15 minute read
1. «La Justificación de mi querella es solo mirar la honrra de Dios»
La primera sección resume los hechos más importantes alrededor de la causa judicial de 1689, resaltando siempre su articulación con las vicisitudes de la sucesión curacal en Atunjauja. La segunda parte presenta un recorrido por la historia de inestabilidad política que antecede a la denuncia ante el visitador de la idolatría, ubicándonos en los primeros años del decenio de 1640. Tomando este trasfondo histórico como punto de partida, la tercera sección analiza las diferencias entre los dos bandos que se disputaban el curacazgo en la década de 1660. Este antagonismo prefiguró las características de las dos facciones enfrentadas antes el visitador de la idolatría en 1689 pues, más allá de la finalidad inmediata de controlar un curacazgo, las facciones evidenciaron dos formas de ser curaca en los Andes, dos maneras de sustentar el poder curacal o, si se quiere, dos fuentes alternativas de legitimidad para un señor étnico colonial. La cuarta parte se enfrenta con una expresión particular de dicha dicotomía, precisamente en el contexto de la denuncia de don Carlos Apoalaya: la apelación a la hechicería, por un lado, y el recurso a los tribunales coloniales, por otro. La última sección, especie de epílogo, ofrece una discusión sobre dos procesos que afectaron a la elite andina de Jauja y que enmarcan la acusación de brujería de 1689: la concentración del poder curacal y las tensiones derivadas de la presencia de curacas forasteros. Todos estos elementos contribuyeron al enfrentamiento de la elite nativa del valle por la posesión de los curacazgos durante la década de 1690.
1. «la justificación de mi querella es solo mirar la Honrra de dios»
Advertisement
A pesar de sus propias palabras, la denuncia de don Carlos respondía también a la larga historia de pugnas entre familias de curacas. La identidad de aquellos personajes que actuaban detrás de los brujos acusados en 1689, así como sus intereses opuestos a los de don Carlos, remiten una vez más a un prolongado enfrentamiento, en esta ocasión por el control del curacazgo de Atunjauja. En los dos capítulos antecedentes, analizamos casos análogos en los otros dos curacazgos en que se dividía la jurisdicción de los señores étnicos del valle, Ananguanca y Luringuanca, respectivamente. Durante el siglo XVII, el control de cada uno de estos tres curacazgos había recaído en una familia distinta de señores andinos. El curacazgo o repartimiento de Atunjauja, cuya jurisdicción se extendía sobre los pueblos de la zona norte del valle, tenía como pueblo cabecera a Santa Fe de Atunjauja, principal escenario de los acontecimientos descritos en la acusación de hechicerías de 1689. Al menos desde el tiempo de los incas, los Cusichaqui habían estado a la cabeza del repartimiento o curacazgo de Atunjauja (Espinoza Soriano 1971-1972; Cieza de León 1996: 187).4
4 A lo largo de la documentación, el apellido aparece con ligeras variantes como «Cusichac», «Cusichaca», «Surichac» o «Surichaca». Por motivos de claridad en la exposición y de coherencia con la información presentada en los capítulos anteriores, usaré la forma «Cusichaqui».
De dicho tronco familiar provenía doña Sebastiana Cusichaqui, esposa del principal denunciante, don Carlos Apoalaya, a quien no le asistían derechos familiares directos sobre el curacazgo de Atunjauja. Sin embargo, el matrimonio de su hija doña Teresa con el sobrino de su esposa doña Sebastiana, sucesor a dicho curacazgo, era parte de su estrategia para consolidar ambos curacazgos bajo un solo patrimonio familiar (ver cuadro 2). Para don Carlos, las muertes de su esposa y de otros deudos, supuestamente causadas por los hechizos de la parte acusada, significaron un golpe frontal a la consecución de dicho objetivo.
En efecto, en la causa de hechicería de 1689, el principal sindicado como instigador de las acciones de los brujos de Jauja contra la parentela de don Carlos Apoalaya fue don Cristóbal Calderón Canchaya, quien se había venido desempeñando como gobernador interino de Atunjauja, ante la ausencia de un cacique «propietario», reconocido por la Corona. Pero, tras una larga serie de litigios por la propiedad del curacazgo, don Lorenzo Cusichaqui, sobrino de don Carlos y de doña Sebastiana, se hallaba presto a celebrar la ceremonia que lo investiría como cacique propietario de Atunjauja. El principal denunciado en la causa de hechicería de 1689, don Cristóbal Calderón Canchaya, tampoco tenía derechos familiares directos sobre el curacazgo de Atunjauja. No obstante, representaba los intereses de una importante facción de los Cusichaqui, opuesta a que don Lorenzo asumiera el mando. El mismo don Cristóbal estaba emparentado con el linaje de caciques principales de Atunjauja (ver cuadro 3). Su bando había pretendido el gobierno del curacazgo por varios decenios, recurriendo en ocasiones a estrategias bastante heterodoxas, como veremos.
Cuadro 3: Linaje Cusichaqui Calderón Canchaya, gobernadores interinos de Atunjauja
¿Calderón de Vargas?
Melchor Calderón m: 1689-1721 Juana Corri m: 1689-1691 Cristóbal Calderón Canchaya m: desp. 29 Ago 1693
Josefa Calderón m: h. 7 Feb 1721 Cristóbal Ticsi Cusichaqui n: ant. 1691 m: ant. 7 Feb 1721 Josefa Calderón m: desp. 7 Feb 1721
Leyenda n: fecha de nacimiento m: fecha de muerte h.: hacia ant.: antes de desp.: después de ===: unión ------: descendencia Pascual Ticsi Cusichaqui m: ant. 7 Ene 1721
José Ticsi Cusichaqui m: ant. 7 Feb 1721 Tomás Ticsi Cusichaqui n: ant. 7 Feb 1721 Joseph Ticsi Cusichaqui n: ant. 7 Feb 1721
Andrés Ticsi Cusichaqui n: ant. 7 Feb 1721
Como sucedía en casos análogos de brujería, la identificación que hacían las víctimas de sus agresores mágicos dependía, en gran medida, de una o más relaciones sociales hostiles preexistentes, las mismas que los hacían esperar una agresión. Así, la tensión generada por estas relaciones antagónicas hacía posible que alguien optara por la brujería como una explicación para su mala fortuna o la de sus allegados (Macfarlane 1970; Thomas 1999[1971]). Desgracias como la de doña Sebastiana Cusichaqui y sus deudos, antes que eventos fortuitos, eran atribuidas entonces a los ataques malintencionados de personas enemigas, ante lo cual era preciso contraatacar por alguna vía. Casi siempre, los culpables eran escogidos entre individuos cercanos, vecinos o parientes. Los ataques mágicos —supuestos o reales— agudizaban los conflictos que habían venido enfrentando a las facciones en pugna por un tiempo determinado. Las relaciones hostiles de diversa índole ofrecían el terreno propicio para que la bujería, válvula de escape de las tensiones sociales, operara sde manera muy clara (Evans-Pritchard 1976[1937]).
La conexión que enlazaba el macabro hallazgo en la recámara de la cacica doña Sebastiana, el misterioso mal que la aquejaba —«que no se le conoçio la enfermedad»— y la enemistad que le profesaban determinados parientes y vecinos, estaba muy clara en la mente de los testigos que desfilaron ante el visitador. Si bien se trataba de una explicación construida a posteriori, es decir, durante el deceso de doña Sebastiana, echaba raíces en viejos enfrentamientos que permitían a los afectados personalizar la desgracia e identificar a los culpables tras los maleficios. Atribuyendo a don Cristóbal Calderón y su familia la responsabilidad de los hechizos, se ofrecía una explicación satisfactoria cuya solidez residía en la naturaleza «selectiva» de las muertes por brujería y en su conexión con las vicisitudes propias de la crisis de sucesión en el repartimiento. Sucesos aciagos entre los cuales, en otro contexto, no se hubiera establecido una conexión necesaria resultaban ahora imbricados en una cadena de razonamientos cuya lógica se sostenía en la relación entre magia y sucesión curacal.
Por eso, para los habitantes del pueblo de Jauja, la sucesión de ataques mágicos solo comenzó cuando don Lorenzo Cusichaqui logró una provisión del gobierno virreinal que lo amparaba en el gobierno de Atunjauja que había ejercido su padre.5 El resto de «embrujados» tenía un rol preponderante en las posibilidades de que la rama familiar de don Lorenzo se asentara en el poder. La lista incluía al mismo don Juan Cusichaqui, padre de don Lorenzo. En el pueblo se temía que contra él se fabricaran hechizos para impedir su retorno de Lima, portando los instrumentos judiciales que lo ampararían en la asunción del gobierno. Las sospechas fueron confirmadas —y la lógica de la brujería operó con meridiana claridad— cuando, efectivamente, don Juan murió en Lima y hubo de ser enterrado allí. En este caso particular, los
5 Véase, especialmente, las declaraciones en f. 145r-146r, 189v, 207v-208r.
maleficios no se dirigieron solo contra la persona del cacique, sino también contra los símbolos de su legitimidad como nuevo señor de Atunjauja: las provisiones de la Audiencia de Lima.6
De forma análoga, para los testigos, el poder de la brujería había obrado también sobre don Pedro Cusichaqui, otro de los hijos de don Juan, truncando así sus posibilidades de suceder en el gobierno. Globos de fuego —«que alumbraban e ynquietaban todo el pueblo de Xauja»— cayeron sobre las casas de don Pedro al amanecer. La habilidad de «hacer bolar» o «levantar» las estrellas era un interesante atributo de aquellos a quienes la gente consideraba hechiceros en el valle de Jauja. Combinada con el don de conjurar al trueno/rayo/relámpago, dicha habilidad está documentada en los expedientes de idolatrías más antiguos sobre la zona, así como en la denuncia que venimos analizando.7 Para hacer «bolar» las estrellas, los hechiceros podían utilizar distintos conjuros tales como «Cuillar, ninaguara, llipiac, que en español quiere decir estrella, Ardiente, y relámpago», o este otro, más complejo, atribuido a las brujas acusadas en 1689:
oncoy guato (que significa Las Cabrillas o junta de estrellas) Coyllor guato (que significa el Lusero) bosotras soys las que nos quereis las que nos ayudais en los trabajos las que en esta ocazion nos aveis de favorecer: Ya saveis la pretension de don Lorenso Surichac para entrar en el govierno y quan enemigo nuestro es y assi aueis de disponer que don Cristobal Surichac entre en el gouierno que es el legitimo governadro y tu o señor Libiac Camac Mandador de los Relanpagos aueis de disponer el echar vn relampago y con el las estrellas como un globo de fuego en casa de don Lorenso Surichac.
En la tradición andina colonial, las «estrellas» podían interpretarse como presagio de sucesos nefastos o como portadoras de buenas noticias, al parecer dependiendo de si se dirigían hacia donde el sol nacía o hacia donde se ocultaba.8 En el caso de Atunjauja, los «globos de fuego» no anunciaban nada bueno. El «espanto» causado por los «globos» produjo en don Pedro Cusichaqui una severa hemorragia aunque estaba «bueno y sano», la misma que le ocasionó muerte al tercer día. Los globos, a ojos de los testigos, se originaron en aquellos parajes en que habitaban los hechiceros
6 Los testigos afirmaron que cuando el padre de don Lorenzo viajó a Lima, se oyó decir a sus opositores políticos y a «ttoda la xentte y parçialidad» del bando de los hechiceros que este moriría allí. Para tal fin, se envió a más de un brujo a los pueblos intermedios del camino entre Lima y Jauja para que sembraran allí sus maleficios. Un «bulto» que lo representaba fue arrojado desde lo alto de una ramada con el mismo fin. Véase f. 27v-28r, 89v-90v, 107v, 138r, 189v, 225v. 7 Véase AAL. Hechicerías e Idolatrías, Leg. 5, exp. 8 [1665], 3v-4v. De la causa de 1689, véase f. 89v90r, 147v, 197r, 366r-369r, 370r-370v. 8 Véase Basto Girón 1977[1957]: 19; Millones 1984: 141-142; Marzal 1988: 171-172; y, Sánchez 1991b: 44.
protegidos por los Calderón y los Ticsi Cusichaqui e, inclusive, en la misma morada que estos malos vecinos ocupaban.9
Los hechizos de los brujos de Jauja también ocasionaron la muerte de doña Sebastiana Cusichaqui quien, a partir de su matrimonio con el poderoso cacique don Carlos Apoalaya, había aumentado sus posibilidades de heredar el gobierno de Atunjauja. Por lo mismo, se presentaba como adversaria de consideración de los Calderón y de los Ticsi Cusichaqui. Según la creencia de los habitantes del pueblo, contra doña Sebastiana se empleó toda la artillería mágica de los brujos de los Calderón. Además del muñeco encontrado debajo de su cama en Chupaca, se encontró también, en otro de los aposentos de la casa, un sapo metido en una olla y atravesado de espinas (f. 178r, 200r).10 Se sumaron otras estrellas de fuego provenientes del norte —las mismas que cayeron sobre la vivienda de la cacica—, bultos de cera arrojados desde lo alto de las montañas, así como polvos mágicos lanzados al aire y alfileres puestos en el puente y en la iglesia de Jauja para que doña Sebastiana no volviera al pueblo y ayudara a su sobrino a asumir el mando.11
Finalmente, los cuestionamientos mágicos al nuevo curaca designado por la Corona se dirigieron a sabotear el símbolo mismo de su autoridad en el mundo colonial: la compleja ceremonia de toma de mando. Tales rituales públicos se hacían coincidir con alguna festividad importante —como la del Santo Sacramento— y convocaban a autoridades nativas e indios del común en una gran celebración en la que los caciques entrantes tenían la oportunidad de ofrendar comida y bebida en abundancia. Luego de examinar los títulos obtenidos en la Audiencia de Lima, el corregidor investía al curaca con la autoridad que le delegaba el Rey, cogiéndolo de la mano y sentándolo en su duho o tiana, especie de banquillo y símbolo de su autoridad étnica. Luego, uno a uno, los curacas e indios principales subordinados realizaban «el acatamiento que entre ellos se acostumbra haser en señal de rreconosimiento de su cacique principal» . Independientemente de las provisiones y nombramientos oficiales que los curacas estaban obligados a conseguir en Lima, la realización de tales ceremonias pasó a ser imprescindible para su encumbramiento como autoridades legítimamente reconocidas por los oficiales coloniales y por los indios bajo su mando.
9 Véase las declaraciones contenidas en f. 146r-146v, 180v-181v, 187r, 191r, 194r, 202r, por ejemplo. 10 Al respecto, véase el maleficio análogo contra Tamtañamca narrado en el manuscrito quechua de Huarochirí (Taylor 1999[¿1608?]: cap. 5). Spalding (1984: 62) ha reparado en la historia para enfatizar los «orígenes sociales de la mala ventura», con causas como el adulterio o el abandono del culto a los antepasados (la traducción es mía). 11 Véase f. 178r, 212v. También, f. 182r para el maleficio contra don Carlos Apoalaya: varias hechiceras se dirigieron a la pampa de Sicaya «y llebado un bulto hecho de trapos y assi se lo dijeron y en medio de la panpa dicha que esta sercana al pueblo de Chupas [sic: Chupaca, residencia del cacique] hizzo una sepoltura y enterro dicho bulto el qual llebaba en las piernas unos hilos atados en forma de grillos que era significazion enbarasante del todo pasase don Carlos Apoalaya al pueblo de Atunjauja a los fomentos de su sobrino don Lorenzo Surichac».
Algunos curacas del valle declararon incluso que, sin pasar por este ritual político, no les sería posible ejercer el gobierno efectivo en sus repartimientos, pues los indios no les obedecerían. Estas ceremonias eran, a su vez, ocasiones privilegiadas para que los caciques y las parcialidades sujetas al nuevo curaca expresaran su descontento e incluso su voluntad de contradecir el nombramiento.12
En los sucesos alrededor de la causa criminal de 1689, existen varias menciones a la ceremonia mediante la cual don Lorenzo Cusichaqui sería investido cacique principal. Por las connotaciones de la ceremonia y por su poder «sancionador» de un nuevo statu quo, el bando de los brujos buscaba evitarla a toda costa. Durante los preparativos, numerosos testigos los oyeron «cantar» en voz alta que saldrían «dientes al gallo» o «florecería el chuño» antes que don Lorenzo fuera sentado en la tiana, símbolo de su autoridad. El pan, la carne y la chicha que su tía doña Sebastiana estaba preparando para la ceremonia se habría de pudrir o avinagrar, según fuera el caso, y serviría más bien para los funerales de esta. En el contexto de los preparativos de la ceremonia, al menos dos de las parcialidades del repartimiento de Atunjauja manifestaron su oposición al nuevo curaca don Lorenzo, actualizando así la relación entre bujería y política. Los hechiceros sancionados por el visitador provenían del ayllu y parcialidad de Paca Guaman, el mismo que abogó por la permanencia de los Calderón y sus allegados en el gobierno.13 Además, un testigo declaró que había oído decir a una hechicera que «la chicha se auia de derramar, para que los del ayllo Guarangaio se labasen las manos con el agua de la [a]sequia donde se auia de derramar». Numerosas hechiceras indias y mestizas de estas dos parcialidades danzaron a lo largo de una calle con los anacos puestos al revés. Con este hechizo, y evitando una confrontación más abierta con los curacas designados por la Corona, las hechiceras buscaban revertir la decisión virreinal y lograr que el gobierno de Atunjauja diera un giro en sentido opuesto al trazado por la Audiencia.14
Gracias a estos testimonios, se puede inferir que un sector de los indios de Atunjauja consideraba que don Lorenzo, designado en Lima para suceder en el gobierno, no era hábil para cumplir tal encargo, pero que don Cristóbal Ticsi Cusichaqui, su candidato, sí lo era. Fueron claras las palabras de Martín Obrajero, hechicero
12 Sobre este tipo de ceremonias en general, véase Martínez Cereceda 1988; 1995. Datos sobre ceremonias en el valle de Jauja en AGI. Escribanía de Cámara 514C, f. 33r [1654], 36v-63r [1585]; AGN.
Derecho Indígena, L. 31, C. 622, f. 12r [1594] y Leg. 23, C. 390, f. 13r-13v [1762]. 13 Véase f. 94r y 179v. Recuérdese que el principal de la parcialidad de Paca, don Diego Alejo Mallori, envenenó a don Cristóbal Cusichaqui, gobernador interino de Atunjauja, en 1659. Don Cristóbal era cabeza del bando al que los Ticsi Cusichaqui disputarían el gobierno durante la década de 1660. No hay duda, entonces, de que la enemistad entre los de la parcialidad de paca guaman y la rama de los descendientes de don Cristóbal era anterior a la causa de idolatría de 1689, lo que explica muy bien que la mayoría de hechiceros denunciados en tal oportunidad proviniera de dicha parcialidad. 14 Véase las declaraciones contenidas en f. 17v-18v, 24v-25r, 70v, 72r-73v, 77r-80v, 84r, 94r, 138r-138v.
Otras variantes fueron «salir dientes al zapo» y «hablar el gallo».