Juzgando a los señores. Reflexiones sobre los procesos anticorrupción en el Perú Eduardo Dargent* Pero hay una cosa en este país ante la cual todos los hombres son creados iguales. Hay una institución humana que hace a un mendigo el igual de un Rockefeller, a un estúpido el igual de un Einstein, y al hombre ignorante el igual de un director de Colegio. Esta institución, caballeros, es un tribunal. Puede ser la Corte Suprema de los Estados Unidos o el Juzgado de Instrucción más humilde del país, o este honorable tribunal que ustedes componen. Nuestros tribunales tienen sus defectos, como los tienen todas las instituciones humanas, pero en este país nuestros tribunales son los grandes niveladores, y para nuestros tribunales todos los hombres han nacido iguales. (Atticus Finch defendiendo a Tom Robinson en Matar un ruiseñor, Harper Lee)
La defensa de Atticus Finch a Tom Robinson, joven negro acusado injustamente de violar a una mujer blanca, en Matar un ruiseñor, remueve nuestras más profundas convicciones sobre la justicia y la igualdad. Finch apela a un valor esencial en toda república que se precie de estar compuesta de ciudadanos libres e iguales: exige que a Robinson se le juzgue imparcialmente. Al no haber pruebas en su contra, debía ser declarado inocente. Los que han leído el libro, o visto su estupenda adaptación, conocen el resultado del proceso: el jurado, cargado de prejuicios sociales y racismo, condenó a Robinson. Esta distancia entre la igualdad declarada en la ley y la forma en que las instituciones estatales aplican las normas también es común
Abogado auxiliar de la Procuraduría Ad Hoc para el caso Fujimori-Montesinos. Las opiniones del autor no vinculan el trabajo institucional de la Procuraduría Ad Hoc.
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