Retorno 32
19 de septiembre 2017
Retorno 32
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Retorno 32
19 de septiembre 2017
Editora: JazmĂn RodrĂguez
Retorno 32 19 septiembre, 2017 Universidad Autónoma de la Ciudad de México © 2018 UACM Todos los derechos reservados. Universidad Autónoma de la Ciudad de México Fray Servando Teresa de Mier 92 y 99, Obrera, 06080, Ciudad de México. Ilustración: Jazmín Rodríguez ISBN: 978-607-400-431-1
UACM. Plantel Centro Histórico Curso Producción Editorial Prof. Benito López Martínez
El copyrigth es propiedad exclusiva de los autores, por lo tanto no se permite su reproducción, copiado ni distribución, ya sea con fines comerciales o sin animos de lucro.
Índice
Despiértame cuando tiemble Jazmín Rodríguez
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Un grito de auxilio 17 Claudia Tadeo R amírez Gómez Naturaleza 21 Fabiola Panchi M artínez El día que pude reírme de los hombres corporativos Erick Ponce
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Sin previo aviso 33 Jonathan Zacarias
Los pájaros, los árboles y ellos Enrique Lugo
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Coincidencias 43 Natalia Pérez A lejo Retorno al 19 49 Jesús Rodrigo Sosa Palma El temblor 59 Gerardo De La Fuente
Grietas sin maquillaje 63 M ario Pantoja Instrucciones para levantar un librero Sofía M ejía León
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El efecto sacudida 75 R aúl M endoza Zaragoza Cuando la tierra nos sepulta Julio Canek Gonce Castillo
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Removiendo la rutina 91 A licia Rodríguez Un día como si fuera normal Mónica A nguiano Voz de Arturo, un niño de 11 años: El temblor me cambio la vida Gabriela Salgado En cuestión de segundos Gemma Sarahí R amírez R eyes
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En ruta 115 Norma Patricia Rodríguez Guerrero El día que me sonrió la muerte Leopoldo del llano Salazar
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El regreso de los dioses Sandra Beatriz R angel Ayala
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Despiértame cuando tiemble Jazmín Rodríguez
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9’S, las siglas para el despertar mexicano del siglo XXI —hasta ahora—, muchos analistas, críticos y periodistas hicieron mucha mención al apoyo, interés y movimiento de los jóvenes “millenials”. Eran las 13:14 h., pasaba un día normal para todos mis compañeros de trabajo los burócratas chiquitos de una delegación en la que nada pasó, en la que sólo unos cuantos pararon su vida para detenerse a observar y darse cuenta que México entero se estaba desmoronando estado por estado, sino por el movimiento telúrico, sí por el sentimiento de solidaridad. El pánico para aquellos que vivieron 19’s de 1985 fue inmediato, las señoras lloraban y corrían por sus hijos, otros sólo le rogaban a Dios o a la deidad en la que cualquier desastre te obliga a recurrir, porque no te queda nada más que la fe, la fe en que todos tus seres queridos se encuentren bien. Las diferentes tecnologías de comunicación estaban colapsadas, al mismo tiempo el WIFI calmaba corazones al darse cuenta que las plataformas en la web era la única manera de comunicarse, en ese momento todos los que no utilizan esos medios digitales se daban de topes en la cabeza, otros tomaron sus bicicletas y pedalearon por una ciudad en pánico, algunos otros se intentaban informar de lo sucedido por medios de comunicación convencionales, como la radio o la televisión, sin embargo, la red era la que llevaba la batuta de la información sobre lo que sucedía.
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Jazmín Rodríguez
Los jóvenes dueños de esta red compartían noticias e información cada segundo, saturando la vía de información, logrando un shock infotóxico, solicitaban ayuda y solidaridad. México se sorprende de la reacción de los acallados, lo que México no entiende es que como dice la canción Cuando pase el temblor Estoy sentado en un cráter desierto Sigo aguardando el temblor, en mi cuerpo Nadie me vio partir, lo sé Nadie me espera Hay una grieta en mi corazón Un planeta con desilusión Los jóvenes estaban esperando por algo que tuviera una causa que los hiciera levantar la mirada, y ayudar. Las ganas de ayudar o hacer algo por la sociedad en la que viven es menester del día a día, han crecido en una sociedad en la que el objetivo principal es “ser o hacer algo en la vida” o dejar algún aporte que trascienda. Sin embargo, viven en una época gris, donde todos aguardan a morir lo mejor que puedan, en donde los millenials durante su adolescencia intentaron de todo para hacer un cambio ligero dentro de la sociedad y fueron ignorados, relegados, o tomados por chairos, como todo ser dentro de la otredad. Ahora la mayoría camina como seres colonizados, alineados y alienados por el sistema social actual. En donde si eres una parte del engranaje eres funcional, sino, estás fuera de juego. Por otra parte, forman un amplio porcentaje de la población mexicana y por supuesto se hacen notar, más en la ciu-
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Despiértame cuando tiemble
dad. De tal manera que se convirtió en una ayuda desmedida, inconmensurable, en las primeras horas fue vital, después se convirtió en un caos, la ayuda focalizada en el centro de la ciudad. Sin duda fue una de las zonas más afectadas, y al mismo tiempo una de las más observadas. Y ni con tantos ojos pendientes sobre lo que pasaba se detuvo la acción totalitaria del gobierno, introduciendo maquinaria pesada después de unos cuantos días, y no hablemos de días, en las horas siguientes los edificios que podrían contener dentro de sus paredes derrumbadas algún tipo de información fraudulenta fueron absorbidos por las fuerzas militares. Por lo tanto, ya no había poder social unido que pudiera ayudar más allá de repartir agua y acomodar víveres en esa zona. Al día siguiente la ciudad estaba rota, no solo por el temblor, sino por la ruptura moral de todos los mexicanos, todos lloraban al desaparecido, a los niños que no alcanzaron a salir de sus aulas, por la gente que no tenía donde dormir, incluso por aquellos pueblos mágicos que perdieron la magia y se convirtieron en tragedia. La desesperación por querer hacer algo era tanta que las crisis nerviosas no se hicieron esperar, universidades como nuestra casa de estudios organizaron brigadas de recolección de víveres, la ayuda era tanta que las vialidades colapsaron hacia Xochimilco, la palas, guantes, cascos y cubre bocas sobraban entre las tortas y comida repartida en toda la ciudad. Aquellos que buscaban los medios tenían la posibilidad de acudir a otro estado a repartir lo recolectado, te subías a carros y camiones con gente que en tu vida pensaste conocer, en la que jamás hubieras confiado en un día normal, porque en esta ciudad con tantos desaparecidos —y no por un desastre natural— no es
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Jazmín Rodríguez
tan fácil confiar. Los movimientos de artistas no sé hicieron esperar, las donaciones del extranjero actualmente desaparecidas igual que los 43’s, llegaron de todo el mundo, las toneladas de alimentos no perecederos se juntaban e intentaban repartirlos, ahora sí, México era el ombligo del mundo. Hoy a casi seis meses de lo ocurrido la normalidad ha vuelto a reinar, claro que para todos aquellos que siguen sin casa y esperando el apoyo de 3 mil pesos al mes, que además les fue retenido o esperan por un flamante préstamo para poder reconstruir toda una vida de esfuerzo, no pueden estar ni un poco cerca de lo que solía ser normal. Sin embargo, la institucionalización del ser humano que lo obliga a ser funcional lo presiona a tal grado que no puede tomar la decisión de poder tener tiempo para poder detenerse a observar, a renacer o a volverse a construir. Todos los mexicanos tenemos una huella después de aquel 19 de septiembre de 2017, quizá ahora estemos esperando a que vuelva a pasar el temblor para reconstruir ese planeta lleno de desilusión y poder cerrar las grietas que ha dejado en nuestro corazón. ♦
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Un grito de auxilio Claudia Tadeo Ramírez Gómez
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l reloj ha marcado la 13:14 h al parecer un relámpago ha caído a la tierra, formando fuertes ondas que harían cimbrar el planeta. A causa de esto, un silencio de 90 segundos aproximadamente, recorría las calles de la Ciudad de México, parecía haber sido eterno. Al finalizar este silencio, lo primero que se pudo escuchar, fueron voces que exclamaban ¡ayuda!, ¡se acaba de derrumbar un edificio!, ¡mi padre está atrapado entre los escombros! Este caos, se debía al terremoto de 7.1 grados en la escala de Richter que había afectado a la Ciudad de México el pasado 19 de septiembre del 2017. Después de 32 años del terremoto de 1985 ¿Quién imaginaría que la historia se volvería a repetir? Ningún mexicano olvidaría esta tragedia, pues el temor, la desesperación y un recurrente pensamiento de morir ante la catástrofe, no sería fácil de borrar. Es decir que por un momento la Ciudad se detuvo, no había medios de transporte se hallaban afectaciones en el sistema de luz y comunicarse con algún familiar era imposible. Habría que decir que si te detenías a mirar a tu alrededor percibirías el rostro de la desesperación en cada lugar que fijaras tu mirada, quienes se encontraban inmersos en el caos, te-
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Claudia Tadeo Ramírez Gómez
nían miedo de no saber si sus familiares se encontraban a salvo. Esto se debía a que la gente gritaba con desesperación que escuelas, edificios, hospitales se habían derrumbado, era abrumador ver la angustia de las personas al escuchar esto. Dado que la tragedia tuvo diversos escenarios, podrías haber estado en casa, la escuela, el trabajo o conduciendo hacía algún destino, pero sin importar en qué lugar se encontrarán, millones de mexicanos se unieron para rescatar a quienes se hallaban sepultados entre los escombros. Otros se dispusieron a buscar herramientas con las cuales pudieran ayudar a remover cascajo, a organizar cuadrillas, brigadas y realizar la distribución de víveres a las zonas más afectadas, cada uno poniendo su granito de arena para contrarrestar esta tragedia Esta fecha ha quedado marcada en el pueblo mexicano, como un acontecimiento de experiencias en donde los jóvenes mostraron una solidaridad al salir a las calles a quitar los escombros en zonas afectadas, ya que por un momento no se hallaba diferencia entre raza, genero, estatus social, pues todos se encontraban unidos por una misma causa: salvar vidas. Al mismo tiempo que se daba esta solidaridad entre los ciudadanos, los medios de comunicación presentaban el caso de la escuela Enrique Rébsamen, el cual se había colapsado y esto provoco que algunos profesores y alumnos quedaran atrapados entre los escombros.
Las mentiras Sin embargo, la buena voluntad no estuvo presente en todos, principalmente en los medios de comunicación quienes presen-
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Un grito de auxilio
taron información inoportuna, saturaron espacios con los mismos sucesos e incluso transmitieron información sin veracidad. “Frida Sofía” fue una supuesta estudiante del colegio Rébsamen, que los medios difundieran con mayor relevancia como un caso extraordinario, una niña sepultada por los escombros fue el rescate de esperanza y la mentira creada para reanimar la esperanza de quienes veían sus televisores... Había quienes mal informaban las redes sociales, publicando fotos de sucesos que ni aquí en México había ocurrido, esto provoco más miedo e incertidumbre entre las personas que de buena voluntad salieron de sus casas a ayudar. Más supuestos de cosas que no estaban pasando, entorpeció la buena voluntad de ayudar a la gente que en realidad lo necesitaba. Debemos no olvidar que la solidaridad es una cualidad que no todos la tienen, este fenómeno natural debe dejarnos una gran enseñanza para aprender a combatir a los mal informantes y salir más de nuestras comodidades para conocer a nuestros prójimos y ver qué es lo que pasa afuera. ♦
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Naturaleza Fabiola Panchi Martínez
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esde que entré de nuevo a la universidad, tengo la costumbre de prender la radio en cuanto suena mi despertador. El martes 19 de septiembre mi acostumbrado ritual no podía faltar. Al sintonizar la estación que de dos años para acá escucho, los conductores hablaron de la conmemoración número 32 del terremoto que había sacudido a la Ciudad de México. Dos de los conductores, que por el año del 85 tenían entre 19 o 22 años, narraron lo que ellos habían vivido durante y después del temblor de aquel entonces. Justo antes de que acabara el programa, los conductores informaron a la audiencia que aquel martes 19 de septiembre participarán en el simulacro y avisaron la hora en que se llevaría a cabo. Recuerdo que aquel martes tenía clase de 07:00 a 10:00 h de la mañana, fui a la escuela y regresé a mi casa. No participé en el simulacro, pues estaba en el metro, llegué a mi casa y decidí que antes de hacer mi tarea, que debía entregar ese mismo día a las 19:00 h de la noche, me dormiría un rato. Eran las 11:05 h de la mañana, me quité mis lentes de contacto, acomodé mis almohadas y me recosté, decidí poner la alarma de mi reloj a las 13:05 h. Me dormí y a la hora marcada sonó el teléfono, era la hora para despejarme y comenzar mi tarea. Me quedé recostada en mi cama mirando el techo, pasaron los minutos y de pronto sentí una vibración, primero no le
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Fabiola Panchi Martínez
tomé importancia, pues desde que nos mudamos mi mamá y yo al cuarto piso de un edificio de cinco niveles, estamos acostumbradas a que al paso de un camión o trailer, el inmueble vibrara un poco. No me fue extraño aquel movimiento, pero en cuanto vi que aquel meneo se repetía me levanté en chinga, tomé mis lentes, enseguida mi celular y de pronto escuché la alerta sísmica. Todo se empezó a mover más, corrí hacia la puerta y la abrí, recordé que hace muchos siglos, cuando iba a la primaria, en la escuela siempre decían que si empieza a temblar y uno se encontraba en planta alta lo mejor era no bajar, pues las escaleras son lo primero que se cae. Me puse a lado del muro de carga de mi departamento, le hablaba, regañaba al temblor y al mismo tiempo le rogaba que se acabara. Fueron los minutos más largos de mi vida, pues oí gritos, rezos y cosas que caían. En cuanto terminó, me puse mis lentes de contacto, tomé mis llaves y mi bolsa. Bajé las escaleras, vi a varios de mis vecinos, a uno en toalla; a otro descalzo; uno más sucio de café con la taza en la mano; y al último con su mascota en brazos. Nos preguntamos mutuamente si todos estábamos bien. Teníamos en la cara la preocupación y el miedo juntos. Volteamos a la esquina y había mucho polvo. Yo caminé hacia ella y vi que el muro de un estacionamiento estaba caído. Le marqué a mi mamá, pero mi celular no sacaba llamadas, decidí ir a buscarla al centro, pues ella trabaja en la calle de Uruguay y nosotras vivimos muy cerca ahí: vivimos en la colonia Doctores. Caminé hacia el Eje central, quería saber si mi madre se encontraba bien. Mientras caminaba, me llegó un mensaje de ella, en el que me decía que se encontraba bien.
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Naturaleza
Seguí caminando y levanté la cara, observé que había bastante polvo y a mi lado vi pasar a mi vecino con su hija, la niña estaba llena de polvo como si le hubieran echado toda la harina de la colonia. El padre de la niña se detuvo, pues quienes venían atrás de mí le preguntaron qué se había derrumbado. Él, con la cara desencajada, respondió que el edificio de alado se había caído en la escuela en la que asistía la niña. ¿Cuál edificio? Preguntó una mujer, y él contestó: el de la tienda de ropa. Al escuchar cuál había sido el edificio caminé hacia el lugar, me dirigí a la calle de Chimalpopoca que está a tres cuadras de donde vivo. Una semana antes y como era mi costumbre, fui a chismosear las muestras de ropa que vendían en esa tienda. Llegué a la esquina y al doblar en la calle me sorprendí al ver el edificio derrumbado, aún no cerraban la calle, así que yo y más gente pudimos entrar. Observé el piso y vi zapatos impares, monitores de computadoras como si a estos los hubieran aventado, ganchos, etiquetas de una marca de ropa, juguetes y varios papeles todos esparcidos entre escombros y la calle. Alguien dijo: hay que ayudar, sin pensarlo me forme en una de las cadenas que se hicieron y empezamos a mover piedras, no sé en qué momento pasó, pero la cadena ya era bastante larga, la gente del edificio de a lado sacó botes, cubetas, lo que tenían al alcance para sacar más piedras y que todo fuera más dinámico. Había mucha gente, oficinistas cuyos trajes se iban llenando de polvo, pero esto no les importó, siguieron ayudando, se seguía sumando la gente, los gerentes de los restaurantes cercanos, que son un Vips y un Toks, comenzaron a repartir agua: el calor de aquella tarde era insoportable. Pasó como una hora y de la escuela salieron unos chavos a decir que necesitaban gente que les ayudara a hacer
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Fabiola Panchi Martínez
cadena adentro, yo y otras 10 chicas entramos, mientras caminábamos por la escuela, sentí frío y más tierra. Me quedé sorprendida al mirar el patio de la escuela, pues los árboles que ahí había se encontraban atrapados entre el escombro, miré alrededor, como cuando uno llega por primera vez a un lugar y voltea la cara hacia todos lados para verlo bien, me sorprendió ver los vidrios rotos de los salones de la planta alta y la escuela llena de escombros y de material escolar tirado por todos lados, quien estaba al lado de mí preguntó por los niños y un muchacho dijo: de esta escuela salen a las 12:00 h Seguí en el lugar como una hora más, pues ya el polvo a pesar del cubrebocas que nos dieron, me estaba causando mucha alergia. Caminé a mi casa, mi mamá ya estaba ahí, fuimos a comer y me preguntó que cómo estaba, yo le dije que después de ver tiburón, hoy había sido el día que más miedo había tenido en mi vida. Por la noche mi mamá, mi tía, mi prima, mi primo y yo volvimos a Chimalpopoca a llevar víveres, y ver en que podíamos ayudar, ya no nos dejaron pasar a la zona, me di cuenta de la cantidad de comida y cosas que llevaba la población civil, vecinos de los alrededores e incluso llegaron desde Ecatepec a dejar herramientas, medicinas y comida. Quien nos entregó las cosas nos dijo que su vecina de toda la vida trabajaba en esa fábrica, en la parte de la tienda y que salir a comer a la una la salvó. Antes de que abandonáramos el lugar llegaron los soldados y organizaron un poco, nos quedamos un rato más, pasó una hora y una señora dijo que les lleváramos café, agua y tortas a los militares, ellos las aceptaron y después nos pidieron que repartiéramos a dentro del estacionamiento, pues ahí estaban algunos familiares de las trabajadoras de la fábrica, sus
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Naturaleza
caras me impactaron, pues parecía que ya sabían o intuían que sus parientes estaban muertas. Después de eso me fui a mi casa y le pedí a mi mamá si podía dormir con ella, pues según yo ya no tenía tanto miedo, pero era mentira, tenía más miedo y tristeza ya que jamás imaginé vivir algo así y saber que ante la naturaleza somos nada y que ella en cualquier momento nos puede desaparecer. ♦
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El día que pude reírme de los hombres corporativos Erick Ponce
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l 19 de septiembre ha dejado de ser un día cualquiera desde hace 32 años. En 1985 el terremoto que devastó el entonces Distrito Federal, fue un parteaguas en la historia de esta caótica capital y la de sus habitantes. Fue el día en que la sociedad civil se organizó y superó al estado en cuanto a respuesta inmediata y ayuda para remover escombros, rescatar posibles sobrevivientes y brindar solidaridad para los damnificados que surgirían posteriormente. Casualmente y justo el mismo día, pero en 2017, 32 años después volvió a suceder; un terremoto sacudió la ahora CDMX. El simulacro conmemorativo se realiza año tras año a regañadientes y con cada vez menos interés por parte de los capitalinos, que son famosos por su mala memoria o su capacidad para olvidar pronto cualquier tipo de atrocidad, ya sea natural o humana. Yo me encontraba trabajando en el piso número 12 del edificio corporativo de la FORD Company, en Santa Fe, justo cuando sonó la alarma que era la señal para el simulacro conmemorativo. Recuerdo haber entrado a una sala de juntas, pequeña, con paredes de cristal y con una vista impresionante hacia la ciudad, ahí se encontraban los hombres de negocios, encargados de la distribución de autos nuevos y usados de la marca ya mencionada en todo el territorio nacional, listos para dar inicio a su junta mensual de consejo.
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Erick Ponce
Camine hacia allá, abrí la puerta entre y les dije: —Está la alarma del simulacro yo y mi gente vamos bajar… A lo que me respondieron: —solo es un simulacro, no es necesario perder todo ese tiempo… Bajé la mirada, cerré la puerta, y dije para mis adentros: “Me encantaría verlos correr despavoridos y gritando para intentar salvar sus miserables vidas”. Me fui a seguir con el protocolo, pasó el simulacro y nos reincorporamos a las actividades laborales después de media hora aproximadamente. Para cuando estaba por terminar mi turno laboral, pasaba la 1hrs, yo me quitaba el saco y la corbata que son parte de mi uniforme de trabajo y de repente y sin esperarlo; el edificio se empezó a mover de menos a más hasta llegar a un grado tal, de una sacudida literalmente hablando, hasta que fue imposible estar de pie sin estar sujeto de algo firme, anclado al piso o la pared. El piso se sacudía cual gelatina y fue lo más inestable y feroz que he sentido en mi vida, tambaleándonos y chocando con paredes y pilares, sillas y mesas, logramos llegar a las escaleras de emergencia. Yo sentí que moriría aplastado pero guarde la calma y me dio gusto ver a los tipos que previamente habían hecho caso omiso y burlón del simulacro entre la estampida de oficinistas que corrían despavoridos para bajar los 15 pisos de escaleras de emergencia con cero organización y sin ganas de salvar a nadie más que a ellos mismos. Al bajar dos pisos de escaleras, me revise el bolsillo y me percate que no tenía mi teléfono, lo había puesto a cargar y por el caos lo olvidé, e imprudentemente tuve que regresar dos pisos arriba entre codazos y empujones, no por el aparato sino porque yo estaba lejos y también quería saber de
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El día que pude reírme de los hombres corporativos
mi familia y seres queridos avisarles que estaba bien y saber que estaban bien todos. No me importó nada más que eso, al tenerlo en mis manos emprendí la carrera hacia las escaleras de emergencia, el edificio se seguía sacudiendo y cuando llegue ya casi habían bajado todos. Una grieta enorme recorría la pared y me perseguía mientras bajaba corriendo lo más rápido que pude, el edificio seguía moviéndose y logré salir. Santa Fe; que normalmente es un caos vial, ahora con el factor terremoto, fue al doble, no me importó nada más que lograr salir de esa zona de la ciudad. Tome un taxi que compartí con otros 5 despavoridos, y solo logramos llegar a metro Tacubaya, lo abordamos y nos bajaron en la estación de Juanacatlan. Desde ahí camine rumbo al centro histórico donde se encuentra mi escuela para encontrarme con mis compañeros que previamente ya nos habíamos logrado comunicar y estaban ayudando en los escombros de la fábrica y una primaria, que están en el mismo perímetro. Solo mientras caminaba rumbo al centro pude vislumbrar la real magnitud del terremoto, vi de todo durante mi trayecto y a pesar de tanta destrucción y adversidad me emociono de sobremanera ver la disposición de la gente para ayudar ante una tragedia, sin conocerse, sin hablarse solo ayudando por ayudar algo que no se ve muy seguido en nuestra “guadalupana” sociedad mexicana. En cuanto llegué al centro de la ciudad, después de caminar por constituyentes, por reforma, insurgentes y zona rosa hasta avenida Juárez, de ahí a eje central hasta fray Servando número 99. Todo mundo ayudaba; recogiendo escombros, transportando gente, llevando agua y comida, donando material, informando, recuperando mascotas, sirviendo como lazo, y las autoridades no reaccionaban.
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Erick Ponce
Fue una experiencia abrumadora y solemne a la vez, vi gente muerta, cadáveres pasados de mano en mano hasta llegar a una camilla de ambulancia o del SEMEFO. El instinto de la gente al sentirse unidos por la tragedia, ese instinto de supervivencia esa unión de individuos que no se conocen, es un fenómeno maravilloso de vivir. Reconocernos cómo prójimos sin ninguna otra causa más que la de ayudar y permanecer unidos y de pie ante tal adversidad. Continúe durante los tres días siguientes ayudando en los escombros de Tlalpan y del centro, y ahí volví a decepcionarme de la humanidad cuando vi gente que se robaba los picos y las palas o que solo estaban parados comiendo, estorbando en las actividades, pero también vi a los jóvenes ayudando y organizando actividades, vi mujeres cargando cubetas de escombro justo a mi lado, vi amas de casa llevando comida y bebida para todos, vi comerciantes colaborando con lo que fuera que vendieran, vi cientos de casas ofreciendo su baño, su agua, su energía eléctrica, y su valioso tiempo. Es lamentable que solo ante la desgracia podamos unirnos, al fin y al cabo eso nos hace ser humanos, cometer errores y odiarnos pero el instinto de seguir vivo es algo latente que llevamos todos, solo es cuestión de querer seguir en ese estado mental. La inspiración se acabó pasadas tres semanas y todo volvió a la normalidad. El mal ambiente y la indiferencia, el odio entre nosotros y el despotismo político, volvieron para recordarnos que estamos lejos de ser civilizados y tolerantes con lo demás y mucho más lejos de ser libres y no permitir las injusticias. Luego dicen que uno es negativo cuando añora los desastres naturales, la madre naturaleza no se equivoca. ♦
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Sin previo aviso Jonathan Zacarias
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a maestra no asistió a clases, sin previo aviso no tuve una de las clases que más me gustan. Soy estudiante de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México del Plantel Centro Histórico, aquel día fue una fortuna no tener sesión de Estudios Culturales, de lo contrario no hubiera salido del edificio y de un quinto. Como cada mañana mi rutina como estudiante comenzó temprano, me preparé para estar puntual con mis compañeros de Comunicación Política con quienes desarrollaba un proyecto del curso, ese trabajo tenía que estar listo para el día siguiente y teníamos aún mucho por hacer. Llegue a las once de la mañana a la universidad unos minutos después del simulacro que aquel día y como cada año se realiza en conmemoración del temblor del 19 de septiembre de 1985, un temblor que devastó las Ciudad de México, ese simulacro también es con la finalidad de estar lo mejor preparados ante una situación de tal índole. Sin embargo, no participe en aquel simulacro, pero siempre que he estado en uno, lo he tomado con suma importancia. Mis compañeros me esperaban, estábamos listos para planificar nuestro tiempo y trabajar en nuestros pendientes. A las once y media de la mañana nos dirigimos al aula 505 del quinto piso donde presenciaremos la clase. Pasaron 30 minutos ya la maestra no llegaba, seguíamos esperando y mientras tanto
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Jonathan Zacarias
nos pusimos a trabajar en el proyecto que teníamos pendiente. Los demás compañeros de clase, platicaban, se escuchaban sus voces, un tumulto de voces, otros hacían tarea, unos más estaban perdidos en sus celulares y poco a poco desesperaban al no ver llegar a la maestra. Yo y otros amigos esperamos hasta la una de la tarde, ya había pasado una hora y media de clase, la maestra ya no iba a llegar. Después de ese tiempo salimos del aula y nos fuimos a la biblioteca donde tendríamos más concentración. Nos instalamos en una mesa, sacamos nuestras laptops, celulares, cuadernos y entre otras cosas que ocuparíamos. Recuerdo que una compañera llevaba una extensión eléctrica para conectar nuestros cargadores, sin precaución no nos dimos cuenta que la extensión atravesaba una puerta de salida de emergencia, hasta que alguien de protección civil nos hizo la observación y la quitamos inmediatamente. Ya instalados y listos para seguir trabajando, habrán pasado tres o cinco minutos después de haber movido la extensión… sin previo aviso sentí un fuerte movimientos en mis pies, ¡era un temblor! Inmediatamente y creo haber dicho serenamente, ¡está temblando! Mis compañeros y yo tomamos nuestros celulares únicamente y salimos corriendo del lugar. Cruce la calle sin precaución, la biblioteca da a una avenida principal y por lo tanto muy transitada; Fray Servando de Mier. Cruzamos la avenida, fue complicado, los vehículos no dejaban de circular, la gente que conducían no se percató de inmediato pues las alertas sísmicas de la ciudad tardaron en activarse, hasta segundos después de que ya se sentía el temblor. Llegar al camellón fue una gran hazaña entre el movimiento del suelo y los vehículos. Ese camellón era nuestro único lugar
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Sin previo aviso
que nos mantendría a salvo, aún con muchos riesgos, pero era el único lugar donde nos podíamos resguardar. Ese centro de encuentro donde más estudiantes, profesores, trabajadores y personas que transitaban parecía un pantano, el suelo se movía intensamente, no podíamos mantener el equilibrio, las miradas de las personas están fijas al intenso movimiento que se veía reflejado en los edificios que se tambaleaban, creo que todos pensamos en lo peor, parecía una broma del destino que nuevamente un 19 de septiembre y 32 años después la tierra nos diera una sacudida tan intensa como la del 85. El panorama no era nada agradable el edificio del Tribunal Superior de Justicia que se ubica a espaldas del edificio de la universidad se movían intensamente parecía que chocarían y que este se derrumbarían en cualquier momento, se desprendía el concreto de los edificios, se oía caer los cristales de los ventanales, y el polvo parecía neblina entre los edificios. Lo más desagradable fue la impotencia de ver a los compañeros salir por la escalera de emergencias y ver que no podían dar un paso por el fuerte movimiento telúrico. La empatía entre las personas se dejó ver, mientras todo esto pasaba una maestra me abrazo ya que los dos estábamos espantados, más gente que estaba cerca de mí también se veía mal. El contacto se volvió mutuo, todos hacían casi lo mismo, las palabras de aliento se escuchaban temblorosas pero confiadas en que todo iba a estar bien. Pasado unos minutos del temblor todos tratamos de ponernos en contacto con nuestras familias, la preocupación inundaba nuestras mentes. Las redes telefónicas fallaban y tras varios intentos poco a poco lográbamos cada uno reportarnos con nuestras familias, las redes sociales fueron el principal me-
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Jonathan Zacarías
dio de contacto. Ya estando un poco más tranquilos al saber que nos estábamos solos, esperamos unas horas en que se desahogara en caos, sin embargo, apenas esto comenzaba. Varios edificios cayeron y mucha gente quedó atrapada entre los escombros, cerca de universidad justo en la calle Chimalpopoca cayó un edificio. Como estudiantes sentimos la obligación y convicción de ayudar a nuestra ciudad, nos organizamos y la comunidad tuvo una gran participación. Ayudar y colaborar en obras de rescate fue la nueva clase que llevamos a la práctica. ♦
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Los pájaros, los árboles y ellos Enrique Lugo
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e despertó y le sigue doliendo la cabeza, más que el día anterior. Se sentó en el comedor, apoyó los codos sobre la mesa, formó un nido con sus manos y guardo su cara. Seguía llorando. Después de ese momento se puso una sudadera y unos tenis y salió a caminar por la ciudad. Fue el 20 de septiembre de 2017, un día hermoso de sol y frío. Salimos a caminar y el aire entraba en nuestros cuerpos; nos sentíamos profundamente afortunados. Estamos vivos de nuevo. Seguí sus pasos hasta llegar a una colonia cerca de nuestra casa en Lindavista. Observamos el esfuerzo por sobrevivir de las flores, la lucha de los árboles, la resignación de la retirada de una rama cuando se parte, una rama rota que iba a romperse, estaba por romperse. Los arboles aparentemente suspendieron sus funciones de esta época del año, pero contrario a lo que se ve, su actividad interna es más intensa que nunca: respiran frenéticamente por los troncos mientras pierden partes de ellos, guardan licencio y esperan. Seguimos caminando y observando, vemos que la mayoría de los árboles conservan sus hojas. Los pájaros están ahí, a excepción de uno. Intentamos acercarnos a ayudar a aquel pájaro, pero no pude. Él seguía con dolor de cabeza y llorando. En un segundo dijo “ese pájaro podría ser yo”. Nos detuvimos en la rama del desasosiego.
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Enrique Lugo
Nuestros momentos buenos de la vida pasaron frente a nosotros. El dolor de cabeza había desaparecido por completo, nuestros corazones estaban abiertos. Mientras podamos ver el cielo no estaremos solos. No se malinterpreten los cuerpos pequeños de los pájaros, con su pico pueden hacer un nido resistente a toda tormenta y granizo. En eso estamos.
Unos días antes Unas semanas antes de aquel verano la lluvia convirtió en ríos las calles y avenidas principales de la Ciudad de México, los baches se convirtieron en socavones y un 7 de septiembre un sismo de 8.2 grados Richter con epicentro en Chiapas fue al parecer una advertencia a lo que estaba por suceder. Sin embargo, no fue más que un susto ya que no hubo daños mayores en la ciudad. Ahora lo que parecía un mareo y justo 32 años después el mismo día del terremoto de 1985, siendo las 13:14 h del 19 de septiembre, pero de 2017, dos sismos, uno con magnitud de 6.8 y otro de 7.1 grados volvieron a sacudir a la Ciudad. En la colonia Lindavista al norte de la ciudad se registraron daños estructurales y el derrumbe de un edificio habitacional de siete pisos. Como los pedazos de concreto que se venían abajo, la sociedad mexicana también, sin embargo, fue su espíritu el que surgió de los escombros. Antes de que la información fluyera, minutos después de los sismos, los vecinos y personas de la ciudad acudieron a las zonas afectadas. Fueron ellos los primeros en llegar e informar por redes sociales. Ellos fueron los protagonistas que reaccionaron en minutos por todos lados: ayudaron a mover escom-
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Los pájaros, los árboles y ellos
bros, a ofrecer techo y comida a los damnificados, a montar mesas para recolectar víveres, buscaron a los sobrevivientes en los derrumbes, batallaron contra los arrebatos de los citadinos con miedo durante el movimiento telúrico de 7.1 grados. El mejor aliado de estos héroes fueron las redes sociales para propagar los lugares de emergencia, y para precisar la ayuda a las necesidades que presentaban al paso de las horas. Gracias a ellos se supo donde era necesaria la ayuda, donde acomodar las manos, los medicamentos, los cascos, las botas y las palas. Cada mensaje, foto y video compartido con buena intención ayudaron a levantar a la gran e imponente Ciudad de México. Este fenómeno natural no discriminó ni por edad, sexo, género, color de piel, etcétera. Esto fue tan importante para diluir las diferencias que pudieron existir y todos los habitantes entre diferentes, edades, sexos, géneros y color de piel se unieron por una sola causa; ayudar. Algunos ponían a disposición sus habilidades y conocimientos profesionales, algunos se dedicaron a confirmar la información con veracidad, otros a verificar los inmuebles, y unos mas a buscar ayuda apara conseguir hogar para los damnificados quienes perdieron su patrimonio. Fue un gran sistema abierto que recibía información de todos lados. Un reflejo de la unión y de amor al prójimo. La lección fue clara, la tragedia una enseñanza. Otro momento histórico que ha marcado la vida de miles de personas, todos ellos son héroes anónimos y aquí estamos. ♦
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Coincidencias Natalia Pérez Alejo
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se día recordé la recomendación de un documental que había comentado la profesora en la clase de Estudios Culturales No les pedimos un viaje a la luna. Lo busqué. Comencé a ver que trataba sobre las trabajadoras costureras que habían quedado bajo los escombros de las fábricas en el terremoto que destrozó a la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985, y justamente sentí la tierra moverse. Me asuste, estaba temblando bastante fuerte. Salí a la calle como pude, los autos estacionados se movían de un lado a otro, a la par, otros vecinos asustados como yo, salieron y esperamos. El tiempo que se nos hizo eterno hasta que todo «terminó». Inmediatamente pensé en la increíble coincidencia del temblor de ese día, con el temblor de 1985. Mismo día y mismo mes hace 32 años. Estaba muy preocupada y necesitaba saber de mi padre, se encontraba en el centro de la ciudad trabajando, la comunicación era prácticamente imposible lo cual me frustró. En ese momento los teléfonos celulares no respondían a nuestras necesidades, así que la radio fue la única opción para poder enterarse de la situación. La encendí. Corría la información de la catástrofe, describían los daños en edificios, escuelas, casas y apartamentos, la movilidad era un caos, había personas bajo los escombros, se requería ayuda y guardar la calma.
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Natalia Pérez Akejo
Las ondas radiofónicas no lograron plasmar en mi mente la magnitud de este desafortunado evento, ni siquiera un poco. Seguí intentado establecer comunicación con mi padre, familiares y amigos. Por fin recibí su mensaje, él estaba bien, enseguida más mensajes con buenas noticias de mis allegados ¡Qué alivio! Tomé mi celular, el internet funcionaba y en redes sociales la gente se reportaba avisando que se encontraban bien o que necesitaban ayuda. Había hasta ese momento pocas fotos de algunos lugares donde hubo derrumbes. Esto pintaba terrible. Caí en cuenta de la magnitud de las afectaciones con un video que vi en Facebook. El video mostraba una imagen impactante, desde lo alto de un edificio parecía que la ciudad caía a pedazos o amenos eso denotaban las grandes nubes de polvo que ascendían y las pequeñas explosiones que se veían a lo lejos. El sonido de mi acelerado pulso empataba con la voz del sujeto que narraba aterrado el acontecimiento. Dado que yo no viví el terremoto del 1985, me sentí muy impactada, me parecía aterradora la situación, además la coincidencia de estos eventos naturales. Conforme pasaba el tiempo, surgían nuevas noticias de lo sucedido: más lugares afectados, gente herida, reportes de gente perdida, vialidades saturadas, videos y videos del momento exacto del sismo. Era totalmente desconcertarte. Todo era igual que en el documental que me encontraba viendo, tan sólo hace unos minutos. Más tarde recibí un mensaje de una amiga preguntándome como estaba y me comento que una fábrica cerca de la universidad, en la calle de Chimalpopoca, se había derrumbado. Me quede quieta por un momento. Esa fábrica nuevamente abrió la herida de las irregu-
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Coincidencias
laridades e injusticias laborales que vivieron aquellas mujeres costureras en el 85. Al siguiente día, con mi amigo recaudamos un poco de dinero con los vecinos de nuestra colonia, lo que juntamos lo destinamos para comprar material de curación, juntamos ropa y lo llevamos a un centro de acopio donde la ayuda aparentementeera mucha. En algún momento se llegó a pensar que era excesiva en los centros de acopio, eso no es lo que se piensa ahora pasados ya seis meses. En esos momentos nuevamente la sociedad civil estaba presente pero ahora con una nueva generaciónal frente los «millennials».Encabezando las noticias y las muestras de solidaridad. Y así como éstas buenas acciones se repetían, también se repetían las cosas malas y desagradables. Por un lado la basta ayuda para los damnificados, la organización de los mexicanos para ayudar a otros mexicanos que lo habían perdido todo, el uso de las redes sociales para poder generar un canal de información de lugares donde se requería apoyo, ubicaciones de los centros de acopio y, hasta el monitoreo a las autoridades en su deber. Por otro lado, el espectáculo de los medios de comunicación y la incompetencia de las autoridades que de nuevo se unían para «dar la cara» al pueblo mexicano ante terrible acontecimiento. La ciudad no sólo tiene que recuperarse nuevamente de los daños estructurales, sino también de una sociedad que volvió de entre los escombros al amargo 19 de septiembre de 1985 pero ahora en el 2017 con este terremoto que hizo eco en Morelos, Puebla, Estado de México y Guerrero. Así se presentaron las siguientes dos semanas con el mismo panorama y a pesar de que la sociedad se mantuvo en el cometido de ayudar y unirse a la causa es evidente que el
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tiempo hace de las suyas en la memoria de todos nosotros sería bueno preguntarse ¿qué pasa hoy con todas las víctimas de éste terremoto y las donaciones? ¿qué hay de las irregularidades en las construcciones? ¿qué es de las personas que se quedaron sin hogar? Pero es un hecho que todos olvidamos y es esa otra coincidencia. ♦
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ías antes, para ser precisos el 7 de septiembre tembló. En un inicio parecía la estudiada obra de teatro que conocemos, escuchas la alerta sísmica, te preparas, avisas a los familiares y esperas a que la magnitud del fenómeno natural se revele ante tu creciente miedo. 7 de septiembre 23:00 h… Alerta sísmica, Alerta sísmica Inició como casi todos los temblores anteriores, pero en unos segundos se transformó, los increíbles movimientos indicaban que este vals al que nos había llevado el manto terrestre no era algo habitual, luces en el cielo, sonidos en las construcciones tambaleantes, hasta las mascotas entraban en pánico. Imágenes y videos por todos lados lo corroboraban: 8.2 grados en la escala Richter, presumiblemente el terremoto más fuerte registrado en la capital (al menos en unos 100 años) Segundos más tarde el internet hervía con los correspondientes memes, burlas, noticias, comunicados, infografías, la ciudad había resistido el embate de la tierra. 19 DE SEPTIEMBRE DEL AÑO 1985 07:19 h
Inicia uno de los desastres naturales más significativos en la historiadel País, un terremoto de magnitud 8.1 en la escala Richter con epicentro en el Océano Pacífico convulsiona el suelo mexicano. El nivel de destrucción, terror y dolor que deja a su paso no se ha comparado con nada hasta la actuali-
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dad. Grabaciones históricas, relatos familiares e imágenes nos recuerdan el increíble poder de las fuerzas de la naturaleza. 19 DE SEPTIEMBRE DEL AÑO 2017 Despertarse rápido, alistarse para ir a trabajar, en redes sociales y radio uno podía recordar la fecha: 32 años habían pasado desde el terremoto del 85. Los preparativos informaban de un simulacro a medio día, el camión avanza, la gente camina, el ritmo sigue, movimiento por donde sea, una mañana de martes. Llegamos al local mi mamá y yo, el clásico rechinar de la cortina subiendo anuncia el inicio del día. Empezamos a preparar la comida; los tamales a la vaporera, el café en su olla de barro aromatiza todo, cuando se escucha el silbido de la vaporera es hora de quitarla de la lumbre y poner a cocer el caldillo de tomate para los chilaquiles, en el otro quemador preparamos el atole, los sándwiches… esos se hacen rápido, casi todo esta listo. Se cuelgan los letreros, ya es hora de esperar a los comensales. Para que me meto en rollos, la verdad no me acuerdo bien que tanto vendimos ese día, lo que más recuerdo fue a una clienta que llego por su desayuno y su charla matutina con mi mamá. Temas variados, pero por los ánimos del día comenzaron a hablar sobre el 85, ya sabía que mi mamá iba a contar la historia de mi padre al cual le toco vivir el terremoto a un lado del entonces Hotel Regis.La señora lucía sorprendida y encantada escuchando los detalles de la anécdota, yo también paraba la oreja de vez en cuando mientras lavaba los trastes sucios. La clienta se fue, casi después escuchamos la alerta sísmica, mi mama no recordaba bien que iba a haber un simulacro y empezó a preocuparse un poco, se lo recordé y se tranquilizó.
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Retorno al 19
Empezamos a ver un desfile de gente dirigidos por miembros de protección civil, desde los de la escuela de enfrente hasta los de las oficinas que pululan por todos lados. Unos minutos más tarde, todo regresaba a la normalidad. “Cada quien para su casa” dice el dicho. Casi en ese momento llegó la prima de mi mamá ella vive cerca,así que ocasionalmente pasa a saludarnos y comprarnos algo para comer. Terminó su comida y su plática comenzaba. Los clientes pasan, nos compran cosas, las palabras fluyen, alguien se sienta en un banco, suena la carne en la parrilla, se aza la cebolla, el pan dorado cruje cuando lo parten, un sorbo al refresco de frutas frio hace eco, el vapor de los chilaquiles calientes con su bistec frito encima deambula por el local, hace calor,es la 1 pm. Los comensales terminan y se van, la prima de mi mama también empieza a despedirse, me inclino sobre un banco para sentarme, al momento de hacerlo me siento raro, no lo sabía pero el tiempo se estaba deteniendo. Desdé aquí se hace la aclaración que el tiempo se vuelve extraño, parece que transcurren horas pero en realidad creo que todo sucedió en segundos, aunque mi vivencia y mi raciocinio sigan debatiéndolo. Al momento de sentarme en el banco pensé que me había mareado, pero no era así, al levantar la mirada y ver rápidamente las caras de mi mama y su prima pude darme cuenta que ellas sintieron lo mismo, mis ojos buscaron algo rápidamente para cerciorarme, ¡lo encontré! el cartel de los tamales oaxaqueños se agitaba confirmando la situación: estaba temblando, mi mamá lo dijo casi como si los dos lo hubiéramos pensado al
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mismo tiempo.Nos levantamos rápido, tome mi celular me pare atrás de ellas mientras las iba sujetando y tratando de guiar a la salida del negocio. Casi puedo asegurar que iba planeando todas mis acciones, pero sinceramente creo que fue algo más instintivo.Ya en la entrada del negocio, el movimiento que antes había confundido con mareo ahora se había transformado en un maremoto, me sentí extraño, pensé que era una especie de película absurda, la alerta sísmica chillo un breve bramido ahogada por el movimiento de la tierra, los carros se movían, se oían golpes, en ese momento de contemplación atónita recordé algo de suma importancia: ¡EL GAS, MALDITA SEA! y me dirigí al interior del local, sujetándome de cosas que en mi euforia yo consideraba que podían sostenerme, todo el trayecto a la preciada llave de gas fui maldiciendo ya no sé si en voz alta o en mi mente. Al conseguir mi objetivo salido del más irónico juego de video, me detuve a pensar qué más podía ser peligroso, ya una vez ahí no quería dejar sin atender nada que pudiera complicar la situación, pensé: ¿la luz? ¿el agua? solo que explote la tubería, creo que ahí fue justo cuando me di cuenta que me estaba tardando mucho en pensar, inicié mi tembloroso camino a la salida. Estando en la calle los sonidos eran una mezcla extraña de gritos, movimientos de cosas, el estruendo de algo muy pesado al caer, la gente ya no caminaba, corría o se sujetaba sin mucho éxito de lo que podían encontrar a su paso, unas señoras salieron de sus casas gritando histéricas y jalando a sus hijos pequeños, al no cesar sus gritos lo único que se me ocurrió fue tratar de callarlas con un ¡SHHHHHHH! muy fuerte, solo recuerdo que una de ellas me contesto con una expresión de completo terror en su rostro. Ojala terminara pronto la mala broma ¿el mismo día?
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esto no es normal, ni los mejores ingenieros y sus mejores predicciones de un periodo de retorno podían haber adivinado lo que estaba pasando, una ola de preguntas comenzó a incomodarme ¿Cómo estaba mi familia? ¿Mi papá? ¿Mis hermanas? ¿Mi novia? hasta llegue a pensar en Laika mi mascota. El movimiento se fue desvaneciendo y el tiempo seguía siendo increíblemente lento, la prima de mi mama se despidió, quería ver a su familia. Empezó una procesión, las ambulancias aullaban lúgubres a la distancia, la gente trataba de llamar por teléfono, algunos corrían por llegar a sus hogares o a la escuela a recoger a sus niños, el local de pronto se llenó de gente, casi en su mayoría adultos mayores, buscando un asiento donde poder descansar, un limón o un bolillo,algún remedio que les quitara la mala impresión. Inmediatamente saque mi celular del bolsillo y empecé a contactar a mis seres queridos la primera que pudo hablar conmigo fue mi novia, el sismo le había tocado en clases, no hubo mayor incidente que gente en pánico. Después pude comunicarme con una de mis hermanas que había ido al centro, ahí también se había desatado un caos pero se encontraba bien y en dirección a su casa. A donde no podía contactarme era a mi hogar ahí se encontraban mi papá, mi hermana mayor y mis dos sobrinos, después de muchas llamadas desesperadas y ninguna respuesta al otro lado, con mucha preocupación decidí que era hora de irnos de ahí, recogimos las cosas en una confusión terrible, no sabía cómo tranquilizar a mi mamá, ella se comunicaba con mi demás familia, mi abuela, mis tíos, mis primos, mientras la gente que habíamos alojado momentáneamente fue retirándose y agradeciéndonos. En internet informaba de la situación, las primeras imágenes no eran las de siempre, ahora no había risas y burla;
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humo, llanto, confusión y enojo llenaban la pantalla del dispositivo.En ese momento llegó un viejo amigo de mis tiempos en la preparatoria, claramente estaba espantado, iba camino a su trabajo, se encontraba muy lejos de su casa y familia no encontró otro lugar donde buscar alivio, le informe la situación mientras terminábamos nuestras labores, al final lo decidimos: nos íbamos a ir los 3 juntos como pudiéramos. Cuando cerramos la cortina del negocio, las personas seguían en la calle esperando alguna respuesta ya sus familias, mucha confusión y el reloj no parecía avanzar en esa soleada tarde. Empezamos la caminata, en twitter me iba informando de los medios de transporte, no había servicio en muchas partes, pero gracias a eso pudimos trazar una ruta y dirigir nuestros pasos. Desde insurgentes a la altura del monumento a la madre caminamos hasta Metro Obrera, en el trayecto pudimos ver de todo: personas llorando, vidrios rotos, gente ayudando en lo que podían, cosas tiradas, pedazos de concreto, cemento pulverizado, calles sin sentido, tráfico interminable… Cuando llegamos al metro pudimos movernos un poco más rápido pero la situación solo incrementaba la ansiedad por ver a mi familia y saber su situación.Nos bajamos en la estación Coyuya de la línea 8 porqueaún no había servicio en muchas líneas del metro, de ahí a mi casa la distancia era menos. Salimos a la calle y reiniciamos nuestra pesada caminata, entre todo el ruido a veces había pausas y las calles parecían desiertos. No había nada que indicara que ahí habitaba gente, el silencio era bastante desconsolador. Las pláticas con mi mamá y mi amigo eran muy breves, más que nada para saber qué camino tomaríamos, si alguien se había cansado, si necesitaban algo, solo nos detuvimos a com-
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prar agua.Por fin pudimos llegar a Churubusco, es una avenida grande, con movimiento las 24 h. Este día no era la excepción, en medio de los remolinos de autos y gente trasladándose había una peculiar escena:un pequeño choque en medio de todos, dos autos pequeños molidos uno contra el otro, el aceite estaba regado en el piso mientras ambos vehículos yacían en completo abandono, nadie parecía ver aquella inquietante postal. Mi amigo decidió tomar el metrobús para llegar a casa con sus padres, parecía que la afluencia era mejor en ese punto, nos dimos una corta despedida y las mejores palabras de aliento y consuelo que teniamos a la mano. Justo en ese momento pasó un microbús vacío, sin titubear mi madre y yo lo abordamos nos dejaría a unas calles de mi casa. El camino fue lento ya empezaba a atardecer, el sol creaba un contraste de luz increíble con los pasajeros, color dorado, sombras completamente negras, no había movimiento y reinaba un silencio increíble. Bajamos del transporte caminamos unas cuantas calles, íbamos viendo todo, si había algún detalle raro, cuando por fin vi mi casa intacta pude descansar un poco. Entramos y mi familia se encontraba a salvo nos abrazamos, empezamos a platicar sobre la magnitud del acontecimiento, las laboresque se estaban llevando a cabo, creo que nadie podía realmente dimensionar la situación. Mi casa no tenía daños solo se había ido el agua y la luz pero en un giro de suerte ambas regresaron justo a tiempo para pasar la noche. Al día siguiente la ciudad seguía paralizada, cada minuto aparecía nueva información, la gente se prevenía, en este momento de ironías terribles casi todos sentían que podía pasar lo peor.
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Jesús Rodrigo Sosa Palma
¿Qué pasó después? Realmente no lo sé, todo parecía detenido, roto, distante y a la vez muy presente. Pero el tiempo seguía avanzando, veíamos las enormes labores de la gente ayudando, la ineficiencia y corrupción de las autoridades siempre encuentra un camino para hacerse mostrar pero esta vez era lamentable ver tanta negligencia. ¿En que se podía ayudar que se podía hacer a donde podías ir? Aún a meses de lo ocurrido escribiendo esto creo que la tristeza, el dolor, el miedo y el silencio no se apartan de nosotros tan fácilmente. ♦
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El temblor Gerardo De La Fuente
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anto se ha escrito del temblor: la solidaridad, el dolor y la escasa participación política; pues otra vez el gobierno está haciendo lo que quiere. En fin, el sismo del 19 de septiembre de 2017 provocó el colapso de los puentes que conectaban dos edificios y dañó estructuras del Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México, causando la muerte de cinco alumnos y heridas a otros 40. Desde entonces, la institución ha sido foco de polémica. La institución afronta las críticas de sus alumnos en redes sociales por la fragilidad que mostró la infraestructura del plantel y de los puentes en el temblor. 8 puentes que con pequeños letreros indicaban a los alumnos “no cruzar en caso de sismo”, letreros apenas visibles. El campus Ciudad de México fue construido en diferentes etapas a partir de 1990. En sus primeros diez años en operación, la infraestructura actual ya estaba concluida. Su edificación se realizó bajo un reglamento de construcción resultado del sismo de 1985. Los requerimientos técnicos del reglamento, en teoría, impedirían el colapso de edificios a raíz de un sismo menor a 9 grados. Conformado por bellas estructuras, que dentro de su majestuosidad, ocultaban graves fallas estructurales, este plantel presentó diversas fisuras, agrietamientos y desprendimientos luego del sismo del 7 de septiembre, sin embargo, las auto-
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Gerardo De La Fuente
ridades escolares no suspendieron labores y por esa razón, la comunidad escolar fue sorprendida por el siguiente sismo del 19 de septiembre, que terminó por derrumbar diversas estructuras, matando y lesionando a diversas personas. ¿Por qué el inmueble ubicado en la delegación Tlalpan, no contaba con las condiciones estructurales óptimas? ¿Por qué se derrumbaron los puentes que mataron a cinco personas y lesionaron a otras 40? Y ¿Por qué no funcionó ningún sistema de evacuación ordenada luego del sismo? ¿Por qué se puso en riesgo la vida de todos los alumnos? Es incompresible que una institución de prestigio como el Tecnológico de Monterrey haya autorizado y construido esas estructuras pasando por alto el grave peligro en el que ponían a sus estudiantes. La estética, la comodidad fue primero, la seguridad y la vida de los estudiantes quedó para después. La escuela, sus directivos y estudiantes, tienen mucho que sanar, no solamente por los fallecidos, sino por los lesionados y dar: “Una solución acorde a la calidad académica que el TEC ofrece”. (Rashid Abella, vicepresidente de la Región Ciudad de México del Tecnológico de Monterrey) Llegó a mis manos un volante impreso en papel firmado por laverdaddeltec.org donde se invita a ver un video en dicha dirección electrónica. Con una duración de 3 minutos, denuncia la opacidad de las autoridades de Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México, donde murieron 5 personas y 40 sufrieron lesiones y nadie se ha hecho responsable. Esta tragedia sería producto de la irresponsabilidad tanto de las autoridades del TEC, así como de la autoridad encargada de dar permisos de construcción. Pero llama la atención, que cuando culpa al gobierno, a la delegación, al TEC, sólo menciona y mues-
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El temblor
tra imágenes de Claudia Scheinbaum (ex delegada en Tlalpan y actual candidata de MORENA, Movimiento de Regeneración Nacional al Gobierno de la CDMX), claramente y de manera reiterada. Una tragedia no debe ser tomada para sesgar presuntas injusticias. ¿Quién está detrás de los volantes y el video? ¿Es la justicia su interés? Podríamos decir que se está medrando con la tragedia, para golpear políticamente a un rival. ¿Qué dirían los muertos? ♦
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Grietas sin maquillaje Mario Pantoja
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as ciudades ofrecen un espectáculo recurrente. Los rostros inexpresivos son parte del paisaje citadino. Es normal que las personas se preocupen solo por sí mismas sin tener empatía por los demás. La velocidad de la vida hace que los momentos de estrés en el traslado del hogar al trabajo o a la escuela se exterioricen de distintas formas como la violencia o la indiferencia. Sin embargo, existen momentos en los que estos individualismos son superados por las tragedias. Entonces surge la solidaridad de las personas. Así pasó el 19 de septiembre del 2017. Las personas inexpresivas que viajaban en transporte público, en sus autos, en la calle, se hablaron entre sí. Los movimientos de la tierra, de los trenes del metro, de los autobuses, de los autos abrieron un canal de comunicación inexistente. La cercanía del fin de la vida hizo que voltearan a ver a su alrededor. No lo sabían, pero quizás esos rostros serían los últimos que sus ojos iban a ver. El metro de la Ciudad de México que es ineficiente en su funcionamiento, demostró tener puntos a favor, pues no ha tenido daños considerables ante los movimientos telúricos. En las calles la historia no fue muy distinta: hablaban con los que estaban a su alrededor mientras mantenían el equilibrio. Los autos se detenían y cedían el paso a los peatones, se fijaban en no atropellarlos mientras corrían a un lugar seguro. Sin embar-
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Mario Pantoja
go, muchos edificios se colapsaron. Las personas que estaban dentro padecieron la corrupción que tanto caracteriza a la Ciudad de México. La muerte fue rondando por varios rincones de la ciudad. Los segundos se alargaban en cada grito, en cada paso, en cada escalón, en cada tren del metro, en cada auto de las avenidas, en cada salón de las escuelas, en cada hospital, en cada edificio. La velocidad de la vida citadina quedó suspendida por algunos segundos que marcaron la normalidad. Bastaron unos cuantos segundos para que la mortalidad de la vida se hiciera visible. Fueron suficientes para que los edificios se convirtieran en polvo. La frase que se escucha en cada saludo de la ciudad: “qué rápido pasa el tiempo” fue anulada por algunos segundos que parecieron la eternidad. ¿La relatividad del tiempo estará ligada con los sentimientos que brotan de las tragedias? Después, cuando la tierra dejó de moverse, el tiempo recuperó su velocidad normal. Aunque ahora el sentimiento de urgencia se adueñó de las personas: corrían a las escuelas por sus hijos; intentaban comunicarse con sus familiares por teléfono y/o redes sociales; auxiliaban a las personas accidentadas en sus cercanías. El tiempo, otra vez, no era normal. Era más veloz. La zozobra acelera el tiempo y pasa rápido hasta que se logran comunicar con sus familiares. Comunicación que quizás, si no fuera por unos movimientos, queda diluida por la indiferencia, la automatización de las actividades: la rutina: alarma del despertador a las cinco de la mañana, baño a las cinco y media, a las seis el desayuno, seis y media hacia el trabajo o la escuela, seis cuarenta y cinco autobús hacia el metro, oficina de nueve a siete, de regreso a casa a las ocho y media, ver tele de nueve a once, lo mismo al día siguiente.
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Grietas sin maquillaje
La normalidad quedó rota, rasgada por las sirenas, los autos veloces que buscan familiares, las redes sociales empiezan a llenarse de las consecuencias: un edificio caído por Polanco; otro a punto de caer en la Obrera: un colegio en Villacoapa; otro edificio colapsado; otro más; más videos; terror en la ciudad. ¿El caos regresaría al orden? Las personas se convirtieron en la fuerza necesaria para rescatar a personas atrapadas entre los escombros. Algunos dicen que los ciudadanos fueron los que reaccionaron mejor que las autoridades y así se salvaron vidas. Otros que aunque había muchos queriendo ayudar, en realidad nadie hacía nada hasta que la policía o los militares llegaron a la zona a prestar la ayuda a coordinar los rescates. La realidad quebrada es distinta para cada una de las personas que vivieron el desastre. Desesperación, amigos, familiares atrapados. Las historias empezaron a correr en los medios masivos de comunicación y en las redes sociales. Más videos magnificaban el resultado del sismo. La gente se coordinó para prestar la ayuda, todos podían ayudar de una u otra forma. Exactamente pasaron treinta y dos años entre el sismo de 1985 y el del 2017. Muchos que vivieron el sismo del 85 eran niños y ahora recordaron lo que la infancia les hizo olvidar. Los cuestionamientos, la ayuda retardada, el aplauso a los ciudadanos eran los temas recurrentes en las redes sociales. Las publicaciones decían cosas positivas de los millennials, de esa generación tan cuestionada como cualquier otra con la única diferencia que se difunde más en las redes virtuales. La reconstrucción de la normalidad tardaría en llegar. Las consecuencias psicológicas en las personas se notarían en la intimidad de cada una. Mientras sobraban manos en algunas
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zonas de catástrofe en otras estaban ausentes. La ayuda gubernamental fue a cuentagotas. Entonces las víctimas fueron apareciendo. Los muertos empezaron aumentar las cifras, los daños materiales también. En el centro retiemble la tierra y en el centro, donde existen rascacielos, donde se supone que las medidas de construcción son estrictas fue donde hubo más daños. En el área metropolitana también resintió el movimiento de la tierra, la pequeña línea imaginaria que divide la Ciudad de México con el Estado de México fue borrada por el sismo. La diferencia es que en el Estado no hay tanta densidad poblacional. Muchos habitantes de la periferia fueron los que ofrecieron las manos para salvar vidas, para intentar reconstruir lo que la corrupción destruyó. Las víctimas aumentaron, no solo por los fallecidos, sino también por los que perdieron su hogar y más aún, por los que aprovecharon las ayudas del Estado sin estar afectados realmente. Si la normalidad y la reconstrucción de los edificios y de la ciudad tardarían un tiempo ilimitado, la codicia humana y la corrupción regresaron instantáneamente. Las razones de la individualidad, de la apatía de las personas regresaron de nuevo. Y es que hay gente que se aprovecha de las tragedias humanas, del interés por el otro. Cuántos casos de extorsión no se han documentado. Personas que se hacen pasar por víctimas de un asalto y piden dinero todos los días en el mismo lugar, que piden ayuda para llegar a algún sitio y son secuestradores esperando a su víctima. La gente no confía en el otro porque muchos se aprovechan para delinquir. El estado que debería proporcionar la ayuda necesaria a las víctimas; que debería distribuir las donaciones a los afectados; que debería garantizar la seguridad de cada ciudadano,
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Grietas sin maquillaje
al parecer, también se aprovecha de las tragedias humanas. Propicia a la individualidad, a que las personas piensen en sí mismas, solo en su familia y en su bienestar personal porque no pueden confiar en las otras personas ni en el Estado porque lucra con su sufrimiento y su desdicha. El sismo del 19 de septiembre del 2017 solo reafirmó que la solidaridad y la ayuda de buena voluntad fue mínima comparada con la corrupción y el lucro de las personas. A casi cinco meses la indiferencia regresó a su cauce normal. La fragilidad de los edificios, de la sociedad, el Estado, de la vida quedó con grietas que en cualquier momento pueden destruir por completo a la ciudad, a la sociedad, a la vida humana. ♦
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Instrucciones para levantar un librero Sofía Mejía León
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atelevisiónestabaencendida.Yomirabaunprogramaenconmemoracióndeltemblordel85.Esedíatomabaunasolaclase enlanoche.Melevantétarde.Estabadesayunandomientras una carga de ropa en la lavadora hacía crujir su motor. Mi papá había estado de viaje y recién llegaba. Desde el quinto piso del edificio sentí un movimiento. Bien pudo haber sido un gigante que tomó y dejó caer la construcción completa, o una mutación invertebrada de proporcionesdescomunalesmoviéndoseporelsubsuelodelaCiudad de México. El edifico dio un pequeño brinco, tal cual lo haría un guijarro rebotando sobre la tierra. Se apagó el televisor y la lavadora dejó de hacer ruido. Las puertas en todo el edificio azotaron. La gentedejabasusdepartamentosybajabalasescalerasrápidamente.Un movimiento frenético dio inicio. Mi perro comenzó a ladrar, parecía que no se callaría nunca. Me agaché detrás del sillón. No había pasado ni una semana del último temblor: localidades en Guerrero aún estaban poniéndose en pie. En diferentes partes del país se organizaban centros de acopio. Circulaba información en programas de radio, televisión, Whatsapp e internet sobre los lugares más seguros dentro de una casa. Se llamaba la atención acerca de los marcos de puertas, se decía que era un mito, más que una estadística, que ese fuera el lugar más seguro en todas las viviendas, pues dependía del tipo de construcción y de la zona. El primer temblor de septiembre
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Sofía Mejía León
ocurrió por la noche, casi de madrugada. Fue violento y breve, aunque al día siguiente escuché en la voz de amigos y familiares que duró muchísimo. Al intentar dormir, escuché un camión o tráiler venir a lo lejos. Era tal la velocidad del vehículo en la avenida desierta durante la madrugada, que casi podía oírlo cortar el viento con un wuougn wuougn wuougn. El corazón se me agitaba y los intestinos se me contraían porque me recordaba la alarma sísmica. Me hacía pensar en la posibilidad de réplicas. Temblaba por segunda ocasión en el mes. El mismo puto año de hace cien putos años, dijo un estudiante de secundaria que quedó capturado para siempre en un video casero. A los pocos días se volvió viral. Ni ese muchacho ni yo vivimos el temblor del 85, pero sabemos que fue algo importante para la capital del país. Cada año conmemoramos la fecha con un simulacro en escuelas y oficinas. Ese muchacho se refería a la improbabilidad de que temblara el mismo día. A diferencia de hace treinta y dos años, el temblor nos agarró despiertos y a la mitad de alguna actividad. No me quedé parada en el marco de la puerta, sino agazapada detrás del sillón de dos plazas de la sala. Mi papá permanecía de pie junto a mí, aparentando calma pero con el rostro desencajado. El perrito recorría el pasillo de ida y vuelta como si persiguiera una pelota imaginaria y ladraba a diestra y siniestra. La alarma no nos advirtió: estábamos en estado de alerta desde que el piso comenzó a moverse en círculos. Pensamos que pasaría pronto, igual que el temblor de la semana anterior, pero los muros crujían cada vez más fuerte y escuchábamos la vajilla de la vecina caer al piso y estrellarse. Dejamos de pensar que pasaría pronto. Dejamos de pensar que habría
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Instrucciones para levantar un librero
una continuidad si es que la tierra cesaba de moverse. Había una mezcla de ruidos: objetos haciéndose añicos en los departamentos cercanos, nuestros muebles, espejos y cuadros cayendo frente a nosotros; el perro ladrando como si nos reclamara por tenerlo viviendo en un quinto piso del que no puede salir corriendo para hallar un lugar seguro. Simultáneamente, un monólogo interior de incertidumbre y miedo —un discurso que no tenía palabras— también se sumaba al ruido. Papá se agachó cerca de mí. Yo alcancé a tomar una pata del perrito para que dejara de correr. Necesitaba abrazarlo porque a esas alturas me parecía una certeza que el edificio se iba a desmoronar. “Si tardan días en encontrarnos quiero que nos hallen juntos”, pensé. Días después habría de enterarme de una estudiante que fue hallada sin vida, en posición fetal, protegiendo a su mascota, que pudo ser rescatada con vida. Casi de manera abrupta, el suelo se detuvo, pero dentro de mí algo continuó agitado por varias semanas, como anticipando un derrumbe. Tuvimos miedo a las réplicas durante días. En las noticias circulaba información de investigadores de la UNAM, especialistas que aclaraban lo improbable de una réplica debido a que fue un temblor atípico en comparación con los que ha sufrido el país. Intraplaca, dijeron los medios. Y esto lo entiende la mente, pero al cuerpo le lleva tiempo desaprender el estado de alerta constante. Mi hogar no sufrió daños en la estructura. La única pérdida fue un espejo y los siete años de suerte que se llevó consigo. Durante más de tres meses estuvo un librero atravesado en el estudio congelado en una caída eterna. Permaneció inclinado porque los libros que solía contener formaron un montículo
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mientras iban cayendo. Aquello se convirtió en una postal del temblor. Por supuesto, esa habitación estuvo cerrada. Tal vez temíamos que fuera una especie de cápsula de tiempo que se podía activar cuando uno entraba, quedando atrapados en el momento específico del temblor, como en una pesadilla: un bucle eterno. Hace algunas semanas por fin levantamos el mueble y nos deshicimos de casi todos los libros, nuestra pequeña versión de escombro. No puedo evitar pensar en las familias que ahora están incompletas o que jamás se imaginaron vivir en la calle. ¿De qué forma levantarán su mueble, emocionalmente? ¿Cómo se desharán de su escombro? ♦
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El efecto sacudida Raúl Mendoza Zaragoza
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odo iba bien ese día, un día normal, como muchos otros. Después de tomar mi mochila al salir de casa, instintivamente un poco de música en mis audífonos, la básica lectura que mejora mi trayecto, los empujones en el metro, la porción gráfica de violencia explícita en los periódicos de camino a la plaza, el semblante despreciativo de bienvenida por parte de algunos locatarios al quejamásmeacostumbraré,sinolvidarlasagradadotaciónhabitual de rutina laboral. Tiempo después de ordenar mis archivos y actividades del día, fue cuando comencé a elaborar una muestra de impresión en tampografía1 al interior del local 18 de la Plaza Chabacano una de las muchas plazas que se ubican en la Zona Gráfica de la colonia Algarín y a la que considero mi santuario de trabajo. Dentro de este espacio al fondo de la plaza entre anaque-
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Tampografía: Sistema de impresión basado en la transferencia de tinta desde una superficie plana, el cliché, a otra superficie que puede ser plana, cóncava, convexa o la combinación de todas ellas gracias a un tampón, fabricado con un elastómero sintético, que se adapta perfectamente a formas irregulares.
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les, tintas, cajas, herramienta y máquinas de impresión como todos los días me encontraba apresurado por terminar lo que estaba haciendo al momento, trabajando y escuchando la radio a la vez, pero sin curiosidad, con poca atención de lo que el locutor de la estación comentaba y lo que para mí sonaba a una remembranza del temblor del 85. La que personalmente considero que constituye un obituario esencial en la memoria de una incontable cantidad de personas. El carismático presentador, si no mal recuerdo, mencionó como la gente se organizaba en orden y sin prisa para llevar a cabo en los distintos puntos de la ciudad el mega simulacro a salud de dicho evento, atendiendo las órdenes de los brigadistas y siguiendo al pie la letra los protocolos de seguridad, pero puntualizando en cómo la gente cumplía de manera ordenada, armoniosa y con cierto aire de empatía los lineamientos propios del ejercicio de evacuación. En contraste con la narración de la emisora, seguí trabajando al tiempo que comenzaba a evocar las diferentes historias que mis familiares, conocidos y amigos cercanos me habían contado con lujo de detalle. Instantáneamente llegó a mí mente uno de los muchos relatos que con certeza habitará en mí memoria por el resto de mis días. Mauricio un entrañable amigo mío que en aquel tiempo tenía apenas 12 años de edad me describió lo que vivió ese día. A consecuencia de la separación de su padre, él y su mama se acababan de mudar un mes antes del temblor para trabajar en aquella zona cercana al centro histórico. El día del sismo el edificio frente al suyo se vino abajo por completo y parte del edificio donde él vivía, los escombros llegaban hasta la puerta de su departamento. Una vez fuera miró con incontenible tris-
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teza como muchos de sus amigos y vecinos quedaron debajo el derrumbe entre bloques de cemento, varillas, vigas, muebles y pertenencias destruidas por el desplome, además de escuchar los gritos de dolor de la gente que aún estaba con vida, no podía evitar sentir una gran sensación de impotencia. Lo único que pudo hacer fue salir de lugar impulsado por la curiosidad de un par de sus amigos para contemplar la misma escena en diferentes puntos de la colonia. La peor parte sucedía por las noches al tener que regresar al departamento sin energía eléctrica y tener que soportar los lamentos de la gente debajo de los escombros durante toda la noche, al tiempo de recordar lo que había visto en una inocente inspección en la zona como partes de cuerpos desmembrados de la gente que estaba entre los escombros. Seguía escuchando la radio sin contemplación bajo un ambiente de tranquilidad que es común percibir durante los días flojos dentro de la plaza, pero receptivo por la tarea que estaba realizando y a la vez reflexionando en lo terrible y complicado que debió ser atravesar por una eventualidad de tal magnitud y también en lo que yo pudiera haber hecho al respecto ante tal situación, de tal manera que mi mente llego al punto de divagar un sinfín de escenarios y posibilidades. De pronto, durante la transmisión aún con el tintero en mis manos, súbitamente sonó la alarma sísmica, acompañada de movimientos impactantemente fuertes y muy firmes que hacían fácilmente parecer al lugar endeble, como hecho de cartón y de goma y no de concreto y acero. Rápidamente mis sentidos se activaron al punto de sólo pensar en salir lo más rápido de las instalaciones de la plaza. Uno de mis primeros reflejos al escapar de ahí fue ir en busca de mí hermano y mi papá local por local gritando sus
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nombres, pero los fuertes movimientos me impedían correr con soltura, ya que era muy complicado hacerlo mientras la tierra se movía de esa manera (ahí reconocí la abismal diferencia entre un simulacro y un temblor de verdad.) Sin dejar de preservar mi integridad física y en la medida de lo posible la de los demás finalmente salimos de la plaza, algunos muy alterados y nerviosos. Claramente se podían escuchar entre la confusión comentarios de desesperada oración, implorando que los tremendos movimientos se terminaran pronto, sin embargo, son minutos que se vuelven largos y angustiosos. Mi único panorama al salir a la calle fue contemplar a mucha gente hincarse, uniendo las palmas de sus manos e inclinado sus cabezas en señal de súplica en plena calle 5 de febrero por entre los carros, camiones y demás personas notablemente inertes y asustadas. Una atmosfera de confusión, miedo e incertidumbre prevaleció durante ese impactante momento. Resguardado y alerta con mi hermano y mi papá bajo la marquesina de la plaza miraba asombrado como los edificios, árboles, postes y cables de electricidad se agitaban con tal facilidad que sólo podía pensar en el imponente y violento poder de la naturaleza y en la fragilidad que nos constituye estar frente a un terremoto como el de ese día. Al mismo tiempo no podía evitar pensar con agitación y nerviosismo en la condición de mí madre que se encontraba sola en casa en ese preciso momento, ya que la comunicación y la energía eléctrica se encontraban suspendidas al momento. Una vez que terminó todo, firmemente conmovidos y un tanto alterados decidimos cerrar y volver a casa. En el ambiente se instaló una atmosfera de pánico y sobresalto por la agitación colectiva. Caminado sobre la avenida Tlalpan a la altura de la
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estación Chabacano era posible observar a varios negocios de la zona bajando sus cortinas, además de muchas personas regresando a sus hogares a pie porque el servicio del metro y transporte público se detuvieron por un tiempo. Era francamente inevitable percibir la sensación de aflicción y desconsuelo a medida que regresábamos. Llegando finalmente a casa pude ver con alivio como Teresa, mi madre, nos esperaba afuera para recibirnos con un abrazo de esos que sólo ella sabe dar. El día siguiente, ya un poco más tranquilo, recostado en mí cama, reflexionando sobre lo sucedido no pude evitar sentirme agradecido por estar bien, por estar con vida y tener el privilegio de seguir en la lucha diaria por mis sueños, incluso pensando que ese día no fue más que un recordatorio de lo afortunado que somos al estar vivos y apreciar con mayor intensidad la oportunidad que tenemos hoy para disfrutar de un día más de vida. Sin embargo, aún no es tiempo de agregar el punto final a esta crónica, ya que es relevante mencionar que este impacto nos invitó a contemplar un panorama diferente de nuestra realidad, sacudiéndonos de distintas formas, más allá del plano físico, provocando un cambio en nuestra manera de pensar. En cierta forma no es hasta que un momento de tensión y de amenaza nos impulsa a reaccionar para descubrir con asombro ¿De qué estamos hechos? o ¿Hasta dónde somos capaces de llegar? Ahora bien, en contraste con el cúmulo de emociones es inevitable pensar que este evento nos expulsó de un estado de letargo en el que vivíamos hacia un despertar reaccionario que nos obliga automáticamente a la búsqueda de un cambio en nuestras vidas.
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En mi opinión, este impacto es precisamente el motor que nos incita a mejorar como personas, con miras a conseguir nuestros mayores anhelos y seguir adelante. Ya que se demostró que la vida se puede terminar en un instante. En este sentido pienso que debemos ver esta sacudida como el mecanismo que nos impulse a llevar a cabo todo eso que deseamos .Si nos atrevemos a adoptar esta experiencia como una nueva forma de vida, fundamentada en la noción de que somos seres efímeros, pero en gran medida excepcionales. ♦
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Cuando la tierra nos sepulta Julio Canek Gonce Castillo
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l pasado 19 de septiembre del 2017, nuestro país experimento una fuerte sacudida que emergió desde la tierra. Un fuerte movimiento telúrico se hizo presente aquel día, el cual está marcado como uno de los peores días de nuestra historia mexicana, en cuanto a desastres naturales se refiere. Como cada año y con la consigna de no olvidar a los caídos y a los sobrevivientes del terremoto de 1985. Nuevamente y sin imaginarlo otro terremoto de fuerte magnitud se presenta casualmente otro 19 de septiembre con magnitud de 7.1 grados Richter, menor que el del 85, pero que de igual forma causo muerte y destrucción. Al igual como muchos habitantes y vecinos, jamás pude imaginar que un terremoto pudiera coincidir con la fecha exacta de uno que aconteció hace 32 años. Las únicas variantes que se lograron resaltar fue que en esta ocasión el terremoto sucedió por la tarde 13:14 h, las intensidades registradas de ambos movimientos, los epicentros localizados, los daños y afectaciones estructurales cobraron muchas vidas, dejando una ciudad temerosa, con la incertidumbre de lo que pasaría con sus hogares y a la par, ciudadanía que brindo apoyo necesario, llevando víveres a los rescatistas y dando ánimos a la gente que se encontraba bajo los escombros. Ante la especificación del simulacro sísmico que sona-
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ría de forma luctuosa en memorial y como un llamado a estar siempre alertas, aquel simulacro paso tan desapercibido como si no se quisiera alterar a la población ya que se escuchaba con muy poquito volumen. En las calles aledañas a mi hogar se escuchó con muy poco volumen haciendo que muy poca gente se diera cuenta, otras más asustadas salieron con temor, otros con risas y en tenor de burla mencionando “eso sólo era un simulacro”. Ni yo mismo, ni mis hermanas que en casa nos encontrábamos, supondríamos que después del medio día los gritos de mi madre nos llamarían con miedo, “vengan” se está moviendo mucho el edificio. Y nos dice: ¡está temblando!, inmediatamente la tierra se estremeció fuertemente el departamento del segundo piso donde vivimos comenzó a tronar, las paredes se movían y crujían. Mi hermana la menor temerosa gritaba y lloraba, inmediatamente le pedí abrazar a su bebe, le indique que se e inclinara para cubrirla y protegerla, le pedí a mi hermana la mayor que se pusiera encima de ella para protegerla por si algo mas grave pudiera pasar. Mi madre se colocó en la puerta de entrada, mientras yo me colocaba agarrando a mis hermanas y con otra mano sujetaba a mi perico de su jaula, mis gatos corrieron asustados y se fueron al cuarto a esconder. Inmediatamente nos quedamos sin energía eléctrica, así lo mencionamos mientras el movimiento seguía sacudiendo fuertemente a la ciudad, a nuestros vecinos a miles de personas que se encontraban en el trabajo, la escuela o en sus casas. Una vez que el movimiento cesó y detuvo su furia, respiramos profundo, inmediatamente salí a verificar si había daños en el edificio, ya que algunos de los vecinos con los que compar-
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timos el lugar por el miedo se mantuvieron en resguardo dentro de sus casas. Afortunadamente no paso a mayores, no hubo daños en nuestro hogar, solo algunas pequeñas grietas y objetos personales que cayeron dentro de nuestros departamentos. Luego verificamos nuestros teléfonos para buscar noticias e informarnos de lo que había acontecido y lamentablemente los medios radiofónicos daban cuenta de malas noticias: escuelas caídas, edificios desplomados, mucha gente atrapada y cifras de muertos que veían su incremento conforme los minutos, los segundos y las horas pasaban. Una pronta incertidumbre, tristeza por escuchar a los reporteros mencionar lo que en las calles acontecía, nos acongojábamos en casa, sacados de onda no asimilábamos lo que sucedió, sacudidos internamente por los daños que a su paso ocasiono el terremoto, y a su vez estábamos incomunicados no había red telefónica, no sabíamos que era de nuestros seres queridos. El esposo de mi hermana llego casa para ver si ella estaba bien y su hija de igual forma, pasadas unas horas, comimos unas quesadillas, mientras hablábamos y exponíamos nuestras impresiones ya que era importante generar un ambiente de paz y armonía. Inmediatamente le pedí a un vecino me prestara su bicicleta, me encontraba preocupado por mi novia, ya que ella vivía en un tercer piso. El vecino sin problema me la prestó, le dije a mi familia que saldría a ver como estaba mi novia y sus papás, y que haría una inspección de la zona, para ver si en casa de unos familiares estaban bien. Una vez que llegue a casa de mi novia vivía, la encontré en el patio junto a sus familiares resguardándose, la vi bien y
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le pregunte ¿cómo te encuentras? Ella me respondió bien y en casa también, a mí me agarro el temblor en una avenida, ya que venía del trabajo. Luego entonces la abracé y me quede a platicar un rato con ella, me mencionó que me marcó pero que no tuvo éxito y le mencione que la red telefónica estaba fallando, además mi teléfono se había descargado por completo. Una hora después de cerciorarme que ella y sus familiares estaban bien me retiré, tomé la bicicleta y fui donde viven unos familiares, para ver si estaban bien, no había nadie y un tío que fue a verlos me comentó que no estaban que habían salido con otra tía. Regresé a casa y seguimos informándonos, mi hermana recibió una llamada de un primo y le comentó que estaba bien, se encontraba en la biblioteca Vasconcelos, pero que cuando escucho de los derrumbes salió inmediatamente a apoyar. De igual forma, yo ya me encontraba preparando mi mochila, quería salir a apoyar, empecé a organizar lo que pudiera servirme, cuerda, lentes, guantes lámparas, alcohol, navaja y casco ya que lo más próximo era llegar a los edificios que resultaron afectados en la colonia Lindavista. Aproximadamente a las 23:00 h, mi primo llego a casa y nos contó que la marina y los policías no lo dejaron apoyar, nos cuenta que el panorama en la Roma y Condesa era triste, pero que había muchos estudiantes y jóvenes apoyando. Por lo tanto, decidimos salir al otro día lo más temprano posible a brindar nuestro apoyo y servir como rescatistas La luz no funcionaba, nos alumbramos con velas y lámparas. Mi primo se retiró a su casa, lo acompañé con mi hermana para asegurarnos que llegara bien.
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De regreso, las calles silenciosas, poco movimiento, gente con lámparas; una vez que llegamos a casa seguimos charlando un poco y alrededor de las 02:30 h empezó a llegar la luz y así pudimos restablecer contacto con amistades. Enseguida nos acostamos para tratar de descansar, yo me tenía que levantar a las 06:00 h, y así empezó la labor de salir a apoyar a la gente que sufrió a partir del sismo. En punto de las 08:30 h decidí llegar a la ex textilera de la obrera, mientras mi primo y su novia acudirían a Taxqueña a apoyar. En la obrera el panorama estaba triste, muchos policías. Había soldados que limitaban el apoyo de la población, pero me las ingenié como muchos para poder entrar a la zona acordonada y picar o mover piedras ya que teníamos la convicción que encontraríamos más gente con vida. Pero a su vez miraba una desorganización por parte de las autoridades, a la hora de afrontar tal suceso. Lucha de egos, de supremacías, limitaban la acción inmediata por rescatar a gente que posiblemente se encontraba bajo los escombros. Ahí en la obrera se habla de rescatados, otros que jamás vimos ningún cuerpo, solo un panorama devastador y evidenciando en la ineficiencia de las autoridades del gobierno para operativizar ante este hecho lamentable. Mi labor en la col. Obrera terminó y la de muchos cuando las maquinarias y los policías negligentemente ya no dejaban que apoyáramos. Y por consiguiente decidí seguir apoyando en varios lugares y sumar una resistencia social la que pocas veces se logra observar. Hoy nos tocó vivir un martes negro, un martes de mucho movimiento, un martes de mucho dolor y sufrimiento, las huellas del pasado 85 no habían cerrado por completo y ahora 32
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años después, se han abierto y ¿Qué haremos por nuestra gente, por nuestros muertos y los damnificados? ♦
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Removiendo la rutina Alicia Rodríguez
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omo cada mañana mi rutina comienza a la salida del sol, la noche fue dura y mi descanso fue en un abrir y cerrar los ojos, la preocupación y el miedo me invadieron formulando distintas ideas en mi cabeza. Mis abuelos y mis padres ya me habían contado sobre un acontecimiento similar en 1985. Me levanté para comenzar mi rutina, pero con sospechas y aún ciscada por el sismo de hace tres noches, eran aproximadamente las 0:00 h, (me encontraba en la habitación que rento como estudiante en un primer piso, ubicada al norte de la ciudad. Sucedió mientras leía un libro académico sobre interculturalidad, al principio no logré escuchar la alarma porque tenía música a volumen alto y creí que eran los tamales como es típico de la Ciudad de México, pero fue raro, me di cuenta que el agua que tenía para beber en un vaso de cristal, se agitaba fuertemente y sonó el timbre de mensaje en mi teléfono, donde me alertaba un querido amigo diciendo: ¡Está temblando! ¡Ponte a salvo!, bajé las escaleras, abrí la puerta y salí. Afuera no había mucha gente, sólo algunas personas pese a los brucos movimientos que aún continuaban. De pronto y a lo lejos se veían rayos de luz que iban de la tierra al cielo, mientras esto ocurría, se escuchó el tronido de algún transformador eléctrico que dejó sin luz a la colonia vecina.
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Alicia Rodríguez
Me encontraba asustada y olvidé por completo las medidas de seguridad que debía de tomar, afortunadamente mi apreciada amiga Nayeli Arteaga estaba fuera de su casa y me gritó un par de veces hasta que reaccioné, fui corriendo cuidadosamente al final del callejón de enfrente, hasta donde estaba ella. Me sentí mejor pues me tranquilizó y me pidió que estuviera alerta por el lugar en que me posicioné. Acertó diciéndome que es peligroso ponerme bajo los cables de alta tensión y me pidió que fuera hacía ella si ocurría algo similar o igual. Minutos después de tranquilizarme y charlar fui a casa a tratar de dormir. Sólo lo puede lograr a ratos después de ese día. El 19 de septiembre me encontraba exprimida por el trabajo, ganándome el sustento, “en la oficina de mensajería de las nuevas tecnologías y la exigencia del pronto consumo”, para ser exacta en el área de redes sociales, haciendo llamadas y mandando correos, de por sí es un trabajo acelerado y sobre todo con presiones. Pues bien, en el escritorio de la entrada, a mano derecha estaba sentada, tomando notas de algunas actividades y pendientes, era medio día y sonó la alerta sísmica, me paré de mi asiento, le dije a los que se encontraban en el edificio (esté se encuentra en la colonia Roma Norte) en realidad no es un edificio grande ni ostentoso, ya que la empresa es nueva, no tiene mucho tiempo en el mercado. Mi jefe recién rento esté edificio que es de un piso y una planta baja, más que un edificio parece una casa transformada en oficina. Entonces cuando escuché el chillido de la alarma y la voz mecánica anunciando “¡Alerta sísmica!, ¡Alerta sísmica!, ¡Alerta sísmica!” di aviso, mi jefe y los demás casi me veían con vergüenza, pues me dijeron que era normal aquel aviso en conmemoración del 19 septiembre de 1985. Parecía que todos
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lo sabían. Así que mi jefe pidió que saliéramos de forma ordena y con calma. Desde que salimos supe que algo no estaba bien e incluso me atreví a mencionarle a quienes compartimos en el trabajo “¡Va a temblar! ¡debemos ser precavidos!, no es por nada, pero no sabemos si va a pasar”. Vi tal vez en mi delirio, por el susto, que todo no parecía normal. Como si al salir el viento los árboles y mi alrededor me lo dijera, ni yo me explico cómo fue. Tal vez quedé asustada con el sismo anterior, por lo tanto, quede en alerta. Eran las 13:16 h. y el ruido mecánico de la ciudad cambió por completo el mismo día, a partir esos precisos minutos, la tierra se movió de tal forma que muchos no pudieron resistir esa lucha. Cuando la tierra se movía, las puertas de mi edificio se movían, las ventanas y los candelabros, solo grité: ¡salgan está temblando!, ¡salgan! mientras yo salía se movía de tal forma que era brutal y de pronto ¡PUM!, un estallido, luego todo gris, el suelo se abrió y olía a gas. Yo atónita no sabía qué hacer, tomé la calma, me puse al centro y vi la vida pasar en minutos, la tierra seguía agitándose. Rápidamente en menos de cinco o diez minutos después del derrumbe que provoco ese ¡PUM!, el edificio de la vuelta que se convirtió en ruinas ya estaba rodeado. Pude tomar mis cosas, mientras caminaba el caos se hacía presente por todas partes, veía personas recibiendo atención médica, un hospital de enfrente con todos los pacientes saliendo, un parque con palmeras y arboles viejos y grandes derrumbados. Una madre llorando, suplicando que le dejar subir a un auto para rescatar a su hija, los medios de transporte saturados y sin servicio, no había energía eléctrica, edificios caídos, camine y camine, no pude llegar a mi casa hasta el otro día, afortu-
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nadamente un amigo fue a mi rescate y abrió su casa para mí y para otros en la misma situación. Yo seguía en shock, no pue conciliar el sueño. Al otro día llegando a casa mi madre, estaba en la puerta, me dio tiempo de abrazarla un instante, ya me estaban esperando mi prima y mi tía con cajas llenas de tortas, agua, medicamentos y más cosas para llevar a quienes incluso aún seguían atrapados debajo de los escombros causados por el sismo. Subimos al auto y llegamos a San Gregorio. Dejamos las cosas, hicimos cadena humana pero no llegamos hasta los barrios o colonias afectadas pues el ejército y marina no lo permitieron, pero en realidad no supe que paso, ayudamos en medida que pudimos y nos fuimos a casa al anochecer. Dos días después fui por mis cosas al trabajo y pedí vacaciones emergentes, así que partí al plantel Centro Histórico de mi universidad, la UACM, varios compañeros ya se encontraban buscando la forma de incluso como llegar a otras partes de México, Guerrero, Puebla, Oaxaca, Chiapas, etcétera. Muchos fueron afectados por el temblor. Quedé dos días en guardia en el campamento que se formó, y vi lo más triste, pues ellos seguían en búsqueda de personas atrapadas, pero salieron tristes y llorando, “¡Estamos perdidos, la humanidad no existe!” dijo un compañero, pues ahora querían recuperar las empresas, además de que muchas cosas chuecas no podían salir a la luz, por lo tanto, sobrevivientes tampoco, hasta ahora no supe que pasó en la calle de Chimalpopoca con las mujeres costureras que nunca hicieron públicas, las listas de personas, ni datos de los hospitales a los que se enviaron los que sobrevivieron. Todo fue bloqueado, los acopios decomisados y se pidió que acabará la ayuda. Hasta la fecha siguen las afectaciones y el país y su
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economía también, sigue el caos porque miles de familias perdieron sus casas y comercios. Sus locaciones, pero mucho se dijo en los medios que se ha vuelto a la normalidad. ♦
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Un día como si fuera normal Mónica Anguiano
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omo cualquier otro martes, después de terminar mis clases en la universidad, me dirigí a las oficinas centrales de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) a realizar trámites administrativos. Salí del metro Niños Héroes y decidí tomar un taxi, pues no sabía con exactitud dónde quedaba, ya que era la primera vez que iba; pero sin tener éxito de encontrar el lugar decidí regresar. De regreso al metro sentí un ligero mareo, que supuse que era porque no había desayunado nada y seguí caminando, al llegar a la esquina de una farmacia vi como las trabajadoras salían corriendo y en ese preciso momento la alerta sísmica ya sonaba muy fuerte por toda la colonia. Me detuve en un poste para no caer y pude observar como todos los camiones, coches particulares y taxis se detenían, los trabajadores como mecánicos, carpinteros, las señoras de los puestos de periódicos, salían de sus locales y se hincaban a rezar, yo estaba agarrando el brazo de un mecánico. El movimiento fue tan fuerte que escuche detalladamente el sonido de una barda que cayó y los gritos de varios estudiantes de una universidad de la zona. Al estar ahí parada y escuchar el sonido de las ambulancias, supuse que algo muy fuerte acababa de pasar, saque mi celular y no tenía red, estaba angustiada por mi mamá, mi
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Mónica Anguiano
hermano, mi novio y mi papá. Me acerque a una tienda donde tenían el radio encendido y escuche la magnitud del sismo, así que camine rápidamente al metro el cual no daba acceso, pues había que esperar algunos minutos para ingresar a él. Guardé mi celular y me quede sentada afuera del metro muy asustada esperado a que mi mamá se contactara conmigo, mientras esperaba que sucediera eso se acercó un muchacho y me pregunto para donde iba y le comente que iba a la colonia roma y me dijo que él también que iba muy cerca y que si nos íbamos juntos. A mí no me dio confianza irme con un extraño y le dije que no, que me esperaba a que funcionara el metro así que el decidió irse. Una policía me dijo que corriera al metro, ya que iban a dar el último viaje así que compre un boleto y me subí, posteriormente me baje en la estación centro médico y transborde rápidamente a Chilpancingo para ir a ver a mi mamá a su trabajo. Al llegar al metro fui al hospital “Dalinde” por ella, corrí a abrazar mi mamá me dijo que estaba con los doctores sacando a todos los enfermos porque había muchos daños en el hospital, no supe que hacer estaba triste, nerviosa, preocupada. Empezaron a funcionar los teléfonos alrededor de las 15:00 h, yo estaba llamando a mi familia pero sus teléfonos no funcionaban. Me senté en la banqueta junto con otros doctores, hasta que se acercó uno y me pidió ayuda para detenerle la pierna a un señor que en el momento del temblor estaba en cirugía y no pudieron continuar ellos le estaban volviendo a colocar el suero y todo el medicamento que el señor debía tener, estuve ahí por dos horas y no veía a mi mamá ni podía tener contacto con ella. Pasaron esas horas y volví a llamar, mi papá logró contestarme y me dijo que estaba bien que no me preocupara mi
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Un día como si fuera normal
hermano estaba en casa de mi abuelita, así que decidí llamarle a un tío que trabaja con mi mamá y él fue el que me dijo que ya estaba con ella, así quedé de verlos en un lugar en específico pero se volvió a cortar la red y no los localizaba era tanta la gente que había en las calles caminando, el olor a gas en la colonia Roma, era bastante fuerte, la gente estaba fuera de sus casa por los daños, niños llorando y toda la gente viendo las noticias, queriendo contactar a su familia, hasta por los teléfonos públicos. Mis amigos me llamaron muy preocupados por mí, porque ellos en el momento del temblor estaban en la universidad, les dije que estuvieran tranquilos, que estaba bien, en busca de mi mamá. Mi novio fue el primero en localizarme ya que a él, lo dejaron salir inmediatamente de su trabajo, debido a que en el aeropuerto también había sufrido de daños. Así mismo decidí ir a buscar por varias calles a mi mamá y al ver que no la encontraba intente tomar camiones y taxis a mi casa, pero ninguno se detenía, así que caminé por todo el microbús hasta que en Etiopía, una camioneta grande se detuvo y dijo que nos acerca al oriente de la ciudad y decidí subirme, iba con muchos desconocidos. La camioneta me dejó en el CCH oriente, me bajé y caminé a mi casa que está muy cerca, llegue a mi casa abrí la puerta y me senté a abrazar a mi perrita, prendí la televisión y les llame de mi casa a mi familia, mi mamá logró contestarme y ella ya también iba para su casa, sentí una tranquilidad inmensa cuando escuche su voz, así mismo me comí un bolillo y me metí a bañar para tranquilizarme un poco. Como lección o aprendizaje de esta situación puedo decir que no me gustaría volver a vivirlo y menos lejos de casa, el amor y la preocupación que surge en ese momento por tu fa-
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milia y seres queridos no se puede comparar con nada, aprendí también que la gente que menos esperas es la que te da su mano y te brinda apoyo. ♦
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Voz de Arturo, un niño de 11 años: El temblor me cambio la vida
Gabriela Salgado
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na semana antes del sismo del 19 de septiembre, había temblado por la noche, después de ahí quedé muy asustado. En la mañana del 19 de septiembre del 2017, desde que me desperté mi mamá me dijo que no me fuera a espantar, ya que se había programado un simulacro las 11:00h, en conmemoración al sismo de 1985. Bajé a la sala, tome mi mochila, prendí la televisión y le cambié a las caricaturas. Me puse a hacer la tarea porque no la había acabado. A las 11:00 h, sonó la alerta sísmica, me asuste un poco pero no salí corriendo, ya que sabía que no era real. Tenía tanta flojera de hacer la tarea ¿Para que la hacía? sí finalmente mi maestra no la revisa, pero mejor la hice, no vaya a ser que sí la revise. Mi papá y mi hermano se despiertan desde las 6:00 h, para poder llegar a tiempo a su destino. Mi hermano va a la escuela cerca de Xochimilco y mi papá trabaja hasta Insurgentes, yo no conozco donde queda, pero sé que es algo lejos. Mi mamá estaba calentando el desayuno, era lo que habíamos comido un día anterior, pollo con mole y arroz, a mí la verdad no me gusta eso, así que preferí comer caldo de pollo con arroz.
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Mi mamá llevaba rato gritándole a mi hermana para que bajara a comer, ya estaba todo servido. Yo sólo estaba guardando mis cosas para irme a la escuela, estaba sentado en la sala agachándome para acomodando mis cuadernos, cuando de repente comencé a sentir como si brincara el piso, como si hubiera pasado un tráiler; pero para ser un tráiler era demasiado fuerte. En seguida de eso comencé a ver que la televisión y el espejo que estaba colgado arriba del sillón comenzaron a mecerse, al mismo tiempo empezó a crujir la casa, como cuando comienzas a romper un montón de galletas, parecía como si la casa se fuera a levantar. Escuchaba los vidrios como tronaba y en la cocina se podía escuchar como las puertas de la alacena comenzaban a moverse, se abrían y cerraban, como si quisieran zafarse para irse. La vajilla de mi mamá de diferentes platos, tazas y vasos comenzaba a brincar, chocaban entre ellos mismos. En un grito mi mamá nos llamó a mi hermana y a mí ¡Está temblando! ¡Está temblando! yo estaba tan espantado que no sabía qué hacer, apenas y nos podíamos mover, cada paso que daba sentía como si el temblor me fuera a tirar. Como pude caminé hasta la puerta y mi hermana no sé cómo bajó las escaleras tan rápido, si yo ni siquiera podía, cuando volteé a ver al piso me di cuenta que había bajado tan rápido que se le olvidó ponerse los zapatos. Yo no podía creer que no hubiera sonado la alerta sísmica, mi mamá y mi hermana decían que sonó después de tiempo, que no había dado tiempo de salir o prepararse. Recuerdo que parecía que las cosas pasaban muy lento, no podía moverme, mi mamá me jalaba del brazo, mientras mi hermana trataba de abrir la puerta para salir al patio, se hacía
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Voz de Arturo, un niño de 11 años: El temblor me cambio la vida
difícil mantenerse de pie en un solo lugar, ya que el mismo movimiento te jalaba. Entre todo el movimiento de la casa, se cayó la jaula de mi cotorro y fui corriendo a recogerla, el pobre movía sus alas desesperado, es una lástima que no pueda volar. En ese momento mi hermana logró abrir la puerta me ayudó con la jaula y trato al mismo tiempo de agarrar a la gata, pero en cuanto se acercó mi hermana a ella, la gata salió corriendo, estúpida gata pensaba que estaban jugando con ella; en eso mi mamá me sacó del brazo. Todos nos arrinconamos en el patio recargados en el coche y lejos de las bardas. Yo y mi hermana abrazamos a mi mamá, yo quedé en medio de ellas pero aun así, no podía dejar de escuchar y sentir todo lo que sucedía. El coche se tambaleaba hacia adelante y atrás, se escuchaba como el agua de la cisterna chocaba con las paredes, fue tan fuerte que el agua se salía aun teniendo tapa. Las plantas de mi mamá se mecían al mismo tiempo los árboles de la calle, a lo lejos se escuchaban los gritos de los vecinos y vidrios rompiéndose. Yo solo quería que todo pasará, me trataron de tranquilizar, no comprendo cómo me pedían que me calmara sí ellas estaban igual de espantadas que yo. Mi hermana trataba de no llorar y mi mamá de no gritar. No podía creer que durará tanto, era imposible moverse, pero el movimiento nos mecía hacia adelante y atrás, nosotros no podíamos hacer nada para evitarlo. Siento que es un poco contradictorio cómo se van planteando las ideas: no nos podemos mover pero nos mueven y no podemos ni caminar. Poco a poco el movimiento comenzó a parar, cuando todo se calmó esperamos un rato en el patio. Mi hermana del susto bajó
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con el celular en la mano porque estaba hablando con su novio cuando comenzó a temblar, ella trató de hablarle a mi papá y mi hermano comenzó a buscar señal pero no tenía señal. Decidimos entrar a la casa para ver los daños, la vajilla de diferentes platos y tazas de mi mamá estaba a punto de caer, las puertas de la alacena estaban abiertas de par en par, las silla se habían movido de lugar. Las sillas del comedor una cayó y las otras se movieron. En mi cuarto mi colección de alcancías se cayeron y mis figuras de madera de dinosaurios estaban acostadas. Del tocador de mi hermana sus cosas estaban en el piso: cremas, cepillos y unos collares. En el baño de abajo los azulejos se cuartearon, estaban sobrepuestos, no se cayeron pero se levantaron. No había luz, ni mucho menos televisión, teléfono e internet. Ante la desesperación mi hermana prendió el radio del coche y pudimos escuchar las noticias. En todas las estaciones no había música, todos hablaban del sismo: de los edificios caídos, las zonas con más daños, personas desaparecidas, pidiendo ayuda para que fueran a sacar a las personas de los escombros y dando indicaciones de seguridad. Mi mamá aterrada trataba de ser fuerte, mi hermana también se estaba muy espantada pero aun así no lloro. Todos estábamos en shock, no nos mirábamos solo teníamos la vista perdida, no podíamos creer el caos que había pasado. Nos metimos a la casa y de un radio que me trajeron los Reyes Magos, seguimos escuchando las noticias, las zonas que habían tenido más daños. Mi mamá en cuanto entramos a la cocina nos dio un limón a cada uno, nos sentamos en la mesa para intentar desayunar, yo sentía el estómago raro y mucho miedo. Mi mamá y yo pudimos comer pero mi hermana no comió nada.
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Voz de Arturo, un niño de 11 años: El temblor me cambio la vida
Al poco tiempo llegó mi abuelita con uno de mis tíos, también había venido mi prima con la que siempre juego y traía y su perrita Ginger. Nos preguntaron que cómo nos sentimos, si estábamos bien y si sabíamos de los demás; mi mamá le decía que no había modo de comunicarse con nadie. Mi abuelita le pidió a mí mamá que sacará el tequila y que tomaran un poco para bajar el susto. Mientras platicaban en el comedor, mi tío se salió al patio y se puso a marcarle a todos uno por uno, pero nunca se pudo comunicar mí hermano. Después de rato se fueron mi abuelita, mi tío y mi prima y mi mamá aunque estaba espantada se puso hacer la limpieza y la comida. Durante el transcurso de la tarde se podían escuchar por los altavoces las medidas de precaución. Me acosté en la sala, no quería volver a subir, que tal si volvía a temblar y me agarraba en la parte de arriba, yo estaba aburrido me puse a jugar con el Gameboy y esperar a que llegara la luz. Más tarde llegó mi hermano, llegó más tarde que de costumbre, dijo que no había transporte y el poco que había estaba lleno, nos contó que en su escuela se habían cuarteado paredes y el piso del patio se levantó. Llegó mi papá y nos dijo que lo dejaron irse temprano por lo del sismo, que él no pudo bajar y tuvo que estar dentro del edificio, hasta que parará. Pasaron las horas y no nos podíamos comunicar con nadie, hasta justo antes de anochecer por eso de las 6 de la tarde llegó la luz, pero no había señal de televisión. Mi hermano y mi papá bajaron una antena así pudimos ver las noticias. Cuando lo escuchas en la radio sientes feo, saber lo que paso; pero ya ver las imágenes y los vídeos por tele-
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visión era peor, todos hablaban sobre el sismo y los vídeos que habían en internet. Fue muy feo ver lo que la gente paso, ver las imágenes de los edificios que habían caído. Yo no sabía si habría clases y en otro noticiero dieron el aviso de no iba haber clases de todas las escuelas, hasta nuevo aviso. En la cena yo me puse mis audífonos, mientras jugaba y pude escuchar a mi papá que le decía a mi mamá que en una maleta metiera dinero, documentos de todos, agua y medicamentos. Por si acaso, en caso de que volviera a temblar al menos ya estaríamos un poco preparados, pero aún así nunca hicieron la maleta. Esa noche yo no pude dormir, me costaba cerrar los ojos y cualquier ruido me despertaba. Escuchar alarmas o ruidos parecidos a los de la alerta sísmica me ponían muy nervioso. Sí pasaban los tráilers y movían el piso, pensaba que estaba temblando de nuevo y empezaba a imaginar cosas feas ¿Sí tiembla y se cae la casa? ¿Si no escuchó la alerta sísmica? Las alarmas de los coches en la calle, el ruido de los aviones, cualquier ruido me hacía brincar del miedo que tenía. Al día siguiente se sentía el día muy raro, como cuando estas triste, solo que no lo estaba pero así se sentía y luego el día estaba gris y con un poco de lluvia. Acompañe a mis papás al tianguis, mi hermana no quiso ir, se quedó acotada en el sillón con pijama y viendo la televisión, no tenía ganas de cambiarse o salir. Yo la vi muy triste y en el tianguis le compre una nieve de cereza, porque se le gusta ese sabor, cuando llegue a la casa se la di y me dio un abrazo. Pasaron los días y me di cuenta que no era la único que no podía dormir y que tenía miedo de que otra vez volviera a temblar, todos tenían miedo; pero una noche
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Voz de Arturo, un niño de 11 años: El temblor me cambio la vida
mi hermana fue al cuarto de mi mamá y comenzó a llorar, me pare a consolarla junto con mi mamá y nos quedamos a dormir los tres en la misma cama, estábamos apretados pero por alguna extraña razón no me molestaba al contrario, me hacía sentir bien. Al día siguiente lloré y me sentí un poco mejor, los días fueron pasando y no se hablaba del sismo. En la escuela nos hablaron sobre qué hacer en caso de que volviera a temblar e hicimos simulacros, no sabía que habían niños que sus escuelas se habían caído, hasta que un día llegaron los de otra escuela a nuestra escuela. Tomamos clases juntos y nos turnábamos en los deportes y honores a la bandera, hasta que un día les repararon su escuela y se fueron. Aún me siguen dando miedo los temblores y otras cosas, pero trato de tranquilizarme y no asustarme tanto. ♦
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En cuestión de segundos Gemma Sarahí Ramírez Reyes
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l rítmico sacudir de la tierra desemperezándose. El grito angustioso de la sirena terrenal despierta. En un edificio, un latigazo, una sacudida. En segundos, el estremecimiento mudo de muchas personas que no entienden lo que pasa, en sus rostros reflejan el terror. Salen de donde están, si pueden. Con la mirada, buscan un lugar seguro para protegerse, pero no saben hacia dónde avanzar. Los pies presurosos los guían hacia las escaleras en donde la gente se amontona y sus bocas están repletas del ruido del miedo que explota o se atora en sus gargantas. Aferran sus manos a otros cuerpos. Otros se quedan en donde están, con las manos aferradas a la nada; a una pared que se mueve. Todos los sonidos se unen con el crujir de las paredes, de las lámparas, de objetos azotándose. No esperan nada, la mente en blanco, la respiración agitada, las piernas temblorosas, piensan que morirán y lo inexplicable recorre su cuerpo. Dejan los objetos, sólo el celular es lo que importa salvar. Las pláticas se detienen, las reglas y recomendaciones no valen. Quieren huir de la naturaleza y de lo que los mismos humanos han construido. Imágenes que se quedan grabadas no sólo en la memoria de las personas, sino también en los celulares. Y la sirena continúa su cantar. Los amantes interrumpen su ansiedad: la ebriedad de estar juntos; el abrazo estremecedor; su instinto carnal; los mor-
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disqueos y los besos sedientos; el jaloneo de las manos sobre el cabello, sobre los hombros, los muslos y las piernas temblorosas se repiten. El momento cumbre lo dejan sobre la sábana para levantarse despavoridos y salir del cuarto que ahora podría convertirse en su tumba. Recuerdan el pudor y las ropas de las que se habían despojado, que esperaban silenciosas sobre el suelo, la silla, la orilla de la cama. La ropa interior que había sido arrancada con brusquedad y que quedaron delicadamente acomodadas en un rincón, eran arrancadas nuevamente de su sitio en el que reposaban. La gente que no pudo salir, porque el edificio era de papel, porque estaban completamente encerrados, porque había quién los vigilara, sus captores los vigilaban ¿Tuvieron la oportunidad de volver a aparecer los que solamente vemos en fotografías con el título de “Le has visto”?, ¿el estremecimiento de la tierra habrá destapado tantas cosas, hasta los cuerpos clavados en ella? En cuestión de segundos, en algún otro lugar, muchas personas cayeron a la nada y los escombros sobre ellos, el piso abriendo sus fauces. Los semáforos y postes enloqueciendo y los árboles sacudiéndose alegremente la basura que había sobre sus hojas. El cuerpo inservible, los edificios muertos y con ellos lo que había en sus entrañas, aunque existe el renacer para los que logran salir. Todo se detiene y la sirena duerme nuevamente sobre la tierra cuando ésta vuelve a descansar. Después los murmullos y las miradas se cruzan, ahora sólo queda ir a casa, toma demasiado tiempo. El tráfico enojado, y entre los escombros un desesperado abrazo infantil, y los gritos de cuerpos que aún no sucumben y el edificio de costura
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En cuestión de segundos
derrumbado hasta sus cimientos que después será removido con todo y mujeres. Uno corre por la calle con el celular apretado en su mano y graba con nerviosismo cómo una señora se desangra. Los pueblos de adobe rojo, alejados de la ciudad, sólo vieron el estremecimiento de la tierra derrumbarlo todo y lloran porque saben que tienen que empezar desde cero y sin ayuda de nadie, porque habrá gente con armas que estará tapando las carreteras y la ayuda no llegará, ni siquiera las promesas de los que están arriba. Ahora quedan ruinas. Las cámaras por todos lados, fotografías, videos, historias, lágrimas, Fridas. Gente caminando sin rumbo fijo por las calles. El tráfico, los gritos, la gente desesperada por llegar a cualquier lugar, los asaltos, la ansiedad por ayudar, por levantar escombros y recuperar gente, por donar cosas, por demostrar que no necesitamos a nadie de arriba –efervescencia que dura un par de días— y los de arriba poniéndose la bandera y tomando todo lo que pueden. Los cantantes estadounidenses donando millones. Donativos de agua, comida, cobijas, farmacias amontonadas sobre el suelo y mesas, que algunos revenderán aunque estén marcados. Después, el revuelo y la estupidez, los mismos que se burlaban días antes del sismo ocurrido por la noche y que estaban a salvo en aquel momento, fueron los que con hashtag estúpidos mandaban fuerzas a México con su fotografía personal incluida… Todo eso ocurre, en cuestión de segundos. ♦
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En ruta Norma Patricia Rodríguez Guerrero
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is labios jamás habían tenido esa sensación de frío, el cual estremeció mi cuerpo hasta la última célula. ¡Quería más! Así que pedí uno doble para llevar. Todos mis sentidos estaban centrados en él, en ese helado que el viejito del parque había preparado de forma artesanal, tal y como se lo había enseñado el papá del papá de su tatarabuelo… algo así, había comentado mientras tomaba el cono con su mano derecha y con la otra deslizaba suavemente la cuchara sobre la superficie del helado de chocolate. Mis ojos no quitaban ni un instante la vista de él; ese movimiento lento y cadencioso que aquel anciano estaba haciendo. Estaba tan ensimismada que nunca me percaté cuando tomó la servilleta y de un momento a otro, sin esperarlo, estiró su brazo fuerte, desprotegido del sol, ya había hecho mella en su piel. Nunca olvidaré el olor, el color, y esos pequeños tropiezos de chocolate que se derretían en mi boca mientras se deslizaban suavemente por mi lengua hasta caer en el hondo y profundo vacío de mi garganta; ese delicioso helado de chocolate, era el más grande y cremoso que jamás había visto, me lo acabé todo, toooodo. ¡Tooooooodo! Ahora sólo falta el crujiente barquillo color caramelo que había sostenido mi helado, cuando estaba a punto de darle una gran mordida al barquillo, el ladrido de Quesito ¡mi perro! y tres lengüetazos me hicieron despertar de inmediato, en eso se escuchó un fuerte y resonante grito
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de mi madre…. “¡¡¡Patriciaaaaa!!!Levántate que se te hará tarde para ir a trabajar.” No me quedo de otra, estiré mis brazos, mis pies, dí el último bostezo pegué un gran brinco para bajar de mi cama. Tardé menos de tres minutos para cambiarme, me fuí corriendo a la recámara de mi hermano para mirarme en ese grande y largo espejo frente a su cama; me peiné, agarré mi mochila, le dí un gran beso a mi mama y me fui corriendo para alcanzar el camión. El sonido puntual y estruendoso de la chicharra me decía que ya había acabado la jornada de trabajo. Recogí mis cosas de la mesa, me dirigí hacia la oficina donde se encuentra la libreta de asistencia, me despedí de todos; a la salida del zaguán se encontraba Doña Naty, con esa voz tierna que caracteriza a una señora de su edad me dijo: — Adiós preciosa, cuídese y váyase con cuidado—. Llegando a la estación del Mexibus recordé mi manzana. ¡Ni modos! Comeré hasta llegar a la Universidad. Al parecer había tardado en pasar el camión que va hacia el metro Rosario, la gente se conglomeró cuando llegó —decidí no irme en ese; el siguiente era metro Politécnico. Si esperaba otro se me haría tarde para llegar ala escuela. Decidí viajar de pie durante todo el trayecto. Había un cúmulo de gente tremendo. Era tarde, como eso de la una, algo así, la verdad ya ni quise sacar el celular para checar la hora. Estaba tan agobiada que sólo escuchaba voces a mi alrededor sin prestar atención de los comentarios. A lo lejos se percibía el color rojo del Mexibus, en ese momento la gente comenzó a acercarse cada vez más hacia la orilla, me empujaban tanto que pensé que de un momento a otro pasaría una catástrofe, pero afortunadamente hasta
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este momento todo estaba bien. El camión abrió sus puertas y ¡¡¡Zummmmmmm!!! Todos aventaron a todos para entrar —yo creo, también se les había hecho tarde—. Todo ocurría con normalidad; gente platicando, unos escuchando música y otros tantos dormidos, en cambio yo estaba agarrándome del tubo que se encuentra cerca de la puerta, estaba tan cansada de venir parada durante todo el trayecto que flexioné mi rodilla derecha para que mi pie descansara un poco, en esos precisos momentos se sintió un tremendo jalón, pensé que el camión se iba a caer, todos los que nos encontrábamos dentro volteamos a vernos unos a otros, como pudimos nos agarramos, el silencio fúnebre que prevaleció durante unos momentos fue roto por un grito femenino que no tardó mucho en ser descubierto – ¡¿qué, piensas que traes vacas?! A pesar del susto, se dibujó una pequeña sonrisa de mi cara, mientras pensaba: ¡Santo por Dios! Existe alguien que maneja peor que yo, pero bueno. Estábamos a unos cuantos metros de llegar a la estación. El Mexibus abrió sus puertas, la mayoría bajó tan rápido que sentí como el camión se ladeó, tanto que pensé que me iba a caer de boca. Todo fue tan rápido, un grito despavorido de una señora regordeta que se encontraba en la estación grito ¡¡¡está temblando!! Bajé tan rápido como pude, todo se movía, mis piernas no me respondían, me asuste más con los rostros y los gritos de la gente; caminé lo más rápido posible, bueno, es un decir, porque en realidad no puedes avanzar mucho ni tan rápido como quisieras, como pude llegue al barandal que se encuentra cerca del gran vidrio, a través de este pude observar lo que ocurría enfrente. Los cables se bamboleaban de un lado a otro, la gente se encontraba afuera de sus casas, sus rostros
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reflejaban la angustia y desconcierto que estaban viviendo; un chico robó mi atención cuando se dirigía hacia uno de los postes de luz que se encontraban como a cinco metros de él – no lo podía creer— fue a quitar su motocicleta la cual se encontraba de bajo de uno de los postes de luz, estos cuales parecía que estaban bailando al ritmo del viento, juro que pensé que se le iba a caer encima. Los momentos que duró el temblor fueron eternos, cuando éste iba disminuyendo su intensidad, la gente comenzó a desplazarse. Me dirigí hacia la parada del camión que me deja en Cuautepec, por momentos titubeaba si continuar con mis actividades cotidianas o regresarme a mi casa, estaba muy asustada, era el temblor más intenso que yo había sentido. Tomé mi celular para llamar a mi hermano, pero nada, no había línea, la gente a mi alrededor intentaba hacer lo mismo, pero todos los intentos eran fallidos. El camión iba más lleno que de costumbre, todos hablaban del temblor, una joven que se encontraba como a medio metro de mí estaba observando su celular y comentó que —el sismo había sido de tantos grados y se reportaban edificios colapsados–no podía creerlo, fue intenso, pero no era para tanto. Llegando a la Universidad el susto fue peor, todos los alumnos se encontraban invadiendo las banquetas y la avenida; la puerta de la escuela estaba cerrada. Intenté miles de veces comunicarme con mi gente, pero no podía, la angustia e incertidumbre crecían cada vez más, pensaba en lo peor, mis hermanos estaban trabajando y no sabía si les había ocurrido algo, en esos momentos entró un mensaje de mi primo Agustín preguntándome si estaba bien, “yo sí” —contesté—“pero los demás
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no sé”, me dijo que me tranquilizara y que él se encargaría de localizar a los demás. Faby y los niños se acercaron hacia mí y nos dimos un gran abrazo, el cual parecía decir el gusto de saber que estábamos vivos, Arturo comentó que todos los profesores estaban adentro, mi corazón latió tanto que sentí un estremecimiento que inundaba todo mi cuerpo. Cómo estaría él, estaba igual de asustado que yo, mi cabeza se llenó de miles de preguntas, sólo quería saber si él estaba, pero… ¿Cómo podría saberlo? Recordé que Rafa también debía estar ahí, envié un mensaje preguntándole si estaba bien ¿Y los profes? Sólo respondió que la biblioteca se había fracturado, pero que estaban revisando el plantel. Los camiones que pasaban iban vomitando gente. Los niños fueron a comer al puesto de tacos que se encuentran en la calle de arriba, yo no tenía ganas de nada. Agustín me llamó diciendo que mi Mami y mis hermanos estaban bien, al único que no localizaban era a Paquito, mi hermano pequeño. Pensé: “Es importante tener un plan en caso de catástrofes, eso de andar angustiado y no saber que hacer es preocupante”. Como pude me fui hacia Indios Verdes, gente por doquier, todos querían llegar pronto a su hogar, pero eso no fue posible. La autopista estaba a su máximo, los camiones eran insuficiente. Estaba muy preocupada por Paco, se rumoraba que cerca de su trabajo se cayeron unos edificios. Llegue a casa como eso de las 9 de la noche. Estaba abriendo la puerta cuando se oyó el teléfono, corrí lo más rápido posible, levante el auricular, era mi hermana, ella y las niñas estaban bien, ya habían localizado a Paquito todo quedó sólo en un gran susto. Me recosté en mi cama con un gran suspiro y pensando en tú—ya—sabes—quién y su gente estuviera bien.
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Me paré y me puse mi pijama, quería pensar “todo fue un mal sueño”, pero las noticias seguían dando información de todas las desgracias humanas que ocurrieron este 19 de septiembre del 2017. ♦
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El día que me sonrió la muerte Leopoldo del llano Salazar
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arecía un día cualquiera, la misma rutina, el mismo camino como todos los días. Me levanté temprano para llevar a mis hijos a la escuela y dirigirme a mi centro de trabajo. No recordaba la fecha, pero un compañero se acercó y me preguntó: —¿Ya listo para el simulacro?— mi pensamiento tardo en carburar, —¡Ah sí, no lo recordaba es a las 10:00 h!— Mi compañero dijo que no, que el simulacro sería a las 11:00 h. Después de un lapso de tiempo yo estaba checando algo de la tarea de la universidad, casi no había trabajo, comencé a ver a compañeros brigadistas alistándose para participar en el simulacro, dieron las 11:00 h. y se activaron las bocinas de la alerta sísmica, me dirigí hacia la puerta para salir junto con todos mis compañeros; los brigadistas nos decían por favor, salgan rápido y en orden, de lo cual nadie hizo caso, la mayoría salíamos caminando sin tomar en serio el simulacro. Ya afuera de las instalaciones de la empresa, el personal de protección civil nos formó y nos dieron algunas indicaciones, las cuales no les tomé importancia, estaba más interesado en mi celular que en lo que hablaban. Después de 15 minutos aproximadamente nos indicaron que ya podíamos ingresar al edificio para continuar con nuestras labores, me dirigí haciala entrada, cuando escucho la voz de mi jefe atrás de mí, diciéndome
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—Estamos cabrones ¿verdad?— —¿Por qué? Me mostro un cronometro diciéndome que fueron más de tres minutos lo que tardamos en salir del edificio, sin incluir las personas del último piso, ellos se tardaron como 7 minutos, —¡De verdad nos vale madre! si fuera una situación real ya nos hubiera cargado la fregada. —¡Sí! esas chavas todo el tiempo se la pasaron chismeando y bromeando, la verdad no tenemos una buena cultura de prevención Mi jefe me pidió que lo acompañara a fumar y seguimos platicando sobre el tema. Pasaron 5 minutos y regresamos a nuestro lugar, seguí checando algo de información en internet para hacer mi tarea, mire el reloj y vi que iban dar las 12:00 h, revisé mi correo electrónico y noté que en la bandeja de entrada tenía algunos correos por parte del área administrativa del trabajo, en el cual me pedían algunos documentos para actualizar mis datos, los cheque y vi que los traía en ese momento, me dirigí con mi jefe pidiéndole permiso para llevar los documentos al área correspondiente, me responde: —Aguántame y de paso te llevas los míos que también me los pidieron—, le dije que sí y regrese a mi lugar para seguir con mi trabajo. Como a las 13:00 h mi jefe me dice: —¡ya ve y llévate los míos, creo que están completos, me avisas cualquier cosa!—, me dirijo hacia la área administrativa que se encuentra en el séptimo piso, llegue a la oficina donde tenía que entregar, en eso me atiende una señorita a la cual le digo, que vengo a entregar los documentos que están solicitando, los revisa y me dice que están bien, que eso sería todo. Le dije que traía mis documentos y los de mi jefe, que si había algún problema si yo los
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entregaba y me respondió que no, que sólo los iba a revisar para ver si están completos. Me dice que le falta una copia del gafete y se los dejé con la responsabilidad que se lo entregara antes del viernes. Le di las gracias y me despedí. Camino hacia el elevador para regresar a la oficina y exactamente en el tercer piso empiezo a sentir se movía el elevador, inmediatamente escucho que suena la alerta sísmica lo cual me asustó bastante, se detiene el elevador y sólo escucho tronidos junto con un movimiento fuerte del edificio, en eso se va la luz, por mi mente pensaban mis hijos y mi familia. No entré en pánico, solo quería salir para saber de mi familia, mi celular no tenía recepción y después de unos minutos, que se me hicieron eternos, atrapado en el elevador, lo único que me quedaba por hacer era gritar y lo hice, pero sin ningún resultado, después de unos 5 o 10 minutos se empezaron a escuchar ruidos y comencé a gritar nuevamente, cheque mi celular tenía señal pero no salían las llamadas, en WhatsApp me empiezan a llegar mensajes, inmediatamente le mando mensaje a mi esposa, mis padres y hermanos, para preguntar <<¿cómo estaban?>> mi esposa fue la primera en responder y me dijo que estaba bien, que estaba llegando a las escuelas de los niños, eso me calmó mucho, ellos era mi mayor preocupación ya que a esa hora se encontraban en clases. Después de eso me calmé un poco y le mandé un mensaje a compañeros de trabajo, para ver si alguien podía avisar que estaba atrapado en el elevador. Nicanor me contestó preguntando << ¿si me encontraba bien? >> Que él ahorita avisaba, la señal de mi celular se volvió ir, pero escucho que la planta eléctrica empieza a trabajar, inmediatamente se prendieron las luces del elevador y escucho una voz preguntando:
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—¿Está alguien en el elevador? —¡Sí!— —¡No te desesperes, ahorita te sacamos!— Sólo fueron por una llave especial para votar el seguro de las puertas. Le agradecí y esperé. Recibí un mensaje de Nicanor que decía “Ya avisé, ahorita te sacan”, en eso escucho un ruido en las puertas y seguidamente abrieron las puertas manualmente, salgo rápidamente —¿Estás bien? —¡Sí, sí! —¿No quieres que te revisen? —¡No, estoy bien gracias! Me pidieron que me dirigiera a la salida para reunirme con los demás empleados. Mientras salía daba las gracias a Dios por permitirme salir con bien del elevador, ahora mi preocupación eran mis padres y hermanos, ya que todavía no podía ponerme en contacto con ellos. No sabía la magnitud de la tragedia, hasta que escucho a algunos compañeros diciendo que las zonas más afectada son la colonia Roma y Condesa, en las cuales al parecer se cayeron varios edificios, mi angustia y nerviosismo volvió ya que recordé que mi mamá iba a ir al doctor en la calle de Durango en la Condesa, volví a insistir por teléfono y nada, no había señal para comunicarme, fueron momentos de incertidumbre y miedo; yo pensaba lo peor, después de unos minutos mi mamá me logra contestar el mensaje que le había enviado, mientras estaba atrapado en el elevador, el cual decía “Estoy bien hijo, pero muy asustada, se cayó un edificio a una cuadra de aquí y huele mucho a gas”, le escribí que se alejara de ahí, que se fuera a una zona segura, como un parque o una avenida lejos de edificios y de la fuga de gas.
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Mientras redactaba el mensaje recibí una llamada era mi madre, ella se escuchaba muy nerviosa, me pregunto por mis hijos, le respondí que estaban bien, que mi esposa ya estaba con ellos. Me pregunto por mi papá y mis hermanos, me pidió que le dijera la verdad, a lo que le conteste que no sabía nada, pero que ahorita intentaba comunicaba con ellos ya que no había línea telefónica. Después de un tiempo logro contactar a mis hermanos, todos se encontraban bien, me preguntaron por mis padres y les dije que mi mamá estaba asustada y nerviosa, pero bien, del que no se nada es de mi papá. Terminamos de hablar por teléfono y trato de localizar a mi padre, pero no tengo suerte, me dirijo donde se encontraban mis compañeros de oficina y les pregunto por sus familias me comentan que están bien, uno de ellos me pregunta ¿qué paso contigo?, ¡me enteré que te agarro en el elevador!, y le respondí que: —¡sí, estuvo fuerte pero todo bien!—, a lo lejos se escuchan muchas ambulancias y patrullas, no sabíamos que tan grave habían sido las afectaciones tras el terremoto, en ese momento recibí un mensaje de mi amigo Sergio de la universidad, comentándome que estaba bien, pero que un edificio a unas cuadras de la escuela sederrumbó, a un lado de ese edificio había una escuela y que la parecer había niños lesionados. En ese momento, no se sabía que el edificio se encontraba en la calle de Bolívar, tiempo después se dio a conocer como el edificio de costureras, le dije a Sergio que se pusiera en zona segura y que esperara un poco por eso de las réplicas, deje un momento el celular para buscar a mi jefe y lo veo que está hablando por el celular, me hace señas que me vaya, lo cual no lo pienso dos veces y me voy y ahí empezó otro viacrucis.
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No había trasporte de ningún tipo, por lo que opté por caminar. Después de un rato de caminar y ya cansado hablo a mi casa para ver si todo está bien, mi esposa me dice que sí, pero que me venga ya, porque en la tele están informando todo lo que había pasado tras el terremoto, y le respondí en cuanto pudiera subirme algún trasporte me iba para allá, caminé y caminé, por lo menos unos 40 minutos hasta que llegue a Av. Guerrero y fue ahí cuando me percate que el metrobus estaba dando servicio hasta Tenayuca y dije: <<¡ya la hice!>>. Cabe mencionar que yo vivo en zona norte, a la altura de Av. Montevideo y esa ruta de metrobus me deja como a 5 cuadras de mi casa, por lo que no lo dude y lo aborde, después de más o menos 20 minutos de trayecto llegue a la estación Montevideo, solo restaba caminar otra vez. En mi mente no había otra cosa más que llegar a casa y abrazar a mi esposa e hijos, apuré la marcha y después de más de una pude llegar y estar con los míos, siendo esta la experiencia más fuerte que he tenido a lo largo de mi vida. La reflexión con que me quedo es que, en cualquier momento todos estamos expuestos a una desgracia como la que fue la del terremoto del 19 de septiembre del 2017 por lo que hay que estar prevenidos, tomar enserio los simulacros para tener una mejor cultura de emergencia ante estos desastres naturales y ser solidarios con quién lo necesita. ¡Fuerza México! ♦
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El regreso de los dioses Sandra Beatriz Rangel Ayala
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ustamente la mayoría de las veces la cotidianidad se vuelve parte de nuestra vida, comer, dormir, ir al colegio, trabajar, etc., etc. Pero, ¿será acaso que perdemos el sentido al vivir?, ¿será que tenemos que esperar que se nos mueva el mundo para despertar del sueño o de donde quiera que estemos?, si sueño, porque estamos vivos pero soñando o ¿será que también hemos dejado de soñar? Pero dígame usted lector ¿hasta dónde llega nuestro conformismo?, le contare un poco sobre un hecho real que incluso podría parecer ficticio por la manera en que será plasmado en estas líneas. Hace ya algunos años, los dioses visitaron a la humanidad, pisaron con tal brutalidad, que lo que los humanos creían duro como roca y firme como roble se desgajó ante un parpadeo, las pisadas eran torpes como las de un pequeño e indefenso niño. Las calles pavimentadas se abrían como una panthera leo pérsica, de esas que solo solo podrían habitar en la África negra, pero que ahora estaba tierra abajo justo en la plata de los pies, dispuesto a salir. Fecha recordada por los niños ya ahora viejos 19 de septiembre de 1985, apenas y solo algunos pueden pronunciarla sin derramar algunas lágrimas demás.
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Sandra Beatriz Rangel Ayala
Y justo camine rumbo al vagón del metro dirección Pantitlán, camina, recordaba, hace 32 años, la visita de los dioses, observe en la ventana donde me postraba recargada mirando en las afueras los simulacros. ¡Es verdad eso me parecía algo aburrido! , considero que hasta ese día no encontraba temor alguno en los sismos. Llegue con un poco de demora a mi destino, me aliste para tomar clase y tomar un lugar donde no me abrazara tanto el calor que se suele encerrar en los últimos pisos del edificio de la universidad, pasaron algunos segundos, minutos unos tras de otro. Sin duda alguna la maestra no llegaría, los compañeros tomaron sus pertenecías y se dispusieron a salir, tome las mías después de haber esperado solo un poco más que ellos. Baje los escalones, y pensé en la distancia que había recorrido, el llegar tarde, todo eso fue en vano. De repente la presencia de mi novio ahuyentó aquellos pensamientos, y lo acompañe al banco, después de haberle dicho que no tendría clases. Caminamos en las calles del centro, intercambiando una que otra mirada, truqueando palabras y risas. Con el vaivén de los carros fijábamos la mirada en el semáforo, quien a veces lo toman como mujerzuela a media noche (nadie la respeta).El sol dibujaba la fachada de la Plaza Tlaxcoaque, donde mi novio y yo pensábamos en sentarnos y contemplarla mientras pasaba el tiempo. En un instante que me parecieron mil años, se escuchó una pisada en el pavimento fue firme, dura, caótica, pensé en estar mareada, pensé en ver a mi novio y preguntarle: ¿está temblando?, las palabras fueron tan banales como mis pasos, mis
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El regreso de los dioses
pupilas se dilataron, mi corazón se aceleró tan rápido que sentí romperme el pecho pasando por las capas de piel que lo rodean, incluso olvide como es que se respira. Los ojos se alertaban, ¡sí eran los dioses! ellos han vuelto, tenían de nuevo los poderes sobrehumanos, la historia, se repetía. En lo cotidiano nos sentimos a salvo, en nuestras casas, en un lugar con cuatro paredes, con los padres, con tus hermanos, incluso con un policía…Pero ahora solo tenía una mano enraizándose en la mía y eso mi querido lector era lo único que tenía en ese momento y lo único que me brindó esperanza., entonces mi cuerpo accedió a enraizarse junto ella. Con los pocos sentidos encendidos buscaba lugar seguro, ya que los dioses nos habían elegido de nuevo después de 32 años. Las pupilas humanas los buscaban, pero no hay sentido mortal que los detectará aun así su aliento movía hasta los edificios más fuertes. Las calles se abrían y los dragones vertían fuego en los edificios, las torres antiguas pasaban a ser polvo, los humanos eran devorados por lo que los dioses en llamas de miedo (el más cruel sentimiento que los dioses pueden atribuir), mientras se recostaban como fetos en las calles queriendo que la madre tierra los abrazara como lo hizo antes de los tiempos, en un principio. Pero ahora era ella quien se dejaba en los brazos de los dioses, queriendo vengar su el olvido, y maltrato de estos seres. Y justo entre ellos estaba yo, pensando en que los dioses son reales, en que los minutos y los segundos podían también mutar en horas, solo quería que eso pasara rápido que terminara… pensé en la muerte.
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En la cima los dioses apostaron sobre el conformismo y ensimismamiento del humano y en esta apuesta ganaron! Ahora venían a destruir y tomar lo que nos habían construido, sin importar que ellos implicaran el sacrificio humano, el despojo de lo que creemos sagrado, el precio de la enajenación tenía que ser pagado… justo cuando todo parecía perdió la respiración se normalizo, ¿acaso había terminado?, ¿pero después de la visita de los dioses como podría ser todo normal? Asustada me encontré con un abrazo de mi novio, teníamos el tesoro más valioso que los dioses nos otorgaban la vida. ♦
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El copyrigth es propiedad exclusiva de los autores, por lo tanto no se permite su reproducciĂłn, copiado ni distribuciĂłn, ya sea con fines comerciales o sin animos de lucro. Impreso en la Ciudad de MĂŠxico, 2018
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etorno 32, es la recolección de experiencias, anecdotas e imaginación, que en conjunto nos hacen revivir el amor, solidaridad y fuerza que puede llegar a tener un país cuando se hiperconecta y todos trabajan con un fin común.
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