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El coleccionista de mapas
¡Año 1997! El coleccionista de mapas descubre durante su viaje a Jordania la que podría ser la representación cartográfica más antigua conocida, al menos de la antigua Palestina y Tierra Santa. Estaba delante del mosaico romano de Madaba, del siglo VI, en la villa homónima conocida como la ciudad de los mosaicos. En aquel momento, sin saberlo, se le despertaba un afán recopilatorio, pensando en sus Pirineos… ¡Año 2012! El coleccionista localiza, viajando virtualmente desde su casa y gracias a un catálogo de ventas, el mapa más valioso y considerado pionero o más antiguo de todos los Pirineos: Les Monts Pyrénées ou sont remarqués les passages de France en Espagne, de 1696 o quizás 1691 (la primera edición), por Sanson hijo, conocido por su villa natal de Abbeville y geógrafo del rey francés de la época. Con esta joya coloreada que el coleccionista solamente tenía en facsímile, editado en Pyrénées Magazine (nº 94, 2004) y que hubiera buscado toda su vida, se empieza a cerrar el ciclo, aunque siempre quedará medio abierto por sorpresas desconocidas o no catalogadas en este mundo apasionante de la cartografía pirenaica. “Mentre món sia món, Cendrosa será de Son” (“mientras el mundo sea mundo, Cendrosa será de Son”), recogía el excursionista Vidal en el boletín del Centre Excursionista de Catalunya (CEC) de 1897. Un refrán que conocen perfectamente los propietarios y vecinos de los municipios del Alt Àneu (Pallars Sobirà) y Naut Aran, y sobre todo observando el mapa fantástico aranés del ingeniero forestal Reig (1894). Un mapa que utilizará una conocida empresa privada, que explota en estos amprius transpirenaicos sus pistas de esquí, a caballo de las dos vertientes del antiguo puerto de Pallars, todo ello para aclarar a que municipio hay que “arrendar” esos pastos para los nuevos rebaños del invierno. Este es solo uno de los muchos ejemplos de cómo la cartografía ha solucionado los nuevos conflictos y dudas en pleno siglo XX. Pero sobre nuestro apreciado Parque y los Pirineos Centrales, el coleccionista acaba de encontrar más cartas, como denominaban antes a los mapas, en concreto, de las primeras cartas dedicadas al actual territorio protegido. Tal como lo conocemos, una vez realizada la ampliación de 1996, la Generalitat a través de sus institutos oficiales publicó la primera edición cartográfica del Parque en 1997 mientras que la veterana editorial Alpina editó el mapa actual, un año después, como primera edición moderna. Decimos moderna porqué desde el año 1952 aquella pionera editorial catalana ya dedicaba su primer trabajo a Sant Maurici, nombre con el que se bautizó aquel mapa. Comenzaron las exitosas y mejoradas reediciones, hoy perseguidas por el coleccionista y otros “enfermos” que las encuentran en las viejas librerías, así como una nueva publicación, el año 1961, con otra primera edición por el lado boinés, es decir, Aigüestortes. Se vendía inicialmente con el mal nombre aranés de Montarto (Montardo) con unas cuantas exitosas reediciones hasta la edición de otros mapas de formato comarcal y municipal como los de Ribagorça, Molières o Vall de Boí, de ésta i de otras editoriales como la vasca Sua o la aragonesa Prames, mientras aparecían también de rutas transversales como la Transpirenaica del GR-11 o cartas temáticas que bordean o recorren en parte el espacio protegido como el mapa de
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Mapa de los Pirineos de Sanson hijo (1691)
el col·leccionista de mapes
Carros y Pedals de Foc. A las puertas del siglo XX aún encontramos algunas editoriales que dedican sus esfuerzos en exclusiva o en parte al territorio del Parque, como es la interesante primera edición de la Piolet (2000), o las del Institut Cartogràfic de Catalunya y Institut Geològic de Catalunya, con las primeras ediciones municipales y las pioneras de la colección de mapas de aludes por sectores. De los vecinos occitanos destacamos la francesa Rando éditions, Couserans (desde 1980) donde aparece el Alto Arán y todo el Parque. Vecinos que, por cierto, fueron ellos, como no, los primeros cartógrafos pirenaicos y de nuestro Parque, el cual era conocido como Encantats (con motivo de la conquista de la montaña mítica, en 1901) o País de Arán desde el siglo XIX, como podemos ver en las crónicas de los grandes conquistadores y cartógrafos de los Pirineos Centrales. Los fotógrafos y postaleros también realizaron colecciones enteras del Parque con aquella última definición aranesista, como por ejemplo, por parte del gran Gourdon o de los hermanos Spont, con postales muy buscadas de aquellas primeras ediciones. Ésta es la historia moderna o mejor dicho contemporánea de los últimos cien años hasta llegar a la cartografía visual o por ordenadores con las primeras ediciones en formato CD-ROM y de ámbito comarcal, como es el caso de la colección Rutes de Catalunya, nº 4 dedicado a la Alta Ribagorza y el Valle de Arán (1999). En 2001, primer año del siglo XXI (no el 2000, como nos recuerda el coleccionista) aparece un nuevo mapa virtual, el de la Alpina, sobre el Arán que engloba parte de las otras comarcas del Parque. Pero vayamos más atrás en el tiempo, antes de la creación del Parque y de la publicación de la palabra “pirineísmo” por parte del gran Beraldi (1898). Sin extendernos mucho por la historia, ésta ya daría para publicar un Atlas cartográfico de nuestro territorio pirenaico (ésta es la idea del coleccionista antes de donarlo todo a los archivos), tal como hiciera el
Col·legi d’Arquitectes de Lleida, con su imprescindible Atles de les viles, ciutats i territoris de Lleida (2001). Otro ejemplo es la pionera en su tiempo y vanguardista colección Gran Geografía Comarcal de Catalunya (vol. 19), que incluye Cartografía de Catalunya (1985), donde podremos sumergirnos hasta la cartografía más primigenia: mi adlátere Claudio Ptolomeo en el siglo II; los famosos “portolanos” y los primeros cartógrafos del país o de fuera que tuvieron la pericia de marcar los Pirineos desde el siglo XV, como Mercator, Ortelius, Blaeu; la edad de oro de la Cartografía renacentista francesa, primero por motivos militares, en los siglos XVI-XVIII: Sanson, de fer, Cassini, López, Aparici y otros que hablan de nuestro estimado territorio, como los de Labanha, Darnius, Borzano, Zamora o La Blottière&Rusell; por motivos científicos y también turísticos de los siglos XIX-XX: Schrader, Gourdon, Reig, Soler i Santaló u otros anónimos que nos han dejado trabajos destacados, algunos aún inéditos, desde lingüistas y etnógrafos a botánicos y geólogos, etc… Toda esta recopilación, el coleccionista espera darla a conocer in extenso, tal como se ha hecho en cierta manera con los catálogos fotográficos y el magnífico inventario de imágenes del Parque Nacional. El trabajo continúa abierto y es el camino a seguir para la recuperación de un patrimonio aún desconocido e infravalorado, que nos debe permitir redescubrir, por ejemplo, los estudios pioneros de los primeros ingenieros forestales y mineros. El coleccionista desea, para acabar, que publicaciones como la que tenéis en las manos lleguen al lector, como siempre, en papel y no solo virtualmente. El trabajo de las publicaciones periódicas de índole más local es clave para la investigación, el conocimiento y la difusión del patrimonio. Es otra forma de hacer país con mayúsculas.
Claudi Aventín-Bòya