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puede agregar que, debido a los siglos de dependencia y de entrega forzosa de rentas en dinero, producto o trabajo, se tenía que sumar una capacidad extrema para la economización y para sobrellevar situaciones de pobreza extrema. Para los migrantes andinos que no podían afincarse en una estructura productiva previamente existente cuando llegaban a las ciudades, esta historia cultural se concretaba en habilidades, hábitos y una ética que no resultaban ser un lastre, sino una precondición para sobrevivir y progresar en el ambiente urbano a pesar de la adversidad. En esta tarea les ayudaba que la migración andina, si bien podía tener como meta un progreso individual o familiar, era un proceso social. En este proceso, ciertas instituciones sociales existentes en las aldeas andinas, altamente organizadas con reglas de parentesco, de obligaciones mutuas y de clientelaje, se extendían hacia las ciudades sin perder su estructuración. Esto implicaba, a la vez, que los lazos con los pueblos originarios no se rompieran y que las relaciones sociales estructuradas en el campo pudieran servir de punto de partida en la construcción social necesaria para la sobrevivencia urbana. De esta forma, los migrantes andinos habituados a un nivel de autodeterminación de su producción en el campo, no percibían como problema insalvable el que las ciudades fueran incapaces de integrar la mano de obra migrante en relaciones de trabajo supeditadas. Más bien, para ellos resultó ser la base para crear sus economías con relativa independencia frente a la ciudad criolla. Las estrategias se originaron en los arenales en los cuales los migrantes después de haberse asegurado "lotes" en invasiones colectivas, y después de haber luchado colectivamente por una titulación, y por la implementación de servicios básicos para estos lotes, construyeron sus viviendas en formas de ayuda mutua habituales en el campo. Luego pasaron de producir bienes de consumo, a fabricar otros que se podían colocar en el mercado. De una pequeña producción doméstica, muchos pasaron a formas ampliadas de producción manufacturera o fabril. Los mismos rasgos que servían en el ambiente productivo eran aún más útiles en la intermediación. Los lazos de paisanaje y parentesco podían ser utilizados como canales de distribución, y, gracias a la ética de cumplimiento de los integrantes de estas redes, funcionaban en la distribución de los productos. En muchos casos, las redes se extendían no sólo en las ciudades, sino que abarcaban a parientes y paisanos ubicados, tanto en sus pueblos de origen, como en los diversos