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4. Ananguanca, la reinvención de la autoridad

alto de la autoridad nativa del repartimiento. Era, a la vez, un arma de doble filo: algunos de estos curacas segundones que acompañarían a los Limaylla a lo largo del siglo XVII serían protagonistas de grandes batallas legales por la propiedad del curacazgo de Luringuanca. Así, otros indios principales comenzaron a gobernar al lado de los Limaylla. Los dos hermanos de don Carlos Limaylla, don Felipe Guacrapaucar y don Juan Mangoguacra, no fueron alejados del poder. Solo dos años después de la muerte de don Carlos, ambos figuran en un documento como «caçiques del repartimiento de Luringuanca».30 Mangoguacra fue además gobernador interino, por minoría de edad del cacique principal, don Jerónimo Limaylla, entre 1586 y 1595.31 Así, es claro que, en caso de insuficiencia de edad o de incapacidad del titular, los llamados a gobernar efectivamente el repartimiento fueron precisamente aquellos que no recibieron, para ellos ni para sus linajes, el reconocimiento de caciques principales entre 1560 y 1580.

En ese lapso, los Limaylla lograron para ellos y sus descendientes dicho reconocimiento, en parte por la condición de mayorazgo de don Carlos Limaylla. A esto se sumó la opinión favorable de diferentes funcionarios coloniales y el supuesto reconocimiento inca de dicha dignidad. Pero este último argumento, la confirmación inca de los caciques del valle de Jauja, era un argumento ambiguo. Se trataba de una premisa tan riesgosa en tiempos del virrey Toledo que muchas veces no se necesitaba de caciques rivales que pretendieran un curacazgo para que la posición de un hatuncuraca a la cabeza de su repartimiento peligrara. El caso de los Apoalaya, que cierra este capítulo, muestra cómo la Visita General de 1570 no fue solo propicia para que algunos individuos, como don Carlos Limaylla, recibieran la confirmación virreinal. Para otros curacas del valle, la visita fue más bien una amenaza.

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4. ananguanca, la reinvención de la autoridad

Don Juan Guaynalaya, cacique principal de Ananguanca, fue uno de los informantes y firmantes de la Descripción de 1582, documento que viene sirviéndonos para entender los cambios operados en la estructura de poder nativo del valle desde 1570. Don Juan, hijo y sucesor del cacique principal antecedente, debió morir sin sucesión poco tiempo después de redactada la Descripción. 32 A pesar de la muerte de don Juan, para la década de 1580 el linaje de los Apoalaya había logrado afianzarse en la

30 La petición está fechada en Lima a 26 de mayo de 1588. Archivo Vargas Ugarte. Manuscritos, t. 32 (16), n.° 9 [1588], f. 10. 31 AGI, Escribanía de Cámara, 514C [1663-1671], f. 37v-38r. 32 Los datos constan en la «Genealogía familiar» dada a conocer por Ella Dunbar Temple (1942). He consultado personalmente el documento de que se valió Temple, custodiado en BNP. Mss., C172 [1764]. Dado su pésimo estado de conservación, citaré el trabajo de Temple (1942) para aquello que no se me permitió leer.

posición que correspondía a los caciques principales de Ananguanca, dignidad que recaería ininterrumpidamente en la familia por línea paterna hasta fines del siglo XVII.

Para los Apoalaya, sin embargo, las décadas que median entre 1550 y 1580 fueron un periodo muy convulsionado. Tal como ocurrió en Luringuanca con los Guacrapaucar y los Limaylla, la resolución de los pleitos por cacicazgos que el visitador toledano Jerónimo de Silva emprendió en 1570 hizo peligrar la continuidad de los Apoalaya en el curacazgo. El problema residía, otra vez, en un conflicto de legitimidades. Desde aproximadamente 1550, el cacique principal de Ananguanca de ese entonces, don Cristóbal Apoalaya, debió enfrentarse a los demás curacas del repartimiento, pues estos alegaban «que no hera caçique principal».33 La fecha es importante. Solo unos tres años antes había muerto, sin convertirse al cristianismo, el último «curaca de los viejos antiguos», padre de don Cristóbal, llamado Macho Apo Alaya.34 Inmediatamente tras la muerte del viejo señor, los distintos linajes de curacas de Ananguanca comenzaron a disputar la legitimidad de los Apoalaya en el poder. Al parecer, el principal linaje rival fue el de los Chuquillanqui. Hacia 1555, don Diego Chuquillanqui, cacique de la guaranga de Sicaya, siguió pleito ante la Audiencia de Lima contra don Cristóbal Apoalaya. Don Diego alegó que a él, y no a los Apoalaya, le correspondía el curacazgo.35 Casi de seguro, y por la coincidencia en las fechas, fue secundado en sus aspiraciones por los otros curacas del repartimiento, quienes esgrimían similares argumentos contra los descendientes de Macho Apo Alaya.

El pleito fue extenuante para los Apoalaya. No solo demandó que don Cristóbal viajara a Lima, donde contrajo la enfermedad que luego le causaría la muerte. Su hijo, don Carlos, debió continuar litigando, incluso en fecha tan tardía como 1570. Según su testimonio, el pleito costó a su linaje cerca de catorce mil, los cuales fueron obtenidos de su hacienda privada, mientras que los caciques que a ellos se enfrentaron echaron mano de los bienes de sus respectivas comunidades. En 1570, ante el visitador designado por el virrey Toledo para el valle de Jauja, don Carlos declaró que:

esta[ba] pobre porque en el dicho pleito el dicho su padre gasto todas las cosas y servicio de oro e plata que thenia e muchos bestidos muy ricos e muchos cavallos y ganados de la tierra e negros e otras muchas cosas de su hazienda.36

33 AGI. Lima, 28A, 63Q [1570], f. 4r. 34 La expresión, proveniente de la costa norte, en Ramírez 2002[1996]. Según el testimonio de Pedro de

Cieza de León (1996[1553]: 194), a fines de 1547 «Alaya, señor de la mayor parte del valle de Jauja, murió [...] y cuentan los indios que echaron con él gran número de mujeres y sirvientes vivos». 35 AGI. Lima, 28A, 63Q [1570], f. 6r. 36 AGI. Lima, 29A, 63Q [1570], f. 4v.

Los Apoalaya solo pudieron hacerse del poder gracias a la ayuda de sus parientes más cercanos. Don Carlos declaró también en 1570 que «sus hermanos del dicho don Cristoval padre deste testigo le ayudaron para el dicho pleito con mucha cantidad de pesos de oro». Los «tíos» de don Carlos, catorce de los cuales murieron en Lima mientras se seguía el pleito por el curacazgo de Ananguanca, provenían de la parcialidad de los Alayas, reducidos principalmente en el pueblo de Chupaca.37 Estos parientes, lejos de pleitear por el curacazgo en ese momento, lo conservaron para los Apoalaya.38 En tal sentido, el apoyo de los miembros de la parcialidad Alaya fue central para la continuidad de la sucesión patrilineal de los Apoalaya, en desmedro de los intereses de otros pretendientes al curacazgo. Como se verá con mayor claridad en el capítulo siguiente, el poder debía compartirse en el interior de un mismo linaje extendido —la parcialidad de los Alaya, por ejemplo—, para evitar una disputa mayor que, eventualmente, llevara a la deposición del curaca principal.

En su primera fase, el pleito por el curacazgo de Ananguanca llegaría a su fin en 1563. Una provisión del virrey Conde de Nieva amparó a don Carlos Apoalaya en la posesión del cacicazgo el 17 de agosto de ese año (Levillier 1935-1940: II, 96-98). Este documento muestra cómo algunos hatuncuracas de Jauja debieron reinventar su legitimidad para acomodarla a la nueva definición de la autoridad andina. En efecto, hacia 1570, el cuestionamiento más serio a la legitimidad del cacique principal de ese entonces, don Carlos Apoalaya, sería la Averiguación de caciques iniciada por el visitador Jerónimo de Silva, pero no la existencia de curacas rivales que disputaran expresamente la preeminencia de los Apoalaya. Este hecho es significativo si tomamos en cuenta que ya existía el antecedente de la Provisión del Conde de Nieva de 1563 que concedía a don Carlos dicho reconocimiento. La analogía con el caso de don Carlos Limaylla, en Luringuanca, es por demás interesante. Como vimos en la sección anterior, la justicia virreinal se inclinó a su favor en el pleito de sucesión a partir del Testimonio de Garci Diez de San Miguel (c. 1560). A la inversa, en el caso de don Carlos Apoalaya, la provisión virreinal de Nieva le significó tener que probar —o, mejor dicho, reinventar— la legitimidad de sus antepasados como caciques principales de Ananguanca. Veamos en qué sentido.

37 AGI. Lima, 29A, 63Q [1570], f. 4v y AAL. Visitas Eclesiásticas (Junín), leg. 17, exp. 17 [1649]. 38 Por minoría de edad de don Carlos Apoalaya fue gobernador interino don Hernando Visalaya, su tío y un personaje importante en el repartimiento. Siendo Visalaya uno de los hijos «naturales» de

Macho Apoalaya, curaca de Ananguanca a la llegada de los españoles y abuelo de don Carlos, ocupó el gobierno interinamente al menos en dos oportunidades: 1563-1571 y 1579-1582 (Temple 1942: 149-151 y Vega 1965[1582]: 166). Consta la figuración de don Hernando Visalaya como gobernador del repartimiento de Ananguanca en un poder concedido por todos los curacas de Ananguanca el 12 de septiembre de 1579. Véase AGN. Real Audiencia. Causas Civiles, L. 19, C. 93-A [1579], f. 2r.

El 17 de agosto de 1563, don Carlos se presentó en Lima ante el virrey Conde de Nieva, como hijo del cacique principal difunto de Ananguanca, precisamente cuando otros caciques le disputaban tal dignidad, como dijimos. Pidió en esa ocasión que se le reconociera como legítimo sucesor de su padre. La gestión del curaca resultó finalmente exitosa, pues el virrey le concedió la titularidad. Sin embargo, este documento, en apariencia una garantía para la conservación del poder de los Apoalaya, cobraría otro sentido en el contexto de las Informaciones toledanas. Sin prever las consecuencias futuras, don Carlos Apoalaya había declarado en 1563 ante el Conde de Nieva que los incas «tenian costumbre de dar de su mano la ynvestidura y señorio de los cacicadgos [sic] a las personas que en ellos subcedian o a quien les parescia». El curaca había pedido luego al virrey que, como representante del Rey, continuara con la costumbre inca y «le hiziese merced de le dar el duho e vestidos que por insignias del señorio el dicho ynga solia dar a semejantes caciques de diez myll yndios como el lo hera e auia de ser». Nieva estuvo de acuerdo y sentó a don Carlos y a su gobernador interino en dos duhos, entregándoles «dos pares de ropas de las que los dichos yndios suelen traer para que las tuviesen por insignias del dicho cargo e ymbistidura» (Levillier 1935-1940: 96-98).

Paradójicamente, el 18 de marzo de 1571, el doctor Gabriel de Loarte —aquel funcionario del séquito del virrey Toledo que decidiera quemar los títulos de los caciques de Jauja en la plaza de Concepción— mandó que se incluyera un traslado de la provisión de Nieva. La intención de Loarte era, sin embargo, contraria a lo que don Carlos Apoalaya trataba de probar con ese documento. Según Loarte, la provisión demostraba cómo los caciques de Jauja —y, por analogía, los de todo el virreinato— habían sido impuestos por los Incas a las poblaciones sojuzgadas. Por lo tanto, eran señores legítimos. Así, el episodio de traducción cultural entre el virrey y el curaca en Lima, episodio que aludía a un complejo mecanismo de confirmación de la autoridad recibida del Inca o de su representante, se volvió, en el contexto de las Averiguaciones de 1570-1571, una prueba de la imposición de un señor ilegítimo. En 1563, don Carlos trataba de traducir una de las vertientes del origen de su poder y el de su familia como hunucuraca —su relación personal con el Inca— en términos aplicables a la nueva realidad impuesta tras la Conquista. En ella, y a los ojos del curaca, el virrey era representante de un poder supremo que debía confirmar su legitimidad, emanada también de la elección que hacían los indios y principales del repartimiento de Ananguanca.

Tomando lo anterior en cuenta, se entiende por qué en 1575 don Carlos Apoalaya reclamó ante la Corona que el doctor Loarte, responsable del interesado traslado de la provisión del Conde de Nieva, había quemado cinco años antes los títulos y provisiones que acreditaban su condición de cacique principal (Levillier 1935-1940: I, 210). Describiendo un claro efecto boomerang, la provisión de 1563 se había vuelto en contra de don Carlos Apoalaya, pues se podía leer en ella que su padre y él,

hunucuracas confirmados por el Inca, eran usurpadores de los legítimos señores que gobernaban antes de la conquista cuzqueña, situación que calzaba muy bien con el leitmotiv de las Informaciones de 1570. Estos sucesos explican por qué don Carlos fue uno de los hatuncuracas ausentes en dichas Informaciones. Su autoridad había sido puesta en suspenso. Así, con todo el perjuicio que la quema de sus títulos pudo acarrearle, don Carlos debió probar en 1571 su derecho a la sucesión y el de sus descendientes directos ante el visitador Jerónimo de Silva. Aquí se produjo otra paradoja: Silva había sido uno de los testigos de la provisión de 1563 que sancionó su condición de cacique principal de Ananguanca (Levillier 1935-1940: II, 98). Pero eran nuevos tiempos y Silva se decidió a indagar inclusive sobre la legitimidad de los hijos y posibles sucesores de don Carlos Apoalaya.39 Como dijimos, las averiguaciones del visitador y el hecho de que su derecho fuera cuestionado explican muy bien por qué don Carlos, hatuncuraca de Ananguanca, estuvo ausente durante las Informaciones que el virrey Toledo mandó elaborar en 1570, identificada equivocadamente como un testimonio de los curacas «guancas».

A pesar del caos sucesorio desatado por la visita de Toledo, don Carlos fue reconocido como cacique principal de Ananguanca y su hijo figura como tal en la Descripción de 1582. Esta vez, los Apoalaya debieron comprender la importancia que tenía la información que decidieran referir a las autoridades coloniales acerca del origen de su poder. Para conservar su posición privilegiada, don Carlos Apoalaya alteró la versión sostenida en la provisión de Nieva de 1563. Ante el visitador Jerónimo de Silva, el cacique prefirió entroncar directamente a su abuelo, Macho Apoalaya, con la dinastía inca y, específicamente, con el mítico «Mango Inga» [Manco Capac]. Así, desplegando una estrategia de apropiación, don Carlos hizo aparecer a los Alaya como descendientes de una rama colateral de los soberanos cuzqueños y ya no como caciques «nombrados» por el Inca, como lo demuestra el acápite que da inicio a este capítulo.40

39 En una probanza presentada por Juan de Apoalaya en el siglo XVIII se hace mención, sin mayor detalle, a la «Aberiguacion del Casicasgo de la Provincia de Jauxa que corre en e[l] Libro Genealoxico desde f. 5 hasta f. 10 [roto] año de 1571 por mandado del Excelentísimo Señor Don Franc[isco] Toledo al Magnifico Señor Don Geronimo de Silva bisi[tador] de la citada provincia de Xauxa sobre si Don

Carlos de Apo[alaya] [se]gundo casique cristiano primero deste nombre que se hall[a en pose]sion del citado cacicasgo lo poseia con justo y lexitimo [roto] de sus antepasados o lo tenia usurpado», documento hoy perdido. Algunos de los datos de esta averiguación sirvieron de base para construir la genealogía de los Apoalaya hasta el siglo XVIII en sus datos más tempranos. BNP. Mss., C 172 [1764], f. 1r-3v; BNP. Mss., C1332 [1771], f. 47r. 40 BNP. Mss., C 172 [1764], f. 1r-2r. Para un caso similar de entroncamiento genealógico con Manco

Cápac, mítico fundador de la dinastía inca, véase los trabajos de Urton (1989; 1990) en referencia a los Callapiña de San Pedro de Pacaritambo y a sus reivindicaciones coloniales.

Probanza de los caciques Apoalaya (s. XVIII) (Imagen de la Biblioteca Nacional del Perú. Colección Manuscritos, c 172, f. 1r)

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