MICRORELAToS DE AYER Y SIEMPRE
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MICRORELATOS DE AYER Y SIEMPRE Claudio Andrés Argandoña Opalina Cartonera 2018 Diseño y diagramación a cargo de Juan Canales Impreso en Laguna Verde-Valparíso, Chile por Opalina Cartonera Primera edición
“Colección Recolección” Contacto autor: claudioandrescerda@gmail.com Este libro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas- 3.0 Unported
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MICRORELAToS DE AYER Y SIEMPRE UN DESAFÍO A LA IMAGINACIÓN, LA REFLEXIÓN Y LA COMPRENSIÓN
Tengo el agrado y el orgullo de presentar esta obra, cuyo autor, más que un amigo y colega, es el alter ego de toda una vida. Soy testigo además, de que los primeros en deleitarse y participar de un buen número de estos microcuentos han sido por lejos sus alumnos y colegas. Por mi parte, aprecio el hecho de haber sido el primero en leerlos en su completo conjunto. Textos que, valiéndose de la elipsis en la narración, a ratos parecieran ser una especie de acertijo que propone un desafío a la hermenéutica narrativa y a la comprensión de un lector activo, el cual queda obligado a estar atento al más mínimo detalle, transformándose casi en coautor de cada una de las historias. Historias y personajes comunes y corrientes con los que uno se puede identificar. Narraciones para leérselas a un otro o a una otra como buena excusa para crear vínculo. Líneas de palabras sencillas, pero también de temas complejos (aún) en pleno siglo XXI. Historias para imaginar, amar, compartir, aprender, criticar, enseñar o simplemente para entretener. Algunas de visión pesimista, pero con aires de esperanza. Unas literales que no requieren mayor interpretación ni ayuda; otras de finales inesperados; otras que a pesar de lo breve, me desafiaron a leerlas reiteradas veces con el fin de encontrar el indicio preciso y comprenderlas a cabalidad. Otras que las compartí en familia, con amigos, con colegas,
incluso con desconocidos que hacían evidente su agrado ante algún final sorpresivo. La narrativa vive de la invención, sin embargo, su materia prima es la vasta realidad que nos circunda, tejida con la palabra que la representa. Así queda manifiesto en esta obra, pues en palabras del propio autor, está basada en su plenitud, en hechos de su vida real. Agradezco el espacio para compartir con los lectores los sentimientos que me generó esta obra y felicito en su primera publicación a aquel que se atreve a ser un pequeño aporte a la creación y a la lectura. Vasco Pillán Valparaíso, octubre de 2018.
Era el dĂa del libro y un cuento habĂa sido asesinado. Un microcuento era el principal sospechoso del crimen literario. Los autores trajeron a un narrador testigo de los hechos que confirmĂł tal argumento. En el juicio, en su defensa, hubo pocas palabras.
Ahí estaba yo. Escondiéndome un poco sobre las rocas. Observando por un breve instante, cómo aquella pareja, entre aquellas mismas rocas, hacía el amor a plena vista mía en aquella solitaria playa. Me acompañaron hasta el ocaso. Fueron fiel compañía hasta que dejé de darles el calor que necesitaban.
Ahí está, en un oscuro y polvoriento rincón, el zapato que un día, en una mano, salió a buscar a su hermano y jamás lo encontró.
Se encontraron en aquella esquina sin querer. El destino se había confabulado con la casualidad. Ella tenía los ojos verdes; él no sabía que estaba perdido.
í Estaba solo. Los dolores de su cuerpo y la pobreza lo agobiaban. Miraba los tacos rojos sin tapilla y pensaba en cuántas esquinas se había parado y a cuántos autos se había subido con ellos.
Me hostigaba todos los días. Me gritaba delante de todos: fleto, hueco, maricón, maraco, gay, loca y todas las frases que se le ocurrían desde que se enteró de que yo era homosexual. Eso hasta el día en que reventé y le saque la cresta a combos en plena calle. Luego de eso, el muy cobarde me echó a su hermano: fue así como nos conocimos y nos enamoramos.
En instantes en que su astuta, coqueta y atrevida esposa se bañaba en todo su esplendor, Otelo le revisaba el celular tratando de averiguar sus claves y contraseñas de Facebook y Wasap, ya que su amigo Yago había puesto comentarios insidiosos en Twitter respecto de Desdémona. Por su parte Casio esperaba desde hace tiempo que la bella mujer aceptara su solicitud de amistad.
Él pensó que estaba soñando y cuando despertó, solo había ideas confusas de un sueño que aún no terminaba y que se repetía constantemente cada vez que despertaba dándose cuenta de que seguía soñando con una certeza absoluta de que estaba despierto.
Se elevรณ y volรณ con soberbia hacia la luz. Ascendiรณ obstinada hacia su destino sin que nadie le advirtiera que era una simple polilla.
Ese día, estudiantes y profesores protestaban en una marcha y ella había descubierto que su pololo la engañaba con su peor amiga. Era una gran desilusión en general. Para suprimir sus sentimientos saltó a la berma y aprovechó la protesta para confundir su decepción y desilusión entre los manifestantes y el humo de las lacrimógenas.
Llevaba varios años con la misma rutina. Por las noches, a eso de las doce, salía sin saber que estaba haciendo, ni dónde estaba. Vagaba por el mismo camino siempre y se encontraba con algún otro, tanto o más perdido que él. Al llegar a un portón metálico a eso de las seis, recordaba el accidente y volvía a su tumba.
Desde pequeño le tuvo un terror único a la oscuridad. Tenía esa sensación de que algo en ella lo asechaba y saldría para atraparlo. Una noche, para enfrentar su temor y darle la certeza a su mente de que nada ni nadie ahí se escondía, se adentró en la profunda oscuridad de la bodega al fondo del patio de su casa. Hoy, su foto aparece en cada poste de la ciudad.
Debemos darnos un tiempo. Con ese discurso, luego de unos meses intensos, estaban terminando. Él, frío y calculador, estaba acostumbrado a hacerlo. Ella se había dado cuenta: no era la primera, pero se lo propuso y fue, violenta y mortalmente, la última.
Y ella regalรณ su flor.
Después de varios minutos de haberlo mandado, él llegaba con sus cinco años y su inocencia abrazada a un can roñoso y callejero que siempre pedía en la puerta de la casa. Su madre lo miraba con ternura y risa, sin tener con qué prender el último par de calcetines en el cordel.
No eres tĂş; soy yo.
Entró rápido al café y se dirigió directo a la caja. Observó con disgusto un pequeño cartel en el vidrio que lo separaba de una mujer en apariencia agradable. En seguida preguntó por el café más barato y lo pagó con premura. Recibió el vuelto sin siquiera revisarlo y se dirigió compungido e instintivamente al fondo y a la derecha del local. Luego de quince minutos salió del lugar lento y despreocupado, sin tomarse el café, porque nunca le había gustado ese brebaje.
Siempre recordaba a su abuelo, quien por las noches, al acostarse, emulando a Van Gogh se sacaba la oreja.
Luego de hacer el amor Adriana se levantaba, abría la ventana, admiraba el paisaje y el silencio, aireándose con el fresco aire nocturno de primavera. Lucía encendía un cigarro y la invitaba a volver a la cama golpeando suavemente a su costado con la mano.
No había nada que calcular. Sería fácil justificarlo. Estaría triste un tiempo, pero solo sería un tiempo. Por lo demás, junto a su madre y hermanos menores, estarían menos tristes que si estuviera vivo. Por eso lo mataba.
Tenía unos ojos azules profundos. Una tez de un rosado pálido que hacía especial juego con un frondoso cabello rubio y crispado. Sus labios tenían ese no sé qué, que invitaban al sensual deseo del beso inevitable. Poseía todo para enamorarse de ella a primera vista. Debió tener poco más de diecinueve años. Al menos eso mostraba la foto en la tumba al costado del sepulcro de mi madre.
Era bella e idealista. Por años, buscaba y buscaba el amor sin resultados favorables. Mientras tanto en su tenaz y terca búsqueda iba dejando en su camino locura, enajenación, desolación, desilusión, tormentas, y mariposas.
Era profesor de un colegio subvencionado y en sus escasos ratos libres, poeta. Se encontraba en casa en plena labor de informes personales de sus estudiantes. En esa tarea, le escribió la siguiente observación a un alumno en su informe final: Puedo escribir los informes Más tristes esta noche. Escribir por ejemplo: El alumno guerrero Es un dulce adolescente. Nada malo he de decir de él Porque el cliente Siempre tiene la razón.
Se bautizó sólo porque quería tener un padrino. Al inicio se veían y se comunicaban continuamente. Luego, las visitas y conversas se fueron terminando hasta el punto en que solo quedó en su mente la imagen de aquel hombre cariñoso y agradable. Eso era más que algo para ella, pensando en que jamás conoció a su padre.
Mientras tanto, bajo la cama, el cuco y su hijo conversaban: - ¿Qué te sucede pequeño? - Tengo miedo. - ¿De qué? - De que sobre la cama pueda estar el humano. - No se preocupe hijo. El humano no existe. Ahora duerma, que ya es medio día.
Él no tenía pareja ni hijos, vivía solo, tenía un buen trabajo, andaba en auto y le gustaba la vida y la libertad. También le mencionó que la encontraba hermosa y que era lo que él buscaba. Y se hizo llamar Alberto. Todo eso le dijo en aquella disco para conquistarla. Ella por su parte en el mismo juego de esconder cosas, no le dijo de sus resentimientos, de su venganza, de que era positiva y que portaba la muerte. Un par de horas después, salieron juntos de la mano a concretar lo que individualmente se habían propuesto.
Todos se reían. Por su parte y por un asunto de crianza, él no entendía por qué nadie atinaba a prestarle ayuda y solo se burlaban. Conociendo la vergüenza, se levantó, tomó su bicicleta y cabizbajo dirigió rumbo a su hogar. Era el primer día de salir a andar solo luego de haber aprendido a sostenerse sobre la pequeña bici. Al ver su cara, la madre le preguntó qué había sucedido y él solo echó a llorar. La mujer, sospechando lo que había acontecido, suavemente le dijo que no llorara más y lo abrazó, mientras él, con sus brazos aferrados a la cintura de aquel ser salvador, lo único que quería y necesitaba era llorar; y no por el dolor de la heridas en su codo y su rodilla.
Según ella, se había internado en el manicomio para poder vivir la vida loca y ser así más feliz que nunca.
Sería su primera vez. Él cargaba con trece. La sobrellevaba por un año y después de pololear unos pobres tres meses, la había convencido. Se habían asegurado de buscar un lugar en el que nadie los fuera a sorprender ni a molestar en esos menesteres de adulto. Sin embargo, estaban ansiosos y esperaban terminar rápido. Luego de verlo como se ahogaba y se quedaba sin poder hablar, ella desistió de emular el gesto de llevarse a la boca el humeante cilindro. Él sentía que se quedaba sin saliva y su garganta se quemaba a más no poder producto de la bocanada, además de sentir que todo le daba vueltas por un segundo. Luego de eso ella no lo besó por el resto del día.
Ese día decidió no ir al trabajo. Sin embargo igual se levantó temprano y sin siquiera bañarse ni arreglarse, salió de su casa descalzo y solo caminó, miró a la gente, le dio paso a los que corrían, se rio de los que de él se reían, escuchó, respiró, miró al cielo: se reencontró.
Ahí estaba Ignacio, se había transformado en un indigente más. La gente aparentando soberbia, altanería y orgullo, llevaba la frente tan en alto que él no era otra cosa que basura tirada en la calle. Era un personaje con historia, pero hoy sin consideración, era incluso pisado sin reparo alguno. Eso hasta que pasó Vincent, quien con sus ocho años y un brillo de éxtasis en sus ojos se apiadó de Ignacio, se inclinó, lo levantó del piso e hizo de él una bolsa de canicas, dos chicles y un peluche de máquina.
Estaba tan aburrida y cansada de la situación, que por primera vez ella también levantaba la mano, pero para defenderse. Para él fue la última vez que tuvo la oportunidad de volver a levantar la suya contra ella tan brutalmente.
Después de su infortunio, era todos los días lo mismo. Llevaba varios minutos esperando que la gente se dignara a darle el paso para subir al ascensor del metro que se suponía exclusivo para personas en su situación. En su cabeza un millón de elucubraciones ofensivas y pesimistas. En ese momento explotó y de pura rabia se producía el milagro: se levantó de su silla de ruedas, la pateó y subió por las escaleras mientras la multitud lo observaba estupefacta. Al llegar al último peldaño giró levantó su mano derecha he hizo notar su dedo medio con energía. Luego reaccionó para volver a la realidad y seguir esperando en la fila sin que nadie se dignara a considerarlo.
Trigueño, de talle alto sin desmesurar, ojos profundamente verdes, bien parecido. Esas características tenía el miserable, poco hombre, que se decía era mi padre.
En medio del cumpleaños, mis primos humillaban a mi hermano. Yo era más grande y corrí en su ayuda. Los mal educados huían vociferando ahora contra los dos. Lo abracé tratando de calmarlo y él lo único que hacía era sollozar y preguntar ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Yo, con un dolor en el alma igual al suyo, le decía que no había que llorar. Que lo hacían porque eran envidiosos. Porque les faltaba un cromosoma.
El niño lloraba y jalaba del brazo a su madre que lo retenía de ir a recuperar lo que había perdido en medio de la calle, mientras, irónicamente, un par de caníbales y temerarias palomas moría bajo las ruedas de un vehículo.
Eran finales de los ochenta y la gente aún se reunía en grupos familiares o de amigos, alrededor de una mesa para jugar lotería, ludo, dominó, gran capital, a la dama y por supuesto a las cartas. Esa tarde me invitaron a jugar un juego de naipes españoles de nombre muy particular que yo desconocía. Fue gracioso, nadie lo supo, pero yo en los bolsillos traseros de mis jeans nevados, llevaba suficiente papel higiénico, por si las moscas.
Apretados, sin pudor alguno, estaban todos desnudos. Llevaban aĂąos trabajando juntos sin cruzar palabra alguna. Se miraban unos a otros esperando que llegara la encargada y los vistiera para el avance de temporada.
Ahí estábamos. Nos miramos, coqueteamos, nos sonreímos por alrededor de treinta segundos hasta que el semáforo cambió.
Personajes: Bob: Joven que vive con su madre. MarĂa: Madre de Bob. Mujer religiosa. J. Bautista: Sacerdote senil.
María entra en la pieza de Bob y descubre que él hace un pito de marihuana con hojas de la biblia. María: (Desde la puerta gritando) ¡Qué estás haciendo! ¡Pecador! ¡Demonio! ¡Mañana mismo te vas a confesar! (Le arrebata el libro santo a Bob).
Bob en el confesionario con J. Bautista. J. Bautista: Ave María Purísima. Bob: Sí Padre. J. Bautista: Dime hijo ¿Qué quieres confesar? Bob: A la biblia de mi casa le faltan hojas porque leo casi todos los días padre. (Simultáneo a la palabra, hace un gesto con el índice y el pulgar en la boca, que el cura poco percibe y no entiende). J. Bautista: Pero eso no es pecado hijo. Cuando las cosas se usan se estropean. Ten, aquí tienes una nueva para que la sigas leyendo.
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MICRORELATOS DE AYER Y SIEMPRE Claudio Andrés Argandoña se terminó de imprimir en el mes de octubre del 2018 en los talleres de Opalina Cartonera
Los libros de la editorial opalina Cartonera SON OBJETOS DE ARTE COMPLETAMENTE ARTESANALES - fabricados con nuestras patas delanteras todos hechos con dedicaciรณn, delicadeza y amor
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