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Umberto Senegal

UMBERTO SENEGAL

(Calarcá, Quindío)

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Poeta, cuentista, ensayista, editor, fotógrafo y educador. Colaborador de múltiples periódicos y revistas dentro y fuera de Colombia. Ha editado y dirigido varias revistas y periódicos literarios. Ganador de varios concursos regionales de cuento y poesía.

Marquesita Quesalde

Como cargaba ese rostro equino y algo más desde cuando nació y nada pudo hacerse, eligió la profesión de bruja. Yerbatera de las buenas. Ojeadora de las buenas para males y también para virtudes cuando sabían darle trato. En el pueblo la temían unos, y otros la respetaban pero, de amores, nunca. Desde niña su cara determinó su futuro y el del pueblo. La consultaban para sacar daños del cuerpo y dolencias de los sentimientos. Marquesita Quesalde especializó sus brujerías en curar o matar animales: cerdos, vacas, caballos, ovejas. Una mirada suya desplomaba una mula, volvía estéril una marrana, secaba la leche de las cabras, ponía triste a los canarios o anudaba a las ovejas su vellón. Con esa cara, las miradas le mejoraban cada año su profesión.

Un día, de la noche a la mañana, la bruja desapareció dejando todo lo de su casa. Hasta un pedazo de sombra suya sobre la pared de la alcoba, bajo un cuadro grandísimo de José Gregorio Hernández. Ese mismo día, también desapareció el mejor caballo del viejo Rubiroso Amaya. Nadie roba un caballo a grandes para el pueblo: Marquesita y el caballo. Yo no lo vi pero varios trabajadores que madrugan para las fincas, aseguran que lo vieron a todo trote, como hechizado, detrás de una hermosa yegua blanca que les era familiar pero que jamás habían visto en la región.

Recuerdos

Cuando abuela deseaba llorar iba al sótano. Allí lo hacía pensando que nadie la escuchaba. Todos íbamos hasta la puerta y nos quedábamos oyéndola. Si alguno se compadecía y pedía entrar para consolarla, madre lo impedía, gesticulando. Cuando abuela: quería reír, iba al sótano donde reía hasta asustarnos. También bajábamos a escucharla tras la puerta. Madre nos decía que podía entrar quien lo deseara, pero nadie cayó en su trampa: preferíamos escuchar desde allí.

Un día, abuela decidió no volver al sótano. No llorar ni reír más. Desde entonces, una tras otro en diferentes días de la semana, bajamos a llorar y reír, Ignoramos si abuela escucha tras la puerta.

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