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1. El curaca, los hechiceros y el poder

particular de una acusación de hechicería. Así, hay que tener presente que una causa de este tenor no es solo una colección de datos para ensayar una aproximación a una supuesta religión indígena prehispánica o virreinal, ni una desafortunada expresión del embate colonial contra las culturas indígenas. Acusaciones como la que se formuló contra don Juan Picho son parte de un universo social que no se puede comprender si no se va más allá del documento mismo para situarlo en la perspectiva del contexto local, y por tanto único, en el que dichas acusaciones se desarrollaban. Echemos, pues, una mirada a dicho contexto en perspectiva histórica. El entorno nos revelará mucho más que un problema de hechicerías y nos ubicará en el centro mismo de las disputas por el poder en los curacazgos del valle de Jauja.

1. el curaca, los HecHiceros y el Poder

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«El Dios de don Juan Picho», así fue identificado el hechicero Pedro Guaman por uno de sus captores al momento de declarar ante el visitador de la idolatría (f. 90r-90v). Su testimonio y el de otros testigos mostraron la relación cercana que unía al gobernador interino de Luringuanca con los hechiceros denunciados y con la magia como estrategia política. Si bien el —típico— argumento esgrimido por el curaca acusado para salvarse de la justicia fue sostener que las declaraciones que lo involucraban solo podían nacer de la oposición que le profesaban sus enemigos, pretender ignorar los argumentos que estos sostenían puede conducirnos a un equívoco. En efecto, como se ha mencionado en varias ocasiones, las acusaciones de hechicería eran un mecanismo privilegiado para eliminar enemigos políticos entre los curacas del valle de Jauja, a partir de la explotación de los mecanismos de la justicia virreinal con fines instrumentales. Pero no se puede caer en la trampa de obviar los contenidos en sí de las denuncias de la parte acusadora para concentrarse solo en sus móviles políticos, es decir, aquellos motivos que los llevaron a plantear una denuncia. En este caso particular, se podría concluir que, dado que el aparato judicial y los curacas de Luringuanca arremetían contra Picho, este era en realidad la «víctima» de una causa montada contra su persona y el cargo que detentaba, a partir de declaraciones falsas. Pero, como se verá, los pleitos sucesorios anteriores a la causa de 1690, así como la coyuntura específica en torno a dicho año, eran motivo suficiente para que don Juan temiera perder el gobierno interino de Luringuanca y echara mano de la ayuda sobrenatural que algunos reputados hechiceros le podían ofrecer.

En un primer plano, los datos mismos de la causa permiten concluir que era don Juan Picho, en gran medida, responsable de los «delitos» de que se le acusaba. La descripción de la mesa mágica de Concepción es, por su grado de detalle, muy verosímil —si no verdadera—. En la segunda confesión de Pedro Guaman —esta vez con la intervención directa del visitador de la idolatría— el énfasis estuvo puesto en aquellos elementos de la mesa mágica que podían reforzar la acusación por

brujería que se buscaba construir. Así, Pedro fue obligado a detallar que vio sobre ella tres piedras en hilera, una verde, otra «colorada» y otra azul, «con adbertençia que la piedra berde que estaban en medio era corcobada». Esta observación sirvió al visitador Martínez Guerra para insinuar que al menos una de las piedras tenía una forma «peculiar» —¿la de un ídolo?—. Para que no quedaran dudas acerca del carácter deliberado de la disposición de los elementos sobre la mesa, se añadió que la coca había sido ordenada en dos hileras a los lados de las piedras. Dos platillos de barro, conteniendo un grano de maíz cada uno, completaban la sesión mágica. Es posible que las piedras representaran a cada uno de los tres protagonistas de la averiguación mágica sobre el destino del curacazgo de Luringuanca: don Juan Picho, don Francisco Llocllecachin y don Domingo Hernando de Mendoza, y que la función de los dos granos de maíz blanco fuera precisamente la de indicar algún tipo de desenlace a futuro, a partir de la consulta formulada por los hechiceros presentes. Esto podría explicar por qué cuando uno de esos granos saltó al pecho de Pedro Guaman, esto fue tomado como un mal presagio.3

Además de los datos disponibles acerca de la mesa mágica, de la causa se desprende que el vínculo entre don Juan Picho y los tres hechiceros que protagonizaron la sesión de adivinación en Concepción era bastante estrecho. La inestabilidad en el gobierno y la dudosa legitimidad que lo amparaba frente a algunos caciques del repartimiento, hacían que don Juan recurriera a la magia y a los servicios de estos hechiceros para garantizar su suerte. Además de la afirmación recogida al iniciar esta sección respecto de que Pedro Guaman era el «Dios» —¿dudosa traducción de huaca?— de don Juan, el propio Pedro dijo que había oído decir a diferentes personas que el otro hechicero era «persona con quien se comunica[ba]» el curaca, especialmente para saber si lo despojarían del gobierno de Luringuanca (f. 23r, 89v). Diego Yacan, el otro hechicero, era indio originario del mismo pueblo que don Juan Picho, y quizá ambos fueran de una misma parcialidad. Como se ha evidenciado para otras regiones —Huamanga, Chancay o Arequipa, por ejemplo—, los hechiceros podían ser un componente esencial del poder curacal, sobre todo allí donde otras fuentes de legitimidad —el reconocimiento virreinal, la existencia de alianzas sólidas con las autoridades locales o la disponibilidad de recursos humanos y materiales— resultaban endebles.4

Considerando la vinculación entre caciques y hechiceros, es significativo que se acusara a don Juan Picho de intentar la liberación de los dos hechiceros denunciados

3 Sobre adivinación con maíces: pares, buen agüero e impares, mal agüero, véase Arriaga 1999[1621]: 43 y Duviols 1986: 66. Un caso muy similar al que se describe aquí a partir de la parafernalia empleada en Millones 1984: 140. 4 Sobre este punto, véase los trabajos de Millones 1967: 180-181; 1978: 7; 1984: 131-132, algunos de los documentos publicados por Sánchez 1991a y el caso de un curaca que amedrentaba a la población gracias a sus hechiceros en BNP. Mss., B 612 [1672].

y de favorecer la huida de la hechicera Juliana antes de que fuera apresada. El incidente de la cárcel del pueblo de Concepción revela la protección que ofrecían algunos curacas a sus hechiceros, con la obvia finalidad adicional de que estos no declararan en su contra.5 Pedro Guaman explicó que él no había huido, sino que fue sacado por un agujero en la esquina del techo de la prisión como a media noche. Según él, escuchó tres veces una voz que llamaba a Diego Yacan, su compañero de celda. Aquel respondió «compadre Balberde». La voz exterior le aseguró entonces que lo liberaría. Los libertadores se descolgaron por el techo. Uno de ellos era un mestizo, también originario de Santa Ana de Sincos y sobrino de don Juan Picho. Dentro de la prisión, Diego Yacan lo llamó «compadre». El mestizo respondió: «porque e de ser yo tu compadre, puerco». Luego, el libertador y su acompañante trataron de abrir el cepo, pero no pudieron hacerlo. Entonces, dijo Diego Yacan: «mejor es que me quiten la Vida, y que me lleue el Diablo». Así lo decidieron, pues se apresuraron a coger una soga y a asfixiar al hechicero, quien ya había tratado de suicidarse con anterioridad.6 Pedro trató de oponerse pero el mestizo lo golpeó y, sacando un machete, se dispuso a matarlo. El hechicero le ofreció que si lo liberaba, se iría lejos y no declararía contra su tío. El mestizo le perdonó la vida. Ya en el exterior, Pedro vio a un grupo de siete personas más, todas con espadas desenvainadas, que habían ido a liberar a los hechiceros denunciados y, a través de ese acto, a asegurar la permanencia de don Juan Picho en el gobierno de Luringuanca.7

Antes de que Diego Yacan, un testigo clave, fuera eliminado en la cárcel de Concepción, llegó a corroborar lo declarado por Pedro Guaman. Dijo además que don Juan Picho lo había consultado en más de una oportunidad para que lograra las paces entre su cliente y don Francisco Llocllecachin y don Domingo Hernando de Mendoza. La finalidad era que don Francisco y don Domingo no le quitaran el gobierno. Diego Yacan confesó que, en otra ocasión, el objetivo para el que se le requirió no fue reconstruir las agrietadas relaciones sociales de don Juan Picho —«hacer las pases»—, sino más bien eliminar a sus enemigos políticos. Diego contó cómo a pedido de don Juan había cogido un poco de coca, la había revuelto en un algodón y la había arrojado al río Mantaro «para que de la mesma forma se llebase los susodichos al Rio».8

5 Un caso de fuga de la cárcel por intermedio de un cacique es narrado en Sánchez 1991a: 158-159.

Corresponde a San Francisco de Iguari, provincia de Checras, corregimiento de Chancay, año 1665.

Véase adicionalmente Arriaga 1999 [1621]: 68. 6 El mismo día que los alcaldes ordinarios de Mito prendieron a Diego Yacan, a la media noche entraron en la celda para hacerlo confesar, respondiendo este que le dolía mucho la barriga, «y desnudandole para ver lo que tenia le hallaron que se auia metido vna lansetta en la boca del estomago y se arranco el mesmo, y preguntandole que motiuo auia tenido para meterse aquella lanseta respondio que con que cara auia de pareçer, que queria mas quitarse la Vida que parecer afrentosamente» (f. 11r). 7 Los sucesos son narrados por Pedro Guaman en f. 49 y ss. 8 Véase los f. 10v, 20r. El expediente no contiene la confesión «directa» de Diego Yacan, sino testimonios de personas que oyeron tal confesión, pues Diego murió en la cárcel y no pudo ser interrogado

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