¿Por dónde danzas? Ciro
“Al flamenco le falta humildad” Nos recibe en su acogedora casa del centro de Madrid, dispuesto a compartir con nosotros un pedacito de su historia, Ciro, uno de los Maestros de flamenco más reconocidos y prestigiosos de nuestro país. Por sus manos han pasado infinidad de profesionales de la danza, y durante años, sus clases en Amor de Dios han sido ejemplo de rigurosidad y dedicación. Su faceta docente es por todos conocida, pero pocos saben que antes de descubrir su vertiente pedagógica, América le vio triunfar como bailarín, coreógrafo y empresario durante dos décadas. Ciro nos abre las puertas de su casa y de su vida. POR ANABEL POVEDA
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¿Por dónde danzas?
© ELKE STOLZENBERG
Ciro
U
na prótesis de cadera hace siete años le retiró de los estudios de Amor de Dios, porque como reconoce Ciro, esa operación cambió radicalmente su vida. Hoy, siete años después, certifica haberse adaptado a su nueva realidad y disfruta del día a día con resignación, “echando muchísimo de menos las clases”, viendo vídeos, recordando los buenos tiempos y “haciendo vida de jubilado”. Si su yo realista ha aceptado esta nueva etapa alejada del baile, el subconsciente parece no haberse despegado de su profesión y en sueños asegura seguir bailando, coreografiando y haciendo cosas maravillosas. “Ojalá hubiera hecho en mi profesión lo que soy capaz de hacer ahora en sueños”, confiesa con una gran sonrisa cómplice.
A sus 82 años, y con una vitalidad y un aspecto envidiables, lo tiene clarísimo: “Yo he disfrutado muchísimo con el baile, ha sido la pasión de mi vida. Yo dejé todo, luché contra vientos y tempestades por dedicarme a bailar”. Miembro de una acomodada familia de Palencia, y a pesar de haber vivido una Guerra Civil y una de las épocas más oscuras de la historia de España, jamás pasó hambre y sus padres pudieron darles estudios y carreras universitarias a los once hijos. Pero Ciro era diferente… estudiante ejemplar, una vez en cuarto de Derecho, a punto de terminar la carrera, decidió que lo que quería era bailar y se vino a Madrid “con nada” a buscarse la vida. Con la familia en contra y sin un duro se presentó en la capital y se pateó los tres estudios dispersos que había en aquel momento, dispuesto a invertir lo que sacaba en figuraciones y trabajillos, tomando clase. Pasó por las manos de María Ibar, “una profesora de ballet con unos brazos maravilloso”, de Héctor Zaraspe o de La Quica y pronto descubrió Amor de Dios, donde dedicó un año entero a formarse. Asegura que no podía salir a ningún sitio porque todo lo invertía en las clases y que “pasaba un poquitín de hambre”, pero aún así, la recuerda como una etapa preciosa y divertida. La suerte, su sino y el talento hicieron que pronto despuntara y decidió presentarse a una audición para la compañía de Antonio. Cuenta como anécdota que cuando entró en su estudio, un Antonio elegante, con jersey negro de cuello alto, dos perros y la Duquesa de Alba sentada a su lado, le esperaba junto al pianista para hacerle una prueba. Se lució en la parte flamenca pero Antonio le pidió que se pusiera los palillos para
“Al flamenco le falta clase, esa es la gran pena. Si tienes clase tienes humildad, envuelve muchas cosas: elegancia, sinceridad, prudencia, saber estar, y eso es lo que le falta al flamenco"
Publicidad del Tablao de Ciro en San Francisco. POR LA DANZA 87
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bailar una pieza de Escuela Bolera, y ahí fue donde Ciro creyó que había perdido cualquier opción. Se ríe y dice convencido “soy el peor de España tocando las castañuelas”. Y fruto de esa carencia reconocida, en plena audición se empezó a trabar con los palillos, se paró en seco y ante el enfado del propio Antonio, cogió sus cosas y salió por la puerta. Pero para su sorpresa, un asistente del bailarín le llamó y le subieron al despacho del director de la compañía. Allí Antonio le dijo que se iban de gira a Sudáfrica en dos semanas, y que tenía ese tiempo para aprenderse dos programas diferentes porque se iba con ellos… fue tal su sorpresa que encantado cogió al vuelo todas las coreografías y se fue con Antonio a recorrer mundo. Cruzar el charco Defensor a ultranza del flamenco de calidad, recuerda las reuniones de bailaores, guitarristas y cantaores en la Plaza Santa Ana, que de forma espontánea intercambiaban información, ritmos y formas de hacer. Fue en esa época cuando le surgió la posibilidad de irse a Chicago a trabajar a un tablao. Y no dijo que no porque Ciro siempre ha creído que es ahí donde se forma un auténtico bailaor. Le invitaron cuatro semanas y se quedó seis meses, le consiguieron el permiso de trabajo y su estancia en Estados Unidos se prolongó tres años más, de tablao en tablao por todo el país. Descontento con las condiciones de trabajo y los sueldos de los artistas, pensó que esa situación había que cambiarla y decidió hacerse empresario. Montó un tablao flamenco en San Francisco que durante muchos años fue un referente de calidad. Importantes críticos de la zona escribieron más de una vez que el suyo era el mejor espectáculo de la ciudad. Acompañado por Rosa Montoya, y por artistas como Sabicas o Antonio Serrano, fue sacando el tablao adelante con esfuerzo y demostrando que la calidad siempre tiene su recompensa. Fue allí donde una noche cualquiera, con apenas diez personas en el público, bailó sin saberlo para el famoso Moiseyev, director de uno de los ballets rusos más importantes del momento. Y quedó tan prendado del arte de Ciro que a la noche siguiente toda la compañía y todos los medios de comunicación de San Francisco se presentaron en el tablao para contemplar ese arte tan completo y especial. “Tuve que alquilar cincuenta sillas esa noche, lo que allí sucedió no puedo explicarlo con palabras… fue tremendo”, recuerda emocionado. Ese encuentro con Moiseyev, que le confesó que el flamenco era el arte más grande que existe, fue muy fructífero, pues le habló de él al mismísimo empresario Sol Hurok, todo un referente de la época. Le llevaron a Nueva York y en el restaurante Rainbow, con unas luces y delante de unos 300 distribuidores de Estados Unidos, tuvo la oportunidad de demostrar la categoría de su baile. Tanto fue así que en un improvisado camerino entre fogones, firmó su primer contrato con Hurok y montó su propia compañía. Esencialmente flamenca pero con números de danza española o escuela bolera, la Compañía de Ciro giró por todo Estados Unidos en tournés que les llevaron a bailar hasta en ochenta ciudades americanas. Fue una época muy bonita, dura y sacrificada, pero muy intensa. Al mismo tiempo y por una visita casual a un tablao flamenco de Nueva Orleans, en la parte francesa de la ciudad, Ciro volvió a ver la oportunidad al enterarse de que lo iban a cerrar y decidió comprarlo y gestionarlo, al igual que había hecho con el de San Francisco. Lo sacó adelante y en una calle donde apenas había nada más que banderas españolas colgadas de su fachada, fueron proliferando negocios y una vida cultural que los habitantes de Nueva Orleans refrendaron llenando cada noche el establecimiento. Ciro asegura que la primera vez que pisó Nueva Orleans, supo que iba a vivir allí, y sí, siete años estuvo compa-
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ginando el negocio con la compañía al otro lado del charco. Si lo piensa detenidamente, ahora se da cuenta de que se mató a trabajar, pero afirma que lo hizo con gusto… Fue una época en la que se dedicó, básicamente “a hacer y promocionar España”. “Sobre todo siempre hemos dado un flamenco digno, buen flamenco. Creo que ha sido el eje central de mi baile, la calidad. Más que las luces de neón… seriedad”. Volvió a España con la compañía para preparar una actuación en la Ópera House de Sidney, pero un asunto de faldas entre los miembros del grupo provocó que Ciro tuviera que cancelar la gira. Un poco decepcionado, pensó que era el fin de una etapa, pero lejos de acomodarse siguió alquilando su estudio seis de Amor de Dios, para no perder la forma y seguir investigando en su baile. Y allí, con la puerta abierta para poder respirar del polvo que desprendía ese suelo, alumnos y jóvenes que pasaban por allí empezaron a fijarse en sus formas y a pedirle consejos, material y apoyo… y casi sin saberlo, se acercó a la docencia y comenzó otra preciosa etapa de su vida, la de Maestro.
“La memoria es frágil y el egoísmo feroz, la gente cree que si reconoce ayudas e influencias pierde valor, lo que denota inseguridad en sí mismos y demasiada vanidad" Ni agradecido ni pagado Sorprendido de que los jóvenes quisieran tomar clase con él y consciente de que le gustaba muchísimo compartir con ellos su conocimiento, vendió el tablao de Nueva Orleans y se quedó definitivamente en España. Tenía 52 años. Cree que un punto crucial en su éxito como maestro es que había vivido aislado y sin tener grandes influencias, pues durante años se entrenó e investigó solo en estudios de Estados Unidos, lo que provocó que su forma de bailar sorprendiera cuando llegó a Madrid. “No existe el autodidacta, esto es una cadena en la que lo importante es que tú puedas añadir algo propio, eso es lo importante; pero hay gente que dice soy autodidacta cuando no es cierto. Algunos incluso tienen el valor de proclamarlo habiendo estudiado conmigo durante años… gente que yo he colocado y he enseñado y jamás han reconocido haber pasado por mis clases… es normal que a uno se le corte el cuerpo”. Asevera con un punto de tristeza, “al flamenco le falta clase, esa es la gran pena, le falta clase… y si tienes clase tienes humildad, la clase envuelve muchas cosas, elegancia, sinceridad, la prudencia, el saber estar, y eso es lo que le falta al flamenco. Y sigue así, porque no veo que haya evolucionado, mientras estás en el candelero, todo son aduladores, pero luego… llega la realidad. A mí no me llama ni dios a este teléfono, nadie, y he dado a manos llenas…”. Sin querer decir nombres, prudente ante todo, asegura que grandes figuras de la danza, incluso Premios Nacionales a los que ayudó en su momento, sin pedir nada a cambio, no sólo le niegan como maestro sino que no han sido capaces ni de invi-
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tarle a sus espectáculos cuando han estado en Madrid con sus compañías. “La memoria es frágil y el egoísmo feroz, la gente cree que si reconoce ayudas e influencias pierde valor, lo que denota inseguridad en sí mismos y demasiada vanidad”. También confiesa que muchos “toman prestadas coreografías, pasos e ideas” y se las agencian como propias sabiendo que son de otros… ‘Falta clase’”, repite con gesto serio. La realidad es que por sus manos han pasado casi todos los profesionales de la danza española y que ha sido un referente imprescindible en la formación de varias generaciones de bailarines. Como coreógrafo, también pudo hacer sus pinitos, gracias a una recomendación de Bourio, montando El Amor Brujo para el Ballet Nacional Festivales de España con Juan Mata, Arocha y Curra Jiménez. También se siente orgulloso de una pieza que hizo en torno al Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Lorca, para un festival de Jerusalén. Allí, recuerda, tuvo la oportunidad y los medios de poner en marcha la que fue una gran producción. En Estados Unidos también coreografió grandes óperas donde bailó como invitado.
“Falta dirección, aquí nadie quiere un director de nada porque todo lo sabemos nosotros y así nos va, hacemos unas tonterías tremendas porque nadie te dice así no"
Orgullo y autosuficiencia Ciro se queda pensativo y comenta que el orgullo es el pecado nacional, casi a la altura de nuestra autosuficiencia. “Falta dirección, aquí nadie quiere un director de nada porque todo lo sabemos nosotros y así nos va, hacemos unas tonterías tremendas porque nadie te dice así no. Es importante tener a alguien que mire desde fuera, con un gran criterio, con coherencia, sabiendo lo que hay que saber y que te vaya guiando… pero aquí todo el mundo se lo sabe y no quieren directores. Yo en un par de ocasiones, por amor a la danza, me he ofrecido para ayudar a algunos artistas y he recibido muchos ¡sí, me encantaría! pero no me han llamado nunca”. A los jóvenes talentos les admira la técnica pero por poner un pero, cree que les falta tiempo en el escenario para estudiarse, investigar y adquirir el estilo, ese sello propio de cada artista. “Salen del estudio al escenario, tienen pocas oportunidades y al final lo que se ve es un baile muy homogéneo, uniforme, sin personalidad”. “Se dedican mucho a la ejecución un poco circense… muy de impacto, en lugar de reposar. No saben ir despacio, andar, bailar los silencios. Salen bailando maravillosamente bien pero hay que llevar la técnica con más cabeza, con más sentido, con más peso, que dentro de ese baile y esa fantasía haya un punto de calma, de tranquilidad, contrastes… y eso no lo veo”. Retirado del mundillo, un viaje a Moscú el pasado verano para participar como jurado en un concurso de flamenco con más de 60 grupos rusos, le reportó unos días llenos de alegría y sorpresas en compañía de otros artistas como Juan Mata, Ana González o Antonio Alonso. Volvió a Madrid sorprendido de la afición rusa por un arte tan nuestro y de los esfuerzos que hacen por copiar la técnica y alcanzar cierto grado de excelencia… Más que un viaje, una espina que se quitaba después de muchos años, pues el intento de Moiseyev de llevarle a Rusia quedó truncado en su momento por una prohibición expresa de Franco. “La vida de un bailarín es muy sacrificada. Pero es también muy interesante. Cargamos con la desgracia de ser los pobres del arte, la Cenicienta de las artes, y eso que gracias a dios el flamenco va cogiendo su sitio y su reconocimiento. Era sólo cuestión de tiempo porque cuando esos tres elementos: la guitarra, el cante y el baile se unen, se produce una magia y una comunión que es un milagro”. p
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