La odisea de la papa
Cuatro agricultores descienden 4 mil metros de altura para llevar 84 variedades de papa a Mistura. ¿Por qué un producto que
ños toda mil a vía e iez s una d e novedad ac ? h e sd e ad ltiv u c se
Huayana - Lima 772 km
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altan tres días para el inicio de la Feria Mistura, y a casi ochocientos kilómetros de distancia, en los Andes, un agricultor que viajará a Lima por primera vez se pregunta si acaso también podrá conocer el mar. Fredy Carrasco ha visto fotos de playas en algún libro viejo –los diarios y las revistas no llegan a Huayana, un distrito de montañas que se elevan a cuatro mil metros de altura, en Andahuaylas– y, una vez, cuando viajó en autobús a Arequipa, le pareció ver olas a la distancia. Ahora irá a Lima en un camión, el mismo camión en el que acomoda seis sacos blancos, apenas trescientos kilos, que guardan 84 variedades de papas nativas. El camión parece un animal dormido en la solitaria plaza –casas de barro, capilla cerrada, caminos de tierra– frente a la cual vive Carrasco, un hombre delgado, de treinta y cinco años, mirada pensativa, que viste un poncho de color guinda para el viaje. ¿A cuánto vamos a vender la papa? ¿Cuántos días nos vamos a quedar? ¿Lograremos venderlo todo? Carrasco se ha preparado durante meses para este momento pero ahora está nervioso. Es un agricultor que quiere viajar para conocer ese mercado inmenso de la capital, pero también es un padre que quiere quedarse con su hijo. Como todo recién nacido, el pequeño Williams Peter es un imán de atención y llora desde algún de la casa mientras alguien trata de calmarlo. Shu-shu-shu-shu-shu. Durante quince días, Carrasco no podrá saber nada ni del bebé ni de su esposa. Tampoco lo que él llama su «banco de ahorros». En Huayana no hay línea telefónica. Un colega que lo acompañará durante la aventura lo tranquiliza desde la tolva del camión. –Ya, tranquilo, igualito vas a volver y hasta vas a extrañar Lima. Carrasco sonríe y trepa a la tolva. Desde allí le dice algo a su esposa, en quechua. Jhenny Torres, una mujer joven de polleras
rojas, agita la mano desde la puerta de casa. El pequeño Williams Peter parece una oruga rosada prendida a su pecho. Detrás de ellos asoma una especie de camarote gigante cubierto de telas y sacos, en el centro de un patio al aire libre. Ese mueble extraño guarda el tesoro más preciado de Carrasco, su «banco de ahorros». Allí conserva las muestras de las ciento ochenta variedades de papas que es capaz de producir. El término correcto es papas nativas, para diferenciarlas de las «papas comerciales» que se consumen en las ciudades y en cuya producción han intervenido fertilizantes y técnicas modernas. En la historia individual
interminable de montañas amarrillas. O a los costados, donde viajan tres vecinos que lo acompañarán y que han dejado en casa sus propias historias familiares. O puede concentrarse en los veinte sacos de papas nativas que todos juntos han reunido para vender en la feria y que ahora sirven como asientos para el viaje. A veces alguno de los pasajeros se pone de pie y se empina un momento para informar sobre la ruta. A veces se improvisan conversaciones. ¿Cuánta gente irá a esa feria? ¿Qué es lo que van a traerles de recuerdo a los que se quedaron? ¿Qué vamos a hacer veinticuatro horas viajando en este camión? Es probable que el lector tenga sus propias preguntas. ¿Qué tan especiales son las papas de Huayana? ¿Por qué los agricultores de ese distrito cultivan cientos de variedades mientras que en la ciudad consumimos los mismos diez tipos de papas de siempre? Fredy Carrasco bosteza, acosado por la modorra, y le hace una pregunta a uno de sus colegas: –¿A cuánto vamos a vender el kilo?
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de las papas nativas sólo hay agua, tierra y el trabajo del hombre. Son productos orgánicos, limpios. Carrasco le ha dedicado a su banco los últimos doce años de su vida. Gran parte fueron la herencia que le dejó su padre, un antiguo maestro campesino o yachachiq (en quechua, el que enseña) que llegó a dominar casi doscientas variedades antes de morir. Es difícil hallar equivalentes a un momento como este. Un hombre va a separarse de todo lo importante en su vida para estar en Mistura. Cuando el camión arranca y toma la carretera, todo lo que Carrasco puede hacer es mirar hacia adelante, donde el paisaje se sucede como una película
redy Carrasco recuerda que cuando él era más joven sus padres lo enviaron a estudiar enfermería a la ciudad. –Mi futuro estaba en otro país, seguramente. Yo era estudioso –dice una mañana de principios de agosto, un mes antes del viaje. Un día, el estudiante Carrasco supo que su padre estaba muy enfermo. Tomó una decisión difícil. Dejó de estudiar y volvió a casa para encargarse de las chacras. Entonces recibió la herencia familiar. La «herencia» consistía en ciento cuarenta variedades de papas nativas que él tuvo que aprender a conservar y que ahora guarda como un tesoro en el patio de su casa. En la década siguiente logró reunir otras cuarenta variedades por su propia cuenta, visitando otras chacras, intercambiando con otros colegas. –Es riqueza pero es una riqueza rara –me dice mientras desayunamos en casa de una vecina suya–. No nos da plata. Tiempo después de la muerte de su padre, Carrasco logró una gran cosecha.
Recuerda que contrató dos camiones y con ellos viajó a la ciudad de Andahuaylas, a tres horas de distancia de Huayana, para vender sus productos en el mercado. Un mayorista le ofreció cincuenta céntimos por cada kilo. A Carrasco le pareció un precio bajísimo e injusto. Haciendo cálculos, ni siquiera hubiera recuperado su inversión. Durante días buscó inútilmente un mejor precio. Y crecía el riesgo de que las papas empezaran a malograrse. Al advertir su desesperación, los mayoristas regatearon aún más. Carrasco se deshizo de su «riqueza» al precio de treinta céntimos por kilo. El dinero apenas le alcanzó para pagar el transporte. Treinta céntimos era diez veces menos de lo que ahora cuesta un kilo de papas corrientes en cualquier mercado de la ciudad. –¿A cuánto vamos a vender el kilo? –se preguntará Carrasco durante el viaje a Mistura. Pero ahora falta mucho para eso. Es una mañana soleada y Carrasco está en la cocina de su vecina Isabel Huilcapuma, donde algunas personas coordinan los detalles del futuro viaje a Mistura. La cocina es una habitación de paredes de barro y techo de paja donde un manojo de leñas humea perfumando el lugar. Una gallina duerme cerca del fogón y un perro negro, Rambo, observa desde la puerta. Carrasco jamás ha estado en Lima pero sabe que «allí hay cantidad de restaurantes». Viajar será una gran oportunidad para contactarse con personas que podrían interesarse en las papas que piensa llevar: una gama de más de ochenta variedades que él cultiva con regularidad. Ir a Lima será bueno. Sólo le preocupa un asunto personal. Su esposa acaba de dar a luz a su tercer hijo. Él lava pañales, prepara la comida y todavía no termina de hacerse la idea de separarse de ellos. Espera que ambos estén fuertes para cuando llegue el día del viaje. A la reunión han llegado dos personas del equipo técnico del Prodern (Proyecto de Desarrollo Estratégico de los Recursos
Naturales), un programa financiado por la Agencia Belga de Desarrollo, que se ejecuta desde el año 2011 en cogestion con el Ministerio del Ambiente. El proyecto ha diseñado un conjunto de estrategias para reducir la pobreza a través de la revaloración del patrimonio natural, y trabaja en seis distritos de Ayacucho, Apurímac y Huancavelica. Se trata de localidades de gran agrobiodiversidad pero donde los líderes, autoridades y muchos agricultores no consiguen aprovechar todo el potencial de esa riqueza. Huayana es uno de esos distritos. Fredy Carrasco e Isabel Huilcapuma son dos vecinos que el programa ha identificado por su experiencia y compromiso agrícola. Prodern financiará su traslado hasta Lima junto a otros colegas del distrito cercano de Pomacocha y facilitará su participación en la Feria de Mistura. Entre el proyecto y los vecinos se establece una relación de intercambio de conocimientos. El Prodern busca que los yachachiq –estos maestros agricultores que son ejemplo y enseñan a sus vecinos– se consoliden como promotores locales de la recuperación y conservación de la diversidad. Si ellos pueden vivir bien a partir de sus cultivos
será más fácil que ese entusiasmo se contagie a otros vecinos. Las papas nativas, puestas en cualquier mercado gourmet, serían tesoros exóticos. Sin embargo, permanecen aislados como un secreto local. Las familias producen para su propio consumo. No tienen acceso a créditos. Les cuesta mucho entrar a los mercados para vender a precios justos. Este escenario, sumado a la migración de campesinos hacia las ciudades y la búsqueda de oficios más rentables, provoca que diversas variedades de papas nativas empiecen a desaparecer. También ocurre que ciertos agricultores prefieren cultivar productos comerciales, introducen
técnicas modernas y fertilizantes químicos que aumentan su productividad, pero disminuyen la calidad de sus cosechas y dañan la tierra. «Hay zonas donde antes se cultivaban papas nativas y ahora ya no», dice otro día el ingeniero René Gómez, en una oficina del Centro Internacional de la Papa (CIP), en La Molina. El abandono de ese cultivo es un fenómeno nacional, ocurre en varios departamentos. «A veces pasa porque la gente se va o porque encuentra otros trabajos más rentables como la minería». Gómez es un experto de cincuenta y seis años que acaba de volver de vacaciones, y habla con esa tranquilidad propia de quien sabe que pronto deberá ocuparse de los problemas pero todavía no. Por los pasillos del CIP caminan científicos en batas blancas y unas ventanas en la pared permiten ver el famoso laboratorio que conserva las muestras de más de 4600 variedades de papas en tubos de cristal. «Están preservadas para las próximas generaciones», añade Gómez. Más de la mitad de ellas son nativas que sólo crecen en el Perú, desde Cajamarca hasta Puno. Este «banco» genético garantiza que las papas que desaparecen de los campos no se extingan y, eventualmente, puedan ser reintroducidas en sus lugares. ¿Por qué son tan especiales las papas nativas? Gómez me cuenta una historia sobre un experimento médico que realizó en carne propia. Alberto Salas, un colega suyo, le habló de un agricultor de Andahuaylas que buscaba papas oscuras para purgarse y cuidar su salud. Las preparaba en sopas y las tomaba en determinada fase lunar, una vez al año; esto es conocimiento tradicional. Las papas nativas, explica Gómez, tienen una gran cantidad de antocianinas y antioxidantes que controlan el envejecimiento de las células. Los colores de la pulpa (anaranjadas, rojas, moradas, negras) indican que una papa contiene más o menos micronutrientes benéficos. De esa manera, una papa blanca corriente –la más consumida en el mundo– es un ingrediente ordinario frente a los tubérculos más coloridos. Gómez dice que el extracto de la mashua negra, de acuerdo a un estudio con la Universidad de Texas, mata a las células cancerígenas de la próstata.
A N D A H U AY L A S MISTURA
Él comió una ración diaria de cinco mashuas durante veinte noches. Dos semanas después, se hizo un examen de PSA para cáncer de próstata. El riesgo se mide de 0 a 4. Previamente él había obtenido 1.37 ng/ ml. Esa vez, después del experimento con la mashua, el resultado fue de 0,48 ng/ml. «Estoy como un chibolo de quince años», dice sonriendo y añade: «El potencial de estos productos es inmenso, pero hay que recuperar y promover el hábito de consumo. Hay que darle información a la gente. Si le dices que la papa nativa es una maravilla para la salud, ¿no crees que la van a buscar?». –Paciencia tenemos que tener – dice Fredy Carrasco, en la reunión de coordinación–. Ahora al menos los ingenieros nos están ayudando a salir a ferias para encontrar mejores contactos. Paciencia y trabajo será, pues. Carrasco es agricultor por herencia y por convicción pero debe dividir su tiempo entre la chacra y un trabajo temporal como obrero de construcción que le permite ganar algo más de dinero. En su paso por las minas de la región, donde trabajó una breve temporada, aprendió a usar explosivos. Ahora lo contratan para abrir trochas a punta de dinamita. Le pagan veinte soles por explosión. Ubica el punto. Coloca la carga. La enciende. ¡Bum! Hay días en que llega a hacer veinte detonaciones. Es un oficio rentable pero para él sólo se trata de un mientras tanto. Una manera de resistir mientras el mercado para las papas nativas mejora.
Sangre de toro
Peruanita
En la cocina, Isabel Huilcapuma ha preparado para la ocasión una huatiada, una técnica ancestral de cocer papas bajo tierra. Sale de la cocina apurando el paso con la prisa del cocinero ante un horno que echa humo. Una oveja bebé blanca la sigue como un perro faldero. Se llama Pachita y su madre se niega a alimentarla. Huilcapuma la ha adoptado y, cada tanto, le ofrece un biberón con leche fresca. Afuera el sol brilla sobre el campo abierto. Un rebaño solitario pasta frente a la casa. –Emichaáaa, Emichaáa –grita la mujer llamando a uno de sus cinco nietos. Huilcapuma ha visto a extraños rondando por la zona y teme por sus animales. Emicha es el diminutivo de Emerson, un niño de nueve años que sale cabizbajo desde una habitación contigua a la cocina. Las mejillas chaposas. Los ojos grandes y pardos. La abuela le pide en quechua que vaya a cuidar al rebaño. El niño ahueca el suelo con uno de sus pies pero no se mueve. La mujer insiste. Emerson le hace caso en cámara lenta. Las manos en los bolsillos. Su abuela lo mira pensativa. El niño está de vacaciones. Estudia en el centro poblado del colegio y cada vez le gusta menos el campo. Los adultos dicen que eso es lo que está pasando por estos tiempos. Los pequeños ya no quieren ayudar en las chacras. Creen que el campo es el atraso y que la ciudad tiene un mejor futuro para ellos. Huilcapuma viste de riguroso luto – falda, chompa y blusa negras– desde hace
Andina
Tanquihua
Yuncaccasi
casi un año, cuando murió su madre. Dice que para Mistura ya habrá completado su periodo y que volverá a las faldas de colores. Toma un palo y una olla de barro y cruza una parcela vacía hasta un montículo de tierra y paja ardiente. Escarba con esmero de arqueólogo hasta que comienzan a brotar tres docenas de papas cocidas que despiden un olor dulce. Son pequeñas, de variedades diversas y están entreveradas. Los agricultores suelen sembrar las papas de diversas variedades mezclándolas todas en el mismo terreno, más o menos igual que cuando cocinan la huatia. De esa manera logran un mejor rendimiento y evitan que las enfermedades se propaguen. Huilcapuma coloca las papas en la olla soplando para no quemarse los dedos. Es un proceso lento que permite admirar la variedad. Algunas papas parecen huevos (runtus), otras pepinillos (yana pepino), granadas militares (puka vaca ruru), dedos humanos (pucamillo), pezuñas de puma (pumapamaqui), torpedos (yanasuito), escarabajos (allqa huancaína), pelotas de goma (asnupa runtu). Otras no se parecen a nada pero tienen nombres curiosos como Emilia o Josefa. Camino a la cocina, una jauría de nueve perros rodea a Huilcapuma alborotados por el olor. Ella arroja una papa larga como un bastón y los animales se alejan hipnotizados por el manjar. Hace diez mil años antes, cuando aún no había ciudades ni grandes reinos en esta parte del mundo, los hombres del altiplano del Perú descubrieron una raíz
Putis
Pucapichqi
abultada a casi cuatro mil metros de altura. Durante milenios la domesticaron hasta que lograron volverla dócil y comestible. Una leyenda cuenta que por aquel tiempo hubo un pueblo dominado por malos gobernantes. La gente se moría de hambre. Rogaban a sus dioses por ayuda. Un día estos se compadecieron y arrojaron a la tierra unas semillas. De ellas brotaron plantas de flores rosadas. Al verlas, los gobernantes las exterminaron. Los Apus ordenaron al pueblo que buscara bajo la tierra. Allí la gente halló la papa y, al comerla, se hicieron fuertes y se sublevaron. Miles de años después, las conquistas, las guerras, las hambrunas y el comercio dispersaron ese cultivo por todo el mundo. Desde América hasta Europa, Asia y África. Desde el Perú hasta los 151 países que cultivan papa en la actualidad. La enrevesada geografía de los Andes, y del Perú en especial, ofreció a los hombres algo único en el mundo: un terreno fértil y un conjunto de climas, pisos y valles para la experimentación que con el tiempo produjo una asombrosa diversidad. Las casi cuatro mil variedades que se cultivan en el país son el testimonio de una obsesión y de una serie de técnicas y conocimientos que han atravesado todas las etapas de la historia, desde la época de las cavernas hasta ahora, cuando Isabel ofrece a sus huéspedes la olla humeante con los veinte tipos de papa que en un mes exhibirá en Mistura.
L
a mañana del cuatro de setiembre, el camión llega a casa de Isabel Huilcapuma para cargar sus productos. El conductor abre la puerta de la tolva. Asoman unos palos largos que, en caso de lluvia, servirán para armar un toldo, y también una llanta que parece de repuesto pero no lo es. Está abierta como una salchicha. El conductor dice que la compró en una tienda de Lima y que estalló después de unos kilómetros de recorrido por las endiabladas carreteras de las alturas. Del camión descienden, dos agricultores, una autoridad del municipio y un ingeniero del Prodern. Isabel Huilcapuma sale a recibir a la pequeña comitiva con la noticia de que no viajará. Ha dejado el luto y hoy viste falda fucsia, blusa melón y una manta guinda sobre sus hombros. Es un día nublado. –¿Cómo no vas a ir, mamá Isabel? –le dice el ingeniero que está a cargo de la logística del viaje–. Todo lo que estamos trabajando durante tanto tiempo no puede ser en vano. El rostro consternado del funcionario hace reír a la mujer. –Mamita Isabel, qué chistosa eres. Ya decía yo. Qué bromista eres. Los hombres se dirigen hacia el almacén –una habitación fría y oscura, ideal para la conservación– donde el esposo de Huilcapuma indica los cinco sacos de papas bien cosidos con pabilo que llevarán a la feria. Diógenes Carrasco es un hombre bajito y delgado que lleva un sombrero negro. Ha decidido que será él quien acompañará a su esposa durante el viaje. Alguien dice que es un hombre celoso y que no quiere dejar sola a su mujer. En el último mes, después de la anterior visita de coordinación, han ocurrido algunos sucesos. Los nietos volvieron al colegio y un cerdito recién prematuro murió de frío. Huilcapuma lo había rescatado de una muerte segura a manos de mamá cerda. El animal andaba malhumorado porque había parido tres crías pequeñas y débiles que no podían lactar y aplastó a dos de ellas con su enorme corpulencia. El cerdito sobreviviente fue colocado en una cama de telas y pellejos y alimentado con biberón pero no pasó de las tres semanas. Pachita, la oveja que parecía perrito faldero, ha crecido y ahora se ha integrado al rebaño. A Huilcapuma le preocupa lo que ocurrirá cuando ella no esté. ¿Sobrevivirá la casa sin ella? Dos de sus hijas, Elisa y Marcelina, se quedarán a cargo de la propiedad, del almacén y de los animales. Ellas han preparado mantas y ropa para el viaje de sus padres. Elisa, que tiene veinte años, no conoce Lima. Marcelina, de treintaidós, sí. Trabajó en casa de un familiar durante medio año pero no recuerda haber salido del barrio jamás. Sólo recuerda el terminal de buses al que llegó. Antes de partir, la comitiva recibe un plato de papas y otro con rodajas de queso salado, preparado con leche de vaca casera. Es una combinación sabrosa que disminuye la prisa de los preparativos. Marcelina conversa con su madre, en quechua, mientras le acomoda el sombrero. Coloca en él una flor de plástico de pétalos naranjas y hojas verdes. Le pide a su madre que no se olvide de traer caramelos, panetón y sobre todo arroz. –¿Arroz? Pero la papa es mejor que el arroz y a ustedes les sobra –dice el ingeniero a cargo del viaje. –Cansados estamos de comer lo mismo siempre, inge.
EL ORIGEN DE ESTA HISTORIA
1 •El Proyecto de Desarrollo Estratégico de los Recursos Naturales, Prodern, se ejecuta como parte de un convenio suscrito entre el Perú y el Reino de Bélgica, en 2010. Supone la gestión coordinada entre el Ministerio del Ambiente y la Agencia Belga de Desarrollo. Se enfoca en seis distritos: Pilpichaca y Santa Ana, en Huancavelica; Cabana y Carmen Salcedo, en Ayacucho; Huayana y Pomacocha, en Apurímac.
2 • El viaje de los agricultores Fredy Carrasco e Isabel Huilcapuma a la feria Mistura, en Lima, se ha realizado con el objetivo de empoderar a los productores y conservacionistas de la agrobiodiversidad como gestores de su propio desarrollo, a través del comercio directo de sus productos.
3 •El Prodern se concentra en proyectos piloto que puedan servir para generar políticas públicas que mejoren la gestión de los recursos naturales y la agrobiodiversidad de aquellas localidades. El proyecto tiene cuatro componentes: Ordenamiento Territorial, Puesta en Valor del Patrimonio Natural, Conservación de la Diversidad Biológica y Comunicación e Información.
4 •Los ciudadanos de Huayana, reunidos en talleres de trabajo, priorizaron los productos en los que Prodern debía enfocarse: papa nativa y quinua. A través del trabajo con agricultores y yachachiq locales el Prodern busca que se generen zonas de conservación de esos productos. El objetivo es que las comunidades puedan preservar sus variedades de cultivos y también ingresar, a través de los principios del biocomercio, a mercados donde se les pague lo justo por sus productos y por todo el trabajo de conservación que realizan.
Su hija le pide que traiga de Lima caramelos, panet贸n y arroz
Hay un boom de la gastronomía en el Perú y dentro de él un boom del arroz. En sólo diez años, los peruanos se han convertido en las personas que consumen más arroz en Latinoamérica, y ahora es preciso importarlo para poder almorzar a gusto. Por el contrario, el peruano consume casi la mitad de papa que en 1950. La mayoría son las variedades comerciales que suelen hallarse en los mercados y que se siembran en grandes plantaciones. Las papas nativas, cultivadas en pequeñas parcelas en las altas localidades como Huayana, son forasteras dentro del boom, un tesoro peruano que el peruano promedio aún no termina de descubrir. No hay papas nativas en los mercados de la ciudad. No hay oferta. Tampoco demanda. Mistura es una de esas raras oportunidades en que los comensales de la ciudad pueden conocerlas, degustarlas e incluso comprarlas para luego entender que hasta ahora no sabemos nada de esos productos, salvo que son deliciosos y, según dicen los expertos, muy nutritivos. Los expertos añaden que no hay nada peor en la gastronomía que la repetición. La papa nativa es la variedad en estado puro. Si alguien decidiera comer un tipo diferente cada día, necesitaría seis años y cuatro meses para terminar esa aventura culinaria. Sería la experiencia de degustación más extensa de la cocina universal. Un récord Guiness asegurado. Esta mañana, Isabel Huilcapuma sube a la tolva del camión con la misión de traer arroz desde Lima. El vehículo es un Volkswagen de nueve toneladas de capacidad, donde podría caber a sus anchas una camioneta 4 x 4. Los cinco sacos de papas apenas ocupan un espacio mayor que la rueda reventada. Los dos conductores se acomodan en la cabina, un agricultor del distrito de Pomacocha se instala en la canastilla y Diógenes Carrasco se sienta al lado de su mujer, sobre los sacos de papa. Llevan una bolsa con algunas mudas de ropa, ponchos y sombreros típicos para atender en el Gran Mercado de la feria. Y así comienza el largo viaje rumbo a Lima. Serán casi ochocientos kilómetros de carretera que recorrerán en veinticuatro horas. Las espaldas contra la madera de la carrocería. En el camino, el camión se detiene en el centro poblado de Checchepampa –un conjunto de casas de quincha alrededor de una plaza de tierra– donde recoge a Fredy Carrasco. Su esposa se ha recuperado del parto y se despide de él agitando la mano desde la puerta de casa. La última parada es en Pomacocha, la «zona de la
agrobiodiversidad y capital de la agricultura limpia», según proclama un cartel colgado en la municipalidad frente a una plaza vacía. Abelardo Caccya, el hombre de la canastilla, ha sido alcalde de este distrito durante dos periodos. Dice que uno de los principales problemas es que se está despoblando. Según el censo de 2007, allí hay 972 vecinos, uno más que en Huayana. Pero el ex alcalde cree que, en realidad, sólo hay unas doscientas personas. Las encuestas registran muchas veces a padres, hijos y hermanos que hace tiempo se fueron a la ciudad. Caccya será el único representante de la zona en este viaje, pues las dos personas que lo iban a acompañar sufrieron contratiempos de último momento. Un funcionario del concejo no obtuvo el permiso oficial para viajar, mientras que Noemí Chipana, una integrante de la Asociación de Productores Agroecológicos Artesanales y Derivados Ecológicos, debe quedarse a cuidar a su hija de dos años, que ha enfermado de gripe. Ccaccya, a diferencia de sus paisanos de Huayana, es un curtido comerciante que durante cuatro años ha llevado productos de Pomacocha a una feria en
víctimas. Cierto año, la municipalidad de Pomacocha llegó a tener ciento ochenta cuyes de exhibición. Una mañana, cuando los trabajadores del concejo entraron a la granja, hallaron a los ciento ochenta animales degollados. Dicen que el osccollo no mata por hambre sino por placer. Es pequeño pero tiene garras y dientes filosos. Fredy Carrasco, que va sentado en la tolva, dice que a él le pasó algo peor. Él tenía trescientos cuyes en una habitación de su casa. Sabía que el osccollo podía atacar, así que tapó todos los huecos pero se olvidó de revisar el techo. Fue su error. La escena que encontró, dice, era como esas que pasan en las guerras. Los cuyes tenían las nucas abiertas. Ninguno sobrevivió. –Ese desgraciado chiquito nomás es, pero tiene una rabia. –Espérate que termine de contarte –le dice Ccaccya. Después de la matanza, los vecinos de Pomacocha planificaron la venganza. Reunieron algunos cuyes en la misma escena del crimen y durante noches enteras una comisión se turnó en la tarea de vigilar. El día en que el osccollo volvió, los hombres saltaron de sus escondites y lo persiguieron hasta atraparlo. El castigo fue ejemplar e incluyó el uso de una sierra eléctrica. Es preferible no reproducir el resto de la conversación. El viaje en camión es duro. Quienes hayan atravesado los Andes de noche en este medio de transporte pueden dar fe de ello. La espalda duele. Las piernas se adormecen y cuesta coger el sueño por más que intentes todas las posiciones. Las historias y las conversaciones más triviales resultan como canciones de cuna. Más o menos a las diez de la noche, el frío de la puna se apodera del camión. Alguien había mencionado un lugar llamado Negromayo asociado a «morirse de frío». Los pasajeros parecemos momias enfardeladas con frazadas y ponchos y bolsas de dormir y aún así el frío es todo lo que se puede sentir. Es una sensación compleja. Por un lado, el sueño te vence y por otro el frío te despierta. Tu cuerpo es un campo de batalla de esas dos fuerzas y tu mente, una especie de motor que trata de equilibrar la batalla. Dormir. Soportar el frío. Dormir. Soportar el frío. Dormir. Soportar el frío. Todos parecemos concentrados en este ejercicio. Dormir. Soportar el frío. Dormir. Soportar el frío. Ya nadie conversa. Sólo se escucha el rumor del motor y el crujir de las maderas de la carrocería como una especie de silencio. Dormir. Soportar el frío. Dormir. Soportar el frío. Entonces sucede. La rueda derecha del eje posterior del camión estalla como el sonido
Isabel llevará conchitas del mar para sus hijas. «Es mejor que el arroz» Villa María del Triunfo, donde viven muchos migrantes de la localidad. «Ellos extrañan nuestra comida». También es el único de esta expedición que ha visitado Mistura. «Es grande y bonito. Una gran oportunidad». Él se hará cargo de los ocho sacos de papa y once de quinua de la localidad. El camión sale del pueblo en medio de los aplausos de los colegas que se quedarán, y pronto retoma la carretera levantando nubes de polvo a su paso. El verano de los Andes ha secado las montañas. El ichu reseco, el camino polvoriento. De cuando en cuando, algunas camionetas 4 x 4 pasan en sentido contrario emitiendo bocinazos de alerta. El sol cae suavemente alargando las sombras. El cielo es un arco azul. Los viajeros están muy animados. –¿Usted sabe, amigo, que hay un animal terrorista como Bin Laden? –me dice Ccaccya. Parece una pregunta capciosa. El osccollo –me cuenta– es un gato silvestre que acecha en las granjas en busca de sus
de una granada y toda la máquina parece levitar. Los pasajeros gritan. Unos más aterrados que otros. Y suena algo así como un interminable: – Oooooooyyyyyyyy. Son unos breves segundos en que se forma algo así como un pensamiento colectivo donde nos imaginamos suspendidos en el aire. Pero esto nunca ocurre. Pasado esa breve ráfaga de miedo comprobamos que la máquina sigue rugiendo sobre el camino y que el conductor ni se ha dado cuenta. Es un camión de tres ejes y el peso de los veinte sacos es ínfimo. Una rueda menos sólo es una rueda menos. Bajo la oscuridad Caccya dice que nos hemos ganado el derecho de llegar a Lima. Un rato después todos estamos dormidos.
A
la mañana siguiente, mientras ingresamos a Lima, la carretera Panamericana Sur se sucede con una monotonía que no logra retener la atención de los pasajeros: carros, avisos, cerros pelados. «Feos son». Los pasajeros discuten sobre la versión correcta de la historia de taita Agripino, un vecino que consiguió una colita de zorro. Si tienes una cola de zorro, dicen, puedes considerarte un hombre afortunado. Tendrás suerte. No era el caso de taita Agripino, quien, si bien tenía la envidiable suerte de tener cuatro mujeres, se quedaba muy rápido sin dinero. Cobraba su sueldo y todo se lo repartían ellas. Algo había hecho mal. Conseguir la cola de un zorro es un ejercicio muy difícil. Para comenzar, el zorro debe estar vivo. Lo cazas, le cortas la punta de la cola y luego lo sueltas. «Debe de tener un poder –dice Abelardo Ccaccya–. El zorro le mueve la cola al carnero y lo hipnotiza». –¿A cuánto vamos a vender las papas? –pregunta Fredy Carrasco, cambiando de conversación. Prodern
Es un tema propicio cuando ya falta menos de una hora para llegar a la ciudad. –¿Será a un sol el kilo? –se responde él mismo–. Tenemos poquita cantidad nomás. Un sol por un kilo de papas orgánicas llegadas desde tan lejos parece un regalo de los Apus. En los supermercados hay papas corrientes que se venden por el doble de ese precio. –Dos soles, será –propone Ccaccya–. Con eso ya podemos recuperar la inversión. Al menos un poquito. Total, la ganancia está en mostrar. Que conozcan. Quisiera decirles que en las ferias de productos orgánicos, los compradores pagarían hasta seis o siete soles por un kilo de esas papas si es que supieran todas sus bondades, el lugar de donde vienen y la historia que contienen (incluido este viaje), pero la visión del mar ha capturado la atención de los pasajeros. Las olas revientan sobre una playa solitaria. Isabel Huilcapuma habla con su esposo. Le dice cosas en quechua a un ritmo veloz y le responde sonriendo, emocionado. Él ha pasado por Lima una vez, camino a la selva de Junín, donde fue a buscar a su hijo. El muchacho se había ausentado mucho
tiempo para trabajar en las chacras de café, en la Merced. Fue un paso rápido. Diógenes Carrasco no vio el mar esa vez. Bajamos un momento para que puedan verlo de cerca. El frío es intenso sobre la playa. Sobre la arena sólo se ven las huellas de algunos perros, unos baños de cemento derruidos y un cartel que flota sobre la pista anunciando vehículos chinos a precios de motocicletas. Las olas revientan sobre los pies de Isabel. –Atun ccocha. Mana ccahuanichu nuncapas –dice mirando por primera vez el mar, tan cerca que las gotas salpican. –Quiere decir: «Lago grande. Nunca lo he visto antes» – me explica el ingeniero del Prodern. Los hombres se reúnen a conversar. –Frío –dice Abelardo Ccaccya cruzando los brazos–. De razón los que vienen de la sierra se pelan como gallinas. Fredy Carrasco ha descubierto un agujero donde un cangrejo se refugia escarbando a toda prisa. –En base a esto habrán inventado la excavadora de las minas –dice pensativo–. No hay nada nuevo que ha creado el hombre. A lo lejos se desdibuja la imagen de Isabel Huilcapuma. Camina lentamente siguiendo el sendero que trazan las conchas sobre la arena. A ratos encuentra alguna que le gusta y la recoge. Cuando se reúne con sus colegas, tiene una bolsa llena y la agita como una sonaja. Le pregunto qué hará con ellas. –Para mis hijas es –dice en quechua–. Esto es mejor que el arroz.
FIN –Aló, Fredy. Es el tercer día de Mistura, un lunes, muy temprano en la mañana. Periodistas de radio, diarios y televisión pasan todos los días por el Gran Mercado de la Feria, y han convertido a los productores de Andahuaylas en repentinas celebridades que se dividen entre la atención al público y las entrevistas. Fredy Carrasco se ha desviado un momento de ese ajetreo para entregarle una encomienda a un familiar, aprovechando la mañana. Contesta el teléfono desde un punto ruidoso de la ciudad. La venta es un éxito, dice. Sólo le quedan ocho kilos de papas por vender. Es curioso el público de Lima. Carrasco ha notado que las papas grandes que los productores de otras localidades se han esforzado por traer no han tenido tanta demanda. Los clientes prefieren las papas pequeñas, tamaño limón, y les llaman «papitas coctel». Les gusta que se las vendan entreveradas, todas las variedades posibles en un mismo paquete. Antes de venir a Lima, le sugirieron a Carrasco que lavara las papas y las trajera lo más limpias que fuera posible. Él sabe que las papas se conservan mejor cuando están con su propia tierra así que las lavó en el río con esmero pero con desconfianza. En el puesto que el Prodern les ofreció en Mistura, comprobó que el público de la ciudad tiene mucha prisa. Al ver las papas de otros productores, bien cubiertas de tierra, se asustan y piensan que van a pasar mucho rato lavándolas. –Será por eso que han preferido nuestras papas lavaditas. –¿A cuántos soles han vendido cada kilo? –Eso es la mejor noticia –responde en medio del claxon ruidoso de una avenida–. Nos están pagando hasta cinco soles. Con la venta del primer día recuperaron toda la inversión. –Lo demás ha sido todo ganancia. –¿Volverás el próximo año? –Así da ganas de venir, pues. Por la tarde, uno de sus colegas me cuenta que Carrasco terminó de vender todas las papas y se marchó de inmediato a Huayana. –No quería esperar más. Estaba pensando mucho en su hijo.
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Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional: 2012-10813
Primera edición:
setiembre 2012 tiraje: 10.000 ejemplares
Esta es una publicación de
prodern-1 Proyecto de Desarrollo Estratégico de los Recursos Naturales en Ayacucho, Huancavelica y Apurímac
CRÉDITOS
Erasmo Otárola Acevedo / Coordinador Nacional Roger Loyola Gonzales / Director Nacional Richard Prada Pimentel / Coordinador Regional Apurímac César Abad Pérez / Coordinador Regional Ayacucho Floriberto Quispe Cárdenas / Coordinador Regional Huancavelica Sonia Vidalón Palomino / Comunicación y Monitoreo Agradecimientos:
Juan Lara Huatuco / Asistente Administrativo Apurímac Calle 2 de Mayo 1545. San Isidro, Lima. Perú. Telefono: 421-8004 http://prodern.minam.gob.pe - proyecto.prodern@gmail.com
Concepto, edición y contenidos
Editorial COMETA Textos: Marco Avilés / Cometa Fotografias: Daniel Silva Yoshisato / Cometa Diseño e ilustración: Gigi Salas Lúcar / Cometa Editores recreativos: Qori & Maqui Mapa: Víctor Aguilar / Cometa Corrección de estilo: George Aréchaga www.cometacomunicacion.com
El presente documento ha sido elaborado con ayuda financiera de la Agencia Belga de Desarrollo. Su contenido es responsabilidad exclusiva del autor y en ningún caso representa el punto de vista de la CTB.
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