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4.El gobierno de Bolívar
la Nación”. No hemos encontrado la lista de premios que hizo el Libertador, pero lo cierto es que los gastos de donaciones en 1825 fueron 50% más de lo que se presupuestó, según las memorias del ministro de Hacienda José de Morales Ugarte. No sabemos si esa cifra incluye los 2,000 pesos mensuales que se pagaba a la amante del Libertador, la adorable Manuelita Sáenz. El historiador Salvador de Madariaga reseña que el gobierno peruano gastó más de 300,000 pesos en joyas y objetos de arte para el Libertador, en ese monto no se incluye los 8,000 pesos en agua de colonia.
Pero no sólo se dieron premios a los que independizaron al Perú, también se dieron otro millón de pesos a los que independizaron el Alto Perú, región que inmediatamente se separó y tomó el nombre de Bolivia.
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Estos comentarios no tienen como objeto criticar la generosidad que debimos tener con el Ejército Libertador, sino el exceso, especialmente cuando fueron otorgados por un parlamento cohibido y servil que no tomó en cuenta que el Perú estaba prácticamente en la bancarrota y que vivía gracias a préstamos extranjeros. Hubo, sin embargo, algunas decisiones justas y encomiables, entre ellas el otorgamiento de la ciudadanía peruana a todos los extranjeros que participaron en la contienda contra España. Tan dedicados estaban los diputados en adular al dictador venezolano que “ningún general ni jefe peruano mereció la especial consideración del Congreso”, comenta Mariano Felipe Paz Soldán.
Realmente lo que causa mayor asombro no es que se diesen premios a las pocas semanas del triunfo, quizá en un rapto de euforia patriótica, lo casi increíble es que nuevos premios económicos por el mismo motivo se siguieran dando durante los siguientes 25 años, beneficiando principalmente a los que llegaron a ser años después de la batalla generales y jefes del ejército. Lo que pasó fue que los jefes de los gobiernos que otorgaron estos excesivos reconocimientos fueron los mismos militares que participaron en las guerras por la independencia, y por lo tanto se autobeneficiaron de sus premios, mientras el pueblo, sin gozar de libertad ninguna, sufría y moría en luchas fratricidas que ellos mismos fomentaron. Ninguna compensación se otorgó a los guerrilleros que fueron pieza clave en el hostigamiento y debilitamiento de las fuerzas realistas.
4.EL GOBIERNO DE BOLÍVAR.
La admiración por Bolívar como gobernante es equivocada y sin sustento. Los historiadores proclives a apoyar a los regímenes fuertes como solución a un posible caos que la democracia pueda originar, no han querido enfatizar el total fracaso de Bolívar en la administración de los estados por él liberados. Poco hizo el Libertador en Colombia, Venezuela y Ecuador después de emanciparlos; en cuanto al
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Perú, su labor como jefe del gobierno no pudo ser más desafortunada, además de perjudicial. En tres años Bolívar gobernó el Perú con 11 gabinetes ministeriales* que no sólo duraron poco sino que hicieron mal su cometido.
Luego de deshacerse de Torre Tagle, el Libertador ejerció “la suprema autoridad” con un solo Ministro o Secretario General de los Negocios de la República. Para este cargo nombró a J. Faustino Sánchez Carrión. Eran tiempos de preparación para la guerra. Más adelante, en octubre de 1824, nombró varios ministros, entre ellos al “perverso”* venezolano Heres, que regresó con ánimo vengativo al Perú después de haber sido expulsado por San Martín.
Pasada la victoria de Ayacucho, el Libertador nombró un “Consejo de Gobierno” delegando en teoría sus poderes ejecutivos aunque en realidad constantemente les daba órdenes de toda índole y controlaba todas sus decisiones. Nada se movió en el Perú sin su aprobación explícita o tácita. Y cuando Bolívar no pudo dar su oportuna opinión por estar fuera de Lima, todo se paralizaba. “Que el gobierno no tenga opinión, no lo extraño, decía el ministro Heres a Bolívar, por el contrario lo creo. El Gobierno no puede jamás llenar el vacío que V.E. ha dejado”.
Los miembros que escogió Bolívar para el Consejo de Gobierno eran hombres asequibles a sus deseos; a los que, no obstante el talento que poseían, les tuvo poca estima. “El Consejo de Gobierno que yo he dejado aquí es compuesto de hombres buenos y honrados (…) por consiguiente les falta energía y popularidad. No les acusan más que de flaquezas o indulgencias y por lo tanto dicen que no sirven para gobernar”, cuenta Bolívar en una carta a Santa Cruz. En otra confiesa a Santander: “Al Consejo de Gobierno no lo quiere nadie y no tenemos quien les haga frente”.
Lo que sucedió fue que los peruanos no se dejaron engañar. No era el Consejo de Gobierno a quien detestaban, era al Libertador y sus disposiciones. Bolívar hubiera querido escudarse en el Consejo de Gobierno de las críticas. No lo consiguió, a pesar de intentarlo cuando nombró presidente del Consejo de Gobierno al peruano con mejor reputación, el general La Mar, pero éste se negó a ocupar el cargo.
En una carta escrita en Lima el 26 de marzo de 1825 Bolívar escribe a La Mar: “hace un mes y medio lo estoy esperando a Vd. para poder yo marchar al Alto Perú, donde mi presencia es reclamada con urgencia. Yo espero, pues, mi querido general, que
* Detalles de estos gabinetes aparecen en el cuadro 5 del libro El Militarismo en el Perú de HM. * Juan Vicente Ugarte del Pino, HISTORIA DE LAS CONSTITUCIONES DEL PERÚ. Editorial
Andina Lima 1978.
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Vd. hará el sacrificio de bajar a esta ciudad, aún cuando fuere mas que por la patria y por mí”. Pero La Mar, hombre insobornable al poder y los halagos, conocía bien las intenciones anti-peruanas de Bolívar y sus deseos de perpetuarse en el poder. Él no quiso ser utilizado como lo fue Torre Tagle y dio excusas de diversa índole para no cumplir los deseos del Libertador. Al retirarse de la escena política La Mar demostró una resistencia pasiva que exasperó a Bolívar, quien en la cúspide de su gloria se creía dueño del mundo y sus habitantes. Veamos la carta que le envió desde Ocoña, Arequipa, dos meses después:
Señor General José de La Mar:
Mí querido general:
Vd. es el hombre más tímido y más tenaz a la vez que he conocido en mi vida. Vd. es capaz de todo lo grande y de todo lo bello y, al mismo tiempo, incapaz de quererlo hacer: Vd. no merece perdón de nadie, y todavía menos del mío: por esta razón jamás podré olvidar de que Vd. no quiere servir a su patria, a su gloria y a mi amistad. Sin embargo, haré el último esfuerzo por Vd.: instaré al fiel Sucre para que reemplace a Vd. en la presidencia del gobierno, pero si él no quiere no lo puedo obligar porque es un extranjero auxiliar. Desde luego, Vd. me obliga con este paso a cometer un atentado contra mi conciencia que me dice que no emplee a ningún colombiano en el Perú. Este crimen político no lo expiará Vd. nunca a mis ojos y lo tendré siempre presente para verlo a Vd. como el autor de mis desaciertos y errores.
No se lisonjee Vd., sin embargo, de quedarse libre de la presidencia si el general
Sucre no la acepta o del mando del Alto Perú, si el general Sucre acepta. En uno y otro caso Vd. tiene que servir y comprometerse, Vd. tendrá tiempo para pensarlo bien mientras yo voy al Cuzco, que probablemente será dentro de un mes. Entonces nos veremos y hablaremos. Mientras tanto, soy de Vd. su afectísimo amigo que lo ama de corazón.
Bolívar
La Mar no cedió a esta carta tan seductora como engañosa, él sabía bien que Sucre no abandonaría Alto Perú ya que era parte indispensable en la campaña de Bolívar por separar esa región del Perú. Por otro lado tampoco era cierto que Bolívar no desease tener a compatriotas en el gobierno, tenía de hecho a Heres como ministro de Guerra, quien mantenía puntualmente informado al Libertador de cuanto pasaba en el Consejo, y a la vez el Consejo recibía órdenes por intermedio suyo. La correspondencia de Heres con el Libertador confirma esta complicidad, en unas se intercambian las cuentas del gobierno, en otras hablan sobre los ministros con los que Heres tenía muchas veces fricciones, tal es el caso del ministro de Relaciones Exteriores José María Pando.
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