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Mi resguardo
Es licenciado en Arquitectura por la UNAM. Estudió artes plásticas en la Escuela Nacional de Bellas Artes la Esmeralda. Obtuvo la Maestría en Artes Visuales en la Academia de San Carlos, UNAM. Ha realizado exposiciones individuales, así como colectivas en México y en el extranjero, Ha sido seleccionado en concursos nacionales e internacionales como: Japón, Puerto Rico, Francia, Yugoslavia, España, Egipto, China, Italia, entre otros. Obtuvo el primer lugar en el concurso El Ingenioso Quijote de la mancha en 1989, celebrado en Ciudad de México. Ganó la medalla en la tercera trienal de MIEZYNAROWE en contra de la guerra, Dublín-Polonia. Obtuvo la beca de producción gráfica del Centro Nacional de las Artes en 1997. En 1998 obtuvo la mención honorífica en la séptima Bienal Nacional Diego Rivera, en Ciudad de México. En el 2001 recibe mención honorífica en el concurso Imágenes de vida, derechos humanos, Ciudad de Mexico. carlosmarquezgonzalez@live.com.mx
Carlos Mauro Márquez González
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El confinamiento como una de las acciones para protegernos de la infección del coronavirus me orilló a añorar mi niñez de recuerdos tan simples que marcaron el camino que elegí al andar, recuerdos como el de salir a la calle y jugar con masas de lodo para formar ingeniosos seres fantásticos con poderes, tales como el de alimentarse de los sueños de otros, o el de escaparme de los brazos maternos para mirar al viejo que jalaba dificultosamente un carrito con botes de nieve que vendía frente al portón de la vecindad y que yo le compraba todos los domingos por la tarde, después de haber jugado un partido de futbol con mis amigos.
Un día me comentaron que el viejo descansaba en un cajón de madera en su vivienda, la curiosidad me aconsejó que caminara tras la gente del vecindario que siseaban palabras que nunca comprendí. El hombre yacía postrado en un féretro rodeado de pequeños cirios encendidos y flores de hermosos colores. El cuarto era pequeño, sin ventanas y en el espacio se percibía un olor como a iglesia, como a magia mística de lo desconocido de las casas antiguas que guardan nuestros abuelos.
Yo parado en un rincón tímidamente observaba los rostros que se acercaban a la caja, rostros de tristeza, de angustia, de morbo y algunos otros de indiferencia. Mi curiosidad fue mayor a mi prudencia y me acerqué a mirar con mucho trabajo lo que había dentro del féretro, mi sorpresa fue inexplicable porque miraba a un hombre totalmente diferente en su fisonomía, ya que sus rasgos físicos habían cambiado, su color y sus ojos semiabiertos con una expresión benévola y apacible me acercaron a ver la muerte por primera vez. Sin embargo, creí durante toda mi niñez que el hombre de las nieves les había jugado una broma, escapándose como yo lo hacía frecuentemente de los brazos de mi madre.
Hoy que han pasado muchos años, miro a través de mi resguardo la desgracia que se apodera de miles de gentes muriendo y no poder escapar como yo pensé durante años sobre el mágico don del escape del señor de las nieves.