PERÚ: 19645-1994

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190 Romeo Grompone

pierden hasta lo que era su sello de garantía: la clase o el grupo social al que protegían, representaban o se erigían como sus portavoces. Los distintos partidos de izquierda ya no pueden pensar en un vínculo supuesto y natural con obreros, campesinos o pobladores organizados; en el APRA no existen seguridades de contar con sectores medios urbanos y grupos de trabajadores sindicalizados; Acción Popular encuentra problemas en su capacidad de convocatoria con dirigentes locales y personalidades reconocidas de las provincias; el Partido Popular Cristiano tiene que buscar nuevos argumentos para persuadir a los empresarios. En períodos de inseguridad y cambio los ciudadanos tienden a considerar que sus antiguas certezas le han prestado poco auxilio. Visto en perspectiva, quizás el cIientelismo no ha sido uno de los rasgos decisivos de la política peruana en los últimos años. Es cierto que han existido relaciones de intercambio entre patrones y clientes en la que se trocaban bienes y servicios tangibles a cambio de otros menos tangibles pero igualmente efectivos, como la oferta del voto y la promesa de lealtad. En cambio, resulta difícil encontrar una estructura arborescente en la que a través de acuerdos entre distintos intermediarios y de intermediarios con la mayoría de los ciudadanos el entrelazamiento de las ramas evocara la imagen de la sociedad. Es probable que existieran eslabonamientos entre líderes locales, distritales, de grandes ciudades y jefaturas a nivel nacional. Sin embargo, a diferencia de una estructura clientelista consolidada, la falta de uno de estos eslabones no implicaba que la deserción de un dirigente arrastraba consigo un conjunto de votos que lo seguían incondicionalmente. Las dirigencias partidarias se encontraban entonces en una desconcertante situación: valoraban las lealtades de la población pero no sabían por cuanto tiempo durarían, podían desprenderse de dirigentes intermedios sin que afectara sus proyectos pero no tenían criterios seguros para evaluar ganancias y pérdidas. Por lo menos las manipulaciones propias de un sistema clientelista ayudan a entender en donde se ubica cada uno y estimar el efecto de lo que se está haciendo. Cuando los partidos no tienen adherentes fieles ni clientelas estables les resulta extremadamente complejo intentar una renovación, una vez sufrida una derrota electoral. Panebianco (1990) señala que la estrategia usual en estas situaciones es sustituir el grupo dirigente o parte del mismo y cambiar las reglas de juego de la competencia. Estas reformas en los estatutos y los estilos de actuación permitirían restarle


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