Arjé N6- El Imperio De Lo Simple

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El Libro de Ayer El ayer estaba escrito en el ayer con letras claras y redondas, y de El Libro de Ayer resbalaban; un pez, una fuente, caminos estampados, calles con amaneceres, parques con crepúsculos; casas con sus gentes; con sus pensamientos y con sus obras, con sus alegrías y con sus tribulaciones; tiempos con sus días y sus noches, tiempos de agitación, tiempos en benéfica invariabilidad; ancianos perdonables y mujeres solas, perros ciegos, gatos asustados, hombres lustrosos… toda suerte, toda especie y toda calidad; todo término y toda condición; cosas describibles y guardables, incontablemente cosas y cosas que en el libro permanecían encontrables, deletreables, odiables o queribles. Siempre las cosas, dentro del libro, libro adentro; palabras y más palabras, con puntos y señales; palabras pronunciables e impronunciables; conocidas y desconocidas; palabras en uso y en desuso; palabras olvidadas, llaneras, agudáicas, esdrujularias, obsesas y posesas, sometidas, lisas y sedosas… palabras emergiendo de las páginas en que todo puede fabricarse al antojo del escriba: otro verano ni el mío ni el tuyo, el suyo -; otra primavera, otoño, invierno. Cada uno resguardado entre las tapas del libro, se abre ante sus propias sombras o sus propias claridades, o se cierra en laberintos según sea el trato; el de abrir o el de cerrar el libro. En El Libro de Ayer donde el ayer escrito estaba, poco a poco se fue escondiendo un ayer dentro del otro. Los días y las noches se apretaron, se empujaron, se mintieron y metieron, una y otra, y otra vez, ya casi sin caber un ápice de tiempo, en el estambre tejido de sus trenzas polisémicas, con sus lunas y sus soles, con sus vivos y sus muertos, con sus malos y sus buenos, sus enfermos y sus sanos, sus jóvenes y viejos, sus escuelas, hospitales, cementerios, campanarios, sus destierros… ¡Oh, el destierro!... ¡Ah, qué nudo colosal nos trajo el libro con su enorme crecimiento! Y en un ¡zaz!, o en un ¡tris!, o en un ¡chuculún!, los que abrieron el libro de lo escrito ayer para continuar llenándolo con cosas; otras cosas, nuevas cosas, esas con que siempre pueden llenarse los libros hasta que ya no

caben más cosas y hay que buscar el libro que le sigue con las cosas que le siguen, y luego el otro, y el otro, y el otro, y todos los libros que deben y deberán seguirles y llenarse, vieron como el libro de las cosas en que el ayer escrito estaba -¡bum!explotó lanzando de repente las palabras, como campanazos, o como truenos. Las arrojó como un vómito gigantesco sobre las orejas de los padres, sobre las orejas de los hijos y los hijos de los hijos de los hijos. Las cosas se perdían en medio de aquel caos de palabras irredentas que porfiaban corresponder al espacio, a la libertad, al ocio, a la anarquía, y no al libro en que alguna vez habían sido remitidas, consignadas y desprovistas de autonomía como en un claustro, o en una cárcel, o en un cementerio de palabras. Fue algo así como una rebelión. Digamos que fue la rebelión de las palabras. Pero la rebelión de las palabras es, a su vez, el caos de las cosas. Las palabras, sediciosas, se esfumaban por los callejones del oído, de todos los oídos. Gritaban, aullaban en total desprendimiento del orden impuesto, de la cronología mezquina, de la inmovilidad, como quien abdica ante la inservible prisión de un trono, de un mandato despreciable y, evadiendo la imposición de una responsabilidad inútil, se enrola en una merecida insurrección. La crónica dormida en el libro, era ahora una crónica despierta, viva, desordenada, de espeluznante aleteo giratorio. A partir de aquel momento era de esperarse lo inesperado. El pueblo es así, quiere una ley, un orden, un sentido cronometrado y una crónica empotrada y de fácil dominio. Entonces todos, todos todos, estuvieron de acuerdo en comenzar otro libro. Las cosas anteriores del libro de las cosas, ya no eran encontrables, deletreables, odiables o queribles, sino el caos infranqueable. Era menester escribir de nuevo, asentar nuevamente lo nuevo en el nuevo libro de las cosas nuevas: los sucesos, absolutamente todo como en el primer libro; todo eso que solamente puede guardarse en un buen libro, un libro para ser llenado con palabras de las que se sostienen las cosas; las cosas que siempre

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