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Escasa inversión
descanso de las tierras. Esto es,sólo cuando ya estaba asegurado el abastecimiento alimenticio.
Por lo demás –conforme sostiene Murra 627 –,el alimento y la bebida que se proporcionaba a los mitayos corrían por cuenta del poder imperial. Y en efecto,hay evidencias de que,para tal propósito, éste destinó una parte de los recursos almacenados en las colcas 628 .
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Es decir,los trabajadores,como hatunrunas o como mitimaes,generaban primero el excedente que se almacenaba en las colcas,y luego recibían una parte de él durante su participación en la mita. En apariencia se trataba pues de la devolución de una parte de lo tributado. En verdad,sin embargo,quedaba muy bien disimulada una doble –y hasta triple –tributación.
Ciertamente,la aparente devolución que se daba en la mita era sólo en la cantidad de alimento que permitía a la fuerza de trabajo recuperar las energías consumidas,poder mantener la actividad y seguir produciendo.
Pero le quedaba expropiada –de momento que no se le compensaba por ella– la diferencia entre lo que recibía y aquello que,con el mismo esfuerzo,habría podido producir para sí,su familia e incluso su ayllu. Y adicionalmente,como una forma de penalización,se le negaba el derecho a utilizar la obra que con sus fuerzas había realizado.
Escasa inversión
En el contexto de la economía de guerra del imperio,sólo puede considerarse como inversión las obras relacionadas de modo directo con la agricultura. En ese sentido,el dominio de las pendientes de la cordillera,y su incorporación al cultivo mediante la andenería,creció durante el imperio hasta adquirir dimensiones extraordinarias.
En escala menor –admite Del Busto 629 –, se aplicó la hidráulica al regadío de andenes. En tales casos,extensos canales unían las tomas de agua en las partes altas de los ríos con las también partes altas de las escalinatas agrícolas,que eran así irrigadas por gravedad.
Valcárcel 630 estima que las terrazas agrícolas en los Andes alcanzaron a tener durante el imperio tanto como 20 millones de hectáreas. Mas quizá nunca se sepa cuál fue el incremento en este rubro durante el Tahuantinsuyo. Quizá no fue sino una pequeña fracción de esa cifra.
Porque es poco probable que durante el Imperio Inka la convulsionada sociedad andina tuviera aún recursos para construir andenes. Y que tuviera tantos como los que tuvo en los períodos inter–imperiales,en que vivió en paz,descentralizada y desarrollándose.
Pero más aún,es incluso probable que durante el imperio un significativo porcentaje del hectareaje en andenería,construido en los períodos históricos anteriores,tuviera que ser abandonado para atender las grandes exigencias de energía humana que para otros usos demandó el poder imperial.
A ese respecto,no deja de llamar a sospecha que,de la enorme extensión que alcanzaron a tener las terrazas andinas,las que mejor se conservan sean precisamente las que están en torno al Cusco. Esto es,aquellas que estuvieron destinadas al abastecimiento de la élite imperial.
Puede entonces presumirse que fueron las únicas en ser objeto de cuidadoso manteni-