al nombre de una enorme grúa provista de un brazo de celosía de gran alAntxón. Es conocido que muchos consideran que los vascos cance, en el que montamos suspendido un “pulpo” de acero, de los normalmente usados para el movimiento y colocación de escollera en la construcción de puertos.

El maquinista elevaba el artilugio y lo dejaba caer sobre la estructura, fracturándola por impactos sucesivos, removiendo luego los fragmentos hasta hacerlos caer al suelo mediante el giro de la pluma y el cierre y apertura de las pinzas. La grúa iba montada sobre un chasis que se desplazaba sobre un tren de rodadura de orugas. La pronunciada silueta del mamotreto destacaba en la distancia. El alto edificio principal y la celosía de la plu ma de la máquina, apuntando al cielo y asomando por encima de su cubierta, de cuyo extremo pendía aquel

son empecinados blasfemos, lo cual es absoMiré hacia la máquina. Allí, junto a ella, lutamente falso. Sus expresiones “cagüenestab a A ntxón. Actuaba de forma un tanto diós” y “cagüenlostia” son para ellos absoluextraña, miraba al grupo de soldadura, luego tamente inocentes exclamaciones que inclua la punta de la pluma de la grúa, después a yen de forma muy frecuente en su parla cotisus manos y luego a los pies. Repetía los diana. Ellos las consideran equivalentes a mismos gestos una y otra vez mientras daba “cáspita” o “mecachis en la mar”, usadas por vueltas con pasos vacilantes alrededor del cualquier tímido foráneo. Sus frases suelen humeante equipo de soldadura eléctrica, comenzar por alguna de esas dos expresiones tambaleándose y girando a la vez sobre sí y terminar co n un “pues” o un “oye”. Desde la caseta de la oficina del jefe de obra se podía oír dialogar amigablemente a Esteban Langa Fuentes Ingeniero de Minas mismo y dando pequeños saltos. Parecía un borracho bailando una mezcla de vals y jota. N o debía haber asimilado todavía lo que le K oldo y a Antxón. había ocurrido. Era evidente que Antxón había recibido una —¡Cagüendiós, Koldo, si tendrías más cuidao con grúa y sustanciosa dosis de electrones cuando el rayo alcanzó a la no andarías por encima de hierros, oye, no joderías las orugrúa, que con su pluma de celosía apuntando al cielo, sobregas, pues! saliendo por encima del edificio y con sus enormes orugas —¡Pero, cagüenlostia, Antxón! ¿Por dónde voy a andar gravitando sobre el suelo, constituía un eficaz pararrayos. La con orugas, oye, si esto es to hierro, pues? chispa había alcanzado la punta de la pluma, desc argándose

Propuse a Anaya que nos escapáramos un momento a a tierra a través de la máquina, del grupo de soldadura por el desa yuna r, mientras reparaban el equipo. Yo estaba desfalleelectrodo que Antxón aplicaba a la oruga y a través también cido. Llevaba más de cinco horas con un café y necesitaba de la humanidad de nuestro amigo. llevarme algo al buche. Muy cerca, frente a la universidad, Allí debió haber electrones para todos. Hubo para la grúa, había un pequeño bar donde solíamos recalar de vez en para el grupo de soldadura y también una ración cojonuda cuando para echar algo a la andorga, y allá nos dirigimos. para Antxón. A cada cual lo suyo. Si los médicos dicen de Utilizamos mi coche. Apreté el acelerador acuciado por mi un tipo que se encuentra “consciente y orientado” para conestómago, olvidándome de la posible acechanza de los pérfisidera rlo e spabilado, a Antxón se le veía desde lejos semiindos r adares. D e repente sentimos a nuestra espalda un fogoconsciente y desorientado. nazo acompañado de una explosión. —Habrá que llevarlo al hospital... –dijo Anaya, pero Kol—¡Me cago en su puta madre! –exclamé– ¡Ya nos han sado le interrumpió. cao la foto estos cabrones! Ya me han jodido el bolsillo. —¡Nada, oye! Yo pensaba que lo había matao la centella, —¡Coño! –dijo Anaya–, ¿pero dónde están? Yo no les he cagüendios, pero ya se ha recuperao, pues. Ya está medio esvisto. pabilao, oye. Es que le ha pegao una hostia que yo creía que —Yo tampoco. Estarán emboscados. se quedaría así, fosforescente, como esas imágenes de la vir

Todo aquello resultaba un tanto extraño. El tramo por el gen que se p onen en las mesillas y que brillan en lo oscuro, que veníamos circulando no ofrecía lugares en los que s e p upues. Mi madre tiene una, oye, y mucho se ilumina, o así. Ya dieran emboscar para no ser vistos. Además, el uso del flash he dicho yo a gente de obra que no tocarlo oye, que igual da a la luz del día resultaba un tanto raro, pero lo achaqué a la calambre, cagüenlostia, que todavía le dan retemblores, que falta de luz que propiciaba la cobertura de aquellas negras pa mí que va cargao, pues. ¡Míralo, míralo! Pa mí que esos nubes. La detonación que acompañó al fogonazo también temblores le dan porque está eliminando la electricidad que extrañaba. Pensar en la multa me amargó el desayuno, pero se ha mamao, oye. era lo que había. No me perdonaba haber olvidado que la Koldo tenía razón. Antxón parecía s ufrir r epentinos escacarretera era un coto de caza para los radares, y e sta vez me lofríos. De vez en cuando se detenía en sus evoluciones y salhabían cazado a mí. tos, y temblaba visiblemente.

Cuando tras la pitanza regresamos a la obra, encontramos —Yo creo que no está de hospital –concedió Anaya, arria Koldo, el operador de la grúa, junto a la caseta de almacén, mándole a Koldo unos billetes–. Anda Koldo, llévatelo para que se encontraba junto a la del jefe de obra. Había venido a el bar y que se meta un par de orujos al cuerpo y que se despor algún repuesto. cargue. —¿Cómo va la soldadura, Koldo? –le preguntó Anaya. —¡Cagüenlostia! Y ya puestos también yo tomaría –sugi—¡Mal, cagüendios! –respondió Koldo–. Se ha jodido el rió entonces Koldo–. Como preventivo, oye, y pa pasa r el equipo de soldadura, pues. Ha pegao una hostia un rayo en la pluma de l a grúa y ha quemao el grupo, oye. MuUtilizamos mi coche. Apreté el acelerador s usto, pues. Y allá se fueron en la Berlingo. Koldo ya no temblaba. cho humo salía, pues. Y chispas, oye. acuciado por mi estó—¡Cuidado con el radar! –alcanzó a Estaba claro el origen del fogonazo y la explosión que habíamos sentido. No se trataba de una foto de la Ertzaintza. La tormenta había comenzado como una clásica “tormenta seca” y los amenazantes nubarrones no soltamago, olvidándome de la posible acechanza de los pérfidos radares. De repente sentimos a nuestra espalda decir Anaya–. ¡Y volver pronto, y con la vuelta! Pero no debieron oírle porque tardaron bastante en volver, y regresaron bien cargados y sin vuelta. Pero por lo menos la Ertzaintza no los había fotoban una gota de agua, pero venían reun fogonazo acompagrafiado. Tenían que ser de Bilbo, bosantes de carga eléctrica. ñado de una explosión. pues. Seguro. •

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