Insumisas
LAURA MANZANERA
INSUMISAS Mujeres que se vistieron de hombre en busca de igualdad
Prólogo de Cristina Fallarás
Primera edición: marzo de 2021 © Laura Manzanera López, 2021 © del prólogo, Cristina Fallarás, 2021 © de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2021 Todos los derechos reservados. Diseño de cubierta: Taller de los Libros Corrección: Francisco Solano Publicado por Principal de los Libros C/Aragó, 287, 2.º 1.ª 08009, Barcelona info@principaldeloslibros.com www.principaldeloslibros.com ISBN: 978-84-18216-14-5 THEMA: JBSF11 Depósito Legal: B 3344-2021 Preimpresión: Taller de los Libros Impresión y encuadernación: Black Print Impreso en España — Printed in Spain Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia. com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
«Si Dios me ha encomendado que tome y vista ropas de hombre es porque debo llevar las armas que llevan los hombres.» Juana de Arco «Quiero tener el aspecto de un hombre para eludir la humillación de ser una mujer.» Théroigne de Méricourt «Mis ropas eran impermeables también. Salía por ahí con cualquier tiempo, volvía a casa a cualquier hora, estaba en la platea de todos los teatros. Pasaba desapercibida y nadie sospechaba mi disfraz.» George Sand
Para Víctor Manzanera Cervera
Índice
Pantalón bajo la falda: prólogo de Cristina Fallarás................11 Introducción.........................................................................13
Mujeres soldado. Hazañas bélicas en femenino......................17 Mujeres en el mar. La dura vida a bordo..............................109 Viajeras sin fronteras. En territorio hostil............................127 Científicas. Entre números, telescopios y bisturíes...............155 Por amor al arte. Crear bajo una personalidad masculina.....171 Con mucho poder. Dos reinas con personalidad..................181 Cowgirls. Solas ante el peligro..............................................191 Oficios variopintos. Profesiones prohibidas.........................195 Dos casos aparte. Identidades ambiguas..............................205 Rebeldes modernas. La vestimenta como reivindicación......213
Agradecimientos..................................................................223 Notas..................................................................................225 Bibliografía.........................................................................231
Prólogo Pantalón bajo la falda
La niña no quiere ir al colegio. Padres, madres y profesorado decidieron hace algún tiempo que el uso de un uniforme resultaba lo más práctico para que no se evidenciaran diferencias entre el alumnado. De ese modo, las niñas y los niños más favorecidos económicamente no podrían alardear de su atuendo. Vestir a la moda, tener un armario bien surtido o usar tejidos de mejor calidad supone una forma de segregación que la educación pública ha decidido, en algunos casos, combatir. Qué duda cabe. La ropa, la forma de vestir, nunca ha dejado de suponer una de las bases de toda discriminación. La niña no quiere ir al colegio porque sus compañeras llevan falda y sus compañeros, pantalones. Dice que vestida así no puede jugar al fútbol ni correr cómodamente. Dice que a menudo se le ven las bragas, sobre todo cuando juega, se sienta o en los días de viento. Dice que los chicos les levantan las faldas y las avergüenzan. No le cabe duda de que eso es una agresión. Pero dice algo mucho más preocupante: «Si no puedo ir vestida como ellos, al menos cómprame eso para ponérmelo debajo de las faldas». ¿Qué es «eso»? La niña explica que cunde la decisión, entre muchas de sus compañeras, de ponerse un pantaloncillo bajo las faldas. Su misión evidente es que no se les vea la ropa interior mientras corren o hacen deporte. Es decir, llevar pantalones sin dejar de vestir falda. 11
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Qué barbaridad. No se puede culpar a las niñas, los niños, de lo que hacen o dejan de hacer. Los responsables de sus desmanes son sus progenitores. El problema de que las niñas del colegio escondan los pantalones que efectivamente han decidido llevar y llevan, es más, el problema de que usen tal prenda como forma de protección en el siglo xxi y en grupo, de forma colectiva, reside en sus mayores, en quienes no solo los adquieren, sino que participan en tal disparate. De ahí la pertinencia de este libro. Autores como Calderón, Bertolt Brecht, Cervantes o Boccaccio, tal y como explica Laura Manzanera en este libro, ya vistieron de hombre a alguno de sus personajes femeninos. Sin embargo, la autora va más allá de la ficción y recupera de la Historia a aquellas que se travistieron. No se trataba de una forma de transgresión, sino de evitar las discriminaciones que implicaba ser mujer, o sea, de llevar una vida mejor. Pasar por hombres les permitió amar, estudiar, crear, moverse con libertad, participar en luchas, no ser agredidas… Estas narraciones no pertenecen al pasado. Son nuestras narraciones y sobre ellas construimos lo que somos. Y lo que serán. Cristina Fallarás
Introducción Si no puedes con tu enemigo, vístete como él
La Biblia lo deja claro: «La mujer no llevará vestidos de hombre ni el hombre llevará vestidos de mujer, pues son cosas abominables a los ojos del Señor, tu Dios».1 Desde siempre, el atuendo se ha utilizado para marcar diferencias, en especial las de género. Las autoridades religiosas y políticas se han esforzado por controlar nuestra apariencia con el fin de impedir la confusión entre ambos sexos, uno de los grandes miedos desde la Edad Media. Educación, represión y coacción, todo sirve para evitar que se trastoque el orden social. Basta con que cada cual sepa qué ponerse según su sexo para confirmar qué puede y no puede hacer. En este sentido, la moda ha sido la herramienta de vigilancia más eficaz. Solo hay que pensar en la tradición de vestir a las niñas de rosa y a los niños de azul, una asignación de colores que, en sus inicios, era a la inversa. Por no hablar de la rivalidad falda-pantalón. La primera es abierta e incómoda, se levanta con el viento y con según qué movimiento. Obliga a renunciar a actividades más dinámicas, a sentarse de forma recatada, a reprimirse. El segundo es cerrado y práctico, símbolo de la libertad y el poder que han disfrutado y disfrutan los hombres. «No hay nada tan poco natural como vestirse de mujer; sin duda, la ropa masculina también es un artificio, pero es más cómoda y simple, está hecha para favorecer la acción en lugar de entorpecerla», recuerda Simone de Beauvoir en El segundo sexo.2 Dime qué te pones y te diré cuánto mandas. 13
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Para librarse de los convencionalismos y las limitaciones inherentes a su condición, muchas mujeres a lo largo de la historia decidieron travestirse. Querían dejar atrás la familia o un matrimonio no deseado, esquivar los roles que se les adjudicaban: esposa y madre, criada, monja o prostituta, salir de la miseria, conseguir un sueldo propio, ejercer un trabajo prohibido o desarrollar una pasión. Perseguían el amor o la defensa de una causa, prevenían el acoso o una posible violación, o simplemente intentaban salvar la vida. Al margen de los motivos que las llevaron a disfrazarse, de su contexto geográfico y temporal y de sus circunstancias personales, no las movía el deseo de convertirse en hombres. Se enfundaron ropas masculinas porque era la forma más segura —de hecho, la única— de ocupar parte del espacio de ellos y lograr lo que tenían vedado por ser mujeres. Se saltaron las asfixiantes normas que las encorsetaban, se vistieron y comportaron como varones para eludir los límites impuestos a su existencia, supuestamente inferior por nacimiento. Al prolongar en el tiempo una transgresión solo aceptada durante el permisivo carnaval, eludieron su destino de género y participaron en ámbitos construidos por hombres y para hombres. Dicho de otro modo, pudieron ser más libres. A algunas se las descubrió demasiado pronto. Otras mantuvieron la impostura durante años, en ocasiones décadas, y alguna hasta la muerte, revelándose la verdad antes del sepelio. Más de una vez y, más de dos, lo desveló la autopsia. ¡Y a saber cuántas se llevaron el secreto a la tumba! Aquellas que fueron desenmascaradas en vida tuvieron que soportar insultos y humillaciones. Se las tachaba de pecadoras, de vivir contra natura, de prostitutas… Y, en el peor de los casos, los tribunales las condenaban. «El travestismo masculino se considera mucho más reprobable que el femenino: el hombre se degradaba, mientras que la mujer aspiraba a ser mejor».3 Pese a que esa actitud pudiera justificarse como un intento de prosperar, no lo tuvieron nada fácil. Se arriesgaban a la infamia, al repudio social, al castigo y, con frecuencia, a la muerte. 14
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Al margen del éxito obtenido con sus estratagemas, las protagonistas de esta obra mostraron suficiente valor para marcar la diferencia. Sus historias han inspirado la creación de numerosos personajes. La vida es sueño, de Calderón de la Barca, arranca con Rosaura vestida de hombre dispuesta a vengarse de Astolfo por haberle arrebatado su honra. La doncella de La falsa criada de Marivaux se hace pasar por caballero para investigar la vida de su prometido antes de la boda. La osada doña Juana de Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina, va de incógnito de Valladolid a Madrid para obligar a su desleal amante a cumplir su promesa de matrimonio. La Zinevra de El Decamerón, de Boccaccio, asegura llevar seis años rondando por el mundo disfrazada de hombre. La Dorotea de El Quijote hace lo mismo para poder salir de casa, en contra de las órdenes paternas, y la Shen Te de La buena persona de Sezuan, de Bertolt Brecht, víctima de desaprensivos estafadores, intenta con esa argucia salvar un negocio. En la ópera Fidelio, de Beethoven, Leonora cambia sus ropajes para entrar en la prisión y rescatar a su marido, injustamente encarcelado. En la película Shakespeare in Love, Gwyneth Paltrow (lady Viola) acude travestida a una audición, pues las mujeres tenían prohibido pisar los escenarios. Barbra Streisand, que encarna en Yentl a un personaje real (Esther Brandeau), es la hija de un rabino que se disfraza para estudiar en una escuela de varones, y Glenn Close, en Albert Nobbs, basada en la novela de George Moore, lo hace para poder trabajar. Son algunas de las muchas travestidas que pueblan el imaginario colectivo. Pero este libro habla de mujeres de carne y hueso, aunque sus aventuras estén salpicadas de leyenda o la historia y la ficción puedan a veces confundirse. Son todas las que están, pero no todas las que han sido. No obstante, las que aparecen son representativas. Abarcan geografías, épocas y circunstancias muy variopintas. Se incluyen casos populares y desconocidos, mujeres célebres y anónimas. Aventureras y heroínas en el campo de batalla, mujeres de ciencias y de letras, artistas, actrices y músicas, revolucionarias y 15
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reformadoras sociales, marineras y piratas… y reinas. Les une haberse visto obligadas a «llevar los pantalones», no por capricho, sino por una poderosa razón. Este viaje transversal llega hasta la actualidad. Las cuestiones de género han cambiado, pero la desigualdad permanece. Así lo prueba la experiencia de la egipcia Sisa Abu Dauh, que, hace más de cuatro décadas, se disfrazó de hombre para que a su hija no le faltara el pan. Tras enviudar, sus familiares la hostigaban para no trabajar, actividad que no juzgaban respetable en una mujer, pero ella estaba decidida: «Me afeité la cabeza, me puse un turbante y oculté mi figura bajo una holgada galabiya (túnica). Y, como cualquier otro muchacho del pueblo, me fui a buscar un sueldo».4 Trabajó de agricultora, de albañil y, finalmente, de limpiabotas. Continuó con este oficio con la misma vestimenta. Es significativo que, en el siglo xxi, mujeres sin techo que conviven con hombres camuflen su sexo para evitar actos violentos o violaciones. «Me cortaba el pelo, me ponía una gorra y ropa ancha para disimular. Así era todo más fácil»,5 confiesa Gemma, que vivió y durmió en las calles de Barcelona doce años. Esta y otras historias recogidas en estas páginas evidencian que la desigualdad continúa. Con mayor o menor acierto, el mérito de las travestidas es poner el mundo al revés, rebelarse contra lo establecido, enfrentarse a los hombres, esa otra mitad que ha decidido cómo debe ser nuestra actitud, nuestra manera de ser, nuestra vocación… nuestra vida. Hoy, que tanto se habla de feminismo, paridad, techo de cristal, brecha salarial, cosificación, empoderamiento o sororidad, merece la pena volver la vista atrás para ver lo que se ha logrado, pero también lo que queda por conseguir.
Mujeres soldado Hazañas bélicas en femenino Hasta hace poco, el mundo de la milicia era un territorio exclusivamente masculino. Esposas, madres y hermanas esperaban en casa a que los hombres volvieran de la batalla. De manera excepcional, participaban en el esfuerzo de la guerra con tareas que se consideraban adecuadas a sus capacidades, como llevar agua y víveres a los soldados o cargar armas. Esa era la norma, pero hubo muchas mujeres —conocidas— y muchas más —desconocidas— que no se conformaron con un rol pasivo y desafiaron la prohibición. El único modo que tenían de participar activamente en la lucha era mintiendo, no siendo ellas mismas, ocultando su identidad. O sea, transformando su comportamiento e indumentaria para parecer varones. El mayor número de mujeres vestidas de hombre se ha dado en las fuerzas armadas, la institución más masculina de dominación y control. Las legendarias amazonas, las grandes luchadoras de la Antigüedad, se rebelaron ante este dominio. No escondían su aspecto, pero, aun así, merecen un capítulo aparte. Pues, al margen de su existencia real o imaginaria, siguen siendo fuente de inspiración.
Amazonas. Fuertes e independientes Tradicionalmente, el término «amazona» se emplea referido a una mujer enérgica, activa e independiente, en contraposición al estereotipo convencional de las féminas débiles y pasivas. Se17
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gún el diccionario, se trata de una «guerrera mítica del mundo antiguo», «mujer de apariencia o carácter fuerte y combativo» y «mujer que monta a caballo». Las tres acepciones tienen el mismo origen: la legendaria tribu que habitaba las estepas de Asia en el siglo v a. C. Más allá del mito, los hallazgos de restos de doncellas guerreras en enterramientos escitas han insuflado esperanza a quienes apuestan por su existencia real. Según la principal fuente, la Historia de Heródoto, eran expertas jinetes que luchaban con hachas de doble filo y tiraban con arco mientras cabalgaban. Los hombres tenían prohibida la entrada a su territorio, pero ellas visitaban una vez al año a los gargarios, una tribu vecina, con el fin de procrear. Si el vástago era niño, lo sacrificaban o se lo enviaban a su padre; si era niña, la adiestraban para la guerra. En la Antigüedad, abundan los casos de mujeres guerreras que, travestidas o no, participaron en batallas con los hombres, como las vikingas y las celtas. Una de estas últimas, Boadicea, reina de los icenos, se enfrentó, a la cabeza de sus tropas, a la todopoderosa Roma y su maquinaria de matar. Un grupo disfrazado de varones luchó contra las tropas de Aureliano en el siglo iii d. C. Y en la misma centuria, Alejandro Severo prohibió a las gladiadoras luchar en la arena, pues entonces las había. Se cree que el nombre de la antigua tribu germánica de los lombardos, que significa «pueblo de barba larga», procedía del hábito de las mujeres de entrar en batalla con el pelo atado bajo la barbilla. En ese caso, el disfraz pretendía despistar al enemigo, ya que sus camaradas sabían quiénes eran y podían aprovechar su ayuda si la necesitaban. No se puede afirmar que todas las mujeres encontradas en el campo de batalla con ropas varoniles se vistieran así para engañar. Muchas peleaban abiertamente, sin ocultar su condición sexual. El grado de ocultamiento, por así decirlo, era proporcional al grado con que se les aceptaba. 18
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El mito de la doncella guerrera Con la expansión del cristianismo, se afianzó en Occidente la prohibición a las mujeres de entrar en batalla. Una bula papal les prohibía explícitamente participar en la Tercera Cruzada. Pese a todo, durante la Edad Media, muchas fueron a la guerra vestidas de hombre y encajan en el mito de la doncella guerrera. Dos doncellas guerreras coetáneas de la península ibérica del siglo xii son la soriana María Pérez y la abulense Jimena Blázquez. Sus historias cabalgan entre la realidad y la ficción, aunque la ficción tal vez pese más.
Dos castellanas de armas tomar María Pérez de Villanañe, conocida como «la Varona», es famosa por haber vencido a un rey. Su familia era partidaria de Alfonso VII de Castilla y León, enemigo de Alfonso I «el Batallador», rey de Aragón y Navarra, y por esta causa fue llamada a tomar las armas. Impaciente y nada dispuesta a resignarse, se empeñó en acompañar a sus hermanos. Se colocó la armadura y se hizo pasar por un guerrero más. Ambas tropas se enfrentaron en los campos de Barahona. Al anochecer, en la confusión del combate, María se apartó de sus hermanos y se encontró de frente con el Batallador. Aunque se le rompió la espada durante la lucha, logró vencerle y llevarlo ante Alfonso VII, quien, al desenmascararla, admirado por su hazaña, le adjudicó el nombre de Varona y le permitió usar las armas de Aragón. Para recordar el suceso, se dice que el monarca mandó que los campos se llamaran de Varona, de donde vendría Barahona. Lope de Vega le dedicó una comedia, La varona castellana, y, a mitad del siglo, xix Rafael Monje escribió su historia en el Semanario Pintoresco Español. El relato, de tintes románticos, 19
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incorpora detalles de la batalla y de la muerte de la protagonista en el monasterio de Oña, donde falleció tras años de reclusión. También de armas tomar fue Jimena Blázquez, de quien se cuenta que defendió Ávila de los musulmanes con un inteligente ardid, al mando de un grupo de mujeres vestidas de soldados. Corría el año 1110 cuando una estratagema de los musulmanes provocó que los varones cristianos abandonasen la ciudad y fueran perseguidos hasta el puerto de Menga. Los seguidores del islam, convencidos de que Soria estaba indefensa, decidieron atacarla, pero Jimena movilizó a sus congéneres y, tras disfrazarse, les entregó teas encendidas que colocaron en puntos estratégicos de las almenas para, bajo su luz, hacer sonar trompetas y olifantes mientras gritaban como guerreros. El ardid resultó de lo más creíble. Ante aquel inesperado y aterrador escenario, los musulmanes se replegaron a sus posiciones y los sorianos pudieron volver a la ciudad y enmendar su error.
La dama de Arintero. Al servicio de los Reyes Católicos En muchas historias de doncellas guerreras, el planteamiento es similar: un padre anciano o enfermo no puede incorporarse al ejército, ni tiene un hijo varón que lo represente. Como último recurso, la hija lucha disfrazada para defender la honra familiar. La conocida como dama de Arintero responde a este estereotipo. Si bien su historia se basa en un hecho real, su grado de veracidad es discutible. El contexto histórico lo marca el año 1474. Con la muerte de Enrique IV de Castilla se desencadenó una cruenta guerra civil por la sucesión al trono que enfrentó a los partidarios de Juana la Beltraneja y de su tía Isabel, quien acabaría ganando la partida y pasaría a la posteridad como «la Católica». El reclutamiento de soldados para el bando de Isabel y su futuro esposo, el infante Fernando, alcanzó a toda la península. Cada noble o hidalgo que rendía vasallaje debía aportar, 20