Conquistadores secundarios - Javier Traité

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Conquistadores secundarios



CONQUISTADORES

S E C U N DA R I O S JAVIER TRAITÉ


Primera edición: octubre de 2017 © Javier Traité, 2017 © de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2017 Todos los derechos reservados. Diseño de cubierta: Taller de los Libros Publicado por Principal de los Libros C/ Mallorca, 303, 2.º 1.ª 08037 Barcelona info@principaldeloslibros.com www.principaldeloslibros.com ISBN: 978-84-16223-30-5 IBIC: HB Depósito Legal: B 23301-2017 Preimpresión: Taller de los Libros Impresión y encuadernación: CPI (Barcelona) Impreso en España — Printed in Spain Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia. com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).


A mis tres mujeres



Índice Listado de mapas...................................................................11 Prólogo.................................................................................13 1 Los otros Colón............................................................23 2 Américo Vespucio.........................................................45 3 Juan Ponce de León......................................................59 4 Alonso de Ojeda...........................................................79 5 Diego de Nicuesa..........................................................95 6 Vasco Núñez de Balboa...............................................105 7 Francisco Hernández de Córdoba...............................125 8 Gonzalo Guerrero.......................................................135 9 Juan de Grijalva..........................................................149 10 Francisco de Garay......................................................173 11 Nuño de Guzmán.......................................................185 12 Pánfilo de Narváez......................................................203 13 Álvar Núñez Cabeza de Vaca.......................................219 14 Francisco Vázquez de Coronado..................................233 15 Diego de Almagro.......................................................247 16 Inés Suárez..................................................................283 17 Gonzalo Jiménez de Quesada......................................319 18 Francisco de Orellana.................................................345 19 Lope de Aguirre..........................................................369 Epílogo de la conquista.......................................................399 Agradecimientos..................................................................407



Listado de mapas 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20

Mi viaje a las Indias......................................................31 Ponce coloniza Puerto Rico y luego se lo birlan.............61 La ruta esclavista de Ponce y sus amigos........................63 Ponce de León descubre Florida....................................67 Ojeda y Nicuesa se reparten Tierra Firme......................85 Balboa coloniza con éxito Tierra Firme.......................111 Descubrimiento del Yucatán.......................................133 El paseíto que me di por el Yucatán.............................169 Mapa de Antón de Alaminos sobre la frustradísima labor conquistadora de Francisco de Garay..........................181 Reparto de territorios según Nuño de Guzmán...........193 Descubrimiento de la isla de California.......................200 La absurda expedición de Pánfilo de Narváez..............213 Ruta aproximada que seguimos para llegar a Nueva España..................................................................... 229 La larga ruta de Coronado para no encontrar nada útil... 245 La primera y muy torpe exploración del Perú..............255 Capitulaciones que hizo Carlos I con gran precisión geográfica.........................................................................267 La ruta de Inés y Pedro hacia la rica tierra de Chile.....299 Ubicación del Perú según los españoles a principios del siglo xvi.................................................................................322 Confluencia de conquistadores...................................341 Las rutas de Pizarro y Orellana en busca de la canela...368



Prólogo la aventura de descubrir un mundo nuevo (y conquistarlo así a la brava)

El descubrimiento de América por parte de los españoles en 1492 fue un suceso histórico de magnitud incalculable. De esos eventos que apenas hay una decena repartidos por la historia, eventos que lo cambian todo. ¿Qué habría sido del mundo sin ese acontecimiento? ¿Y si el Nuevo Mundo hubiera sido descubierto y conquistado en primer lugar por alguna cultura asiática? ¿Y si, por lo que fuera, nadie lo hubiera «descubierto» hasta unos cuantos siglos después y las culturas de allá hubieran tenido más tiempo para equilibrar la balanza histórica, o al menos ajustarla un tanto? Esa es la materia de la que está hecha la Historia-ficción de la buena, señoras y señores, droga dura, material para ensayo* y ficción† de primera. En el mundo real, lo cierto es que fueron los europeos quienes descubrieron (de forma efectiva) el continente ame* En el libro ¿Por qué manda Occidente… por ahora?, editado en español por

Ático de los Libros, el genial historiador británico Ian Morris juega (a fondo) con este tipo de especulaciones para recrear de forma tan amena como afilada la historia de por qué el mundo es como es hoy, y no de otra manera.

† Una segunda recomendación: Tiempos de arroz y sal, del semidiós de la ciencia ficción K. S. Robinson: la novela parte de la premisa de que la peste negra del siglo xiv no eliminó a media Europa, sino prácticamente a toda la población. Los saltos temporales que hilvanan la novela te llevan siglo a siglo por un mundo tan diferente al nuestro, y a la vez tan parecido, que el papel de la Historia como juego de azar se hace imposible de ignorar.

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ricano, y no unos europeos cualquiera, sino latinos. Portugueses y, sobre todo y principalmente, españoles. Españoles de la forma que entendemos un español de entonces. El hecho de que fueran españoles y no chinos, o ingleses, o rusos, o franceses, implica que las cosas ocurrieron de una forma concreta. Un Spanish Way of Life del siglo xv. Si los colonizadores hubieran sido otros, sin duda algunas cosas habrían sido iguales. La gran mortandad por las enfermedades euroasiáticas la habría causado tanto un chino como un bielorruso, porque todos compartían la misma placa continental y llevaban intercambiando sus gérmenes desde que el primer Homo Sapiens tuvo su primer episodio de cagaleras. Los americanos habían vivido aislados, con un zoológico bacteriológico que, aunque contaba con estrellas como la sífilis, era muy inferior en variedad y virulencia. Así que mientras los europeos nos llevamos algunas venéreas extra, los americanos fueron borrados del mapa de millones en millones a base de gripes, malarias y demás abanico de criaturitas que abarcaban desde la Yersinia Pestis al resfriado común.* El hecho desnudo de la conquista, es decir, la voluntad de anexionarse una tierra que claramente pertenece a otros, es un rasgo común que tampoco habría cambiado de haber sido otros los que se hubieran topado con América. La historia no conoce pueblo alguno que no haya pretendido anexionarse aquello que encuentra y le parece deseable, especialmente si se trata de tierras. Si no todos lo hacen, es porque no todos pueden. Y los españoles, en aquel momento y en aquel lugar, podían. Pero, amigos, el relato de cómo lo hicieron es lo que realmente deja a uno atónito. ¿Quién era aquella gente barbuda que fue al Nuevo Mundo a hacérselo suyo? ¿Cómo los cuatro pelagatos que * Matices: quizá en este aspecto sí habría habido algunas diferencias según el

conquistador. Al menos los españoles no hicieron como los británicos, que entregaron a los indígenas mantas deliberadamente empapadas de viruela, según se ha documentado.

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salieron de España a la aventura lograron conquistar casi diecinueve millones de kilómetros cuadrados de territorio hostil y mayormente inaccesible? ¿Y qué tenían en la cabeza para lanzarse a lo loco a aquel dislate? Porque en muchos sentidos irse a las Indias era un disparate. La mitad de las veces que te subías a un barco acababas naufragando y ahogándote, y si sobrevivías al naufragio era para morir abandonado en alguna purulenta playa selvática. En todas partes te decían que había mucho oro, pero luego, oro, el justo. A cambio, mucha selva, muchos animales mortíferos desconocidos y muchos indígenas, claro. Que no usarían metales en la guerra, para perdición suya, pero sabían emboscarte como el que más. Conocían el terreno, y como escribió uno de esos conquistadores secundarios llamado Pedro Mártir, eran habílísimos con sus «flechas envenenadas […] que con muy certeros disparos, clavan dondequiera que ponen el ojo». A este, seguro que alguna le clavaron en el culo. Estamos ante uno de los entornos más hostiles que podía encontrarse un español de los siglos xv y xvi. ¿Y cómo se organizó aquella conquista? Pues a pijo sacao y según fueron viendo. No es que hubiera muchas más opciones. No tenían ni idea de lo que habían encontrado allí, no sabían si aquello eran las Indias de Marco Polo o no. Y si no lo eran, ¿sería un grupo de islas ahí perdido en medio del mar? Eso es lo que parecía pensar a veces el piloto Antón de Alaminos,* aunque el siempre imaginativo Américo Vespucio pronto dijo que aquellos ríos inmensos que veía solo podían nutrirse de aguas continentales. Justicia es decir que Cristóbal Colón fue el primero en postular (por la cuenta que le traía como virrey de cuanto hallara) la tesis de que lo descubierto era un continente. Pero lo dijo cuando estaba pisando Cuba. Con esto quiero decir que aquellos españoles básicamente se pasaron los primeros años flipando, alucinando con * Seguro de vida, excelente navegante y uno de los aventureros que surcó aguas americanas y trazó los mejores mapas… en los que Florida era una isla y el Yucatán también. Otro de los inolvidables secundarios que aparecen en este libro.

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cada cosa nueva que veían. Los indígenas más pobres ya eran de por sí sorprendentes, en especial los caníbales. Los más avanzados eran el doble de epatantes, con sus ciudades de piedra, sus torreones en el mar, esa extraña arquitectura trapezoidal y sus curiosos sacrificios abriendo el tórax de personas, arrancándoles el corazón y cortándoles la cabeza y ¡aleluya, aleluya, oh Gran Serpiente Emplumada! Esos primeros años también se los pasaron perdidos. Aquella pobre gente nunca sabía dónde coño estaba. Hoy es fácil orientarse, con tantos mapas en las escuelas y con Google Maps a toque de dedo, pero aquellos exploradores no tenían nada de eso, solo iban para allá y a ver dónde caían. El ejemplo paradigmático de esto fue Vasco Núñez de Balboa, que llamó Mar del Sur al océano Pacífico simplemente porque desde la montaña donde lo avistó, en la curva inferior de América Central, el agua le quedaba al sur. La de problemas que causaría algo en principio tan inocente. ¿Y en los casos en que sí sabías dónde estabas y a dónde ibas? Siempre podías naufragar y acabar en una costa desconocida en la latitud ni te cuento, y vuelta a la ignorancia. Claro que, con los indígenas alrededor, la latitud era el menor de tus problemas. Los españoles, ante el potencial de aquel descubrimiento geográfico, echaron mano de la historia para determinar qué actitud sería la más recomendable. Y se decidieron por una fusión entre la razzia vikinga y el Imperio romano, versión católica. Es decir: descubrir, tantear, asaltar, robar, saquear, secuestrar, esclavizar, ejecutar, someter, y luego explotar, cristianizar y españolizar, es decir, introducir en América el gen de la cultura europea en su modelo español. Al final, con buen criterio, muchos indígenas acabarían asumiendo que aquel marrón ya no se lo quitaba nadie de encima y se adaptaron por las buenas. Además, probablemente pensaron que daba lo mismo porque, total, al final seguro que los mataba la gripe. ¿Cuál era el objetivo primario? El oro. Y las tierras, y todo lo que pudiera venderse, pero, sobre todo, el oro. Europa quería comerciar a lo grande, pero apenas tenía moneda y por 16


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todas partes circulaba calderilla o moneda falsa. La presencia de los turcos en el Mediterráneo no ayudaba. Hacían falta nuevas fuentes de oro y de plata para reactivar la economía. Y además, a nivel personal, todo el mundo quiere oro. Y, en aquel momento histórico, la manera de conseguirlo era viajar al infierno y tener potra. Hoy día la mayoría no tendríamos arrestos para una empresa tan suicida, pero en aquella época a muchos españoles les pareció perfectamente razonable. Total, ninguno de ellos estaba en su casa con el iPad tocándose las gónadas, estaban ahí fuera, siempre peleando, casi siempre pobres, aunque fueras hijo de alguien, pues hidalgos había a miles. Y soldados profesionales también. Estos soldados eran los putos amos del cotarro con los Reyes Católicos y fueron los que acabaron de ventilarse a los musulmanes en Granada. Además, había pendencia en Italia y en Francia, y luego, cuando Carlos llegó al trono, las fronteras europeas se ampliaron al triple, lo que significó el triple de problemas que se resolverían a palos. ¿Qué tenía de malo ir a explorar y conquistar una tierra desconocida, poblada por gente relativamente fácil de matar que podía tener muchísimo oro? Desde luego, era una oportunidad más golosa que embarrarse en algún charco del norte de Europa, o acampar junto a una de esas ciudades italianas que hoy estaban aliadas contigo y mañana con tu enemigo. Y las pagas, que llegaban tarde, mal y nunca, no valían la pena. ¿Que América era una tierra plagada de peligros? Así era también el viejo mundo. ¿Que algunas de sus geografías eran tan terribles que resultaba casi imposible sobrevivir en ellas? Tampoco era problema: la mayoría de aquellos conquistadores salieron de los peores páramos ibéricos, y Dios sabe que hay unos cuantos. Cuando has paseado por los Monegros un mediodía de julio, el Desierto de Sonora te parece una playa hasta con la armadura de placas puesta. Allá fueron, pues, españoles de todo tipo, pelaje y condición. Algunos venían de las altas esferas, con visiones de riqueza que iban más allá de los sacos de oro para dedicarse 17


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a la gestión de los mismos. Otros eran soldados que habían elegido este destino como podrían haber elegido cualquier otro. Muchos eran hidalgos de cuarta división, hijos sobrantes de familias cada vez menos acaudaladas, o con su riqueza muy bien concentrada. Otros, sencillamente, preferían las selvas infernales y los caníbales acechantes a lo que tenían en España, lo cual da bastante que pensar. Veremos uno, Diego de Almagro, que fue a América para escapar de un juicio por haber rajado a un compañero de trabajo de la cabeza a los pies con un cuchillo de cocina. Y para cómo le fue, casi habría sido mejor que lo trincaran. Los conquistadores españoles no eran, por tanto, gente de dulces modales contactando delicadamente con una nueva cultura humana. Eran piratas y colonizadores europeos estándar que hicieron de la violencia el medio habitual para conseguir las cosas, del castellano la lengua vehicular de la conquista, y del cristianismo el eje que los vertebró con los pueblos conquistados. Muchos de ellos se dedicaron empresarialmente al esclavismo, y se frustraron un montón cuando se les empezaron a morir los indígenas y se vieron obligados a secuestrar el triple o incluso a traer refuerzos en África, con lo que los españoles se convirtieron en los portadores de la raza negra a América. Curas, escuelas y campos de trabajo se encargaban de la «romanización». Y los pocos remilgos de los españoles en cuanto a la jodienda se encargaron del mestizaje: más allá de las acostumbradas violaciones que acompañan a cualquier campaña militar (otro rasgo común a todo invasor cuyo ejército esté formado por hombres), los españoles a menudo se amancebaron con mujeres indígenas «por las buenas», por así decirlo. Incluso bautizándolas («me da igual el color de tu piel, pero a mi Jesucristo se le respeta») y casándose con ellas. Sumado esto a las esclavas fértiles de raza negra y morisca, se generó en el Nuevo Mundo una asombrosa carta Pantone de tonos de piel que definían decenas de fenotipos intermedios para los que los españoles buscaron imaginativos nombres: mestizos, castizos, mulatos, chinos, lobos, salta-atrás, jíbaros, cambu18


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jos, no-te-entiendo… El sistema de castas colonial requería una agudeza visual tan inhumana que prácticamente se volvió una broma. Pesadísima, eso sí, para los que caían en las razas equivocadas, que al final venían a ser todas las que no fueran blancas y españolísimas de pura cepa. Estos últimos eran los únicos autorizados a alcanzar estudios superiores o alistarse en el ejército, amén de otras ventajas sociales. Y en medio de todo esto, muelles y tabernas. Carabelas que vienen y van trayendo noticias, tesoros o cadáveres. Hasta que dejan de volver. Hoy desayunas con Francisco Hernández de Córdoba unos huevos con jamón, mañana sale de navegación hacia el oeste a ver qué encuentra, y meses después regresa con treinta y tres flechas clavadas en el cuerpo diciendo que ha encontrado una costa mortal llena de ciudades de piedra. Y luego muere, claro. Al día siguiente pasa por tu casa Antón de Alaminos y te dice que ha encontrado otra isla, pero a quien no encuentra es a Ponce de León, y tú tienes que explicarle que se está escondiendo del mundo porque el cobarde dejó tirados a la mitad de los hombres de su expedición con los caníbales. Los rumores corren y vuelan, y las historias se multiplican. El brazalete de oro pronto se convierte en todo un ajuar dorado. El cuenco labrado y adornado con turquesas se convierte en el tesoro mayor que jamás vio el ojo humano. Las ciudades de piedra se vuelven de oro y diamante. Y a los viejos camaradas muertos o desaparecidos, a los nombres familiares de los que nadie ha oído hablar en meses, tienes que olvidarlos para no distraerte del objetivo principal, que es medrar. Y si hay que traicionar, se traiciona. Sumémosle a todo ello el hambre, las cosechas birriosas, las navegaciones infernales, el canibalismo de castellanos por castellanos o el beber meados (a veces en las ciudades, casi siempre en las expediciones). Este es el panorama en el que se desenvolvían los conquistadores de la época del Descubrimiento. ¿A que podemos imaginar fácilmente qué clase de personajes serían los más eficaces medrando en este ambiente? 19


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Conquistadores secundarios… por inercia En este libro aparece un catálogo de personajes realmente pintoresco. La mayoría simples supervivientes. Pero cada uno con sus eventuales dosis de cipotismo, psicopatía, afición al hurto, tendencia a la traición, imaginación desbordante, ingenuidad sin límites o intrepidez suicida. Murieron infinidad de conquistadores, pero el milagro es que hubiera tantos que duraran lo que duraron. Con esto quiero decir que allí todos se lo curraron, a su manera. Lograron dominar grandes territorios, descubrieron ciudades asombrosas y lugares emblemáticos: el Amazonas, las cataratas del Iguazú, el Cañón del Colorado… Pero al final la cultura popular los ha dejado en la cuneta, concentrando los esfuerzos de memoria en dos de ellos. Propongo al lector un sencillo experimento: pregúntele a la gente los nombres de tres conquistadores españoles, sin contar a Colón, claro. Aproveche cualquier ocasión: una comida familiar con cuñados, en el trabajo, o a cualquier amigo o conocido que se encuentre por la calle. Le tacharán de loco/a pero no importa, porque todo el mundo está bastante mal. Al menos hablando de conquistadores se ahorrará tener que conversar de políticos o de fútbol. El lector descubrirá que, salvo aquellos muy aficionados a la Historia o a este período, la mayoría se quedará en dos conquistadores, si es que a esos dos llegan: Hernán Cortés y Francisco Pizarro. Son los dos greatest hits de la conquista española de América: la de México y la del Perú. Fueron tan caras en vidas como espectaculares en resultados, eso no puede negarse. El problema de los greatest hits es que eclipsan el resto de canciones, y después muchos ya no escuchan el disco entero, les basta con el temazo. Y se pierden entonces esas pequeñas maravillas que solo paladean unos pocos. 20


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En este libro, por tanto, quiero contar el relato desde su reverso. La conquista a través de sus conquistadores menos afamados, con Colón, Cortés o Pizarro como meros secundarios o trasfondos de las hazañas de nuestros verdaderos protagonistas. Subamos a bordo pues, amigos y amigas, y empecemos sin más dilación la aventura más loca del siglo xvi: la conquista del Nuevo Mundo.


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