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De señor de diez mil indios a cacique principal

caPÍtulo 4 de señor de diez mil indios a cacique PrinciPal

Sinchi Roca sinchi Canga Alaya Señor natural que fue en estos Reinos del Peru quando Colon descubrio las orillas deste Ynperio Dominaba en el Repartimiento de Ananguanca Provincia de Jauxa le obedesian Seruian y mochaban y trivutaban como a su Señor dies mill Indios sus Vasallos los que no tributaban a otro Monarca; El Pais deste gran Señor fue el Escorial de los Ingas en que haparece Palacio de haquella Monarquia segun sus ritos procreo por su hijo lexitimo a Macho Alaya o Apoalaya quien sucedio en el Señorio de dicho Repartimiento. Consta a f. 5bta. pregunta 4ta. del Libro Genealoxico que Sinchi Roca o Sinchi Canga Alaya susedio en el Señorio a sus Proxenitores descendientes lexitimos de Mango Inga de quien fue Sinchi Roca el hixo Mayor y Sinchi Canga Alaya el hixo menor siendo este el poderoso señor que se Señalo y se Distinguio; entre los demas. Genealogía de los caciques Apoalaya, s. XVIII

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En el valle de Jauja, las batallas legales entre curacas de distinta jerarquía fueron una constante durante el periodo colonial. En consecuencia, el poder curacal, incluso en los niveles más altos de la jerarquía nativa, era en esencia inestable. Las acusaciones de brujería de fines del siglo XVII escondían, en realidad, antiguos problemas sucesorios y encendidas pugnas por el control de los tres principales curacazgos del valle. Desde antes de la llegada de los españoles a los Andes, el acceso y la conservación del poder entre los curacas andinos había sido un proceso signado por la inestabilidad, la negociación y el enfrentamiento. Entre otros factores, la ausencia de reglas de sucesión fijas o aplicables a todo contexto, la proliferación de candidatos entre los tíos, primos y hermanos del curaca pretensor o del curaca saliente y la relatividad implícita en la noción de que fuera aquel individuo «más hábil y suficiente» el llamado a gobernar, configuraron la dinámica de la sucesión curacal andina. Tras la Conquista, estas características no desaparecieron, sino que se adaptaron a las circunstancias inauguradas por el orden colonial. Nuevos intereses, como el estatus y el patrimonio adscritos a determinados curacazgos; nuevos actores, como las autoridades coloniales y los distintos escaladores sociales del mundo andino; y nuevas estrategias, como la novedosa legitimidad construida a partir del derecho a la sucesión por primogenitura y la apelación constante a la justicia virreinal con

el fin de pleitear curacazgos, se desplegaron ante los señores de indios en los Andes. Pero el tránsito de un sistema a otro y el consiguiente reacomodo de las elites nativas al nuevo contexto no fueron inmediatos, sino que exhibieron importantes matices espacio-temporales aún por estudiar.1

El presente capítulo analiza este proceso tal como se dio en el valle de Jauja durante la segunda mitad del siglo XVI. El salto hacia atrás en el tiempo se justifica porque solo la perspectiva histórica de larga duración permite entrever un fenómeno que permanecería oculto si se tomara como referencia exclusiva aquellos episodios que las acusaciones de hechicería de la segunda mitad del siglo XVII describen. A partir de la década de 1550, las familias de los antiguos hatuncuracas o señores de diez mil indios, beneficiadas con el reconocimiento virreinal de su condición de caciques principales y gobernadores de los repartimientos del valle, se vieron inmersas en constantes tensiones y enfrentamientos. Estas pugnas no asumieron necesariamente la forma de una acusación por hechicería o idolatría, pero obligaron a los caciques principales a reafirmar constantemente su autoridad frente a los intereses de otros indios principales, muchos de ellos de su parentela cercana o extendida, y a la vez caciques de mediana jerarquía. Dicha situación se mantendría a lo largo del siglo XVII, cuando la aparición eventual de curacas e indios nobles provenientes de otras regiones del virreinato generara una renovación parcial de la elite indígena de Jauja.

Las páginas siguientes reconstruyen el inicio de las batallas legales por la titularidad de los curacazgos del valle de Jauja durante la segunda mitad del siglo XVI. La primera parte analiza la situación política alrededor de 1570, año de la visita del virrey Francisco de Toledo al valle. En dicha sección se muestra cómo, tras una década y media de enfrentamientos entre los miembros de la elite nativa, la presencia del virrey y su voluntad de poner fin a los pleitos sucesorios exacerbaron las disputas por los curacazgos y obligaron a sus caciques principales a probar sus derechos como sucesores de los antiguos hatuncuracas. Aunque Toledo tuvo éxito en establecer los mecanismos legales de la sucesión y en sancionar la legitimidad colonial de determinados individuos como caciques principales, el proyecto toledano fracasó en lo que a disminuir las sucesivas pugnas entre curacas se refería.

La segunda parte afina la perspectiva con el propósito de analizar la situación específica en cada uno de los tres repartimientos del valle. Se describe primero las circunstancias en el repartimiento de Atunjauja, donde el reacomodo al nuevo esquema toledano parece haberse dado pacíficamente. Enseguida, se explora el contexto particular en el repartimiento de Luringuanca, donde solo tras dos décadas

1 Sobre la sucesión del más hábil, Spalding 1984: 33; Martínez Cereceda 1995; Pease 1999[1992]: cap. 1; y, Rostworowski 1999: 298, 300. Acerca de la sucesión entre «hermanos» antes de que el mando pasara a la siguiente generación, Pärssinen 1992: 209-210. Consúltese también Rostworowski 1977: 249-250 (a partir de los casos de los valles de Ica y Cajamarca) y los ensayos de Ramírez 2002[1996]: caps. 2 y 6; y, Rostworowski 1961: 59-62 para la costa norte del Perú.

y media de disputas los miembros de la familia Limaylla pudieron asentarse en el poder como caciques principales. Finalmente, se discute la situación en el repartimiento de Ananguanca, donde los caciques Apoalaya debieron batallar por un lapso similar para ver reconocida su posición como caciques principales, teniendo en su contra no solo a otros indios de la elite sino también las cambiantes nociones de los funcionarios virreinales acerca de la naturaleza de la autoridad andina.

En lo que atañe a las fuentes, este capítulo combina documentación inédita con una lectura alternativa de tres documentos publicados del siglo XVI. La redacción de estos documentos involucró directamente a los curacas del valle. Analizados desde la perspectiva novedosa de la sucesión curacal y de la consolidación del esquema que reguló la estructura jerárquica de la elite andina colonial de Jauja, estos testimonios narran una historia desconocida hasta ahora. El primer documento son las conocidas informaciones de los curacas huancas sobre sus servicios en la conquista y pacificación del Perú, dadas a conocer por Waldemar Espinoza Soriano a comienzos de la década de 1970 (1971-1972; 1973; 1981[1973]).2

El análisis se concentra en las motivaciones de sus principales gestores y en el contexto interno de producción de la documentación —la elite de los tres curacazgos dominantes del valle— antes que en su evidente finalidad externa —obtener un conjunto de privilegios como recompensa del monarca—. Esta visión parte de la idea de que estos documentos nos hablan tanto de la época inaugurada con la Conquista

2 En esencia, las Probanzas huancas están compuestas por dos grupos de documentos. El primer conjunto corresponde a cuatro Memorias breves redactadas en junio de 1558 en nombre de los tres curacas principales del valle de Jauja. En ellas se da cuenta de los hombres, las mujeres y los bienes entregados a los conquistadores en el lapso que media desde la estancia de Francisco Pizarro en Cajamarca (1532-1533) hasta el develamiento de la rebelión de Francisco Hernández-Girón (1554). El segundo conjunto documental está conformado por dos informaciones de servicios. La primera, redactada entre junio y agosto de 1560, corresponde a los servicios de don Jerónimo Guacrapaucar, cacique principal de Luringuanca y de los indios de su parcialidad. La segunda, elaborada entre setiembre y octubre de 1561, da cuenta de los servicios de Cusichaqui, antiguo señor étnico del curacazgo de

Atunjauja, y de los de su hijo y otros curacas, en la conquista y pacificación del reino. Cubriendo el mismo lapso (c. 1532-1554), aunque más prolijas que las memorias de 1558, estas dos informaciones de servicios mencionan con mucho detalle los bienes, guerreros, indios cargadores e indias de servicio entregados por los curacas Guacrapaucar y Cusichaqui. Incluyen las declaraciones de numerosos testigos, en su mayoría no indígenas, que corroboran las narraciones acerca de las acciones en favor de la Corona durante los azarosos años iniciales de la presencia castellana en los Andes. Existe una nueva transcripción (Pärssinen y Kiviharju 2004: 155-246). Las probanzas han sido analizadas desde diversas perspectivas. Para la relación entre las probanzas y los quipus y quipucamayocs del valle, véase

Murra 1975[1973]: 243 y ss.; D’Altroy 1992; Pärssinen 1992: 34-43; y, Urton 1997: 311 y ss. Para el análisis de la incidencia de las guerras de conquista en la población nativa del valle a partir de las probanzas, Assadourian 1994b. Sobre la importancia de estos testimonios para entender la lógica política y los patrones de reciprocidad detrás del comportamiento de los curacas andinos confrontados con la hueste conquistadora, Pease 1999[1992]: 154-158. Para la adaptación cultural implícita en la evolución desde un grupo de listas que «transcribían» quipus hacia un conjunto de probanzas más acordes con los criterios propios del sistema hispano de justicia, Loza 2001.

como del periodo en torno de 1560, cuando fueron redactadas. Considerando tales narrativas como discursos sobre el poder y como estrategias de adaptación desplegadas por los señores étnicos de Jauja, importa discutir qué estaba sucediendo con los miembros de la elite nativa de la zona y por qué otras razones, menos evidentes, determinados personajes pertenecientes a la elite vieron la necesidad de redactar y gestionar probanzas como las de 1558-1561. El argumento central es que tales probanzas se dejan leer no solo como un intento de los curacas de Jauja por testimoniar su obvia colaboración durante la conquista de los Andes, sino también como una temprana tentativa de individuos particulares muy interesados en afianzar su posición como los curacas de mayor autoridad bajo las nuevas pautas impuestas por la administración colonial. Por esta razón, no es casual que se tratara precisamente de aquellos individuos que, no sin dificultades, debieron conseguir el reconocimiento oficial como caciques principales y gobernadores de los tres repartimientos principales del valle solo una década más tarde, durante la Visita General del virrey Toledo. En tal sentido, los documentos constituyen una puerta de ingreso a las transformaciones en el acceso y la conservación del poder curacal y su consiguiente adaptación a las nuevas reglas de juego tras la Conquista.

El segundo documento que sustenta este capítulo fue redactado en la crucial coyuntura de la visita de Toledo. Se trata de las llamadas Informaciones sobre el gobierno nativo de la provincia de Jauja antes y durante el dominio inca. Los informantes de 1570 declararon acerca de varios temas; los de índole política y sucesoria interesaron especialmente al virrey. Pero, a pesar de las insinuaciones en contrario de Toledo, ninguno de los declarantes era curaca de repartimiento, es decir, cacique principal.3 Este hecho ha sido, hasta el momento, pasado por alto. El que no se entrevistara a aquellas autoridades que fueron designadas o ratificadas posteriormente como caciques principales de un determinado repartimiento —y que se ubicaban en el nivel más alto de la jerarquía nativa— se explica precisamente por el hecho que algunos de estos curacas se hallaban litigando para que se reconociera y sancionara definitivamente su condición bajo el nuevo ordenamiento colonial. En otros términos, confrontada con la presencia toledana, la elite del valle trató de acomodar las legitimidades en juego a la lógica española del poder y de la sucesión entre los señores étnicos.

3 Las Informaciones fueron publicadas hace muchos años por Roberto Levillier (Toledo 1935-1940 [1570]). En carta a Felipe II desde el Cuzco, fechada el 1 de marzo de 1572, Toledo escribió sobre sus

Averiguaciones que: «mandé hacer y se ha hecho una información con número de cien testigos de estos naturales de los más viejos y ancianos y de mejor entendimiento que se han podido hallar de los cuales muchos son caciques y principales y otros de la descendencia de los Ingas que hubo en esta tierra y los demás indios viejos de quien se entendió que con más claridad y razón la podrían dar» (Cook 1975: xiii). Pero los declarantes en la Información levantada en Jauja no eran hatuncuracas como los

Limaylla, los Apoalaya o los Cusichaqui, sino autoridades a estos subordinadas.

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