Editores
Alejandra Mendoza Caballero
Roberto García Corona
Aurora García Falcón
Mario Flores Matamoros
Sasalini
El tiempo es ahora
© Sasalini. El tiempo es ahora Primera edición 2020 Copyright © Bernabé Hernández, Elena Judith; Castillo Molina, Rainier; Fernández Sandoval, Viridiana Alejandra; Flores Matamoros, Mario; García Corona, Roberto; García Falcón, Aurora; Hernández López, José Ángel; Lugo Estrada, Janet Karina; Martínez Pérez Néstor Francisco; Martínez Sánchez, Alberto Manuel; Mendoza Caballero, Alejandra; Mendoza Márquez, Ilse; Miguel Pérez, Amparo; Morales Martínez, Jazmín; Moreno Jiménez, David; Mosqueda García, Luis Alfonso; Munguía Gamiño, Cristofer Ángel; Ocotlán Rodríguez, Abdón Enrique; Olguín Zárate Rubén; Ortiz Galindo, Eliud; Peñafiel Luviano, Bárbara; Sánchez Hernández, William Cristian. EDITORES: Alejandra Mendoza Caballero Roberto García Corona Aurora García Falcón Mario Flores Matamoros Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) Plantel Centro Histórico Comunicación y Cultura Producción Editorial. Profr. Benito López Hecho en México, junio 2020 Todos los derechos reservados. Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana. Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio, sin el consentimiento por escrito legítimo titular de los derechos.
Sasalini
El tiempo es ahora
Editores Mendoza Caballero Alejandra García Falcón Aurora García Corona Roberto Flores Matamoros Mario
INDICE INFANCIA - PRIMAVERA
Extrañando el pueblo desde la ciudad .. 13 Abdón Enrique Ocotlán Rodríguez
Flores de mayo ........................ 21 Cristofer Angel Munguia Gamiño
Dentro ................................ 29 Roberto García Corona
ADOLESCENCIA - VERANO
Un cachito de la historia de la CQ .... 37 Aurora García Falcón
Mi mamá bailaba danza folclórica y mi papá new wave ......................... 43 Bárbara Peñafiel Luviano
Por mi hermano descubrí el rock&roll .. 49 David Moreno Jiménez
Siempre adelante ...................... 53 Eliud Ortiz
Cuando el reloj marca la una .......... 59 Nestor Francisco Martinez Perez
ADULTOS - OTOÑO
¿Estás seguro de estar aquí con nosotros? ...................................... 65 Alberto Manuel Martínez Sánchez
Aquel pueblo .......................... 71 Alejandra Mendoza Caballero
El lobo ............................... 77 Ilse Mendoza Márquez
Te voy a amar hasta morir ............. 85 Jazmín Morales Martínez
Un «gracias» que no alcanza para pagar todo lo que tengo ..................... 93 Gerardo Sinue Muñoz Sosa
Mi mejor amiga ........................ 99 Janet Karina Lugo Estrada
Lo que pasó después de tu partida… ... 103 Mosqueda García Luis Alfonso
Sorry Mom for not be an anthropologist 109 Mario Flores Matamoros
Cartas a las cenizas ................. 117 José Ángel Hernández López
VEJEZ – INVIERNO
Carta a la tristeza más feliz de mi vida ..................................... 125 Amparo Miguel Pérez
Viaje en el tiempo ................... 131 Elena Judith Bernabé Hernández
El huache mayor ...................... 137 Rainier Castillo Molina
A Félix .............................. 143 William Sánchez
Negocio familiar ..................... 149
Viridiana Alejandra Fernández Sandoval Retrovisor ........................... 154 Rubén Olguín
INFANCIA - PRIMAVERA
Extrañando el pueblo desde la ciudad Abdón Enrique Ocotlán Rodríguez
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uando era niño, mi mamá me dejó con mis abuelos. No recuerdo la edad que tenía, pero a mi abuelita siempre le dije mamá. Vivíamos todos juntos con mis primos y mi hermana la mayor, en San Diego (un pueblo del estado de Tlaxcala). Vivíamos muy pobres. Mis abuelos tenían gallinas, puercos y guajolotes, pero los animales no se podían comer, mi abuela los quería mucho. Sin embargo, de vez en cuando los comíamos o en fechas especiales. Vivíamos muy limitados, pero la verdad me la pasaba muy bien jugando con mis primos. Siempre teníamos comida, no sé cómo le hacían, pero frijoles y tortillas siempre había en la mesa. En algunas ocasiones, hacíamos carritos con latas de sardina y les poníamos «chinamite» (vara que sostiene las hojas de las mazorcas). Siempre encontrábamos algo para entretenernos y como éramos muchos, nos las arreglábamos para divertirnos. Jugábamos rueda, armábamos resorteras y cuando esos otros juegos nos hartaban, nos íbamos a ver la tele a la tienda, nos cobraban 20 centavos por ver Tarzan. Las cosas o artefactos que veíamos en la serie, las hacíamos en la vida real. Algunas cosas eran las flechas o lanzas, en las puntas les colocábamos la pulla del maguey, con eso jugábamos, nos entreteníamos, cazábamos insectos y algunos animales. Mi papá no iba seguido por los conflictos familiares que teníamos. Recuerdo que discutía con mis
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abuelos, mi abuela le daba sus «garrotazos», la mayoría de las veces iba borracho. Yo lo admiraba porque en aquel entonces no era muy común ver a personas en caballo, sólo las personas con dinero los tenían, por eso me gustaba verlo. Después de un tiempo mi mamá fue a verme y yo le decía que fuera a mis juntas de la escuela. Lo que me venía a la mente es que todos supieran si tenía mamá, pero por los conflictos que había entre mis padres se le dificultaba visitarme. Con el tiempo me enteré de que eran tal para cual, ellos tenían relaciones con otras personas. Mi mamá se casó con un señor y mi papá tuvo dos hijas con otra señora. Tenía una media hermana de la misma edad. A mi hermana se la llevaron a vivir a la ciudad por problemas de salud, tenía seis años. En aquel entonces teníamos problemas económicos, éramos muchos niños y andábamos descalzos. En una ocasión, me hice unos huaraches con rayos de bicicleta y llanta de carro. Tardé demasiado en hacerlos, porque tenía que cortar la llanta y doblar los rayos. Sin embargo, quedaron bien y eso era lo que traía puesto. Yo, al igual que mis primos, estábamos en las mismas condiciones. De vez en cuando mi madrina de bautizo me mandaba ropa y zapatos ya que en aquel entonces se acostumbraba que los padrinos ayudaban económicamente a los ahijados. Cuando tenía siete u ocho años me fui a vivir con mis padrinos, ellos trabajaban en la hacienda y me podían mantener mejor. Me compraban ropa y calzado y me daban un peso diario para gastar. La moneda traía a Morelos. Mi suerte cambió totalmente, pero nunca me olvidé de mis abuelos. En esa época trabajaba cuidando a los borregos y vacas, los llevaba a pastar, ganaba 15 pesos que se los daba a ellos, para
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que pudieran sustentar sus gastos y pudieran mantener un poco mejor a mis primos, yo con mi peso diario era feliz. Cuando cumplí 11 años, mi papá me mandó a traer a la ciudad para que estudiara la secundaria ya que en el pueblo sólo había primaria y no completa. Recuerdo que de segundo grado me saltaron hasta cuarto porque no había maestros que enseñaran en esos grados o porque ellos consideraban que no era necesario. Cuando llegué a la ciudad hice el examen para entrar a la secundaria no entendía nada, la forma en la que me enseñaron los maestros en el pueblo no tenía nada que ver y entre en el turno vespertino. Iba con mi hermana y nos iba mal. Nunca me adapté a mi nueva vida, extrañaba las costumbres y la forma de vivir del pueblo. Mi papá siempre fue de un carácter muy fuerte y se enojaba muy seguido, por eso siempre había conflictos entre mis padres, pero nunca se dejaron como tal. Mis papás se vinieron a trabajar a la ciudad. Mi mamá trabajaba haciendo servicios domésticos en varias casas. Ella lavaba, planchaba, limpiaba pisos, etcétera. Mi papá trabajaba en una tintorería que se llamaba «Los pinos», ubicada en eje central. Desafortunadamente, siempre tuvo problemas por su alcoholismo. La que sobrellevaba los gastos de la casa era mi madre. Después de un rato con esos conflictos, el patrón de mi papá acabó despidiéndolo. Con el dinero de la liquidación rentó un lugar en Tepito y puso una tintorería, la remodelamos como pudimos, pero mi papá de todo se enojaba. En algunas ocasiones me pegaba y me gritaba sin consentimiento o por cosas que no eran mi culpa. En una ocasión me marcó la cara con un cable, me golpeó y me dejó una cicatriz, ya después me dijo que les dijera en la escuela
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que me había caído. En ese entonces no era tan grave si le pegabas a tus hijos, pero mi papá me lo decía para conservar su imagen. Yo seguía sin adaptarme a mi nueva vida. Mi papá se enojaba por todo, había situaciones que no eran mi culpa y se desquitaba pegándome y eso me causaba conflictos, tal vez le generaba pensamientos de que yo no fuera su hijo. Empecé a faltar a la escuela; me iba de pinta con mis compañeros a jugar frontón o a dar la vuelta. En una ocasión nos fuimos a Oaxaca en tren, de vuelta me regresé al pueblo con aventones, no quería regresar con mis papás y en ese momento pensé que me iba a ir de lo peor si regresaba con ellos. Pasaron unos días y fueron por mí, regresé a la realidad a la que no quería pertenecer. Mi papá nos dejaba de encargados en el negocio mientras él se iba al pueblo. Con mi hermana nos apuramos a acabar los montones de ropa que habían quedado pendientes, pero nunca era suficiente, teníamos que acabar todo porque siempre encontraba el detalle de algo para pegarnos y si teníamos suerte sólo nos regañaba. En una ocasión, al regresar mi padre me pegó y eso detonó que me saliera de la casa, le dejé una nota diciéndole que no lo entendía y partí, pensé en regresar, pero él me iba a encontrar. Al salir pensé en cómo iba a sobrevivir, tenía 13 o 14 años, fui a buscar a un amigo para que me dieran trabajo, pero al preguntar por él me dijeron que había salido de viaje y regresaba el fin de semana, creo era un miércoles. Me quedaba en la terminal de los autobuses AU ubicada en Fray Servando. En una ocasión tuve un problema con un señor que se me insinuó, después de ese día, me quedé donde había más gente para no pasar por el mismo problema.
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Para sobrevivir en lo que llegaba mi amigo de su viaje, me iba a comer al mercado de la merced, a recoger la fruta y los desperdicios que dejaban en la basura. Para mi suerte siempre encontraba cosas en buen estado. En ese lugar hacía mis tres comidas y sólo iba cuando me daba hambre. Me la pasaba paseando por la ciudad y conociendo lugares que no había visto, haciendo tiempo en lo que llegaba mi amigo, que era el hijo más grande de mi madrina, casi no lo veía, pero por la confianza que tiene en ellos, me generaba esperanza. Cuando llegó mi amigo me brindo su ayuda, me compró comida inmediatamente y un lugar donde dormir, me regresó al pueblo y mis papás volvieron por mí, pero siempre era la misma situación. Se generaban los mismos conflictos con mi papá, me volvía a escapar de la casa y pedía trabajo, pero no me lo daban porque decían que mi papá era muy conflictivo y no querían tener problemas con él. Afortunadamente logré convencerlo y me dieron el trabajo en una reparadora de calzado. En ese lugar trabajaba mi amigo y nos dejaban quedarnos en el lugar, ya no era necesario regresar con mis papás. Empecé a trabajar poco a poco y aprender cada día más el de la reparación de calzado. A pesar de los problemas que tenía con mi papá, siempre iba en navidad y empezaba a regresar con ellos poco a poco, pero siempre nos peleábamos. Después quitaron la reparadora y me fui a Puebla a trabajar de albañil, pero solo fue una temporada. Regresé con mi abuela a vivir cuando tenía unos 17 años y el dueño de la reparadora de calzado de la ciudad puso una en Huamantla (Tlaxcala) regresé a trabajar y aprender más sobre el oficio y en ese lugar conocí a mi esposa, era
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la hermana del dueño y la encargada del lugar. Actualmente me dedico a reparar calzado y tenemos una familia. La vida te trata mal en algunas ocasiones y aprendes de tus errores, para no cometerlos otra vez. Nunca le tuve rencor a mi papá, me enseñó que la vida no es fácil, de una manera no común hoy en día, pero siempre se lo agradeceré.
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Flores de mayo Cristofer Angel Munguia Gamiño
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eneralmente, las personas piensan que la familia tradicionalmente debe de estar conformada por un padre, una madre e hijos. En lo personal no estoy de acuerdo con ello, creo que existen diversas conjugaciones familiares y todas cuentan con el mismo valor. En mi caso yo crecí con la idea de un padre, pero estuvo ausente este personaje gran parte de mi vida. Desde pequeño mi madre me dio mucha preferencia, aunque yo era todo un latoso. Ella soportaba mis berrinches y mis enojos, a veces la sacaba de quicio y me daba unas buenas nalgadas ¡Santo remedio para que el niño estuviera quieto! Pero a pesar de todo, aun así ella fue muy compasiva y amorosa conmigo. Mis dos hermanos mayores constantemente le reprochaban a mi madre el por qué era muy suave conmigo (conductualmente hablando), que con ellos a cada rato eran golpes, maltratos y gritos. Yo no entendía esa molestia de mis hermanos hacia mí, no tenía ni sentía culpa alguna de que ella no me maltratara. Suponía que no le daba motivos para lastimarme, o que después de tantos golpes la mano de mi madre estaba cansada. La violencia constante desgasta a la gente. Un día mi mamá me habló para platicar algunas cosas. En mi mente trataba de recordar qué travesura había hecho: desde esconder los trastes sucios que no quería lavar, hasta comerme a escondidas los dulces
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de mi hermano. Pero no era nada de eso, esta vez la plática fue diferente, ella me comenzó a preguntar que si no sentía “raro” no tener a un hombre mayor que me cuidara, que me enseñara cosas de la vida, que asistiera a festivales y firmas de boleta. Yo no había pensado en ello, la verdad no encontraba la necesidad de tener a alguien más que mi madre. Fue entonces, cuando tenía diez años, que mi madre me dijo que tenía un papá, pero que él estaba casado, los demás detalles no importan. El caso es que, después de varios años, él quería verme, pero a escondidas, para que ninguno tuviera problemas ni él se comprometiera con su familia. Esto a mi mamá no le agradaba para nada, pero ella cumplió con informarme, ella sabía que al final era yo quien decidía aceptarlo o rechazarlo. Sinceramente acepte ver a mi padre por mera conveniencia, ya que durante sus visitas él me daba dinero o me compraba muchos huevos Kínder (me encantaban en esos tiempos). Para mí era raro tener que ver a este señor a escondidas. El procedimiento era el siguiente: desde la calle él me chiflaba, inmediatamente yo sabía que era él e iba a verlo por la ventana del cuarto. Para llegar al lugar del encuentro, tenía que salir de mi casa y subir unas cuantas calles que daban a un cerro, ahí, están tres grandes cruces de madera, las cuales se usan con motivos religiosos en Semana Santa y fiestas patronales. En ese lugar no había casas, estaba relativamente desolado. Aquellos tres grandes monumentos católicos eran los únicos testigos de la convivencia clandestina entre padre e hijo. Al pie de esas cruces veía a ese señor que me regalaba cosas y me abrazaba. No me gustaban para nada sus abrazos, pues su barba siempre me daba picazón.
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Cuando él quería verme chiflaba, sin dejar de caminar, para que yo me asomara en la ventana. Inmediatamente sabía qué hacer y a dónde ir. A mi madre no le parecía esto, pues me decía “te chifla como si fueras perro”. Aún con aquella comparación salía a verlo, y mi madre me veía desde la ventana, vigilando mi camino. Ya estando juntos, él me preguntaba cosas de la escuela, de lo que me gustaba, lo que quería ser de grande. Yo no entendía por qué estaba tan interesado en mí, solo aceptaba sus regalos y afectos. Un día me regalo un par de tenis para la escuela, pero mi madre se enojó al ver que no eran de la talla correcta, además de ser dos izquierdos. “Se ve que no te conoce para nada” comentaba mi madre al revisar los regalos que él me daba. Pasó el tiempo hasta que un día mi padre, simplemente dejó de verme y de visitarme. Mi madre tampoco sabía que había pasado, ambos estábamos desconcertados. Quien sabe cómo, pero mi mamá supo lo que había pasado: la esposa de él se había enterado de nuestras visitas a escondidas, además de que ella lo había amenazado con hundirlo si él seguía viéndome. Fue extraño, pero yo seguí con mi vida. Tiempo después, mi mamá me comentó que se avecinarían problemas, y así sucedió. Una mañana, cuando fui por mi dotación de leche Liconsa, una señora me habló en la calle. Yo le respondí amablemente, pero ella, de manera fuerte, me dijo que mi madre y yo nos teníamos que ir del pueblo o sino pagaríamos las consecuencias. Me saqué mucho de onda, no sabía lo que estaba pasando. Dicho esto, la mujer dio la vuelta y se fue. Llegando a mi casa les comenté lo sucedido a mi madre y ella, molesta, tomó cartas en el asunto. La mañana siguiente igual fui a la leche, pero esta vez acompañado por mi mamá. Ella sabía que los incidentes seguirán si
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no ponía un alto. Bajamos al pueblo, pase por mi dotación mientras mi mamá me separaba afuera del local. Ya de regreso nos encontramos con la señora. Mi madre me dijo que me adelantara y obedecí. No camine ni 50 metros cuando vi que la señora y mi madre se estaban peleando. De inmediato avente mi bote de leche y corrí hacia ellas. Intente separarlas, pero era muy pequeño y débil. No quería ser parte de la lucha, sino simplemente que la señora dejara de agredir a la persona que más quiero en este mundo. Pedí ayuda a gritos, y solo así lograron soltarse con ayuda de unos vecinos. La señora, toda despeinada, se fue rápidamente a su casa (la cual estaba cerca) pero mi madre no se quedó conforme y la seguimos. Continuó la discusión en la calle, gritos y maldiciones había por doquier, toda la familia de la señora salió ante tales alaridos que daban ambas féminas. Mis hermanos bajaron también al enterarse de la situación. Fue una pelea verbal de ambos bandos, hasta que todos terminamos mojados cuando la esposa de mi padre nos aventó una cubeta para que nos alejáramos del lugar. Fue un pleito muy feo. Ya en casa, mi mamá me comentó que la dichosa señora quiso asustarme, pero que el verdadero problema era entre adultos, no había motivos por los que me ella me hubiera involucrado en esto. Para ella fue la gota que derramó el vaso. Más tarde supe la situación, que la esposa de mi padre biológico no quería que tuviera ningún contacto con su familia, justificando su postura diciendo que yo era producto del pecado y la lujuria de mi madre. Además la señora, no conforme, empezó a circular una serie de desprestigios, mencionando que nosotros sólo queríamos aprovecharnos de la gente y de su dinero. Puras cosas sin sentido.
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Mi mamá me dio la opción de levantar una demanda para que mi padre me reconociera como suyo, y así disfrutar de él y de sus bienes, pero a cambio tendría que convivir con esa familia que nos lastimaron. No quise seguir ese proceso. Durante todo este tiempo de conflictos y demandas, no vi ni una sola vez a mi padre. Parecía que la tierra se lo había tragado, borrando así sus errores pasados. Quien tenía en mando de la situación era su esposa. Como buena mujer, tenía que solucionar los problemas del marido. Hubo tres años en santa calma con la orden de restricción de por medio que había entre ambas familias. Constantemente veía a la señora y sus hijas en la calle, pero solo me hacían caras o soltaban palabras ofensivas al aire. Deje de ver en la calle a mi padre biológico, ya no salía de su casa para nada. Fue raro, pero solo hacía suposiciones de su desaparición, yo empezaría a cursar la secundaria y estaba emocionado por tener nuevas experiencias, mi mente estaba en otro lado. Días después me enteré que la esposa de mi padre fue expulsada de la mayordomía del pueblo, al no ser coherente entre lo que predicaba en las misas dominicales con sus actos hacia el prójimo, debo confesar que eso me alegró el día. Un domingo, justo un día antes de iniciar clases fui por el pan al pueblo y vi a mi padre, sentado afuera de la iglesia. Supongo que estaba ahí por la misa matutina, pero se me hizo raro verlo nuevamente. No crucé palabra con él, pero si una sonrisa ligera. Igual mi mamá lo vio una semana después en la calle. Él se veía acabado, sin vida, marchitado. Una señora nos comentó que toda la familia de él había vendido sus terrenos y bienes. Supongo que por el temor de que en un futuro él quisiera heredarme algo. Mi madre y
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yo seguimos platicando de él por momentos, hasta que olvidamos el tema nuevamente. Una semana después de la plática nos enteramos que había fallecido mi padre. Quería ir a su funeral, pero me limitaba el temor de causar molestias a los dolientes. No quería arruinar el último adiós que le daba su familia a mi padre. Todo pasó lejos de mí. Vi todo el proceso desde las sombras, sin ser visto. Como si fuera un fantasma que presencia el nacimiento de un nuevo compañero de sitio. Después de todo el proceso funerario, por fin pude acercarme a su última morada. Platiqué con sus restos por última vez, recordé los pocos momentos que vivimos juntos y le hablé sobre mis sueños e ideales. Finalmente, le di mi despedida. Fue raro ese momento, porque no solté lágrima alguna al dar mi último adiós a ese hombre que, por un tiempo, quiso estar conmigo y compartir buenos recuerdos. Creo que su ausencia provocó que esa reacción en mí. Mi madre me dio mucho amor y comprensión, tanto que no hubo espacio para tener la necesidad de buscar una figura paterna. Ella me ama al doble, y eso es lo que les molesta a mis hermanos. Actualmente, después de diez años de su partida, son pocas las cosas que recuerdo de mi padre. El Día de muertos trato de buscar su tumba para poder hablar con él, pero sin siquiera recordar su nombre, me es difícil poder ubicarlo. Es penoso, lo sé. Lo único que no logro olvidar de él son dos cosas: su barba, la cual me raspaba cuando me abrazaba, y las flores de mayo, unas pequeñas flores blancas que crecían alrededor de las cruces de madera donde lo iba a ver. Mientras esas flores sigan existiendo, el señor que dijo ser mi padre seguirá en mis recuerdos.
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Dentro Roberto García Corona
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aminó muy lentamente por el pasillo, llegó hasta la puerta de su habitación, levantó la mirada y hasta ese momento, se percató que unos instantes lo miraba, me sonrió y entró en ella. Enseguida, escuche su sutil silbido llamándome y solo me dijo: “cierra la puerta…” Transcurría el mes de septiembre y como ya es sabido de todos los mexicanos, que es un mes especial de celebración, de identidad, de fiesta por la independencia de nuestro país, acontecida hace más de doscientos años, derivado de esto es común ver a nuestra Ciudad de México con infinidad de adornos de diferentes tamaños, materiales y tipos, enmarcando la celebración. En este contexto, sabemos que las opciones laborales en nuestro país no son tan generosas con algunos por no decir la mayoría, y a esos cuantos solo les queda como una posibilidad el comercio informal, que tiende a sustituir lo que mínimamente debería atender el Estado que es el de crear empleos dignos para sus ciudadanos. Fue de esa manera, que mi familia y yo nos dedicamos a la venta de artículos conmemorativos del mes patrio, por lo cual, estos adornos de temporada marcado por el calendario, honestamente no nos iba tan mal. Lo que sí, aprendimos el arte de torear, pero no en un ruedo, sino, en algunas calles de la ciudad para no ser levantados por las camionetas que tienen
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la tarea en las 16 alcaldías para que no se ejerza el comercio informal. El mes patrio siempre corre como agua y esta vez no fue la excepción. En un cerrar de ojos el calendario ya iba en la hoja 13, a solo dos días del gran festejo. El encargo de sombreros tricolor tipo bombín del material conocido como fieltro que habíamos diseñado para la fecha ya estaba por llegar. El día al fin llegó y las prisas con él. ¡Que hay que ir a recoger los últimos sombreros para completar la cantidad de mil! ¡Que hay que alistarse! para empezar a llegar a las plazas públicas con tiempo porque los lugares específicos para la venta que el gobierno de la ciudad otorgaba mediante un permiso se terminaban rápido. Simple y sencillamente el proyecto fracasó. Por alguna cuestión, solo se vendieron 300 sombreros y quedaron más de 700 resguardados en una bodega para su venta del próximo año. Ni hablar. Picaba la cebolla, posteriormente los chiles, para esto ya se estaba friendo la carne en el sartén. Volteó a su lado derecho y descubrir que desde hace rato lo estaba mirando, me sonrió, se levantó de la mesa hasta la cocina. Seguido después, su sutil silbido pidiéndome la cebolla… El mes de octubre tiene sin duda las lunas más hermosas, comprobado por canciones, por libros, por investigaciones, por astrólogos, por el dicho popular, por experiencia propia, no es necesario ser vampiro para que se antoje salir de noche con estas lunas. Nuestra cultura mexicana ama entre otras cosas el fútbol y para este próximo ocho se esperaba ya con mucha ansia y entusiasmo el juego entre nuestra selección mexicana y el equipo de Trinidad y Tobago. Por supuesto que nuestros compatriotas por mucho eran los favoritos en el encuentro por el gran desempeño deportivo, a diferencia de sus
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adversarios que en este año 2000. Sólo apenas se concebía como una selección emergente solo con el deseo y las ganas, pero nada de técnica. Justo fue este el motivo para regresar a esa bodega, la cual, había albergado semanas atrás todo lo sobrante de los festejos patrio, y que ahora por el evento representaba la oportunidad de venta. La oportunidad para que esos sombreros tricolores volvieron a las calles y adornaran el gran juego de fútbol. Nuevamente llegó el día, la hora y la implicación de todo ello. Llegamos al Estadio Azteca como las nueve de la mañana, a no menos, a las diez, el desayuno fue unos extraordinarios tacos de canasta acompañados de una diabólica salsa verde que se vendían en las inmediaciones del coloso. Teníamos que comer muy bien para aguantar la gran jornada que nos esperaba, pues el juego de fútbol era hasta las 16:00 h. Las bolsas transparentes enormes que guardaban la mercancía se miraban por tres tantos, ya que tres puntos escogimos estrategia y mercado, lógicamente para que el mayor público posible las viera y se enamoraran del diseño, de los colores y por supuesto el águila que estaba con un vulcanizado especial, además el dibujo era excepcional, de muy buena claridad de tratos. ! Oh no! el primer problema no se hizo esperar, las autoridades otra vez nos mencionaron de lo voluminoso y estorboso de nuestros contenedores, “que hay que quitarlos, que hay que moverlos hasta la otra esquina por la gasolinera”, que se encontraba a 500 metros aproximadamente de la explanada del estadio “para que dejen pasar”. Pues bueno, como camellos hasta allá. ! Oh no!, segundo problema, que por qué estábamos vendiendo, qué cuál era nuestro permiso?, con quien nos arreglamos?, que son cien pesos. Por cada
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uno de nosotros para vender ahí sin problema. Era eso o vender desde pequeña y bueno no era en ningún instante la mejor idea. ! Oh no! tercer problema, que ustedes tres no pueden empezar a vender. Primero que los comerciantes ya establecidos y agremiados de cada ocho días tienen que esperarse hasta después de las 14:00 h, “están bonitos sus sombreros, y si los venden rápido, son 150, son poquitos” nos decían. Entre charla risas, papitas y refresco nos dieron las dos de la tarde, comenzamos nuevamente esa movilización estratégica de venta, y con un muy buen discurso de mercado, comenzamos la venta. Sin embargo, para esa hora, aunque no pareciera lógico la mayor circulación de gente ya había pasado. El estadio casi ya estaba a reventar y nosotros entre los revendedores y asistentes que llevaban prisa y muy poco tiempo para observar el sombrero pasaban de largo, unos cuantos, se detuvieron para adquirir dicho suvenir, pero aun así no se completaba la cuenta ni siquiera la de haber llegado. Venías de lejos, caminando lento, seguro, con calor en el rostro con tu bolsa acuestan, levantaste la mirada a lo lejos viste que te veíamos, Tu sutil silbido reafirmaba que ya venias, llegaste, nos sonreímos y nos diste los boletos… Todo ya era un caos en la explanada, casi a punto de comenzar el juego. Nosotros no concebimos lo que nos pasó, teníamos boletos para entrar al partido. Habían pasado más de cinco horas de nuestra llegada y en ningún instante pude vislumbrar esa posibilidad de siquiera escucharlo por fuera, mucho menos estar adentro, y más aún por el costo de reventa resultaba impensable y mucho menos sin venta.
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Nos enmudeció todo, nos gritó el silencio que solo eran dos boletos. Pero nosotros tres, entendimos todo. ¡Tú bolsa ya no estaba tan llena, tu intercambio surtió efecto, mi hermano y yo supimos qué hacer cuando dijiste! “entren aquí los espero”. Pasaban 90 minutos, y gritamos y nos emocionamos y coreamos goles y vimos cómo le pegaron a Cuauhtémoc y nos acordábamos de ti, que no habías entrado. Pero también, de tu cara de alegría cuando nos diste los boletos y lo que significaba para ti esa acción. Han pasado veinte años de esa tarde, de tu gran acción, de tu enseñanza, de tu humanidad, de tu amor. Y han pasado 15 meses desde que ya no estás más aquí, en este mundo. Pero sé que siempre estarás conmigo papá.
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ADOLESCENCIA - VERANO
Un cachito de la historia de la CQ Aurora García Falcón
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na tarde de primavera —calurosa, hermosa—, de esas tardes que te motivan a vestir con ropa súper cómoda: sandalias, blusa corta, short, playera, tenis o una chiquifalda, con el cabello recogido —de chongo— o suelto, con sombrero o tal vez una gorra, todo depende del género de quien lo vaya a usar, desde luego. Ese día iba con mi madre y caminábamos hacia la avenida para subirnos al transporte público. Platicábamos amenamente sobre diversas circunstancias que se presentan en la vida, a pesar de mi corta edad. Para ser sincera, no me interesaba ninguno de los temas que mi mamá mencionaba en ese momento, al contrario, yo seguía con la mirada a una niña que iba de la mano de una adulta. En ese momento me dio mucha curiosidad observarlas, porque era muy alta; era demasiada la diferencia de altura entre esa niña y la persona que la acompañaba. Posteriormente llegamos al parabús, ellas abordaron un taxi mientras nosotras esperábamos el transporte que nos llevaría a nuestro destino. Pasaron los días, mi madre estaba apurada para hacer el trámite de la inscripción para el ingreso a la secundaria. Un día antes nos enteramos del resultado del turno que me había sido asignado en esa institución, pero mi madre parecía preocupada porque se percató de que la matrícula pertenecía al turno de la
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tarde. Después, mi madre se presentó en varias ocasiones en la escuela para hacer el cambio de turno; no fue tarea fácil, pues tuvo que realizar una ardua labor de convencimiento con el personal administrativo para, finalmente, obtener el cambio. Tiempo después llegó el momento de ir a la secundaria. Estaba muy contenta y al mismo tiempo asustada porque era mi primer día y, peor aún, porque no conocía a nadie. Los profesores inmediatamente comenzaron a poner orden, asignaban a cada alumno su grupo, su salón y así conocer al profesor correspondiente. Ya en mi salón, me sorprendió volver a ver a esa niña de gran estatura; ya hacía tiempo que la había visto con su mamá. Por azares del destino nos hicimos grandes amigas junto con otras dos compañeras, y ahí empezó toda una vida de travesuras y diversión. Con el paso de los días, el grupo agarró confianza; los niños empezaron a hacer grupitos y parejas de amiguitos y amiguitas, cada uno con sus temas. Había otros que se ponían de acuerdo para hacerle bullying al profesor mientras escribía la tarea en el pizarrón. Ahora debo confesar que fue una etapa llena de irreverencia; los adolescentes estábamos desatados, a los perfectos se le salía de las manos el control de los niños-problema, pero finalmente resolvían el desorden que se generaban estos jóvenes, pero bueno, esa es otra historia. Gracias a la frecuencia con la que nos veíamos en la escuela, Anita, mis otras amigas y yo, construimos una amistad inseparable; haber sido testigos de todas las travesuras que sucedían dentro del salón, no tiene precio. Recuerdo que, en una ocasión —bueno, en realidad no fue una ocasión, sino varias— en una clase de educación física, no sé cuál fue el motivo por
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el cual no salimos hacer las actividades correspondientes; seguramente fue porque el profesor no asistió, o tal vez por otra circunstancia que no recuerdo. Aquel día nos encontrábamos unos cuantos en el interior del salón, entonces nos dio hambre y se nos ocurrió abrir las mochilas, que sólo fueron tres; la primera tenía dulces, chocolates y nada de alimentos saludables, pero aun así lo repartimos, la segunda tenía sólo fruta, esta fruta no la tocamos porque no tenía buen aspecto, pero la última mochila traía un par de tortas bien preparadas, con queso, jamón y aguacate, bien sabrosas, es decir, bien preparadas; todas, al verlas, nos emocionamos. Sin duda ese momento fue muy cómico porque en el forcejeo para darle una mordida cada quien, se nos cayó una de ellas, por lo que una de las chicas — llamada Marisol— que era muy revoltosa, le ganó la risa y se orinó. Era tan preocupante la situación que Anita, la niña que medía casi dos metros de altura, jajaja, dijo: vamos al cubículo de mi mamá, seguro ella trae una plancha. La mamá de Anita era la profesora de laboratorio de la escuela, por eso se encontraba a nuestro alcance. Al describir lo que nos había pasado, se rio de la travesura, y más cuando le pedimos una plancha; se botó de la risa diciendo: ¿cómo voy a traer una plancha, de dónde sacaron eso?” ja ja ja ja. Nos aconsejó que laváramos el espacio afectado de la falda, para que no se impregnara el aroma a pipí, y eso fue justo lo que hicimos. Esa niña duró un buen rato con la falda mojada. La pobre Marisol estaba muy angustiada; tenía mucha pena y miedo de que se enterara toda la comunidad, de lo que le había pasado. Ahora ha pasado el tiempo y, hace tres años, creo, recibí una llamada para asistir a una fiesta. La
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persona que me llamó fue la misma a la que le robamos de su mochila aquellas tortas deliciosas, aquel día que no tuvimos clase de educación física. Desde entonces esa anécdota no puede faltar en cada reunión.
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Mi mamá bailaba danza folclórica y mi papá new wave Bárbara Peñafiel Luviano
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amá y papá vivían en colonias vecinas (Purísima Atlazolpa y Nueva Rosita). Amigos y familiares se conocían, ya que aún no había tantos habitantes como ahora; era fácil conocer a la gente que vivía cerca de tu casa, más cuando se hacían las fiestas para festejar a la madre, al papá, los abuelos, a la quinceañera o simplemente había fiesta con el pretexto de beber. Las fiestas no tenían límites de invitados. Mi madre decía que cuando mis abuelos festejaban a mis tías y a ella, no faltan los anexados o los que pasan por ahí y se invitaban solos. Mi papá era uno de ellos. Mi papá se invitaba solo a las fiestas Cuando llegaba los viernes, mi papá se arreglaba para las fiestas que se apoderaban de las colonias populares en donde vivía; se ponía una blusa blanca, pantalones de cuero entallados al cuerpo, botas negras y su característico delineador negro, a veces se ponía maquillaje y, otras veces, algún accesorio con cadenas o seguros. En las calles lo conocían como el “Sapo”, tenía fama de ser tipo rudo y peligroso en ambas colonias por su aspecto, según había escuchado. Cuando se juntaba con sus amigos era para que saliera a bailar, ya
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que a él no le gustaba tomar, a sus amigos sí; él prefería la música (salsa, cumbia, disco, pop, rock), en especial el postpunk, mejor conocido en la escena mexicana y por sus autores como dark wave o new wave; le gustaba estar al tanto de la música y el baile. Cuando salían videos nuevos por televisión, mi papá se aprendía algunos pasos para poder enseñarlos en las fiestas; aprendió a bailar observando videos musicales, en pequeñas academias de bailes, en las fiestas, en la calle y, sin querer, aprendió pasos de Vogue, mi papá no sabía que se llamaban así, pero al él gustaba bailar todo lo que fuese atractivo. En sus andanzas por las fiestas conoció a mis tías y a mi mamá. Mi mamá era bailarina folclórica Mi mamá desde joven demostró una actitud seria, comprometida con el estudio; pero también con la danza folclórica, era una de sus actividades favoritas. Durante su juventud estuvo en muchas presentaciones; sus bailes favoritos eran: el baile de los viejitos, jarabe tapatío, huapango y la sandunga. Los moños colorados, las trenzas bien amarradas, los cachetes pintados de betabel o pellizcados, las blusas blancas con encaje, el vuelo de las faldas y tacones blancos hacían la magia del simulado cortejo a los hombres que se aproximaban entre el zapateo de la madera, sombreros alzando, camisas blancas y pantalones de manta, todo para que la multitud sintiera emoción. Cuando no estaba bailando, estaba estudiando o la inversa, pero, de vez en cuando, salía con mis 7 tías a las fiestas de algún familiar y, otras veces, se escapaba de la casa de mis abuelos para ir a otras fiestas o conciertos cuando mi abuelo no las dejaba salir.
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Mis papás se conocieron en un baile Entre las fiestas, bailes de familiares, amigos y vecinos mi papá conoció a mis tías. Mis padres se conocieron en la pista de baile. Mi papá daba vueltas, brincos y splits; sus pasos era la sensación del barrio. El día que mi papá se le declaró a mi madre le impresionó más que le dijera que fuera su novia que su forma de bailar. En ese tiempo eran muy populares los sonideros. Cuando mis padres empezaban a salir, no perdían la oportunidad de ir a escuchar al faraónico Polimarch; Tony Barrera pinchaba ese entonces. Al final de cada “tocada” se iban caminado hasta la casa de mi mamá porque no había camiones tan tarde, pero se iban con toda la bola de amigos de mi papá. Años después, el bailarín de la Nueva Rosita, se hizo de unas bocinas que medían metro y medio, unos buffers, una consola de audio, dos tornamesas y creó su sonidero llamado Tennessee. Empezó tocando en pequeños lugares como en azoteas, casas de amigos, entre la familia y hasta tocar para sus jefes. Mi mamá lo apoyó mucho durante sus tocadas, a veces ella cobraba las entradas o simplemente lo acompañaba. Ese ambiente sonoro, rítmico y dancístico, cambió por pañales sucios, noise de una beba y poco a poco fueron llegando otros tres bebés. El sonidero de mi papá les ayudó mucho para poder solventar ciertos gastos, mi papá pasó de tocar en azoteas y casas para los amigos, amantes de las fiestas, a tocar en los quince años de familia del jefe y fiestas de niños y, mi madre, creó sus propias alternativas de empleo para ayudarse; cambió el panorama después de tener cuatro hijos a los cuales tenía que alimentar, apapachar, amar... soy testigo de ello.
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Una forma de agradecer su esfuerzo es contando una minúscula memoria de toda su vida y, claro, aprendiendo de ellos. Finalmente, la música no puede faltar en nuestra vida ni en esta historia y, en honor a mis padres, he realizado un playlist recordando que la música y mi familia no faltará nunca para reír, llorar, bailar, pero sobretodo, disfrutarla. Los amo.
Playlist • Pedro infante – Cien años • Carlos Peréz – Las manos quietas • Madonna – Vogue • Pet Shop Boys – West end girls • Yazoo – Don’t go • Rick Astle – Never gonna give you up • Survivor – Eye of the tiger • Billy Idol – Eyes without a face • A-ha – Take on me • Eurythmics – Sweet Dreams • The human league – Don’t you want me • Tapps – My forbidden lover • Duran Duran – Planet Earth • New Order – Blue Monday • Tin Tan – Contigo
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Por mi hermano descubrí el rock&roll David Moreno Jiménez
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i historia comienza el 13 de noviembre de 1991 a las 18:08 h, un día especial para mis padres. La noticia que habían recibido unos meses antes era emocionante o al menos, eso es lo que menciona mi madre, ya que soy gemelo. Es ese momento cuando surgen los primeros llantos y luego de dos personas que habían nacido juntas, tal parece que fue un momento en el cual mis padres se llenaron de felicidad, la abuela comenta que era curioso para los médicos, porque algunos fueron a mirar a mi madre y a nosotros, los recién nacidos. Con base en lo anterior quiero hacer este reconocimiento familiar a mi hermano gemelo ya que para mí es alguien a quien quiero demasiado y admiro mucho. Desde que era pequeño siempre fue un poco más alto, ya que, como él nació primero se menciona que el prematuro siempre se verá más pequeño pero, eso no me incomoda en ningún sentido, desde la infancia somos muy unidos, nos tenemos mucha confianza y respeto, nunca nos involucramos en peleas y hasta la fecha eso jamás ha sucedido. Nunca fuimos en el mismo grupo dentro del colegio, el personal mencionaba que tener a los dos juntos sería una barbaridad, ya que, éramos muy imperativos y jamás nos estábamos quietos. Una etapa de mi vida que disfruté al máximo ya que teníamos muchos
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amigos y eso hasta la fecha se ha dado. Cuando entramos a la secundaria fue muy bueno también, ya que yo me empecé a inclinar a lo que me gusta y es lo que estudio ahora, es decir, me gustaban las publicaciones de arte urbano, skateboarding, música. Por mi hermano descubrí el rock&roll... él siempre me compartía y continúa compartiéndome música, ahora es mutuo pero por él me atrevo a decir que descubrí algunas bandas que me gustan ahora. Mi hermano es un tanto apasionado por lo que hace, siempre se le vio el interés de estudiar el comportamiento de la sociedad, el menciona que estudia luchas ya que lo mueven demasiado los movimientos sociales actuales y no actuales, desde el bachillerato se lo escuchaba hablar del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) indagando en el levantamiento de 1994, ya compartía algunos fanzines de esto y obviamente a mí también me los compartía, siento que somos una dupla buena, ya que tenemos un proyecto de publicación independiente que se interesa en algunas problemáticas sociales que se han suscitado en estos últimos tiempos entrevistas con amigos que tienen otros proyectos. A mi hermano le gusta mucho viajar, siempre me platica de algunos lugares que ha tenido la oportunidad de visitar, cuando entró a la UACM me platicaba mucho de lo que se enseña aquí yo en ese momento aún no tenía una matrícula pero siempre me vio el interés de continuar estudiando, considero a mi hermano una persona comprometida en lo que hace, que se esfuerza por lo que quiere, jamás se da por vencido, es difícil de intimidar, por ese le tengo el respeto, me ha enseñado muchas cosas, a no dejarse de nadie, porque me considero un poco tranquilo en ese sentido.
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Considero a mi hermano una persona alegre, admiro mucho la poca vergüenza que tiene lo contrario a mí, me considero un tanto reservado, pero él en algunas cosas es muy atrevido pero jamás una persona avanzada o que le falte al respeto a alguien, siempre me contagia con su buen humor, cuando estamos juntos siempre tratamos de platicar de fenómenos que ocurren en nuestro entorno un tanto académicos pero a veces no nos clavamos mucho y conversamos de otras cosas. Por estas y muchas otras vivencias considero a mi hermano como una muy buena persona ya que por lo que hemos pasado familiarmente no nos ha tirado, la educación que recibimos por parte de mi madre, es decir, esos valores culturales que se adquieren desde el entorno familiar o desde casa fueron buenos es una cosa que le admiro mucho a mi madre ya que esto lo considero fundamental para hacer de una persona, alguien comprometido y recto con lo que quiere en la vida. Es un poco difícil expresarme de esta manera ya que jamás había hecho esto, ni siquiera utilizando la técnica en la metodología cualitativa como lo son las historias de vida pero considero un ejercicio bastante bueno, no sé realmente la finalidad de esto pero reitero que es bueno.
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Siempre adelante Eliud Ortiz
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o nací en 2003, cuando nací mi papá decidió, pues irse, se tomó un año sabático, mi mamá se quedó sola con nosotros, tengo dos hermanos más grandes y mi mamá nos mantuvo a todos, después cuando regresó mi papá, decidió divorciarse de mi mamá, nosotros nos quedamos con mi mama, mi hermano mayor entró a trabajar en la ciudad de México, así que desde entonces mi figura paterna ha sido mi hermano mayor, de pequeña no me di cuenta de cómo fue la separación de mis padres porque era muy chica, a mi mamá le pegó mucho la separación con mi papá y comenzó a buscar ayuda y fue ahí donde alguien le habló de Dios, y se acercó como yo era muy pequeña, cada que mi mamá iba a la iglesia pues me llevaba, yo creo que cuando somos pequeños hacemos las cosas que nuestros papás hacen, entonces mi vida de niña siempre fue como tratar de hacer siempre lo que mi mamá me decía que tenía que hacer, o lo que en la iglesia dicen que está bien pero no era realmente lo que yo creía, y no estaba convencida de hacer las cosas que ahí decían, pero las hacía porque hay que hacerlo. Mi infancia no fue muy interesante, en la primaria tenía pocos amigos, y aunque le hablaba a casi todo mi salón y creo yo que les caía bien a mí no me gustaba que me hablaran, me gustaba mucho jugar con mis amigas en el recreo con nenucos pero a veces nos juntábamos con los niños a jugar tazos, y casi siempre
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terminaba muy sucio mi uniforme por estar jugando con tazos, en mis clases iba bien, hasta el momento no he tenido problemas con las materias, pero me late mucho español e historia, en esas si le echo muchas ganas, cuando íbamos a la iglesia yo a veces me enojaba porque no entendía lo que decían y me aburría, mi mamá me dejaba llevar juguetes que no hicieran mucho ruido para distraerme yo creo que prefería que me quedara sentada en otras sillas más al fondo con mis juguetes que estar escuchándome de que ya me quería ir y no la dejara escuchar. Me quede en una secundaria un poco lejos de mi casa y el turno de la mañana entonces me tenía que parar muy temprano para no llegar tarde, mi mamá también se paraba a esa hora para ir a trabajar pero ella no me llevaba a la escuela, me llevaba mi hermano mayor porque le quedaba de paso dejarme en la “secu”, el primer año de secundaria me costó trabajo hacer amigos porque las chavas que estaban ahí eran muy payasas y a mí no me hablaban mucho, mi mejor amiga era una niña muy flaquita morena y con ojos grandes, al principio me caía mal porque no me dejaba ver el pizarrón es que estaba muy alta, pero ya después nos hicimos buenas amigas, me toco el taller de máquinas y herramientas que era algo así como piezas de metal, mi maestro era un gordito chaparrito y siempre se salía del salón, solo nos dejaba haciendo las figuritas, en mi casa mi hermano mayor siempre estaba afuera trabajando y mi mamá también trabajaba pero trataba de llegar temprano para hacernos la comida. La familia de mi mamá siempre ha sido muy unida entonces tengo como mucho lazo con mi familia, como solo tenía una mejor amiga pues no me interesaba relacionarme con los demás. Cuando era pequeña llegué
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a tener algún novio, pero realmente creo que yo no estaba lista, entonces yo Salí lastimada, no solo porque ¡ha rompimos! Sino porque yo no estaba bien, fue como en quinto de primaria, cuando yo decidí enfocarme en mis estudios, porque siento que tener una relación cuando no he terminado de estudiar, como que si me va distraer un poco. Ahorita en mi juventud estoy estudiando y estoy cursando el segundo semestre de preparatoria en un CEDART y quiero lograr mis metas, creo que lograr viene desde tu niñez, la educación que te dan tus padres, porque tú los ves por ejemplo cuando tu papá es doctor y no es feliz pues lo notabas siempre estresado y pues para ti realizarte no va se hacer un doctorado o así porque tu no lo veías como algo bonito, entonces yo creo que realizarte es primero conocerte a ti, ver lo que a ti te gusta hacer y realizarse es más como intentar crecer en eso que te gusta hacer. En mis estudios hasta el momento solo he pensado en la universidad, no me llama la atención hacer un doctorado o una maestría o así, lo que a mí me gustaría estudiar es actuación y creo que lo haría para mostrarle a otros lo que yo creo que es verdad y no quiero imponer lo que conozco sino compartirlo, porque creo que siempre me he sentido así, de que siempre los adultos me han impuesto las cosas que tengo que hacer y no me han dejado experimentar por mí misma, ahora ya encontré el camino hacia dios, y fue porque lo busque yo misma, ahora si estoy segura que fui yo quien lo busco y no fue por imposición, y me siento muy a gusto con eso. Así que por eso deseo estudiar eso para compartir lo que aprendo y ya cada quien decide si lo acepta o no lo acepta. Mi familia me apoya en esa cuestión de estudiar teatro, y mi hermano mayor ya estudió eso, así que
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también es una razón de estudiarlo porque veo que a mi hermano le va bien y creo que a mí también me irá igual, mi mamá siempre me ha dicho que lo que decida ser, es algo que todos los días te vas a para a hacerlo y tiene que ser con gusto. También me gusta mucho enseñar a niños chiquitos, pero no he pensado ser así como maestra, me gusta cantar y bailar y creo que son de las cosas que más me gusta hacer, cosas como salir al cine, o a museos, conciertos, o salir con mis amigos creo que no son cosas fundamentales que yo debería hacer creo que son como más vanidades. Creo que estoy en el lugar correcto y si me llego a ir lo voy a extrañar mucho, estoy contenta con lo que me ha pasado a pesar de que estuve siempre sola por parte de mi papá pero creo que eso me hace fuerte para realizar mis sueños, tengo una debilidad y quisiera cambiarla, y es el dejar de hacer las cosas a través de los sentimientos, el sentirme obligada a hacer las cosas que no me gustan por obligación es algo que me molesta mucho y quisiera cambiar eso, porque cuando salga la verdad, lo verdadero de ti, pues no va ser como tú esperabas lo que me gusta de mi es que trato de organizarme en todo para cumplir con todo lo que me gusta, esta etapa en la que estoy creo que es para conocerme como persona y como ser humano y pienso que cuando llegue a una etapa fija pienso que estaré muy estable mental y físicamente.
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Cuando el reloj marca la una Nestor Francisco Martinez Perez
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n fechas próximas al Día de Muertos, el Panteón Civil de Dolores (ubicado en la segunda sección del bosque de Chapultepec, en la alcaldía Miguel Hidalgo) comienza a ser frecuentado por mucha gente, pero también es cuando otras personas ajenas al camposanto aprovechan para sacar alguna ganancia de la festividad. De pequeño me gustaba ir en aquellas fechas, puesto que el Día de Muertos es mi celebración favorita de la cultura mexicana, además, al ver el panteón forrado de naranja era muy significativo e impactante para mí. Cabe mencionar que este tema de la muerte siempre ha sido parte de mi familia; por un lado, la familia de mi mamá visitaba constantemente las tumbas de los familiares, enterrados dentro de este lugar, y mi papá heredó su trabajo dentro del panteón por parte de su padre. Ambas familias eran originarias de la colonia América, misma que es vecina del panteón, pues solo se tiene que cruzar la avenida Constituyentes para llegar a la entrada principal. No lo recuerdo bien, pero, creo que tendría unos ocho años cuando aconteció lo que en las siguientes líneas voy a narrar. Aquel año, un 28 de octubre (ese dato nunca se me va a olvidar) mi padre pensó que sería buena idea que comenzará a dar rondines a lo largo de las calles del panteón para ofrecer "agüita para la tumba". Para ello, me dio dos pequeñas cubetas, una esponja un poco desgastada y una escoba, con
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ello ya estaba listo para iniciar mi recorrido y ganarme unos cuantos centavos, como me decía él. Con algo de pena y un tanto inseguro, agarré mis cositas y salí de la administración. Comencé a caminar entre aquel inmenso laberinto de tumbas, pero curiosamente, ese día no había sido tan concurrido... caminé por largo rato hasta que, en un lote cercano a la barranca y poco transitado, un señor me gritó: —niño, podrías traerme agua y limpiarme aquí por favor—. Inmediatamente ubiqué de dónde provenía la voz y me dirigí entre las tumbas hacia allá. —Tardé mucho en caminar hasta acá, hazme favor de limpiarme y barrerme por favor, hace mucho que nadie viene a visitarla— me dijo con una voz entrecortada un señor de aproximadamente 60 años que no dejaba de sonreír. Asentí con la cabeza y fui por el agua, la pileta estaba a no más de quince metros de ahí; demoré a lo mucho cinco minutos porque apenas ésta se estaba llenando. En la espera, fue entonces cuando en mi subconsciente me percaté que el señor lucía demasiado anticuado para aquel año, sus ropas se veían muy descoloridas, además, el señor no llevaba flores, algo esencial que lleva toda la gente cuando visita una tumba. Lo que se me hizo más raro era que llevaba puestos unos huaraches, pero sus pies se veían limpios, algo que no cuadraba con el camino terroso de la zona en la estábamos. Quise omitir todos estos detalles y le grité desde donde me encontraba: —¡Señor, ya voy para allá, la pileta se está llenando! — Él respondió que no había problema. Con las pocas fuerzas que mis brazos daban en ese entonces iba cargando las cubetas para disponerme a limpiar la tumba y, al alzar la mirada hacia el lugar, el señor ya no estaba. Era ilógico que saliera corriendo o caminando rápido, ya que le
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costaba caminar y acomodarse cuando recién me habló. Volteé a todos lados y no había rastro de él, fue bastante raro, pero aun así me dispuse a limpiar el mausoleo. Estaba por echar el agua encima de la tumba cuando junto a la placa del nombre había un pequeño montón de dinero, unos 30 pesos en puras monedas de un peso y cincuenta centavos, junto a una nota que decía: gracias por hacerme compañía y limpiar el monumento. Al leer la nota me temblaron las piernas, miré a todas direcciones y, en efecto, me encontraba completamente solo. Leí el nombre de la placa y la fecha de nacimiento y muerte; se trataba de un señor que oscilaba los 62 años cuando falleció. Quiero creer que fue él quien me pidió limpiar su lugar de reposo y hacerle un poco de compañía, de todas maneras, limpié y en vez de llevarme el dinero, hice un huequito en la tierra de en medio y ahí lo dejé enterrado entre las flores. Retomando mi camino hacia la administración iba tarareando esa canción muy común por las fechas… esa que dice; cuando el reloj marca la una, las calaveras salen de su tumba. Al llegar al edificio le conté a mi papá todo esto con lujo de detalle y escuchó con paciencia cada detalle aquí narrado, pero era obvio que jamás iba a creerme puesto que él siempre afirma no creer en cosas que tengan que ver con fantasmas o paranormales. Él siempre se ha caracterizado por ser muy duro de carácter, tal vez esa faceta fue la que a mí me tocó conocer en comparación a la de mis hermanas. Mi relación con él nunca ha sido de lo más cercana y siempre llegamos a chocar en diversos temas. Es por ello por lo que desde chico me daba pavor externar frente de él todas las cosas que me sucedían dentro de los
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muros del panteón y por ello mejor opté por escribirlos, así la gente podría prestarle la atención debía a mis relatos y dejar de sentirme como si a nadie le importara lo que digo.
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ADULTOS - OTOÑO
¿Estás seguro de estar aquí con nosotros? Alberto Manuel Martínez Sánchez
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o único que piensas después de tres meses de servicio es “estoy vivo”. Y lo reafirmas cuando estás dentro de tu casa con tu familia, con una mujer que te observa fijamente, dos niños que corren a abrazarte mientras gritan ¡papá, papá, ya llegó, papá! y un adolescente que ya no demuestra sentimientos. Supones que es una buena señal de que estás vivo. Sí, después de una balacera donde mataron a dos de tus compañeros, quizá tres, quizá cuatro, tal vez uno, tal vez ninguno. Las balas llovían y llovían, te preguntas si tu ángel de la guarda te estuvo protegiendo o fue sólo suerte de la buena. Sí, fue suerte, ninguna bala te tocó. También fue una suerte de que no te fueras preso por una negligencia o por un error humano, porque esos hombres estaban a tu mando. Bueno, ya no importa: ya estás en tu casa, tus hijos te abrazan y tu esposa te observa. Los niños regresan a jugar con sus carritos, tu esposa se levanta y te besa, la besas. Llevabas mucho tiempo sin besar a nadie. Podría decirse que ya estabas olvidando eso. Tu hijo mayor se acerca y te saluda con la mano. Te preguntas por qué él no es afectuoso como los demás. Te quitas la enorme mochila de la espalda. Suspiras. Te alegras por quitarte ese peso de encima.
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¿Vale la pena? No estás seguro. En este momento nada es seguro, tu mente insiste con esa pregunta. Tratas de darle una respuesta. Crees que sí vale el esfuerzo, pero te hace dudar. Recuerdas cuando tú tenías la edad de tu hijo de en medio, no tenías nada de lo que tienen ahora: televisión, libros, carritos, cuadernos, juguetes, ropa nueva, celular. Todas esas cosas te parecían lujos. Tuviste que trabajar e ir a la escuela al mismo tiempo. Tus padres no te apoyaron como a ti te hubiera gustado. Tu papá le pegaba a tu mamá. Vivían en condiciones medianamente precarias. Quizá precarias. Pero tuviste la idea de no repetir ese patrón, quisiste salir adelante y lo hiciste. Tienes un buen empleo, bueno, te deja dinero para mantener a tu familia. El sonido de una bala te distrae. Te alarmas, no te preocupes, es tu mente que te está jugando sucio. Piensas que estás loco y que necesitas ayuda profesional. Te sorprende esa conclusión, tú siempre has dicho que los psicólogos son para las personas que están muy dañadas. Tú nunca has necesitado ese tipo de ayuda. Empiezas a imaginar que eso le pudo haber ocurrido a cualquiera, sobre todo si eran hombres que no acataban órdenes al pie de la letra. Exacto, no fue tu culpa, tú diste instrucciones claras, que esas personas no obedecieran no fue cosa tuya. No importa qué tipo de apoyos tengas, te sientes culpable, uno de ellos tenía familia, como la tuya. Te preguntas si su esposa te estará echando la culpa de la muerte de su marido. Te llevas las manos al rostro. Sabes que no vas a llorar, porque tú mismo no te lo permites; sin embargo, piensas en lo que pasaría si tú hubieras muerto, te preguntas qué sería de tu esposa e hijos, estás convencido de que todo estaría bien, pero nada de asegura eso. Lloras, sí, realmente lloras. La noche
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es el momento en el que puedes llorar y nadie, absolutamente nadie, te ve. Tu esposa te saca de tus pensamientos. ¿Estás seguro de estar aquí con nosotros? Te pregunta porque Kevin, tu hijo menor, te enseñaba su tarea y quería que se la revisaras, pero tú no le hiciste caso por andar pensando en lo ocurrido. Ves a tu hijo irse a jugar con sus juguetes, el cuaderno que quería enseñarte está a un lado de ti, lo tomas con ambas manos y ves los garabatos ahí escritos. No entiendes nada, pero te dices a ti mismo que todo está bien, que esa tarea está bien, que tu familia también lo está. Entonces no hay nada de qué preocuparse. Piensas en esa pregunta: ¿Estás seguro de estar aquí con nosotros? No escuchas las voces de tu familia que te hablan, ni la tele, ni el ruido del choque de los juguetes…una bala, una bala, una bala, y otra y otra y otra, hombres muertos. Juguetes tirados en el suelo. Una película de acción de aquellas que te gustan. Vale la pena. No sabes cómo o por qué. Sólo vale la pena. Quizá mañana tus tres hijos y próxima hija, sí, se te estaba olvidando que tendrías una hija, tendrán una buena o regular educación, irán a la universidad y serán felices. Quizá no consigan trabajo tan fácil y sobre todo relacionado a lo que estudiarán, pero serán felices, bueno, eso quieres creer. Ya tienes tu respuesta, sonríes. Claro que vale la pena. En unos años te vas a retirar de ese trabajo tan peligroso. En unos años te irás a vivir con tu familia, bueno, la mayoría de tu familia, a Veracruz, exactamente al pueblo donde creciste, el lugar donde pasaste una buena parte de tu vida; piensas que es una buena idea, vuelves a sonreír, te gusta ese estilo de vida, tienes muchas ganas de hacerlo porque tu cuerpo ya no está rin-
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diendo como antes. No importa qué tanto te esfuerces, pero la edad te está acabando. Lo bueno es que es la edad y no un par de balas que perforan tu cuerpo. Sólo un par de años más. Aguanta un poco y podrás estar es un clima que te agrada, en el lugar donde creciste. Sonríes. Tu mamá decía que no era bueno hacer planes, que lo mejor era dejar fluir la vida y esperar. No puedes evitarlo, te gusta pensar en esa vida futura, porque eso es lo que realmente quieres. Estar allá con tu familia en el lugar donde tú viviste. Una bala, un hombre en el suelo, un charco de sangre emanando de su cuerpo, gritos, contraataque, una vida pasa por tus ojos. Recuerdas a tu mamá y a tu papá, a todos tus hermanos y hermanas, y cómo se fueron yendo de la casa conforme crecían, la escuela, el primer día de clase en la preparatoria, el primer día de trabajo, tu esposa, tu primer hijo, el segundo, el tercero y tu primera hija. Otro hombre caído. Tú no tienes la culpa, se demostró que no fue negligencia en el juicio. Te sigues cuestionando si la culpa fue tuya. ¿Estás seguro de estar aquí con nosotros? Piensas una y otra vez en eso. No lo sabes, tu cuerpo está aquí con tu familia, pero tus pensamientos están en otra parte, en otro espacio-tiempo donde te sientes culpable de que un par de familias perdieran a uno de sus miembros. Pero no fue tu culpa. Todo está bien. Todo está bien, Sargento. Usted está con su familia. Usted está con su familia y eso es lo que importa. Gracias, Sargento.
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Aquel pueblo Alejandra Mendoza Caballero
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n el mes de diciembre del año pasado salí con mi madre de viaje para festejar su cumpleaños número 61, las dos queríamos pasar el año nuevo fuera de la ciudad, teníamos pensado ir a Oaxaca ya que habíamos encontrado un buen paquete y a buen precio; pero los planes cambiaron cuando nos avisaron que el viaje se cancelaba y entonces decidimos ir a San Miguel de Allende en Guanajuato. Nos fuimos en autobús saliendo de la Ciudad de México a las cinco de la madrugada, era temprano y hacía mucho frío, entonces nos fuimos dormidas todo el trayecto. Llegamos alrededor de las once de la mañana a un lugar llamado La Gruta, este lugar se caracteriza por sus aguas termales que resultan ser inigualables; el clima era muy caluroso, recuerdo que la temperatura del agua de las albercas estaba entre los 35° a los 40°, extremadamente caliente. Para llegar a La Gruta primero teníamos que entrar por una de las albercas, conforme nos acercábamos la profundidad aumentaba, teníamos que caminar alrededor de cinco o siete metros por un pasillo estrecho y oscuro, para así llegar y admirar la famosa Gruta. Después de atravesar el pasillo subimos unos cuantos escalones y por fin entramos a la gruta, esta tenía la forma de un iglú, la profundidad del agua había bajado pues el agua solo nos llegaba al pecho, estaba oscuro y la poca ilumina-
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ción que había entraba por el tragaluz que se encontraba en la cima, el agua de ahí alcanzaba los 45°, mucho más caliente que al principio del recorrido, estuvimos ahí alrededor de 20 minutos y después salimos, recuerdo mucho el eco y el vapor que emanaba el agua, realmente nos encantó. Al salir de la gruta, nos dimos un tiempo para tomar unos tragos en la orilla de la alberca, tomar fotos y platicar del lugar; decidimos después dar un recorrido, caminamos y encontramos un temazcal y camas para masajes, pero por falta de tiempo solo tomamos fotografías, nos duchamos y ya estábamos listas para la siguiente parada. Seguimos nuestro andar hasta llegar a la plaza principal de San Miguel de Allende, pueblo mágico y digo mágico porque no había visto callejones como los que existen ahí; son empedrados y estrechos, no suelen ser planos, el ambiente es tranquilo, el clima perfecto, y lo más impactante no encuentras ni una sola basura en el suelo, algo característico de ese lugar. Al caminar podíamos ver carretas con lindos caballos, también algo muy curioso eran las parroquias, había demasiadas, podría decir que una en cada esquina. La parroquia de San Miguel Arcángel es la parroquia principal y la más reconocida de este lugar; es bellísima e impresionantemente alta, tiene un estilo gótico de la Europa medieval y una altura de 1900 metros sobre el nivel del mar, además fue construida por un albañil indígena, que dicen tardó diez años en construirla. Ahí mismo fuimos testigos de una boda muy llamativa, con los novios en carruaje tirado por caballos blancos. Debo decirles que la mejor la hora para disfrutar de esta parroquia es en la noche, se
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aprecia mucho más la impresionante arquitectura, sobre todo porque se ilumina, entonces la vista resulta ser espectacular. Cuando menos nos dimos cuenta cayó la noche, es hermoso ya que la plaza se ilumina, comienza a llegar mucha gente, venden demasiados antojitos como churros, café, helados, dulces típicos y muchas otras golosinas; la mayoría de los habitantes son extranjeros, aunque se aprecian también muchos turistas, la gente es muy agradable, bastante alegre, y la presencia de algunos mariachis hacen más amena la noche. Después de disfrutar un rato la plaza, nos alojamos en la “Posada San Francisco” que da a la plaza principal. Es un hospedaje muy limpio, de arquitectura colonial, y de cuartos amplios cuyas ventanas dan a un bonito jardín, hay un pequeño restaurante donde se come bien. Este pueblo se despierta temprano, y cuyo mayor movimiento se encuentra en su mercado principal Ignacio Ramírez, que por cierto es una visita obligada. El mercado es muy pintoresco, la gente es muy amable, se pueden comprar verduras y frutas riquísimas, carne fresca, antojitos, una gran variedad de artesanías, flores exóticas y plantas curativas que traen los habitantes de la región. Mi mamá y yo pensamos que es un buen sitio para desayunar o comer y un acercamiento a la vida cotidiana de San Miguel de Allende. Poco antes del mediodía su animación comienza en la plaza principal, rodeada de edificios coloniales y antiguos. A los alrededores existen muchos locales de artesanías y dulces típicos. Más tarde nos dieron tiempo libre y decidimos dar un paseo por estos locales, compramos cajeta envinada, la auténtica cajeta de Guanajuato, y algunos dulces de leche muy
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ricos también. Otra cosa que admiramos del lugar fueron las espectaculares galerías, estudios de arte, tiendas de mobiliario, decoración, joyería, diseño y antigüedades, eso sí, carísimo. También vale la pena mencionar los puestos y locales de nieves riquísimas, las más famosas se encuentran afuera de la Iglesia de la Inmaculada Concepción o el Templo de las monjas. Pero el recorrido no terminó ahí, todavía nos dio tiempo de subirnos al tranvía donde el viaje duró una hora e hizo dos paradas, la primera en la Casa Sierra Nevada y la segunda en el Mirador, muy interesante ya que nos muestran los puntos más importantes e históricos de la ciudad. Al término de este recorrido teníamos que reunirnos en el autobús para tomar el camino de regreso a la ciudad de México, claro que nunca te quieres regresar después de haber estado en un pueblo mágico; por último, mi madre y yo admiramos una vez más la parroquia y los callejones mientras el autobús se alejaba. Sin la menor duda San Miguel de Allende es una de las ciudades más bellas de México, es una vieja ciudad donde el tiempo parece haberse detenido, y donde hay paz y un maravilloso ambiente pueblerino. Sin duda este viaje ha sido uno de los más interesantes que he hecho con mi madre, nos gusta mucho viajar juntas, descubrir lugares nuevos, y disfrutarlos sin restricción alguna. Pero esto de viajar juntas tiene pocos años, la verdad antes no lo considerábamos tanto y si lo hacíamos no era muy a menudo; ahora tratamos de hacer mínimo dos viajes al año, aunque sea a un pueblo mágico que sin duda son los lugares que más nos encantan. La compañía de mi madre siempre me hace sentir muy tranquila, me da mucha
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paz, reímos demasiado y hay veces que hacemos travesuras en los viajes; siempre está dispuesta a aventurarse, en su niñez no viajo tanto y yo tampoco, pero ahora que tenemos la oportunidad realmente lo disfrutamos bastante. Sin duda para mi viajar hace que nada más exista, resulta apasionante, surge una emoción inexplicable, pienso que nada desarrolla tanto la inteligencia como viajar, que viajar te deja sin palabras y después te convierte en un narrador de historias, que viajar es añadir vida a la vida.
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El lobo Ilse Mendoza Márquez Ausencia: Ha terminado otro capítulo en mi vida La mujer que amaba, hoy se me fue Esperando noche y día Y no se decide a volver Pero yo sé que volverá Y si no, de pena moriré Qué hice que te hizo partir No sé si con el tiempo está herida se sanará No hubo motivo para terminar La he tratado de olvidar Más sin embargo la recuerdo más No se asombren si ven a un hombre llorar. El día en que tú te fuiste, triste me quede llorando Ay regresa te lo pido, que por tu amor te juro me estoy matando No importa tu ausencia te sigo esperando William Colón y Héctor Pérez
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n mes y días sigo contando desde tu partida. He platicado mucho con Gaby; le pregunté desde cuándo te dejaste, él me respondió que fue la última vez que te internaste en Cardiología, hace ya dos años. Nos dijeron que tu enfermedad ya había pasado a la fase cuatro de cinco; esta vez, la enfermedad hizo un daño renal, junto con una falla cardiaca y aunque el Lupus te había afectado otros órganos, eso no significaba que te libraras de otro ataque lúpico.
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Desde pequeña tuviste signos de padecer esta enfermedad; la tecnología y la medicina no estuvieron al cien como para detectarlo a tiempo. Te tocó ser una más de la familia con este padecimiento, genética le llaman. Tampoco fue suficiente que esto nos quitara a otras dos mujeres tan importantes en nuestras vidas y en la familia. Desde pequeña me explicaste que algún día estaríamos separadas, y no porque tú lo decidieras, sino porque ya no estaría en tus manos poder solucionarlo. Es increíble, y como bien dijiste, que por algo te quedaste en ese trabajo. Mi abuela te cedió un permiso para poder entrar a trabajar en la Procuraduría General de la Justicia del Distrito Federal cuando tenías 15 años. Tuviste buenos jefes que te ayudaron en los problemas con mi papá, pues en aquel entonces no existían leyes que protegieran a la mujer. Ese proceso en tu vida fue muy difícil, lo supiste enfrentar sola, solas las dos. Vivimos en muchos lugares, teníamos que cambiarnos frecuentemente porque mi papá siempre te acechaba, sólo para hacerte la vida más difícil, él no aportaba nada más que problemas. Tuviste amigos que te ayudaron con ese hombre. Recuerdo que no salíamos de Tepito, nos gustaba estar ahí: comprar chácharas, visitar a tus amigos y, aunque tarde me di cuenta te conocí uno que otro novio. Agradezco que también hayas pensado en ti y en tu corazón, aunque hayas pasado por ese gran desamor. A tus 22 años de edad recibiste el diagnóstico del mal que te aquejaba. Un reumatólogo dijo que tenías Lupus eritematoso sistémico y, por lo tanto, sólo tendrías un año más de vida. Esas palabras retumbaron en tu corazón y cabeza por otros 22 años más.
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¡Que equivocados estaban esos doctores! Sin embargo, la última doctora que te lo dijo acertó. Pero aun así quisiste y decidiste luchar por tu hija: tu bebé, porque siempre estaríamos juntas. Nuestras vidas a Tepito serían más constantes. Vivíamos una vida nocturna muy diferente a las de las demás familias. Parecíamos amigas y tus amistades me consideraban como tal, (obviamente siempre había un respeto y todo era sano). Nunca olvidaré esa época -aún alcanzamos a disfrutar los buenos tiempos de ese lugar- de donde ambas nacimos y de donde aprendiste lo que es trabajar. Poco a poco fueron aminorando esas salidas, tu salud no iba bien. Hiciste y probaste de todo por mejorar tu salud (quizá sí funcionó quizá no). Te hartaste de hierbas, tés, menjurjes, jugos, dietas, medicinas, inyecciones, terapias y demás. Hace quince años tuviste que aceptar un suplemento adicional para mejorar tu calidad de vida, el cual fue usar oxígeno durante, al menos, 16 horas al día; te rehusaste a llevar un cilindro portátil, tanto por vanidad, como por "el qué dirán". Tuviste que comprar un coche porque el transporte público se volvería una bomba en cuenta regresiva, la cual, en cualquier momento explotaría. No quisiste darte por vencida y mucho menos preocuparme. No sé si será destino o coincidencia, pero quizás en otra vida se encontraron o se prometieron un para siempre. Encontraste a una pareja, como lo pediste y como lo merecías; te costó confiar en él; confiar en un hombre que no era tan desconocido. Quiero pensar que muchas veces nos encontramos en Tepito, pues él visitaba los puestos de mis tíos, dónde yo también solía estar. Tu familia ya lo conocía perfectamente y, por eso, descalificaron su noviazgo; los comentarios negativos no les diste importancia: Gabriel se merecía
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una oportunidad, tu Losho, como solías decirle. Él supo ser tu vocero, el administrador, la mano derecha, el colchón que estaría ahí cuando cayeras y sintieras que no podías más; tu amigo, la gran pareja de baile, tu doctor, el enfermero, el cocinero, y sobre todo, tu gran compañero de vida. Gaby dice que si le volvieran a dar a elegir: te escogería mil veces más, te ama y extraña mucho. A veces, siento que te quiere alcanzar lo más rápido que le sea posible. ¡Eres muy inteligente mamá!, supiste elegir bien a tu pareja, tuviste la astucia de saber con quién me ibas a dejar, -aunque no fuera mi padre biológico-, a fin de cuentas tu deseo se cumplió, porque no querías sufrir la pérdida de alguno de nosotros dos, debido a que no tendrías fuerzas, ni ganas, como para hacer trámites y estar peregrinando en todos lados, pidiendo una resolución. Lamento mucho que hayas dejado tu nueva casa tan rápido. Quisiera regresar el tiempo y decirte que no lo hagas, que no tendría caso porque sólo sería un mayor desgaste físico y emocional, que buscáramos otra opción o que simplemente no cumplieras la promesa que le hiciste a tu mamá. No quiero una propiedad, sólo te queremos a ti, aquí, con nosotros, los cinco, sin importar en qué circunstancias, porque la ambición transforma a la gente y familia sólo somos nosotros: el equipo que siempre hemos sido. A consecuencia de tu partida, siento la carga que traías; nunca lo llegue a sentir como tal, fue una transición rápida la de ya ser una adulta en realidad, tengo que tomar decisiones que me marcaran de por vida, pero sé que me dejaste con un buen guía, además de contar con todo lo que me enseñaste. He escuchado música y siento tristeza porque toda trata de ti, la salsa ni se diga. Ahora, esa canción
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triste de Héctor Lavoe es para ti, suena por ti. Ya sabías lo que iba a pasar, ya te sentías mal, te hiciste la fuerte como muchos años atrás. La Navidad y Año Nuevo del 2019 fueron muy distintos a los anteriores, aunque estuvimos en pijama, tomaste copa tras copa de anís con agua mineral, como en tus buenos tiempos; escuchamos música hasta el amanecer, lloramos, reímos, recordamos vivencias y canciones que hacía mucho no escuchábamos. Había señales que no quise ver o aceptar. Previo a esto, no estabas bien, en verdad admiro tu fortaleza y lo que aguantaste. Sé que es egoísta pedirte que te quedaras más tiempo, pero como tú misma me lo dijiste: “la mamá es la mamá y a la edad que tengas, siempre te va a hacer falta” y sí, tienes razón. Siento que en cualquier momento abrirás la puerta del estacionamiento, meterás el coche, subirás las escaleras, abrirás la puerta, Barúsh y Camila ladrarán felices de que ya hayas llegado. Quiero escuchar tus pasos acercándote a tu recamara, porque ahí siempre te esperaba, Barúsh te recordará prender el oxígeno, me darás un beso largo para luego acostarte, Camila se sentará en tus piernas mientras su compañerito elige en qué lugar quedarse, pero siempre junto a ti. Los primeros días de tu partida resguardaron tu lugar, como si te esperaran. No quise que te enojaras con el Losho ni conmigo por llevarte al hospital. Sólo queríamos que estuvieras bien, creímos que sería una visita más y que quizás, te quedarías algunos días. Cuando entré a verte, había demasiados pacientes. Te vi de lejos, recargabas tu cabeza en la pared, estabas dormida y tenías varías mangueras que salían de tu mano y brazo. Ya te habías manchado de sangre por la posición en la que estabas, te hablé muchas veces y no me hiciste
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caso, hasta que te dije que no te preocuparas por mí, que iba estar bien, fue lo último que me dijiste: que era yo lo que más te preocupaba si soy tu hija. Volviste a dormir y en el tiempo que me dejaron contigo hice lo posible por calentar tu cuerpo, sobé tus suaves pies y manos, agarré tu cabello que aún olía a tu perfume, me quité la playera para que tuvieras un soporte en tu cabeza. Cuando se acabó el tiempo, te dije que ya me iba y que al otro día vendría a visitarte, dijiste que no, que no dejara solos a tus chaparros (perros), me diste la bendición y el último beso, me dijiste te amo, a lo que respondí que te amaba más. A las 8:30 de la mañana del otro día, Gaby me marcó para tomar la decisión de entubarte, ambos acordamos que no, que era algo que sabíamos que no querías ¡vaya sorpresa que nos diste! firmaste que lo aceptabas, creímos que ya no aguantabas más el dolor, y que sedarte era el alivio para ti y para que no nos vieras tristes o preocupados por verte así. Llegué al hospital casi de inmediato, no fue sino hasta las 6:30 de la tarde que te vi, Gaby me dijo que no le gustaría que te viera así, insistí en que sí, que entraría. Trato de no recordarte en el hospital, porque duele aún más. El Lupus te atacó, se notaba en tu cuerpo, cual lobo a su presa que deja marcas. Sólo vi la famosa mariposa en tu rostro. Gaby vio más y de eso se quiere olvidar, porque te queremos recordar como siempre eras, con tu linda sonrisa, lo traviesa y juguetona que eras; lo amorosa que te volviste y lo fuerte que siempre fuiste. Ahora sólo tenemos que aprender a afrontar lo malo con una sonrisa, con temple fuerte y decisivo, porque así nos enseñaste. Espero que tu muerte haya sido como querías, como creías que se sentía, que no te haya dolido, que
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todo malestar que tenías ya no exista. Y si te volvemos a encontrar danos una señal, porque otra vez te elegiríamos sin dudar. Me gusta pensar que cuando sea mi hora, vengas por mí, que seas tú la que me acompañe, pues eres a quien quisiera ver primero. También espero que te haya gustado como te maquillé. Aún tengo la duda sobre si te gustó la pijama que te elegí, aunque me habría gustado que vistieras una de Hello Kitty. También me pregunto si habrías querido usar otra cosa, pero a ti te gustaban las pijamas porque te hacían sentir cómoda. Te quedas en casa, con nosotros. Te agradezco por todo lo bonito que nos dejas, extraño mucho a mi amiga, a mi cómplice, a mi confidente, a mi acompañante de antojos. Lamento no haberme quedado los días en los que me pedías no ir a la escuela, aún más, el último viernes. Deseo que descanses, que seas una estrella más en alguna constelación, y que brilles con todo tu esplendor, porque así fuiste en vida, porque eres sensacional, única y extraordinaria. Eres una mamá maravillosa. Te amamos Karla Mónica Aroche López Tu hija y tu esposo
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Te voy a amar hasta morir Jazmín Morales Martínez
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l tiempo pasa y muchas veces no lo puedes detener. Hay recuerdos que se quedan en nuestra mente, pero hay otros que no, sin embargo, cada día que he pasado contigo es algo que se ha grabado en mi corazón para siempre. Mi papá, mi abuelito, mi amigo hoy te agradezco todo lo que me has dado, gracias por enseñarme infinidad de cosas. Me acuerdo muy bien de aquella vez que me fracturé el codo en la bicicleta, junto con Vicky y mamá estuvieron ahí, dándome ánimos, yo quedé muy espantada pero tiempo después me enseñaste a no tenerle miedo a la bicicleta, y gracias a eso aprendí en menos de una semana, después de rodar recuerdo que terminábamos cansadísimos, llegábamos a casa, encendidas el boiler y me medías el agua, luego, nos sentábamos mi abuelita Vicky, tú y yo junto con Lulú a ver la televisión a esperar a mamá del trabajó, con todas tus fuerzas me cargabas y me acostabas en mi cama, recuerdo perfectamente, que cuando soñaba feo me salía del cuarto y me iba a acostar con mi abuelita y contigo. Y al día siguiente siempre me despertabas a las 7:15 h y me preparabas mi licuado de chocomilk con plátano, me llevabas a la escuela con mi mochila de carrito y cuando salía me comprabas un dulce.
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Al paso de los años empezaste a enfermarte de herpes, por un momento pensé que tú ya no ibas a vivir, cada noche mi abuelita y yo nos sentábamos en tu cama esperando tu llegada, los días pasaron y tu volviste, mis ojos se llenaron de felicidad. Nuestros días se volvieron más ligeros y menos preocupantes, las risas resonaban por doquier, hasta que Rosita, tu mamá partió, te observaba y lo único que observaba de ti era la fuerza que reflejabas, sabía que por dentro tú estabas roto pero siempre mirabas para adelante. Te uniste más con mi abuelita, luego eran bien traviesos, se escapaban al tianguis de los viernes para comer carnitas, tú regresaban enojado porque Vicky siempre se quedaba platicando con sus amigas, cuando están en la casa siempre terminabas reclamando y ella solo respondía: -¡Oh chinga, déjame! Pero al final del día siempre estaban juntos y se perdonaban. Sin embargo, el tiempo y los años pasaron, la enfermedad llegó atacando vida de mi abuelita. Su corazón dejó de funcionar correctamente y empezaron las complicaciones más difíciles que jamás nos imaginamos, a consecuencia de los problemas con su corazón le colocaron un marcapasos, dos años fueron los que nos permitieron nuevamente ser felices, recuerdo que cada agosto te ibas junto con la familia (incluyendo a mi abuelita) a pasar un tiempo en el Santo Domingo Ticú, Oaxaca. siempre me contabas lo bello que era ir y olvidarte del tiempo, del ruido para solo respirar aire cien por ciento puro, pero aproximadamente un año pasó cuando Vicky comenzó a tener arritmia cardiaca, su presión era muy inestable, había días en los que ella ya no quería comer, mañana, tarde y noche se la pasaba acostada en el sillón, mis tíos al
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ver como mi abuelita cada vez empeoraba más decidieron llevarla al hospital, le realizaron estudios de todo tipo y los médicos determinaron que tenían que operar inmediatamente, programaron su cirugía, esa tarde Vicky tomó una ducha y habló con mi tía Lucy para decirle que tanto ella como su bebé iban a estar bien, Vicky con una sonrisa colocó su mano en la panza de mi tía y solo le dijo a Said: -Estoy muy ansiosa por conocerte y tenerte entre mis brazos. A la mañana siguiente, te fuiste tú, Vicky y mi mamá al hospital, todo pintaba con resultados positivos pero cuando te intervinieron los resultados no fueron muy alentadores, mi abuelita presentó hipotermia, los médicos se percataron que no manejaba una presión normal, nuevamente realizaron electrocardiogramas y, se corroboró que la cirugía que se le había realizado fue incorrecta, el motivo inicial por el cual ella presentaba presiones bajas y altas era porque uno de los resortes del marcapasos se había desconectado de este. Sábado por la noche la pasaron a terapia intensiva por las complicaciones que estaba presentando, domingo por la mañana mi mamá te fue a visitar, ambas estaban riendo por los chistes que mi abuelita decía, al regresar mamá a la casa recibe una llamada del hospital, las enfermeras le indicaron que la salud de mi abuelita se había complicado por lo cual en esos momentos los más conveniente fue intubarla para que pudiera respirar. Justamente, en ese momento yo me encontraba en la iglesia, Mónica una de mis primas, se acercó a decirme que mi abuelita estaba en terapia intensiva entubada, justamente en ese momento comenzó a llover muy fuerte, recuerdo que ese día vestía una falda con unos flats, corrí bajo la lluvia, mis pies estaban
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completamente mojados y en cuanto llegue me encontré con mi tío Darío, él se iba a encargar de llevar a papá al hospital para visitarte y, en seguida, me sume a ellos para ir a saludarte. Las horas pasaron y Jessica y yo pasamos a verte, nos pusieron unas batas blancas y cubre bocas, al entrar al cuarto tú estabas acostada con miles de cables a tú alrededor, sólo movías la lengua, tus ojitos estaban totalmente cerrados, las únicas frases que recuerdo que te dije fueron: -Todo va a estar bien, no te preocupes cuidaremos de papá y de Laura, tu canario. Al momento de salir del cuarto, mi mamá subió a visitarla, y de repente tu corazón dejó de latir, minutos después los doctores notificaron su partida, el tiempo se paralizó, nadie de mis familiares asimilaba tu muerte, papá estaba completamente desolado, por fuera se veía tan inquebrantable pero sus ojos eran el vivo reflejo de la profunda tristeza que estaba sintiendo. Al principio amigos y familiares lo acompañaron a todas horas, pero los días pasaron y la soledad invadió su ser, cada que recordaba a Vicky las lágrimas invadieron sus ojos, el tiempo más complicado era la hora de la comida, el sonido de los cubiertos era muy incómodo. Cada día, hora, minuto y segundo extrañábamos tanto su presencia, al paso de las semanas todo se volvió más ligero, papá y yo nos sentábamos a desayunar juntos, charlábamos por un largo tiempo, los mejores días eran los viernes, cada mañana salíamos a comer juntos al tianguis de los viernes y al momento de regresar, nos sentábamos en el sillón, él leía el periódico y yo me sentaba a hacer tarea, horas antes de irme a la escuela comíamos juntos, luego de comer,
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nuevamente se sentaba en el sillón y dormitaba durante media hora, y justo cuando daban las 3 me despedía de él. Al llegar la noche, siempre lo encontraba sentado viendo las novelas junto con mamá, sin embargo el tiempo pasó y se comenzó a enfermar, el primer dolor que presentó fue el dolor de la rodilla, le costaba tanto trabajo caminar pero aun así subió a la cima de Hierba el Agua, en Oaxaca, su rostro era el reflejo de la felicidad que en ese momento sentía, al regresar a casa, estuvo por un buen tiempo bien, hasta hace algunos días atrás todo se complicó, sus piernas ya no respondían, en una ocasión, mientras todos dormíamos, él se calló de su cama y a lo lejos solo escuchaba una voz decía mi nombre, desperté rápidamente y cuando abrí la puerta de su cuarto te encontré tirado en el suelo, llevabas dos horas así, intente pararlo pero me fue imposible, le llame a mamá y entre las dos le ayudamos a acostarlo nuevamente en su cama, en ese momento, comenzó a llorar por la desesperación de verse en ese estado, en cuanto amaneció nuevamente quería hacer del baño y volvió a caerse, ese mismo día lo ingresaron por el área de urgencias, estuvo internado por un mes, el diagnóstico no era muy alentador, los doctores indicaron que todo indicaba ser un problema en el riñón, alrededor de treinta estudios determinaron que era necesario hacerle una diálisis, pero gracias a Dios el urólogo diagnóstico que por los síntomas que presentaba se trataba de problemas en la próstata, lo único que le pusieron fue una sonda pero de nada funcionó, las fuerzas de sus manos y sus pies se esfumaron de la noche a la mañana, me entristece verlo de esa manera, qué más quisiera poderle dar mis fuerzas para que se pueda parar, para que pueda ser como antes, tengo tanto miedo, cada
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día que despierto le agradezco a Dios por permitirme estar contigo y poder ver que su corazón sigue latiendo, tengo miedo de perderlo, sé que nacemos para morir, pero siempre es muy cierto nunca nadie nos prepara para ver morir a tus seres queridos o para verlos enfermos y más cuando son tus padres, siempre te voy a estar agradecida contigo por todo lo que me has enseñado, por siempre estar conmigo, sé que si un día me llegas a faltar la vida ya no va a ser lo mismo pero siempre te voy a amar por tantas cosas, eres la persona que más amo, eres el mejor papá del mundo, solo le pido a la vida y a Dios que nos permita estar juntos aún muchos años más, para regresar a Oaxaca y reír sin parar, para compartir momentos agradables y no tan agradables, para escucharte y que me escuches, para abrazarte cuando tienes miedo, para comer junto a ti. Papá te voy a amar por siempre.
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Un «gracias» que no alcanza para pagar todo lo que tengo Gerardo Sinue Muñoz Sosa
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n el tiempo que llevo “viviendo” en este mundo, ha existido mucha gente que me ha apoyado y me ha brindado su cariño. Sin embargo, una de las personas que siempre ha estado ahí sin importar nada y a la que le debo todo es mi madre: Catalina. Ella ha sido, es y será un pilar importante en mi vida. En el transcurso de nuestras vidas y las de mis hermanos hemos pasado por muchas cosas tanto buenas como malas. Ha habido risas y llantos. Enojos y alegrías. Sustos y sorpresas. Todo lo he vivido con mi madre y aunque existen cosas en las que no está de acuerdo conmigo o con mis hermanos, es la primera en apoyarnos. De niño tuvo a bien enseñarnos a hacer bien las cosas y qué si queríamos ser lo que fuera, que fuéramos los mejores en eso. A la edad de los diez años no se entiende muy bien lo que una madre quiere para sus hijos y, en cierto modo, lo vemos como una frustración. Sin embargo, al crecer entendemos que la gran mayoría de esas cosas fue por un bien mayor. Dicho lo anterior por el hecho de que mi madre nos castigó trabajando con ella como afanadores (personal de limpieza), mientras seguíamos estudiando. No había mucho tiempo de salir, pero, de igual forma, tampoco hubo tiempo de malearnos y ser como los
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vecinos que hoy en día se la pasan borrachos y drogados casi toda la semana. Cabe mencionar en esta parte, que mi mamá supo cómo y en qué momento castigarnos, sin embargo, no supo en qué momento levantarnos el castigo. Mis hermanos se fueron separando y todo lo que eso conlleva; yo seguí con el castigo por aproximadamente trece años. Fue algo que me enseñó también demasiadas cosas.
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Mis hermanos y yo aprendimos desde chicos a ganarnos un dinero que también sabíamos era parte del sustento del hogar. Mi mamá, con su pensamiento machista nos educó para ser nosotros (los hombres) los que tenemos el deber de trabajar y dar un gasto. Este aspecto nos ayudó a no gastarnos todo el dinero en cosas “inservibles”. Como lo mencioné anteriormente, de jóvenes no entendemos esta parte de la crianza o de las reglas o dicho de otro modo la parte de educar a un adolescente. En mi caso fuimos cuatro jóvenes con los que mi mamá lidió, por eso estoy sumamente agradecido con ella. Hoy en día no tengo hijos, pero imagino lo difícil que debe ser. En el tiempo que me tocó trabajar con ella, aprendí una cosa que hasta el momento lo llevo muy presente: así como te fuiste de fiesta, aprende a que las obligaciones siguen ahí y tienen que ser una prioridad. Yo desde muy temprana edad he faltado a casa los fines de semana, pero nunca falté a trabajar por irme de fiesta o cualquier otra cosa. Así como dice el dicho: primero lo que deja y luego lo que apendeja. Conforme pasó el tiempo, mi madre nos fue transmitiendo los conocimientos que ella poseía, desde prender el boiler, cocinar un huevo (o cualquier otra cosa). También nos enseñó a ser extrovertidos, preguntar si teníamos duda o si nos interesaba algo, que las personas no nos iban a comer. Todo eso nos hizo desenvolvernos al momento de buscar algún otro trabajo o dentro de las aulas en la escuela. Una de las cosas que le admiro a mi madre es poder hacer todo lo que ha hecho, sola. Ella discutió con cada uno de nosotros cuando entrábamos en esa edad difícil de la pubertad. Ella negoció los permisos y las obligaciones. Ella se escapaba de su trabajo para
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poder asistir a una firma de boletas o un festival escolar, los cuales nunca se perdió. Ella conseguía un permiso en el trabajo si lo necesitábamos. Sonará un poco trillado, pero agradezco a mi madre por estar con nosotros en la salud y en la enfermedad, cuando teníamos dinero o cuando nos faltaba. Ella ha estado cuando mis hermanos han tenido problemas con sus relaciones de pareja y cuando han nacido sus hijos. Ella, aunque a veces no lo queramos ver, esta para nosotros en todo momento. Una cosa más que puedo agradecerle a mi mamá es que con todos sus esfuerzos, yo no conocí la carencia, y no me refiero a tener lo mejor de todo, sino que hacía lo que tuviera que hacer para que nosotros pudiéramos tener ropa nueva en navidad y año nuevo, un juguete para día de reyes y siempre un plato de lo que fuera en la mesa. Gracias a ella, aprendí la importancia de estar juntos como familia y jalar todos juntos para el mismo lado. Si uno estaba mal, los demás debemos apoyarlo. Ella también nos inculcó la unión entre la familia cercana, ya que en fechas que son importantes y otras no tanto, reunirnos y convivir, aunque sea con un guisado básico. Los maestros, los amigos y las personas que he conocido a lo largo de mi vida me han enseñado demasiadas cosas, otras las he aprendido por cuenta propia, sin embargo, lo que más agradezco es haber tenido a mi madre que fue y es un ejemplo para que pueda salir adelante. Este agradecimiento, más que nada, es para mi madre, quien tiene como advertencia para nosotros que si nos morimos de hambre es porque queremos.
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Ella nos enseùó a meter las manos para poder conseguir, aunque sea para un taco. Por ella y para ella son los logros que he superado.
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Mi mejor amiga Janet Karina Lugo Estrada
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engo una mejor amiga. Ella nació en Ixtapan de la Sal, en un pueblito llamado El Carmen en el Estado de México. Es madre de cuatro hijos: tres varones y una mujer. Su esposo es un hombre rígido con carácter fuerte. Físicamente es hermosa (o al menos para mí lo es) tiene unos ojos grandes y verdes como aceitunas, nariz pequeña y respingada, su color de piel es blanca, tiene una estatura baja y es robusta. Ella ha sido cómplice de mis mejores travesuras, pasar horas platicando sin aburrirnos, me ha dado los mejores consejos y me ha contado historias maravillosas. Siempre me motiva a salir adelante, a luchar por mis sueños pese a las adversidades. A ella le encanta disfrutar de su hogar. Cuando cocina, tiene un sazón envidiable, cualquier persona que prueba de sus platillos, queda fascinada y siempre termina pidiendo más. Ella es la culpable de que a mí no me gusten los frijoles enlatados o el pozole precocido, ya que conserva la manera de cocinar de sus abuelas: cocina los frijoles en olla de barro con mucho epazote y hace el pozole desde la preparación del nixtamal. Todo eso hace que su comida tenga un sabor exquisito. Es amante de los animales. Tiene dos pollos, quince pericos, cuatro perros, tres gatos y diez peces, toda una granja. Cuida de ellos como si fueran sus hijos, son parte de la familia. Además, tiene un sentido
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protector como ninguna otra persona, por su familia ella daría la vida. Es una mujer hermosa. Ella es la flor que me vio nacer. Mi mejor amiga deseaba con ansias ver por primera vez esa carita que la iba a llenar de felicidad, pero a la vez no dejaba de pensar en sus tres hijos que se encontraban solos en casa. ¿Ya habrán comido? ¿Estarán bien? ¿Cuándo será el día que los vuelva a ver? estas y más preguntas le llenaban la cabeza. A los siete meses de embarazo y, tras un parto de cesárea difícil, llegué a este mundo, a conocer a mi mejor amiga, a mi guerrera que no se deja vencer tan fácilmente, y eso es algo que transmite en su mirada, en su sonrisa. Si, efectivamente mi madre es mi mejor amiga, mi mayor confidente, a la que no le importó quedarse dos meses internada en un hospital para verme nacer, ya que su embarazo era de alto riesgo. Nunca nos dejó sin comer, prefería darnos primero a nosotros aunque ella se quedara sin probar bocado, ya que eran tiempos difíciles y la economía no ayudaba, aun así ella hacía todo lo posible por vernos felices. Si estábamos decaídos nos abrazaba, con eso era más que suficiente para hacernos sentir mejor. También nos regañaba cuando decíamos groserías, cuando no la obedecíamos o cuando sacábamos bajas calificaciones, lo cual nos hizo unas personas con principios y valores. Siempre le sobró amor para darnos, ese amor que se veía reflejado es sus ojos al cargarnos y consentirnos de pequeños. Ahora carga con ese mismo amor a sus nietos. Ella dice que ahora disfruta más a sus nietos que a sus hijos, porque sólo se dedica a darles cariño, ahora educarlos es responsabilidad de sus padres. Ahora mis hermanos hacen la tarea diaria de
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criar hijos, tal como ella alguna vez lo hizo con nosotros. Quiero agradecerle los momentos increíbles que hemos pasado, las salidas, las fiestas. Gracias por obligarme a levantarme temprano e ir a la escuela, por tener el desayuno, la comida y la cena preparada, por ayudarme con las tareas escolares y por exigirme que le ayudara con las labores del hogar (como lavar trastes, levantar la cama, barrer, trapear, alimentar a los animales). Gracias por enseñarme a elegir a mis amistades, por defenderme cuando me molestaban o me hacían sentir mal. Gracias por motivarme a salir en festivales escolares, por preocuparte en querer saber en dónde estaba y con quién. Aunque algunas cosas que mencione anteriormente me molestaban o no me gustaba hacer, ahora entiendo que fue por mi bien. Tengo claro que ella es mi mejor ejemplo, y el día que decida formar una familia y tener hijos estoy segura que quiero ser como ella, trabajadora, valiente, amorosa, comprensiva y alegre. Quiero ver a mis hijos con la misma mirada que ella nos vio y nos sigue viendo. Ella es mi madre, mi confidente, mi mejor amiga.
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Lo que pasó después de tu partida… Mosqueda García Luis Alfonso
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ola mamá, sabes que yo no soy muy creyente en eso del cielo y del infierno, pero creo que a ti te fue bien en eso. Quería contarte algunas cosas que han pasado después de tu pérdida, claro sólo fue física, aunque en espíritu sigues dentro de nuestras vidas, así que quiero contarte muchas cosas. En casa todo sigue casi igual, aún he mantenido el color como lo elegimos la última vez azul cobalto la fachada, portón negro, y en el interior rosa mexicano, tus plantas fueron muriendo poco a poco los perros aún están en casa, Luna está muy gorda y Sansón se quedó sin dientes, eso lo hace ver muy gracioso, ya no come croquetas ahora sólo le damos sobrecitos. Mis gatos están enormes y por fin logreé que se volvieran hogareños. Después de este 12 de febrero del 2018 los primeros meses fueron muy difíciles, peleábamos por todo en casa, entra la depresión, tristeza y la asimilación. Nuestras vidas eran totalmente feas. Voy a comenzar a platicarte que han hecho Santiago y Román hasta ahora ha crecido mucho el vínculo entre ellos y yo, aunque seguimos haciéndonos bromas pesadas, Román siegue siendo el alumnos destacado de la clase y estamos a menos de cuatro meses de saber si formara parte de la escolta, eso me preocupa un poco porque siento que le crecerá el ego el día de su cumpleaños tenemos planeada una fiesta
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temática de Harry Potter la cual no se ni como haré desde que le regalaron el Nintendo, no se despega de él a veces los fines de semana pasamos horas jugando maratones y retas, no ha cambiado mucho su estilo al vestir las bermudas y playeras sin manga siguen siendo sus favoritas por cierto no ha mejorado ni su caligrafía, ni su escritura. Santiago ha dejado a un lado algunos miedos, ya tenemos pláticas más largas y me hace caso, su papá le regaló una tortuga y le puse de nombre Tutuit la cual se desaparece por meses y vuelve a aparecer de la nada, ya es más aplicado en la escuela, subió un poco el promedio, gracias a que su mamá le ayuda a hacer tarea a él y a Román. Yutzil ya vive de nuevo con nosotros, en un acto como de arrepentimiento o algo parecido, se ha comportado muy bien, me ayuda a hacer de comer a veces, y se encarga de muchas actividades en casa, es algo chistoso probar la diferencia de sazones a la hora de la comida debido a que cuando yo cocino se parece a lo que tu hacías tú, y ella experimenta con cocina menos tradicional, aunque no puedo evitar felicitarla por cambiar el menú de la casa. Ahora se toma un poco más de responsabilidades referente a los niños y convive más con nosotros, podemos tener charlas más largas. Erika dejó atrás muchos malos hábitos, bajo de peso al fin y ahora ya no es “la gorda” como le decías, llegó a su peso, después de tantos años volvió a retomar el básquetbol, y los fines de semana ya se la pasa en los tres torneos a los que se inscribió, ahora ella ya hasta le entra a cocinar, ella nos hace la mayoría de días el desayuno, aunque es muy fit, claras de huevo o huevos revueltos, jugo verde, y toronja.
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Laura es la que menos cambios ha tenido, sigue con su mal humor la mayoría de los días, sigue teniendo como novio a Sergio, ahora ya no trabaja en sep. Ahora se dedica a trabajar en el despacho de Sergio, sigue viajando mucho como siempre, ya no retomo las clases de inglés, este mes presentará examen de admisión a la maestría, pero ya sabes el idioma se le dificulta. Ángel, después de haberse deprimido y dejado el trabajo, se dio su tiempo para retomar actividades que le gustan, subió mucho de peso y la sigue siendo muy reservado en su vida, por lo que me he podido enterar ya no sale con Adriana y en estos años ha tenido un promedio de seis trabajos. Aún sigue siendo un berrinchudo, pero ya sabes conmigo no, solo lo es con Erika y Laura, ahora el ya ayuda en algunas actividades en casa cuando descansa, y el otro día me comento que quería regresar a estudiar. Y eso me alegra. Ahora podemos pasar días sin discutir. Los fines de semana hemos hecho la tradición de hacer asados en casa, ya hasta estamos pensando en poner un local de comida, no se a lo mejor suena algo sin forma por ahora, pero creo que esto si se concreta. También vamos al súper juntos y hasta vamos al tianguis los domingos lo tomamos como actividades familiares, aunque al principio fue difícil ahora ya sabemos que tarea debemos hacer en casa. Después de que falleciste hemos seguido teniendo contacto con tu prima Juvencia, esa señora sí que tiene buen humor y con tu prima concha ella quedó muy afectada, ahora nos llamamos por teléfono para saber cómo estamos y hemos podido saber un poco más de ellas, también Martín cambió mucho, es cristiano de tiempo completo como le digo yo,
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ahora nos visita más seguido y hasta pasó Año Nuevo con nosotros. Y por último yo… pues seguí al pie de la letra tus indicaciones en tu funeral: vestí de colores todos los días, en los rosarios que pediste que te organizara les di de comer a todas las personas que llegaban, los vecinos ayudaron mucho con la organización de todo y ahora con la mayoría de tus amigas se convirtieron en mis amigas, ya hasta me invitan a los bautizos, fiestas y eventos de sus hijos, estoy a tres semestres de terminar la licenciatura, después de lo mucho que me atrasé, he estados tranquilo porque sé que ahora tu no sufres. Pero hay actividades que, si ya no hago como nuestros viernes de compras, no porque no pueda, si no, porque no es lo mismo sin ti, ya no veo novelas extranjeras y creo que eso es todo lo que debo contarte hasta el día de hoy.
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Sorry Mom for not be an anthropologist Mario Flores Matamoros
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unca ha sido una relación tersa, ni mucho menos que operará de forma orgánica, es más, ha sido opresiva y asfixiante. Desde niño fue una relación complicada, nunca entendí qué quiso proyector en mí, ni el porqué de esa actitud, sin ser psicoanalista diría que existe la posibilidad de que sea una filia, es decir, no es normal asumir tantos valores y caracteres a algo tan torpe e inoperante como un niño. Sin embargo, lo hacía, justamente con el último de sus hijos, decidió desde de mi infancia trazar una ruta de vida que yo tenía que cumplir, intentó e hizo todo lo posible para que antes de que cumpliera cinco años supiera leer y lo logró. Dentro de esa macro estrategia contemplaba como metas: cuatro cursos de iniciación artística antes de los siete años, tres visitas a museos al mes y otras metas, la cuales nunca entendí. He intentado hacer un análisis sobre el por qué diseñó todo este proceso para mi formación, qué aspectos de su vida impactaron para determinar que mi educación tenía que ser así. Por lo tanto, hice un recorrido histórico sobre su vida y el contexto de origen. Nació en agosto de 1953 en la Ciudad de México, en la colonia Guerrero en una familia humilde y con nulas probabilidades de desarrollo, es la tercera hija de un matrimonio cuasi inexistente, sus hermanas; Teresa, diez años mayor que ella e Isabel, cinco años mayor. Eran las que por momentos tomaron un rol,
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fundamental en su educación, de tal suerte, que complementaban el rol de padre que faltaba, mi bisabuela tomó las riendas de la formación de las tres nietas. Principalmente porque mi abuela trabajaba todo el día y el cuidado fue delegado e impuesto en mi bisabuela, todas las hermanas al unísono dicen: “no tenía una vocación para la crianza, es más sólo tuvo hijos por cumplir con la norma, no por gusto”. Una vecindad de la colonia guerrero ubicada en la calle de Sol 87, le daría alojo a este «matriarcado» sólo dos cuartos dispuestos en un espacio de 40m² donde cinco mujeres tuvieron que convivir. Con un padre ausente y una bisabuela con una vocación nula para el cuidado de tres niñas, el panorama se tornaba gris para las tres hermanas. Las posibilidades de estudiar o siquiera de alimentarse todos los días resultaban un reto casi titánico. Sin embargo, sin saber cómo logró terminar la secundaria, entrar a la Escuela Preparatoria Nacional, dentro de lo que ella determina su vida e infancia, lo relata con singularidad alegría, la descripción que hace sobre el patio de juegos, sobre las casas de sus familiares y las relaciones que tenían entre éstos. Esas descripciones tan finas y detalladas marcarían una línea muy clara sobre a que se quería dedicar, cuáles serían las acciones que tomaría terminando la preparatoria. Sin embargo, su ingreso fue atropellado, debido al movimiento estudiantil de 1968 no logró entrar a la preparatoria hasta un año después. Aunque una vez iniciado el movimiento, se insertó una revolución de pensamiento en la vida académica del país. El marxismo se apoderó de ella, relata que por suerte no terminó muerta porque tenía planeado ir a la marcha del jueves de Corpus Christi, sus anécdotas tienen diversos matices, se siente el miedo que se
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acentúa con ciertos quebrantos en su voz y nostalgia que se ve reflejada en sus ojos. “Somos pocos los que quedamos y menos los que luchamos” suele repetir esa frase con viejos amigos a lo que a mis hermanos y a mí nos obliga a decirles tíos. Esa lógica de apropiación de las relaciones a partir del lenguaje fue su pasión, en 1972 decidió estudiar Lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), en ese entonces las clases se impartían en el Museo Nacional de Antropología. Fue un momento coyuntural, la antropología mexicana estaba en su auge, las políticas públicas y principalmente el estado veía una clara necesidad de tener antropólogos que fungieron como los ideólogos del momento, es decir, el estado tenía múltiples necesidades por cumplir y la ENAH tenía una clara función, brindar al estado de administradores de los bienes y recursos culturales del país, también diseñar una estrategia de la identidad nacional, sobre lo que es la mexicanidad. Después del período de Vasconcelos era necesario tener algo similar y fue común ver a diferentes antropólogos ocupar puestos de poder. Sin embargo, el marxismo ortodoxo se apoderó e incrustó en su nueva lógica de pensamiento para en palabras de ella “«derivar» en un proceso de deconstrucción ontológica.” Eso explica la estructura de pensamiento un tanto rígida pero progresista, en 1975 mientras era una estudiante conoció a mi padre, quien recién había entrado a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para estudiar Filosofía, un amigo en común los presentó durante una fiesta, “al principio me cayó gordo, mientras hojea el TVNotas, creo que siempre me ha caído gordo pero supongo que su cabello largo, su actitud liberal hicieron que me gustara”
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entre mis hermanos y yo creemos que era evidente que esa relación no iba a dejar nada productivo. Sin embargo, mantuvieron la relación, mi mamá se logró titular aunque salió odiando la ENAH y a lo que ella y muchos determinan cómo la «antropología del huarache», se casaron muy jóvenes e inexpertos, me dice «qué bueno que ni tú, ni tus hermanos se les ocurrió casarse antes de los veinticinco» mi padre aún era estudiante de quinto semestre, era obvio que cualquier cosa que pudiera salir de esa relación seguramente sería un terror u horror para la sociedad. Por lo tanto, decidieron tener hijos, Karina llegó en 1979, mi padre aún seguía en la universidad en su último semestre, aunque ya daba clases en diferentes preparatorias. El nacimiento de mi hermana transformó por completo su entorno. Sin embargo, ella no había pensado una estrategia o un plan para su educación, intentó ser o hacer lo mejor que pudo conforme a sus alcances. Mi padre por fin se logra titular en 1980 y cuatro años después como cualquier familia mexicana con nula planificación “decidieron” tener otro hijo, Antonio. Si bien, tenían trabajos bien remunerados, la solvencia económica no era buena, claro porque no les tocó vivir lo que hoy en día nosotros sufrimos. Habían decidido que ese sería su último hijo. Pasaron los años y la familia se fue fortaleciendo en 1990 gracias a la beca CONACYT, cumple su sueño estudiar una maestría en NYU “monín, me gané la beca me voy a Nueva York” muy emocionada le menciona a mi padre que va estudiar fuera del país. Su primer semestre fue difícil, estar lejos de casa en un ambiente nuevo, con un lenguaje y lengua diferente. Durante el periodo vacacional de diciembre se quedó por más tiempo y regresó en febrero a Nueva York.
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Sin embargo, lo que ella sentía que era una enfermedad estomacal resultó ser un embarazo, entró en crisis no sabía qué hacer. Antes de contactar a familiares o amigos, decidió ir a una clínica de aborto en Nueva York, leyó un folleto, comenta que, aunque ella se considera una persona progresista y liberal, dudaba mucho sobre hacerlo o no. Al final del día tomó la decisión de regresar a México perder la beca y tener a su hijo. “No me arrepiento, fue un acto que, si bien me costó trabajo, fue coyuntural para mi vida” a partir de esa decisión decidió volcar su tiempo en mis primeros años de vida, siempre comenta que las reflexiones que generó son impresionantes, “contigo entendí que la felicidad no es inherente al ser humano, es decir, uno debe de encontrar agentes o entes externos que nos generen felicidad” Tendría que decir que la valentía de mi madre en tomar la decisión de no abortar, la transformó en una feminista hermosa siempre apelando por los derechos y con frases potentes “los derechos no se ponen a discusión” suele repetir cuando la gente le discute. “Siempre creí que ibas a ser antropólogo, pero decidiste ser gestor cultural, en parte fue mi culpa, fui la catalizadora de eso, en realidad mis deseos estaban volcados en convertirte en antropólogo. Entendí tus gustos cuando me discutías y defendías con pasión a Ana Mendieta, Guerrilla Girls, me decías -no entiendes que el lenguaje artístico apela a la sensibilidad y que el significado tanto como el significante tienen una relación dialéctica en la obra de Marina Abramovic- Ante tal aseveración, supe que mi esfuerzo, mi estrategia no fue en vano, me discutiste en mi campo de acción, me debatiste, te esforzaste en leer a todos esos viejos que con desdén me dices «má, esos viejos
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ya se murieron».” Al final de la frase sonríe, se cuestiona a sí misma “Bueno y ¿Cuándo piensas irte de la casa?” Con risas le digo que posiblemente a los cuarenta años. Esta carta, ensayo, entrevista o como se pueda denominar, es un acto de amor/odio gracias a nuestra relación tan atropellada pero muy fructífera, nos formamos los dos. Aunque nunca hayas alcanzado el grado de maestra, fungiste como tal; desde ahora y para siempre serás la Mtra. María Matamoros and yes mom, sorry for not be an antropologist.
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Cartas a las cenizas José Ángel Hernández López 23 de octubre
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e pensado mucho en ti; ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que lo hice. Debo empezar por decirte que hoy es mi cumpleaños, sé que es estúpido recordarlo, pero lo hago; por fin estoy solo; toda la tarde hubo gente en mi casa, tus hijos y mis padres, todos incomodándome en un día tan fastidioso. Una vez fue mi cumpleaños, tú llamaste a la casa; mamá me despertó para que atendiera la llamada; estabas del otro lado de la línea con tu estéreo gris que pasó a ser mío, felicitándome, diciéndome que me querías, con esa canción de cumpleaños, ¿todavía me quieres?, necesito pensar que sí. La música a todo volumen, mi cara roja; tú no viste mi cara, pero estaba toda roja… las orejas calientes. Era un niño demasiado tímido, ¿no? He cambiado poco desde esos días si lo pienso ahora. Cambiar nunca es demasiado; sólo a ratos, leves rasgos cambian, ¿no lo crees? ¡Pero dime que he cambiado, que soy diferente a como era de niño, que ya no soy el niño tímido y fatalmente nervioso de siempre! ¿Por qué no me contestaste la otra carta que te envié?, ¿no te llegó?, ¿tienes problemas para leerla?, ¿tus lentes aún te sirven? Dime. Necesito saber que todavía te acuerdas de mí, de tu pequeño idiota. También necesito saber si te sientes bien con estas cartas que te envío y que no has querido responder.
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Estaba pensando... no lo sé… es estúpido, ¿sabes?… Tiene que ver con el amor. Ese pinche puto amor que nos llega hasta la sangre. ¿Tienes algún problema si utilizo ese vocabulario? Si me escucharas hablar así me dirías que sí he cambiado un poco, no tanto como quisiera, pero la vida nos cambia. Si tienes tiempo para mí, bueno, sólo quiero que me digas una cosa: ¿qué es el amor?, ¿cómo se siente? Tanto tiempo que estuve con ustedes y nunca me hablaron de eso… No soy tan viejo como ustedes como para encontrar respuestas a esas preguntas. Inútilmente podría escribir la palabra AMOR en el primer verso de un poema, pero los versos que así llegan, faltos de experiencia, de ruina, son tan débiles que se destruyen solos sin siquiera darse cuenta de ello, son estúpidos por el simple hecho de estar escritos sin una verdadera y caliente emoción. No creo ser tan sincero como para escribir el amor. Tú me dijiste que hacer el amor es la destrucción en su más pura esencia, ¡y tienes razón!, el amor no puede hacerlo uno cuando está en la cama, ni cuando se está con el corazón hasta los hombros; ese lugar está reservado para ti que has sufrido más de lo que cualquier mujer que ha caminado por la senda del placer. Háblame un poco de eso, porque estoy de insoportable; no me resisto a la fatalidad; la ruina es como una marca áspera en mi pecho. Perdón por hablar así. Se supone que hoy es mi cumpleaños y mírame, estoy con las lágrimas hasta las rodillas. No sé cómo terminar una carta. ¿Cómo terminan las tuyas? Tienes que decírmelo. También háblame, ¡responde las malditas cartas! Pide a alguien que lo haga por ti, si tú no puedes hacerlo. Lamento no poder estar contigo. Adiós.
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13 de marzo No sé si me despierto porque estoy dispuesto a llenarme de alguna tontería durante el día o si será porque no hay de otra. Ayer me puse a pensar en lo que estoy haciendo. ¿Recuerdas que te conté lo de la carrera? Bueno, sí estoy arrepentido. Mírame, parezco un puto fracasado hablando de mi vida. Compré otro libro de anatomía. Mis compañeros me dijeron que no valen tanto la pena, porque esos libros se actualizan constantemente y, tan pronto los adquiere uno, dejan de ser funcionales. Sólo los compro por el placer y la desdicha de no estudiar medicina. A propósito, también resolví el problema. No recuerdo cómo pasó, pero decidí no tener amigos. ¿Recuerdas lo que solía decir tu Alfredo?: “Un amigo es un peso en el bolsillo, hijo, porque ese sí te saca de un apuro”, y tenía razón. Es tan duro, pero ahora sé que los amigos no son reales, no lo digo por ellos, lo digo por mí. No puedo tratar con la gente. Cansa, ¿sabes? ¿A ti te cansaba la gente?, ¿no te fastidiaba estar todo el día hablando estupideces con los demás en grupos pequeños?, a mí sí, ¿no te fastidiaba estar soportando a los demás y sus pláticas absurdas que siempre logran conducir a la estúpida e innecesaria confidencialidad? Ay, estoy lleno de tantas preguntas, de cosas que quiero saber de ti, pero sigues sin responderme las cartas. Mi madre no quiere hablar al respecto, sólo me desvía la mirada y comienza a llorar; papá me dice que hoy es un buen día para no llorar, que lo olvide. ¡Pero es que olvidarlo es dejarte, es hacerte a un lado de mi memoria! Es tan duro todo esto, tanto que me desmorona, me machaca, tritura
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mis carnes y las esparce por todo lo negro, que es la tristeza. A veces despierto pensando en ti. En las cosas que ustedes dos hacían. ¿Por qué uno de niño no puede ser consciente de tantas cosas, de demasiadas? Estoy harto de esto del ahora, del recuerdo y ¡carajo, cómo me duele!, no en el pecho, sino en los ojos. Tú has de sentirte igual de cansada que yo, la carne te ha de colgar con tanta debilidad que apenas puedo creer que sigas moviéndote, también te ha de cansar esto de leer la correspondencia… Sé que esto es estúpido; soy débil, y tú dirás: “con razón, hijo”. Te escribí un poema. No uno de esos a manera de sentimientos profundos, la vida no me ha dado para tanto; tampoco es el gran poema, quisiera que así fuera, pero mis versos apenas me alcanzan para no sentir vergüenza cuando te pienso y te escribo. La luz se esconde en la caja que te aprisiona ¿Es tu voz la que se escucha desde las cenizas? ¿Qué te parece? ¿No te gusta? No importa, si acaso con esas palabras logro decirte que te extraño para mí son suficientes esos versos tan inmaduros. A veces escucho a Carlos Gardel, a los tríos que tanto te gustaban, a Álvaro Carrillo y me digo: “¡Idiota!, ¡tú nunca serás un poeta!” Sé que es tonto hablar así, pero no hallo cómo sacarme esta insatisfacción que me heredaste. ¿Cómo lo hacías tú? Hay tantas cosas que tienes que decirme. ¡Por favor, lee las cartas y respóndeme! Ya no puedo seguir así, no ahora que estoy más triste que nunca. Las calles se me hacen pequeñas, la
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escuela apenas me sirve para distraerme, esos compañeros (¡qué coraje me da, ellos si me llaman amigo; amigo chinos, amigo Ángel, amigo Angie, amigo esto, lo otro!, ¿qué derecho tengo a referirme a ellos como amigos si ni siquiera puedo aceptarlos en mi vida? ¿Ves?… cuánta tristeza) han intentado ayudarme, pero me desesperan tanto y no tengo tiempo para la gente. ¿Qué hacías tú cuando te sentías así como me siento ahora?, ¿cómo eran tus amistades?, ¿creías en tus amigos? Estoy más lleno de preguntas. Me despierto para reafirmar mi soledad, por eso lo hago. Ahora sólo pienso en visitarte, pero mamá me dice que ya te deje, que es una estupidez seguir sufriendo. Dile algo, por favor, pero primero respóndeme las malditas cartas. Debo dejarte. Adiós. Lo único que me queda por decir es que, mientras te escribo, dentro de mí contengo todos esos días en los que te tuve cerca. 23 de octubre Otra vez es mi cumpleaños. Ya dos años. Es bastante. La última vez que fui a visitarte, no estabas. Nadie me quiso decir en dónde te encontrabas. Me enteré que te llevaron a la casa de mi tío Fernando, que porque allá te iban a celebrar. ¡Perdóname! No fui, sabes que no me gustan esas cosas religiosas. ¿Recuerdas lo del amor? ¡Ríete, pero ríete en serio! Sigue esta línea de palabras hasta que llegues a lo que tengo que decirte con respecto a eso: sigo igual de idiota. Mi Mercedes, ay, resulta que tenía hijos y yo que me la llevé al nevado de Toluca pensando que era mozuela y resulta que tenía hijos. ¡Si ella me hubiera dicho eso desde un principio, otra cosa hubiera sido! Esa es la misma historia que le cuento a todo mundo, no debe ser cierta, pero te hablé de ella, ¡dime qué
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debo hacer!... ¡Perdóname! Se supone que te iba a enviar cartas para mandarte mis preguntas, pero es que mientras más escribo, más te recuerdo y no hay necesidad de que te enteres de cómo te pienso, de cómo te guardo dentro de mí. Pero sí que me haces falta; hay cariños que no pueden ser reemplazados nunca. Si te dignas a mandarme una carta, responde todas mis preguntas, regáñame, dime que soy un tonto; viniendo de ti, sólo me confirmará que es cierto, muchos más pueden hablar, pero sólo tú dices la verdad, la que yo deseo escuchar de tus palabras.
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VEJEZ – INVIERNO
Carta a la tristeza más feliz de mi vida Amparo Miguel Pérez
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an pasado cuatro años, tres meses y cinco días desde te vi por última vez. Me es difícil escribirte algo sin llorar. Hay tanto que quiero contarte, hay tanto que no quise decirte antes por miedo a que te preocuparas, tal vez no recuerdes mucho de lo que voy a escribir a continuación. Muchas cosas han pasado, la familia se separó. Bueno, creo que eso se veía venir desde que pasó lo que pasó cuando intentaron hacerte firmar los papeles de tu parcela bajo engaños, lo bueno fue que te diste cuenta y lo consultaste con nosotros, pero al encararlos decidieron “castigarte” con el látigo de su desprecio y negar todo. Tanto pensar en la traición de los hijos en los que más confiabas provocó que te cayeras camino al baño un día por la mañana, recuerdo que ese día te tocaba cita con el doctor, te llevé a tu cita y al contarle al doctor lo que te había pasado, él solo decidió que no era necesaria una placa de radiografías para descartar cualquier daño, tal vez el error fue no buscar una segunda opinión desde el inicio. Al tercer día después de que te caíste y que el doctor nos había dado su diagnóstico, te levantaste como cada mañana con tu andadera para cruzar de tu cuarto a la cocina, y al llegar a la puerta de tu recámara gritaste el nombre de mi mamá porque a pesar de estar de pie no podías dar un paso más. Lo que hicimos fue intentar sostenerte y sentarte en la cama sin saber que estaba pasando. Nos asustamos mucho porque no sabíamos que hacer, solo recuerdo que te llevamos de comer a la 125
cama mientras decidimos qué hacer. Recuerdo que ese mismo día te llevamos con otro doctor, un homeópata al que le tenías mucha fe. Al atenderte nos regañó porque no te hicimos unas placas de radiografías en cuanto te caíste. Te mandó la orden para las radiografías, las hicimos, las revisó y nos dijo lo evidente, tenías una fractura en el fémur izquierdo. Conseguimos el contacto de un cirujano, te operó, pero también después de la cirugía no quisiste volver a caminar, comenzaste a tener miedo de caminar en las terapias que te hacíamos todos los días, y como no querías hacer el esfuerzo tu cuerpo comenzó a deteriorarse más y la llaga que te salió cerca del coxis fue lo que haría que los cinco meses siguientes te fueras dejando morir. Un mes después de tu operación y la llaga ya avanzada, te tuvieron que hospitalizar casi una semana, estuve contigo algunos días en los que habría que hacer guardia para que no te destaparas, para que comieras, para que no te quitaras el catéter con el suero, para que no te sintieras sola y para que no fueran groseras contigo las enfermeras, estuve ahí para ti. Fueron pasando los días y los cuidados eran más complicados cada vez, pero no importaba con tal de que te recuperaras y estuvieras en tu casa. Contigo, aprendí muchas cosas que no me hubiese imaginado vivir a los 18 años. Todos me decían que estaba muy chiquita para resistir lo fuerte que era verte decaída todos los días, darte de comer, hacerte baños de esponja, cargarte de tu cama a la silla de ruedas y curar tus heridas, eso era lo más complicado. En mi vida había tomado algún curso de primeros auxilios o curaciones, para sanar tus heridas tuve
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que aprender. Con el nacimiento de Hasahai, tu bisnieta, tuve que aprender a cambiar pañales, pero no imaginé que sería capaz de cambiarle el pañal a una persona de 79 años, tuve que aprender. Fue muy impactante ver tus heridas, tuve que quitarme esa sensación de “me da cosa ver las heridas” porque tratándose de ti, no importaba lo que yo sintiera. Sólo sentía horrible cuando te escuchaba llorar quejándote por el dolor, por la pena que te daba que te viéramos así y pidiéndole a Dios que te ayudara. Recuerdo esos momentos tristes en los que decías que ya te querías morir. Durante casi todo este proceso estuviste preguntando por tus hijos, porque a pesar de haber sido operada y hospitalizada dos veces nunca fueron a visitarte, mucho menos preguntaban por ti. Poco a poco dejaste de preguntar por ellos. Fue hasta que te fuiste cuando comprendí que por el dolor que te habían causado, los habías perdonado, pues por eso ya no te acordabas o preguntabas por ellos. Después del primer mes y a la fecha, sigo haciéndome a la idea de que estás en casa todavía, de que en cualquier momento me dirás “mi niña” otra vez. No sabes lo difícil que fue ver a Papá Mel minutos después de que te fuiste. Lo difícil que fue escuchar su voz preguntando qué había pasado, y aún más, lo difícil que fue tener que decirle que lo habías dejado aún sin yo poder creerlo. Ha sido difícil querer abrazarte, besar tu frente y oler tu perfume. Todos los días me acuerdo de ti, sigue siendo difícil despertar y darme cuenta que no estás más aquí. Te extraño. Recuerdo que cuando tú me cuidabas de niña siempre hablabas conmigo para que siguiera un buen ejemplo, que no me malviciara y que siempre fuera una buena niña.
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Ha sido difícil no escuchar tu voz, poco a poco olvido como sonaba, y por más que intento recordarla no puedo, pues me pongo a llorar con tan solo intentarlo. Cada vez olvido como era tu rostro y cuando eso pasa tengo que ver una foto. Cuando cocino, me acuerdo de ti. Cuando le preparo el café que le preparabas a papá Mel, recuerdo exactamente cuántas cucharadas de azúcar y de café ponías sobre la cafetera. Mi mamá a menudo dice tus frases y es una forma de recordarte. Tengo que decirte que cada vez se parece a ti, es muy cariñosa con los changuitos que tiene por nietos y hoy entiendo que el tiempo que no me dedico como madre, tú me lo diste incondicionalmente y que después de trabajar tanto, era tu tiempo de disfrutar la crianza de tres niños que no eran tuyos, pero que quisiste, amaste y cuidaste como si lo fueran. Por eso duele tanto no tenerte.
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Viaje en el tiempo Elena Judith Bernabé Hernández
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sta historia comienza corriendo entre en muertos. Mis padres huían de los militares y yo no sabía por qué, solo recuerdo a muchas personas tiradas en el suelo y teníamos que pasar encima de ellos, todas estábamos muy espantadas, pero era mejor eso que quedarnos y nos robaran a una por una los militares, de cualquier forma ya no nos quedaba nada, ahí en Guadalajara la hacienda nos la habían quemado y nos robaron todo el ganado y la otra hacienda se la quedaron y la ocuparon como cuartel, nos subimos a unas carrozas y nos taparon con costales de arroz, me costaba mucho trabajo respirar pero no podemos destaparnos y tenía que abrir un cachito y respirar rápido, mi papá y mi abuelo nos alcanzaron después, pensamos que los iban a fusilar, pero cuando nos alcanzaron, nos contaron que un niño les abrió las rejas y se escaparon, era el tiempo de la guerra cristera y yo tenía 6 años. La guerra se puso muy fea entonces nos fuimos a Estados Unidos, vivimos en Nueva York siete años, pero un día mi papá se enfermó de pulmonía y murió a los tres días, después nos regresamos a León Guanajuato, cuando volvimos tuvimos que empezar de cero, no teníamos ninguna casa donde vivir y mi madre no tenía trabajo, entonces nos metimos a trabajar mis hermanas y yo, trabajamos en una fábrica donde hacían media, yo planchaba la media, en esos días la hija del dueño de la fábrica fue elegida como reina para
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desfilar con el primer carro de motor en México y a mí me escogieron de princesa, entonces me compre un vestido muy bonito y desfilamos por todo León. Tenía 14 años cuando conocí al que sería mi esposo, a mí no me gustaba, porque siempre tenía cara de enojado, él tenía 23 años y trabajaba en una zapatería, cada que pasaba por la zapatería el salía a perseguirme y me amenazaba con una pistolita que tenía y me decía que si no me casaba con él me iba a matar, yo me espantaba mucho y me iba corriendo, un día hubo una charreada y mi amiga me invitó a ir, yo casi no salía pero ella estuvo insistiendo mucho así que fuimos, desde ese día deje de creer en las amigas porque todo fue planeado, cuando llegamos a la charreada, estaba esperándome Alberto, yo lo mire muy feo y camine hacia otro lado pero me empezó a seguir uno de sus hermanos, camine más rápido y más rápido hasta que empecé a correr y después de unas calles me alcanzaron, me metieron a un costal y me subieron a un caballo que montaba Alberto, me trajo por varios minutos montada hasta que llegamos a una hacienda grande, ahí ya nos estaba esperando su hermana, me encerraron en un cuarto todo oscuro sin ventanas, ahí me tuvo no sé cuántos días, su hermana entraba a darme de comer, pero siempre con un palo por si me quería escapar me pegara, mi mama iba a pedirle a Alberto que me dejara ir, que yo no me quería casar, pero no me dejo ir. Salí de ese cuarto hasta el día que me casé, vestida de blanco y con una fiesta muy grande, mi familia tuvo que ir a fuerza porque ellos no estaban de acuerdo, cuando cumplí los 15 años tuve mi primer hijo, vivíamos en la hacienda donde estuve encerrada, Alberto trabajaba en la fábrica de zapato y nos iba bien, pero yo no era muy feliz, él tomaba mucho y por
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todo me pegaba, pero cuando se encajaba conmigo era cuando tenía un hijo blanco con ojos de color, él era muy moreno y yo muy blanca, era inevitable que los hijos nacieran blancos con ojos de color, la mama de mi mamá era francesa y su papá era español, los dos tenían ojos azules y mi mamá tenía también los ojos azules entonces no iba a ser raro que algunos de mis hijos nacieran así, pero eso él no lo entendía y cada que nacía un hijo blanco y con ojos de color me pegaba porque según no era de él. En total tuvimos 18 hijos, al menos puedo agradecer que no carecieron de nada, Alberto después de un tiempo se independizó y pusimos nuestra propia fábrica de zapatos, y nos iba muy bien, hacíamos mucho zapato diario, yo le ayudaba en las cosas de la fábrica, me gustaba andar husmeando en el trabajo del zapato, me paraba temprano para irme con mi marido a trabajar, dejaba a mis hijos los más grandes ya arreglados desayunando y esperando a que llegara su maestro a darles clases, a los más chicos los dejaba con las niñeras y yo solo me dedicaba a ir a la fábrica aunque a mi marido no le gustaba que yo fuera porque decía que me tenía que quedar en la casa siempre me daba mis escapadas, cuando él llegaba borracho con sus viejas, me encerraba en el cuarto de hasta arriba con todos mis hijos hasta que se acababa la fiesta, así era siempre, gastaba mucho el dinero, le prestaba a todo el mundo, los trabajadores que teníamos siempre le pedían dinero y no le pagaban, todo el mundo se hacía su compadre y los hacia sus socios pero nunca le ayudaron en nada, uno de sus disque compadres le robó mucha mercancía, que se tenía que mandar a Guadalajara, se llevó uno de los carros con todo el zapato y nunca regresó, desde ahí comenzó la mala suerte para nosotros, las cosas empezaron a salir mal
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y poco a poco comenzamos a deberle a todo el mundo, Alberto perdió una casa y dos de los carros en una apuesta y aun así quedó a deber más dinero, después cerramos la fábrica y cuando perdimos la hacienda fue el final para nosotros ahí en León, yo no podía vivir con la vergüenza de que por culpa de sus borracheras, sus apuestas y sus préstamos perdiéramos todo, su papá de Alberto ya estaba muy viejito, pero siempre nos decía que no nos preocupáramos que tenía que abrir la pared de una de las salas y ahí estaba escondido mucho oro que había escondido su papá cuando la revolución y que con eso nos íbamos a recuperar, pero no le hicimos caso, después de tiempo que vendimos la hacienda y nos vinimos a vivir al D.F., nos enteramos que el viejito que la compró se había encontrado mucho dinero, la verdad nunca supimos si era porque si estaba escondido ese oro ahí. Compramos una casa en la colonia San juan de Aragón, y me traje algunos de mis hijos los otros se quedaron en León por que ya estaban casados los solteros vinieron a terminar de estudiar aquí, a mí no me gustaba la vida que llevaban todos los jóvenes de la ciudad andaban con eso de sus mítines y no sé qué cosas y mis hijos los chicos se empezaron a meter en eso era 1970 y Alberto ya se empezaba a enfermar y ya no podía trabajar, pero se iba de velador en una empresa una de mis hija entró a trabajar televisa y la otra trabajaba en los laboratorios “ciba geigy” otro de mis hijos era contador y otro secretario en la suprema corte. Alberto murió en 1982, de cáncer yo tenía 64 años, cuando él murió y ya la mayoría de mis hijos se habían casado, Alberto y yo duramos 50 años de casados, a partir de ese tiempo ya estaba casi sola y me dedique a viajar mi hija la que trabaja en televisa era
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soltera, entonces nos íbamos siempre de viaje, nos fuimos a un tour por Jerusalén, Israel, donde visitamos tierra santa y conocimos la que según fue la tumba de cristo, también fui a Egipto, visite a mis hermanas en Estados Unidos por un buen tiempo me quedé allí con ellas, empecé a hacer lo que a mí me gustaba a partir de la muerte de mi esposo. Un día que me toca ganar la lotería, saque poquito, y con eso me compre una casita en León, y ahí me iba a quedar en vacaciones, después me compre otra casita en Manzanillo, esa la ocupan también para ir de vacaciones. He vivido bien, y hasta da donde puedo decir he sido feliz y mi vida me ha gustado, nunca me imaginé llegar hasta ahorita y menos acordarme de todo lo que me ha pasado, he visto morir a mis seres queridos y también he visto nacer a los nuevos que jamás en vida me imaginé ver y llegar hasta la generación de mis tataranietos y estoy contenta por cómo me fue, nací en 1919, el 12 de noviembre del 2019 cumplí cien años.
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El huache mayor Rainier Castillo Molina
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u sentido del humor lo distinguía, siempre con una sonrisa y su boca llena de groserías. Llegó hasta tercero de primaria, la educación no era algo importante para su familia, tenía que llevar pan a su casa antes que ir a la escuela. A 30° grados andando en huaraches salía apoyar a su padre a vender cinturones. Para él los juegos y la diversión terminaron a los 10 años, recorriendo cada uno de los tianguis del pueblo de San Lucas en Michoacán. Desde pequeño su único pasatiempo era poner hebillas, conocer de todo tipo de pieles y lo que no era piel, colores y distintos modelos de cinturón, era lo que complementa su día a día. Con un padre alcohólico, pero siempre trabajador, cuidaba de sus cuatro hermanos pequeños, al igual que su madre, todo el tiempo se la pasaba trabajando para poder tener un poco de comida a casa. Los piquetes de alacranes eran todo un clásico dentro de su hogar, entre sus vecinos se gritaban de casa a casa, pero ya todos conocían el remedio perfecto que era tomarse una “coca”. Para él, el mayor lujo era comer un guisado completo con tortillas, que no podían faltar. Uno de sus muchos talentos fue también cocinar para toda su familia, siempre demostró el afecto hacia sus hermanos y sus padres. Durante un viaje a Oaxaca, cuando fue a la costa, conoció a mi abuela, ellos eran muy jóvenes no pasaban de los 18 años. Él era un amante del mar, la vista
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siempre le gustó, aunque su sueño era ir con toda su familia, eso nunca fue posible. Cómo era la tradición, no tardaron ni tres meses y ya estaban planeando casarse y vivir juntos no lo pensaron simplemente lo hicieron porque así debía ser. Fue cuando decidieron irse a vivir a la Ciudad de México, la razón, el trabajo en sus pueblos escaseaba. Entre los dos compraron un terreno, con mucho trabajo y después de cinco hijos lograron tener un hogar que fue para ellos algo realmente importante por todos los obstáculos que tuvieron al llegar a la ciudad. Mi abuelo siguió con el negocio familiar, puso su taller de cinturones en su casa y fue así como con la misma rutina que seguía de su padre, pasaba a cada casa a ofrecer su trabajo, hasta que poco logró poner un pequeño negocio. Dentro de sus tantas metas que tenía mi abuelo, era seguir con la tradición del negocio familiar, lo cumplió y así pudo darles una vida digna a sus hijos. Aunque nunca tuvo clases de historia, su conocimiento era más que perfecto…le encantaba empaparse de los hechos históricos del país, sabía a detalle qué había ocurrido y en qué fecha pasaron. Era como abrir un libro, pero con el toque especial que él tenía cuando te lo contaba. Para él la escuela nunca fue necesaria, siempre me decía que perdía el tiempo al ir, que nunca se aprende nada y solo vamos a perder el tiempo y que era puro dinero gastado. De él aprendí mucho, sabía escribir lo más básico, tenía muchas faltas de ortografía y era comprensible, sin embargo, eso nunca fue excusa para que él quisiera aprender a escribir mejor. Él me ayudaba a hacer mis tareas de mis clases de primaria, los dos leíamos y aprendíamos de ortografía y gramática, ambos odiábamos las matemáticas,
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pero siempre me enseñó que son necesarias para cada situación en la vida y más para los negocios. Puedo decir que tengo el mismo vocabulario de él, como dirían aquí en México, una forma vulgar de hablar, pero siempre con respeto y nunca ofendiendo a alguien, me enseñó que hablar con groserías no significa que seas una persona grosera y sin educación. Al ir a las reuniones familiares, lo primero que decía al vernos era “huaches” una palabra muy común usada en dónde nació, qué significa “niño” y muchas otras palabras más como “cresta” cuando le dolía la cabeza, me decía pásame una Aspirina que me duele la cresta. En fin, de él aprendí muchísimo y sigo aprendiendo, el amor a la historia, a nuestras tradiciones, el amor a un oficio, el amor hacia tu familia, a tus seres queridos, el compartir, el ser humildes y por más arriba que te encuentres, nunca olvidar de dónde eres y además no avergonzarte de tus raíces. Me quedo con todas sus lecciones que me han formado como ser humano, el conocimiento que me dejó, pero ese conocimiento que se crea por la experiencia, por la vida, por los momentos que vas pasando y que no siempre serán buenos, pero cuando no lo sean tener la fuerza y la inteligencia para afrontarlos. Porque él me demostró que la escuela no es lo más importante, él decía que para qué sirve tener tanto dinero sino los vas a compartir, era enemigo de la gente envidiosa No podría acabar si cuento todas las veces que salíamos a comer y pasaba algún niño que vendía dulces o lo que fuera y le negaba darle monedas, al contrario, lo hacía que se sentara con nosotros y comiera. Le agradezco haberme enseñado el valor más grande
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para mí, la humildad, sin él no sería la persona que ahora soy ahora. ¡Infinitas gracias mi huache!
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A Félix William Sánchez Algo se detuvo en punto muerto y fue tan grande ese silencio, fue tan grande el desamor. Restos de un navío que encallaba, yo te quise, yo te amaba, no sé bien lo que pasó. Fito Páez
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o recuerdo bien qué hora era cuando pasé a ese hospital. Sólo sé que el sol ya posaba sus rayos de una forma tenue. La tarde ya pintaba de naranja los edificios, los árboles y la avenida Ermita. Horas antes, ya habían entrado a verla mi hermana mayor, mi padre, y mi tía, la hermana de mi papá. Entré y sentí que mi corazón se iba haciendo pequeño a cada paso que daba. Días atrás ya había caminado por los pasillos del hospital: primero, piso tres, cama cuatro; luego a la cama seis. Ese día, era en la habitación 1, cama 14; ella ya no compartía la estancia con los demás pacientes de su piso, se encontraba sola en el cuarto. Cuando llegué, recordé lo que mi tía me dijo que hiciera cuando entrara a verla: lavé mis manos muy bien y me coloqué el cubre bocas. En el 2014 empezó todo. Una úlcera estomacal mal cuidada provocó su agonía. Un día de mayo yo había llegado a mi casa, después de una jornada pesada de trabajo. Mi hermana me dijo que mi madre estaba en el hospital. Fuimos hasta un pueblo llamado
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Centlalpan, que está muy cerca de Amecameca, en el Estado de México, sólo para verla. Ella estaba en su casa el día que su cuerpo colapsó. Quien la auxilió fue mi sobrino, Luis. Pasó cerca de dos semanas en el hospital. Sin embargo, en ella ya no estaban las mismas fuerzas ni el ánimo de antes. Después de ese evento, la diabetes y los cocteles de pastillas que diario tomaba la iban a desgastar hasta la muerte, que no vería hasta los cinco años después. No sé por qué recordar el principio del fin, si hubo muchos momentos en los que ella fue feliz. Su historia, que es digna de contarse, la llevó a ser la persona más importante en mi vida. Cada canción que escuchaba en esas tardes de limpieza en su casa; cada guiso; cada anécdota que contaba acerca de su vida y hasta el bello canto que salía de su hermoso ser cuando reproducía en su estéreo la música de Roberto Carlos, Juan Gabriel, José José o Leo Dan. Antes de llegar al momento en el que la vi por última vez, quiero contar algunas de sus vivencias, sí, esas que le gustaba compartir con todos sus hijos. Ella nació en el pueblo de Atotonilco, en el Estado de Hidalgo el 20 de noviembre de 1950. El lugar donde pasó su niñez fue en un rancho al que los familiares de mi abuelo, cuyo nombre nunca aprendí, llamaron Los Sabinos. Las condiciones en las que ella vivió fueron de extrema precariedad económica. Ya habían pasado cinco años de que la gran guerra terminó y el mundo entero se estaba reconfigurando. Mi madre y sus hermanos no tuvieron zapatos hasta que se mudaron a Pachuca. Tampoco fueron a la escuela. En las creencias de los padres de mi madre estaba el dicho de que a la escuela sólo se va para hacerse pendejo. Para ellos el trabajo era el único motivo por el cual se tenía que vivir. Cuando mi mamá tuvo diez años ya
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trabajaba en la tortillería de Atotonilco. Dicho establecimiento era de un español que había llegado ahí por su condición de refugiado debido a la Guerra Civil. Ese hombre no perdió la oportunidad de abusar sexualmente de la niña de diez años. Mi madre no pudo hablar de eso, hasta que pudo separarse del yugo de mi abuela, por allá de 1968. No había tiempo para socializar con nadie en horas que no eran del trabajo. Al ser la mayor de sus hermanos, ella era quien aportaba la mayor parte de dinero a la casa. En una ocasión, mi mamá tuvo un pequeño y fugaz noviazgo con un chico. Ese muchacho había invitado a mi madre al cine. Estaba todo bien, excepto el horario, ya que éste se empalmó con su trabajo. Mi mamá dejó encargado el puesto en la tortillería donde estaba trabajando —he de decir que, para ese entonces, mi madre ya tenía 15 años y vivía en Pachuca— para asistir a la cita. Una vez en el cine, por sorpresa llegó mi abuela, para que la sacara de las orejas de la sala. Cuando contaba esta anécdota, lo hacía entre risas. Mi madre fue una persona con conciencia y aprecio por los demás, sobre todo con sus hermanos y padres. Ella sabía que todo el dinero que ganaba en los lugares donde trabajó iba a los bolsillos de su mamá. Tal vez se hartó de que siguiera esa dinámica, porque llegando el 68 tomaría la decisión que cambió por siempre mi existencia, y es que simplemente tomó lo que más cupo en su maleta para tomar el tren que la llevaría a la Ciudad de México. Llegó un 12 de octubre, día de la inauguración de los Juegos Olímpicos, para hacer lo que, según ella, mejor sabía hacer: trabajar.
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Empezó a laborar en una casa, cerca de la colonia Escuadrón 201, donde hacía limpieza. Supo ganarse la confianza de los dueños del lugar, tan fue así que ellos la consideraban una integrante más de su familia. El estar en la ciudad la ayudó a ser más independiente. Sin embargo, nunca se olvidó de sus ocho hermanos y su madre, fue por eso que, aún desde lejos, siempre les llevaba dinero, ropa y comida. Ella no quiso ver en ellos la miseria que ella vivió desde que era muy niña. “La sombra de la muerte enamorada”, como diría una canción de Fito Páez, estuvo presente en el tiempo que vivió en la capital del país. Semanas antes de que ella muriera, encontré en uno de los cajones de su closet una foto de un hombre que se parecía mucho a mi hermano mayor. Me dio curiosidad por preguntarle acerca de ese sujeto. El primer día que fui a visitarla en el hospital platicamos toda la tarde y casi toda la noche. Entre todo lo que charlamos le pregunté por la foto de ese hombre. Ella me dijo que él era el verdadero padre de mi hermano mayor. No me impresionó eso, porque ya lo sabíamos todos sus hijos. Pero hubo algo que sí llamó mi atención, y es que cuando mi madre me contó la historia de cómo se conocieron ella y aquel hombre de la foto; concluí que él había sido el gran amor de su vida. No es que mi padre haya sido insignificante para ella, sino que ese hombre hizo que mi madre se enamorara por primera vez de una persona a la que no conocía. Sin querer, y gracias al sujeto de la foto, la historia de nosotros empezó, y fue así porque él le consiguió estancia a ella y a mi hermano en una pequeña casa en el pueblo de Aculco, el sitio donde meses después conocería a mi padre.
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Nunca pensé que mi vida estuviera ligada a muchos eventos que, en este caso, mis familiares causaron. Mis padres fueron las personas que se encargaron de ser lo que soy en la actualidad. Sin embargo, mi madre fue la persona que pudo moldear mi forma de ser en muchos sentidos. Recuerdo que solíamos discutir sobre la religión. Ella, al ser una fiel devota de la religión católica, quiso que yo encontrara mi fe en Dios. En ocasiones pasó, pero no fue por mucho tiempo, debido a que siempre dudé sobre la existencia de un ser supremo. Otras veces, solía decirme cómo tenía que vestirme, pero al ver que no me gustaba, simplemente daba hincapié a reflejar mi molestia. Estas diferencias las daba a demostrar más en mi adolescencia. Simplemente no sabía si estaba haciéndole daño o era sólo una forma más en la que quería decirle que, aunque me alegraba tenerla a mi lado, no quería seguir sus reglas. En la actualidad, comprendo que ella quería para mí lo que creía mejor. Tal vez pasó, pero no al modo que ambos quisimos, sino al que mejor acomodó la vida. Félix, como la nombraron sus padres, y Blanca, como la conocían todos sus seres queridos murió un 8 de septiembre de 2019. La flor más linda del mundo, de mi mundo trascendió, y lo hizo de la mejor forma: dejando su imagen en los recuerdos de todos los que la quisimos en vida, su vida.
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Negocio familiar Viridiana Alejandra Fernández Sandoval
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os oficios son actividades laborales habituales que requieren de una habilidad manual o de esfuerzo físico. Muchos de estos pasan de generación en generación con la enseñanza de la práctica, y en la mayoría de los casos, son el sustento de una familia. La elaboración de calzado es un legado para mi familia paterna. Mi familia es originaria de Arandas, Jalisco, que se caracteriza por sus creencias religiosas. La mayor festividad de Arandas, del Señor San José, celebrada el 23 de abril y es una celebración típica mexicana. Hay juegos mecánicos al alrededor del parque Hidalgo, mariachis y puestos de comida típica de Jalisco; también, birria, tortas ahogadas y bebidas, como tequila y el famoso Tejuino. El taller de zapatos lleva más de tres generaciones en mi familia; mi bisabuelo, Ángel, comenzó con la elaboración de zapatos. Él tuvo primero el taller en su casa, así trabajó durante siete años. Después pudo cambiarlo al parque Hidalgo, ubicado en el centro del municipio. Mi abuelo comenzó a trabajar en el negocio familiar cuando tenía siete años, siendo el primero de ocho hijos. Él se encargaba de entregar a distintas personas los pedidos que realizaba, así como ir a comprar pieles y otros materiales. En la calle Hidalgo y Álvaro Obregón, a unas cuantas calles del parque Hidalgo, existe una familia
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que hasta la fecha se dedica a la venta de pieles, la familia Pelayo. En Arandas, la economía principal es la ganadería, agricultura, la industria textil y de calzado, la producción de tequila, comercio y el turismo. Para mi abuelo, el negocio familiar siempre fue muy importante, ya que nos ha inculcado el valor del trabajo. Aunque él nunca nos obligó a siempre estar en el negocio familiar, sí nos contaba anécdotas de las personas que conoció, o bien, las formas de vender el producto. Anteriormente, un oficio se transmitía de persona a persona y era muy marcado para las familias. Sin embargo, puedo decir que mi abuelo, gracias a ese trabajo, pudo darle oportunidad de estudiar a todos mis tíos, e incluso dejó un legado para nosotros. La forma en la que él realizaba el calzado era un tanto peculiar; primero compraba hormas para cada medida y numeración; también compraba la mejor piel que vendían en Ciudad Guzmán, un municipio a 40 minutos de Arandas, y solía ir por la piel cada 15 días. Elegía pieles finas y comunes. Tenía todo tipo de clientes, había desde los más extravagantes, hasta las personas más sencillas y comunes en gustos. A él le encantaba trabajar en el taller escuchando la radio en Universal Stereo, eso es lo que aún recuerdo de mi niñez. Su clientela era variada, ya que cada domingo él iba a un tianguis que se localizaba en la plaza del mariachi en Guadalajara. Los lunes, miércoles y jueves trabajaba los pedidos y encargos; martes viernes y sábado hacía de todo tipo de trabajos, desde los clásicos hasta los más modernos o actuales. Lo que me encantaba era que veía revistas de moda o de entretenimiento juvenil para informarse sobre qué tipo de zapatos estaban en boga o en popularidad. Yo entendí esa técnica de trabajo
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hasta mis nueve años, cuando hojeando las revistas encontré varias anotaciones en ellas. En el tianguis de Guadalajara había una señora que compraba por lote los zapatos y pensábamos que los revendía, hasta que un día, analizando bien sus compras, notó mi abuelo que sólo compraba zapatos escolares y números pequeños; apenado, e inquieto, mi abuelo preguntó por qué sólo llevaba ese tipo de calzado. La señora era ya de edad adulta, pero con un gran corazón, pues compraba zapatos para una casa hogar. Ella realizaba ese tipo de actos, ya que uno de sus nietos había desaparecido hace unos años y cada que tenía contacto con ellos sentía comprensión y calmaba, así como esperanzas para encontrarlo. Desde ese día, mi abuelo comenzó a realizar más zapatos para cualquier tipo de causas. Así fue como tomó un taller que impartían en el centro del municipio para la elaboración de zapatos ortopédicos, con el fin de ayudar y expandir su negocio. Años después, cuando entré a la primaria, mi abuelo hizo un convenio con la escuela para vender su calzado, que iba desde el zapato de uso común para niños y niñas, así como entregas personales para niños con problemas ortopédicos. Fue ahí cuando comencé a darme cuenta de que el negocio familiar, además de crecer, mi abuelo hacía de él un arte. Me sorprendía su habilidad por estar en tendencia y por aprender para ayudar a otras personas. Él nunca nos obligó a aprender el oficio. La mayoría de los nietos lo veíamos o en ocasiones, los fines de semana, lo acompañamos al taller y ayudábamos. De las anécdotas que más recuerdo de su negocio, fue cuando una celebridad le hizo un pedido a mi abuelo. Recuerdo que era un sábado temprano; llegué
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con mi abuelo al local, aproximadamente a las 9 de la mañana. Le ayudé a barrer la calle. Tenía 10 años y vi que un señor entró al local. Venía bastante apresurado y con un poco de angustia se dirigió a mi abuelo con voz fuerte; le dijo que tenía un trabajo muy importante para él. Le encargó 7 pares de botas tipo texanas o de charro con pieles de la mejor calidad y le dio las características. Mi abuelo creyó que era una broma, ya que era imposible hacer 7 pares en una semana y el costo de cada una de ellas, tal como las pidió, era muy elevado. La persona confirmó el pedido con un adelanto y le dijo a mi abuelo que el siguiente sábado él pasaba por los siete pares de botas. Recuerdo que mi abuelo estuvo muy estresado esa semana, por lo que dejó de ir a vender a la escuela. El pedido requería de mucha dedicación y dicha situación lo llevó a no estar tan convencido de realizarlo, ya que no era razonable o habitual realizar esa clase de trabajos. El pedido quedó listo para el sábado; consiguió el mejor material y hasta la presentación era impecable. Llegó la persona y pagó lo restante, también le dio un dinero extra como propina por el trabajo en tiempo y forma. Antes de salir del local el sujeto le comentó a mi abuelo que ese había sido el mejor trabajo que realizó en toda su vida, porque había calzado a Vicente Fernández para su presentación, y poco después por televisión vimos que las botas que hizo mi abuelo las usaba el cantante. El oficio de mi abuelo, más allá de la solvencia económica, que es para lo que trabajaba, nos dejó mucho. No toda la familia se dedica en la actualidad al negocio, pero algunos de mis tíos aprendieron y siguieron con la zapatería en Arandas. Y sé que, aunque él ya no está vivo, nos dejó muchas enseñanzas.
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Retrovisor Rubén Olguín
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l velo de la noche cubre la ciudad y el su sonido inunda la habitación. Los días pasan y las arrugas de tu rostro son cada vez más marcadas y a veces me pregunto todo lo que has visto y yo no, todas esas historias que no has contado, todo ese saber de la vida que se esconde en ti. La noche avanza y como de costumbre estás en tu cuarto y yo en el mío, somos personas fríamente cálidas, que no mediamos en te quieros pero sí en acciones. Aquella noche, con cálida brisa de febrero, me dispongo a escuchar, a escucharte, tus historias, tu forma de ver la vida y la forma en que la vida era antes de mí. Lo pasado I Soy de otros tiempos, de donde las memorias vuelan como mariposas hasta desaparecer en el ocaso, dijo mi abuela al preguntarle sobre su vida pasada; donde los recuerdos se vuelven líquidos, el cielo se vuelve verde y los árboles azules. La memoria se vuelve una trampa sin razón, los días se vuelven más difusos cuando los busco en el baúl de mis reminiscencias. Los recuerdos son reflejos de lo que alguna vez fueron, como la estela de un cometa que a su paso aún podemos contemplar, engañan, se mezclan, nos llaman, nos reclaman, como testigos en nuestro propio
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juicio donde solo nos rendimos cuentas a nosotros mismos. Las memorias del pasado parecen un mar en calma, la música y las personas fueron oleajes más serenos que en estos tiempos, como un barco a la deriva navegamos con un timón de pobreza y humildad, pero a pesar ello éramos más felices, entre la ignorancia y la desdicha la humildad hablaba antes que la codicia. El progreso no es más que una ilusión. El tiempo se mueve veloz, el barco avanza a treinta nudos y tiramos el respeto y los valores por la borda para que vaya cada vez más rápido. Soy de un tiempo donde el amor era de dos, donde el amor hablaba antes que la razón, donde el camino de los amantes lo dibujaba la luna. Soy de un tiempo donde la noche no era temida, donde las calles vacías no eran callejones sin salida, donde caminar sola a las dos de la mañana no era suicida, donde los valores se enseñaban antes que la codicia. Lo perdido II El camino es largo y los errores del pasado cada vez pesan más, como grilletes con su arropea, nos detienen, no estancan. Caminamos sin avanzar, la tecnología nos rebasa, lo moderno parece que quedo grande. Los días pasan y los valores se desvanecen, en un momento perdimos el timón del barco y navegamos a la deriva arrastrados por la marejada, azotando contra las olas. Como un vehículo en medio de la carretera llena de neblina o un judío escondido en los cimientos de una casa mientras los alemanes cenan arriba, sabemos que todo saldrá mal, solo esperamos el cuándo.
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El futuro asusta como asusta el presente, el amor parece alejarse como dios se alejó del hombre, tiempos oscuros se vislumbran sobre la orbe. Nada que perder, pero sí mucho que ganar, esa es la causa principal de la maldad que ha hundido nuestro barco. La descomposición y el exceso sin mesura deja la puerta de la locura abierta, como cuerpos vacíos caminamos por una jungla de asfalto buscando llenarse con cosas aún más vacías. El sendero se perdió entre gigantes de cemento y cristal con esqueletos de metal. El progreso es como intentar pescar el reflejo de la luna, falso y hermoso al mismo tiempo, las paredes nos cobijan mejor, los víveres son más alcanzables, la oruga naranja nos transporta en su estómago, construimos centros comerciales para tapar nuestros vacíos y complejos, pero perdimos el respeto a la vida, al amor, a los valores, somos los creadores y víctimas de nuestros males. Lo buscado III Como cuarto menguante estamos en transición hacia lo nuevo, ahora sabemos lo que somos, lo que hicimos y lo que debe cambiar, se alza la mirada sobre la hecatombe para contemplarla con un cincel en una mano y en la otra un martillo. Ahora es el momento del cambio porque ya hemos llegado al punto sin retorno, no hay otra opción. Es momento de recobrar los valores perdidos, de encontrar la felicidad en nosotros y lo que nos rodea y no en lo material como parece que el mundo lo demanda sino en lo carnal y natural del ser. Devolverle la gloria y lo sagrado a lo que ahora catalogamos como mercancía. Es tiempo del cambio, del amor, de la libertad, de entender que el dolor no es personal, que todos sufrimos, que todos merecen
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ser escuchados. Es tiempo de reconstruirnos como personas y como sociedad, quitarnos la venda del progreso y humanizarnos. Epílogo Las palabras escritas aquí son la alegoría a la vida como la ella la vio, mi abuela. Con la tenue luz del foco, el olor a verano y el sonido nocturno de la ciudad me lo relato. A las nueve de la noche recordó el tiempo que alguna vez vivió y ahora vive y vivirá a través de la tinta y hojas que componen este libro. Gracias infinitas por transportarme a un mundo que no conocí y ser parte de este camino al que somos obligados a transitar, por ser una guía y mentor sobre el pavimento, por la enseñanza que perdura y crece dentro mí. Para Martha.
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Sasalini. El tiempo es ahora se terminĂł de imprimir en el mes de diciembre del aĂąo 2020.