Capítulo III Descripción del temblor de tierra El 3 de junio de 1770, día de pentecostés, quedará mucho tiempo gravado en la memoria de los habitantes de Saint Domingue. Al comienzo del día, en la mañana hacía un calor agobiante, seguido en algunos sectores de la isla de fuertes aguaceros, después de los cuales el calor se tornó incómodo e insoportable como si no hubiese llovido. Las consabidas brisas que soplaban con regularidad no se manifestaron durante el día. A las siete y un cuarto de la noche, reinaba en todas partes una quietud perfecta, sin que el más mínimo viento circulase por los poblados. El cielo estaba exento de nubes, la atmósfera estaba cargada de vapores que eclipsaban las estrellas, y en lo alto del cielo se podía observar la luz pálida de la luna. Todo respiraba duelo, silencio sospechoso. La tierra de súbito comenzó a moverse suavemente como para calentar sus energías y sus fuerzas, pero de un golpe pareció salirse de su órbita y se sintieron sacudidas violentas, dirigidas primero de Este a Oeste, girando estas sacudidas como un compás, y con una increíble rapidez. Toda la naturaleza parecía precipitarse a su fin, deshacerse; el suelo parecía flotar, las rocas se quebraban como hojas, se abrían y vertían de súbito unas aguas subterráneas que estaban comprimidas en las entrañas de la tierra. Árboles enormes 133