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P.33 LA MIRADA DE LOS CONQUISTADORES
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Luis uis Millones illones SAntA AntA gAdeA AdeA
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Páginas 32-33:
Fig. 1. Falsa cabeza de madera con tocado y huaraca. Estilo Ychsma.
Siglos XI-XII. Procedente de Pachacamac.
Colección Museo Etnológico de Berlín.
Fig. 2. Sacrifi cios y ofrenda que los indios hacian. Indio del mar “hacedor o pachayachachic”. Pachacamac de los llanos de Lima. Martín de Murúa, Historia del origen y genealogía real de los reyes ingas del Piru, 1590, Manuscrito Galvin, f. 101v. L os españoles que llegan a América pertenecen a las últimas generaciones del largo desarrollo histórico que, en términos globales, se llama Reconquista. Este proceso tiene como núcleo los siglos XI, XII y XIII y también puede ser descrito como el triunfo de la cristiandad sobre el islam. La Reconquista marca un cambio decisivo en la orientación económica, política y de mentalidades de los habitantes de la península Ibérica. En adelante, la visión del “otro” siempre estará enmarcada dentro de la dicotomía hispanos –musulmanes o cristianos– paganos, que se muestra de manera notable en las descripciones del siglo XVI referidas a las civilizaciones de Mesoamérica y los Andes.
Conviene recalcar esta percepción, porque la denominación de edifi cios, súbditos y personal noble estará defi nida por el vocabulario conocido en el enfrentamiento con las taifas o reinos islámicos. Además, dado que el confl icto político-militar estaba teñido por las diferentes religiones, para los cristianos todo lo que no estaba en su doctrina pertenecía, naturalmente, a Satanás. Lo que es un lugar común en la historia de las religiones: demonizar a los dioses de los enemigos.
Un nuevo lenguaje
Una situación histórica que describe esta nueva visión es relatada por el cronista Miguel de Estete, uno de los veinticinco acompañantes (quince jinetes, diez arcabuceros, un sacerdote y algunos indios) de Hernando Pizarro, hermano del gobernador Francisco Pizarro. Fueron todos ellos a saquear el santuario costeño de Pachacamac, tarea sugerida por el inca Atahualpa ante la exigencia de los europeos para conseguir metales preciosos.
Estete y los demás, luego de recorrer lo que hoy llamamos la calle norte-sur, ingresaron al laberinto que los conduciría al interior de lo que ahora conocemos como el Templo Pintado. La tropa dominó a los guardianes, que
...contra su voluntad y de ruin gana nos llevaron, pasando muchas puertas hasta llegar hasta la cumbre de la mezquita, la cual era cercada de tres o cuatro cercas ciegas a manera de caracol; y así se subía a ella; que cierto, para fortalezas [o] fuertes eran más a propósito que para templos del demonio.1
Dado el prestigio de la divinidad, ninguno de los indígenas acompañó la profanación del templo, situado en la cumbre de la elevación donde estaba edifi cado. Fue así cómo, tras el recorrido, Estete y Hernando Pizarro se encontraron frente a la entrada del santuario, que estaba cerrado.
Esta puerta era tejida de diversas cosas, de corales y turquesas y cristales y otras cosas. Finalmente que ella se abrió y según la puerta era curiosa, así tuvimos por cierto que había ser lo de adentro; lo cual fue muy al revés y bien pareció ser aposento del diablo, que siempre se aposenta en lugares sucios.2
Es interesante comprobar la desilusión del cronista al asumir que, tras una portada tan bella encontraría algo que, a su juicio, no correspondería a sus expectativas. Es probable que los restos de los sacrifi cios en honor a Pachacamac hayan sido los causantes del “no muy buen olor” que desató el asco de nuestro informante.
Por otra parte, las representaciones de cristos, vírgenes, santos, ángeles, etc., a las que estaban acostumbrados los españoles, eran personajes caucásicos, dibujados
o esculpidos con cuerpos humanos, con las proporciones y características que los dotaban de belleza o majestuosidad en la mayoría de los casos. Por el contrario, la imagen del demonio que habían heredado de la cultura clásica era un ser compuesto por partes del cuerpo humano al que se sumaba, reemplazando la cabeza, el torso o los miembros, los que correspondían a diferentes animales. De ahí que la fi gura más generalizada del demonio fuera la del sátiro greco-latino, es decir un ser “con medio cuerpo humano y la parte inferior de animal (de piernas y pezuñas de macho cabrío a veces, o bien con cola y pezuñas de caballo); los sátiros son criaturas agrestes y alegremente bestiales.3
En algunos casos, la percepción andina (en el periodo incaico) coincidía con la que llegó de España. Así por ejemplo, la serpiente, cualquiera que sea su representación, es asociada con la tentación del Paraíso Terrenal, y por tanto con la insidia de Luzbel, que causó la desgracia de los seres humanos, a raíz del pecado original (Génesis 3: 1-13). La serpiente no tuvo mejor suerte en los Andes; si echamos una mirada al documento de Huarochirí, en el combate entre Pariacaca y Huallallo Carhuincho, los dioses que se disputaban el respeto de los humanos. Este último “hizo salir una enorme serpiente de
Fig. 3. Puerta de Pachacamac forrada con tela de algodón y adornada con valvas pulidas y cosidas de Spondylus. Colección Museo de sitio Pachacamac.
Fig. 4. Momia de puma recostada de 92 cm. de largo, con la cabeza cubierta de pequeñas plumas amarillas. Cerca de la boca porta una placa de oro de 8.5 x 2.2 cm. En la pierna derecha lleva una pulsera de oro de 7.2 cm. y en la izquierda una de plata de 14 cm. La cola y las patas traseras se encuentran hacia adelante y están cubiertas con plumas amarillas. El cuerpo está envuelto en una rica prenda decorada con plumas azules, amarillas y negras. Alrededor del cuello tiene collares de concha roja y blanca y de semillas negras. A ambos lados, a la altura de los hombros y cerca de la cola, se ubican unos bivalvos. Destacan las telas y galas que rodean al puma, las que fueron usadas por altos funcionarios. Arte del Perú antiguo, Arthur Baessler. IV volumen-1902, Berlín. W. Von den Steinen del. Fig. 474.
dos cabezas, llamada Amaru”,4 pero Pariacaca le clavó su bastón de oro en el centro de su lomo y la convirtió en piedra.
En el relato de Estete no hay referencia a fi guras de animales divinizados, pero aparecen en varios otros textos. Uno de los cronistas a los que se precia por veraz, nos dice que los sacerdotes de los indígenas se comunicaban con el demonio, lo que era “no otra cosa que perdición para sus almas. Y así en el templo muy principal de Pachacama tenían una zorra en grande estimación la cual adoraban”.5 Más aún, el agustino, Antonio de la Calancha nos refuerza la importancia de este animal en el culto de Pachacamac, al explicar que una de sus ofrendas queridas era el sacrifi cio de “zorras” al Ídolo”.6 El cronista hace un despliegue de cultura al justifi car este ritual: “no se juzgará por barbaridad [el matar a las zorras] cuando nuestros antiguos ofrecían un asno al Dios Baco, como dice Plinio y a la Diosa Ceres una puerca, como advierte Ovidio”.7
A pesar de las distancias físicas y cronológicas, en el Templo Viejo de Pachacamac se ha registrado animales de origen amazónico como el guacamayo, cuya importancia como animal divinizado, o por lo menos con validez sobrenatural, sobrevive hasta nuestros días. No es raro entonces que sus restos se hagan presentes en Pachacamac,8 lo que además nos habla de la larga jornada de los peregrinos que acudían al templo, en busca de su calidad de oráculo para resolver el futuro de sus empresas, aventuras y su propia vida.
Un ave recurrente en la información sobre Pachacamac es el gallinazo. Se presume que era usado para sacrifi car víctimas humanas, inmovilizadas para que sus movimientos no espantasen al ocasional verdugo. Con toda seguridad se han registrado restos del Coragyps atratus (gallinazo de cabeza negra) y de Cathartes aura jota (gallinazo de cabeza roja). El de cabeza negra suele ser más atrevido, incluso hoy se desplaza sin problemas en las zonas empobrecidas de la capital y como carroñero no vacila en picotear animales muertos. Tenemos la información de que era un ave semi-doméstica para los servidores del santuario, que incluso lo alimentaban con anchovetas. Una clara muestra de su rol en la historia incaica es el dibujo de Guaman Poma9 en el que se muestra a una persona castigada en una cárcel, donde la devoran los animales, el gallinazo está parado sobre su cabeza y se apresta a devorarle los ojos. Las excavaciones en el Templo Viejo de Pachacamac dan cuenta de su presencia, así como la iconografía de la costa norte.10
Profanando el espacio sagrado
Miguel de Estete nos narra su ingreso al espacio sagrado y dice que era:
una cueva muy tosca, sin ninguna labor; en medio de ella estaba un madero hincado en la tierra con una fi gura de hombre hecha en la cabeza de él, mal tallada y mal formada, y al pie y a la redonda de él muchas cosillas de oro y plata ofrendas de muchos tiempos y soterradas por aquella tierra.
Hernando Pizarro y su gente salieron de lo que califi caron como
suciedad y burlería de ídolo… y porqué hacían caso de una cosa tan sucia y torpe como allí estaba; los cuales (se refi ere a los servidores del templo) muy espantados de nuestra osadía volvían por la honra de su dios y decían que era Pachacama, el cual les sanaba de sus enfermedades y a lo que allí se entendió,
el demonio aparecía en aquella cueva a aquellos sacerdotes y hablaba con ellos, y éstos entraban por las peticiones y ofrendas de los que venían en romería, que es cierto, que de todo el romerío de Atabalipa iban allí como los moros turcos van a la casa de Meca.11
La consecuencia inmediata de este forzado ingreso al Templo Pintado fue “deshacer la bóveda donde el ídolo estaba y quebrarle delante de todos; y les dio a entender muchas cosas de nuestra santa fe católica, y les señaló por armas para que se difundiesen la señal de la cruz”.12
Caben aquí unas refl exiones. Hernando y su hueste traían consigo los mensajeros, que presumimos eran los indígenas enviados por Francisco Pizarro y el curaca de Pachacamac, quien se había quedado en Cajamarca. El curaca había llegado poco antes a ver a Atahualpa, con el sacerdote mayor del santuario. Los dos fueron cuestionados por Atahualpa y el sacerdote fue encadenado. El curaca, que algunas crónicas llaman Taurichumpi, fue obligado a enviar mensajeros (Francisco sumó otros de su confi anza) para que facilitasen a Hernando el saqueo de Pachacamac. No sabemos si alguno de los acompañantes indígenas de la tropa española fuese capaz de ser un buen traductor. Con respecto a las necesidades y propósitos de los españoles, no era necesario hablar mucho. El temor que producían las armas (diez arcabuceros) y los caballos, así como las exigencias notorias de los invasores, hacían innecesario un intercambio de ideas. Sin embargo, la concesión a España del dominio de América, enfatizada por las Bulas Alejandrinas, se sustentaba en el cumplimiento de las exigencias de la Iglesia:
Fig. 7. Reconstrucción isométrica del Templo Pintado. Basado en Franco y Paredes (2016).
Fig. 8. Pergaminos españoles del siglo XVI hallados en las excavaciones de la calle norte-sur, 2010. Colección Museo de sitio Pachacamac.
Fig. 9. Atagualpa Ynga en su prisión en Cajamarca. Felipe Guaman Poma de Ayala. Nueva Corónica y buen gobierno 387 [389] Biblioteca Real de Copenhague, Dinamarca. era obligatorio cristianizar a los naturales. Nada más representativo de este mandato legal que el testamento de Isabel la Católica:
...nuestra principal intención, al tiempo que los suplicamos al papa Alejandro VI, de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión de procurar inducir y traer los pueblos de ellas y los convertir a nuestra Santa Fe Católica, y enviar a las dichas islas y tierra fi rme, prelados y religiosos, clérigos y otras personas devotas y temerosas de dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas a la Fe Católica y los doctrinar y enseñar buenas costumbres, según más largamente en las letras de la dicha concesión se contiene.13 Volviendo a la expedición de Hernando Pizarro (del 5 de enero a mediados de abril de 1533), una vez destruido el espacio del ídolo, el capitán español hizo honor a la obligación de catequizar en lo que debió ser un encendido discurso.14
Una mirada realista a lo hecho, incluyendo las misas dominicales durante la estadía de los invasores, nos dice más acerca del desconcierto indígena frente a una lengua incomprensible que explicaba misterios de la fe cristiana, también incompresibles, por lo menos en esas circunstancias. Lo que quedaba claro por los gestos y porque “les señaló las armas” era lo que los españoles querían: que les entregasen todo objeto, elaborado o no, pero cuyo material base fuera oro o plata, y algunos vestidos o adornos cuya exquisitez pudiese agradar al gobernador don Francisco, o bien pudiesen servir como detalle curioso para sus majestades en la lejana España.
Atahualpa ofrece la riqueza de Pachacamac
Jerez nos da una somera descripción del lugar, para luego narrar la reacción de los pueblos vecinos ante el discurso, actitudes y gestos de la tropa española.
Xachacama [quiso decir Pachacamac] es gran cosa, tiene junto a esta mezquita una casa del sol puesta en un cerro bien labrada, con cinco cercas; hay casas con terrados, como en España. El pueblo parece ser antiguo por los edifi cios caídos que en él hay, lo más de la cerca está caído. El principal de él se llama Taurichumbi. A este pueblo vinieron los señores comarcanos a ver al capitán con presentes de lo que había en su tierra y con oro y plata; maravilláronse mucho de haberse atrevido el capitán a entrar donde el ídolo estaba y haberle quebrantado. El señor de Malaque [hoy Mala] llamado Lincoto vino a dar la obediencia a su magestad y trujo presentes de oro y plata; el señor de Hoar, llamado Allincoy, hizo lo mismo. El señor de Gualco [Huarco-Cerro Azul en Cañete], llamado Guarilli, asimismo trujo oro y plata. El señor de Chincha [al que la relación de Ortega y Morejón (1945: 478) llama Guaviarucana] con diez principales suyos trujeron presentes de oro y plata, este señor dijo que se llamaba Tambienvea. Y el señor de Guarva [¿Huaura?], llamado Guaxchapaico, y el señor de Colixa, llamdo Aci, y el señor de Sallicaimarca llamado Ispilo, y otros señores y principales de las comarcas, traían sus presentes en oro y plata que se juntó con lo que fue sacado de la mezquita [sumando] noventa mil pesos.15
Nos detendremos un momento para explicar las razones por las que Atahualpa ofrece, sin mayor resistencia, al santuario de Pachacamac para el despojo inevitable que llevaría a cabo el hermano del gobernador.
Si damos crédito a la sucesión dinástica de los cronistas, el surgimiento de Pachacamac es tardío en la valoración de los incas. Recordemos que los arqueólogos suponen que
su auge pertenece a lo que llaman fi nes del Horizonte Medio e Intermedio Tardío, periodos que anteceden al fl orecer de los incas.
Si aceptamos la documentación construida a partir de las declaraciones de los nobles del Cusco, Pachacamac solo habría entrado en el panteón imperial bajo el gobierno de Túpac Yupanqui, abuelo de Huáscar y Atahualpa. Su nuevo auge parece ligado al señorío de Chincha, que a la llegada de los españoles había alcanzado privilegios especiales, como el hecho de tener las andas para transportar a su gobernante, tan lujosas como las del propio inca Atahualpa. Ello explicaría la confusión de los españoles en la captura de Cajamarca, que atacaron con igual fi ereza a quienes portaban a esos dos señores. Francisco Pizarro sufrió una herida en el brazo, impidiendo que ultimaran al inca. El señor de Chincha no tuvo tanta suerte.16
Hay que reconocer que Pachacamac tiene un ingreso mucho más poético, en el campo de los mitos, que las razones económicas, reforzadas en la historia por la habilidad comercial y el desarrollo naviero de los chinchanos, puestos al descubierto por la historia17 y la arqueología.18 Dice Hernando de Santillán en su Relación escrita en 1563, que Topa Inga [Túpac Yupanqui] “habló en el vientre de su madre y dijo quel Hacedor de la tierra estaba en las yungas, en el valle de Irma” [Ychsma].19
Sin ese rebuscamiento, pero también con tintes sobrenaturales, otros cronistas reafi rman la propuesta de Santillán, al explicar el respeto al dios de la costa porque:
...el mismo Ynga habló con el demonio que estaba en el ídolo de Pachacama y que le oyó cómo era el Hacedor del mundo y otros desatinos que no pongo por no convenir; y que el Ynga le suplicó le avisase con qué servicio sería más honrado y que respondió que le sacrifi casen mucha carne humana y de ovejas [llamas].20
Lo dicho por el cronista podría haber sido confi rmado por los hallazgos de Max Uhle, quien enfatiza el hecho de que son muy pocos los santuarios provinciales que gozan el privilegio de llevar a cabo sacrifi cios humanos, que en este caso, nos asegura el arqueólogo, fueron mujeres jóvenes a las que se identifi ca por la forma en que estaba arreglado su cabello.21
Tenemos otra versión de la asimilación de Pachacamac al Olimpo de los incas, pero esta vez se le sitúa bajo el gobierno de Huayna Cápac. El santuario costeño invitó al inca a visitarlo “prometiéndoles grandezas” y luego de hablar a solas, Pachacamac se vio benefi ciado con “nuevos edifi cios” y “mucha riqueza”.22
Nada de lo dicho debió impresionar a Atahualpa. Tampoco parece haber tomado en cuenta la disputa entre el Sol y Pachacamac, recogida por Calancha23 y en las Letras Annuas de 1617 de los jesuitas.24 Los relatos son versiones coincidentes, aunque de
Fig. 10. Pluma de oro laminado, estilo Wari, procedente de Pachacamac. Siglos VII-XI. Colección Museo Etnológico de Berlín.
Fig. 11. Vaso de plata con representación de personaje. Estilo Ychsma Tardío. Siglos XV-XVI. Colección Museo Etnológico de Berlín.
Fig. 12. Cucharitas de calero de plata procedentes de Pachacamac. Estilo Ychsma Tardío. Siglos XIV-XV. Colección Museo de sitio Pachacamac. diferente extensión, que narran la creación y destrucción de sucesivas humanidades, lo que nos deja la impresión de que dos dioses, con el mismo poder, están compitiendo sobre cuál de ellos será el que fi nalmente llegue a crear la humanidad presente.
Si volvemos a la historia dinástica ofi cial, vale la pena recordar que el inca Atahualpa fue capturado luego de una larga guerra contra su medio hermano Huáscar, al que ya tenía prisionero cuando aparecieron los europeos. Su viaje triunfal fue interrumpido por su captura en Cajamarca, cuando, en su camino al Cusco, iba premiando a sus aliados y castigando a quienes favorecieron a su rival, lo que incluía los centros ceremoniales que gozaban el prestigio de ser oráculos.
Fue así como destruyó el templo de Apo Catequil en Huamachuco, por haber pronosticado el triunfo de Huáscar,25 lo que podía ser indicativo de lo que planeaba hacer con Pachacamac. Vale la pena introducir aquí el diálogo que, a través de sus intérpretes, sostuvieron el inca y Francisco Pizarro.
Atahualpa, dirigiéndose a los servidores de Pachacamac que estaban en Cajamarca:
Yd con este hermano del Apo [se refi ere a Pizarro] y dadle todo el tesoro que teneis en Pachacamac, ydolo, que si yo he mandado un buhío de oro, vosotros podeis henchir dos, que ese Pachacamac vuestro no es dios, y aunque lo sea, quanto más no lo es.
Cuando le tradujeron el mensaje a Pizarro, este se extrañó y a su vez preguntó por qué Atahualpa no consideraba a Pachacamac como dios. El inca respondió, porque era mentiroso. Ampliando su comentario Atahualpa dijo:
Fig. 13. Par de orejeras wari elaboradas en Spondylus, nácar, crisocola y lapislázuli. Procedente de Pachacamac. Siglos VII-XI. Colección Museo Etnológico de Berlín.
As de sauer, señor, que estando mi padre [Huayna Capac] malo [enfermo] en Quito le ynbió a preguntar [a Pachacamac] que haría para su salud, y dixo que le sacasen al sol, y sacándole, murió. Huáscar, mi hermano, le ynbió a preguntar que quien auía de vencer, yo o él y dixo que él, y vencí yo.26 Es difícil saber si la percepción de Atahualpa era compartida por la nobleza incaica, que en esos momentos estaba dividida por la guerra y por las distancias entre Quito y Cusco. Sin embargo, algo nos dice que si bien la aceptación de la condición divina de Pachacamac no llegó a ser total, aun en la gente que rodeaba al inca tenía sus devotos. Tanto es así, que Chalicuchima (también nombrado Chalcuchimac), antes de ser quemado vivo por orden de Francisco Pizarro, rechazó la oferta de perdón si aceptaba ser bautizado, y murió invocando a Pachacamac.27 No recuerdo que ninguno de los cronistas haga mención detallada de las islas que están frente al santuario de Pachacamac. Es imposible no verlas, no son pequeñas, su superfi cie total es de 31.20 hectáreas y apenas están separadas de la costa por algo menos de dos kilómetros, incluso los tres islotes que las circundan se pueden apreciar sin esforzar la vista. Se ubican a unos tres kilómetros de la desembocadura del río Lurín y tampoco están lejos de la capital limeña, alrededor de treinta kilómetros. La mayor de las islas repite el nombre de Pachacamac, la otra se le conoce como San Francisco o Peñón de Pachacamac. Como todas las islas de la costa del Pacífi co peruano, se le ha explotado desde un principio por su condición “guanera”, es decir como depósito de las deyecciones de las muchas aves marinas que anidan en ellas. Mencionaremos algunas: piquero (Sula variegata), pingüino (Spheniscus humboldt), guanay (Pahlocrocorax bougainvillii) y muchas más. Los pescadores artesanales nos recuerdan que sus presas más buscadas son el pejerrey (Odontesthes regia regia), la lorna (Sciaena regia) y la cabinza (Iciaena deliciosa). No faltan mamíferos marinos como la nutria o gato marino (Lontra felina), que suele ser retratada en los frisos de la costa precolombina del norte, y el lobo de mar (Otaria fl avescens). Algunos años después de la primera oleada de conquistadores, el clero se fi jó con detenimiento en las islas, al darse cuenta que formaban parte del complejo religioso de todo santuario costeño. Nos interesa el reporte de Cristóbal de Albornoz, en el que menciona cuidadosamente las islas de los pueblos visitados, especifi cando con la palabra guaca de carácter sobrenatural que le adjudica a algunas de ellas. Tal es el caso de Urpiwachaq: “es una isla guaca de los pescadores de Chincha. Decía ser mujer de Pachacamac”.28 Esta afi rmación debe ser completada con el manuscrito de Huarochirí recogido por el P. Francisco de Ávila que nos informa sobre la relación sobrenatural de los dioses mencionados. En síntesis, se trata de la diosa guaca (huaca, waca) Cavillaca, que era virgen y bella, y por tanto cortejada por los otros dioses, entre ellos Cuniraya Huiracocha (ver Canziani en este volumen). ación debe ancisco de encionados. era virgen y Huiracocha
Toda esta información sobre las islas es posterior a la visita de los conquistadores y tendríamos que complementarla con la crónica de Calancha que nos dice que: “los indios de los llanos que están en las costas del mar, siembran su maíz con guano, estiércol de pájaros marinos, que traen de peñoles, isletas y peñas. Adoran al dios Huamancantac, derramándole chicha en la playa, y le ayunan dos días, y a la vuelta otros dos”.29 Páginas más adelante, poniendo en evidencia las diferencias entre la concepción religiosa de los serranos frente al pensamiento de los costeños, usa como ejemplo el pueblo de Guacho (hoy Huacho, capital de la provincia de Huaura, departamento de Lima) que como los otros pueblos de la costa “dicen que van las ánimas [de los muertos] a la isla de Uano [isla guanera más cercana], y que las llevan los lobos marinos, que ellos llaman Tumi”.30 conancha elmar sletas yunan cia las de los vincia n que e las
Cajamarca
La Libertad Huamachuco
Ancash
Pariacoto
Pativilca
Paramonga
Lachay Chancay Río Pativilca
Huaral
Lima
Santuario de Pachacamac
Huamachuco
Región de Huaraz
Río Pativilca
Templo del Sol de Paramonga
Pisquillo Chico valle de Chancay De Cajamarca fueron a Ichoca, luego a Cuancasanga pueblo sujeto a Guamachuco. Otro día llegaron a Guamachuco, pueblo grande cuyo curaca se llamaba Guamanchoro...
De alli pasan al pueblo de Coronga (Corongo ?) donde hay nevados y gran cantidad de ganado y pastores... De alli pasaron al pueblo de Guarax (Huaraz) y su curaca era Pumacapillay...
Dos leguas de allí, á un pueblo pequeño que se dice Pachicoto (Pariacoto) desde donde se baja de la sierra a la costa. Aquí dejó el camino real que va al Cuzco y tomó el de los llanos...
Otro dia fué á dormir á un pueblo grande que se dice Parpunga (Paramonga), que está junto á la mar; tiene una casa fuerte con cinco cercas ciegas, pintada de muchas labores por de dentro y por de fuera...
Partiendo el capitan deste pueblo, pasaron el y su gente un rio en balsas y los caballos á nado (rio Pativilca) y fué á dormir á un pueblo que se dice Guamamayo...
...El siguiente dia se partió el capitan y su gente, y fueron á dormir á un pueblo que se llama Llachu (Lachay), que se le puso nombre el pueblo de las Perdices,... Otro dia partió el capitan deste pueblo, y fué á comer á un pueblo grande que se llama Suculacumbi, que hay cinco leguas de camino (valle de Chancay, Pisquillo?)...
Donde a cabo de veinte jornadas llegamos con harto trabajo y cansancio a aquel pueblo de Pachacama, donde estaba aquel ídolo tan nombrado, llamado de ese mismo nombre.
Carta de Hernando Pizarro “A los magnífi cos señores, los señores oidores de la Audiencia Real de Su Majestad, que residen en la ciudad de Santo Domingo. 1533.
Fig. 14. Vasijas de ofrenda con representación de pez y crustáceo. Estilo Pachacamac. Siglos IX-XI. Colección Museo de sitio Pachacamac.
Fig. 15. Mapa de la ruta seguida por Hernando Pizarro desde Cajamarca a Pachacamac siguiendo el Qhapaq Ñan y el Camino de los Llanos.
Hernando Pizarro en camino a Pachacamac
Hernando Pizarro había pasado rápidamente por la sierra central y descendió a la costa por Paramonga, para luego hacer su última parada en Armatambo, antes de llegar a Pachacamac y cumplir con el encargo de su hermano Francisco: debía saquear la “mezquita” de Pachacamac. Hernando da cifras distintas sobre el número de sus huestes: “veinte de a caballo y diez o doce peones”, que luego debe reducir cuando decide entrar a Huamachuco. Pese a la noticia de la presencia de las tropas de Chalcuchimac, en esta circunstancia solo lo acompañan catorce de a caballo y nueve peones, por las lesiones de las cabalgaduras. Aun así, como ya se dijo, abandonando la sierra se dirigió a tomar posesión del santuario de Pachacamac. Su relato a los señores oidores de la Audiencia Real de Santo Domingo es muy corto, y pretende abarcar desde su llegada al territorio
peruano hasta su viaje a España “para hacer relación a Su Magestad”; eso explica la escasez de noticias sobre Pachacamac.31
Aun así, rescataremos su visión del clero indígena para culminar este ensayo analizando el destino que le cupo a los servidores u ofi ciales de los santuarios andinos.
En la escueta relación de don Hernando, Pachacamac es descrita así:
Este pueblo de la mezquita [es] de muy grandes cercados y corrales: fuera de ella está otro cercado grande, que por una puerta se sirve a la mezquita. En este cercado están las casas de las mujeres, que dice ser mujeres del diablo, y aquí están los silos, donde están guardados los depósitos de oro. Aquí no entra nadie, donde estas mujeres están: hacen sus sacrifi cios como las que están en las otras casas del sol… Para entrar al primer patio de la mezquita, han de ayunar veinte días: para subir al patio de arriba, han de haber ayunado un año. En este patio de arriba suele estar el obispo: cuando suben algunos mensajeros de caciques que han ayunado su año, a pedir al dios que les dé maíz y buenos temporales, hallan el obispo, cubierta la cabeza y sentado. Hay otros indios que llaman pajes de dios.
(Continúa H. Pizarro)
Yo creo que no hablan con el diablo sino que aquellos servidores suyos engañan a los caciques por servirse de ellos porque yo hice diligencia [me preocupé en averiguar la verdad] y un paje viejo de los más privados de su dios que me dijo un cacique que había dicho que le dijo el diablo que no tuviese miedo de los caballos, que espantaban y que no hacían nada, hícele atormentar y estuvo rebelde en su mala secta, que nunca de él se pudo saber más que realmente le tienen por dios.32
El testimonio del primer jefe español que vio y transitó por Pachacamac nos menciona por lo menos tres tipos de servidores de la divinidad: el “obispo”, que suponemos que
Fig. 16. Calle este-oeste vista con dirección al palacio de Taurichumpi, al lado izquierdo la pirámide con rampa 2.
Fig. 17. Cristianos casados. Felipe Guaman Poma de Ayala. Nueva Corónica y buen gobierno 821 [835] Biblioteca Real de Copenhague, Dinamarca. así se refi ere al supremo sacerdote de Pachacamac, los “servidores del demonio” y las “mujeres del diablo”. Nuestra preocupación está centrada en averiguar lo que sucedió con el personal religioso que cumplía sus labores de veneración al interior del santuario.
En principio, la conducta adoptada desde el inicio de la conquista era la de borrar toda muestra de las religiones previas al cristianismo. Algo similar había sido realizado por las sociedades precolombinas, una vez expandidos los incas –si seguimos la historia ofi cial del estado precolombino– luego de Pachacuti, los andinos incrementaron el volumen de sus divinidades, al seleccionar, aquellos dioses o diosas de los pueblos aliados o conquistados que no interferían en el culto a las divinidades del Estado imperial, y sobre todo con respecto a la veneración al Sol, padre de los incas. Los dioses mayores o menores de otras sociedades eran mantenidos con las modifi caciones arquitectónicas, artísticas o de culto, que les dijera a los súbditos nuevos que Inti, el Sol, era la divinidad más importante. Cualquiera que fuese el rango de su poder anterior, las guacas tenían que reacomodar su condición para servir al dios del Tahuantinsuyu, del que pasaban a ser una más de sus deidades menores. Este principio de asimilación de las culturas cuyo liderazgo asumían, hizo posible que muchos de sus santuarios, por ejemplo el de Apo Catequil en Huamachucho, o el de Pachacamac, mantuviesen sus propios “obispos” o supremos sacerdotes. Si bien Huamachuco fue destruido por Atahualpa, como se dijo líneas arriba, en Pachacamac Hernando nos da cuenta de que el santuario seguía en funciones, al tiempo que nos confi rma que servidoras y pajes estaban en actividad cuando llegó la hueste española.
Pero este despliegue ceremonial organizado por los incas no fue la única manifestación religiosa. Así como el mandato del inca convocaba, con la obligación de asistir a sus vasallos, otros cultos de nivel comunal o familiar siguieron en vigencia, si bien sus acciones eran mucho menos visibles que las ceremonias de los majestuosos edifi cios del estado incaico.
Con un calendario distinto del de los incas o de la Iglesia Católica, las ceremonias o rituales comunales o familiares no necesitaban de espacios vistosos, que no tuvieran censura incaica, porque también esas ceremonias eran parte de su mundo sobrenatural, constituyendo un conjunto de creencias que a los europeos les fue muy difícil descubrir. La persecución de la religión ofi cial del estado incaico fue inmediata; así lo hizo Hernando, colocando una cruz sobre el antiguo templo precolombino. De esa forma, el hermano de Francisco Pizarro creía que exorcizaba el espacio y permitía el crecimiento de la verdadera fe. A los sacerdotes del dios derrotado se les persiguió implacablemente, en primer lugar para que revelaran el lugar donde se escondían las ofrendas (presumiblemente en oro y plata) que habían dejado devotos del lugar y peregrinos. A continuación se les forzaba a recibir el bautismo, que, como sucedió con el viejo paje que cayó en manos de Pizarro, fue atormentado pero ni se hizo cristiano, ni descubrió el tesoro que ansiaba el hermano de Pizarro. Ningún templo que estuviese a la vista de los europeos quedó indemne, y el clero imperial o fue asesinado, se escondió o, como el Willaq Uma o Willaq Umu (“gran sacerdote del Tahuantinsuyu…pariente próximo del Inca”33) se unió a la revuelta de Manco Inca en 1538 y se refugió en Vilcabamba, el último, bastión del fenecido imperio incaico.
Lo que quedó oculto a la vista de los europeos fue el culto familiar y popular, administrado por un especialista religioso y protegido por los curacas o jefes comunales. A lo largo del siglo XVII sufrieron la censura católica conocida como “la extirpación de las idolatrías”. Pero, si bien estas persecuciones fueron importantes y acarrearon numerosas víctimas, no tuvieron siempre el apoyo de la administración europea, en parte porque dañaban los intereses de la Corona al castigar un número importante de indígenas que dejaban de ser tributarios.