Deseo, consumo, control, dominación
Martín Paradelo Núñez
Atropellado por un torrente de deseos artificiales, el individuo contemporáneo —descreído y abúlico, balbuceante y solitario— parece incapaz de resarcirse del control al que le somete su propia voluntad domesticable. Profundo y exigente, el ensayo de Martín Paradelo pretende desbrozar el camino que conduce al desvelamiento de nuestras propias cadenas, poniendo su atención en las nuevas formas de dominación y su despliegue a través de la tipología urbana. Finalmente, el autor analiza las posibilidades de fractura que apuntan algunos focos de resistencia, haciendo hincapié en las posibles derivas de carácter revolucionario y cuestionando la oportunidad de algunas propuestas que, en cierta forma, se podrían considerar como salidas en falso.
Deseo, consumo, control, dominación Autor: Martín Paradelo. ISBN: 978-84-606-6701-8 Libros del Borde, nº 5 Cubierta: Plastificada mate. Cartulina estucada 240 gramos. Con solapas Tripa: Papel ahuesado 80 Gr Alzado: Fresado Medidas: 176 mm x 113 mm Páginas: 149 Precio: 8.5 €
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PARADELO NÚÑEZ, MARTÍN (Barco de Valdeorras, Ourense, 1981) es autor de Con sumo control. Deseo, consumo, control, dominación (Piedra Papel Libros. Jaén: 2015) y La imagen en el retrovisor (Ellago Ediciones. Castellón: 2015). En 1999 se traslada a Santiago de Compostela, ciudad en la que todavía reside, donde cursa estudios de Historia del Arte. Licenciado con grado, obtiene el Premio Extraordinario de Licenciatura con una tesina sobre el cine de Jim Jarmusch. Durante años abandona la universidad para dedicarse profesionalmente a la arqueología, aunque posteriormente continúa sus estudios de doctorado en el campo del patrimonio cultural, el urbanismo y las lecturas de la ciudad histórica; de ese periodo resulta su trabajo Campos de batalla de la ética post-industrial. Los
espacios de la clase obrera en el cine ficcional de los hermanos Dardenne, pendiente de publicación. En la actualidad, ha completado su tesis doctoral bajo el título La representación de los espacios suburbanos en el cine ficcional europeo tras la caída del Muro de Berlín en el área de Historia del Cine de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Santiago de Compostela. Ha prologado ediciones de obras de Margareth Rago o Joseph Déjacque y participado en varios congresos dedicados a los estudios culturales y a problemas de representación cinematográfica. Ha publicado diversos artículos en la revista de pensamiento libertario Estudios.
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Es fácil, desde una mirada ideológica, percibir como una evidencia que el poder existe, que la mayor parte del género humano se encuentra sometida en los elementos más básicos de su existencia a una fuerza exterior que determina su posición socio-económica y dirige sus sistemas relacionales. Pero también es fácil percibir que, en el mundo económicamente más desarrollado, nunca ha existido una conciencia tan baja de la misma existencia del poder, una ilusión tan extendida de vivir bajo una forma inédita de libertad. Quizá también sea cierto que, por primera vez en varias décadas, aparecen movimientos inarticulados, aglutinados en torno a una forma flexible de organización pero también faltos de un lenguaje con que articular una percepción diáfana del poder y de sus modos de actuar. Quizá también
sea cierto que, como consecuencia de la situación de crisis del sistema económico y de legitimidad del sistema político, se está produciendo un desapego de las clases populares hacia el centro de poder. Pero este desapego no implica necesariamente un rechazo, postura esta última que desde el movimiento anarquista estamos interesados en extender; de hecho, en muchas ocasiones implica una reformulación del poder desde bases consideradas más justas o menos lesivas. Ser conscientes del poder, de su existencia y de sus modos de control, influencia y reproducción, es el primer paso para combatir de manera eficaz cualquier forma de poder, por difusa que sea su manifestación, y avanzar en la construcción de una sociedad articulada sobre la base de la igualdad y la justicia social, como propugnamos desde el movimiento libertario.
Desde la reconversión económica mundial que tuvo lugar desde los años setenta del siglo XX, con el desarrollo de una economía globalizada y de carácter postindustrial, el poder, como manifestación relacional de la clase dominante con las clases dominadas, inició también un cambio, que podemos resumir en el retroceso de su omnipresencia política, desde las formas más blandas de la democracia socialdemócrata a las más duras de la dictadura fascista, para, en el mismo movimiento, potenciar su presencia en la conciencia de cada individuo, para lo cual adopta estrategias extremadamente sofisticadas que van mucho más allá del control policial/militar y religioso que caracteriza las formas más duras de poder. El poder pierde su carácter duro, sólido, se licúa y avanza hasta integrarse en el mismo ego de los individuos, eliminando cualquier espacio de resistencia, espacio que deberá ser reconstruido mediante una negación
integral del sistema considerado como totalidad. De esta manera, podemos concluir que la expansión del poder se ha conseguido mediante su invisibilización y la hipertrofia de su carácter simbólico, mediante la que se ha moldeado desde los aparatos de control un nuevo individuo. Este nuevo individuo se ha moldeado sobre la base de una fuerte reconstitución del ego de los individuos, que se ha visto reafirmado e hipertrofiado, de manera que se ha desarrollado un individualismo narcisista y posesivo y un fuerte hedonismo insolidario. Se ha construido así un individuo fracturado, definido por su carácter como consumidor insaciable y como espectador pasivo de una realidad que le supera y que no entiende, desprovisto de sentido del bien común. De esta manera, se ha conseguido dar un paso definitivo en la historia de la dominación,
conseguir que este Yo más íntimo se haya convertido en un Yo capitalista. En un escenario de omnipresencia oculta del poder es necesario saber descubrirlo donde menos se ofrece a la vista, donde se encuentra más desconocido y, por tanto, donde más difícil es reconocerlo. El poder simbólico es, en efecto, ese poder invisible, que no puede ejercerse sino con la complicidad de quien no quiere saber que lo sufre o incluso que lo ejerce. Se trata de una forma de poder que es mantenida mediante la ilusión de producir efectos benéficos en quien, a la vez, padece y ejerce este poder. En cuanto instrumentos estructurados y estructurantes de comunicación y de conocimiento, los sistemas simbólicos cumplen su función política de instrumentos de imposición o de legitimación de la dominación, de manera
que contribuyen a asegurar la dominación de una clase sobre la otra aportando el refuerzo de su propia fuerza a las relaciones de fuerza que las fundan, y contribuyendo así a la domesticación de los dominados. En este sentido, debemos entender la complejidad de los sistemas de dominación. El poder no es un movimiento exclusivo de la clase dominante hacia la clase dominada, sino que es también reproducido por la propia clase dominada en su propia estratificación, de manera que los individuos de los estratos superiores ejercen el poder que padecen sobre los estratos inferiores de su propia clase, en un movimiento que adopta forma de espiral y que alcanza el límite de la exclusión social. Incluso el hecho de percibir, rechazar e imponerse a las formas de dominación que una persona padece, no impide el hecho de hacer padecer distintas formas de dominación a otras personas. De hecho, la dominación potencia su propia
reproducción, potencia sentimientos de impotencia y humillación que, en un actuar no ético, llevan a las personas a construir y mantener espacios propios de poder donde ejercer la autoridad que en otras circunstancias padecen, de manera que en la línea de la estructura social desde el centro hasta la periferia, los efectos de la dominación se van multiplicando. Esta dominación periférica se apoya en la misma ideología que la ideología central, que es la socialmente dominante, por lo que cada acto de dominación a este nivel contribuye a asentar y fortalecer la ideología dominante a todos los niveles. De ahí la importancia de incorporar un sentido ético completo a todos los aspectos de la vida cotidiana que definió Zygmunt Bauman, puesto que esta dominación se ejerce mediante actos de voluntad autónomos y, por tanto, es reversible por medio de actos de voluntad autónomos determinados por una ética contraria a la dominante.
Es esta la dinámica que explica, por ejemplo, la reproducción de la dominación que sufre en el centro de trabajo el obrero masculino en un ámbito de poder doméstico sobre la mujer y los hijos, y explica la reproducción de esta dominación doméstica que sufre la mujer autóctona de raza blanca sobre la mujer gitana, así como por parte de los hijos de raza blanca sobre sus compañeros negros de colegio. Este es un ejemplo extremadamente limitado del alcance de la espiral de dominación, que no sólo se manifiesta en estos niveles individuales, sino que alcanza también un nivel social. Una de estas formas de ejercer un poder sobre los estratos inferiores de la misma clase es el consumo, que nunca es neutro, sino que se asienta sobre unas bases económicas y sociales que garantizan la exclusión de los estratos inferiores para mantener el estatus superior de otros estratos. Pero esta dinámica es mucho más perversa en cuanto que ni su alcance es
visible de manera inmediata, ni su ejercicio es percibido inmediatamente como una forma de poder por quienes lo ejercen. Esto es así porque el poder simbólico, que es un poder substitutivo de la fuerza (física o económica), como poder de constituir lo dado por la enunciación, de hacer ver y de hacer creer, de confirmar o de transformar la visión del mundo y, de esta manera, la acción sobre el mundo, por lo tanto, el mundo, solo se ejerce si es reconocido, es decir, desconocido como arbitrario. Alcanzar este nivel tan sofisticado de invisibilización del poder, de integración de este en las estructuras de pensamiento de los individuos, es un proceso extremadamente complejo en el que intervienen una multitud de estrategias, todas tendentes a producir un desarme ideológico absoluto, una incapacidad ética integral, y a evitar la más simple de las formas autónomas de actuar y su
integración en un proceso colectivo positivo. Es decir, se procura crear un ser humano individualista, narcisista, posesivo, hedonista e insolidario. Aquí nos centraremos en una de estas estrategias, la del control del deseo por el consumo, que cuenta también con sus concreciones materiales y, mal que le pese a los apologetas de lo posmoderno y lo virtual o de lo viejo y lo neorrural, con sus formas de superación colectiva en sentido revolucionario. Analizaremos en primer lugar de qué forma se ha realizado, en el marco de la sociedad capitalista avanzada, un control absoluto del ser humano mediante el control de sus deseos. En este sentido, entenderemos el deseo desde una posición materialista, alejándonos de la conceptualización de Gilles Deleuze y Félix Guattari en su Antiedipo, según la cual el deseo sería siempre revolucionario por sí mismo. Al contrario, no puede olvidarse que
el deseo no es humano en general ni atemporal, sino que tiene siempre un fundamento de clase muy determinado y que aparece en una forma que es siempre histórica, específica, limitada y condicionada. Siguiendo a Herbert Marcuse, consideramos que las necesidades humanas, una vez superado el puro nivel biológico, son siempre precondicionadas, pues dependen de si pueden ser vistas como deseables y necesarias. Las necesidades humanas son necesidades históricas y, en la medida en que la sociedad exige el desarrollo represivo del individuo, sus mismas necesidades y sus pretensiones de satisfacción están sujetas a pautas críticas superiores. En toda la obra negaremos, pues, decididamente el paradigma posmoderno y volveremos a una conceptualización más propia de la modernidad. Consideramos que el posmodernismo, con toda su plétora de
estrellas de la filosofía desde Foucault a Zizek, no se trata de otra cosa que de un régimen narrativo perfectamente adaptado a la extrema desintegración social en que vivimos y, por lo tanto, constituido como una pantalla para impedir la percepción de esta desintegración. Con su extrema desconfianza hacia los sistemas de pensamiento totalizantes, siempre sospechosos de connivencia con el totalitarismo en lugar de ser vistos como formas de pensamiento que permitan entender el funcionamiento global de la sociedad, el posmodernismo ha llevado a cabo una fragmentación de los campos de pensamiento y una negación de los contenidos sólidos de la historia que se ha revelado perfectamente útil a la expansión del capitalismo global. Como dice Jean Pierre Garnier, «cuanto más se globaliza el mundo, más se empequeñece la visión que conviene tener. Todo ocurre, en definitiva, como si el neopequeñoburgués hubiera
resuelto convertir su pequeñez en la medida de todas las cosas». Concluido el análisis del control del deseo, veremos cómo la estimulación del consumo ha jugado un papel fundamental en esta dinámica, y veremos cómo este consumo ha dado lugar a una nueva forma espacial que define con claridad la ruptura social que se ha producido en estas últimas décadas. Dado que el espacio social se inscribe necesariamente en las estructuras espaciales, como lo hace a su vez en las estructuras mentales, el espacio es uno de los lugares donde se afirma y ejerce el poder sobre todo en esta forma más sutil a que nos hemos referido, la violencia simbólica. En efecto, los espacios arquitectónicos son los componentes más importantes, debido a su invisibilidad para la percepción de las personas, de la simbólica del poder y de los efectos reales del poder simbólico.
Por último, abordaremos la necesidad de revertir estas dinámicas de dominación, y señalaremos algunas fórmulas que nos parecen falsas y, en último término, proclives al poder y el sistema actual. Finalizaremos señalando algunas dinámicas positivas en sentido revolucionario para lograr un cambio social que cada vez se hace más necesario, habiendo llegado a un punto en el que, en todo el mundo, lo que está en juego no es ya unas mejores condiciones de vida o de trabajo, sino nuestra simple supervivencia.
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