7 minute read

5. La entrega de la costa peruana

El Mariscal de Ayacucho aconsejó a los diputados separatistas ir a hablar con Bolívar para que los apoyase. Este respaldo era seguro, pero al pedirlo expresamente los asambleístas serviría para que los futuros bolivianos se rindiesen aún más a los pies del Libertador. Además, Sucre les sugirió que pidiesen al Libertador una Constitución (solicitud que halagaría hasta el delirio al nuevo César) y de paso que pidiesen el puerto de Arica, como si Bolívar fuese el dueño del Perú, providencia que en la práctica lamentablemente ejercía.

La Asamblea en sesión secreta aprobó enviar una “comisión legislativa” para cumplir las sugerencias de Sucre, tarea que los encargados decidieron cumplir con empeño, dice Basadre. Es muy posible que esta comisión adelantara al Libertador otras decisiones que la Asamblea tomaría días más tarde, entre ellas dar el nombre de República Bolívar al nuevo país y otorgarle el Supremo Mando del país cuando estuviese en él.

Advertisement

La facilidad con que Bolívar consiguió convertir al Alto Perú en “República Bolívar” dio vuelo a su imaginación. Ebrio de gloria, amo de los territorios que había independizado, legislador ahora de ellos, el Libertador se lanzó a una campaña para perpetuarse en el poder que culminó con su constitución vitalicia, y su intento de seguir despedazando al Perú para seguir siendo fuerte él.

5.LA ENTREGA DE LA COSTA PERUANA

El aislamiento andino era un elemento nuevo para los bolivianos. Durante la Colonia, el Alto Perú usó libremente los puertos del virreinato peruano para exportar minerales. Cuando el Alto Perú fue transferido a Buenos Aires, el nuevo virreinato promovió el tráfico por sus puertos a pesar de las mayores distancias a cubrir desde Oruro o Potosí, en plenos Andes, hasta llegar al Río de La Plata, sin embargo el escaso volumen de tráfico con el nuevo virreinato no afectó seriamente sus relaciones comerciales con el Perú.

Ahora, con la nueva república, el comercio exterior de Bolivia iba a estar sujeto a revisiones y pagos aduaneros y, eventualmente, a la interrupción de las operaciones cuando el Perú o Argentina creyesen conveniente. Para evitar eso, el honorable Sucre y el honorable Bolívar estuvieron decididos a darle una eficaz salida al mar, aprovechando la indolencia del Congreso del Perú y el sometimiento de su Consejo de Gobierno.

Sucre comenzó la campaña recomendando a los asambleístas pedir al Libertador la entrega de Arica, tal como lo contamos anteriormente. No sabemos la primera reacción de Bolívar, pero sí como después no sólo quiso dar Arica a Bolivia, sino también Tacna y Tarapacá. El Libertador, que era muy magnánimo con los bienes ajenos, se olvidó del derecho público, del que tanto hablaba, del principio de uti possidetis, de la determinación de los pueblos y de cuanto argumento había

179

sostenido antes. Es decir, quiso amputar nuevamente al Perú como lo había hecho en el caso de Guayaquil.

La salida al mar fue algo que preocupó desde un comienzo a los asambleístas de Chuquisaca. Los que estuvieron a favor de la unión con el Perú esgrimieron este argumento para no separarse de él. Los que estaban por la separación dijeron que se podía utilizar un puerto en el océano Pacífico llamado Cobija que en teoría* había pertenecido a la antigua Audiencia de Charcas. Los que así argüían hablaban sin conocimiento de causa: Cobija era un mísero puerto, poblado con unas cuantas decenas de familias que no tenían relación con el Alto Perú sino con la Intendencia de Tarapacá. Estaba situado al Sur del desierto de Atacama y no tenía ni carreteras ni agua. A pesar de eso los ignorantes diputados separatistas le atribuyeron gran importancia, y hasta propusieron cambiarle de nombre para congraciarse con un general peruano que con su silencio los amenazaba: La Mar.

Retrocedamos un poco. Se decía sin mayores pruebas que el río Loa era el límite por el sur entre el Bajo Perú y la Audiencia de Charcas. Este río de temporada y poco caudal, discurría por el desierto de Atacama y desembocaba sin pena ni gloria en el Pacífico, entre Iquique y Antofagasta. El acceso al Pacífico desde el Alto Perú era casi imposible, habría que atravesar los Andes por las partes más despobladas y hostiles, y luego cruzar la parte más ancha del desierto de Atacama. Aparte de estos inconvenientes, la verdad era que la Audiencia de Charcas nunca tuvo acceso legal al Pacífico y, por la situación geográfica, tampoco tomó posesión ni arraigo en ningún sitio de la costa.

Sin embargo, el honorable Sucre envió a un miembro de su séquito a visitar la parte del desierto de Atacama sobre el que Bolivia pretendía tener derechos, con el propósito de decidir cuál podría ser el mejor puerto. La respuesta del general O´Connor fue rotunda: ningún sitio tenía las características de un buen puerto, incluyendo Cobija. Ante estos hechos Sucre decidió arrancar del Perú un pedazo de su costa. Lo que sucedió fue que el mordisco que quiso dar el Mariscal de Ayacucho era muy grande, algo así como 500 kilómetros de litoral, en los que se incluía puertos como Arica e Iquique.

Dado el precipitado viaje de Bolívar a Colombia, el asunto de los límites con Bolivia no quedó concretado por lo que el Consejo de Gobierno del Perú, fiel a los dictados del Libertador, envió un embajador plenipotenciario a Bolivia para que

* Se argumentaba que la Audiencia de Charcas tenía derecho a un corredor de más de 800 kilómetros que salía desde el Sur Oeste de la Intendencia de Potosí y atravesaba la parte más desértica y hostil de

Atacama, llegando al puerto de Cobija. Debido a su imposibilidad este corredor nunca fue utilizado.

Mariano Felipe Paz Soldán, publicó el año de la guerra con Chile un libro en que probaba con documentos fehacientes, que Charcas, a la que pertenecía Potosí, nunca llegó al Pacífico.

180

firmase un tratado de límites y otro de Federación. El representante del Perú no fue otro que Ignacio Ortiz de Zevallos, un colombiano listo y educado que en varias oportunidades había dado prueba de total sumisión a los deseos del dictador, en especial cuando como juez llevó al patíbulo al pobre Berindoaga.

Hoy se consideraría inaceptable que un extranjero representase al Perú para defender sus derechos. En esos tiempos también lo era, pero la dictadura no hizo caso a la oposición y se cumplieron las órdenes dejadas por el venezolano Bolívar para que el colombiano Ortiz de Zevallos fuese a Chuquisaca a entregar al venezolano Sucre una gran parte de la costa peruana a Bolivia.

El 15 de noviembre de 1826 Ortiz de Zevallos firmó un tratado por el cual el Perú cedía a Bolivia los territorios de Tacna, Arica y Tarapacá. A cambio, Bolivia se comprometía a pagar 5 millones de pesos de la deuda externa del Perú, y ceder unos territorios despoblados y selváticos de la provincia de Apolobamba.

Cuando la noticia llegó a Lima el Consejo de Gobierno tambaleaba en ausencia de Bolívar y la oposición se hacía más vociferante, esta nueva situación hizo que el Consejo de Gobierno alegara que Ortiz de Zevallos no tenía órdenes escritas para haber llegado a tal acuerdo, y que por lo tanto el gobierno del Perú no lo ratificaría. Sin embargo, el comunicado preparado por Pando el 18 de diciembre especifica que si se resolviese el pago por parte de Bolivia: “no estaríamos lejos de ceder los puertos y territorios de Arica e Iquique para que fuesen unidos al Departamento de La Paz, dando el movimiento y la vida en aquellas obstruidas provincias”.

Puesta en duda su labor, Ortiz de Zevallos replicó desde Bolivia, que el mismo Libertador le había dado instrucciones verbales para llevar acabo esos tratados, y que “S.E el Presidente del Consejo Gobierno [el general Santa Cruz] es un testigo de esto, como que entonces se halló presente”. Lo que le pasó a Ortiz de Zevallos, al implementar las órdenes verbales del Libertador, fue exactamente igual a lo que le pasó a Sucre en el caso de la convocación de la Asamblea. Como sucede en las dictaduras, los subordinados no se atreven a pedir que las órdenes de riesgo sean dadas por escrito.

Mientras el Perú ponía observaciones al tratado, Bolivia lo presionaba de malas maneras, decía que no podía pagar ni 5 millones ni nada, porque no tenía dinero, pero que la entrega de los puertos peruanos tenía que ser hecha de forma inmediata.

Al enterarse de las observaciones del Perú al tratado, el honorable y gentil Sucre quedó sorprendido, no se imaginaba que alguien allá se hubiera atrevido a ir en contra de los deseos del Libertador y de él. No había asumido que la ausencia del Libertador, momentánea según los colombianos, podía haber cambiado la opinión del Consejo de Gobierno que dejó Bolívar. El Mariscal de Ayacucho perdió la cabeza y trató a Ortiz de Zevallos con denuestos de alto calibre. El plenipoten-

181

This article is from: