9 minute read

Introducción a la Parte IV

Next Article
Hortensia Muñoz

Hortensia Muñoz

decisión de los mandos. Ya en esta etapa había cierto malestar, en las mujeres principalmente, por la carga económica que imponía esta relación a las precarias economías familiares. Las mujeres informan que ellas no estaban enteradas de nada. Inicialmente observaban las actividades de los jóvenes y los dirigentes y luego todas las decisiones las tomaban al margen de ellas. En todo caso eran informadas de los hechos consumados y las tareas que les correspondían.

Sendero en 1980 inició su ofensiva armada en Ayacucho y su tránsito del discurso suponía el involucramiento de la población en actos de sabotaje, enfrentamiento con fuerzas policiales especializadas, y el trastrocamiento integral de la vida comunal. Esta situación generó confusión en las comunidades afectadas. El ingreso de las fuerzas militares en 1983, que desata una represión indiscriminada de "guerra sucia", puso en los límites al proyecto senderista produciéndose un desencuentro entre éste y las expectativas de la población. Sendero pretendió resolver esta situación acentuando su autoritarismo y recurriendo a la presión, la amenaza y el chantaje.

Advertisement

La población quedó virtualmente atrapada entre dos fuegos: la ofensiva de los militares, orientada principalmente contra jóvenes y dirigentes acusándolos de terroristas, y la acción de Sendero sobre los mismos sectores y pretendiendo enrolarlos forzadamente. Frente a los dos grupos en pugna la resistencia se iba canalizando en dos opciones principales: el desplazamiento a las ciudades o a otros pueblos y la confrontación a través de organizados grupos de autodefensa. Poco a poco se van construyendo tres nuevos actores sociales: los desplazados, especie de embajadores o cancilleres que cumplieron el rol de denuncia y sensibilización; los ronderos, con funciones específicas de seguridad comunal; y las mujeres, en cuyas manos quedaba la vigencia de la vida individual y colectiva. La defensa de la vida reordenó elpapel de la mujer. La guerra puso en cuestión el protagonismo masculino, al haberse convertido éste en blanco principal de los actores de la guerra, y esta situación será enfrentada fundamentalmente por las mujeres.

Una de las primeras acciones emprendidas por las mujeres fue la organiza- ción del desplazamiento para proteger a sus esposos en riesgo y sus hijos adoles- centes perseguidos por los dos lados. Buscaban las zonas de refugio lo más dis- tantes posible: Lima o Huancayo, si fueran posibles, o Ayacucho. En general, trataron de reubicar a sus hijos intermedios en casa de familiares, compadres o amigos en comunidades más seguras del campo y ciudad y dejaron a los familia- res ancianos en las comunidades como garantía para no perder el nexo y control del espacio comunal. (Los viejos, se suponía, tenían menor riesgo y además eran más renuentes a abandonar la comunidad). Las mujeres, cargando consigo a los niños más pequeños, se convirtieron en itinerantes, moviéndose permanentemente entre estos espacios para vigilar el bienestar de los suyos y para coordinar el conjunto de actividades familiares y económicas. Este proceso se repitió en

varias oportunidades en función de cambios en las condiciones de seguridad de las zonas de refugio. Las historias de vida recogidas dan cuenta de desplazamientos sucesivos de las familias que en muchos casos eran durante el periodo de la guerra.

Durante la guerra sucia de 1983-1984, si bien la violencia masiva ―principalmente por las fuerzas militares en esta etapa― afectó principalmente a los hombres debido a que las mujeres fueron subvaloradas como "no útiles" y "no peligrosas", éstas, por ser el elemento más estable de la comunidad y por dar la cara al problema, iban convirtiéndose en víctimas también. Fueron objeto de maltratos y torturas físicos y psicológicos, fueron obligadas a presenciar con sus hijos el aniquilamiento de sus seres queridos, fueron objeto de violaciones sexuales. Estas actividades represivas tenían la fmalidad de amedrentar y, supuestamente, de obtener información. La mujer ha sido protagonista principal de la defensa de los derechos humanos, profundamente sensibilizada, no sólo por la dolorosa tarea de enterrar a sus muertos, reclamar a sus desaparecidos, gestionar la libertad de sus presos, sino también por la preservación de la integridad física y la vida de los que con ella quedaban.

Las mujeres de estos sectores golpeados, sin más recurso que su voluntad y creatividad, irrumpieron en la escena pública para asumir la gran tarea de la defensa de los derechos humanos. La tarea para ellas no fue sencilla, pues no conocían ni los derechos que les asistía ni los mecanismos para ejercitarlos. Todolo fueron descubriendo en la vida enfrentando un mundo totalmente desconocido para ellas. Los primeros gérmenes de organización de las mujeres eran grupos semiclandestinos de familiares de víctimas espontáneamente articulados para apoyarse moralmente y para compartir información sobre mecanismos y procedimientos en la gestión de sus demandas. A través de estas redes de solidaridad, estas mujeres ayacuchanas empezaron a definir y asumir sus responsabilidades. Organizaron la búsqueda de desaparecidos, sectorizando el espacio geográfico e intercambiando elementos de identificación de los familiares. Coordinaron información sobre muertos, desaparecidos y detenidos y sobre el manejo de los mecanismos legales y acceso a organismos de presión y de asistencia, tanto nacionales como internacionales, en torno a los derechos humanos. Organizaron presión sobre los puestos militares y policiales exigiendo libertad de los detenidos, y aprendieron como proyectarse en los medios de comunicación. Desarrollaron tácticas individuales y colectivas para prevenir las situaciones de riesgo.

A la vez, la ferocidad de la guerra y la profundidad de la crisis económica provocaban una crisis aguda en el espacio familiar. Las ausencias del varón del núcleo familiar eran masivas y crecientes, sean ausencias definitivas por muerte, desaparición y/o abandono familiar, o sean las ausencias prolongadas por efecto de los desplazamientos por motivos de seguridad y/o de subsistencia económica, o por la participación en las rondas de autodefensa. Este vacío tenía que ser cu-

bierto por la mujer, quien iba asumiendo la condición formal y/o real de jefe de familia. Si bien significaba esta situación una sobrecarga de trabajo y responsabilidad, también significaba un mayor protagonismo femenino. Surgieron tres grandes consecuencias de la expansión del protagonismo y de las responsabilidades de las mujeres. Primero se empieza a plantear la necesidad de planificar el crecimiento familiar. Tanto en el campo como en la ciudad crecían la demanda de información, las prácticas abortivas y el uso de métodos anticonceptivos, y el recurrir a la abstinencia sexual. Segundo, asumir una responsabilidad mayor de conducir y preservar su familiar en un contexto altamente destructivo exige la colectivización de la responsabilidad. La actividad doméstica tiende a simplificarse y socializarse, pues, éstas son asumidas colectivamente con la participación de los demás miembros de la familia y de los vecinos, con quienes se comparte tareas como la preparación de los alimentos y el cuidado de los niños. Tercero, como estas adaptaciones individuales resultaron insuficientes para sostener a las familias, por iniciativa propia y por influencias y recursos externos (por ejemplo, influencias y recursos provenidos por las ONGs), las mujeres desarrollaron fuentes de ingreso alternativas colectivas, implementando así servicios alimentarios, talleres productivos, huertas comunales, etc.

El profundo desequilibrio en la relación entre ingresos y necesidades de consumo, que supera largamente el existente ya desde el periodo anterior, ha determinado la incorporación masiva de la mujer a la actividad productiva que genera ingresos familiares. En el campo, ya sea por la ausencia del jefe de familia o por dificultades de desplazamiento, la mujer asume gran parte o la totalidad de las actividades familia- res productivas. En sectores urbano-marginales, tres cuartas partes (77%) de las mujeres encuestadas cumplían actividades económicas rentadas, y dos quintas(42%) de las familias vivían de ingresos producidos exclusivamente o mayoritariamente por mujeres. (El número de las cncuestadas fue 300; el año fue 1992).

Poco a poco el enfrentar las tareas enormes de defender los derechos humanos y organizar la sobrevivencia familiar impulsaba a las mujeres a gestar organizaciones más estables, especialmente clubes de madres. Estas organizaciones facilitaban la gestión de recursos y empleo ante las instancias estatales, y vinculaciones de colaboración y apoyo con organismos como ONGs y grupos pro-derechos humanos. Llegar a conocer los programas asistenciales en instancias estatales fue muy importante. Muchas mujeres habían ofrecido su mano de obra o la de sus hijos para actividades domésticas en casas de familias del sector medio urbano a cambio de alojamiento y comida reproduciéndose las relaciones serviles. Frecuentemente las mujeres cuando recordaron esta etapa irrumpieron en llanto porque fueron objeto de humillación y maltrato hasta físico en razón de su inexperiencia y su condición de analfabetas e indias. En las comunidades rurales también fue importante organizarse como actoras en un espacio público.

Un paso importante en la conquista de este espacio fue su legitimación como miembro nato de la organización comunal, a nivel individual porque muchas de ellas asumen la representación familiar, adquiriendo el derecho a la opinión y a la toma de decisiones, y colectivamente por la dinámicay representatividad de sus organizaciones (Clubes de Madres).

Desde esta ubicación la mujer ampliaba su compromiso con las tareas y liderazgo comunales. Participaba con mucha entrega en la conducción de los servicios y las faenas comunales en algunas zonas y en coyunturas de mayor riesgo también participaron las mujeres en las actividades de autodefensa y asumieron el control y protección internos de las comunidades mientras los varones se desplazaban a escenarios de confrontación. El compartimiento del trabajo y la responsabilidad comunales permitía acceder al debate y la toma de decisiones, su opinión cobraba importancia e incidía en las decisiones comunales. Estos avances se concretaban en el acceso cada vez más frecuente de las líderes femeninas acargos de la representación comunal y hasta en instancias de gobierno local.

Ya desde 1986 en adelante, la acción de la población rural ayacuchana organizada en grupos de autodefensa con el apoyo de las fuerzas de orden, empezó a aislar a Sendero Luminoso en muchas zonas del campo. En estas condiciones adversas Sendero decidió abrir nuevos frentes hacia la región central, especialmente Junín, sin abandonar el espacio ayacuchano (ver ensayo de Manrique en este libro). También Sendero respondía a sus dificultades con una estrategia de sanción ejemplar, a través de operativos sorpresa sobre las comunidades que mayor capacidad de rechazo mostraron. Como resultado tuvimos en la región alrededor de 300 comunidades ayacuchanas totalmente arrasadas y/o abandonadas, la mayor parte de ellas por responsabilidad de Sendero. En este periodo las represalias a las comunidades significaron actos de verdadero genocidio, dejando una incursión un saldo de decenas de muertos y siendo las principales víctimas mujeres, niños y ancianos. Las incursiones sucedieron hasta siete veces en algunos casos, lo que condenó al conjunto de la población a una situación de zozobra permanente con secuelas muy graves de deterioro para su salud mental.

En este contexto de represalia espantosa, expandir y fortalecer los clubes de madres fue especialmente importante para preservar y fomentar una capacidad de acción. Las organizaciones de mujeres iniciaron su aparición en los años sesenta, por iniciativa del Estado y principalmente de la universidad, y eran muy circunscritas a las áreas urbano-marginales. Pero la propuesta no tuvo mayor acogida y hacia fines de los setenta sólo se registraron 60 clubes de madres en todo el departamento. Sin embargo, en los años de la guerra la mujer acumulaba una gran experiencia organizativa y una gran necesidad de respuestas y así iban multiplicándose los clubes de madres espontáneamente a lo largo y ancho del departamento. La misma expansión hizo evidente la necesidad de superar la acción inconexa y de trascender el nivel inmediato de los clubes de madres y sus

This article is from: