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0. La prehistoria, esa parte que todo el mundo se salta

Hace algunos millones de años, unos hombrecitos pequeños y peludos llegaron a la península ibérica. Por la descripción dirías: ¡españoles!, pero no, aún no existían los españoles, solo eran Homo sapiens, el equivalente humano a un medicamento genérico antes de ponerle una marca comercial. Les encantó esto, se estaba fenomenal, el clima era muy agradable y la caza abundaba. «¡Nos quedamos!», dijeron. Allí ya vivían los neandertales, pero bueno, un poco de cruce genético y otro poco de exterminio masivo y ya está, problema resuelto.

Una vez instalados empezaron a coger piedras y a chocarlas unas con otras y descubrieron el arte de la fabricación de instrumentos. A partir de ese momento pudieron dedicarse a raspar pieles, cortar troncos y, sobre todo, matar a cualquier cosa que se moviera. Se expandieron por toda la península, habitaban cuevas, o incluso las excavaban, y pintaban dibujitos en las paredes, como en Altamira. Bisontes, mamuts, guerreros flacos, mujeres culonas. Esa clase de cosas.

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Llegó un momento en que estos seres peludos que ululaban a la luz de la luna sobre las colinas de Atapuerca aprendieron a cultivar. Y luego a domesticar animales. Aquello era fantástico, porque así ya no había que perder el tiempo en las montañas cazando bestias peligrosas y recogiendo bayas en plan obsesivo.

Con la agricultura y la ganadería llegaron los excedentes, que entonces eran algo desconocido. De pronto, sobraba el grano. Guardabas para el invierno, pero de todos modos seguía sobrando, y se te pudría.* ¿Qué

* Salvo en los casos en que entraba un poquillo de agua. Entonces el grano fermentaba, y de esta forma fue como el hombre prehistórico descubrió la cerveza, bebida que nació en Mesopotamia y que ha acompañado a los occidentales a lo largo de toda su historia, sobreviviendo a revoluciones y genocidios varios. Lo cual explica mucho del devenir de los acontecimientos.

hacer con todas esas sobras? Para nosotros es evidente, nosotros vendemos hasta a nuestras madres si nos ofrecen un buen precio, pero para aquel primer comerciante fue muy difícil llegar a la conclusión de que era utilísimo cambiar aquellos excedentes por los que pudieran tener en la tribu de al lado. Porque lo que se hacía normalmente con la tribu de al lado era matarlos y raptar a sus mujeres. Nada más.

Esto ocurrió en todo el mundo, y en la península ibérica no iban a ser una excepción. Así que empezaron a comerciar, y tuvieron que inventar la escritura para llevar las cuentas y que no les timaran. Dos palitos y dos palitos, cuatro cabritas que me debes. Al mismo tiempo, descubrieron el manejo de los metales. Los metales eran una especie de piedras muy raras que si les dabas golpes, en vez de partirse, se torcían, lo cual era la mar de práctico para hacer collarcitos, o estatuillas de más mujeres de grandes culos, o hachas con las que matar gente con mayor eficiencia. Dominaron el cobre, que no servía para casi nada, y luego el bronce, que ya era algo mejor. Y al final aprendieron a forjar el hierro, que era el metal definitivo. Con el dominio del hierro tuvieron asegurada la capacidad de realizar matanzas durante milenios, y así pudieron enfocar su creatividad hacia otros menesteres como la religión, la escritura avanzada y nuevas y mejores formas de sacarle dinero a los pardillos del mundo entero.

Este es el momento en que más o menos todas las sociedades primitivas entran en la historia propiamente dicha, en cuanto empiezan a dejar testimonios escritos. Y es el momento en el que empezaremos nuestra Historia Torcida de España.

No creas que va a ser sencillo. Piensa que, detrás de aquellas playas y de aquellas mujeres culonas, iban a venir aquí miles de comerciantes y guerreros de todo el mundo conocido. Y todos se querían quedar, y bueno, se quedaban, por las buenas o por las malas. Normalmente lo segundo. Esto duró hasta la Edad Media. Haciendo un repaso rápido, por aquí han pasado tartésicos, celtas, íberos, fenicios, griegos, latinos, judíos, eslavos, germanos, bizantinos, árabes y moros. Genéticamente somos unos «siete leches», eso está claro. Al final, de la mezcla de todos ellos saldrían lo que podríamos llamar «españoles», aunque a algunos no les guste tener ciertos antepasados. Vamos a verlo.

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