Barrio colonial

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volumen 7, número 2

Investigación Inve aciió Inv st s ig i ac ión ón

CIENTIFICA CIENT CIENTI IFICA FICA

agosto–diciembre 2013,

iSSN 1870 – 8196

Traza colonial y establecimiento de pueblos de indios.

Estrategias de organización social en Zacatecas, siglo xvi

C ARLOS A LFREDO C ARRiLLO RODRÍGUEZ SABRiNA DELGADO HUiTRÓN Unidad Académica de Antropología Universidad Autónoma de Zacatecas

carlos_alfredo_carrillo@yahoo.com


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Investigación

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Por lo general, las problemáticas que versan acerca del origen o etapas tempranas de un grupo, asentamiento o tradición cultural, constituyen terrenos complejos debido a la suma de factores que producen el caso analizado; el tema que aquí se aborda no es una excepción. La arqueología del estado de Zacatecas se halla en construcción, a pesar de los innumerables esfuerzos dedicados al estudio del periodo precolombino, en especial al llamado Epiclásico (aprox. 600–900 d.n.e.). La información acerca la prehistoria de entidad es limitada, sobre todo en cuanto al poblamiento de la región o la aparición de la agricultura. La figura del cazador–recolector norteño ha sido dibujada desde la perspectiva centralista y construida externamente, sin considerar su comprensión desde el punto de vista no relativista, tampoco se ha llevado a cabo una definición antropológica de la idea de persona dentro de ese ámbito. Si bien podría parecer que dichos problemas son propios de las etapas más remotas de un proceso histórico; sin embargo, al intentar buscar las raíces del establecimiento poblacional en el periodo del contacto de la actual ciudad de Zacatecas, las dificultades también se presentan. Al tratar de definir las estrategias de los pobladores hispanos para la conquista del territorio, se advierte que gran parte de la bibliografía disponible no sólo es escasa, sino que refiere la descripción del proceso histórico de colonización, pero no a su explicación.1 Para aproximarse a la comprensión de los primeros asentamientos en el área circundante a las minas de la ciudad, no basta con atender conceptos demográficos, puesto que la organización social que implementaron en conjunto con los grupos indígenas traídos desde el Centro de México y otros lugares, tuvieron como consecuencia una interacción singular con los «bárPor ejemplo, Elías Amador Garay, Bosquejo Histórico de Zacatecas, T. I, 2010; Cayetano Reyes García, «La etnohistoria en Zacatecas», en La antropología en México. 12.

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baros» norteños, que creó una historia social compartida.2 La enunciación del proceso histórico no carece de importancia, pero constituye sólo el punto de partida; por tal motivo, algunos autores recurren a varias cuestiones para desarrollar otras líneas de investigación, como el encuentro de los españoles con los indios de la región, la búsqueda de expediciones españolas de vetas explotables y los antagonismos entre unos y otros. Al analizar la producción minera y su relación con la incipiente sociedad zacatecana, Bakewell3 destaca el papel del Norte de México, en concreto de Zacatecas, como uno de los sustentos básicos de la economía de la Corona española. El descubrimiento del Real de Minas de Nuestra Señora de los Zacatecas hacia 1546 precedió el establecimiento de poblaciones en sus alrededores. Lo anterior se debió a la topografía de la región, que predispuso una ocupación desordenada en la distribución de las viviendas; el resultado evidente es una traza que entrega el patrón irregular característico de la ciudad de Zacatecas. Puesto que la ubicación de los núcleos poblacionales obedece también a situaciones sociales, por ejemplo, el asentamiento de grupos indígenas (utilizados como fuerza de trabajo en las minas) y españoles dentro de una misma región propiciaron una interacción inevitable. Dicha coexistencia fue posible gracias a la «aceptación, por los conquistadores–colonos, de algunas de las entidades prehispánicas»;4 además de la necesidad de concentrar la potencial mano de obra para el trabajo en las minas y establecer las relaciones de dominio que provocarían el posterior auge minero de la región. Magaña expone: La antropología en el Norte de México. T. 12, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, pp. 367–400. 2

3 Peter John Bakewell, Minería y sociedad en México colonial. Zacatecas (1546–1700), México, Fondo de Cultura Económica, 1997.

Arturo Burnes Ortiz, La minería en la historia económica de Zacatecas (1546–1876), México, Universidad Autónoma de Zacatecas, 1990, p. 26. 4


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La estructura urbana que tiene (…) Zacatecas, en apariencia sin traza ni planeación, se debe a distintos factores, entre ellos la actividad económica que se desarrolló apoyada en la minería y a las circunstancias topográficas. Ambas fueron determinantes para que la población se estableciera en (…) una cañada o barranca hacia el centro de la sierra.5

Asimismo, en la tardía descripción de la ciudad de Zacatecas de 1732, el conde De Rivera Bernárdez expresa: «En una hoya o barranca yace la ciudad de Zacatecas famosa; quizá por eso tan rica, que siendo tan legitima hija de los elevados montes que la circundan, como forzosa heredera les disfruta los preciosos tesoros que ocultan».6 De esa forma, los primeros asentamientos tuvieron que adaptarse a tales condiciones y establecieron sus habitaciones sin seguir patrón más que el dictado por las condiciones orográficas existentes; dejaron de lado los lineamientos de traza que hasta ese momento por costumbre se realizaban, ya que no fue sino hasta que Felipe ii promulgó las Leyes de Indias en 1573 que se legisló por decreto real la ciudad de trazado regular.7 La vida colonial en Zacatecas comenzó con la agrupación en caseríos cerca de los arroyos y en las laderas de los cerros, que ofrecían una situación de cercanía a las minas,8 cuestión abordada por el padre De la Mota y Escobar:

Cabe resaltar que no se pretendía invertir recursos y trabajo en un establecimiento que podría no ser redituable, ya que el carácter provisional inicial implicaba que en las expectativas de los pobladores el metal disponible se agotaría pronto.10 Dentro de ese arreglo primigenio surgen usos del terreno que gradualmente dieron origen a organizaciones territoriales concretas, con un carácter permanente y que correspondieron a las estrategias de asentamiento que siguieron los europeos para la consolidación de las ciudades en la Nueva España. La idea inicial no pretendía convertirse en un asentamiento definitivo, por lo que la vida en las minas dictó el porvenir de esos primeros pobladores que iniciaron la vida de la inminente ciudad. Gradualmente, los europeos comenzaron a plantearse soluciones para las nacientes necesidades; entre ellas, la urgencia de organizar a la población considerada bárbara y la consolidación de la fuerza de trabajo requerida para las minas y las haciendas: La fundación de pueblos de indios en Zacatecas capital fue creada a partir de la llegada masiva de indios provenientes de diferentes partes de la Nueva España, y en respuesta a lo determinado por el Consejo de Indias con la idea principal de fundar pueblos de indios, coincidiendo con la propuesta del Consejo de Indias y con las or-

Claudia Susana Magaña García, Panorama de la ciudad de Zacatecas y sus barrios en la época virreinal, México, Gobierno del Estado de Zacatecas, 1998, p. 16. 5

Joseph De Rivera Bernárdez, Descripción breve de la muy Noble y Leal ciudad de Zacatecas, México, Imprenta Universitaria, 1946, pp. 2–3. Rafael Cómez Ramos, Arquitectura y feudalismo en México: los comienzos del arte novohispano en el siglo xvi. México, Universidad Nacional Autónoma de México–Instituto de Investigaciones Históricas, 1989, p. 30. 7

8

Claudia Susana Magaña García, op. cit., p. 16.

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ta que pudieron, y anssí hizieron sus casas o por mejor dezir tugurios, como peregrinos, y que yba de paso, pero ase metido tanta prenda en esta ciudad, que no se desamparará jamás y ase quedado con casas cortas y vajas y sin orden de calles.9

El ánimo de los españoles que aquí poblaron al principio nunca fue de permanecer en este puesto, sino sólo de sacar la mayor cantidad de pla-

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9 Alonso De la Mota y Escobar, Descripción Geográfica de los Reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León, México, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia/Gobierno del Estado de Jalisco/Universidad de Guadalajara, 1993, p. 64.

Ernesto Lemoine Villicaña, Miscelánea Zacatecana. Documentos histórico–geográficos de los siglos xvii al xix, Boletín del Archivo General de la Nación, Archivo General de la Nación, t. v, núm. 2, México, 1964, pp. 252–253. 10


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Investigación

CIENTIFICA denanzas que expidiera el licenciado Santiago de Riego para los pueblos de indias de la Nueva Galicia (…) dictadas en Teocaltiche [actual estado de Jalisco] el 22 de octubre de 1576.11

A su vez, Mancuso sostiene que para el caso de Zacatecas, «los pueblos de indios se establecieron legalmente a partir de 1587, cuando los miembros del cabildo zacatecano determinaron explícitamente que se poblara la región con indios para que (…) trabajaran las minas de plata».12 El intervalo de once años que media entre aquel evento en Teocaltiche y la fecha expresada por Mancuso se explica por los tiempos que conllevaría la aplicación cabal de dichas leyes en los amplios territorios norteños. Aunque los pobladores españoles de Zacatecas buscaron seguir las normatividades para el establecimiento indígena, ya se encontraban conformados en unidades delimitadas socialmente. Éstas fueron conceptualizadas bajo términos que les dotaron de un sentido social y que intentaron corresponder a los tipos de organización «Pueblo de indios» y «Barrio». Sin embargo, tales nociones no son equivalentes, porque sus contenidos teóricos refieren cuestiones distintas; de ahí que sea necesario definirlas para conseguir un entendimiento del establecimiento y la organización social primaria. Desde la construcción teórica misma, el pueblo de indios es: «[El] asentamiento humano bajo un gobierno de autoridades indígenas constituido legalmente y reconocido por la Corona. Los pueblos de indios fueron una entidad corporativa sujeta de derecho con personalidad jurídica propia que controlaba un espacio terri-

torial y que estaba unido esencialmente por lazos étnicos–políticos».13 Concerniente a los barrios, son «partes en las que seccionaban las ciudades, pero no contaban con ediles como en el caso de los pueblos».14 Es decir, los pueblos eran constituciones políticas que depositaban la autoridad en representantes locales aceptados por la Corona, mientras que el barrio era la segmentación geográfica del Pueblo de indios.15 Resulta pertinente aclarar que más allá de la separación terminológica, la definición de Tanck de Estrada es contextualizada hacia finales del siglo xviii, lo cual implica que aunado a los factores descritos existen elementos «visibles» derivados de tal comportamiento social; entre ellos, un registro de tributarios que funcionaba a modo de padrón, un territorio definible y una iglesia consagrada.16 Al respecto, la discusión pervive porque no hay un consenso en torno a una aplicación generalizada diacrónicamente de tales términos; no obstante, los documentos propios de la época indican la ruta a seguir. Dentro de la región de estudio y de acuerdo con estudios inéditos, se observa que los documentos más antiguos del origen de congregaciones de indios en Zacatecas utilizan indistintamente ambos vocablos. Por ende, se sugiere que una solución más satisfactoria ha de profundizar en los análisis de documentos de la jurisprudencia española y remontarse a lo estipulado por las Siete Partidas de Alfonso x,17 lo que indicaría que todavía no Dorothy Tanck de Estrada, Atlas ilustrado de los pueblos de indios de la Nueva España, 1800, México, El Colegio de México, 2005, p. 25.

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14

Claudia Susana Magaña García, op. cit., p. 85.

Sin embargo, es necesario precisar en este último punto que podían existir autoridades indígenas que fungían como una especie de líderes ostentando algún cargo, empero, esto no implicaba legalmente un reconocimiento por la autoridad española.

15

Mario Alberto Reyna Barajas, El libro de la Cofradía de indios de Nuestra Señora de la Asunción, 1682–1758, tesis de maestría en Historia, Universidad Autónoma de Zacatecas–Unidad Académica de Historia, México, 2009, p. 21.

11

Lara Mancuso, Cofradías, minería y estratificación social: Zacatecas y OuroPreto en la segunda mitad del siglo xviii, tesis de doctorado en Historia, El Colegio de México–Centro de Estudios Históricos, México, 2004, p. 98. 12

Dorothy Tanck de Estrada, op. cit. p. 31; Lara Mancuso, op. cit, p. 102, nota 24.

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Luis Román Gutiérrez, Comunicación personal, mayo 2011.

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existía un reconocimiento ni aplicación férrea del derecho. Pese a que no se tiene un cuadro completo que dé cuenta del proceso general de formación de la estructura social de los barrios o pueblos en el Zacatecas del siglo xvi, sí es posible adoptar una hipótesis preliminar: es plausible considerar las Ordenanzas de Teocaltiche (1576) como el primer reconocimiento oficial que otorgó jurídicamente ciertos privilegios a las congregaciones de indios asentados, hecho que impactó en su conceptualización. Román Gutiérrez dilucida: «Los primeros asentamientos (…) se presentaron entre septiembre de 1546 y marzo de 1550, año en que se presentó el oidor de la Nueva Galicia Hernán Martínez de la Marcha, quien (…) dejó testimonio de la importancia que estaba tomando el Real de Minas a sólo tres años de su descubrimiento, y de cómo los indios ya estaban instalados en él».18 Esto podría entenderse como una percepción enteramente subjetiva del oidor; no lo es si se considera que para ese año se explotaban más de 155 vetas,19 lo cual exigía una gran cantidad de mano de obra. Lemoine Villicaña refiere que esta riqueza se convirtió en un referente en la Nueva Galicia y la Nueva España, aunque no alcanzó las cantidades de producción que el Potosí en Perú.20 Además, siguiendo a fray Francisco Frejes, asevera que el auge minero comenzó en 1548 tras el descubrimiento de las minas de la Albarrada, San Bernabé, Pánuco y otras,21 circunstancia que le valió a Zacatecas adquirir la condición de Diputación de Minería hacia 1553; su renombre se haría escuchar en la obra de perLuis Román Gutiérrez, Origen de los Barrios de Indios en Zacatecas, ponencia presentada en el congreso «Los márgenes de la ciudad: los barrios urbanos de la América Hispana (siglos xvi–xxi), celebrado los días 25, 26 y 27 de noviembre de 2009 en México, D.F., 2009. 18

19

Idem.

20

Ernesto Lemoine Villicaña, op. cit., p. 250.

21

Idem.

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sonajes ilustres como Francisco Cervantes de Salazar.22 Puesto que se registraron más de 155 vetas en explotación, se infiere que su número se incrementó, situación que inevitablemente atrajo a grandes cantidades de personas con las más diversas intenciones, pero en especial a los potenciales colonizadores–explotadores y a los trabajadores. Román Gutiérrez relata que el oidor Martínez de la Marcha dejó una serie de ordenanzas para el buen tratamiento de los naturales,23 lo que sugiere que los trabajadores de extracción indígena era numerosos. Una estrategia definitoria ideada por los europeos, con la doble intención de pacificar a los llamados chichimecas y hacerse de los trabajadores necesarios, fue la de trasladar a núcleos de poblaciones acostumbradas a la vida sedentaria a esas tierras: «los indios de otras regiones, como mexicanos, tonaltecas, y tarascos, habían sido llevados para que, al prestar sus servicios a los españoles, facilitasen el que los aborígenes siguiesen el ejemplo de otros hombres de raza semejante a la suya».24 Se pretendía introducirlos como «indios amigos» al distribuirlos geográficamente según los intereses de los colonizadores para que los nómadas aprendiesen a vivir como agricultores a la par que desarrollaban actividades propias de ese modo de vida.25 También Peter Gerhard y Peter John Bakewell abordan el asunto; el primero explica que desde mediados del siglo xvi había en la región una población mexica, tlaxcalteca, zacateca y tarasca;26 en tanto que el segundo comenta que se establecieron de forma gradual acorde con lo que se 22

Ibid., pp. 250–251.

23

Luis Román Gutiérrez, op. cit.

Anatasio G. Saravia, Apuntes para la historia de la Nueva Vizcaya: discursos, minucias de historia y fuentes documentales, t. iii, 1ª ed., 2ª reimp., México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, p. 204. 24

25

Luis Román Gutiérrez, op. cit.

Peter Gerhard, La frontera norte de la Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, p. 199. 26


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consideraba su nacionalidad, es decir, en barrios distinguidos por su origen étnico.27 La separación territorial más temprana se efectuó de la siguiente manera: 1. Los tlaxcalteca formaron el barrio de Tlacuitlapan. 2. Los mexica el de Mexicapan; posteriormente fundaron lo que se convertiría en el barrio de San Diego Tonalá. 3. San Diego Tonalá, también llamado Chepinque, que sería habitado por tarascos y tecuexes. 4. El Niño Jesús (actualmente conocido sólo como El Niño) por texcocanos.28

Figura 1. Localización de los barrios de indios según Peter Gerhard. Fuente: Peter Gerhard, op. cit., p. 198.

La división, preliminar, no se halla exenta de problemas: como muestra el acta de constitución de la cofradía de la Santa Veracruz de indios que formaron los de Tlacuitlapan, el permiso fue solicitado por indígenas procedentes de

No es de extrañar entonces que estos pobladores indígenas conformaran unidades organizacionales con una estructura que heredaron del sistema de cargos prehispánico.

varias etnias.29 Sin embargo, Mancuso asegura que no sólo se trataba de la identificación étnica, superada por preferencias asociativas «determinadas por el peso corporativo de los pueblos»,30 es decir, no eran agrupaciones constituidas por afinidad cultural o étnica; sino por la función social de la cofradía. Debido a la escasez de datos que permitan la contextualización adecuada de las obras materiales emprendidas por estas organizaciones, nos adscribimos a la estrategia empleada hasta ahora por los especialistas, principalmente historiadores, del estudio de su formación, porque se presentan como un medio idóneo para el conocimiento de los grupos indígenas y su organización; empero, esto constituye una propuesta de trabajo que rebasa los alcances de la investigación, debido a que el trabajo de archivo requerido aún no se ha realizado.

Fotografía 1. Localización actual de los barrios en la mancha urbana de la ciudad de Zacatecas. Fuente: Fotografía satelital, Google Earth.

Pese a lo anterior, es factible hacer un breve análisis del concepto «cofradía» y algunas de sus implicaciones. Gibson afirma que «representa (…) una respuesta indígena tardía al cristianismo. No fue el producto de la actividad mi-

27

Peter John Bakewell, Minería y sociedad en el México colonial: Zacatecas 1546–1700, 1ª ed., 2ª reimp., México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 86.

28

Acta de constitución de la cofradía de la Santa Veracruz de indios, a 8 de abril de 1566; Archivo parroquial de Zacatecas (APZ), Cofradía de la Santa Veracruz, doctrina de San Francisco, caja 145, Libro 1, f. 97, apud Román Gutiérrez, op. cit. 29

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Lara Mancuso, op. cit., p. 101.


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sionera. Aunque algunas cofradías indígenas se fundaron en el siglo xvi (…) ofrecían una seguridad espiritual y un sentido de identidad colectiva (…) era una institución perdurable, que sobrevivía a sus miembros (…) eran de diversos tamaños y grados de complejidad».31 En Zacatecas, Román Gutiérrez32 recupera y analiza el acta de constitución de la Cofradía de la Santa Veracruz en Zacatecas (1566), la cual registra la solicitud de un grupo de indígenas que ostentaban el cargo de mayordomos del Hospital de San Francisco y otros naturales, argumentando que querían licencia para la institución y ordenamiento de la cofradía y hermandad de la Veracruz. En efecto: existían congregaciones indígenas organizadas que buscaban su consolidación legal y religiosa, condición que se extendería a su situación geográfica. Entonces, puede pensarse que estas congregaciones, con su complejidad interna y sus arreglos espaciales, constituyen barrios; que al ser reconocidos por la autoridad europea puedan ser referidos como Pueblos. Si bien se asienta en la integración de cofradías que algunos de los solicitantes ya ostentan cargos considerados como de autoridad al interior de la organización y además existe el apoyo del clero, es preciso que dicha autoridad sea legitimada por el orden español, o mejor dicho, tolerada. En ese tenor, es evidente que el entramado de relaciones sociales tiene una respuesta cultural concretada en legados materiales. Desafortunadamente, son pocos los restos que aún hoy pueden apreciarse y aunque su existencia sobre el terreno se ve amenazada con el paso del tiempo, es plausible plantearse preguntas acerca de su naturaleza y de los comportamientos que los hicieron existir; es en lo resguardado por la tierra que los sostiene donde habrá que buscar respuestas. A fin de contextualizar los pocos rasgos

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Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519– 1810), 13ª edición, México, Siglo xxi, Col. América Nuestra, Núm. 15, 1996, p. 130. 32

Luis Román Gutiérrez, op. cit.

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materiales, se presenta, siguiendo a Magaña, una breve descripción de cada uno de los barrios definidos por Gerhard y Bakewell.

Mexicapan Hacia el norte de la ciudad se asentó Mexicapan, el barrio considerado más antiguo, que por razones desconocidas, se unió después al de Tlacuitlapan. Bargellini sostiene que era administrado por los frailes franciscanos «quienes entre 1567 y 1580 lograron construir en la ciudad su iglesia y convento dedicado a la Concepción».33 Agrega que poco después, alrededor de 1627, se erigió una suntuosa capilla dedicada a San Antonio;34 tal vez lo anterior se refiera a los aún existentes (aunque escasos) restos de la capilla de Tlacuitlapan. Todavía se conserva la capilla de Mexicapan, probablemente fue levantada a finales del siglo xvi y fue objeto de diversas modificaciones y deterioros a lo largo de los siglos posteriores, hasta que en 1939 sufrió un fuerte derrumbe y finalmente se restauró por completo en 1994. Mediante observaciones de campo, se aprecia que el sistema constructivo de la estructura se basó en un núcleo de adobe, revestido por piedra de mina para constituir muros sostenidos por gruesos contrafuertes, mismos que exhiben un marcado deterioro; cabe destacar que esta era una forma habitual de construcción para la época.

Clara Bargellini Cioni, La arquitectura de la plata. Iglesias monumentales del Centro–Norte de México, 1640–1750, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Estéticas/Turner, 1991, p. 265.

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Idem.


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Fotografías 3 y 4. Vista actual del frente (izquierda) y atrio (derecha) de la Capilla de Indios de Mexicapan, 2011.

Fotografías 2 y 3. Portada de la Capilla de Indios de Mexicapan (ca. 1991). Cortesía de Luis Román Gutiérrez.35

En opinión de Magaña, Mexicapan ha sido reconocido como el barrio minero colonial por excelencia,36 quizá debido a su cercanía con las primeras minas y a su numerosa población; sin embargo, tal circunstancia resulta discutible, pues en términos de distribución espacial Tlacuitlapan tuvo mayor cercanía; el problema es la casi nula evidencia que ha dejado la mancha urbana.

Agradecemos a Luis Román Gutiérrez, profesor–investigador de la Unidad Académica de Historia de la Universidad Autónoma de Zacatecas, su gentileza y apoyo por el acceso a su trabajo y al material fotográfico que fue fundamental para esta investigación.

35

36

Claudia Susana Magaña García, op. cit., p. 90.

Fotografía 5. Detalle del deterioro observable en uno de los contrafuertes laterales de la capilla, 2011.

Tlacuitlapan El barrio de Tlacuitlapan fue la cabecera del pueblo, estuvo situado al noroeste de la iglesia parroquial, entre las lomas de Tlacuitlapan. Fue muy relevante durante el virreinato porque su cabecera estuvo integrada por indios tlaxcaltecos que lograron aglutinarse con otros barrios


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como los de Mexicapan y Jesús,37 lo que significaría la paulatina integración de grupos cada vez más numerosos. Román Gutiérrez38 expone que la historia de estos barrios estuvo íntimamente relacionada con la llegada de diversas órdenes religiosas (lo que se convirtió en el preludio a la integración de cofradías), pues los franciscanos ya se encontraban establecidos en 1560 y fundaron el hospital de San Francisco un lustro después. Por ello, Tlacuitlapan fue sede de la Doctrina franciscana que se llamó «Santa María (Concepción) Tlacuitlapan y administraba a los indios de ese pueblo y de numerosos barrios menores y haciendas».39 Los pocos restos que todavía pueden apreciarse de la capilla los constituyen un muro de adobe que muestra en la parte superior un segmento de cornisa; el muro se encuentra adosado a un gran contrafuerte de piedra de mina, su dimensiones sugieren la necesidad de repartir y sostener un gran peso, por desgracia no fue posible corroborarlo porque la construcción de viviendas sobre el terreno ha borrado por completo cualquier huella. Resulta probable que el muro de adobe haya estado revestido por piedra procedente de las minas, pues así se lograba un sistema constructivo más durable y resistente a los agentes naturales.

Fotografía 6. Trabajos de construcción en predio particular donde se encuentran los restos de la capilla (ca. 1990). Cortesía de Luis Román Gutiérrez. 37

Idem.

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Luis Román Gutiérrez, op. cit.

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Peter Gerhard, op. cit., p. 198.

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Fotografía 7. Vista del muro y contrafuerte de la Capilla de Tlacuitlapan en predio particular, 2011.

Fotografías 8 y 9. Vista del contrafuerte que sostiene el muro (izquierda) y del único elemento arquitectónico en su parte posterior, una cornisa de la cual se desplanta la base de lo que pudo ser un arco para sostener la bóveda de la capilla (derecha), 2011.


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Otro elemento se ubica en lo que habría sido la parte trasera de la capilla, se trata de un rústico arco confeccionado con el mismo tipo de piedra. No se localizó información que permitiera la correlación temporal de la capilla con dicha estructura, pero es posible que fueran contemporáneos dado el patrón de uso del espacio. En la actualidad es usado como nicho–altar en algunas épocas del año para la honra de imágenes. Se infiere que la capilla habría sido construida posteriormente a la de Mexicapan.

Fotografía 10. Arco de piedra construido hacia la parte posterior de la capilla antes de la construcción de una vivienda (ca. 1990). Cortesía de Luis Román Gutiérrez.

Fotografía 11. Vista actual del mismo elemento en la parte posterior de una vivienda, 2011.

De acuerdo con las imágenes, los restos se encuentran en predios privados, motivo por el que resulta complicado plantear una intervención de carácter arqueológico, no obstante su urgencia.

Chepinque O Chipinque, también llamado San Diego Tonalá. Gerhard40 señala a éste y El Niño como fundaciones posteriores a Tlacuitlapan y Mexicapan. Román Gutiérrez41 asevera que la primera mención al barrio fue en 1609 en el Auto del Visitador Gaspar de la Fuente,42 quien recibió, a través del procurador de la ciudad, Juan de Monroy, quejas de los indios mexicanos, tlaxcaltecas, tonaltecas, texcocanos y michoacanos de que los mineros de Zacatecas les molestaban, les hacían trabajar demasiado y no pagaban los salarios correspondientes.43 Este asentamiento se localiza al pie de los cerros del Chepinque y Carnicería y estaba poblado en su mayoría por tarascos y tecuexes. Aunque se encontraba en extramuros de la urbe, quedó muy cercano a ella. Magaña argumenta que el barrio de Chepinque tuvo una iglesia de forma gótica, en la que se veneró a Nuestra Señora de la Soledad del Chepinque y se terminó de construir a finales del siglo xviii.44 A pesar de ser un barrio muy tardío con respecto a la llegada de la orden agustina (ca. 1575), ellos tomaron a su cargo la doctrina de los indígenas de Tonalá–Chepinque a causa del exceso poblacional que tenía la doctrina franciscana en el norte de la ciudad. Comparativamente, se cuenta con pocos datos sobre Tonalá–Chepinque. Existe una calle con ese nombre en la cercana colonia La Soledad, a las faldas de un cerro completamente urbanizado, que a su vez obtuvo tal denominación en honor a la virgen. La capilla de Nuestra Señora de La Soledad del Chepinque fue demolida y en su lugar se construyó el edificio de la Unión Ganadera.45 40

Peter Gerhard, op. cit., p. 199.

41

Luis Román Gutiérrez, op. cit.

22 de agosto de 1609, Archivo Histórico del Estado de Zacatecas, Fondo: Ayuntamiento, Serie: Actas de Cabildo, Libro 2º, ff. 244–244v, apud Luis Román Gutiérrez, op. cit.

42

43

Elías Amador Garay, op. cit., pp. 310–311.

44

Claudia Susana Magaña García, op. cit., p. 94.

45

Ibid, p. 97.


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El Niño O Niño Jesús, aunque también fue conocido como Dulce Nombre de Jesús.48 Al igual que Tonalá–Chepinque, la doctrina de este asentamiento fue responsabilidad de los frailes agustinos:

«Se encontraba al sur de la parroquia principal,

Actualmente, sólo se conserva una fachada muy alterada de la capilla de la Concepción: «En dicha capilla había un altar en el que se veneraba a la Inmaculada Concepción, cuya devoción movió a algunos habitantes de la ciudad a realizar obras pías en honor a esta Virgen»;46 no obstante, existieron en la ciudad cuatro cofradías dedicadas a la Concepción,47 por lo que las dádivas no provinieron exclusivamente de ese barrio. Es pertinente agregar que la fachada es parte de un predio privado al cual no fue posible acceder; pero coincide con la parte trasera de un bar, por lo que es plausible que muy poco o nada quede del altar.

hoy Catedral, y estaba integrado por indios texcocanos traídos muy tempranamente a trabajar en las minas; constituyó el pueblo de indios más pequeño, pues no tenía barrios asociados, ranchos ni haciendas; para 1772 constaba de veintinueve casas. Lindaba con algunas casas de españoles, cercanos a la mina de San Andrés y del paraje nombrado el Cerrillo».49

Aún se puede apreciar la pequeña capilla en la Plazuela del Niño; sin embargo, según Magaña, no es la original y se sabe que «durante el virreinato (…) Juan de Dios Ponce, dueño de la mina de San Pablo y de la hacienda de beneficio de Juan Alonso, mandó construir para sus trabajadores la pequeña capilla. No se sabe si fue edificada sobre las ruinas de otra».50

Fotografías 12 y 13. Fachada de la Capilla de la Concepción, 2005 (izquierda), Condición actual, 2011 (derecha). Cortesía de Luis Román Gutiérrez.

Fotografía 14. Capilla El Niño, 2011.

Clara Bargellini Cioni, op. cit., p. 265; Peter Gerhard, op. cit., p. 198.

48 46

Idem.

Luis Román Gutiérrez, Comunicación personal, diciembre de 2012. 47

49

Claudia Susana Magaña García, op. cit., p. 102.

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Idem.


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Hoy, la mancha urbana ha ocultado totalmente cualquier rastro del antiguo asentamiento, a excepción de mencionada capilla, sólo quedan unas pocas casas construidas en adobe de muy burda manufactura y que presentan varias inclusiones en su estructura (materiales cerámicos y óseos). Al respecto, en una de las fachadas hay un tiesto de tonalidad verde que podría asociarse con el tipo cerámico botija u oliveras; pero sin un muestreo sistemático, esto constituye evidencia circunstancial. En un recorrido se apreció que en algunas de las casas de adobe se seguía un patrón: zaguán a la entrada, patio principal y cuartos alrededor de él. Desafortunadamente no fue plausible, por el momento, obtener una fecha tentativa a la cual pudieran corresponder las viviendas, aunque es probable que sean muy tardías en comparación a los barrios anteriores.

grafías o cualquier otro tipo de registro; tampoco se nos mostraron los restos de cerámica, los cuales fueron desechados por no ser considerados útiles. Referente a Mexicapan, se carece de informes sobre los alcances de la restauración llevada a cabo en 1994, pero la aparente poca alteración que han reportado los historiadores sugiere que la intervención arqueológica puede arrojar resultados fructíferos.

Conclusiones En cuanto a la discusión inicial, resultó claro que parte de las preguntas vinculadas a los barrios o pueblos coloniales de Zacatecas no pudieron contestarse satisfactoriamente, porque aún no se concluye la investigación diversos archivos. Asimismo, al menos en dos de los inmubles, las capillas de Mexicapan y Tlacuitlapan, la intervención arqueológica hará plausible encontrar soluciones (quizá en un primer momento parciales) y plantear nuevos cuestionamientos, dependiendo de los elementos arqueológicos que contengan. La urgencia reside en el caso de la capilla de Tlacuitlapan, puesto que los informes de los dueños del predio refieren, a la par de los artefactos ya descritos, varios materiales (principalmente cerámicos) recuperados durante la construcción de las viviendas, así como de entierros infantiles localizados en el piso de la capilla; de acuerdo con esas personas los restos fueron reinhumados después de su encuentro. Desafortunadamente no fue posible verificar tales versiones, a causa de la inexistencia de foto-

Fotografías 15 y 16. Materiales tardíos descontextualizados, presuntamente recuperados por los dueños el predio en los terrenos del inmueble y entre los que destaca una moneda acuñada (derecha), 2011.

Tanto Tonalá–Chepinque como El Niño han sufrido fuertes alteraciones, por lo que el planteamiento de un estudio de carácter arqueológico tendría que ser reevaluado según datos históricos que sugieran la necesidad de intervención. Concerniente a la definición teórica, es evidente la necesidad de trabajar aún más los documentos históricos, de archivo y crónicas, pues es en ese campo donde se tendrían que construir las respuestas. De modo preliminar, las ordenanzas de 1576 de Teocaltiche conforman un marcador en términos legales para considerar la separación entre barrios y pueblos. No importa si existía en los barrios una organización compleja con autoridades indígenas, al no tener el reconocimiento de la Corona carecen de una figura


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real en la concepción peninsular. Lo anterior no implica que todos los barrios se convirtieron en pueblos, sino que ahora ya se tenía la posibilidad de conformarlos con la autorización real siempre que se cumpliera con los requisitos establecidos por ella. Complementariamente, es indispensable continuar la reflexión acerca de los contenidos teóricos de los conceptos descritos; todavía no han sido suficientemente discutidos en la literatura por falta de bases de carácter documental; aún así las cofradías representan una veta de investigación no explotada. Esto es una propuesta derivada del breve análisis de los trabajos revisados, por lo que no constituye una conclusión definitiva, ya que es preciso ahondar en la historia particular de cada barrio con el propósito de determinar su estatus en el transcurso del tiempo. La breve descripción de los barrios exhibe la inevitable dinamicidad de la sociedad y el paso del tiempo afecta en distintos grados y alcances, cualquier obra humana. Si bien, en los casos expuestos dichos factores han contribuido para oscurecer su historia temprana, no supone que tal objetivo no pueda ser alcanzado. En principio, los inmuebles son relevantes porque comprenden la materia prima de la investigación, pero lo fundamental es el rescate y la reconstrucción de su historia. Tal vez, una de las cuestiones más evidentes es que como arqueólogos se tiende a tener una postura purista en términos del aspecto original, de los edificios, aunque en ciertas ocasiones no es posible. Es indispensable comprender que inmuebles, objetos historizables y susceptibles a estudio arqueológico, representan hechos sociales sucedidos a lo largo del tiempo, factor que impacta en la función para la que originalmente fueron creados. Es decir, el carácter arqueológico–histórico de una estructura y la viabilidad de reconstrucción se debe a su cualidad de trascenderse a sí mismos, lo que crea una esencia que genera su propia historia y que se revela como la condición misma y medio de conocimiento. Ello su-

agosto–diciembre 2013,

issn 1870 – 8196

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giere que las alteraciones funcionales en términos diacrónicos forman parte de la vida de las estructuras, pero es su esencia lo que hace que, incluso cuando los restos materiales desaparezcan, se mantengan vivos en la memoria de una sociedad. La correcta cognición de lo que implican esos edificios descansa en la capacidad que los científicos muestren para su reconstrucción, por lo que deberán ser comprendidos en su propio contexto histórico, entendiendo los cambios de función y alteración arquitectónica como una respuesta al medio social y a la vez evento historiable y explicable. De ahí que las discusiones de tipo teórico–metodológico siempre se sigan a la par del descubrimiento de la historia de los inmuebles. Tal conjunción permitirá generar una aproximación cada vez más adecuada a los restos materiales y comprender las relaciones establecidas con otros elementos del contexto al que pertenecieron en un determinado momento; en otras palabras, el inmueble sólo se representa a sí mismo, el edificio asociado a su contexto es lo que hará factible su inteligibilidad y la de los actores sociales responsables de su larga o corta vida. La arqueología histórica provee de la bondad de descubrir, como afirma Andrea Carandini, las historias en la tierra; y también las que se hallan encerradas en los papeles de las diversas épocas. De la unión de ambas dependerá que la esencia de los legados materiales perdure y siga incorporada en la estructura ideológica de un grupo. De esta forma, la ciencia puede cumplir su objetivo, ser socializada, de lo contrario perderá gran parte de su sentido.

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