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HISTORIA DE LAS INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS P.290

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MArco Arco RosAs osAs Rintel intel

El santuario arqueológico de Pachacamac fue, durante la época prehispánica, el centro ceremonial más importante de la costa del Perú y de toda Sudamérica. En él se rendía culto a una poderosa divinidad, identifi cada por los incas con el nombre de Pachacamac o “el animador del mundo”, y a una serie de divinidades menores, muchas veces emparentadas con su fi gura mítica. Para adorar a esta constelación de seres sobrenaturales, los antiguos habitantes del valle de Lurín y comarcas aledañas erigieron grandes templos que, por sus dimensiones y ornamentación, fi guraban entre los más fastuosos monumentos jamás construidos en la región. Todo el sitio fue acondicionado para acoger a las masas de creyentes que periódicamente acudían en peregrinación, disponiendo espacios para que pudiesen alojarse, desarrollar sus ritos y enterrar a sus muertos. Tras mil doscientos años de ocupación continua y aglomeración de estructuras, el santuario terminó adquiriendo dimensiones urbanas y albergando hasta ochenta mil entierros humanos.1 Siglos después de su abandono, el santuario de Pachacamac continuó atrayendo la

atención de diversos espectadores. Estos nuevos actores llegaron al sitio, ya no con la intención de adorar a sus antiguas deidades, sino para alcanzar un mejor entendimiento acerca de su organización y funcionamiento primigenios.

La historia de las investigaciones en Pachacamac cubre alrededor de doscientos años y muestra una marcada tendencia progresista por aclarar nuestra comprensión del santuario y las personas que lo usaron. En términos de las modalidades de investigación aplicadas y resultados obtenidos, esta historia se puede clasifi car en tres etapas, gestadas en siglos distintos: siglo XIX (exploración), siglo XX (consolidación) y siglo XXI (sistematización). Lo que sigue a continuación es un breve recuento de los principales avances generados en cada etapa, resaltando a sus principales gestores y aportes.

Siglo XIX: la exploración

La etapa que abre la historia de las investigaciones en el santuario arqueológico de Pachacamac corresponde a exploraciones desarrolladas por viajeros europeos y norteamericanos del siglo XIX. Esta etapa se enmarca en un tiempo durante el cual el mundo estaba siendo testigo de grandes expediciones y descubrimientos científi cos. Fue en este tiempo, por ejemplo, cuando Charles Darwin hizo su famoso viaje alrededor del mundo y Alexander von Humboldt concretó un reconocimiento científi co de las colonias españolas en América. Los grandes descubrimientos también se dieron en el campo de la naciente ciencia arqueológica.2 En el Perú, la fi rma de la Capitulación de Ayacucho –9 de diciembre de 1824– puso fi n a trescientos años de dominio extranjero y al monopolio que ejercía España sobre el comercio exterior. El país naciente podía abrirse al mundo y el mundo estaba ávido de conocerlo. En las naciones industrializadas del hemisferio norte había un especial interés por conocer las maravillas y riquezas del enigmático “país de los incas”, interés comúnmente exacerbado por fantásticos relatos sobre el rescate en oro y plata que el inca Atahualpa entregó a su captor Francisco Pizarro. Fue de esta manera como numerosos exploradores, tanto de Europa como de Norteamérica, comenzaron a visitar y recorrer el país.

Max Uhle publicó, en 1903, la relación más completa de los exploradores que, previa-

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Fig. 1. Pintura mural en el frontis norte del Templo Pintado. Excavaciones de Albert Giesecke en 1938. Archivo Guillén.

Museo de sitio Pachacamac.

Fig. 2. Fardo funerario de Pachacamac publicado por Ernst Middendorf en 1893. Archivo Guillén. Museo de sitio Pachacamac.

Fig. 3. Plano del Acllawasi o Mamacuna levantado por el viajero E. George Squier, publicado en 1877.

Fig. 4. Arco colonial en el Acllawasi. Dibujo a tinta de E. George Squier, publicado en 1877.

Fig. 5. Fardos funerarios wari excavados en Pachacamac por Max Uhle, 1896. Archivo Instituto Iberoamericano de Berlín.

mente a él, visitaron el santuario arqueológico de Pachacamac. Esta lista incluye al aventurero inglés William B. Stevenson (quien había visitado el Perú cuando todavía estaba sometido al poder español), al explorador y botánico norteamericano Charles Wilkes (1839), al naturalista suizo Johann Jakob von Tschudi (1840), al geógrafo y botánico inglés Clemens R. Markham (quien visitó el sitio repetidas veces entre 1850 y 1860), al periodista e historiador norteamericano Ephraim George Squier (inicios de la década de 1860), al explorador anglo-irlandés Thomas J. Hutchinson (entre 1871 y 1873), al médico y etnólogo alemán Adolf Bastian (1875), al explorador austro-francés Charles Wiener (1876), al médico alemán Ernst Middendorf (1885) y al antropólogo norteamericano Adolph Francis Bandelier (1892).

En lo que concierne al estudio del santuario arqueológico de Pachacamac, podemos decir que fueron tres los principales aportes legados por los exploradores del siglo XIX. El primero se refi ere a la producción de levantamientos precisos de la arquitectura del sitio, a través de planos generales, registros planimétricos de edifi cios y perspectivas oblicuas (xilografías). Es cierto que cartógrafos españoles ya habían intentado, desde el siglo XVIII, plasmar la organización arquitectónica del santuario en planos generales.3 Sin embargo, fue solo a fi nes del siglo XIX cuando estos registros alcanzaron precisión científi ca.

El segundo gran aporte de estos exploradores concierne al inicio de la excavación científi ca de entierros humanos prehispánicos. Por “excavación científi ca” entendemos aquella dirigida a recabar información, y no solamente a recuperar tesoros. Intelectuales como Squier4 y Middendorf,5 por ejemplo, develaron con precisión el patrón funerario de un grupo de entierros excavados por ellos mismos, y tanto el primero como Wiener6 perennizaron los objetos que componían los ajuares funerarios en detalladas ilustraciones. Middendorf, por otro lado, fue el primero en registrar objetos similares mediante el uso de la fotografía de campo. Los registros científi cos de entierros permitieron enmendar visiones erradas sobre el sitio propaladas por algunos cronistas españoles. Un caso concreto alude a Agustín de Zárate,7 quien refi rió que en Pachacamac solo se enterraban miembros de la nobleza costeña. Quedaría demostrado, en cambio, que en el santuario también se inhumaba gente sencilla, incluso familias completas.

Para concluir, otro gran aporte de los exploradores del siglo XIX consiste en las primeras dilucidaciones relevantes acerca de la antigüedad y organización interna del sitio. Squier,8 por ejemplo, habría sido el primero en advertir la existencia de densas superposiciones de entierros humanos en las explanadas que se abren frente a los grandes templos. No reconoció, sin embargo, el valor que podrían conllevar estos apilamientos como marcadores cronométricos. Middendorf,9 por su parte, fue pionero en identifi car la estructura hoy llamada Templo Pintado como posible sede del oráculo de Pachacamac. Este investigador también cuestionó la noción, ampliamente difundida por entonces, de que la totalidad del sitio datara de la época Inca, sugiriendo que parte de él podría tener un origen mucho más antiguo. Estas y otras observaciones fueron retomadas a fi nales de siglo por Max Uhle, quien tuvo el mérito de corroborar científi camente estos argumentos.

Siglo XX: consolidación arqueológica

El siglo XX fue, sin lugar a dudas, la etapa más importante del lapso histórico que es materia de revisión. Esta etapa ha sido tentativamente denominada de consolidación por distintas razones. En primer lugar, en este siglo se consolidó una imagen concreta acerca de la organización interna del santuario. También se esclareció defi nitivamente la secuencia de ocupación del sitio y se elucidó el diseño arquitectónico y la función de sus edifi cios más representativos. Tras el desarrollo de distintos proyectos de restauración y puesta en valor de monumentos, el sitio se consolidó también como gran atractivo turístico capitalino.

El punto de partida y gran motor impulsor de los desarrollos arqueológicos que se dieron durante el siglo XX está representado por el trabajo de Max Uhle, quien llegó al país impulsado por un azar del destino más que por su propia voluntad. El objetivo original de su viaje a Sudamérica fue excavar las ruinas de Tiawanacu, en la actual Bolivia, aspiración que se vio frustrada tras sufrir un impase con las autoridades de ese país.10 Recaló en el Perú en 1896, dedicando los siguientes veinte años a investigar las culturas arqueológicas del país. Dentro de este periodo, fue Pachacamac el primer sitio que investigó a profundidad, y el único sobre el cual dejó un trabajo monográfi co, cuya calidad es hoy ampliamente reconocida.

Uhle dedicó diez meses a investigar Pachacamac, empezando por elaborar un plano general del sitio que rivaliza en exactitud con los producidos actualmente (véase Pozzi-Escot en este volumen). Basándose en este plano, y en la lectura de fuentes documentales españolas antiguas, procedió a develar la organización interna del santuario. Siguiendo a Middendorf,11 identifi có al edifi cio actualmente conocido con el nombre de Templo Pintado como el antiguo adoratorio del dios Pachacamac. Por entonces, este edifi cio pasaba inadvertido por permanecer cubierto por toneladas de escombros. Describió detalladamente su arquitectura y notó que la antigua cámara del ídolo ya no existía; en su lugar encontró un enorme forado, generado por buscadores de tesoros.12

Uhle amplió su análisis arquitectónico a otras estructuras notables del santuario, incluyendo el Acllawasi, el Templo del Sol inca y las pirámides con rampa. También excavó numerosos cementerios diseminados por el sitio, produciendo observaciones precisas acerca de su antigüedad, la ascendencia social de sus ocupantes y el posible lugar de origen de los peregrinos inhumados. Pero el aporte más importante de Uhle consistió en haber defi nido y caracterizado científi camente la secuencia arqueológica de ocupación del santuario. Emplazó una excavación larga y profunda perpendicular al frontis del Templo Pintado, que parcialmente ingresaba en el gran forado de la cámara del ídolo. Su esperanza era encontrar una serie de entierros humanos intactos, ocultos bajo las toneladas de escombros generadas por los huaqueros. Sus expectativas se vieron satisfechas, y descubrió una densa superposición de entierros, algunos de los cuales yacían cubiertos por remodelaciones tardías del templo. Basándose en la posición estratigráfi ca de estos entierros, el estilo de las piezas cerámicas que los acompañaban, y su posición vis a vis la extensión de estas remodelaciones, defi nió una secuencia de ocupación para el santuario de cuatro épocas, que iniciaban con una que denominó “Tiawanacoide”.13 Años más tarde, tras desarrollar excavaciones en otras huacas de Lima y Chancay, reconoció la existencia de una época anterior a la Tiawanacoide, caracterizada por vasijas

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pintadas con motivos de peces estilizados cuyos restos refi rió haber encontrado en el núcleo del Templo Pintado y debajo de una terraza inferior del Templo del Sol.14 Con la adición de esta quinta época, que hoy sabemos corresponde a la cultura Lima, Uhle completó la secuencia cultural del santuario, proponiendo un esquema cronológico que es básicamente el mismo que los arqueólogos utilizan hoy en día. El método aplicado por Uhle para descubrir la antigüedad y la secuencia de ocupación del santuario de Pachacamac fue sumamente ingenioso y nunca antes intentado en la arqueología peruana. Según el arqueólogo norteamericano John Howland Rowe,15 profesor de la Universidad de Berkeley por casi cuarenta años, también fue pionero en toda la arqueología americana. El método de datación por superposición estratigráfi ca de vestigios arqueológicos, iniciado por Uhle en esta parte del planeta, es el más comúnmente usado en la arqueología moderna para defi nir la antigüedad relativa de sitios arqueológicos.

Después de la exitosa intervención de Uhle, tuvieron que transcurrir cuatro décadas para que se diera el siguiente desarrollo importante en el santuario. Este tuvo lugar a fi nales de 1938, como parte de los preparativos para una reunión de representantes de

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veintiún estados americanos en la ciudad de Lima (la VIII Conferencia Panamericana). En previsión de este evento, autoridades del estado peruano consideraron pertinente acondicionar dos sitios arqueológicos importantes de la capital para la visita de las delegaciones.16 Los sitios seleccionados fueron Pachacamac y Cajamarquilla, y los trabajos de limpieza y restauración de estructuras fueron encomendados a Albert A. Giesecke, notable reformador de la educación pública en el Perú y gran afi cionado a la arqueología local.

Si bien Giesecke nunca produjo un informe sobre sus intervenciones, sabemos por notas cedidas por terceros17 que, en Pachacamac, centró sus actividades en el Acllawasi, la Plaza de los Peregrinos el Templo del Sol y el Templo Pintado. Los hallazgos más importantes se dieron en esta última estructura. Al limpiar de escombros sus terrazas frontales, reveló que estas se encontraban profusamente decoradas con pinturas murales de peces, aves marinas, plantas y seres humanos. En una de las terrazas superiores halló un ídolo intacto de madera de 2.34 m. de largo, cuya cúspide tenía tallada la fi gura tosca de un hombre. No lejos de este ídolo, encontró también una puerta de carrizos revestida por una tela a la que estaban cocidas valvas de concha roja de Spondylus y láminas de metal que formaban fi guras de peces. Tanto el ídolo como la puerta concuerdan con las descripciones hechas por Estete en 153418 de los principales elementos asociados a la cámara del Ídolo de Pachacamac. Además de estos hallazgos notables, las intervenciones hechas por Giesecke en el santuario arqueológico de Pachacamac son importantes porque representaron la primera operación de restauración a gran escala de edifi cios arqueológicos en el Perú.

El siguiente investigador de resonancia en intervenir el santuario arqueológico de Pachacamac fue Julio César Tello, quien llegó a Pachacamac en mayo de 1940. Tenía la intención de emprender un vasto programa de exploraciones arqueológicas, que eventualmente se prolongó a lo largo de seis años. Por entonces Tello era la fi gura dominante de la arqueología peruana, habiendo gestado la fundación de museos y liderado numerosas expediciones de exploración arqueológica al norte, centro y sur del país desde 1919.19 Tello llegó al sitio posiblemente motivado por los hallazgos recientes de Giesecke, y con la fi rme intención de superar el trabajo de su par y antecesor Max Uhle, con quien se sabe mantenía una rivalidad profesional.20 Después de completar una serie de excavaciones de sondeo en el área de los grandes templos, centró sus intervenciones en el margen occidental del sitio. Allí realizó una serie de descubrimientos notables, como murallas de piedra, cisternas y canales de distribución de agua, y extensas galerías rodeando la “Laguna de los Patos”, hoy laguna de Urpiwachaq. Al encontrar accidentalmente un muro de sillares fi namente tallados en un cateo emplazado al pie del Acllawasi, decidió centrar sus intervenciones en este edifi cio, excavándolo por completo.21 Tello aprovechó su estadía en el santuario para reinterpretar, de manera un tanto imaginativa, su arquitectura. Negó que el edifi cio excavado por Uhle haya sido el Templo de Pachacamac, señalando que su emplazamiento real estuvo unos metros más al sur, en un gran montículo construido con adobes pequeños (“adobitos”). Este edifi cio es hoy conocido con el nombre de Templo Viejo. Conocedor de la cosmología de las culturas andinas, propuso que en el santuario existió un sistema dual de templos mayores, estando el Templo de Pachacamac emparentado con uno menor que denominó Templo de Urpiwachaq, y el Templo del Sol con otro menos imponente que nombró Templo de la Luna, ubicado en el Acllawasi.22

Tello falleció solo dos años después de culminar sus trabajos en Pachacamac, a los 67 años de edad. Su repentina desaparición le impidió publicar los resultados fi nales de sus intervenciones en el santuario, que sabemos estaban en preparación.23 El gran aporte a la arqueología del santuario que hizo Julio César Tello consiste, más que en una publicación científi ca, en la reconstrucción del Acllawasi o Templo de la Luna. En la arqueología peruana, nunca antes se

Fig. 6. Foto aérea del Recinto Sagrado luego de las excavaciones de Albert Giesecke en 1938. Se contempla en primer plano el cementerio Uhle y el Templo Pintado, al fondo se divisa el Templo del Sol. Archivo Guillén. Museo de sitio Pachacamac.

Fig. 7. Templo Pintado, excavaciones de Albert Giesecke en 1938. Archivo Guillén. Museo de sitio Pachacamac.

Fig. 8. Hallazgo del ídolo de Pachacamac en 1938. Archivo Guillén. Museo de sitio Pachacamac.

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12 11 había intentado reconstruir totalmente un edifi cio prehispánico de esas dimensiones. Si bien algunos estudiosos han criticado duramente esta reconstrucción, por no ceñirse a estándares ahora admitidos por la UNESCO,24, es preciso indicar que la obra de Tello fue concluida incluso antes de que se creara esta organización internacional (fi nales de 1945) y refl eja una visión perfectamente válida para la época de la mejor manera de presentar un sitio arqueológico para el disfrute y comprensión de sus visitantes.

Doce años después de Tello llegó a Pachacamac un insigne personaje que le daría un notable impulso a la gestión cultural del santuario. Se trataba de Arturo Jiménez Borja, médico psiquiatra de profesión pero humanista e indigenista de sentimiento. Contando con 45 años de edad, constató con estupor el terrible estado de abandono en el que se encontraban las principales huacas de Lima y decidió tomar cartas en el asunto. Fue así cómo, en 1953, obtuvo autorización del Patronato Nacional de Arqueología para iniciar la restauración del Palacio de Puruchuco, ubicado cerca de la carretera central, en el Distrito de Ate-Vitarte.25 A partir de 1958 hizo lo propio en Pachacamac, centrándose en un tipo de edifi cio que había sido desatendido por los investigadores que lo precedieron: las pirámides con rampa.

Jiménez Borja dedicó los siguientes cinco años a liberar de escombros y reforzar estructuralmente el edifi cio que denominó pirámide con rampa 1, ubicado en la parte central del santuario. Paralela-

Fig. 9. Vista del lado norte de las Mamacunas o Acllawasi con el arco de adobes coloniales retirado durante la intervención de Tello, entre 1940-1943. Archivo Tello. Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú.

Fig. 10. Acllawasi, hallazgo del muro de piedras canteadas de estilo Inca, durante las excavaciones de Julio C. Tello. Archivo Guillén. Museo de sitio Pachacamac.

Fig. 11. Estanque en el interior del Acllawasi. Durante las excavaciones de Julio C. Tello en 1943. Archivo Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú.

Fig. 12. Vista general del Acllawasi en 1962, en la que se aprecia el patio del segundo nivel con una serie de columnas hoy retiradas. Archivo Guillén. Museo de sitio Pachacamac.

Fig. 13. Arturo Jiménez Borja dirigiendo las excavaciones en un tramo de la calle norte-sur. 1961. Archivo Museo de sitio Pachacamac.

Fig. 14. Pirámide con rampa 1 durante los trabajos de excavación dirigidos por Arturo Jiménez Borja, entre 1958 y 1963. Archivo Guillén. Museo de sitio Pachacamac.

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mente, desarrolló extensos recorridos del sitio arqueológico, observando que doce estructuras similares se desplegaban en sus partes bajas. Ávido lector de los cronistas españoles, se basó en la obra de Antonio de la Calancha26 para sentenciar que estas pirámides fueron “templos provinciales”. En otras palabras, habrían sido adoratorios que distintos linajes costeños erigieron en el sitio para honrar al dios Pachacamac.27 Un estudio de la basura acumulada en los patios de estas pirámides le permitió inferir que databan de una época preinca conocida como Ychsma. En esta época, comunidades costeñas habrían manejado los fl ujos de bienes y comestibles que llegaban masivamente al sitio. Tras la asimilación del santuario por los incas, este manejo pasó a manos de los cusqueños y los templos provinciales cayeron en desuso, hasta mostrarse “abandonados y en estado ruinoso” a los ojos de los primeros conquistadores europeos.28 Jiménez Borja promovió la creación del primer Museo de sitio Pachacamac, inaugurado en 1965, y de esta manera dio un gran impulso a la promoción turística del sitio arqueológico. Con la creación del cargo de “Director del Museo de sitio“

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–que él mismo ocupó hasta 1969– ofreció también la oportunidad de generar continuidad en las labores de investigación, protección y conservación de las estructuras del santuario. Con la ayuda del arqueólogo Alberto Bueno Mendoza extendió el programa de excavaciones a otros edifi cios importantes pero poco valorados, tales como el “Conjunto de Adobitos” (1964-1965) y el “Palacio de Taurichumpi” (1967-1968).29 Este último edifi co por ejemplo, es reconocido como la residencia del último gobernador inca del santuario.30

Después de Jiménez Borja, la administración del sitio de Pachacamac recayó en Alberto Bueno,31, Ponciano Paredes Botoni32 y Jesús Ramos Giraldo.33 Destaca en este grupo Paredes Botoni, quien, junto con el arqueólogo Régulo Franco Jordán, logró captar el interés de inversionistas privados para continuar con el programa de excavación de estructuras mayores. Ambos excavaron la pirámide con rampa 2 (1980-1982) y emprendieron en 1983 una campaña de limpieza parcial del Templo Pintado.34 Aquí encontraron la base calcinada de un antiguo ídolo de madera que, al ser fechada mediante el método del Carbono-14, arrojó una antigüedad aproximada de 1200 años.35 De esta manera, se comprobó que los ídolos que alguna vez fueron reverenciados en el Templo Pintado podían ser incluso más antiguos que la estructura que los acogía.

El éxito más resonante que alcanzaron estos dos arqueólogos llegó con la excavación de la estructura conocida como Templo Viejo (1986-1990). Descubrieron que este enorme montículo había crecido a lo largo de los siglos con la superposición de seis edifi cios. Fue a partir del cuarto edifi cio que la estructura comenzó a adoptar su forma

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fi nal, muy similar a la que más tarde mostraría el Templo Pintado.36 Al igual que esta última estructura, el Templo Viejo también habría contado, en su parte superior, con una cámara principal anexa a un amplio patio ceremonial. Es posible que esta cámara haya contenido al ídolo de Pachacamac antes de que fuera transportado a su emplazamiento fi nal en el Templo Pintado.37 En una serie de cuartos dispuestos al oeste de la cámara del ídolo, encontraron una gran variedad de ofrendas depositadas por devotos de distinta índole a lo largo de las épocas. La más notable es una colección de ciento cuarentaicinco pequeñas y vistosas vasijas cerámicas, enterradas apresuradamente al momento del abandono defi nitivo del edifi cio (alrededor del año 900 después de Cristo).38 La colocación de ofrendas en la estructura abandonada continuaría, sin embargo, incluso durante la época Inca.

La historia de investigaciones del siglo XX cierra con un evento que volvería a arrojar controversia sobre el signifi cado de los principales edifi cios del sitio. En los años 1993 y 1995, Peter Eeckhout, estudiante graduado de la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica, realizó excavaciones en la pirámide con rampa 3. Descubrió que el edifi cio aglomera los volúmenes de tres pirámides distintas, construidas una al lado de otra en secuencia. La presencia de basura doméstica en los espacios internos de estos tres núcleos lo llevó a poner en duda que hubiesen sido templos. En su opinión, cada estructura habría funcionado como el palacio de un curaca o gobernador y, tras su deceso, como su mausoleo.39 Eeckhout propuso una secuencia típica de ocho y treinta años para las etapas de construcción y uso de pirámides con rampa, basándose en información proporcionada por fechados radiocarbónicos.40 En los años siguientes, expandiría sus excavaciones a otras partes del santuario, recogiendo evidencia que lo llevaría a replantear la imagen que se manejaba sobre el sitio.

El siglo XXI: la sistematización de las investigaciones

El siglo XXI trajo consigo una serie de novedades al campo de la investigación arqueológica. Por un lado, hubo una proliferación de proyectos, dirigidos tanto por investigadores externos como por personal del Museo de sitio. Por otro lado, se advierte una sistematización de las intervenciones científi cas, visible tanto en los enfoques de investigación como en el uso de métodos cada vez más sofi sticados de acopio y procesamiento de datos. El siglo XXI no ha estado exento de grandes hallazgos, y ha sido testigo del inicio de un nuevo y ambicioso programa de puesta en valor del sitio arqueológico llevado adelante por el estado peruano.

Uno de los grandes protagonistas de las investigaciones del nuevo siglo es Peter Eeckhout. En 1999 rebautizó su proyecto de excavación como “Proyecto Ychsma”, buscando impulsarlo como un programa de largo aliento enfocado en develar la real trascendencia de las pirámides con rampa. Después de dedicar dos temporadas a completar la excavación de la pirámide con rampa 3, amplió sus intervenciones a otros edifi cios equivalentes del santuario.

Dado que las pirámides con rampa constituyen el grueso de la arquitectura ychsma en el sitio, su interpretación como “palacios” forzó a Eeckhout41 a considerar Pachacamac como un emplazamiento eminentemente secular. Durante su época de apogeo, la enorme dimensión del sitio se explicaría porque representó la “capital política” de un estado Ychsma.42 La teoría no niega la existencia de actividades religiosas en el sitio –representadas, por ejemplo, por el Templo Pintado–, pero las relega a un segundo plano. De hecho, Eeckhout sostuvo que, durante tiempos Ychsma, no se dieron grandes peregrinaciones extra-regionales al sitio.43 Estas solo se concretaron después de la asimilación inca y la difusión de la fama del oráculo de Pachacamac por distintos rincones del imperio. En 2003, Eeckhout relegó momentáneamente su estudio de pirámides con rampa al toparse con un cementerio de extraordinaria densidad en la parte posterior de la pirámide 13. Este cementerio es, en esencia, una proyección del mismo que excavara Uhle cien años atrás. Un análisis osteológico de los adultos inhumados ha llevado al sorprendente hallazgo de que muchos padecían enfermedades crónicas (cáncer, sífi lis, anemia, etc), que aparentemente constituyeron causa de muerte.44 Esta evidencia es concordante con el rol de Pachacamac como “propagador de enfermedades”,45, y revela algunas de las razones que habrían motivado las peregrinaciones al santuario.46 Finalmente, en

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Fig. 15. Dibujo reconstructivo del Templo del Sol. Luis Ccosi Salas, 1970. Archivo Guillén. Museo de sitio Pachacamac.

Fig. 16. Hallazgo de ofrendas de cerámica en la cima del Templo Viejo. Foto Régulo Franco.

Fig. 17. Vestido o Acsu inca hallado en calidad de ofrenda en la cima del Templo Viejo. Foto Régulo Franco.

Fig. 18. Tumba de cámara en el cementerio Uhle. Proyecto Pachacamac dirigido por Izumi Shimada, Rafael Segura y María Rostworowski. Archivo Museo de sitio Pachacamac.

años recientes, Eeckhout ha enfocado sus intervenciones en un magnífi co templete ubicado cerca al Recinto Sagrado del sitio (ver Eeckhout en este volumen).

El año 2003 vio el inicio de un breve pero importante proyecto de investigación en el santuario, llevado adelante por el arqueólogo japonés Izumi Shimada, un veterano de la arqueología de la costa norte del Perú. Shimada se asoció con el arqueólogo peruano Rafael Segura y con la famosa historiadora María Rostworowski de Diez Canseco para lanzar el “Proyecto Pachacamac”, que tuvo como objetivo principal defi nir la identidad y actividades de los antiguos usuarios del santuario.47 Shimada trajo como gran novedad de investigación el “radar de penetración de suelos” (GPR), empleado para ubicar las zonas de mayor concentración de vestigios arqueológicos. Una de estas zonas fue identifi cada frente al Templo Pintado, en la Plaza de los Peregrinos, donde emplazó hasta cinco excavaciones. Aquí encontró una sorprendente superposición de vestigios culturales en capas que alcanzaban 2 m. de profundidad. Los niveles inferiores, correspondientes a la época Ychsma y anteriores, mostraban una notable aglomeración de pequeños cuartos soterrados, burdamente demarcados con muretes de adobes o piedras. Estos cuartos a veces estaban vacíos y en otras ocasiones contenían, como elemento central, una gran vasija de cerámica. Han sido interpretados como pequeños altares que familias y comunidades de Lurín y valles aledaños mantenían en el sitio para honrar a la divinidad costeña y darle mantenimiento periódico a las momias de sus muertos.48

El radar de penetración de suelos también permitió a Shimada y su equipo identifi car una gran tumba de cámara intacta ubicada frente al Templo Pintado. Esta tumba, que contuvo treintaicuatro fardos funerarios, todavía conservaba su burda techumbre de palos y esteras, que originalmente estuvo dispuesta a nivel del suelo. Fechados de Carbono-14 obtenidos de las coberturas textiles de los fardos demostraron que los cuerpos no se depositaron en un mismo momento, sino a lo largo de 550 años.49 Análisis químicos del cabello de las momias permitieron concluir que, en vida, llevaron una subsistencia especializada en la pesca o la agricultura.50 Análisis de ADN mitocondrial realizados en muestras de dientes llevaron a la sorprendente conclusión de que los ocupantes de la tumba no estaban relacionados genéticamente.51 Los resultados ofrecidos por el “Proyecto Pachacamac” son testimonio de cuánto la ciencia moderna ha mejorado nuestra comprensión acerca de los antiguos usuarios del santuario en comparación, por ejemplo, con los aportes de los exploradores del siglo XIX.

En 2005, al momento que Shimada culminaba sus trabajos de campo, dio inicio un nuevo proyecto dirigido por Krzysztof Makowski, profesor de la Pontifi cia Universidad Católica del Perú. El proyecto “Lomas de Lurín”, más tarde rebautizado como “Programa Valle de Pachacamac”, se propuso obtener una visión integral del funcionamiento del santuario como gran centro de peregrinación.52 Inicialmente, Makowski centró sus intervenciones en la extensa pampa norte, descubriendo que este espacio contenía básicamente restos de talleres y campamentos estacionales del periodo Inca.53

En los años siguientes, Makowski sondeó con excavaciones una serie de elementos arquitectónicos que fueron empleados para controlar y canalizar el tránsito de peregrinos, tanto en las partes internas como externas del santuario (accesos, portadas, calles y murallas). Indicó haber hallado evidencia que demuestra su construcción durante tiempos Inca.54 Sostuvo que fueron los invasores cusqueños los que le habrían otorgado a Pachacamac sus dimensiones descomunales y diseño planifi cado.55 Incluso propuso que las pirámides con rampa, en su gran mayoría, habrían sido erigidas por los incas. Makowski negó que estas estructuras hayan funcionado como palacios, pues no hay evidencia que sustente su uso como residencias. Estas pirámides habrían sido escenarios construidos para propiciar, dentro de un ambiente netamente ritual, la rendición y acopio de los comestibles y ofrendas traídos por los peregrinos.56

La visión propalada por Makowski nos fuerza a ver a Pachacamac como un “pequeño centro de culto de importancia meramente local o regional” en tiempos anteriores a los incas.57 Con excepción del Templo Viejo, la arquitectura sacra que habría existido en el sitio habría sido pequeña e inconspicua. Makowski incluso propone que no existe evidencia que

pruebe la existencia de un culto al dios Pachacamac en la época preinca. Dado que las fi guras que decoran la fachada del Templo Pintado recrean, simbólicamente, la imagen de una isla, es probable que esta estructura haya estado dedicada a la diosa Cavillaca.58 Respecto al posible lugar de precedencia del culto a Pachacamac, el diseño de las fi guras que decoran la parte media del ídolo de madera encontrado por Giesecke alude a valles distantes de la costa norte.59

El siglo XXI también ha sido testigo de intensa actividad en investigación por parte del personal del Museo de sitio Pachacamac. Después de realizar un breve proyecto de investigación en el “Conjunto de Adobitos” en 2000 y 2001,60 a partir de 2009 el enfoque se ha concentrado en la calle norte-sur y estructuras aledañas.61 Las excavaciones desplegadas en este camino amurallado han demostrado que tuvo una compleja historia constructiva y de uso. Durante la época Ychsma ya existía parte de su trazado, y entradas que se abrían en sus muros laterales permitían el acceso a varias pirámides con rampa. Durante la época Inca la calle continuó siendo usada hasta que, en el periodo colonial, un terremoto causó el derrumbe masivo de sus muros y su abandono defi nitivo.62

La mitad sur de la calle, por otro lado, tuvo una historia distinta. Esta sección fue construida por los incas, y culminaba en dos corredores laterales y en una gran explanada hundida conocida como Sala Central. La excavación de esta zona produjo abundante evidencia de actividades rituales (ofrendas dentro y fuera de los muros, bases de ídolos de palo, muros internos profusamente decorados), alertándonos sobre la inmensa variedad de espacios de culto que alberga el santuario.63

Por último, y no menos importante, a partir de 2009 el personal del Museo de sitio Pachacamac también ha emprendido un intenso programa de conservación de estructuras arqueológicas. Estas actividades, que adquieren notoriedad en el trazo de la calle norte-sur, están ligadas a un programa de reestructuración del circuito de visita del sitio que busca reducir lo impactos generados por el tránsito de vehículos. El punto de partida de este nuevo circuito es un moderno museo, recientemente inaugurado.

Evaluación fi nal Evaluación fi nal

Pachacamac es uno de lo sitios arqueológicos más importantes del Perú, y son las investigaciones desplegadas en el lugar las que han proporcionado evidencia concreta de su pasada grandeza. El breve recuento histórico presentado en este capítulo nos permite distinguir tres aspectos sumamente positivos que han caracterizado a estas investigaciones. El primero y más evidente es la trascendencia de los descubrimientos, que atañen tanto a elementos aislados –por ejemplo el ídolo de madera– como a componentes más complejos: redes viales, sistemas de distribución de agua, la traza de antiguos templos. Dentro de este rubro también se puede incluir el método de datación por superposición estratigráfi ca introducido por Uhle, que tuvo repercusiones en la arqueología continental.

El segundo aspecto se refi ere a la encomiable actitud desplegada por emprendedores, predominantemente peruanos, de complementar su curiosidad científi ca con esfuerzos para propiciar la difusión del santuario. Estos visionarios comprendieron que el sitio no debe ser concebido únicamente como un espacio reservado para la ciencia, sino como un tesoro nacional que merece ser conocido por todos. Gracias a esta actitud se concretaron grandes operaciones de conservación de edifi cios arqueológicos, se implementaron circuitos de visita y se fundaron museos de sitio.

El tercer aspecto positivo es que las investigaciones, vistas en secuencia, han tenido una tendencia progresista. Todas las intervenciones científicas, incluso las más modestas, han aportado ideas e información valiosa, en provecho de la comprensión del sitio. No han faltado, empero, las desavenencias entre estudiosos, motivadas mayormente por el carácter imperfecto de la evidencia arqueológica e imprecisiones de los métodos de investigación en boga. Pero estas discrepancias, lejos de entorpecer el avance de la ciencia, siempre representaron un aliciente para perfeccionar el enfoque de los proyectos y estimular la creatividad de los intelectuales. El santuario de Pachacamac esconde aún muchos secretos, y es posible anticipar que tendrán que discurrir muchos siglos más de investigaciones y debates científi cos para que estos sean fi nalmente revelados.

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