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BélgicaLA COSTA INESPERADA
An unexpected coastline
En Nieuwpoort, el encuentro del río Yser con el Mar del Norte genera fértiles marismas habitadas por garzas, zarapitos y otras aves de humedal (izquierda).
En esta página, su muelle al atardecer y un edificio histórico.
// ENG In Nieuwpoort, the point where the river Yser merges with the North Sea generates fertile marshland inhabited by herons, curlews and other wetland birds (left). In this page, the quay at sunset and a historic building.
La bella ciudad de Ostende, a pocos metros de la playa belga. // The beautiful city of Ostend, a few meters from the Belgian beach.
Es frecuente tener que mirar un mapa para verificar que, efectivamente, Bélgica tiene costa. Apenas 68 kilómetros de litoral bañado por el Mar del Norte que esconde gratas sorpresas. Playas de fina arena, senderos para explorar a pie o en bicicleta, arquitectura art nouveau y una naturaleza amable se encadenan entre la contigua Normandía, al oeste, y la región de Zelanda, en los vecinos Países Bajos. Sí, es cierto: también hay altos edificios de hormigón en primera línea del litoral flamenco. Pero ninguno hace sombra al encanto apacible de esta breve ribera. Como suele ocurrir con los grandes desconocidos de cualquier geografía, la costa de Bélgica es… como nunca la habíamos imaginado.
NIEUWPOORT, OSTENDE Y BLANKENBERGE
El río Yser forma en su desembocadura amplias praderas saladas que pueblan de biodiversidad los aledaños de Nieuwpoort. La reserva natural de IJzermonding es un paraje idílico para recorrer hasta el faro. Hay veredas y pasarelas de madera que atraviesan las dunas sin perturbar la paz de estas marismas con una variopinta fauna de humedal. Al caer la noche, de vuelta al casco medieval de Nieuwpoort, el muelle brinda una fotogénica panorámica del puerto.
Hay quien prefiere disfrutar de un litoral pero con el bullicio de una ciudad. Para eso tienen que ir a Ostende, a un paso de su gran playa urbana –delicia de los windsurfistas–, el ambiente en el paseo marítimo vibra a cualquier hora. Cuando sube la marea, las olas casi acarician la fachada acristalada del Casino-Kursaal, un sobrio edificio racionalista con programación de eventos musicales.
Todo lo que se espera de unas vacaciones de dolce far niente está en Blankenberge: restaurantes, atracciones, chiringuitos y una playa de ambiente familiar. En esta pequeña ciudad merece la pena callejear para descubrir rincones belle époque de postal. La Jetée, un largo muelle sobre el Mar del Norte, brinda un atardecer que se quedará grabado antes de rendirse a unos moules-frites, la especialidad local.
Extensas playas de arena dorada (a la izquierda, la de Ostende), arquitectura popular (abajo, en Blankenberge) y una reconfortante gastronomía, con el mejillón como estrella (abajo). // Long, golden, sandy beaches (on the left, Ostend), traditional architecture (below, in Blankenberge) and a comforting cuisine, with mussels as the highlight (below).
ENG You may have to check the map to see that Belgium does indeed have a coastline - a mere 68 kilometres of coastline lapped by the North Sea that hide some welcome surprises. Fine sandy beaches, trails to explore on foot or by bike, Art Nouveau architecture and pleasant countryside are interwoven between neighbouring Normandy to the west and the Zeeland region in the neighbouring Netherlands. Yes, it’s true: there are also tall concrete buildings on the Flemish coastline, but none of them overshadow the peaceful charm of this short stretch of waterfront. As is often the case with the great unknowns of any landscape, Belgium’s coastline is... as we’d never imagined it to be.
NIEUWPOORT, OSTEND AND BLANKENBERGE
At the mouth of the river Yser, wide salt marshes are formed, providing Nieuwpoort’s surroundings with a rich biodiversity. The IJzermonding nature reserve is an idyllic place to explore all the way to the lighthouse. Wooden paths and walkways cross the dunes without disturbing the peace of the marshes with their diverse wetland fauna. After dark, back in the medieval town of Nieuwpoort, the quay commands a photogenic, panoramic view of the port.
There are those who enjoy the seaside but with the hustle and bustle of a city. If that’s the case, they should visit Ostend, a stone’s throw from its large urban beach –a windsurfers’ delight – with an atmosphere on the promenade that buzzes round the clock. When the tide comes in, the waves almost caress the glass façade of the Casino-Kursaal, a sober, Rationalist–style building with a programme of musical events.
Blankenberge has everything you would expect from a carefree, dolce far niente holiday: restaurants, amusements, beach bars and a family-friendly seaside. It’s well worth wandering through the streets of this small town, discovering postcard-perfect belle époque spots. La Jetée, a long quay on the North Sea, boasts sunsets that will linger long in your mind, while you treat yourself to some moules-frites, the local speciality.