El carter web issu

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Un sello editorial de Colección: Héroes cotidianos Título: El cartero nunca pierde pisada ©2013, Anna Lavatelli ©Santillana S.A. © De esta edición: 2013, Santillana S.A. Av. Primavera 2160, Santiago de Surco, Lima 33, Perú Teléfono: 313 4000 Gerencia de Proyectos Institucionales: Raphael Pajuelo Dirección Editorial: Rubén Silva Edición: David Abanto Aragón Ilustraciones: Andrea Barreda Diseño de colección: Wendy Drouard ISBN: 978-612-4186-03-5 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2013-03526 Registro de Proyecto Editorial: 31501401300194 Impreso en Perú / Printed in Peru Industria Gráfica Cimagraf S.R.L. Torres Paz 1252, Lima 1, Perú Primera edición: marzo de 2013 Tiraje de esta edición: 20 000 ejemplares Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, digital, magnético, fotoóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.



—¡Mucha chamba esta mañana, Romualdo! —lo saluda la directora de la oficina postal—. ¡Tu bolso de cuero está que revienta! —Siempre es así, señora Augustina, ¡todos los dias! —ríe él—. ¡Soy el único que acepta subir al Cerro Hermoso!

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—Es que tú tienes buenas piernas —le recuerda el tamalero donde RomualdoVenturino desayuna antes de emprender su larga caminata. —¡No! —asegura el otro—. Es que me gusta cumplir con mi obligación de cartero.

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—Yo nací allí, en el Cerro Hermoso —dice el tamalero y le ofrece el tamál más rico que tiene.

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Camina que te camina, Romualdo ha llegado al pie del cerro y empieza el ascenso. El sol de la mañana está quemando duro. No hay un árbol que le brinde sombra. «¡Uf, qué calor!», suspira el cartero, empapado de sudor. El polvo le ensucia los zapatos y lo hace estornudar: «¡Achís!».

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Un grupo de muchachos que juega a la pelota se rĂ­e de ĂŠl. Pero el cartero no le hace caso y sigue cuesta arriba, cargando su bolso en el hombro.

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En la puerta de la primera casita del Cerro Hermoso, la señora Floriana lo está esperando. —Pase, Romualdo, le invito a tomar un refresco. ¿Llegó por fin mi aviso de pago? —¡Aquí lo tengo! —dice el cartero.

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Romualdo va trepando. Más arriba, las calles no tienen número, pero él conoce a cada uno de los habitantes del cerro. Aquí vive Constantino, el buen sastre, allá Maria Fabióla, la bella lavandera, y justo en la esquina está Telma, la vieja tejedora.

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—Hola, Telma… ¡Te escribe tu hijo desde Trujillo! —anuncia Romualdo. —A ver, ¡dime qué me cuenta! —sonríe la vieja. El cartero se sienta a su lado y lee en voz alta la misiva, porque ella no sabe leer.

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Ya es la hora de reiniciar el camino. Más arriba Romualdo toca la puerta de Aureliano, el reciclador. Se asoma Celia, su hija menor. «Mi papi ya se fue al trabajo» —dice la niña—. «Pero dejó allí tu palo antiperros, como siempre».

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Romualdo agarra el palo y avanza por unas callejuelas donde siempre andan perros vagos. Los perros tienen miedo al palo y se van. Por ello, hay chicos que se refugian detrás de él, camino a la escuelita que queda arriba en el cerro. Celia va con ellos, mochila en la espalda. También los que se rieron de él, ahora lo necesitan.

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—Gracias por traer a mis alumnos —dice la maestra Fina. —También traigo una carta para usted —murmura Romualdo—. Tiene que ser un mensaje de amor, señorita Fina. Hay un corazón pintado en el sobre.

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—Amor es lo que todos necesitamos —suspira ella—, incluso mi pobre Cerro Hermoso. —Pues yo lo quiero —dice el cartero y sigue adelante. Romualdo nunca pierde pisada.

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Camina por calles trazadas como laberintos, toca en las puertas, busca personas, pregunta por los que no estรกn, atento, comprensivo e incansable, hasta vaciar por completo su bolsa de cuero. De regreso a su casa, Romualdo pone los pies en remojo en un balde de agua tibia.

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«¡Ay! ¡Qué maravilla! Así tiene que ser el Paraíso» —piensa. Mientras tanto le cuenta a su mujer cómo le fue en el día.

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De noche Romualdo duerme y sueña. Sueña que le regalan un burro, para subir más rápido al Cerro Hermoso. Sueña que el alcalde pone árboles de anchas copas en el sendero. Sueña que ya no hay perros vagos en las calles. Sueña que todos los chicos aprenden a leer.

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El día siguiente, se levanta y corre a la oficina postal. Otra vez tendrá que salir al Cerro Hermoso, con su pesado bolsón de cuero. No habrá burro, ni árboles con anchas copas. Los perros vagos estarán esperándolo. Muchachos traviesos se reirán de él.

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Pero a pesar de eso Romualdo piensa: «¡Qué va! Hay mucha gente esperando sus cartas, en la cumbre del Cerro Hermoso. Además, sin mi ayuda, la niña Celia y sus compañeros no podrían ir a la escuela para aprender a leer. ¡Este es mi trabajo!».

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