Agitaciรณn colectiva 13:24 Vivencias septiembre 2017
AGITACIÓN COLECTIVA 13:24 VIVENCIAS SEPTIEMBRE 2017
AGITACIÓN COLECTIVA 13:24 VIVENCIAS SEPTIEMBRE 2017
Editores Norma Patricia Rodríguez Guerrero Raúl Mendoza Zaragoza Julio Canek Gonce Castillo Carlos San Juan Gozález Gerardo De La Fuente
Agitación Colectiva 13:24 Vivencias septiembre 2017 Universidad Autónoma de la Ciudad de México Fray Servando Teresa de Mier 92 y 99, Obrera, 06080 Ciudad de México, CDMX Comunicación y Cultura Producción Editorial 2018-I Profr. Benito López Martínez Todos los derechos reservados 2017 ISBN: 978-0-8297-6753-1 Categoría: Cultura general IMPRESO EN LA CIUDAD DE MÉXICO
Índice ¡Auchhh! 11 Norma Patricia Rodríguez Guerrero. En cuestión de segundos Gemma Sarahí Ramírez Reyes
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Un día como si fuera normal Mónica Anguiano
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Removiendo la rutina Alicia Rodríguez
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El simulacro que se volvió real Carlos San Juan González
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Naturaleza 43 Fabiola Panchi Martínez El día que pude reírme de los hombres corporativos Erick Ponce
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Retorno al 19 55 Jesús Rodrigo Sosa Palma
Sin previo aviso 63 Jonathan Zacarías Instrucciones para levantar un librero Sofía Mejía León
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Coincidencias 75 Natalia Pérez Alejo Un grito de auxilio Claudia Tadeo Ramírez Gómez
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Despiértame cuando tiemble Jazmín Rodríguez
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El regreso de los dioses Sandra Beatriz Rangel Ayala
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El día que me sonrió la muerte Leopoldo del Llano Salazar
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El factor conmoción 103 Raúl Mendoza Z. Grietas sin maquillaje Mario Pantoja
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Los pájaros, los árboles y ellos Enrique Lugo Voz de Arturo, un niño de 11 años: El temblor me cambio la vida Gabriela Salgado Cuando la tierra nos sepulta Julio Canek Gonce Castillo
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El temblor 137 Gerardo De La Fuente
¡Auchhh!
Norma Patricia Rodríguez Guerrero.
Mis labios jamás habían tenido esa sensación de frío, el cual estremeció mi cuerpo hasta la última célula. ¡Quería más! Así que pedí uno doble para llevar. Todos mis sentidos estaban centrados en él, en ese helado que el viejito del parque había preparado de forma artesanal, tal y como se lo había enseñado el papá del papá de su tatarabuelo… algo así, había comentado mientras tomaba el cono con su mano derecha y con la otra deslizaba suavemente la cuchara sobre la superficie del helado de chocolate. Mis ojos no quitaban ni un instante la vista de él; ese movimiento lento y cadencioso que aquel anciano estaba haciendo. Estaba tan ensimismada que nunca me percaté cuando tomó la servilleta y de un momento a otro, sin esperarlo, estiró su brazo fuerte, desprotegido del sol, que había hecho mella en su piel. Nunca olvidaré el olor, el color, y esos pequeños tropiezos de chocolate que se derretían en mi boca mientras se deslizaban suavemente por mi lengua hasta caer en el hondo y profundo vacío de mi garganta; ese delicioso helado de chocolate, era el más grande y cremoso que jamás había visto, me lo acabé todo, toooodo. ¡Tooooooodo! Ahora sólo falta el crujiente barquillo color caramelo que había sostenido mi helado, cuando estaba a punto de darle una gran mordida al barquillo, el ladrido de Quesito ¡mi perro! y tres lengüetazos me hicieron despertar 11
de inmediato, en eso se escuchó el fuerte y resonante grito de mi madre…. “¡¡¡Patriciaaaaa!!! Levántate que se te hará tarde para ir a trabajar.” No me quedó de otra, estiré mis brazos, mis pies, dí el último bostezo y pegué un gran brinco para bajar de mi cama. Tardé menos de tres minutos para cambiarme, me fuí corriendo a la recámara de mi hermano para mirarme en ese espejo grande y largo frente a su cama; me peiné, agarré mi mochila, le dí un gran beso a mi mamá y me fuí corriendo para alcanzar el camión. El sonido puntual y estruendoso de la chicharra me decía que ya había acabado la jornada de trabajo. Recogí mis cosas de la mesa, me dirigí hacia la oficina donde se encuentra la libreta de asistencia, me despedí de todos; en el zaguán se encontraba Doña Naty, con esa voz tierna que caracteriza a una señora de su edad me dijo: “Adiós preciosa, cuídese y váyase con cuidado”. Llegando a la estación del Mexibus recordé mi manzana. ¡Ni modos! Comeré hasta llegar a la Universidad. Al parecer había tardado en pasar el camión que va hacia el metro Rosario, la gente se conglomeró cuando llegó -decidí no irme en ese-, el siguiente era metro Politécnico. Si esperaba otro se me haría tarde para llegar a la escuela. Decidí viajar de pie durante todo el trayecto. Había un cúmulo de gente tremendo. Era tarde, como eso de la una, algo así, la verdad ya ni quise sacar el celular para checar la hora. Estaba tan agobiada que sólo escuchaba voces a mi alrededor sin prestar atención de los comentarios. 12
A lo lejos se percibía el color rojo del Mexibus, en ese momento la gente comenzó a acercarse cada vez más hacia la orilla, me empujaban tanto que pensé que de un momento a otro pasaría una catástrofe, pero afortunadamente hasta este momento todo estaba bien. El camión abrió sus puertas y ¡¡¡Zummmmmmm!!! Todos aventaron a todos para entrar, yo creo también se les había hecho tarde. Todo ocurría con normalidad; gente platicando, unos escuchando música y otros tantos dormidos, en cambio yo estaba agarrándome del tubo que se encuentra cerca de la puerta, estaba tan cansada de venir parada durante todo el trayecto que flexioné mi rodilla derecha para que mi pie descansara un poco, en esos precisos momentos se sintió un tremendo jalón, pensé que el camión se iba a caer, todos los que nos encontrábamos dentro volteamos a vernos unos a otros, como pudimos nos agarramos, el silencio fúnebre que prevaleció durante unos momentos fue roto por un grito femenino que no tardó mucho en ser descubierto: “¡¿Qué, piensas que traes vacas?!” A pesar del susto, se dibujó una pequeña sonrisa de mi cara, mientras pensaba: ¡Santo por Dios! Existe alguien que maneja peor que yo, pero bueno. Estábamos a unos cuantos metros de llegar a la estación. El Mexibus abrió sus puertas, la mayoría bajo tan rápido que sentí como el camión se ladeó, tanto que pensé que me iba a caer de boca. Todo fue tan rápido, un grito despavorido de una señora regordeta que se encon13
traba en la estación grito ¡¡¡está temblando!! Bajé tan rápido como pude, todo se movía, mis piernas no me respondían, me asusté más con los rostros y los gritos de la gente; caminé lo más rápido posible, bueno, es un decir, porque en realidad no puedes avanzar mucho ni tan rápido como quisieras, como pude llegué al barandal que se encuentra cerca del gran vidrio, a través de éste pude observar lo que ocurría enfrente. Los cables se bamboleaban de un lado a otro, la gente se encontraba afuera de sus casas, sus rostros reflejaban la angustia y desconcierto que estaban viviendo; un chico robó mi atención cuando se dirigía hacia uno de los postes de luz que se encontraban como a cinco metros de él, no lo podía creer, fué a quitar su motocicleta la cual se encontraba bajo uno de los postes de luz, que parecía bailar al ritmo del viento; juro que pensé que se le iba a caer encima. Los momentos que duró el temblor fueron eternos, cuando éste iba disminuyendo su intensidad, la gente comenzó a desplazarse. Me dirigí hacia la parada del camión que me deja en Cuautepec, por momentos titubeaba si continuar con mis actividades cotidianas o regresarme a mi casa, estaba muy asustada, era el temblor más intenso que yo había sentido. Tomé mi celular para llamar a mi hermano, pero nada, no había línea, la gente a mi alrededor intentaba hacer lo mismo, pero todos los intentos eran fallidos. El camión iba más lleno que de costumbre, todos hablaban del temblor, una joven que se encontraba como 14
a medio metro de mí estaba observando su celular y comentó que “el sismo había sido de tantos grados y se reportaban edificios colapsados” no podía creerlo, fue intenso, pero no era para tanto. Llegando a la Universidad el susto fue peor, todos los alumnos se encontraban invadiendo las banquetas y la avenida; la puerta de la escuela estaba cerrada. Intenté miles de veces comunicarme con mi gente, pero no podía, la angustia e incertidumbre crecían cada vez más, pensaba en lo peor, mis hermanos estaban trabajando y no sabía si les había ocurrido algo, en esos momentos entró un mensaje de mi primo Agustín preguntándome si estaba bien, “yo sí”, contesté, “pero los demás no sé”, me dijo que me tranquilizara y que él se encargaría de localizar a los demás. Faby y los niños se acercaron hacia mí y nos dimos un gran abrazo, el cual parecía decir el gusto de saber que estábamos vivos, Arturo comento que todos los profesores estaban adentro, mi corazón latió tanto que sentí un estremecimiento que inundaba todo mi cuerpo. Como estaría él, estaba igual de asustado que yo, mi cabeza se llenó de miles de preguntas, sólo quería saber si él estaba, pero… ¿Cómo podría saberlo? Recordé que Rafa también debía estar ahí, envié un mensaje preguntándole si estaba bien ¿Y los profes? Sólo respondió que la biblioteca se había fracturado, pero que estaban revisando el plantel. Los camiones que pasaban iban vomitando gente. Los niños fueron a comer al puesto de tacos que se en15
cuentran en la calle de arriba, yo no tenía ganas de nada. Agustín me llamó diciendo que mi Mami y mis hermanos estaban bien, al único que no localizaban era a Paquito, mi hermano pequeño. Pensé: “Es importante tener un plan en caso de catástrofes, eso de andar angustiado y no saber qué hacer es preocupante”. Como pude me fuí hacia Indios Verdes, gente por doquier, todos querían llegar pronto a su hogar, pero eso no fue posible. La autopista estaba a su máximo, los camiones eran insuficiente. Estaba muy preocupada por Paco, se rumoraba que cerca de su trabajo se cayeron unos edificios. Llegué a casa como eso de las 9 de la noche. Estaba abriendo la puerta cuando el teléfono sonó, corrí lo más rápido posible, levanté el auricular, era mi hermana, ella y las niñas estaban bien, ya habían localizado a Paquito, todo quedó sólo en un gran susto. Me recosté en mi cama con un gran suspiro pensando en túya-sabes-quién y su gente estuviera bien. Me paré y me puse mi pijama, quería pensar “todo fue un mal sueño”, pero las noticias seguían dando información de todas las desgracias humanas que ocurrieron este 19 de septiembre del 2017.
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En cuestión de segundos Gemma Sarahí Ramírez Reyes
El rítmico sacudir de la tierra desperezándose. El grito angustioso de la sirena terrenal despierta. En un edificio, un latigazo, una sacudida. En segundos, el estremecimiento mudo de muchas personas que no entienden lo que pasa, sus rostros reflejan el terror. Salen, si pueden. Con la mirada, buscan un lugar seguro para protegerse, sin saber hacia dónde avanzar. Pies presurosos los guían hacia las escaleras donde la gente se amontona y sus bocas están repletas del ruido del miedo que explota o se atora en sus gargantas. Aferran sus manos a otros cuerpos. Otros se quedan en donde están, con las manos aferradas a la nada; a una pared que se mueve. Todos los sonidos se unen con el crujir de las paredes, de las lámparas, de objetos azotándose. No esperan nada, la mente en blanco, la respiración agitada, las piernas temblorosas, piensan que morirán y lo inexplicable recorre su cuerpo. Dejan los objetos, sólo el celular es lo que importa salvar. Las pláticas se detienen, las reglas y recomendaciones no valen. Quieren huir de la naturaleza y de lo que los mismos humanos han construido. Imágenes que se quedan grabadas no sólo en la memoria de las personas, sino también en los celulares. Y la sirena continúa su cantar los amantes interrumpen su ansiedad: la ebriedad de 19
estar juntos; el abrazo estremecedor; su instinto carnal; los mordisqueos y los besos sedientos; el jaloneo de las manos sobre el cabello, sobre los hombros, los muslos y las piernas temblorosas se repiten. El momento cumbre lo dejan sobre la sábana para levantarse despavoridos y salir del cuarto que ahora podría convertirse en su tumba. Recuerdan el pudor y las ropas de las que se habían despojado, que esperaban silenciosas sobre el suelo, la silla, la orilla de la cama. La ropa interior que había sido arrancada con brusquedad y que quedaron delicadamente acomodadas en un rincón, eran arrancadas nuevamente de su sitio en el que reposaban. La gente que no pudo salir, porque el edificio era de papel, porque estaban completamente encerrados, porque había quién los vigilara, sus captores los vigilaban ¿Tuvieron la oportunidad de volver a aparecer los que solamente vemos en fotografías con el título de “Le has visto”?, ¿el estremecimiento de la tierra habrá destapado tantas cosas, hasta los cuerpos clavados en ella? En cuestión de segundos, en algún otro lugar, muchas personas cayeron a la nada y los escombros sobre ellos, el piso abriendo sus fauces. Los semáforos y postes enloqueciendo y los árboles sacudiéndose alegremente la basura que había sobre sus hojas. El cuerpo inservible, los edificios muertos y con ellos lo que había en sus entrañas, aunque existe el renacer para los que logran salir. Todo se detiene y la
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sirena duerme nuevamente sobre la tierra cuando ésta vuelve a descansar. Después los murmullos y las miradas se cruzan, ahora sólo queda ir a casa, toma demasiado tiempo. El tráfico enojado, y entre los escombros un desesperado abrazo infantil, y los gritos de cuerpos que aún no sucumben y el edificio de costura derrumbado hasta sus cimientos que después será removido con todo y mujeres. Uno corre por la calle con el celular apretado en su mano y graba con nerviosismo como un aseñora se desangra. Los pueblos de adobe rojo, alejados de la ciudad, sólo vieron el estremecimiento de la tierra derrumbarlo todo y lloran porque saben que tienen que empezar desde cero y sin ayuda de nadie, porque habrá gente con armas que estará tapando las carreteras y la ayuda no llegará, ni siquiera las promesas de los que están arriba. Ahora quedan ruinas. Las cámaras por todos lados, fotografías, videos, historias, lágrimas, Fridas. Gente caminando sin rumbo fijo por las calles. El tráfico, los gritos, la gente desesperada por llegar a cualquier lugar, los asaltos, la ansiedad por ayudar, por levantar escombros y recuperar gente, por donar cosas, por demostrar que no necesitamos a nadie de arriba –efervescencia que dura un par de días-y los de arriba poniéndose la bandera y tomando todo lo que pueden. Los cantantes estadounidenses donando millones. Donativos de agua, comida, cobijas, farmacias amontonadas sobre el suelo y mesas, que algunos 21
revenderán aunque estén marcados. Después, el revuelo y la estupidez, los mismos que se burlaban días antes del sismo ocurrido por la noche y que estaban a salvo en aquel momento, fueron los que con hashtags estúpidos mandaban fuerzas a México con su fotografía personal incluida. Todo eso ocurre, en cuestión de segundos.
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Un día como si fuera normal Mónica Anguiano
Como cualquier otro martes, al terminar mis clases, me dirigí a las oficinas centrales de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) a realizar trámites administrativos. Salí del metro Niños Héroes y decidí tomar un taxi pues no sabía con exactitud dónde estaban, pues era la primera vez que iba. Sin tener éxito decidí regresar al metro. Sentí un ligero mareo, supuse que por no desayunar y seguí caminando. Al llegar a la esquina de una farmacia vi como las trabajadoras salían corriendo, en ese preciso momento la alerta sísmica ya sonaba muy fuerte por toda la colonia. Me detuve en un poste para no caer, pude observar como todos los camiones, coches particulares y taxis se detenían; trabajadores, mecánicos, carpinteros, las señoras de los puestos de periódicos salían de sus locales y se hincaban a rezar. Yo estaba agarrada del brazo de un mecánico. El movimiento fue tan fuerte que escuché detalladamente el sonido de una barda cayendo y los gritos de varios estudiantes de una universidad de la zona. Al estar ahí parada y escuchar el sonido de las ambulancias supuse que algo muy fuerte acababa de pasar, saqué mi celular y no tenía red, estaba angustiada por mi mamá, mi hermano, mi novio y mi papá. Me acerqué a una tienda donde tenían el radio encendido y escuché la magnitud del sismo, así que camine rápida25
mente al metro el cual no daba acceso pues había que esperar algunos minutos para ingresar. Guardé mi celular y me quedé sentada afuera del metro muy asustada esperado a que mi mamá se contactara conmigo. Mientras esperaba que sucediera eso, se acercó un muchacho, me preguntó para donde iba y le comenté que iba a la colonia Roma y me dijo que él también, que iba muy cerca y que si nos íbamos juntos. A mí no me dio confianza irme con un extraño y le dije que no, que me esperaba a que funcionara el metro así que él decidió irse. Una policía me dijo que corriera al metro pues iban a dar el último, compré un boleto y me subí, posteriormente me bajé en la estación Centro Médico y transbordé rápidamente a Chilpancingo para ver a mi mamá en su trabajo. Al llegar, fui al hospital Dalinde. Corrí, abracé a mi mamá, me dijo que estaba con los doctores sacando a todos los enfermos porque había muchos daños en el hospital. No supe que hacer. Estaba triste, nerviosa, preocupada. Empezaron a funcionar los teléfonos al rededor de las 15:00 h, yo estaba llamando a mi familia pero sus teléfonos no funcionaban. Me senté́ en la banqueta junto con otros doctores. Uno se acercó y me pidió ayuda para detenerle la pierna a un señor que en el momento del temblor estaba en cirugía y no pudieron continuar. Ellos le estaban volviendo a colocar el suero y todo el medicamento que el señor debía tener, estuve ahí por dos horas y no veía ni podía tener contacto con mi mamá. 26
Pasaron esas horas y volví a llamar, mi papá logró contestarme y me dijo que estaba bien que no me preocupara, mi hermano estaba en casa de mi abuelita, decidí llamarle a un tío que trabaja con mi mamá y él fue me dijo que ya estaba con ella, así quedé de verlos en un lugar específico pero se volvió a cortar la red y no los localizaba. Era tanta la gente en las calles caminando, el olor a gas en la colonia Roma era bastante fuerte, la gente fuera de sus casa por los daños, niños llorando y toda la gente viendo las noticias, queriendo contactar a su familia hasta por los teléfonos públicos. Mis amigos me llamaron muy preocupados por mí, porque ellos en el momento del temblor estaban en la Universidad, les dije que tranquilos que estaba en busca de mi mamá. Mi novio fue el primero en localizarme pues lo dejaron salir inmediatamente de su trabajo, ya que el aeropuerto también había sufrido daños. Decidí ir a buscar por varias calles a mi mamá y al no encontrarla intenté tomar camiones y taxis a mi casa, pero ninguno se detenía. Camine sobre el carril del metrobús hasta que en Etiopía una camioneta grande se detuvo y dijo que nos acercaba al oriente de la ciudad y decidí subirme, iba con muchos desconocidos. La camioneta me dejó en el CCH Oriente. Me bajé y caminé a mi casa que está muy cerca. Llegué a mi casa, abrí la puerta y me senté abrazando a mi perrita, prendí la televisión y llamé a mi familia. Mi mamá logró contestarme y ella ya también iba para su casa. Sentí una tran27
quilidad inmensa cuando escuche su voz, me comí un bolillo y me metí a bañar para tranquilizarme un poco. Como lección o aprendizaje de esta situación puedo decir que no me gustaría volver a vivirlo y menos lejos de casa, el amor y la preocupación que surge en ese momento por tu familia y seres queridos no se puede comparar con nada, aprendí también que la gente que menos esperas es la que te da su mano y te brinda apoyo.
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Removiendo la rutina Alicia Rodríguez
El 19 de septiembre como cada mañana mi rutina inició al salir el sol, la noche fue dura y mi descanso un abrir y cerrar de ojos, la preocupación y el miedo me invadieron formulando distintas ideas en mi cabeza. Mis abuelos y mis padres me habían contado sobre un acontecimiento bastante similar en 1985. Me levanté para comenzar mi rutina, pero con sospechas y aún ciscada por el sismo del día 7. Esa noche, me encontraba en la habitación que rento como estudiante en un primer piso, al norte de la ciudad. Sucedió mientras leía un libro sobre la interculturalidad. Al principio no logré escuchar la alarma porque tenía música a volumen alto y creí que eran los tamales como es típico de la Ciudad de México, pero fue raro, me di cuenta que el agua para beber en un vaso de cristal, se agitaba fuertemente y sonó el timbre de mensaje en mi teléfono, donde me alertaba un querido amigo diciendo: ¡Está temblando! ¡Ponte a salvo! Bajé las escaleras, abrí la puerta y salí. Afuera no había mucha gente, sólo algunas personas, pese a los brucos movimientos que continuaban. De pronto y a lo lejos se veían rayos de luz que iban de la tierra al cielo, mientras esto ocurría, escuché el tronar de alguna caja o transformador eléctrico que dejó sin luz a la colonia vecina. 31
Me encontraba asustada y olvidé por completo las medidas de seguridad que debía tomar, afortunadamente mi apreciada amiga Nayeli Arteaga estaba fuera de su casa, me gritó un par de veces hasta que reaccioné, fui corriendo cuidadosamente al final del callejón de enfrente, hasta donde estaba ella. Me sentí mejor pues me tranquilizó y pidió que estuviera alerta. Acertó diciéndome que es peligroso ponerme bajo los cables de alta tensión y me pidió acudir a ella si ocurría algo similar. Minutos después de tranquilizarme y charlar fui a casa a tratar de dormir. Sólo a ratos pude hacerlo después de ese día. El 19 de septiembre me encontraba al igual que todos los días siendo exprimida por el trabajo, ganándome el sustento, “en la oficina de mensajería de las nuevas tecnologías y la exigencia del pronto consumo”, para ser exacta en el área de Redes sociales, haciendo llamadas y mandando correos, de por sí es un trabajo acelerado y sobre todo con presiones. Pues bien, en el escritorio de la entrada, a mano derecha estaba yo, sentada, tomando notas de algunas actividades y pendientes, solo era el mediodía y sonó la alarma sísmica, me paré de mi asiento, les dije a los que se encontraban en el edificio (en la colonia Roma Norte de la cuidad). En realidad no es un edificio grande ni ostentoso, pues la empresa es nueva, no tiene mucho tiempo en el mercado. Mi jefe recién rentó este edificio que solo tiene un piso y planta baja, más que un edificio parece una casa transformada en oficina. 32
Entonces cuando escuché el chillido de la alarma y la voz mecánica anunciando “¡Alerta sísmica!, ¡Alerta sísmica! ¡Alerta sísmica!” en distintas ocasiones. Avisé a mi jefe y los demás casi me veían con vergüenza, pues me dijeron que era normal aquel aviso en conmemoración del 19 septiembre de 1985. Parecía que todos lo sabían. Mi jefe pidió que saliéramos en orden y calma. Desde que salimos supe que algo no estaba bien e incluso me atreví a mencionarle a quienes compartimos en el trabajo “¡Va a temblar! ¡Debemos ser precavidos! No es por nada, pero no sabemos si va a pasar.” Vi tal vez en mi delirio, por el susto, que todo parecía anormal. Como si al salir el viento, los árboles y mi alrededor me lo dijera, ni yo me explico cómo fue. Tal vez quedé asustada con el sismo anterior, por lo tanto, en alerta. Eran las 13:16h. aproximadamente, el ruido mecánico de la ciudad cambió por completo ese día. A partir esos precisos minutos, la tierra se movió de tal forma que muchos no pudieron resistir esa lucha. Cuando la tierra se movía, las puertas de mi edificio se movían, las ventanas y los candelabros, solo grité: ¡Salgan, está temblando! ¡Salgan! Mientras yo salía, el movimiento era brutal y de pronto ¡PUM!, un estallido, luego todo gris, el suelo se abrió y olía a gas. Atónita, no sabía qué hacer, tomé la calma, me puse al centro y vi la vida pasar en minutos, la tierra seguía agitándose. Rápidamente en menos de cinco o diez minutos después del derrumbe que provocó ese ¡PUM!, el edificio de la vuelta ya estaba rodeado. 33
Solo pude tomar mis cosas. El caos se hacía presente por todas partes, mientras caminaba veía personas recibiendo atención médica, un hospital enfrente con todos los pacientes saliendo, un parque con palmeras y arboles viejos y grandes derrumbados. Una madre llorando, suplicando subir a un auto para rescatar a su hija, los medios de transporte saturados y sin servicio, no había energía eléctrica, edificios caídos, camine y camine, no pude llegar a mi casa hasta el otro día. Afortunadamente un amigo fue a mi rescate y abrió su casa para mí y para otros en la misma situación. Yo seguía en shock, no pude conciliar el sueño. Al otro día llegando a casa mi madre, estaba en la puerta, solo me dio tiempo de abrazarla un instante, ya me estaban esperando mi prima y mi tía con cajas llenas de tortas, agua, medicamentos y más cosas para llevar a quienes incluso aún seguían atrapados debajo de los escombros causados por el sismo. Subimos al auto y llegamos a San Gregorio. Dejamos las cosas, hicimos cadena humana pero no llegamos hasta los barrios o colonias afectadas pues el Ejército y Marina no lo permitieron, pero en realidad no supe que paso, ayudamos en medida que pudimos y nos fuimos a casa al anochecer. Dos días después fui por mis cosas al trabajo y pedí vacaciones emergentes. Partí al plantel Centro Histórico de mi Universidad, la Autónoma de la Ciudad de México, varios compañeros se encontraban buscando la forma de llegar a otras partes de México, Guerrero, Puebla, Oa34
xaca, Chiapas, etc. Muchos fueron afectados por el temblor. Quedé dos días en guardia en el campamento que se formó y vi lo más triste, pues ellos seguían en búsqueda de personas atrapadas, pero salieron tristes y llorando, “¡Estamos perdidos, la humanidad no existe!” dijo un compañero, pues ahora sólo querían recuperar las empresas, además de que muchas cosas chuecas no podían salir a la luz, por lo tanto, sobrevivientes tampoco. Hasta ahora no supe que pasó en la calle de Chimalpopoca con las mujeres costureras, nunca hicieron públicas las listas de personas, ni datos de los hospitales donde enviaron a los sobrevivientes. Todo fue bloqueado, los acopios decomisados y se pidió que acabará la ayuda. Hasta la fecha siguen las afectaciones, en el país y su economía. Sigue el caos porque miles de familias perdieron sus casas y comercios, sus locaciones, pero mucho se dijo en los medios que se ha vuelto a la normalidad.
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El simulacro que se volvió real Carlos San Juan González
Desperté para ir a trabajar, como de costumbre poco antes de que sonara el despertador. Comencé la rutina con un buen baño para purifica y reactivar el cuerpo, un desayuno par tener energía, salí de casa rumbo al trabajo, dirección metro Bellas Artes. Estando ahí, me dirigí al edificio del trabajo, muy cerca. Subí al primer piso. Como aún estaba en proceso de capacitación, supe que saldría antes de lo normal. Mientras esperaba la capacitación, recordaba que era 19 de septiembre y por lo tanto habría simulacro. Divagaba cuando entró la capacitadora a la sala y comenzó. Trascurría el tiempo, la sesión avanzaba. Berenice la capacitadora explicaba algunas cuestiones del trabajo, sonó la alarma sísmica. Todos sabíamos que era el simulacro, no le prestamos atención, Berenice decidió no sacarnos del edificio de acuerdo al protocolo del simulacro, pues quería terminar lo más pronto posible. Berenice hizo una pausa, sólo para justificar el por qué de no cumplir con el protocolo de simulacro, mencionando que sólo era eso un simulacro por lo que íbamos a perder tiempo y veríamos todos los temas de la “capa”. Sin poner objeciones, continuamos. El tiempo pasó. A las 12h, la capacitación estaba a punto de terminar. Cuando concluyó, salí con mis compañeros. Fuera del edificio platicábamos 37
de lo que haríamos durante el día. Yo tendría clases, mi próximo destino era la Universidad. Como está cerca de Bellas Artes, decidí caminar. El andar fue tranquilo, nada fuera de lo normal. Llegué al plantel temprano, mi clase iniciaba a las 16h y apenas pasaban de las 12h. Vi a mis amigo fuera y me acerqué, platicamos. Todo estaba en total normalidad, la circulación en Fray Servando era constante, de la Universidad entraban y salían los estudiantes La alarma sísmica sonó nuevamente. Creí que era otro simulacro, pero cuando sentí el temblor me pasmé por un momento, vi que mis amigos estaban igual. De pronto reaccioné, el movimiento era más fuerte, corrimos sin rumbo fijo, cruzamos la avenida sin fijarnos en los carros, en ese momento éstos empezaron a detenerse. Llegamos al camellón, recuerdo voltear para a ver el edificio de la Universidad y se veía claramente cómo se movía de un lado a otro de una forma muy agresiva, por un momento creí que se iba a derrumbar. Escuchaba los gritos desesperados de la gente y el crujir del puente que conecta los dos edificios del plantel, que se tambaleaba, pensé que el sismo no se detendría. Los carros estacionados, la gente gritando y corriendo, los edificios en movimiento y yo sin poder reaccionar, sin saber qué hacer. Bajó la intensidad del sismo, hasta ser imperceptible, pero yo tenía la sensación de que seguía temblando. Entre la gente busqué a mis compañeros y amigos, cuando por fin los vi me acerqué. Me preguntaron y les pregunté si estaban bien, estábamos muy nerviosos, 38
nos quedamos por un momento en silencio viendo lo que pasaba al rededor. Escuchábamos sirenas, la gente corría de un lado a otro, dentro del plantel aun había muchos alumnos, yo mis compañeros seguíamos en el camellón. Evacuaron los edificios de la Universidad. Las autoridades universitarias trataban de controlar las cosas dentro de la zona escolar, aunque no sirvió de mucho pues los estudiantes iban de un lado al otro. La mayoría quería comunicarse con sus familiares, pero no había forma ya que las líneas telefónicas estaban sin servicio, la luz se había ido. Yo estaba con algunos de mis amigos cuando de repente divisamos, aproximadamente a 15 o 20 metros, un grupo de personas corriendo en dirección nuestra. Nos acercamos y era un compañero estudiante, dijo que se había caído un edificio cerca. Sin pensarlo dos veces corrimos junto con el grupo. Al acercarnos vimos a la gente correr gritando de forma desesperada, postes de luz habían caído, había una nube de polvo. Era la calle de Chimalpopoca. Niños de primaria salían de su escuela llenos de polvo, había una gran cantidad de gente ayudando en lo que podía, llegamos. Se decía que el edificio era un fábrica textil. Ayudé junto a mis compañeros en el escombro. Después de un rato de ayudar, nos dimos cuenta que no era muy buen que estuviéramos ahí, sin el equipo adecuado para ayudar, así como el hecho de que no había una buena organización, pues había personas que tiraban pedazos de concreto sin fijarse si había gente o no. De39
cidimos regresar al plantel. Durante el trayecto, vimos las calles y edificios preguntándonos qué daños podrían tener. Había algunos edificios que se veían dañados, pero cuando caminábamos por la calle junto al plantel nos percatamos del daño a uno de los edificios que se encuentran atrás. Miramos si el edificio de la Universidad se encontraba dañado o afectado de alguna. Cuando llegamos al plantel, nos reunimos con los compañeros para ver cómo estaban, en que podíamos ayudar, pero en ese momento la mayoría lo que querían era comunicarse con sus familiares, pero aún no se restablecía la cobertura telefónica. Había pasado más de media hora, algunos compañeros revisaron el edificio buscando alguna afectación, al parecer se veía bien. Lo más grave que pudimos detectar fue la separación que tenía el puente entre los dos edificios. Pensé en mi familia, si estarían bien o que había pasado en el colonia en donde vivo. Revisé mi celular. Aún no había señal pero revisé la conexión a Internet. La red de la escuela ya estaba activa, traté de conectarme y afortunadamente sí pude, los primeros mensajes que llegaron fueron de la chica con la que estaba saliendo en ese momento. Escribí que estaba bien y que si ella estaba bien. Miré a mi alrededor, la ciudad estaba paralizada, por las avenidas caminaba la gente sin rumbo fijo, el trasporte público no daba servicio, no había acceso al Metro. Decidí quedarme con mis compañeros en el camellón hasta se calmara un poco el ambiente. Entre mis compañeros nos dábamos ánimos para no pensar en tonterías 40
o preocuparnos por nuestros familiares. Después de un tiempo decidí irme a casa. Me encaminé con uno de mis amigos para el mismo rumbo. Veíamos el caos en la ciudad, sirenas por todos lados, las personas caminando con la mirada perdida. El Metro funcionaba. Nos separamos deseándonos que nuestras familias y nosotros estuviéramos bien. A pocas estaciones de casa debí bajar del metro que se detuvo. Caminado por la zona, noté algunos edificios dañados. Recibí una llamada. Era mi tía, hermana de mi madre, preguntando si estaba bien y no me preocupara, que en casa todos estaban bien, que solo fue el susto. Me alegró escucharla, eso calmó mis nervios. Me pidió cuidado y se despidió. Cuando por fin llegué a casa eran casi las 18h. La primera en verme fue mi perrita, ladrando. Mi hermana y mi madre me recibieron, preguntando cómo estaba. Estaba bien, sólo fue un gran susto. Mi familia y yo no pasamos nada grave, pero desafortunadamente no todos corrieron con la misma surte.
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Naturaleza
Fabiola Panchi Martínez
Desde que entré de nuevo a la Universidad, tengo la costumbre de prender el radio en cuanto suena mi despertador. El martes 19 de septiembre mi acostumbrado ritual no podía faltar. Al sintonizar la estación, que de dos años para acá escucho, hablaron de la conmemoración número 32 del terremoto que había sacudido la Ciudad de México. Dos de los conductores, que en 1985 tenían entre 19 o 22 años, narraron lo que habían vivido durante y después de ese temblor. Antes de acabar, los conductores pidieron que participáramos en el simulacro de las 11h. Ese martes tenía clase de 7 a 10h, fui a la escuela y regresé a casa. No participé en el simulacro, pues estaba en el metro. Llegué a casa. Antes de hacer mi tarea, que debía entregar ese mismo día a las 19h, dormí un rato. Eran las 11:05h de la mañana, me quité mis lentes de contacto, acomodé las almohadas y me recosté, puse la alarma a las 13:05 h. Me dormí y a la hora marcada sonó el teléfono, era la hora para despejarme y comenzar mi tarea. Me quedé recostada en mi cama mirando el techo, pasaron los minutos y de pronto sentí una vibración, primero no le tomé importancia, desde que nos mudamos mi mamá y yo, al cuarto piso de un edificio de cinco, estamos acostumbradas al paso de camiones pesados y sus vibraciones. No me fue extraño el movimiento, pero el meneo se repetía. Me levanté en chinga, 43
tomé mis lentes, mi celular y escuché la alerta sísmica. Todo se movió más, corrí hacia la puerta y la abrí, recordé que hace muchos siglos, cuando iba a la primaria en la escuela siempre decían que si uno se encontraba en planta alta, lo mejor era no bajar, pues las escaleras son lo primero que se cae. Me puse a lado del muro de carga de mi departamento. Le hablaba, regañaba al temblor y al mismo tiempo le rogaba acabar. Fueron los minutos más largos de mi vida, oí gritos, rezos y cosas cayendo. En cuanto terminó, me puse los lentes de contacto, tomé llaves y bolsa. Bajé las escaleras, vi a mis vecinos, uno en toalla; otro descalzo; uno más, sucio de café, taza en mano y otro con su mascota en brazos. Nos preguntamos mutuamente si todos estábamos bien. Teníamos en la cara preocupación y miedo juntos. Volteamos a la esquina y había mucho polvo. Yo caminé hacia allá, el muro de un estacionamiento había caído. Llamé a mi mamá, pero el celular no sacaba llamadas. Decidí ir a buscarla al Centro, pues ella trabaja en la calle de Uruguay y nosotras vivimos muy cerca, en la Doctores. Caminé hacia Eje Central. Llegó un mensaje de mi mamá, decía que se encontraba bien. Seguí caminando y levanté la cara, había bastante polvo y vi pasar a mi vecino con su hija, la niña estaba llena de polvo como si le hubieran echado toda la harina de la colonia. El padre se detuvo, otros le preguntaron qué se había derrumbado. Con la cara desencajada, respondió que el edificio junto a la escuela de la niña se había caído. ¿Cuál edificio? Pre44
guntó una mujer, y él contestó: el de la tienda de ropa. Al escucharlo, caminé hacia el lugar, me dirigí a la calle de Chimalpopoca, a tres cuadras de mi casa. Una semana antes y como era mi costumbre, fui a chismosear las muestras de ropa que vendían en esa tienda. Llegué a la esquina y al doblar en la calle me sorprendí al ver el edificio derrumbado, aún no cerraban la calle, así que yo y más gente pudimos entrar. Observé el piso y vi zapatos impares, monitores de computadoras como si a estos los hubieran aventado, ganchos, etiquetas de una marca de ropa, juguetes y varios papeles todos esparcidos entre escombros y la calle. Alguien dijo: hay que ayudar, y sin pensarlo me forme en una de las cadenas que se hicieron y empezamos a mover piedras, no sé en qué momento pasó, pero la cadena ya era bastante larga, la gente del edificio de a lado sacó botes, cubetas, y lo que tenían al alcance para sacar más piedras y que todo fuera más dinámico, había mucha gente, oficinistas cuyos trajes se iban llenando de polvo y esto no les importo, siguieron ayudando, se seguía sumando la gente, los gerentes de los restaurantes cercanos, que son un Vips y un Toks, comenzaron a repartir agua: el calor de aquella tarde era insoportable. Pasó como una hora y de la escuela salieron unos chavos a decir que necesitaban a gente que les ayudara a hacer cadena adentro, yo y otras 10 chicas entramos, mientras caminábamos por la entrada de la escuela, sentí frío, y más tierra. Me quedé sorprendida al mirar el patio 45
de la escuela, pues los árboles que ahí había se encontraban atrapados entre el escombro, miré alrededor de la escuela, como cuando uno llega por primera vez a un lugar y voltea la cara hacia todos lados para verlo bien, me sorprendió ver los vidrios rotos de los salones de la planta alta y la escuela llena de escombros y de material escolar tirado por todos lados, quien estaba al lado de mí preguntó por los niños y un muchacho dijo: de esta escuela salen a las 12:00 h Seguí en el lugar como una hora más, pues ya el polvo a pesar del cubrebocas que nos dieron me estaba causando mucha alergia. Caminé a mi casa, mi mamá ya estaba ahí, fuimos a comer y me preguntó que cómo estaba, yo le dije que después de ver tiburón, hoy había sido el día que más miedo había tenido en mi vida. Por la noche mi mamá, mi tía, mi prima, mi primo y yo volvimos a Chimalpopoca a llevar víveres, y a ver en que podíamos ayudar, ya no nos dejaron pasar a la zona, me di cuenta de la cantidad de comida y cosas que llevaba la población civil, vecinos de los alrededores e incluso llegaron desde Ecatepec a dejar herramientas, medicinas y comida, pues quien nos entregó las cosas nos dijo que su vecina de toda la vida trabajaba en esa fábrica, en la parte de la tienda y que salir a comer a la una la salvó. Antes de que abandonáramos el lugar, llegaron los soldados y organizaron un poco, nos quedamos un rato más, pasó una hora y una señora dijo que les lleváramos café, agua y tortas a los militares, ellos las aceptaron y después nos 46
pidieron que repartiéramos a dentro del estacionamiento, pues ahí estaban algunos familiares de las trabajadoras de la fábrica, sus caras me impactaron, pues parecía que ya sabían o intuían que sus parientes estaban muertas. Después de eso me fui a mi casa y le pedí a mi mamá si podía dormir con ella, pues según yo, ya no tenía tanto miedo, pero pues era mentira, tenía más miedo y tristeza, pues jamás imaginé vivir algo así y saber que ante la naturaleza somos nada y que ella en cualquier momento nos puede desaparecer.
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El día que pude reírme de los hombres corporativos Erick Ponce
El 19 de septiembre ha dejado de ser un día cualquiera desde hace 32 años. En1985 el terremoto que devastó el entonces Distrito Federal, fue un parte aguas en la historia de esta caótica capital y la de sus habitantes. Fue el día en que la sociedad civil se organizó y supero al estado en cuanto a respuesta inmediata y ayuda para remover escombros, rescatar posibles sobrevivientes y brindar solidaridad para los damnificados que surgirían posteriormente. Casualmente y justo el mismo día, pero en 2017, 32 años después volvió a suceder; un terremoto sacudió la ahora CDMX. El simulacro conmemorativo se realiza año tras año a regañadientes y con cada vez menos interés por parte de los capitalinos, que son famosos por su mala memoria o su capacidad para olvidar pronto cualquier tipo de atrocidad, ya sea natural o humana. Yo me encontraba trabajando en el piso número 12 del edificio corporativo de la FORD company, en Santa Fe, justo cuando sonó la alarma que era la señal para el simulacro conmemorativo. Recuerdo haber entrado a una sala de juntas, pequeña, con paredes de cristal y con una vista impresionante hacia la ciudad, ahí se encontraban los hombres de negocios, encargados de la distribución de autos nuevos y usados de la marca ya mencionada en 49
todo el territorio nacional, listos para dar inicio a su junta mensual de consejo. Camine hacia allá, abrí la puerta entre y les dije: -está la alarma del simulacro yo y mi gente vamos bajar a lo que me respondieron: -solo es un simulacro, no es necesario perder todo ese tiempo...bajé la mirada, cerré la puerta, y dije para mis adentros: “me encantaría verlos correr despavoridos y gritando para intentar salvar sus miserables vidas”. Me fui a seguir con el protocolo, pasó el simulacro y nos reincorporamos a las actividades después de media hora aproximadamente. Para cuando estaba por terminar mi turno laboral, pasaba la 1 una de la tarde, yo me quitaba el saco y la corbata que son parte de mi uniforme de trabajo y de repente y sin esperarlo el edificio se empezó a mover de menos a más hasta llegar al grado de una sacudida literalmente hablando, hasta que fue imposible estar de pie sin estar sujeto de algo firme o anclado al piso o la pared. El piso se sacudía cual gelatina y fue lo más inestable que he sentido en mi vida, tambaleándonos y chocando con paredes y pilares logramos llegar a las escaleras de emergencia. Yo sentí que moriría aplastado pero guarde la calma y me dio gusto ver a los tipos que previamente habían hecho caso omiso y burlón del simulacro entre la estampida de oficinistas que corrían despavoridos para bajar los 15 pisos de escaleras de emergencia con cero organización y sin ganas de salvar a nadie más que a ellos mismos. Al bajar dos pisos me revise el bolsillo y mepercate que no tenía mi teléfono, lo 50
había puesto a cargar y por el caos lo olvidé, e imprudentemente tuveque regresar dos pisos arriba entre codazos y empujones, no por el aparato sino porque yo estaba lejos y también quería saber de mi familia y seres queridos avisarles que estaba bien y saber que estaban bien todos. No me importó nada más que eso, al tenerlo en mis manos emprendí la carrera hacia las escaleras de emergencia y cuando llegue ya casi habían bajado todos y una grieta enorme meperseguía mientras bajaba corriendo lo más rápido que pude, el edificio seguía moviéndose y logré salir. Santa Fe que normalmente es un caos vial, ahora con el factor terremoto, fue al doble, no me importó nada más que lograr salir de esa zona de la ciudad. Tome un taxique compartí con otros 5 despavoridos, y solo logramos llegar a metro Tacubaya, lo abordamos y nos bajaron en la estación de Juanacatlan. Desde ahí camine rumbo al centro histórico donde se encuentrami escuela para encontrarme con mis compañeros que previamente ya nos habíamos logrado comunicar y estaban ayudando en los escombros de la fábrica y una primaria que están en el mismo perímetro. Solo mientras caminaba rumbo al centropude darme cuenta de la real magnitud del terremoto, vi de todo durante mi trayecto y a pesar de tanta destrucción y adversidad me emociono de sobremanera ver la disposición de la gente para ayudar ante una tragedia, sin conocerse, sin hablarse solo ayudando por ayudar algo que no se ve muy seguido en nuestra guadalupana sociedad mexicana. En 51
cuanto llegué al centro de la ciudad, después de transitar por constituyentes, por reforma, insurgentes y zona rosa hasta avenida Juárez, de ahí a eje central hasta fray Servando número 99. Todo mundo ayudaba; recogiendo escombros, transportando gente, llevando agua y comida, donando material, informando, recuperando mascotas, sirviendo como lazo, y las autoridades no reaccionaban. Fue una experiencia abrumadora y solemne a la vez, vi gente muerta, cadáveres pasados de mano en mano hasta llegar a una camilla de ambulancia o del SEMEFO. El instinto de la gente al sentirse unidos por la tragedia, ese instinto de supervivencia esa unión de individuos que no se conocen, es un fenómeno maravilloso de vivir. Reconocernos cómo prójimos sin ninguna otra causa más que la de ayudar y permanecer unidos y de pie ante tal adversidad. Continúe durante los tres días siguientes ayudando en los escombros de Tlalpan y del centro, y ahí volví a decepcionarme de la humanidad cuando vi gente que se robaba los picos y las palas o que solo estaban parados comiendo, estorbando en las actividades, pero también vi a los jóvenes ayudando y organizando actividades, vi mujeres cargando cubetas de escombro justo a mi lado, vi amas de casa llevando comida y bebida para todos, vi comerciantes colaborando con lo que fuera que vendieran, vi cientos de casas ofreciendo su baño, su agua, su energía eléctrica, y su valioso tiempo. Es lamentable que solo ante la desgracia podamos unirnos, al fin y al cabo eso nos hace ser huma52
nos, cometer errores y odiarnos pero el instinto de seguir vivo es algo que llevamos todos, solo es cuestión de querer seguir en ese estado mental. La inspiración se acabó pasadas tres semanas y todo volvió a la normalidad el mal ambiente y la indiferencia, el odio entre nosotros y el despotismo político volvieron para recordarnos que estamos lejos de ser civilizados y tolerantes con lo demás y mucho más lejos de ser libres y no permitir las injusticias. Luego dicen que uno es negativo cuando añora los desastres naturales, la madre naturaleza no se equivoca.
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Retorno al 19
Jesús Rodrigo Sosa Palma
Días antes, para ser precisos el 7 de septiembre tembló. En un inicio parecía la estudiada obra de teatro que conocemos, escuchas la alerta sísmica, te preparas, avisas a los familiares y esperas a que la magnitud del fenómeno natural se revele ante tu creciente miedo. 7 de septiembre 23:00 h... Alerta sísmica, Alerta sísmica Inició como casi todos los temblores anteriores, pero en unos segundos se transformó, los increíbles movimientos indicaban que este vals al que nos había llevado el manto terrestre no era algo habitual, luces en el cielo, sonidos en las construcciones tambaleantes, hasta las mascotas entraban en pánico. Imágenes y videos por todos lados lo corroboraban: 8.2 grados en la escala Richter, presumiblemente el terremoto más fuerte registrado en la capital (al menos en unos 100 años) Segundos más tarde el internet hervía con los correspondientes memes, burlas, noticias, comunicados, infografías, la ciudad había resistido el embate de la tierra. 19 DE SEPTIEMBRE DEL AÑO 1985 07:19 h Inicia uno de los desastres naturales más significativos en la historia del País, un terremoto de magnitud 8.1 en la escala Richter con epicentro en el Océano Pacifico convulsiona el suelo mexicano. El nivel de destrucción, terror y dolor que deja a su paso no se ha comparado con nada hasta la actualidad. Grabaciones históricas, relatos familiares e imágenes nos 55
recuerdan el increíble poder de las fuerzas de la naturaleza. 19 DE SEPTIEMBRE DEL AÑO 2017 Despertarse rápido, alistarse para ir a trabajar, en redes sociales y radio uno podía recordar la fecha: 33 años habían pasado desde el terremoto del 85. Los preparativos informaban de un simulacro a medio día, el camión avanza, la gente camina, el ritmo sigue, movimiento por donde sea, una mañana de martes. Llegamos al local mi mama y yo, el clásico rechinar de la cortina subiendo anuncia el inicio del día. Empezamos a preparar la comida; los tamales a la vaporera, el café en olla de barro aromatiza todo. Cuando silba la vaporera se quita de la lumbre y se coce el caldillo de tomate para los chilaquiles. En el otro quemador preparamos el atole, los sándwiches; esos se hacen rápido, casi todo esta listo. Se cuelgan los letreros esperando a los comensales. Para qué entro en rollos, la verdad no recuerdo bien cuánto vendimos. Recuerdo a una clienta que llegó por su desayuno y charló con mi mamá. Temas variados, pero por los ánimos del día hablaron sobre el 85. Ya sabía, mi mamá iba a contar la historia de mi padre cuando vivió el terremoto a un lado del Hotel Regis. La señora lucía sorprendida y encantada escuchando los detalles de la anécdota, yo también paraba la oreja de vez en cuando mientras lavaba los trastes. La clienta se fue, después escuchamos la alerta sísmica. Mamá empezó a preocuparse, le recordé el simulacro y se tranquilizó. Vimos
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un desfile dirigido por Protección Civil, con niños de la escuela de enfrente y oficinistas que pululan por todos lados. Minutos más tarde, regresaba la normalidad. “Cada quien para su casa” dice el dicho. En ese momento llegó la prima de mi mamá. Vive cerca, ocasionalmente pasa a saludar y comer. Terminó su comida y su plática comenzaba. Los clientes pasan, compran cosas, las palabras fluyen, alguien se sienta. Suena la carne en la parrilla, asada la cebolla, el pan dorado cruje cuando lo parten. Un sorbo al refresco de frutas frío hace eco, el vapor de los chilaquiles calientes con su bistec frito encima deambula por el local. Hace calor, es la 13h. Los comensales terminan y se van, la prima de mi mamá se despide. Me inclino para sentarme, al hacerlo me siento raro. Sin saber, el tiempo se detenía. Aclaro desde aquí que el tiempo se volvió extraño. Parecieron horas pero todo sucedió en segundos, aunque mi vivencia y raciocinio sigan debatiéndolo. Al sentarme en el banco sentí un mareo, pero al levantar la mirada y ver las caras de mi mamá y su prima noté que sintieron lo mismo. Busqué algo para cerciorarme ¡Lo encontré! El cartel de los tamales oaxaqueños se agitaba confirmando la situación: estaba temblando, dijo mi mamá casi como si lo hubiéramos pensado juntos. Nos levantamos rápido, tomé mi celular, me paré tras ellas mientras las sujetaba y trataba de guiar a la salida. Casi puedo asegurar que iba planeando todas mis acciones, pero sinceramente creo que fue algo instintivo. 57
Ya saliendo, el movimiento confundido con un mareo se había transformado en un maremoto. Me sentí extraño, pensé que era una especie de película absurda, la alerta sísmica chilló un bramido breve, ahogada por el movimiento de la tierra. Los carros se movían, oía golpes, en ese momento de contemplación atónita recordé algo de suma importancia: ¡EL GAS, MALDITA SEA! Entré al local, sujetándome de cosas que en la euforia consideré podían sostenerme. Todo el trayecto fui maldiciendo no sé si en voz alta o en mi mente. Conseguí mi objetivo, como en el más irónico videojuego. Pensé qué podía ser peligroso: ¿La luz? ¿El agua? Sólo que explote la tubería. Tardaba mucho en pensar, caminé tembloroso a la salida. En la calle los sonidos eran una mezcla extraña de gritos, movimiento de cosas, estruendo de algo muy pesado al caer. La gente no caminaba, corría o se sujetaba sin éxito de lo encontrado a su paso. Unas señoras salieron de sus casas gritando histéricas, jalando a sus hijos pequeños. Ante sus gritos se me ocurrió tratar de callarlas con un ¡SHHHHHHH! muy fuerte. Recuerdo que una de ellas contestó con una expresión de completo terror. Ojalá terminara pronto la mala broma ¿El mismo día? Esto no es normal, ni los mejores ingenieros y sus mejores predicciones podían adivinar. Una ola de preguntas me incomodó. ¿Cómo estaba mi familia? ¿Mi papá? ¿Mis hermanas? ¿Mi novia? Hasta pensé en Laika mi mascota. El movimiento se fue desvaneciendo y el tiempo seguía siendo increíblemente lento. La prima de mi mamá se 58
despidió, quería ver a su familia. Empezó una procesión, ambulancias aullaban lúgubres a la distancia, la gente trataba de llamar por teléfono, unos corrían a sus hogares o a recoger a sus niños. El local se llenó, ancianos buscando descansar, un limón o un bolillo, un remedio que quitara la mala impresión. Con mi celular traté de contactar a mis seres querido. Hablé con mi novia, le había tocado en clases, sólo gente asustada. Hablé con mi hermana, estaba en el Centro, donde había un caos. Ella estaba bien, camino a su casa. No podía hablar a casa, ahí estaban mi papá, mi hermana mayor y mis dos sobrinos. Con mucha preocupación decidí partir, recogimos las cosas en una confusión terrible, no sabía cómo tranquilizar a mi mamá, ella se comunicaba con la demás familia, mi abuela, mis tíos, mis primos, mientras la gente alojada por un momento fue retirándose y agradeciéndonos. Internet informaba de la situación, las primeras imágenes no eran las de siempre, ahora no había risas y burla; humo, llanto, confusión y enojo llenaban la pantalla. Entonces llegó un viejo amigo de la preparatoria. Claramente espantado, iba camino a su trabajo, estaba muy lejos de casa y su familia, aquí encontró alivio. Le informé la situación, al final lo decidimos: nos iríamos los 3 juntos como pudiéramos. Cuando bajamos la cortina, las personas seguían en la calle esperando alguna respuesta. Mucha confusión y el reloj parecía no avanzar esa soleada tarde. Empezamos la caminata, twitter 59
informaba de los medios de transporte. No había servicio en muchas partes, pero pudimos trazar una ruta y dirigir nuestros pasos. Desde Insurgentes en Sullivan caminamos hasta la Obrera. En el trayecto vimos todo: personas llorando, vidrios rotos, gente ayudando en lo que podían, cosas tiradas, pedazos de concreto, cemento pulverizado, calles sin sentido, tráfico interminable. Cuando llegamos al metro fue más rápido pero se incrementaba la ansiedad por ver a mi familia. Nos bajamos en la estación Coyuya pues no había servicio en algunas líneas. De ahí la distancia era menor. En la calle reiniciamos nuestra pesada caminata, en el ruido había pausas y las calles parecían desiertas. Nada decía que ahí habitaban, el silencio era bastante desconsolador. La charla con mamá y mi amigo era muy breve, para saber qué camino tomaríamos, si estábamos cansados, si necesitaban algo. Sólo nos detuvimos a comprar agua. Por fin llegamos a Churubusco, avenida grande con movimiento las 24h. En medio de los remolinos de autos y gente había una peculiar escena: dos autos pequeños molidos uno contra el otro, el aceite regado en el piso y ambos vehículos en completo abandono. Nadie veía la inquietante postal. Mi amigo decidió tomar el metrobús para llegar a casa de sus padres. La circulación mejoraba, nos dimos una corta despedida y las mejores palabras de aliento y consuelo que teníamos. En ese momento pasó un microbús vacío, sin titubear mamá y yo abordamos, nos
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dejaría cerca de casa. El camino fue lento. Atardecía, el sol creaba un contraste de luz increíble con las personas, color dorado, sombras completamente negras, no había movimiento y reinaba un silencio increíble. Bajamos del transporte, caminamos unas calles, viendo todo, si había algún detalle raro. Cuando vi mi casa intacta pude descansar un poco. Entramos, mi familia estaba bien. Nos abrazamos, platicamos sobre la magnitud del acontecimiento, las labores que se estaban llevando a cabo, creo que nadie podía realmente dimensionar la situación. Mi casa no tenía daños. No había agua ni luz pero en un giro de suerte ambas volvieron a tiempo para pasar la noche. Al día siguiente la ciudad seguía paralizada, cada minuto nueva información, la gente se prevenía, en este momento de ironías terribles casi todos sentían que podía pasar lo peor. ¿Qué pasó después? Realmente no sé, todo parecía inmóvil, roto, distante y a la vez muy presente. Pero el tiempo avanzaba, veíamos las enormes labores de la gente ayudando. La ineficiencia y corrupción de las autoridades siempre encuentra un camino para mostrarse pero esta vez era lamentable tanta negligencia. ¿En qué podía ayudar, qué se podía hacer, dónde podías ir? A meses de lo ocurrido, al escribir esto creo que la tristeza, el dolor, el miedo y el silencio no se apartan de nosotros tan fácilmente.
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Sin previo aviso Jonathan Zacarías
La maestra no asistió, sin previo aviso. No pude tomar una de los clases que más me gustan. Soy estudiante de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, plantel Centro Histórico. Aquel día fue una fortuna no tener clase de Estudios Culturales, de lo contrario no hubiera salido del quinto piso del edificio. Como cada mañana mi rutina como estudiante inició temprano, me preparé para estar puntual con mis compañeros de Comunicación Política con quienes desarrollaba un proyecto del curso, ese trabajo tenía que estar listo para el día siguiente y teníamos aún mucho por hacer. Llegué a la Universidad, unos minutos después del simulacro que como cada año se realiza en conmemoración del temblor del 19 de septiembre de 1985, un temblor que devastó las Ciudad de México. El simulacro también es con la finalidad de estar lo mejor preparados ante una situación de tal índole. No participé en este simulacro, pero cuando hago, lo tomo con suma importancia. Mis compañeros me esperaban, estábamos listos para planificar nuestro tiempo y trabajar en nuestros pendientes. A las once y media de la mañana nos dirigimos al aula 505 del quinto piso donde tomaríamos la clase. Pasaron 30 minutos y la maestra no llegaba. Esperando, nos pusimos a trabajar en el proyecto que teníamos pendiente. 63
Los demás compañeros, platicaban, sus voces formaban un tumulto, otros hacían tarea, unos más estaban perdidos en sus celulares y desesperaban al no ver llegar a la maestra. Yo y otros amigos esperamos hasta la una de la tarde, ya había pasado una hora y media, la maestra no iba a llegar. Después de ese tiempo salimos del aula y nos fuimos a la biblioteca donde tendríamos más concentración. Nos instalamos en una mesa, sacamos nuestras laptops, celulares, cuadernos y otras cosas que ocuparíamos. Recuerdo que una compañera llevaba una extensión eléctrica para conectar los cargadores. Sin precaución, no nos dimos cuenta que la extensión atravesaba una puerta de salida de emergencia, hasta que alguien de Protección Civil nos hizo la observación y la quitamos inmediatamente. Ya instalados y listos para seguir trabajando, pasados tres o cinco minutos después de mover la extensión, sin previo aviso sentí un fuerte movimientos en mis pies, ¡era un temblor! Inmediatamente y creo haber dicho serenamente, ¡está temblando! Mis compañeros y yo tomamos únicamente nuestros celulares y salimos corriendo del lugar. Crucé la calle sin precaución, la biblioteca da a una avenida principal y muy transitada: Fray Servando de Mier. Cruzamos la avenida. Fue complicado, los vehículos no dejaban de circular, la gente que conducían no se percataba pues las alertas sísmicas de la ciudad tardaron en activarse, hasta segundos después de que ya se sentía el temblor. Llegar al camellón que divi64
de la avenida fue una gran hazaña, entre el movimiento del suelo y los vehículos. Ese camellón era nuestro, el lugar que nos mantendría a salvo, aun con muchos riesgos, el único lugar donde nos podíamos resguardar. Ese punto de encuentro de estudiantes, profesores, trabajadores y personas que transitaban parecía un pantano, el suelo se movía intensamente, no podíamos mantener el equilibrio, las miradas de las personas estaban atentas al intenso movimiento reflejado en los edificios que se tambaleaban, creo que todos pensamos en lo peor. Parecía una broma del destino que nuevamente un 19 de septiembre y 32 años después la tierra nos diera una sacudida tan intensa como la del ‘85. El panorama no era nada agradable. El edificio del Tribunal Superior de Justicia que se ubica a espaldas de la Universidad se movía intensamente. Parecía que chocarían y que este se derrumbarían en cualquier momento, se desprendía el concreto de los edificios, se oían caer los cristales y el polvo parecía neblina entre los edificios. Lo más desagradable fue la impotencia de ver a los compañeros salir por la escalera de emergencias y ver que no podían dar un paso por el fuerte movimiento telúrico.La empatía entre las personas se dejó ver mientras todo esto pasaba. Una maestra me abrazó ya que los dos estábamos espantados, gente cerca de mí también se veía mal. El contacto se volvió mutuo, todos hacían casi lo mismo, las palabras de aliento se escuchaban temblorosas pero confiadas en que todo iba a estar bien. 65
Pasado unos minutos del temblor todos tratamos de ponernos en contacto con nuestras familias, la preocupación inundaba nuestras mentes. Las redes telefónicas fallaban y tras varios intentos poco a poco cada uno nos reportamos con nuestras familias. Las redes sociales fueron el principal medio de contacto. Ya estando un poco más tranquilos al saber que no estábamos solos, esperamos unas horas a que se desahogara el caos, sin embargo, apenas esto comenzaba. Varios edificios cayeron y mucha gente quedó atrapada entre los escombros, cerca de Universidad, en la calle Chimalpopoca cayó un edificio. Como estudiantes sentimos la obligación y convicción de ayudar a nuestra ciudad, nos organizamos y la comunidad tuvo una gran participación. Ayudar y colaborar en obras de rescate fue la nueva clase que llevamos a la práctica.
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Instrucciones para levantar un librero Sofía Mejía León
La televisión estaba encendida. Yo miraba un programa en conmemoración del temblor del 85. Ese día tomaba una sola clase en la noche. Me levanté tarde. Estaba desayunando mientras una carga de ropa en la lavadora hacía crujir su motor. Mi papá había estado de viaje y recién llegaba. Desde el quinto piso del edificio sentí un movimiento. Bien pudo haber sido un gigante que tomó y dejó caer la construcción completa, o una mutación invertebrada de proporciones descomunales moviéndose por el subsuelo de la Ciudad de México. El edifico dio un pequeño brinco, tal cual lo haría un guijarro rebotando sobre la tierra. Se apagó el televisor y la lavadora dejó de hacer ruido. Las puertas en todo el edificio azotaron. La gente dejaba sus departamentos y bajaba las escaleras rápidamente. Un movimiento frenético dio inicio. Mi perro comenzó a ladrar. Parecía que no se callaría nunca. Me agaché detrás del sillón. No había pasado ni una semana del último temblor: localidades en Guerrero aún estaban poniéndose en pie. En diferentes partes del país se organizaban centros de acopio. Circulaba información en programas de radio, televisión, Whatsapp e internet sobre los lugares más seguros dentro de una casa. Se llamaba la atención acerca de los marcos de puertas, se decía que era un mito, más que una estadística, que ese fuera el lugar más seguro 69
en todas las viviendas, pues dependía del tipo de construcción y de la zona. El primer temblor de septiembre ocurrió por la noche, casi de madrugada. Fue violento y breve, aunque al día siguiente escuché en la voz de amigos y familiares que duró muchísimo. Al intentar dormir, escuché un camión o tráiler venir a lo lejos. Era tal la velocidad del vehículo en la avenida desierta durante la madrugada, que casi podía oírlo cortar el viento con un wuougn wuougn wuougn. El corazón se me agitaba y los intestinos se me contraían porque me recordaba la alarma sísmica. Me hacía pensar en la posibilidad de réplicas. Temblaba por segunda ocasión en el mes. El mismo puto año de hace cien putos años, dijo un estudiante de secundaria que quedó capturado para siempre en un video casero. A los pocos días se volvió viral. Ni ese muchacho ni yo vivimos el temblor del 85, pero sabemos que fue algo importante para la capital del país. Cada año conmemoramos la fecha con un simulacro en escuelas y oficinas. Ese muchacho se refería a la improbabilidad de que temblara el mismo día. A diferencia de hace treinta y dos años, el temblor nos agarró despiertos y a la mitad de alguna actividad. No me quedé parada en el marco de la puerta, sino agazapada detrás del sillón de dos plazas de la sala. Mi papá permanecía de pie junto a mí, aparentando calma pero con el rostro desencajado. El perrito recorría el pasillo de ida y vuelta como si persiguiera una pelota imaginaria y ladraba a diestra y siniestra. La alar70
ma no nos advirtió: estábamos en estado de alerta desde que el piso comenzó a moverse en círculos. Pensamos que pasaría pronto, igual que el temblor de la semana anterior, pero los muros crujían cada vez más fuerte y escuchábamos la vajilla de la vecina caer al piso y estrellarse. Dejamos de pensar que pasaría pronto. Dejamos de pensar que habría una continuidad si es que la tierra cesaba de moverse. Había una mezcla de ruidos: objetos haciéndose añicos en los departamentos cercanos, nuestros muebles, espejos y cuadros cayendo frente a nosotros; el perro ladrando como si nos reclamara por tenerlo viviendo en un quinto piso del que no puede salir corriendo para hallar un lugar seguro. Simultáneamente, un monólogo interior de incertidumbre y miedo -un discurso que no tenía palabras- también se sumaba al ruido. Papá se agachó cerca de mí. Yo alcancé a tomar una pata del perrito para que dejara de correr. Necesitaba abrazarlo porque a esas alturas me parecía una certeza que el edificio se iba a desmoronar. “Si tardan días en encontrarnos quiero que nos hallen juntos”, pensé. Días después habría de enterarme de una estudiante que fue hallada sin vida, en posición fetal, protegiendo a su mascota, que pudo ser rescatada con vida. Casi de manera abrupta, el suelo se detuvo, pero adentro de mí algo continuó agitado por varias semanas, como anticipando un derrumbe. Tuvimos miedo a las réplicas durante días. En las noticias circulaba información de 71
investigadores de la UNAM, especialistas que aclaraban lo improbable de una réplica debido a que fue un temblor atípico en comparación con los que ha sufrido el país. Intraplaca, dijeron los medios. Y esto lo entiende la mente, pero al cuerpo le lleva tiempo desaprender el estado de alerta constante. Mi hogar no sufrió daños en la estructura. La única pérdida fue un espejo y los siete años de suerte que se llevó consigo. Durante más de tres meses estuvo un librero atravesado en el estudio congelado en una caída eterna.
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Coincidencias Natalia Pérez Alejo
Ese día recordé la recomendación de un documental comentado por la profesora en la clase de Estudios Culturales No les pedimos un viaje a la luna. Lo busqué. Comencé a ver que trataba sobre las trabajadoras costureras sepultadas bajo los escombros de las fábricas en el terremoto que destrozó a la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985 y justamente sentí la tierra moverse. Me asusté, estaba temblando bastante fuerte. Salí a la calle como pude, los autos estacionados se movían de un lado a otro, a la par, otros vecinos asustados como yo salieron y esperamos. El tiempo se nos hizo eterno hasta que todo «terminó». Inmediatamente pensé en la increíble coincidencia del temblor de ese día, con el temblor de 1985. Mismo día y mismo mes hace 32 años. Estaba muy preocupada y necesitaba saber de mi padre, se encontraba en el centro de la ciudad trabajando, la comunicación era prácticamente imposible lo cual me frustró. En ese momento los teléfonos celulares no respondían a nuestras necesidades, así que la radio fue la única opción para poder enterarse de la situación. La encendí. Corría la información de la catástrofe, describían los daños en edificios, escuelas, casas y apartamentos, la movilidad era un caos, había personas bajo los escombros, se requería ayuda y guardar la calma. Las ondas radiofónicas no lograron plasmar en mi mente la mag75
nitud de este desafortunado evento, ni siquiera un poco. Seguí intentado establecer comunicación con mi padre, familiares y amigos. Por fin recibí su mensaje, él estaba bien, enseguida más mensajes con buenas noticias de mis allegados ¡Qué alivio! Tomé mi celular, el internet funcionaba y en redes sociales la gente se reportaba avisando que se encontraban bien o que necesitaban ayuda. Hasta ese momento había pocas fotos de algunos lugares donde hubo derrumbes. Esto pintaba terrible. Caí en cuenta de la magnitud de las afectaciones con un video que vi en Facebook. El video mostraba una imagen impactante, desde lo alto de un edificio parecía que la ciudad caía a pedazos o al menos eso denotaban las grandes nubes de polvo que ascendían y las pequeñas explosiones que se veían a lo lejos. El sonido de mi acelerado pulso empataba con la voz del sujeto que narraba aterrado el acontecimiento. Dado que yo no viví el terremoto del 1985, me sentí muy impactada, me parecía aterradora la situación, además la coincidencia de estos eventos naturales. Conforme pasaba el tiempo, surgían nuevas noticias de lo sucedido: más lugares afectados, gente herida, reportes de gente perdida, vialidades saturadas, videos y videos del momento exacto del sismo. Era totalmente desconcertarte. Era como el documental que me encontraba viendo apenas minutos antes. Más tarde recibí un mensaje de una amiga preguntándome como estaba y me comentó que una fábrica cerca de la universidad, en la calle de 76
Chimalpopoca, se había derrumbado. Me quedé quieta por un momento. Esa fábrica nuevamente abrió la herida de las irregularidades e injusticias laborales que vivieron aquellas mujeres costureras en el 85. Al siguiente día, con mi amigo recaudamos un poco de dinero con los vecinos de nuestra colonia, lo que juntamos lo destinamos para comprar material de curación, juntamos ropa y lo llevamos a un centro de acopio donde la ayuda aparentemente era mucha. En algún momento se llegó a pensar que era excesiva en los centros de acopio, eso no es lo que se piensa ahora pasados ya seis meses. En esos momentos nuevamente la sociedad civil estaba presente pero ahora con una nueva generación al frente los «millennials». Encabezando las noticias y las muestras de solidaridad. Y así como éstas buenas acciones se repetían, también las cosas malas y desagradables. Por un lado la vasta ayuda para los damnificados, la organización de los mexicanos para ayudar a otros mexicanos que lo habían perdido todo, el uso de las redes sociales para generar un canal de información y saber dónde se requería apoyo, ubicaciones de los centros de acopio y hasta el monitoreo a las autoridades en su deber. Por otro lado, el espectáculo de los medios de comunicación y la incompetencia de las autoridades que de nuevo se unían para «dar la cara» al pueblo mexicano ante el terrible acontecimiento. La ciudad no sólo tiene que recuperarse nuevamente de los daños estructurales, sino también de una sociedad que volvió de entre los escombros al amar77
go 19 de septiembre de 1985 pero ahora en el 2017 con este terremoto que hizo eco en Morelos, Puebla, Estado de México y Guerrero. Así se presentaron las siguientes dos semanas con el mismo panorama. A pesar de que la sociedad se mantuvo en el cometido de ayudar y unirse a la causa es evidente que el tiempo hace de las suyas en la memoria de todos nosotros. Sería bueno preguntarse ¿qué pasa hoy con todas las víctimas de éste terremoto y las donaciones? ¿qué hay de las irregularidades en las construcciones? ¿qué es de las personas que se quedaron sin hogar? Pero es un hecho que todos olvidamos y es ésa otra coincidencia.
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Un grito de auxilio
Claudia Tadeo Ramírez Gómez
El reloj marca 13:14h al parecer un relámpago ha caído a la tierra, formando fuertes ondas cimbrando el planeta. Un silencio total pareció eterno. Al finalizar el silencio, se escucharon voces exclamando ¡ayuda!, ¡se derrumbó un edificio! ¡mi padre está entre los escombros! Este caos se debía al terremoto de 7.1 grados en escala de Richter. Después de 32 años del terremoto de 1985 ¿Quién imaginaría que la historia se volvería a repetir? Ningún mexicano olvidaría la tragedia, pues el temor, la desesperación y un recurrente pensamiento de morir ante la catástrofe, no es fácil de borrar. Por un momento la Ciudad se detuvo, no había transporte, afectado la red eléctrica y comunicarse era imposible. Mirando alrededor percibía la desesperación. Algunos, inmersos en el caos, temían por sus familiares. La gente desesperada, gritaba el derrumbe de escuelas, edificios, hospitales. Era abrumador ver la angustia al escuchar esto. La tragedia tuvo varios escenarios. En casa, la escuela, el trabajo o conduciendo, sin importar en qué lugar estaban, muchos mexicanos se unieron para rescatar a quienes se hallaban sepultados entre los escombros. Otros se dispusieron a buscar herramientas con las cuales pudieran ayudar a remover escombros, a organizar cuadrillas, brigadas y realizar la distribución de víveres a las 81
zonas más afectadas, cada uno poniendo su granito de arena para contrarrestar esta tragedia Es decir que esta fecha ha quedado marcada en el pueblo mexicano, como un acontecimiento de experiencias en donde los jóvenes mostraron una solidaridad al salir a las calles a quitar los escombros en zonas afectadas, ya que por un momento no se hallaba diferencia entre raza, genero, estatus social, pues todos se encontraban unidos por una misma causa: salvar vidas. Al mismo tiempo que se daba esta solidaridad entre los ciudadanos, los medios de comunicación presentaban el caso de la escuela Enrique Rébsamen, el cual se había colapsado y esto provoco que algunos profesores y alumnos quedaran atrapados entre los escombros. Las mentiras Sin embargo, la buena voluntad no estuvo presente en todos, principalmente en los medios de comunicación quienes presentaron información inoportuna, saturaron espacios con los mismos sucesos e incluso transmitieron información sin veracidad. Una supuesta estudiante del colegio Rébsamen, que los medios difundieron como un caso extraordinario, una niña sepultada por los escombros fue el rescate de esperanza y la mentira creada para asustar a quienes veían la tele. Había información falsa las redes sociales, fotos de sucesos que en México no habían ocurrido, provocando más miedo e incertidumbre entre las personas de buena voluntad que salieron a ayudar. El supuesto de cosas que no estaban pasando, entorpeció la buena vo82
luntad de ayudar a la gente que en realidad lo necesitaba. Recordemos que la solidaridad es una cualidad que no todos tienen, este fenómeno natural debe dejarnos una gran enseñanza para aprender a combatir la mala información y salir más de nuestras comodidades para conocer a nuestros prójimos y ver qué pasa fuera.
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Despiértame cuando tiemble Jazmín Rodríguez
19’S, las siglas para el despertar mexicano del siglo XXI -hasta ahora-. Analistas, críticos y periodistas hicieron mención del apoyo, interés y movimiento de los jóvenes “millenials”. Eran las 13:14h., pasaba un día normal para todos mis compañeros de trabajo los burócratas chiquitos de una Delegación en la que nada pasó, en la que sólo unos cuantos pararon su vida para detenerse a observar y darse cuenta que México entero se estaba desmoronando estado por estado, no por el movimiento telúrico, sino por el sentimiento de solidaridad. El pánico para aquellos que vivieron 19’s de 1985 fue inmediato, las señoras lloraban y corrían por sus hijos, otros sólo le rogaban a Dios o a la deidad en la que cualquier desastre te obliga a recurrir, porque no te queda nada más que la fe, la fe en que todos tus seres queridos se encuentren bien. Las diferentes tecnologías de comunicación estaban colapsadas, al mismo tiempo el WIFI calmaba corazones al darse cuenta que las plataformas en la web eran la única manera de comunicarse, en ese momento los que no utilizan esos medios digitales se daban de topes. Unos tomaron sus bicicletas y pedalearon por una ciudad en pánico, otros intentaban informarse por medios de comunicación convencionales, radio o televisión. Sin embargo, la red llevaba la batuta de la información sobre lo que sucedía. Los jóvenes dueños de esta red 85
compartían noticias e información cada segundo, saturando la vía de información, logrando un shock infotóxico, solicitaban ayuda y solidaridad. México se sorprende y no entiende la reacción de los acallados. Como dice la canción Cuando pase el temblor: Estoy sentado en un cráter desierto Sigo aguardando el temblor en mi cuerpo Nadie me vio partir, lo sé Nadie me espera Hay una grieta en mi corazón Un planeta con desilusión Los jóvenes estaban esperando por algo, una causa que los hiciera levantar la mirada y ayudar. Las ganas de ayudar o hacer algo por el lugar donde viven es menester del día a día, han crecido en una sociedad cuyo objetivo principal es “ser o hacer algo en la vida” o dejar algún aporte que trascienda. Sin embargo, viven en una época gris, donde todos aguardan morir lo mejor que puedan. Los millenials durante su adolescencia intentaron de todo para hacer un cambio ligero dentro de la sociedad y fueron ignorados, relegados, o tomados por chairos, como todo ser dentro de la otredad. Ahora la mayoría camina como seres colonizados, alineados por el sistema social actual. Si eres una parte del engranaje eres funcional, si no, estás fuera de juego. Los millenials forman un amplio porcentaje de la población mexicana y por supuesto se hacen 86
notar, más en la ciudad. Esa ayuda desmedida, inconmensurable, en las primeras horas fue vital, después se convirtió en un caos, la ayuda focalizada en el centro de la ciudad. Sin duda fue una de las zonas más afectadas, al mismo tiempo una de las más observadas. Tantos ojos pendientes sobre lo que pasaba no detuvieron la acción totalitaria del gobierno, que introdujo maquinaria pesada unos días después. Que digo días, en las horas siguientes. Los edificios que podrían contener dentro de sus paredes derrumbadas algún tipo de información fraudulenta fueron absorbidos por las fuerzas militares. Por lo tanto, ya no había poder social unido que pudiera ayudar más allá de repartir agua y acomodar víveres en la zona. Al día siguiente la ciudad estaba rota, no solo por el temblor, sino por la ruptura moral de todos los mexicanos, todos lloraban al desaparecido, a los niños que no alcanzaron a salir de sus aulas, por la gente que no tenía donde dormir, incluso por aquellos Pueblos Mágicos que perdieron la magia y se convirtieron en tragedia. La desesperación por querer hacer algo era tanta que las crisis nerviosas no se hicieron esperar, universidades como nuestra Casa de Estudios organizaron brigadas de recolección de víveres, la ayuda era tanta que las vialidades colapsaron hacia Xochimilco, la palas, guantes, cascos y cubre bocas sobraban entre las tortas y comida repartida en toda la ciudad. Aquellos que buscaban los medios tenían la posibilidad de acudir a otro estado a repartir lo recolectado, te subías a carros y camiones con 87
gente que en tu vida pensaste conocer, en la que jamás hubieras confiado en un día normal, porque en esta ciudad con tantos desaparecidos -y no por un desastre natural- no es tan fácil confiar. Los movimientos artísticos se presentaron. Las donaciones del extranjero actualmente desaparecidas igual que los 43’s, llegaron de todo el mundo, las toneladas de alimentos no perecederos se juntaban intentando repartirlos. Ahora sí, México era el ombligo del mundo. Hoy, casi seis meses después, la normalidad vuelve a reinar. Quienes están sin casa y esperan el apoyo de $3000 al mes, que les fue retenido o esperan por un flamante préstamo para poder reconstruir toda una vida de esfuerzo, no pueden estar ni un poco cerca de lo que solía ser normal. Sin embargo, la institucionalización del ser humano que lo obliga a ser funcional lo presiona a tal grado que no puede tomar la decisión de darse el tiempo para observar, renacer o volverse a construir. Todos los mexicanos tenemos una huella después del 19 de septiembre de 2017, quizá ahora estemos esperando a que vuelva a pasar el temblor para reconstruir ese planeta lleno de desilusión y poder cerrar las grietas que ha dejado en nuestro corazón.
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El regreso de los dioses Sandra Beatriz Rangel Ayala
La cotidianidad se vuelve parte de nuestra vida, comer, dormir, estudiar, trabajar, etc. ¿Acaso perdemos el sentido al vivir? ¿Esperamos que se nos mueva el mundo para despertar del sueño o donde quiera que estemos? Si sueño, porque estamos vivos pero soñando ¿O será que también hemos dejado de soñar? Pero dígame usted lector ¿hasta dónde llega nuestro conformismo? Le contaré un poco sobre un hecho real que incluso podría parecer ficticio por la manera en que será plasmado en estas líneas. Hace ya algunos años, los dioses visitaron a la humanidad, pisando con tal brutalidad, que lo tomado por duro como roca y firme como roble se desgajó en un parpadeo. Los pasos eran torpes como los de un pequeño e indefenso niño. Las calles pavimentadas se abrían como una panthera leo pérsica, de esas que habitan en el África negra, pero que ahora estaba tierra abajo justo en la plata de los pies, dispuesta a salir. Fecha recordada por los niños ahora viejos, 19 de septiembre de 1985. Sólo algunos pueden pronunciarla sin derramar algunas lágrimas. Caminé rumbo al vagón de metro dirección Pantitlán. Recordaba la visita de los dioses hace 32 años. Observé recargada en la ventana los simulacros. ¡En verdad me parecía algo aburrido! Hasta ese día no encontraba temor alguno en los sismos. Llegué un poco tarde a tomar clase y ocupé un lugar donde no me abrazara tanto el calor
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encerrado en los últimos pisos del edificio de la Universidad. Pasaron segundos, minutos unos tras otro. La maestra no llegaría, los compañeros tomaron sus pertenecías y se dispusieron a salir. Tomé las mías después de esperar solo un poco más que ellos. Bajé los escalones, pensé en la distancia recorrida, el llegar tarde, todo en vano. De repente la presencia de mi novio ahuyentó aquellos pensamientos. Lo acompañe al banco, le dije que no tendría clases. Caminamos en las calles del centro, intercambiando miradas, truqueando palabras y risas. Con el vaivén de los carros fijábamos la vista en el semáforo, que a veces lo toman como mujerzuela a media noche (nadie la respeta). El sol dibujaba la fachada de la Plaza Tlaxcoaque, donde pensábamos sentarnos y contemplar mientras pasaba el tiempo. En un instante que me parecieron mil años, escuché una pisada en el pavimento firme, dura, caótica. Pensé estar mareada, vi a mi novio y pregunté: ¿Está temblando? Las palabras fueron tan banales como mis pasos, mis pupilas se dilataron, mi corazón se aceleró tan rápido que lo sentí romperme el pecho pasando por las capas de piel, olvidé como respirar. Los ojos se alertaban ¡Sí eran los dioses! Ellos han vuelto, tenían de nuevo los poderes sobrehumanos, la historia, se repetía. En lo cotidiano nos sentimos a salvo, en nuestras casas, en un lugar con cuatro paredes, con los padres, con tus hermanos, incluso con un policía... Pero ahora solo tenía una mano enraizándose en la mía y eso mi querido lector era lo único que tenía en ese momento y lo único que me brindó esperanza. Mi cuerpo 92
accedió a enraizarse junto a ella. Con los pocos sentidos encendidos buscaba lugar seguro, pues los dioses nos habían elegido de nuevo después de 32 años. Las pupilas humanas los buscaban, pero no hay sentido mortal que los detectara, aun así su aliento movía hasta los edificios más fuertes. Las calles se abrían y los dragones vertían fuego en los edificios, las torres antiguas pasaban a ser polvo, los humanos eran devorados por los dioses en llamas del miedo (El más cruel sentimiento que los dioses pueden atribuir), mientras se recostaban como fetos en las calles queriendo que la Madre Tierra los abrazara como lo hizo antes de los tiempos, en un principio. Ahora ella se dejaba en los brazos de los dioses, queriendo vengar el olvido y maltrato de los seres. Justo entre ellos estaba yo, pensando que los dioses son reales, que los minutos y segundos podían mutar en horas. Solo quería que eso pasara rápido, que terminara. Pensé en la muerte. En la cima los dioses apostaron sobre el conformismo y ensimismamiento del humano y en esta apuesta ganaron. Ahora venían a destruir y tomar lo que nos habían construido, sin importar el sacrificio humano, el despojo de lo que creemos sagrado. El precio de la enajenación debía ser pagado. Cuando todo parecía perdido la respiración se normalizó ¿Acaso había terminado? Después de la visita de los dioses, ¿como podría ser todo normal? Asustada me encontré con el abrazo de mi novio, teníamos el tesoro más valioso que los dioses nos otorgan: La Vida.
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El día que me sonrió la muerte Leopoldo del Llano Salazar
Parecía un día cualquiera, la misma rutina, el mismo camino como todos los días. Me levanté temprano para llevar a mis hijos a la escuela y dirigirme a mi centro de trabajo. No recordaba la fecha, pero un compañero se acercó y preguntó: -¿Ya listo para el simulacro?- mi pensamiento tardo en carburar. -¡Ah sí, no lo recordaba es a las 10:00h!Él dijo que el simulacro sería a las 11:00 h. Tiempo después, yo estaba checaba la tarea de la Universidad. Casi no había trabajo, compañeros que son brigadistas alistábanse para participar en el simulacro. A las 11:00h. se activaron las bocinas de alerta sísmica, me dirigí hacia la puerta para salir junto con todos mis compañeros, los brigadistas nos decían “por favor, salgan rápido y en orden”. Nadie hizo caso, la mayoría salíamos caminando sin tomar en serio el simulacro. Ya fuera, personal de Protección Civil nos formó y nos dieron indicaciones. No le tomé importancia, estaba más interesado en mi celular. Tras 15 minutos indicaron que podíamos ingresar al edificio para continuar con nuestras labores. Iba hacia la entrada, cuando escuché la voz de mi jefe tras de mí, diciendo: -Estamos cabrones ¿verdad? -¿Por qué? 95
Me mostró un cronometro. Más de 3 minutos tardamos en salir del edificio, sin incluir los del último piso, ellos se tardaron como 7 minutos, -¡De verdad nos vale madre! Si fuera una situación real ya nos hubiera cargado la fregada. -¡Sí! esas chavas todo el tiempo se la pasaron chismeando y bromeando, la verdad no tenemos una buena cultura de prevención. Me pidió acompañarlo a fumar y seguimos platicando sobre el tema. Pasaron 5 minutos y regresamos, seguí checando algo de información en internet para hacer mi tarea. Miré el reloj, eran casi las 12:00h, revisé el correo electrónico y noté algunos correos del área administrativa. Pedían algunos documentos para actualizar mis datos, chequé y los tenía, avisé a mi jefe y me respondió: -Aguántame y de paso llevas los míos, también los pidieron-. Dije que sí y volví a regresé a mi trabajo. Como a las 13:00h mi jefe me dice: -¡Ya ve y llévate los míos, creo que están completos, me avisas cualquier cosa!-. Voy al área administrativa en el piso 7, en la oficina me atiende una señorita. Le digo que vengo a entregar los documentos solicitados, los revisa y dice que están bien, que eso sería todo. Le dije que traía los de mi jefe, que si había algún problema si yo los entregaba y dijo que no, que sólo los iba a revisar. Faltaba una copia del gafete y se los dejé con la responsabilidad de entregarla antes del viernes. Le agradecí y me despedí. Subí al elevador para regresar y al tercer piso sentí que se 96
movía. Escuché la alerta sísmica, me asustó bastante. Se detiene el elevador y sólo escucho tronidos junto con un movimiento muy fuerte del edificio, se va la luz, por mi mente pasaban mis hijos, mi familia. No entré en pánico, sólo quería salir para saber de mi familia, mi celular no tenía recepción. Tras unos minutos que parecieron eternos atrapado en el elevador, lo único por hacer era gritar y lo hice, pero sin ningún resultado. Después de 5 o 10 minutos escuché ruidos y grité nuevamente, chequé mi celular, tenía señal pero no pude llamar. En WhatsApp llegaron mensajes, inmediatamente escribí a mi esposa, mis padres y hermanos para preguntar cómo estaban. Mi esposa fue la primera en responder, estaba bien, llegando a las escuelas de los niños, eso me calmó mucho, ellos era mi mayor preocupación pues a esa hora estaban en clases. Después me calmé un poco y envié un mensaje a compañeros de trabajo para ver si alguien podía avisar que estaba atrapado en el elevador. Nicanor me contestó preguntando si me encontraba bien, que ahorita avisaba. La señal de mi celular se fue, pero escuché la planta eléctrica empezar a trabajar. Inmediatamente se prendieron las luces del elevador y escuché una voz preguntando: -¿Está alguien en el elevador? -¡Sí!-¡No te desesperes, ahorita te sacamos! Sólo fueron por una llave especial para botar el seguro de las puertas. Les agradecí y esperé. Recibí un mensaje de Nicanor: “Ya avisé, ahorita te sacan”, Escuché un ruido y 97
abrieron las puertas manualmente, salgo rápido. -¿Estás bien? -¡Sí, sí! -¿Quieres que te revisen? -¡No, estoy bien gracias! Me pidieron dirigirme a la salida con los demás empleados. Mientras salía daba las gracias a Dios por permitirme salir con bien del elevador, ahora mi preocupación eran mis padres, mis hermanos, pues no podía ponerme en contacto con ellos. No sabía la magnitud de la tragedia, escuché algunos compañeros diciendo que las zonas más afectada son la colonia Roma y Condesa, donde cayeron varios edificios, Mi angustia y nerviosismo volvieron, recordé que mi mamá iría al doctor en la calle de Durango. Insistí por teléfono y nada, no había señal para comunicarme, fueron momentos de incertidumbre y miedo, yo pensaba lo peor, después de unos minutos mi mamá contestó el mensaje que le había enviado mientras estaba atrapado en el elevador. Me decía “Estoy bien hijo, pero muy asustada, se cayó un edificio a una cuadra de aquí y huele mucho a gas”. Le pedí se alejara, que se fuera a una zona segura, como un parque o una avenida lejos de edificios y de la fuga de gas. Mientras escribía mi madre llamó. Se escuchaba muy nerviosa, me preguntó por mis hijos, le dije que estaban bien, mi esposa ya estaba con ellos. Me preguntó por mi papá y mis hermanos, me pidió dijera la verdad. Contesté que no sabía nada, pero que ahorita
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me comunicaba con ellos pues no había línea telefónica. Luego de un tiempo contacté a mis hermanos, todos se encontraban bien, me preguntaron por mis padres, dije que mi mamá estaba asustada y nerviosa pero bien, no sé nada de mi papá. Terminamos de hablar y traté de localizar a mi padre, pero no tuve suerte. Voy donde mis compañeros de oficina y pregunté por sus familias. Comentan que están bien, uno me pregunta: ¿Qué paso contigo? ¡Me enteré que te agarró en el elevador!, y respondí: ¡Sí, estuvo fuerte pero todo bien! A lo lejos se escuchaban muchas ambulancias y patrullas, no sabíamos lo grave de las afectaciones tras el terremoto. En ese momento recibí un mensaje de mi amigo Sergio de la Universidad. Estaba bien, pero un edificio a unas cuadras se derrumbó. Junto a ese edificio había una escuela y al parecer había niños lesionados. No sabía que el edificio estaba en la calle de Bolívar, tiempo después se dio a conocer como el edificio de costureras. Le dije a Sergio que se pusiera en zona segura y esperara un poco por eso de las réplicas. Busqué a mi jefe y lo vi hablando por celular e hizo señas que me fuera. No lo pensé dos veces y me fuí, empezando otro viacrucis. No había trasporte, opté por caminar. Después de un rato y ya cansado hablo a mi casa para ver si todo está bien, mi esposa dice que sí, pero que me venga ya pues la tele informaba todo tras el terremoto. Respondí: “En cuanto pueda tomar algún trasporte voy para allá.” Caminé y caminé unos 40 minutos hasta Av. Guerrero. 99
El metrobus daba servicio hasta Tenayuca y dije ¡ya la hice! Vivo en zona norte, por Av. Montevideo y esa ruta me lleva cerca de casa. Abordé y tras 20 minutos llegué a la estación Montevideo, solo restaba caminar. En mi mente no había otra cosa más que llegar y abrazar a mi esposa e hijos, apuré la marcha y pude llegar y estar con los míos. Ésta fue la experiencia más fuerte que he tenido en mi vida. La reflexión con que me quedo es que, en cualquier momento todos estamos expuestos a una desgracia como el terremoto del 19 de septiembre de 2017 por lo que hay que estar prevenidos, tomar en serio los simulacros para tener una mejor cultura de emergencia ante estos desastres naturales y ser solidarios con quien lo necesita. ¡Fuerza México!
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El factor conmoción Raúl Mendoza Z.
Todo iba bien ese día, un día normal, como muchos otros. Después de tomar mi mochila al salir de casa instintivamente un poco de música en mis audífonos; la básica lectura que mejora mi trayecto, los empujones en el metro, la porción gráfica de violencia explícita en los periódicos de camino a la plaza, el semblante despreciativo de bienvenida por parte de algunos locatarios al que jamás me acostumbraré. Sin olvidar la sagrada dotación habitual de rutina laboral. Tiempo después de ordenar mis archivos y actividades del día, fue cuando comencé a elaborar una muestra de impresión en tampografía al interior del local 18 de la Plaza Chabacano una de las muchas plazas que se ubican en la Zona Gráfica de la colonia Algarín y a la que considero mi santuario de trabajo. Dentro de este espacio al fondo de la plaza entre anaqueles, tintas, cajas, herramienta y máquinas de impresión como todos los días me encontraba apresurado por terminar lo que estaba haciendo al momento, trabajando y escuchando la radio a la vez, pero sin curiosidad, con poca atención de lo que el locutor de la estación comentaba y lo que para mí sonaba a una remembranza del temblor del 85. La que personalmente considero que constituye un obituario esencial en la memoria de una incontable cantidad de personas. 103
El carismático presentador, si no mal recuerdo, mencionó como la gente se organizaba en orden y sin prisa para llevar a cabo en los distintos puntos de la ciudad el mega simulacro a salud de dicho evento, atendiendo las órdenes de los brigadistas y siguiendo al pie la letra los protocolos de seguridad, pero puntualizando en cómo la gente cumplía de manera ordenada, armoniosa y con cierto aire de empatía los lineamientos propios del ejercicio de evacuación. En contraste con la narración de la emisora, seguí trabajando al tiempo que comenzaba a evocar las diferentes historias que mis familiares, conocidos y amigos cercanos me habían contado con lujo de detalle. Instantáneamente llegó a mí mente uno de los muchos relatos que con certeza habitará en mí memoria por el resto de mis días. Mauricio un entrañable amigo mío que en aquel tiempo tenía apenas 12 años de edad me describió lo que vivió ese día. A consecuencia de la separación de su padre, él y su mama se acababan de mudar un mes antes del temblor para trabajar en aquella zona cercana al centro histórico. El día del sismo el edificio frente al suyo se vino abajo por completo y parte del edificio donde él vivía, los escombros llegaban hasta la puerta de su departamento. Una vez fuera miró con incontenible tristeza como muchos de sus amigos y vecinos quedaron debajo el derrumbe entre bloques de cemento, varillas, vigas, muebles y pertenencias destruidas por el desplome, además de escuchar los gritos de dolor de la gente 104
que aún estaba con vida, no podía evitar sentir una gran sensación de impotencia. Lo único que pudo hacer fue salir de lugar impulsado por la curiosidad de un par de sus amigos para contemplar la misma escena en diferentes puntos de la colonia. La peor parte sucedía por las noches al tener que regresar al departamento sin energía eléctrica y tener que soportar los lamentos de la gente debajo de los escombros durante toda la noche, al tiempo de recordar lo que había visto en una inocente inspección en la zona como partes de cuerpos desmembrados de la gente que estaba entre los escombros. Seguía escuchando la radio sin contemplación bajo un ambiente de tranquilidad que es común percibir durante los días flojos dentro de la plaza, pero receptivo por la tarea que estaba realizando y a la vez reflexionando en lo terrible y complicado que debió ser atravesar por una eventualidad de tal magnitud y también en lo que yo pudiera haber hecho al respecto ante tal situación, de tal manera que mi mente llego al punto de divagar un sin fín de escenarios y posibilidades. De pronto, durante la transmisión aún con el tintero en mis manos, súbitamente sonó la alarma sísmica, acompañada de movimientos impactantemente fuertes y muy firmes que hacían fácilmente parecer al lugar endeble, como hecho de cartón y de goma y no de concreto y acero. Rápidamente mis sentidos se activaron al punto de sólo pensar en salir lo más rápido de las instalaciones de la plaza. 105
Uno de mis primeros reflejos al escapar de ahí fue ir en busca de mí hermano y mi papá local por local gritando sus nombres, pero los fuertes movimientos me impedían correr con soltura, ya que era muy complicado hacerlo mientras la tierra se movía de esa manera (ahí reconocí la abismal diferencia entre un simulacro y un temblor de verdad.) Sin dejar de preservar mi integridad física y en la medida de lo posible la de los demás finalmente salimos de la plaza, algunos muy alterados y nerviosos. Claramente se podían escuchar entre la confusión comentarios de desesperada oración, implorando que los tremendos movimientos se terminaran pronto, sin embargo, son minutos que se vuelven largos y angustiosos.Mi único panorama al salir a la calle fue contemplar a mucha gente hincarse, uniendo las palmas de sus manos e inclinado sus cabezas en señal de súplica en plena calle 5 de febrero por entre los carros, camiones y demás personas notablemente inertes y asustadas. Una atmosfera de confusión, miedo e incertidumbre prevaleció durante ese impactante momento. Resguardado y alerta con mi hermano y mi papá bajo la marquesina de la plaza miraba asombrado como los edificios, árboles, postes y cables de electricidad se agitaban con tal facilidad que sólo podía pensar en el imponente y violento poder de la naturaleza y en la fragilidad que nos constituye estar frente a un terremoto como el de ese día. Al mismo tiempo no podía evitar pensar con agitación y nerviosismo en la condición de mí madre 106
que se encontraba sola en casa en ese preciso momento, ya que la comunicación y la energía eléctrica se encontraban suspendidas al momento. Una vez que termino todo, firmemente conmovidos y un tanto alterados decidimos cerrar y volver a casa. En el ambiente se instaló una atmosfera de pánico y sobresalto por la agitación colectiva. Caminado sobre la avenida Tlalpan a la altura de la estación Chabacano era posible observar a varios negocios de la zona bajando sus cortinas, además de muchas personas regresando a sus hogares a pie por que el servicio del metro y transporte público se detuvieron por un tiempo. Era francamente inevitable percibir la sensación de aflicción y desconsuelo a medida que regresábamos. Llegando finalmente a casa pude ver con alivio como Teresa, mi madre, nos esperaba afuera para recibirnos con un abrazo de esos que sólo ella sabe dar. Al día siguiente, ya un poco más tranquilo, recostado en mí cama, reflexionando sobre lo sucedido no pude evitar sentirme agradecido por estar bien, por estar con vida y tener el privilegio de seguir en la lucha diaria por mis sueños, incluso pensando que ese día no fue más que un recordatorio de lo afortunado que somos al seguir vivos para apreciar con mayor intensidad la oportunidad que tenemos hoy para disfrutar de un día más de vida. Sin embargo, aún no es tiempo de agregar el punto final a esta crónica, ya que es relevante mencionar que este impacto nos invitó a vislumbrar un panorama dife107
rente de nuestra realidad, sacudiéndonos de formas distintas, más allá del plano físico, provocando un cambio en nuestra manera de pensar. En cierta forma no es hasta que un momento de tensión o de amenaza nos impulsa a reaccionar para descubrir con asombro ¿De qué estamos hechos? o ¿Hasta dónde somos capaces de llegar? Ahora bien, en contraste con el cúmulo de emociones es inevitable pensar que este evento nos expulsó de un estado de letargo en el que vivíamos hacia un despertar renovante que nos obliga automáticamente a la búsqueda de un cambio en nuestras vidas. En mi opinión, esta conmoción es precisamente el factor que nos incita a mejorar como personas, con miras a conseguir nuestros mayores anhelos y seguir adelante. Ya que se demostró que la vida se puede terminar en cualquier momento. En este sentido pienso que debemos tomar esta sacudida como el motor que nos impulse a llevar a cabo todo eso que deseamos con más fuerza y empeño. Si nos atrevemos a adoptar esta experiencia como una nueva forma de pensamiento, fundamentada en la noción de que somos seres efímeros, pero en mayor medida excepcionales.
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Grietas sin maquillaje Mario Pantoja
Las ciudades ofrecen un espectáculo recurrente. Los rostros inexpresivos son parte del paisaje citadino. Es normal que las personas se preocupen solo por sí mismas sin tener empatía por los demás. La velocidad de la vida hace que los momentos de estrés en el traslado del hogar al trabajo o a la escuela se exterioricen de distintas formas como la violencia o la indiferencia. Sin embargo, existen momentos en los que estos individualismos son superados por las tragedias. Entonces surge la solidaridad. Así pasó el 19 de septiembre del 2017. Las personas inexpresivas en transporte público, en autos, en la calle se hablaron entre sí. Los movimientos de la tierra, los trenes del metro, los autobuses, los autos, abrieron un canal de comunicación inexistente. La cercanía del fin hizo voltear a ver alrededor. No lo sabían, pero quizás esos rostros serían los últimos que iban a ver. El metro de la Ciudad de México, ineficiente en su funcionamiento, demostró puntos a favor, pues no tuvo daños considerables ante los movimientos telúricos. En las calles hablaban mientras mantenían el equilibrio. Los autos se detenían ante el paso a los peatones, cuidando no atropellarlos mientras corrían a un lugar seguro. Edificios colapsaron. Las personas que estaban dentro padecieron la corrupción característica de la Ciudad de México. La 111
muerte fue rondando por varios rincones de la ciudad. Los segundos se alargaban en cada paso, grito, escalón, tren del metro, auto en la calle, salón de escuela, hospital, edificio. La velocidad de la vida citadina quedó suspendida por segundos. Bastaron para que la mortalidad se hiciera visible. Fueron suficientes para que los edificios se convirtieran en polvo. La frase escuchada en cada saludo de la ciudad: “qué rápido pasa el tiempo” fue anulada por segundos que parecieron la eternidad. ¿La relatividad del tiempo estará ligada con los sentimientos que brotan de las tragedias? Después, cuando la tierra dejó de moverse, el tiempo recuperó su velocidad normal. Aunque ahora el sentimiento de urgencia se adueñó de las personas: corrían a las escuelas por sus hijos; intentaban comunicarse con sus familiares por teléfono y/o redes sociales; auxiliaban a personas accidentadas en sus cercanías. El tiempo, otra vez, no era normal. Era más veloz. La zozobra acelera el tiempo y pasa rápido hasta que logran comunicarse con sus familiares. Comunicación quizás, si no fuera por unos movimientos, diluida por la indiferencia, la automatización de las actividades, la rutina: alarma despertador a las 5h, baño 5:30h, 6h. desayuno, 6:30h hacia el trabajo o escuela, 6:45h autobús hacia el metro, oficina de 9 a 19h, de regreso a casa a las 20:30, ver tele de 21 a 23h, lo mismo al día siguiente. La normalidad quedó rota, rasgada por las sirenas, los autos veloces que buscan familiares, las redes sociales empiezan a llenarse de las consecuencias: un edificio cayó en 112
Polanco; otro a punto de caer en la Obrera. Un colegio en Villacoapa, otro edificio colapsado, más videos, terror en la ciudad. ¿El caos regresaría al orden? Las personas se convirtieron en la fuerza necesaria para rescatar personas atrapadas entre los escombros. Los ciudadanos reaccionaron mejor que las autoridades y así se salvaron vidas. Aunque había muchas personas queriendo ayudar, en realidad nadie hacía nada hasta que policías o militares llegaron a la zona a prestar ayuda, a coordinar los rescates. Dicen. La realidad quebrada es distinta para cada persona que vivió el desastre. Desesperación, amigos, familiares atrapados. Las historias empezaron a correr en los medios masivos de comunicación y en las redes sociales. Más videos magnificaban el resultado del sismo. La gente se coordinó para prestar ayuda, todos podían ayudar de una u otra forma. Exactamente pasaron treinta y dos años entre el sismo de 1985 y el del 2017. Muchos que vivieron el sismo del 85 eran niños y ahora recordaron lo que la infancia les hizo olvidar. Los cuestionamientos, la ayuda retardada, el aplauso a los ciudadanos eran los temas recurrentes en las redes sociales. Las publicaciones hablaban bien de los millennials, la generación tan cuestionada como cualquiera, con la diferencia que se difunde más en las redes virtuales. La reconstrucción de la normalidad tardaría en llegar. Las consecuencias psicológicas en las personas se notarían en la intimidad de cada una. Mientras sobraban manos en algunas zonas, en otras estaban ausentes. La 113
ayuda gubernamental fue a cuentagotas. Las víctimas fueron apareciendo. Aumentaron las cifras de muertos, los daños materiales también. En su centro retiemble la tierra y en el Centro, donde existen rascacielos y se supone que las medidas de construcción son estrictas, hubo más daños. El área metropolitana resintió el movimiento de la tierra, la línea imaginaria que divide la Ciudad de México del Estado fue borrada por el sismo. Allá es menor la densidad poblacional. Muchos habitantes de la periferia ofrecieron sus manos para salvar vidas, para intentar reconstruir lo que la corrupción destruyó. Las víctimas aumentaron. Los fallecidos y también los que perdieron su hogar y más. Aparte los que aprovecharon las ayudas del Estado sin estar afectados realmente. Si la normalidad y la reconstrucción de los edificios y de la ciudad tardarían un tiempo ilimitado, la codicia humana y la corrupción regresaron instantáneamente. Las razones de la individualidad, de la apatía, regresaron. Hay gente que se aprovecha de las tragedias humanas, del interés por el otro. Muchos casos de extorsión se han documentado. Personas que se hacen pasar por víctimas de un asalto y piden dinero todos los días en el mismo lugar, que piden ayuda para llegar a algún sitio y son secuestradores esperando a su víctima. La gente no confía en el otro porque muchos se aprovechan para delinquir. El Estado, cuyos deberes son proporcionar la ayuda necesaria a las víctimas, distribuir las donaciones a los afectados, garantizar la seguridad de cada ciudadano, 114
al parecer, también se aprovecha de las tragedias humanas. Propicia la individualidad, que las personas piensen en sí mismas, sólo en su familia y en su bienestar personal, no pueden confiar en otras personas ni en el Estado pues lucra con el sufrimiento y la desdicha. El sismo del 19 de septiembre del 2017 reafirmó que la solidaridad y la ayuda de buena voluntad es mínima comparada con la corrupción y el lucro de las personas. A casi cinco meses la indiferencia regresó a su cauce normal. La fragilidad de los edificios, la sociedad, el Estado, la vida, quedó con grietas que en cualquier momento pueden destruir por completo la ciudad, la sociedad, la vida humana.
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Los pájaros, los árboles y ellos Enrique Lugo
Despertó, el dolor de cabeza seguía, más que el día anterior. Sentóse al comedor, apoyó los codos en la mesa, formó un nido con sus manos y guardó su cara. Seguía llorando. Después se puso una sudadera y tenis, salió a caminar por la ciudad. Fue el 20 de septiembre de 2017, un día hermoso de sol y frío. Salimos a caminar y el aire entraba en nuestros cuerpos; nos sentíamos profundamente afortunados. Estamos vivos de nuevo. Seguí sus pasos hasta llegar a una colonia cerca de nuestra casa en Lindavista. Observamos el esfuerzo por sobrevivir de las flores, la lucha de los árboles, la resignación de la retirada de una rama cuando se parte, una rama rota que iba a romperse, estaba por romperse. Los arboles aparentemente suspendieron sus funciones de esta época del año, pero contrario a lo que se ve, su actividad interna es más intensa que nunca: respiran frenéticamente por los troncos mientras pierden partes de ellos, guardan licencio y esperan. Seguimos caminando y observando, vemos que la mayoría de los árboles conservan sus hojas. Los pájaros están ahí, a excepción de uno. Intentamos acercarnos a ayudar a aquel pájaro, pero no pude. Él seguía con dolor de cabeza y llorando. En un segundo dijo “ese pájaro podría ser yo”. Nos detuvimos en la rama del desasosiego. Nuestros momentos buenos de la vida pasaron frente a nosotros. El dolor de cabeza había desaparecido por completo,
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nuestros corazones estaban abiertos. Mientras podamos ver el cielo no estaremos solos. No se malinterpreten los cuerpos pequeños de los pájaros, con su pico pueden hacer un nido resistente a toda tormenta y granizo. En eso estamos. Unos días antes Unas semanas antes de aquel verano la lluvia convirtió en ríos las calles y avenidas principales de la Ciudad de México, los baches se convirtieron en socavones y un 7 de septiembre un sismo de 8.2 grados Richter con epicentro en Chiapas fue al parecer una advertencia a lo que estaba por suceder. Sin embargo, no fue más que un susto ya que no hubo daños mayores en la ciudad. Ahora lo que parecía un mareo y justo 32 años después el mismo día del terremoto de 1985, siendo las 13:14 h del 19 de septiembre, pero de 2017, dos sismos, uno con magnitud de 6.8 y otro de 7.1 grados volvieron a sacudir a la Ciudad. En la colonia Lindavista al norte de la ciudad se registraron daños estructurales y el derrumbe de un edificio habitacional de siete pisos. Como los pedazos de concreto que se venían abajo, la sociedad mexicana también, sin embargo, fue su espíritu el que surgió de los escombros. Antes de que la información fluyera, minutos después de los sismos, los vecinos y personas de la ciudad acudieron a las zonas afectadas. Fueron ellos los primeros en llegar e informar por redes sociales. Ellos fueron los protagonistas que reaccionaron en minutos por todos lados: ayudaron a mover escombros, a ofrecer techo y comida a los damnificados, a montar mesas para recolectar víveres, buscaron a los sobrevivientes en los derrumbes, batallaron contra los arrebatos de los citadinos
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con miedo durante el movimiento telúrico de 7.1 grados. El mejor aliado de estos héroes fueron las redes sociales para propagar los lugares de emergencia, y para precisar la ayuda a las necesidades que presentaban al paso de las horas. Gracias a ellos se supo donde era necesaria la ayuda, donde acomodar las manos, los medicamentos, los cascos, las botas y las palas. Cada mensaje, foto y video compartido con buena intención ayudaron a levantar a la gran e imponente Ciudad de México. Este fenómeno natural no discriminó ni por edad, sexo, género, color de piel, etcétera. Esto fue tan importante para diluir las diferencias que pudieron existir y todos los habitantes entre diferentes, edades, sexos, géneros y color de piel se unieron por una sola causa; ayudar. Algunos ponían a disposición sus habilidades y conocimientos profesionales, algunos se dedicaron a confirmar la información con veracidad, otros a verificar los inmuebles, y unos mas a buscar ayuda apara conseguir hogar para los damnificados quienes perdieron su patrimonio. Fue un gran sistema abierto que recibía información de todos lados. Un reflejo de la unión y de amor al prójimo. La lección fue clara, la tragedia una enseñanza. Otro momento histórico que ha marcado la vida de miles de personas, todos ellos son héroes anónimos y aquí estamos.
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Voz de Arturo, un niño de 11 años: El temblor me cambio la vida Gabriela Salgado
Una semana antes del sismo del 19 de septiembre, había temblado por la noche, después de ahí quedé muy asustado. En la mañana del 19 de septiembre del 2017, desde que desperté mi mamá me dijo que no me fuera a espantar, pues se había programado un simulacro las 11:00h, en conmemoración al sismo de 1985. Bajé a la sala, tomé mi mochila, prendí la televisión y le cambié a las caricaturas. Me puse a hacer la tarea pues no la había acabado. A las 11:00 h, sonó la alerta sísmica, me asusté un poco pero no salí corriendo, sabía que no era real. Tenía tanta flojera de hacer la tarea ¿Para que la hacía? Si finalmente mi maestra no la revisa, pero mejor la hice, no vaya a ser que sí. Mi papá y mi hermano despiertan desde las 6:00 h, para poder llegar a tiempo a su destino. Mi hermano va a la escuela cerca de Xochimilco y mi papá trabaja hasta Insurgentes, yo no conozco dónde queda, pero sé que es algo lejos. Mi mamá estaba calentando el desayuno, lo que habíamos comido un día anterior, pollo con mole y arroz, a mí la verdad no me gusta eso, preferí comer caldo de pollo con arroz. Mi mamá llevaba rato gritándole a mi hermana para que bajara a comer, ya estaba todo servido. Yo sólo estaba guardando mis cosas para irme a la escuela, estaba sentado en la sala agachándome acomodando mis cuader121
nos, cuando de repente comencé a sentir como si brincara el piso, como si hubiera pasado un tráiler; pero para ser un tráiler era demasiado fuerte. Vi que la televisión y el espejo colgado arriba del sillón comenzaron a mecerse, al mismo tiempo empezó a crujir la casa, como cuando comienzas a romper un montón de galletas, parecía como si la casa se fuera a levantar. Los vidrios tronaban y en la cocina se podía escuchar como las puertas de la alacena comenzaban a moverse, se abrían y cerraban, como si quisieran zafarse para irse. La vajilla de mi mamá de diferentes platos, tazas y vasos brincaban, chocaban entre ellos mismos. En un grito mi mamá nos llamó a mi hermana y a mí ¡Está temblando! ¡Está temblando! yo estaba tan espantado que no sabía qué hacer, apenas y nos podíamos mover, cada paso que daba sentía como si el temblor me fuera a tirar. Como pude caminé hasta la puerta y mi hermana no sé cómo bajó las escaleras tan rápido, si yo ni siquiera podía, cuando volteé a ver al piso me di cuenta que había bajado tan rápido que se le olvidó ponerse los zapatos. Yo no podía creer que no hubiera sonado la alerta sísmica, mi mamá y mi hermana decían que sonó después de tiempo, que no había dado tiempo de salir o prepararse. Recuerdo que parecía que las cosas pasaban muy lento, no podía moverme, mi mamá me jalaba del brazo, mientras mi hermana trataba de abrir la puerta para salir al patio, se hacía difícil mantenerse de pie en un solo 122
lugar, pues el mismo movimiento te jalaba. Entre todo el movimiento de la casa, se cayó la jaula de mi cotorro y fui corriendo a recogerla, el pobre movía sus alas desesperado, es una lástima que no pueda volar. En ese momento mi hermana logró abrir la puerta, me ayudó con la jaula y trató al mismo tiempo de agarrar a la gata, pero en cuanto se acercó mi hermana a ella, la gata salió corriendo, estúpida gata pensaba que estaban jugando con ella; en eso mi mamá me sacó del brazo. Todos nos arrinconamos en el patio recargados en el coche y lejos de las bardas. Yo y mi hermana abrazamos a mi mamá, yo en medio de ellas pero aun así, no podía dejar de escuchar y sentir todo lo que sucedía. El coche se tambaleaba hacia adelante y atrás, se escuchaba como el agua de la cisterna chocaba con las paredes, tan fuerte que el agua salía aun teniendo tapa. Las plantas de mi mamá se mecían al mismo tiempo los árboles de la calle, a lo lejos se escuchaban los gritos de los vecinos y vidrios rompiéndose. Yo solo quería que todo pasara, me trataron de tranquilizar, no comprendo cómo me pedían calma si ellas estaban igual de espantadas. Mi hermana trataba de no llorar y mi mamá de no gritar. No podía creer que durara tanto, era imposible moverse, pero el movimiento nos mecía hacia adelante y atrás, nosotros no podíamos hacer nada para evitarlo. Siento que es un poco contradictorio cómo se van planteando las ideas: no nos podemos mover pero nos mueven y no podemos ni caminar. Poco a poco el movimiento comenzó a parar, cuando todo se 123
calmó esperamos un rato en el patio. Mi hermana del susto bajó con el celular en la mano porque estaba hablando con su novio cuando comenzó a temblar, ella trató de hablarle a mi papá y mi hermano comenzó a buscar señal pero no tenía. Decidimos entrar a la casa para ver los daños, la vajilla de diferentes platos y tazas de mi mamá estaba a punto de caer, las puertas de la alacena estaban abiertas de par en par, las silla se habían movido de lugar. Las sillas del comedor una cayó y las otras se movieron. En mi cuarto mi colección de alcancías se cayó y mis figuras de madera de dinosaurios estaban acostadas. Del tocador de mi hermana sus cosas estaban en el piso: cremas, cepillos y unos collares. En el baño de abajo los azulejos se cuartearon, estaban sobrepuestos, no se cayeron pero se levantaron. No había luz, ni mucho menos televisión, teléfono e internet. Ante la desesperación mi hermana prendió el radio del coche y pudimos escuchar las noticias. En todas las estaciones no había música, todos hablaban del sismo: de los edificios caídos, las zonas con más daños, personas desaparecidas, pidiendo ayuda para que fueran a sacar a las personas de los escombros y dando indicaciones de seguridad. Mi mamá aterrada trataba de ser fuerte, mi hermana también estaba muy espantada pero aun así no lloro. Todos estábamos en shock, no nos mirábamos solo teníamos la vista perdida, no podíamos creer el caos que había pasado.Nos metimos a la casa y de un radio que me trajeron los Reyes Magos, seguimos escuchando las 124
noticias, las zonas con más daños. Mi mamá en cuanto entramos a la cocina nos dio un limón a cada uno, nos sentamos en la mesa para intentar desayunar, yo sentía el estómago raro y mucho miedo. Mi mamá y yo pudimos comer pero mi hermana no comió nada. Al poco tiempo llegó mi abuelita con uno de mis tíos, también había venido mi prima con la que siempre juego y traía su perrita Ginger. Nos preguntaron que cómo nos sentimos, si estábamos bien y si sabíamos de los demás; mi mamá le decía que no había modo de comunicarse con nadie. Mi abuelita le pidió a mí mamá que sacara el tequila y que tomaran un poco para bajar el susto. Mientras platicaban en el comedor, mi tío salió al patio y se puso a marcarle a todos uno por uno, pero nunca se pudo comunicar mí hermano. Después de rato se fueron y mi mamá aunque estaba espantada se puso hacer la limpieza y la comida. Durante el transcurso de la tarde se podían escuchar por los altavoces las medidas de precaución. Me acosté en la sala, no quería volver a subir, que tal si volvía a temblar y me agarraba en la parte de arriba. Yo estaba aburrido, me puse a jugar con el Gameboy y esperar a que llegara la luz. Luego llegó mi hermano, más tarde que de costumbre, dijo que no había transporte y el poco que había estaba lleno, nos contó que en su escuela se habían cuarteado paredes y el piso del patio se levantó. Llegó mi papá y nos dijo que lo dejaron irse temprano por lo del sismo, que él no pudo bajar y tuvo que 125
estar dentro del edificio, hasta que parara. Pasaron las horas y no nos podíamos comunicar con nadie, hasta justo antes de anochecer por eso de las 6 de la tarde llegó la luz, pero no había señal de televisión. Mi hermano y mi papá bajaron una antena así pudimos ver las noticias. Cuando lo escuchas en la radio sientes feo, saber lo que paso; pero ya ver las imágenes por televisión era peor, todos hablaban sobre el sismo y los videos que habían en internet. Fue muy feo ver lo que la gente pasó, ver las imágenes de los edificios que habían caído. Yo no sabía si habría clases y en otro noticiero avisaron que no, en todas las escuelas, hasta nuevo aviso. En la cena yo me puse mis audífonos, mientras jugaba y pude escuchar a mi papá diciéndole a mi mamá que en una maleta metiera dinero, documentos de todos, agua y medicamentos. Por si acaso, en caso de que volviera a temblar al menos ya estaríamos un poco preparados, pero aún así nunca hicieron la maleta. Esa noche yo no pude dormir, me costaba cerrar los ojos y cualquier ruido me despertaba. Escuchar alarmas o ruidos parecidos a los de la alerta sísmica me ponía muy nervioso. Si pasaban los tráilers y movían el piso, pensaba que estaba temblando de nuevo y empezaba a imaginar cosas feas ¿Sí tiembla y se cae la casa? ¿Si no escuchó la alerta sísmica? Las alarmas de los coches, el ruido de los aviones, cualquier ruido me hacía brincar del miedo que tenía. Al día siguiente lo sentí muy raro, como cuando estás triste, sólo que no lo estaba pero así se 126
sentía y luego el día estaba gris y con un poco de lluvia. Acompañé a mis papás al tianguis, mi hermana no quiso ir, se quedó acostada en el sillón con pijama viendo la televisión, no tenía ganas de cambiarse o salir. Yo la vi muy triste y en el tianguis le compré una nieve de cereza, porque sé le gusta ese sabor, cuando llegué a la casa se la di y me dio un abrazo. Pasaron los días y me di cuenta que no era el único que no podía dormir y tenía miedo de que otra vez temblara, todos tenían miedo; pero una noche mi hermana fue al cuarto de mi mamá y comenzó a llorar, me paré a consolarla junto con mi mamá y nos quedamos a dormir los tres en la misma cama, estábamos apretados pero por alguna extraña razón no me molestaba, al contrario, me hacía sentir bien. Al día siguiente lloré y me sentí un poco mejor, los días fueron pasando y no se hablaba del sismo. En la escuela nos hablaron sobre qué hacer en caso de que volviera a temblar e hicimos simulacros, no sabía que habían niños que sus escuelas se habían caído, hasta que un día llegaron los de otra escuela a nuestra escuela. Tomamos clases juntos y nos turnábamos en los deportes y honores a la bandera, hasta que un día les repararon su escuela y se fueron. Aún me siguen dando miedo los temblores y otras cosas, pero trato de tranquilizarme y no asustarme tanto.
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Cuando la tierra nos sepulta Julio Canek Gonce Castillo
El pasado 19 de septiembre del 2017, nuestro país experimento una fuerte sacudida que emergió desde la tierra. Un fuerte movimiento telúrico se hizo presente aquel día, el cual está marcado como uno de los peores días de nuestra historia mexicana en cuanto a desastres naturales se refiere. Como cada año y con la consigna de no olvidar a los caídos y a los sobrevivientes del terremoto de 1985. Nuevamente y sin imaginarlo otro terremoto de fuerte magnitud se presenta casualmente otro 19 de septiembre con magnitud de 7.1 grados Richter, menor que el del 85, pero que de igual forma causó muerte y destrucción. Al igual como muchos habitantes y vecinos, jamás pude imaginar que un terremoto pudiera coincidir con la fecha exacta del que aconteció hace 32 años. Esta vez el terremoto sucedió por la tarde 13:14 h, las intensidades registradas de ambos movimientos, los epicentros localizados, los daños y afectaciones estructurales cobraron muchas vidas, dejando una ciudad temerosa, con la incertidumbre de lo que pasaría con sus hogares y a la par, ciudadanía que brindó apoyo necesario, llevando víveres a los rescatistas y dando ánimos a la gente que se encontraba bajo los escombros. En el simulacro sonaría la alarma de forma luctuosa en memoria y como un llamado a estar siempre alertas. Pasó tan desapercibido como si no quisiera alterar a la población pues apenas se escuchó. 129
En calles aledañas a mi hogar sonó con muy poco volumen, muy poca gente se dio cuenta, otras más asustadas salieron con temor, otros con risas y en tenor de burla mencionando “eso sólo era un simulacro”. Ni yo mismo, ni mis hermanas que en casa nos encontrábamos, supondríamos que después del medio día los gritos de mi madre nos llamarían con miedo “vengan, se está moviendo mucho el edificio.” Y nos dice: ¡está temblando!, inmediatamente la tierra se estremeció fuertemente, el departamento del segundo piso donde vivimos comenzó a tronar, las paredes se movían y crujían. Mi hermana la menor temerosa gritaba y lloraba, inmediatamente le pedí abrazar a su bebé, que se e inclinara para cubrirla y protegerla, le pedí a mi hermana la mayor que se pusiera encima de ella para protegerla por si algo mas grave pudiera pasar. Mi madre se colocó en la puerta de entrada, mientras yo me colocaba agarrando a mis hermanas y con otra mano sujetaba a mi perico de su jaula, mis gatos corrieron asustados y se fueron al cuarto a esconder. Inmediatamente nos quedamos sin energía eléctrica, mientras el movimiento seguía sacudiendo fuertemente la ciudad, a nuestros vecinos, a miles de personas en el trabajo, la escuela o en sus casas. Cuando el movimiento cesó y detuvo su furia, respiramos profundo. Inmediatamente salí a verificar daños en el edificio, pues algunos de los vecinos con los que compartimos el lugar por el miedo se mantuvieron en resguardo dentro de sus casas. 130
Afortunadamente no hubo daños en nuestro hogar, sólo algunas pequeñas grietas y objetos personales que cayeron dentro de nuestros departamentos. Luego verificamos nuestros teléfonos para buscar noticias e informarnos de lo acontecido y lamentablemente el radio daba cuenta de malas noticias: escuelas y edificios desplomados, mucha gente atrapada y cifras de muertos veían su incremento conforme los minutos, los segundos y las horas pasaban. Una pronta incertidumbre, tristeza por escuchar a los reporteros mencionar lo que acontecía, nos acongojábamos en casa, sacados de onda no asimilábamos , sacudidos internamente por los daños ocasionados. Estábamos incomunicados, no había red telefónica, no sabíamos qué era de nuestros seres queridos. El esposo de mi hermana llegó casa para ver si ella y su hija estaba bien. Pasadas unas horas, comimos unas quesadillas, intercambiando nuestras impresiones, era importante generar un ambiente de paz y armonía. Inmediatamente le pedí a un vecino me prestara su bicicleta, estaba preocupado por mi novia, pues ella vivía en un tercer piso. El vecino sin problema me la prestó, le dije a mi familia que saldría a ver como estaba mi novia y sus papás, y que haría una inspección de la zona, para ver si en casa de unos familiares estaban bien. Llegué a casa de mi novia. Vivía. La encontré en el patio junto a sus familiares resguardándose, la vi bien y pregunté ¿cómo te encuentras? Ella respondió “bien y en casa también, a mí me agarró el temblor en una avenida, venía del trabajo.” 131
La abracé y me quedé a platicar un rato con ella, mencionó que me marcó pero no tuvo éxito y le mencioné que la red telefónica estaba fallando, además mi teléfono se había descargado por completo. Una hora después de cerciorarme que ella y sus familiares estaban bien me retiré, tomé la bicicleta y fui donde viven unos familiares, para ver si estaban bien. No había nadie y un tío que fue a verlos me comentó que no estaban, que habían salido con otra tía. Regresé a casa y seguimos informándonos, mi hermana recibió una llamada de un primo y le comentó que estaba bien, se encontraba en la biblioteca Vasconcelos, pero que cuando escuchó de los derrumbes salió inmediatamente a apoyar. De igual forma, yo ya me encontraba preparando mi mochila, quería salir a apoyar, organicé lo que pudiera servirme, cuerda, lentes, guantes lámparas, alcohol, navaja y casco pues lo más próximo era llegar a los edificios que resultaron afectados en la colonia Lindavista. Aproximadamente a las 23:00 h, mi primo llegó a casa y nos contó que la Marina y los policías no lo dejaron apoyar, que el panorama en la Roma–Condesa era triste, pero que había muchos estudiantes y jóvenes apoyando. Por lo tanto, decidimos salir al otro día lo más temprano posible a brindar nuestro apoyo y servir como rescatistas La luz no funcionaba, nos alumbramos con velas y lámparas. Mi primo se retiró a su casa, lo acompañé con mi hermana para asegurarnos que llegara bien. De regreso, las calles silenciosas, poco movimiento, gente 132
con lámparas; cuando llegamos a casa seguimos charlando un poco y alrededor de las 02:30 h volvió la luz y así pudimos restablecer contacto con amistades. Enseguida nos acostamos para tratar de descansar, yo me tenía que levantar a las 06:00 h, y así empezó la labor de apoyar a la gente que sufrió por del sismo. En punto de las 08:30 h llegué a la ex textilera de la Obrera. Mi primo y su novia acudirían a Taxqueña. En la Obrera el panorama estaba triste, muchos policías. Había soldados que limitaban el apoyo de la población, pero me las ingenié como muchos para poder entrar a la zona acordonada y picar o mover piedras ya que teníamos la convicción que encontraríamos más gente con vida. Pero a su vez miraba una desorganización por parte de las autoridades, a la hora de afrontar tal suceso. Lucha de egos, de supremacías, limitaban la acción inmediata por rescatar a gente que posiblemente se encontraba bajo los escombros. Ahí en la Obrera se habla de rescatados, otros que jamás vimos ningún cuerpo, solo un panorama devastador y evidenciando la ineficiencia del gobierno para operar ante este hecho lamentable. Mi labor en la Obrera terminó y la de muchos cuando las maquinarias y los policías negligentemente ya no dejaban que apoyáramos. Decidí seguir apoyando en varios lugares y sumar una resistencia social la que pocas veces se logra observar. Hoy nos tocó vivir un martes negro, un martes de mucho movimiento, un martes de mucho dolor y sufrimiento, 133
las huellas del pasado 85 no han cerrado por completo y ahora 32 años después, se han abierto y ¿qué haremos por nuestra gente, por nuestros muertos y los damnificados?
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El temblor
Gerardo De La Fuente
Tanto se ha escrito del temblor. La solidaridad, el dolor y la escasa participación polí tica, pues otra vez el gobierno está haciendo lo que quiere. En fin. El sismo del 19 de septiembre de 2017 provocó el colapso de los puentes que conectaban dos edificios y dañó estructuras del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, campus Ciudad de México, causando la muerte de cinco alumnos y heridas a otros 40. Desde entonces, la institución ha sido foco de polémica. La institución afronta las críticas de sus alumnos en redes sociales por la fragilidad que mostró la infraestructura del plantel y de los puentes en el temblor. 8 puentes que con pequeños letreros indicaban a los alumnos “no cruzar en caso de sismo”. Letreros apenas visibles. El campus Ciudad de México fue construido en diferentes etapas a partir de 1990. En sus primeros diez años en operación, la infraestructura actual ya estaba concluida. Su edificación se realizó bajo un reglamento de construcción resultado del sismo de 1985. Los requerimientos técnicos del reglamento supuestamente impedirían el colapso de edificios por un sismo de hasta 9 grados. Conformado por bellas estructuras, que dentro de su majestuosidad, ocultaban graves fallas estructurales, este plantel presentó diversas fisuras, agrietamientos y desprendimientos luego del sismo del 7 de septiembre, 137
sin embargo, las autoridades escolares no suspendieron labores, y por esa razón, la comunidad escolar fue sorprendida por el siguiente sismo, el del 19 de septiembre, que terminó por derrumbar diversas estructuras, matando y lesionando a diversas personas. ¿Por qué el inmueble ubicado en la delegación Tlalpan no contaba con las condiciones estructurales óptimas, por qué se derrumbaron los puentes que mataron a cinco personas y lesionaron a otras 40, y por qué no funcionó ningún sistema de evacuación ordenada luego del sismo? ¿Por qué se puso en riesgo la vida de todos los alumnos? Es incompresible que una institución de prestigio como el Tecnológico de Monterrey haya autorizado y construido esas estructuras pasando por alto el grave peligro en el que ponían a sus estudiantes. La estética, la comodidad fue primero, la seguridad y la vida de los estudiantes quedó para después. La escuela, sus directivos y estudiantes tienen mucho que sanar, no solamente por los fallecidos, sino por los lesionados, y dar: “Una solución acorde a la calidad académica que el TEC ofrece.” (Rashid Abella, vicepresidente de la Región Ciudad de Mé xico del ITESM) Han pasado varios meses desde el temblor. Un día, caminando por las calles de la ciudad, llegó a mis manos un volante, impreso a colores en papel couché media carta, firmado por laverdaddeltec.org donde se invita a ver un video en dicha dirección electrónica. Con una dura138
ción de 3min, denuncia la opacidad de las autoridades del Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México, donde murieron 5 personas y 40 sufrieron lesiones, y nadie se ha hecho responsable. Esta tragedia sería producto de la irresponsabilidad tanto de las autoridades del TEC, como de la autoridad encargada de otorgar permisos de construcción. Pero llama la atención, que cuando culpa al gobierno, a la delegación, al TEC, sólo menciona y muestra imágenes de Claudia Scheinbaum (ex delegada en Tlalpan y actual candidata de MORENA, Movimiento de Regeneración Nacional al Gobierno de la CDMX), claramente y de manera reiterada. El jefe de una Delegación Política en la Ciudad de México tiene facultades ejecutivas, no judiciales, por lo tanto no puede perseguir y castigar. Una tragedia no debe ser tomada para sesgar presuntas injusticias. ¿Quién está detrás de los volantes y el video? ¿Es la justicia su interés? Podríamos decir que se está medrando con la tragedia, para golpear políticamente a un rival. ¿Qué dirían los muertos? 19 de noviembre de 1984 19 de septiembre de 1985 19 de septiembre de 2017 19 de febrero de 2018 La tierra y el fuego. Tanto diez y nueve. El 19 es la víspera del 20. La Luna mengua en veintenas. Nuestro destino es el capricho de los dioses. La Tierra está viva. Escucho un mensaje, una señal, un símbolo. 139
Este libro se termino de imprimir en los talleres de la UACM en la ciudad de MĂŠxico en mayo de 2018 MĂŠxico.
Este libro es el resultado del esfuerzo conjunto realizado por parte de los alumnos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México de la carrera de Comunicación y Cultura En el cual se describen algunas de las vivencias durante el sismo de septiembre de 2017, cuyas historias reejan el sentimiento colectivo donde claramente se manifestó un vinculo de fraternidad que distingue nuestra humanidad, incluso más allá de los tiempos de crisis.
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