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Presentación: Christopher Paniagua Pág. 7 • Prólogo: Frank Moya Pons Pág

Prólogo

Frank Moya Pons

Historiador

Mientras se encontraba en el recién fundado convento de los dominicos en la villa de Puerto Plata, en 1525, hace casi quinientos años, un sacerdote español llamado Bartolomé de las Casas, comenzó a escribir una gran crónica del descubrimiento y colonización de América titulada Historia de las Indias.

Tanto en ese libro como en otra obra suya de título parecido, la Apologética Historia de las Indias, Las Casas expresó continua admiración por la abundancia de estuarios, ríos, arroyos y cañadas que sostenían la exuberancia biológica de la isla llamada entonces Española.

En estas obras Las Casas describe las características geográficas y ecológicas de las “provincias naturales” de la isla. Según este cronista “había en esta isla Española cinco reinos muy grandes principales y cinco reyes muy poderosos […]. El un reino se llamaba Maguá, la última sílaba aguda, que quiere decir el reino de la vega. Esta vega es de las más insignes y admirables cosas del mundo […]. Entran en ella sobre treinta mil ríos y arroyos, entre los cuales son los doce tan grandes como Ebro y Duero y Guadalquivir; y todos los ríos que vienen de la una sierra que esté al Poniente, que son los veinte y veinte y cinco mil, son riquísimos de oro […]. El rey y señor deste reino se llamaba Guarionex”.

La objetividad de este párrafo, obviamente hiperbólico, ha sido cuestionada por algunos escritores desconocedores de la geografía hídrica de la isla, cuya parte dominicana, según nos dice el sapiente fotógrafo y naturalista Domingo Marte, conserva todavía casi dos mil cursos fluviales dignos de mención (1,850 más precisamente) después de medio milenio de deforestación y degradación de cuencas.

Quienes conocen la parte occidental de esta isla, en donde el territorio está muchísimo más degradado, saben que allí también quedan numerosos ríos y arroyos con agua, a pesar de la desertificación de extensas partes de su territorio, y aunque no existe un conteo como el que nos presenta hoy Domingo Marte, observaciones empíricas capturadas en filme nos permiten asegurar que allí pueden contarse más de mil estuarios, ríos, arroyos y cañadas con agua.

La razón por la que todavía queda agua en ambos lados de la isla, pese a la desaparición de sus flujos más pequeños, reside en que, en este territorio insular, continúa lloviendo lo mismo que hace medio milenio, y si hoy vemos menos ríos (y esos que vemos están disminuidos) se debe a que la mayoría de las cuencas han perdido su cobertura boscosa y no pueden retener el agua como antes.

Este fenómeno puede ilustrarse bien mediante el “símil del brócoli y el lavamanos” que explica que un bosque intacto funciona hidrológicamente como un brócoli pues retiene el agua que recibe y la va soltando gradualmente, en tanto que un lavamanos la deja escurrir rápidamente quedando seco en poco tiempo. Las cuencas deforestadas funcionan como lavamanos y quedan sin agua, o con muy poca, y muchos de sus ríos terminan desapareciendo. Es por ello que han desaparecido miles de los cursos fluviales que Bartolomé de las Casas consideró ríos cuando los vio con agua a principios del siglo XVI. Para un español de entonces, procedente de la meseta castellana en donde había pocos ríos, la abundancia de estos en un territorio tropical boscoso y húmedo debió resultar una experiencia sorprendente.

Leer cuidadosamente este libro de Domingo Marte analizando simultáneamente sus reveladoras fotografías (unas de impresionante belleza y otras penosamente dramáticas por el pobre estado de ciertos ríos dominicanos) produce una mezcla de emociones difíciles de expresar.

También produce gran admiración saber que para documentar el estado de estos ríos Domingo Marte se dedicó por años a recorrer a pie todos los torrentes que describe, desde su nacimiento hasta sus desembocaduras. Conozco bien el duro e inmenso trabajo que esto significa, pues una vez tuve el honor de recorrer con él el cauce del río Yuna casi desde su nacimiento, en las cercanías de Rancho Arriba, hasta su confluencia con el río Blanco. Ningún dominicano ha hecho antes una labor semejante a esta obra ejecutada por Domingo Marte, en la cual él se supera a sí mismo, pues ya había realizado un esfuerzo similar para acopiar las fotos y datos que utilizó en su formidable libro sobre las playas y costas dominicanas, publicado también por el Banco Popular Dominicano con el título Ecos de la costa: Travesía por el litoral marino dominicano (2016). Para ese otro libro Domingo recorrió a pie, en lomo de mulos y caballos, y en helicópteros toda la periferia del país.

Este nuevo libro tiene la virtud de que deja en el lector la clara noción de que, no importa cuán mucho llueva, cada vez tenemos menos agua disponible, ya sea por efecto de la deforestación o por contaminación antropogénica.

Las afirmaciones de Marte pueden ser respaldadas con varios ejemplos que vemos repetidos centenares, si no miles, de veces en todo el país. Por ejemplo: nadie recuerda hoy que en donde está ubicada la zona franca industrial de La Vega hubo hace ochenta años un arroyo y una laguna en donde los lugareños iban a nadar y pescar. Como ese caso también podemos mencionar la inexorable agonía de otros ríos y riachuelos convertidos hoy en pastizales, basureros o en lechos de piedras en todo el territorio nacional.

Con sus impresionantes fotografías y sus bien documentados textos, Marte nos lanza un dramático mensaje de alerta sobre la necesidad de proceder urgentemente con la restauración de aquellas cuencas hídricas que están hoy en peligro de perder su capacidad generadora de agua.

Domingo Marte se vale de la belleza de sus imágenes y la originalidad de su ojo fotográfico para atraer nuestra atención hacia el gran drama que subyace debajo de la hermosura de sus paisajes y nos dice con su lente en la mano que, aunque tarde, todavía hay tiempo para evitar la muerte de las aguas.

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