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Luis Jochamowitz
Vidas atravesadas
Luis Jochamowitz
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1.Comentarios después de los hechos
Del encuentro de estas dos personas ha surgido un nuevo término –fujimontesinismo– que designa las muchas sombras de un espectro. Existió, sin embargo, una relación precisa entre dos individuos, una cierta entidad psicológica, cultural, política, que se despertaba con el contacto de las partes. Es cierto que, en este nivel personal, la información solo parece posible por alguna involuntaria confesión, pero esta vez, al menos, los tenemos mejor registrados que nunca. La cercanía de los acontecimientos en el tiempo, la irresolución parcial de la trama que siguió a la separación y el derrumbe del dúo, las vicisitudes de una maraña de incidencias judiciales y políticas que desde hace años abarrotan los periódicos y la televisión, en suma, todas las distorsiones posibles, nos impiden a veces volver a conocer, reconocer, ese rasgo o estatura humana, casi autobiográfica, que adquieren los tiempos, los períodos de tiempo colectivamente vividos y recordados poco después.
Los años noventa en el Perú fueron tiempos de contrastes, casi misteriosos de puro presentes, pero, al menos en lo que toca a los hombres más poderosos de ese momento, todavía es posible regresar a los orígenes, y comprobar lo invisible de tan obvio: el pacto entre autoritarismo y corrupción que tiñó los desagradables años noventa, comenzó simbólica pero realmente con un encuentro en la cúspide, un entendimiento entre dos personas que formaron una pareja en el acaparamiento del poder, un dúo que se proyectó como figura dominante durante sucesivos años.
La sociedad de Alberto Fujimori (AF) y Vladimiro Montesinos (VM) fue temprana y rápida, y ocurrió de puertas hacia adentro. Había
funcionarios que trabajaban de día en el Palacio de Gobierno, que hablaban de Vladimiro Montesinos como un fantasma que visitaba la casa de noche, una aparición que nadie, o casi nadie, había visto alguna vez. Es cierto que las notificaciones y alarmas de la prensa más atenta se hicieron desde el principio, pero la percepción de una imagen pública sobre la relación tardó más tiempo en desarrollarse. Había una primera dificultad: en los primeros tiempos se dividieron estrictamente los campos –lo público para AF y lo clandestino para VM–, de modo que solo una de las partes era visible. En realidad, fue la confusión, o la imposibilidad de seguir practicando esa estricta división de roles, la que apuró la caída de la sociedad.
A manera de explicación acerca de una relación que se hacía cada vez más ostensible, se fue tejiendo una trama hecha de rumores, una verdadera construcción colectiva, con infinidad de variantes y agregados, según la cual en la base del vínculo se hallaba un secreto, una información poderosa, algo que uno sabía sobre el otro. Las variaciones iban desde secretos de nacimiento hasta asuntos de dinero sucio, pasando por atentados simulados y salvamentos de vida. Al margen de la veracidad o falsedad de una o varias de esas versiones, queda en pie una historia que da cuenta de la necesidad de explicar esa relación, que es la historia del poder compartido.
El círculo finalmente se cerró y fue la luz pública la que precipitó los hechos. El reconocimiento abrumador de que existía una comunidad entre los dos, que habían llegado a convertirse en los mil veces mencionados hermanos siameses, fue lo que forzó a las partes a hacerse cada vez más visibles. La curiosidad y la inquisición públicas permanecieron durante muchos años sin respuesta, hasta el punto de que el mero silencio de los señalados los ponía en evidencia. Así, se desarrolló un proceso que terminaba en la mutua destrucción.
Sin embargo, debe reconocerse que, a pesar de las mudanzas del tiempo, hay algo que no ha cambiado entre ellos: los pormenores de esa relación permanecen en el silencio de las dos partes. Lo que sabemos es lo que no pudieron ocultar, o lo que contaron luego terceras personas, pero el juramento de secreto ha seguido básicamente
en pie. La pesquisa judicial que siguió al derrumbe no busca información subjetiva, pero los implicados comprenden el valor incriminatorio de cualquier comentario y prefieren callar, o administrar su silencio. La falta de sustancia es aparente; si se observa con atención, por todos lados aparecerán las huellas de una notoria vinculación. Es indudable que hubo empatía entre ellos y que compartieron un amplio rango de implícitos y sobreentendidos, que supusieron, finalmente, un grado muy significativo de confianza. Ninguno de los dos aprecia su propia lealtad, pero es claro que hasta el final –que se saldó con la deserción de uno de ellos– la sociedad no mostró fisuras.
2.El encuentro
Observándolos por separado, antes del encuentro, parecen llegar de historias y ambientes radicalmente diferentes y hasta incompatibles. Alberto Fujimori, hijo de inmigrantes japoneses, crecido en un barrio obrero de Lima, tenía una entidad social que más tarde se hizo pública y política, era un ingeniero nisei. Salvo por el estricto campo de sus labores, que desde hacía una década habían encontrado al fin un cometido en el gobierno y la política universitaria, la existencia de este ciudadano parece apenas inserta en un medio social o nacional más amplio. Alberto Fujimori tenía una entidad pública mínima y su candidatura a la Presidencia de la República en 1990 se presenta como un salto súbito que nada anticipa o prepara. Vladimiro Montesinos es siete años menor y lleva un apellido notable de Arequipa, pero es hijo de una familia en decadencia. Ex militar, abogado enriquecido pero de turbia fama, en todas las fases de su vida parece hábilmente amoldado a un mundo exterior muy nutrido en el que se sitúa y acondiciona ventajosamente. Fujimori flota en la nada, mientras Montesinos se apoya y asciende sobre lo realmente existente.
Las diferencias de trayectoria, sin embargo, no omiten un punto clave de encuentro. Ambos son hijos de la educación pública de las décadas de 1950 y 1960. Salvo por breves momentos en escuelas privadas o en el exterior, ambos hacen toda su escolarización e instruc-
ción superior en instituciones nacionales; sus respectivas especializaciones ocupan las dos ramas básicas de la educación y el servicio estatal, la civil y militar.
Junto con muchos profesionales, la instrucción pública de la época también preparó a estas personas que más tarde iban a estar en capacidad de tentar, y controlar el gobierno del país. Es probable que en esa educación hubiera vacíos, o se propagaran valores discutibles o falsos, pero su importancia en un fondo cultural común a ambos personajes, se presiente en el ambiente en que esta se impartía. Se trata de un medio, inicialmente, igualitario, donde personas de orígenes muy diversos entre sí se encuentran y establecen unas determinadas relaciones. Ambos aprendieron quién era «el otro» social en el Perú a lo largo de sus muchos años en la escuela pública. Allí aprendieron a socializar, a moverse en ambientes aparentemente hostiles e incomunicados, pero llenos de posibilidades. Ambos aprendieron a sobrevivir y medrar en esa representación microscópica del país.
Sería imposible intentar una penetración sicológica de la relación sin un cuerpo de evidencias que la sustente. En las grabaciones conocidas apenas hay unos pocos minutos de conversación directa entre ellos, en particular una realizada en el segundo piso del Servicio de Inteligencia, hecha de maliciosos sobreentendidos acerca de la conveniencia de «salir» a la televisión con un determinado mensaje. Y, sin embargo, al observarlos en sus rasgos más exteriores, es posible notar que existía entre ellos una relación de opuestos complementarios que quedó señalada en esa división de esferas –lo público y lo clandestino– en que basaban la acción política y el sentido de su relación.
Parece una paradoja que fuera el más sociable y extrovertido de ambos el encargado del ámbito de lo secreto; mientras el más reservado y frío se hiciera cargo de lo público. Pero ese contrasentido solo se percibiría mucho tiempo después, cuando, entre otras cosas, los temperamentos mostraron sus límites. En 1990, AF acababa de descubrir a un personaje que solo existía bajo las luces de la televi-
sión, que él representaría y desarrollaría durante casi una década, hasta comenzar a mostrar señales de agotamiento. Por su parte, VM actuaría en la sombra durante muchos años, hasta que paulatinamente se convertiría cada vez más en el operador político del régimen, negociando activamente y grabando sus despliegues de sociabilidad y corrupción. El vídeo inicial que desencadenó el derrumbe terminó de colocarlo bajo la luz pública; lo fulminó casi instantáneamente. Pero el proceso de búsqueda de un reconocimiento, que seguramente él creía merecido, había empezado antes y con cada paso que daba apuraba la caída de la sociedad.
Sin embargo, en 1990, la gran diferencia entre ellos era una reciente y aplastante: AF tenía todo el poder y VM no tenía ninguno. Unos años después, el poder estaría más que compartido, consustanciado. La historia de esa inversión o desplazamiento está apenas señalada, pero guarda algunos puntos significativos. Desde los primeros instantes, VM parece haberse sentido irresistiblemente atraído por el súbito poder que estaba recayendo sobre AF. Utilizando un nexo, anticipó su acercamiento aunque solo fuera para esperar en un automóvil estacionado frente a la casa del virtual Presidente. Impresiona la avidez casi hipnótica que la cercanía del poder causó en él. Su dedicación se anticipó a la tarea que le podrían encomendar, la que, finalmente, se presentó bajo la forma de un problema de evasión de impuestos.
Las circunstancias del encuentro las ha contado muchas veces Francisco Loayza, ex funcionario de inteligencia que fue quien los presentó. El asunto era suficientemente ilegal y clandestino como para inaugurar una relación fundada sobre esas bases, pero estaba necesariamente circunscrito y no podía contener la inquietud, las ansias de servicialismo que VM sentía en presencia de AF. Consta que en la primera reunión que sostuvieron no pudo contenerse y, en lugar de abarcar estrictamente el asunto para el que lo habían convocado, se ofreció rápidamente para otras tareas de espionaje político. Por una vez había dado un paso de más; se produjo entonces una escena desagradable y cortante cuando AF lo interrumpió bruscamente. Solo después de solucionar el problema de los impuestos,
haciendo desaparecer algunos documentos, tendría oportunidad de ofrecer sus servicios más ampliamente.
La crudeza casi obscena con que VM mostraba su atracción hacia el poder, debe haber sido poderosamente percibida por AF que, salvo en esa primera reunión, no parece haber mostrado resistencia alguna ante la tentación que se le ofrecía. La proposición de un acercamiento a la lucha política desde fuera de lo legal, en relación con la atracción incondicional –en calidad de servidor– que VM demostraba acerca de su naciente poder, ejercieron un completo efecto sobre AF. VM no solo ofrecía un conocimiento y unas tareas que se juzgaban convenientes, sino un cierto goce del poder que la sensibilidad peculiar y algo tosca de AF no acertaba aún a encontrar.
El resto se iría allanando y construyendo con el tiempo, pero fue el reconocimiento de una cierta afinidad, nacida de un acuerdo clandestino y trasgresor, lo que los uniría e impulsaría en la primera parte de la relación.
3.La sociedad
No se podría utilizar la palabra amistad para definir esa coalición de conveniencias. En cambio, sí se llegó a desarrollar entre ellos una relación privilegiada. Durante los primeros años, se reunían casi sin dejar pasar un día; los encuentros ocurrían, por lo general, en la madrugada y a veces se prolongaban durante muchas horas. Los asuntos por tratar serían muchos, pero el acercamiento siempre era uno y constante: el entendimiento del gobierno y la política como una guerra sorda y sin cuartel, para la cual ninguna arma o estrategia estaba vedada, con la condición de que pudiera ocultarse. El material era despachado en conjunto y provenía mayormente de las intercepciones telefónicas, el sembrado de micrófonos ocultos, y las tareas de espionaje político de un aparato de inteligencia que iba en crecimiento.
Durante mucho tiempo, la iniciativa que surgía de esa relación resultó apabullante. Enfrentados a una clase política que venía de sucesivos fracasos, los métodos utilizados –que no eran nuevos, pero que nunca habían sido desarrollados tan ampliamente– probaron ser efectivos. La hegemonía política del fujimorismo (todavía no se hablaba de fujimontesinismo) pronto fue lo suficientemente amplia como para comenzar a considerar un cambio en las reglas, una demostración de hecho que iba a dejar establecidos los fueros del nuevo poder.
El autogolpe del 5 de abril de 1992 situó a la relación en una nueva cúspide, llevándolos a un punto de no retorno que, sin duda, ya habían cruzado en otros ámbitos de interés mutuo. A su vez, la poca o ninguna resistencia que encontraban a sus planes, los reforzaba en su constante iniciativa, que parecía acrecentarse por la ambición incontinente de VM y el utilitarismo carente de ética de AF.
La materialización más tangible de la sociedad en esa primera fase fue el crecimiento acelerado de los aparatos de inteligencia y, como un símbolo de la relación, la construcción del segundo piso del Servicio de Inteligencia en Chorrillos, donde AF, sus hijos y su madre vivieron entre 1993 y 1995. El conjunto de salas y habitaciones forma una L en la que cada uno reservó una parte. De un lado, el departamento Presidencial, aparentemente austero, pero con un sector secreto que comenzaba con un baño de enormes proporciones, una instalación que no tenía una finalidad de servicio sino de recreación; del otro lado, la parte reservada a VM, que empezaba en oficinas y terminaba en sus habitaciones y en depósitos de maletas, abarrotadas de ropa y objetos caros. Aunque el mobiliario ha desaparecido, junto con los residentes, algo del espíritu de la casa ha quedado en la distribución del espacio y la arquitectura. Con más perspectiva en el tiempo, un observador del futuro podría recorrer esa construcción como los arqueólogos descifran las ruinas. Como ellos, hemos llegado cuando los habitantes ya no estaban, y solo quedaban los muros para inquirir.
El autogolpe de 1992 fue la formalización en la esfera pública de los fueros que el naciente poder reclamaba para sí. En la esfera pri-
vada, fue el accidentado divorcio de AF y su mudanza al segundo piso del Servicio de Inteligencia lo que marcó el tono de los tiempos. En ambas circunstancias, la sociedad se fortaleció. La mudanza de la familia presidencial permitió a VM ampliar el ámbito de sus operaciones, ingresando a la vida familiar de AF. Frío y ausente de afectos en sus relaciones con los otros, el Presidente se transformaba cuando estaba cerca de sus hijos, con los que se mostraba alegre y lleno de calor humano. VM aprendió a aprovechar esa característica; viviendo a escasos metros de distancia, su presencia se hizo más constante y su trato con los hijos adolescentes del Presidente le permitió convertirse en «el tío Vladi».
Aquí se sugiere un lado siniestro en la trama de grupo. El divorcio del Presidente también fue asunto de VM, que aparece operando como el policía de la familia dentro de la vida personal de AF. Los testimonios de Susana Higushi siempre parecieron confusos, pero puede establecerse que sufrió hostigamientos, tratamientos con drogas y otros procedimientos que lindan en la tortura. La relación especial que AF mostraba hacia sus hijos y la distancia –que luego se volvería rechazo– que sentía hacia su esposa, fueron tempranas nociones que VM registró para sus fines. Uno al otro se sirvieron mutuamente hasta llegar a los desenlaces. Mientras el país entraba en el fujimorismo más rendido, en los primeros meses de 1993, la familia Fujimori también se remodelaba. En los siguientes dos o tres años, vivirían en el segundo piso del SIN, y la presencia más o menos cercana del «tío Vladi» se convertiría en un asunto de la vida cotidiana.
La evolución que siguió la relación con el tiempo, no debe hacernos perder de vista lo esencial: AF le dio un lugar a VM porque este le era útil de muchas maneras diferentes. Su dedicación y entrega al trabajo al servicio de su jefe, no debe ser puesta en duda. Si logró hacerse de un lugar en el entorno del poder y, desde allí, maniobrar para ampliar sus prerrogativas, ello no ocurrió por razones de empatía, sino por estrictas razones de utilidad, interés y eficacia. El proceso habría comenzado muy limitadamente, y luego se habría generalizado. Hay evidencias, por ejemplo, de que, en los primeros meses de la relación, luego de solucionar el problema de la evasión de im-
puestos, VM habría comenzado a trabajar cerca de AF casi como un jefe de seguridad, planificando sus desplazamientos y protegiendo su seguridad personal y la de su familia. Ya en el gobierno, habría comenzado a ampliar el ámbito de su acción que, llegado a un punto, ya no se limitaría a lo público, ingresando también a la esfera privada del Presidente, como lo demuestra su intervención en el sonado divorcio.
Finalmente, hacia mediados de la década, la sociedad estaba suficientemente consolidada, y los estilos de relación de los primeros tiempos comenzaron a agotarse o a buscar nuevas formas de materializarse. Hay algo, sin embargo, que no parece haber cambiado, aunque cada vez se producía con mayor costo para los implicados: la mutua utilidad, la eficacia de la sociedad. La primera reelección en 1995 parece haber sido el punto más elevado; a partir de entonces, muy imperceptiblemente al principio, la trayectoria comenzó a ir en descenso.