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SUMARIO
El boom del olivar Entrevista Begoña Rodrigo gallego
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Albert Molins Fotografía y edición gráfica
Albert Santamaria Xosé Castro (fotógrafo) Guillermo Ruiz (Fotógrafo) Diseño
Sergi Lozano Vídeo
Gustavo Arens, Paula Molés Redes y web
Marga Torres Articulistas
Joan Barqué, Anna Mayer, Miquel Bonet, Mónica Novas, Carlos G. Cano
Entrevista Huellas del Priorat En la m Christophe Vasseur Xavi f
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Corresponsales
José Cabello (Andalucía), Rubén Galdón (Asturias-Cantabria), David Valdivia (Catalunya), Jorge Guitián (Galicia), Carlotta Casciola (Italia), Pablo Ramos (Levante), Jordi Cases (Madrid), Sara Zamora (Reino Unido), Sandra Blasco (Catalunya), Lluís Rey (Gourmet) Cómic y Vinos
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publicidad@zoukmagazine.com Copyright 2014 Zouk Magazine Todos los derechos reservados. Si quieres reproducir alguno de nuestros contenidos, por favor ponte en contacto con nosotros.
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El boom del olivar gallego
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El aceite de oliva está de moda en Galicia. Y no tanto cualquier aceite de oliva, producto sobre el que el consumidor medio en el Noroeste tiene un conocimiento muy relativo y cuyas ventas en esta zona tampoco son como para lanzar cohetes, como el aceite de oliva autóctono. Aceite de oliva gallego, sí, por sorprendente que suene más allá de los Ancares. Un producto que en los últimos años ha llenado estanterías de tiendas gourmet, se ha asomado a las mesas de los mejores restaurantes del país y ha alcanzado precios astronómicos.
E
por JORGE GUITIÁN
l aceite de oliva está de moda en Galicia. Y no tanto cualquier aceite de oliva, producto sobre el que el consumidor medio en el Noroeste tiene un conocimiento muy relativo y cuyas ventas en esta zona tampoco son como para lanzar cohetes, como el aceite de oliva autóctono. Aceite de oliva gallego, sí, por sorprendente que suene más allá de los Ancares. Un producto que en los últimos años ha llenado estanterías de tiendas gourmet, se ha asomado a las mesas de los mejores restaurantes del país y ha alcanzado precios astronómicos. Un producto que seguramente merece una introducción histórica.
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En Galicia lleva produciéndose aceite de oliva desde siempre. Y, como suele pasar, este desde siempre es un decir. Está por demostrar científicamente cuándo se aclimató la planta a esta región peninsular, si lo hizo en su variedad silvestre –como acebuche- o si fue introducida ya domesticada en algún momento histórico. Lo que si es cierto es que hasta el momento no se han encontrado evidencias de su elaboración o consumo antes de la romanización y, si bien durante el periodo imperial sí que se ha demostrado su presencia en la dieta y el comercio del Noroeste, todavía no podemos asegurar si los galaico-romanos producían su propio aceite o, como parecen indicar los hallazgos de ánforas, lo importaban desde el Sur. En todo caso, el cultivo se extendió en al-
gún momento de antes del final de la edad media por los valles interiores (valle central del Miño, del Sil, del Támega) hasta tal punto que en época de los Reyes Católicos era un cultivo significativo. Fueron precisamente estos reyes quienes impusieron un fuerte gravamen sobre cada olivo gallego. Según algunas interpretaciones como castigo por la revolta irmandiña en la que la pequeña nobleza se sublevó contra la corona. Otros autores, sin embargo, optan por una interpretación más pragmática: se trataba de incentivar el asentamiento de colonos en las tierras reconquistadas en el Sur y la mejor manera era hacerlo apoyando un cultivo que allí podía resultar mucho más rentable. La decadencia absoluta llegó casi siglo y medio más tarde, cuando el Conde Duque de
Olivares, personaje de recuerdo no demasiado agradecido en la historia española, decidió que la mejor forma de asegurarse mayores ganancias en sus ducados de Olivares y Sanlucar la Mayor, a las afueras de Sevilla, era acabar con la competencia a cañonazos. No lo hizo literalmente, pero en esa época se arrancaron, según las crónicas, miles de olivos en Galicia al tiempo que Sevilla y Cádiz se convertían en las grandes potencias aceiteras. Tanto es así, que en el sigloXVIII Galicia producía menos de un 2% del aceite que con-
LA TRADICIÓN OLIVARERA TUVO POCO IMPACTO EN LA ECONOMÍA O EN EL ACERVO CULTURAL GALLEGO DESPUÉS DEL SIGLO XV sumía. De exportar más allá del Padornelo ni hablamos. Y esto fue antes del auge conservero. Las cifras siguieron disminuyendo desde entonces, de tal modo que a finales del XIX apenas quedaba en funcionamiento alguna de las poco más de 20 almazaras tradicionales que se consiguió catalogar mientras, a través del puerto de Vigo, llegaban toneladas de aceite gaditano y portugués. Y esa es, básicamente, la tradición milenaria a la que tanto se alude últimamente ¿Existió? Sí ¿Tuvo en algún momento una importancia significativa en la economía o en el acervo cultural galaico? No, al menos desde el siglo XV. Antes nos resulta imposible decirlo con los datos de los que disponemos en la actualidad. Pero así es la Historia. Sirve para justificar casi cualquier cosa que podamos poner sobre la mesa si nos empeñamos un poco. El tono más o menos escéptico del párrafo anterior está justificado por esa fiebre olivarera que parece habernos entrado en Galicia a partir de 2007. Por aquel entonces el Conselleiro del ramo hacía un cálculo optimista y esperaba tener, en unos pocos años, unas 25 hectáreas productivas de olivar. 25 hectáreas, insisto. De los casi de 2,6 millones que recogía la Encuesta de Superficies y Rendimientos de Cultivos del Ministerio de Agricultura en 2012. Esto sería, redondeando, el 0,001% del total estatal. En el caso de que esas hectáreas hubieran llegado a estar efectivamente