VIOLENCIA EMOCIONAL Por Guadalupe Mesa Bribiesca.
Después de haber trabajado con jóvenes y madres de familia durante 17 años en zonas marginadas estoy convencida que las raíces de la violencia que vive nuestro país (México) se gesta en la violencia intrafamiliar que de maneras a veces disimulada y otras veces directa y cruel, se ejerce contra mujeres, niños y personas mayores. He escuchado a un sinnúmero de madres de familia, que acuden a terapia, angustiadas e impotentes, porque su hijo adolescente ha escogido el camino de las drogas, el narco-menudeo o la delincuencia organizada. Al oír sus historias, me he convencido de que esta decisión de los jóvenes no es el resultado de una reflexión conciente, sino un impulso detonado por la ira y la incomprensión, consecuencia de un ambiente familiar, donde muchas veces, la misma autoridad es la principal fuente de agresiones, humillaciones y daños a la auto-estima. En mi opinión, si tomamos en serio el problema de la “delincuencia organizada” deberíamos atacarlo desde sus raíces, en el seno de la familia con programas que eviten y sanen la violencia intrafamiliar: cursos, terapias, talleres, intervenciones. Hace algunos meses me entrevistaron en TV y me hicieron una pregunta que en ese momento no pude contestar completamente: “¿Por qué ahora los villanos son los héroes de nuestros niños?”, pues bien… ahora contestaría: los villanos son el símbolo de la rebeldía, una rebeldía que esconde una ira profunda contra una autoridad que se presenta irracional, injusta y cruel. Esta autoridad está a veces, en el padre de familia, en el director de escuela, en el policía corrupto, en la injusticia social que se padece y de ahí podemos derivarnos para mencionar la ira ante un mundo gobernado por intereses y no por valores humanos; que debido a esos intereses, declara guerras, vende productos insanos, promueve el materialismo y el consumismo, genera la competencia en contra de la solidaridad, en fin, crea un mundo materialista que destruye el propio planeta, que es la casa de todos. Pero en esta primera parte de la materia: “violencia emocional” , sin meternos en análisis políticos o económicos, analizaremos el primer plano: ¿De qué manera la violencia emocional ejercida en el hogar, en la pareja, en la escuela, etc. Crea un caldo de cultivo perfecto para la delincuencia, el crimen y la trata de personas como cosas ?. La violencia intrafamiliar crea patrones de padre o madre que son enfermizos pero que son repetidos por los niños en la edad adulta, muchas veces más crueles, más insanos. Los daños en la auto-estima, ocasionados en los niños provocan muchas veces, un “narcisismo despótico”, que no es sino una manera de tratar de probar a los demás “que si valgo”, que incluso “soy superior”. Y así surge el racismo, la homofobia, la misoginea, la androfobia, el crecimiento exponencial de líderes de bandas, de criminales , así como la corrupción y la impunidad que resultan ser causa y consecuencia de la delincuencia
organizada. Todo un círculo vicioso que podemos romper, en mi opinión, sólo si atacamos el problema desde la raíz: lo que pasa en la familia. ¿Qué es la violencia emocional? Es la violencia que se ejerce a través de conductas, actitudes y reacciones que lastiman directamente la auto estima y la salud psicológica de una persona. En el “Esquema de Tipos de Violencia Emocional presento un cuadro que clasifica diversos tipos o tácticas de violencia emocional que van desde las más sutiles, difíciles de identificar como violencia emocional, (y por ello a veces más dañinas) hasta las más directas y crueles. Las consecuencias más graves de la violencia emocional surgen cuando esta es ejercida sistemáticamente por un largo período, esto suele suceder en los matrimonios y en la relación padre-hijos. Sin embargo, también se ejerce en el trabajo (mobbing), en la escuela (bullying) y en muchos ámbitos de la convivencia humana, como hospitales y asilos, donde quien tiene el poder (debido a la incapacidad del otro), utiliza al enfermo, al anciano, empleado, alumno... para descargar su ira contenida por frustraciones personales, sociales, o precisamente por haber sido víctima de esta violencia en la infancia. “Con el propósito de obtener y mantener el poder y el control sobre su víctima, el abusador la hace sentir mal, humillándola y avergonzándola una y otra vez. Lentamente, la persona afectada va deteriorando la imagen que tiene de sí misma, así como de su propio valor, con lo que disminuye su capacidad para tomar decisiones”(1) Debido a nuestras raíces culturales es la mujer, dentro de la pareja, quien ha sido la principal víctima de este tipo de violencia. Curiosamente, mientras la víctima muestra más señales de miedo e inseguridad, el agresor siente más ira y desprecio por ella, y por tanto ejerce una violencia cada vez más dura. El mensaje oculto es “te desprecio por tu debilidad ante mí”. Frecuentemente, el agresor es cruel e inhumano con su pareja a puerta cerrada, pero actúa de forma encantadora frente a los demás. Con el tiempo la víctima va cayendo en un estado de confusión, incomprensión (de ella misma y ante los demás), se autodevalúa y se culpa por “no poder complacer a su pareja” más tarde surge una depresión permanente y pierde la alegría, el amor a la vida y por tanto las ganas de vivir. Surgen ideas suicidas o fantasías de muerte. Una paciente me confesaba que en las noches de insomnio, la única manera de sedar su angustia era imaginándose lo que ella llamaba “cien distintas maneras de caer muerta”. En estas formas, ella no tenía que recurrir al suicidio y podía evitar la culpa y el castigo, simplemente imaginaba, que por azares del destino, era asesinada en un asalto a un banco, era diagnosticada de un cáncer terminal, caía dramáticamente de las escaleras, o moría en el quirófano…. Todas estas visualizaciones le iban calmando la angustia hasta que quedaba al fin, dormida.
Un síntoma común en los agresores (cuya arma principal es generalmente el chantaje y su objetivo el control) es el invertir los papeles, es decir, se disfraza de víctima y culpa al otro de todo lo que no sucede como él espera: la frecuencia del acto sexual, la limpieza del hogar, la falta de ciertas atenciones hacia él, la sospecha de que exista un amante, el reclamo de que la madre o las amigas le roben el tiempo que pertenece a él y así, carga a su pareja con la responsabilidad de su propia frustración. En Psicología Gestalt a esto se le llama, carácter proyectivo, porque no es capaz de ver, el vacío dentro de sí mismo y proyecta en el otro su propia insatisfacción. Este tipo de personas acaban encontrando parejas que fácilmente se sienten culpables. En la psicología Gestalt se llama “personalidad confluente”. CARACTERÍSTICAS DE LAS PERSONAS SUCEPTIBLES DE SER VÍCTIMAS DE VIOLENCIA EMOCIONAL (PERSONALIDAD CONFLUENTE)
Cuando decimos que la víctima suele ser una “persona confluente” nos referimos a que son personas cuya principal preocupación es “complacer a los demás”. De ahí confluente=fluir con las expectativas de los demás, principalmente de aquellos de quienes esperan más urgentemente aprobación: El padre, la madre, la pareja, incluso los hijos. Una madre “confluente” suele ser permisiva con sus hijos, tiende a cumplir sus caprichos, exige poco, por lo que los hace poco responsables y posiblemente, cuando estos sean adultos serán personas caprichosas acostumbradas a hacer su voluntad y a esperar que los otros (como lo hizo su madre) cumplan sus expectativas. Algunos de ellos serán posibles victimarios en las relaciones de violencia emocional. Las personas confluentes tienen un profundo temor al rechazo o al abandono por lo que tienden a la dependencia emocional. Este miedo surge generalmente en la infancia cuando el amor que se recibe es condicional, es decir, el niño se siente amado sólo cuando recibe aprobación de los padres, pero si no cumple las expectativas de estos es rechazado o abandonado emocionalmente. (ley del hielo, ausencia, aislamiento, actitudes despectivas, maltrato emocional). Claro que también existe un componente genético, pues ante el mismo trato otra persona podría desarrollar una profunda rebeldía y falta de respeto por la autoridad. Estos son algunos de los síntomas que presenta la persona confluente, susceptible de ser una víctima de violencia. Estos síntomas se detectan aún antes de entablar una relación: • • • • • • • • •
Se siente responsable de las necesidades de los otros Sienten impotencia o culpa ante el malestar de otra persona Dice sí, cuando en realidad quiere decir, no Trabaja más de lo que le corresponde y cae en la tentación de realizar las tareas de los demás. No le da importancia a sus propias necesidades. Prefiere complacer a otros antes que a sí mismo Se siente culpable cuando recibe Se siente vacío cuando no tiene un problema.(por necesidad de auto-castigo) Siempre está el “deber”, antes que el “disfrutar”.
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Se siente insuficientemente buena a pesar de sus intentos por agradar a los demás. Le duele intensamente el rechazo o la crítica Se siente culpable si se divierte o gasta en sí misma. Difícilmente se siente feliz, como si no lo mereciera.
Muchas veces, cuando empieza para ellas (o ellos) una etapa de felicidad atraen un accidente, un problema, una enfermedad, que funciona como auto-castigo porque inconcientemente hay un mensaje de “Yo no merezco las cosas buenas de la vida” Este mensaje inconciente que llena su vida de auto-sabotajes, está presente en muchas de las víctimas de violencia emocional y algunas veces se crea desde el vientre materno cuando el niño no es deseado, querido ni bienvenido. Se forma entonces una dolorosa “culpa de haber nacido” que atrae auto-castigo durante toda la vida del individuo. Las cosas empeoran si además alguno de los padres (o ambos) intoxica su infancia con frases como “no sé por qué te tuve”; “arruinaste mi carrera”, “de no ser por ti seríamos felices”; “cómo me haces perder tiempo” ; “cómo me estorbas”. Estos pensamientos de los padres no sólo son expresados verbalmente, sino que la idea de ser un estorbo es formada en la mente del niño por las actitudes de desprecio e intolerancia de los padres. Pero tales frases no son necesarias, a veces la violencia emocional es inflingida sin conciencia de los padres y con buenas intenciones: tuve el caso de una paciente que sufría de (TAD) Trastorno de Atención Dispersa, por lo que toda su infancia y adolescencia estuvo marcada por errores que a los ojos de su padre parecían dramáticos: perdía el suéter, dejaba la puerta abierta, perdía la calculadora e incluso una vez dejó pegadas las llaves por la parte de afuera de su casa. Cada vez que escuchaba su nombre sabía que venía un regaño, se culpaba del enojo de su padre que además era poco afectivo. Por otro lado éste mantenía un trabajo insatisfactorio que lo llenaba de pesar (ella no lo sabía en ese entonces), pero se sentía responsable del malestar, la lejanía y la frustración de él. Con todo esto llegó a sentirse un verdadero estorbo en su casa. Todo ello le acarreó esa sensación de “no puedo ser suficientemente buena” que al pasar de los años la hizo caer en una grave relación de abuso por parte de su marido. Hay que aclarar en este ejemplo, que los continuos regaños se aunaron a la ausencia de expresiones afectivas de parte de su padre que le hacían sentir, que la única manera de lograr el amor de él, era “dejar de cometer errores y cumplir en todo las expectativas de éste: buenas calificaciones, obediencia, etc. Lo importante de detenernos en este simple ejemplo está en destacar, que cuando la disciplina es para los padres, más importante que la expresión del afecto, en su papel de educadores, se corre el riesgo de crear “mujeres y hombres susceptibles del maltrato emocional. .Así que podemos concluir que la mayor parte de las víctimas de abuso en la edad adulta lo fueron también en la infancia o desde el vientre materno y que esta idea “consciente o inconciente” de “estorbar en la vida de los padres” hace que se sientan culpables o merecedoras de castigo. La frase más fuerte de violencia emocional que escuché en terapia fue la que escuchó una paciente de 38 años de la boca de su madre a los 8 años de edad: “Debí haberte abortado”. Esta frase creo en ella, tal dolor interno, que desde entonces había padecido fuertes depresiones e intentos suicidas.