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MARÍA ROSTWOROWSKI
zonas más aisladas se unen a la metrópoli y sólo entonces se puede hablar de unidad y de país. Los dos caminos más famosos y que casi todos los cronistas describen, eran los longitudinales que atravesaban de norte a sur el Tahuantinsuyo. El uno iba por la costa entre los llanos, mientras que el segundo unía Quito con el Cuzco, siguiendo luego al Collao y a Charcas. Estas rutas principales y paralelas estaban unidas, de trecho en trecho, por caminos a lo ancho del imperio. Por ser las vías incas tan conocidas, las describiremos someramente. El camino de los llanos atravesaba la costa, iba recto y derecho desviando su trayectoria lo menos posible. Al pasar por los tranquilos valles se estrechaba, pudiendo, nos dice Cobo,97 pasar sólo dos o tres hombres a caballo en él. A cada lado se alzaba una tapia, con pinturas de monstruos, pescados y otros animales “para que mirándolos pasen tiempo los caminantes”.98 Frondosos árboles daban su sombra, mientras una acequia empedrada corría al lado a fin de aliviar la sed del viajero. Los paredones eran hechos para que, al pasar los ejércitos, no dañasen las sementeras y chacras. Fuera de los valles, el camino cambiaba de aspecto, se hacía ancho, sin tapias, árboles ni frescas acequias. De trecho en trecho, gruesos palos, fijados en el suelo, marcaban la ruta entre los movedizos arenales. Los curacas de los pueblos cercanos tenían la obligación de mantenerlos en buen estado, barriendo la arena acumulada, reparando las tapias y limpiando las acequias.99 En cuanto al camino de la sierra, se extendía en lo posible en línea recta, pasando por valles y cumbres, trepando los cerros y rodeando los precipicios. No rodeaba las cuestas ni las ciénagas, sino que de frente las atravesaba. En las partes fangosas, la calzada era hecha de piedra tosca unida con barro y recubierta con pedazos de césped, formando en las partes anegadizas un terraplén, más o menos alto, debajo del cual pasaban canales a fin de desaguar el restante de las lluvias. En las cuestas empinadas, las escalinatas reemplazaban el camino, siendo en su mayor parte un empedrado con anchas lozas. Al atra97.
Cobo, tomo III, lib. 12, cap. XXXI, p. 261.
98.
Estete, Edic. Urt., pp. 48-49. Cieza de León, Del señorío de los incas, cap. XV. Carta de H. Pizarro, ob. cit., p. 175. Sarmiento de Gamboa, cap. XLV. Huamán Poma, foja 355. Gutiérrez de Santa Clara, tomo III, pp. 538-539.
99.
Gutiérrez de Santa Clara, tomo III, cap. LXII, pp. 541-542. Falcón, Relación sobre el gobierno de los incas, Edic. Urt., p. 160. Las Casas, p. 113.