para la memoria de todas
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Para la memoria de todas Jaime Altamira Espinoza & Paulina Correa Opalina Cartonera 2019 Diseño y diagramación a cargo de Juan Canales Impreso en Laguna Verde-Valparíso, Chile por Opalina Cartonera Primera edición
“Colección Recolección” Este libro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas- 3.0 Unported
Se permite la reproducción parcial o total de la obra sin fines de lucro y con autorización previa del autor
para la memoria de todas
Para la memoria de todas, es un libro que reúne una dupla que raramente se encuentra en un solo volumen, teatro y cuento, sin embargo los autores demuestran que pueden hacer un mismo camino, para hablar a unísono de la vida de las mujeres, todas distintas y sin embargo caminantes de una misma senda. La recopilación contiene dos obras de teatro escritas por Jaime Altamira Espinoza, reúne dos piezas de teatro, Solamente Mía y Elena, escritas entre el año 2017 y 2019 y que fueron montadas por la Compañía Silencio Colectivo en Santiago y diversas ciudades de la Araucanía. El autor recurre a la memoria, desde las mujeres que la transmiten en su familia y entorno, vivencias fuertes, muchas veces largamente silenciadas y que hoy ven la luz en escena. El autor invoca en su nombre el nombre de su abuela, Altamira, la herencia del Chile rural, lejano a la imagen pastoral. bucólica, lleno de sacrificio, abusos y atavismos. De ella, cantora de pueblo en pueblo, recoge el habla de la campesina en Elena, la sitúa hoy en encrucijadas que siguen marcando el peso de ser mujer, los roles marcados a fuego y la rebeldía que deja a la protagonista abriendo nuevos espacios. Luego con una percepción que refleja su sensibilidad, el autor logra abordar el conflicto de una pareja rota, en Solamente Mía la tensión sube, desde el observador todo es inminente, la muerte ronda desde el inicio.
Las obras han sido estrenadas en la Sociedad de Escritores de Chile, sometidas a la opinión de otros escritores, pero luego han pasado a la prueba más difícil, han sido montadas en distintas comunas de Santiago, donde el público ha reconocido escenas de su vida o las de sus cercanas. En el sur, Carahue, Imperial, Padre las Casas Elena se reencontró con su espejo en los ojos de un público que vive día a día esa realidad. Los cuentos se intercalan entre ambas obras, como lo hacen las mujeres en nuestra sociedad, cruzando el texto con sus protagonistas vívidas, urbanas, a ratos irreverentes con un mundo que no hace concesiones con su género, pierden y gana, mujeres en todo caso que no pasan inadvertidas, como dice la autora, Paulina Correa, marchan contra la estampida. Los cuentos hablan de violación, de abuso, de penas y discriminación, pero también de rescilencia, de fuerza y de poder, en la mujer de hoy. Paulina Correa es escritora, ha hecho cuento, poesía y una obra de teatro sobre femicidio, es gestora cultural y es parte de la Sociedad de Escritores de Chile. Los autores suman acción y palabra, escena y personaje y nos dan un libro para la Memoria de todas.
Elena
(Elena está con un ramo de flores de aromo y una botella en que empieza a ponerlas frente a una tumba. Día frío) Tanto tiempo sin venir a verte, sin estar tan cerca de tí, echaba tanto de menos este aire liviano que circula… Me costó un mundo llegar, tú ya sabes, las distancias son muy largas para venir y la gente se vuelve loca cuando hay unos días feriados. No pienses que me estoy excusando pero hoy en día no están los tiempos para recordar y estar con uno mismo, hay que trabajar y trabajar, no solo para subsistir sino también para poder olvidar. (Pausa) Muchos confunden el perdón con el olvido, pero yo contigo tengo ambas cosas separadas y bien claras. (Comienza a limpiar la tumba). Preferí venir este día, no porque sea feriado, sino porque hay mucha más gente como yo que comienza a hablar sola y llora por lo que no se habló o no se hizo, ademas David podía solo hoy cuidar a José Tomás ya que tiene mucho trabajo. (Silencio luego revisa la hora) Siento una sensacion de profunda compañía estando aquí contigo, lo necesitaba tanto, en este lugar dónde todos somos iguales y que tarde o temprano será también mi hogar (Pausa). Te cuento que en el pueblo cada año que pasa nos vamos olvidando de esta tradición y que ya no es como antes.(Saca un pequeño cuadro con una foto en su interior que deja encima de la tumba). No quiero ni imaginar tu reacción al ver como ha cambiado esto, ver a un montón de niños gritando afuera de la casa pidiéndote dulces con disfraces y maquillajes horribles que hacen a última hora sus padres y peor aún
¿Cómo habrías reaccionado si es que te hubiesen hecho alguna travesura?, Tirarles tierra con caca de caballo, agua fría o incluso restos de frutas es lo más básico que se me viene a la cabeza. (Pausa, saca y come unos dulces) Los niños pasaron hasta tarde y para que no me tiren huevos en la puerta salí a darles estos dulces, junto a José Tomás (Pausa). Está creciendo rápido y le está yendo bien en su escuelita, ya va a pasar a segundo y lee y escribe muy bien, pero parece que para los números le va a costar un poquito. Me salió mañoso para comer este cabrito, no le gusta nada de lo que cocino pero igual le meto la comida a la fuerza, si supiera lo que nosotros tuvimos que comer… Te vine a ver hoy porque ayer eran el día de los Santos y tu no fuiste ninguna santa (Ríe) Bueno, yo tampoco lo soy, a estas alturas nadie podría decir que es santo o santa. Ni los curitas se salvan. (Con cautela) Todos sospechan que el Padre Luis Alberto, el salsero, anda en cosas raras. Pero bueno, cada uno con lo suyo total aquí nadie lo va a delatar (Pausa). Ayer madre corría mucho viento y no me dejaba dormir, y más encima a David se le ocurrió arreglar el techo porque ya se estaba saliendo de lo fuerte que estaba. Corría mucho viento, ese viento como el de antes, ese viento fuerte y ruidoso, ese que da miedo, sobretodo cuando es de noche. Ese viento que te hace pensar más, a soñar más, a volar y que te lleve con él a otro mundo (Pausa, vuelve a revisar la hora). Estaba de lo mejor escuchando el viento cuando de repente me quedé tan dormida que incluso tuve uno de mis mejores sueños, de esos sueños fantásticos donde aparecen personas que no conoces y que te ayudan con una alegría tremenda, esos sueños que te muestran paisajes que nunca
has visto y no sabes si son de este planeta o no, sueños tal vez de vidas pasadas o futuras o de algún universo paralelo. Entre esas personas estabas tú, te veía claramente, sana, alegre y fuerte, me sonreías y me decías cosas que no podía comprender, que más adelante si las entendería, tu voz era muy distinta a la que tenías cuando estabas viva y me daba una paz inmensa escucharte. De pronto me llevabas por un gran y eterno lago que parecía un océano y justo cuando estaba acercándome a la orilla, para meterme y nadar hasta el fondo, empecé a sentir el agua cada vez más fresca y fría como cuando me despertabas (Ríe) cuando me lanzabas un jarro con agua bien helada a mi cara, tirándome las sabanas al suelo, quizás cuantos minutos llevabas tratando de despertarme, para que me levantara y me fuera a la ducha. Menos mal que José Tomás no salió como yo, él se levanta solito para ir a la escuela. A raíz de esto, por tu culpa ya no puedo bañarme en el mar porque me congelo y le tengo fobia al agua helada, si ni siquiera en el sueño pude. Ahora me demoro lo mismo que mi hermana en la ducha. ¿Por qué se demoraba tanto la Canela en ducharse? ¿Fué como en estas fechas o antes?, cuando sin previo aviso se nos apagó el gas y el agua empezó a salir congelada, para luego no salir más. ¡¡¡Qué pasa con el agua!!! Gritaba la Canela. ¡Era en pleno invierno! Ustedes intentaron arreglarlo pero fue inútil, algo pasó con las cañerías, yo por mis adentros decía “Pobre hermana mía, menos mal que no me tocó a mi” ¡Que manera de gritar de frío la pobrecita! mientras que tu y él solo se dedicaban a discutir (Pausa). Comencé a levantarme calmada mientras la lluvia se hacía sentir con fuerza, con todo el tiempo del mundo, no como ahora que corro para allá, corro para acá (Pausa). Igual te debes estar
riendo de mi ahora, siempre me lo sacabas en cara y le decías a mis amigos lo alharaca que fui. (Toma la foto). Esa intensa mirada tuya cuando entraste a mi pieza y con tu aguda voz me dijiste; “¿Y tú? ¿Acaso creís que te vai a ir así no más a la escuela, sin bañarte? ¡Sácate la ropa ahora mierda! Mientras me desvestía mi cuerpo y mi mente se empezaba a preparar para lo que vendría: la ducha en el patio trasero que construyó él para estos casos. Suplicaba hasta el último minuto que pudieran arreglar el paso del agua. “No lo pudimos arreglar pero lo bueno es que está lloviendo” dijiste con sarcasmo y optimismo. Nunca olvidaré esa frase y al mismo tiempo esa imagen estando parada y desnuda al lado de mi hermana, temblando de frío y al mismo tiempo temblando de miedo. Es terrible sentir ambas cosas al mismo tiempo: Frío y miedo. (Suena su teléfono. Pausa) ¡David! ¡Alo! ¡No le escucho! ¡Alo! ¡David! Vaya al patio, ahí puede tener más señal… Que vaya para el patio… (Se corta la llamada) ¡Tu mano en mi cabeza! tu mano golpeando en mi cabeza y esparciéndome una cantidad abundante de shampú mientras que con tu otra mano sujetabas tu mate de cedrón “Aguántense la respiración, no se darán cuenta cuando ya estén adentro secándose” nos susurrabas”. Luego de eso venía tu inolvidable empujón con decisión y sin piedad hacia el patio para que la lluvia nos bañara y ahí, desnudas y con las gallinas como testigo, solo pensaba que la lluvia fuera lo más fuerte posible para que me quitara rápidamente el shampú que ya se deslizaba por mi cuerpo. Veía como ustedes se reían de nosotras. Debió haber sido un tremendo espectáculo (Pausa, reflexiva). ¿Cuánto tiempo estuve sin hablarte? Fueron entre dos a tres semanas en que no les dirigí ninguna palabra. (Suena su teléfono)
¡Alo! ¡David qué pasa! ¡Alo!... ¡Pero si yo te escucho clarito! ¡Aaaaloooo Daviiid! No ahora no te escucho nada. Ya voy ya. ¿Dónde están! ¡Alooo! (Elena corta la llamada, hablando a la tumba) Este hombre es muy acelerado pero es un buen padre, quiere harto a José Tomás, es su gran machito, lo acompaña para todos lados, incluso cuando vienen las cosechas, le encanta sacar papas (Vuelve a sonar su teléfono) ¡Alo, David! ¿Me escucha ahora? ¿Dónde está?... pero cómprele por mientras unas papitas fritas o unas galletas o tuéstele un pan… ¡David, Acabo de llegar! … Si está aburrido pásale el teléfono… que vea los monitos que le gustan… entonces vayan al bosque a recolectar… ¡Alo! … ¡No le entiendo!... ¡No se escucha! ¡Aloooo! (Se corta la llamada nuevamente.- A la tumba) No entiendo como a tu nieto no le gusta ir al bosque para recolectar Changle, Diguenes y piñones como lo hacíamos nosotros. (Pausa) Extraño tus papas cocidas y tus ensaladas con esos hongos. ¡Cuánta magia nos hacías sólo con tener harina! Si tengo estos brazos es porque estábamos horas y horas amasando juntas, haciendo esos tremendos panes amasados, sopaipillas o queques. Extraño esos conejos asados que con un tiro certero con tu honda cazabas ¡Admiraba tu puntería! Con razón me apuntabas siempre certero a la cabeza cuando me lanzabas cosas. (Vuelve a sonar su celular, impaciente). ¡Alo David! ¿Qué pasa?... ¡Ya voy ya! ¡Déjeme hablar con él!... ¡Alo! ¡José Tomás! ¿Me escucha? ¿Qué le pasa?… ¡Oiga déjese de lloriquear! ¡No!... porque queda lejos y el papá está cansado… ¿Alo? ¿José Tomás, me escucha? ¡Alo! ¿David?... ¡Si. Si ya estoy terminando!... (Corta. Empieza a guardar La foto)
Cuando nos íbamos al internado, te despedías como si no nos fuéramos a ver nunca más. Nos dabas un beso en la frente y otra en las manos y luego tu gran abrazo que nos apretaba sin dejarnos respirar. ¡Cuanto entiendo ahora ese abrazo madre! Tal vez nosotras éramos las únicas que te manteníamos viva. Ni te imaginas cuanto me gustaría volver atrás y decirte que todo saldrá bien, que cuando saliéramos del internado te sacaríamos de ahí. Mientras me abrazabas miraba hacia la casa y rogaba para que él no se despertara, para no tener que despedirme, sentir su cara sudorosa y áspera cerca de la mía, ver sus ojos negros enrojecidos y firmes. Por una parte, me alegraba irme para no sentir ese olor a cerveza fermentada o a vino añejado que inundaba la casa pero por otra me angustiaba tener que dejarte sola... (Pausa) Nos traducías cuando nos hablaba ya que casi siempre no le entendíamos. Cuando éramos más chicas e intentábamos abordarlo por la mañana para jugar con el, siempre aparecías como su fiel guardián para impedirlo y darnos las tareas del hogar y hacer como si nada hubiese pasado. Se que no te gusta que hable de estas cosas pero siempre estuviste ahí. Mujer valiente. (Elena se para encima de la tumba dirigiéndose a público) Aparte. Mi madre era bajita y tenía el pelo bien largo. De ojos verde bosque intenso. Tenía una gran colección de faldas y chalecos. Mi madre, cuando estaba él en casa, cocinaba exquisito y hacía muchas cosas dulces, unos queques extraordinarios que los vendía a sus vecinos o a la gente de la iglesia.
Mi madre me cantaba canciones que nunca más he escuchado. Su voz era aguda y armoniosa, incluso cuando se enojaba (Silencio). Mi madre me sacaba la cresta y media. Cachetadas firmes que hasta los ojos se me enrojecían. Coscachos en la cabeza. Gritos y más gritos ¡Siempre! Un día estaba tomando una botella de jugo sentada en el sillón de él y sin previo aviso y como si nada, siento sus gruesas manos en mi rostro, golpeándome una y otra vez, pues pensaba que yo estaba tomando alcohol y según ella tenía la misma postura de él cuando tomaba ahí en ese sillón. Me tiraba sus zapatos, los platos y hasta las sillas, en realidad todo lo que encontraba a su paso. Dejó de hacerlo cuando uno de esos objetos me rompió la nariz y la sangre manchó el sillón. Si le respondía me tiraba del pelo hasta la ducha con agua fría así con ropa y todo. Mi madre nunca me hizo regalos. Mi madre aguantó mucho. Mi madre… A mi madre la abandonaron desde que era niña. Nunca supo de sus padres. Pasaba un par de días en la semana en la cama porque no tenía ánimo para levantarse. Mi madre no tuvo familiares y tuvo como 3 pérdidas. Tomaba mucho pero nunca la vi ebria. Mi madre no sabía leer, llego hasta segundo básico. Creo que por ella soy fría, calculadora y egoísta. Mi madre me ayudó a tomar decisiones, sin importar las consecuencias.
Me enseñó que a los hombres había que cocinarles con harto aliño, atenderlos siempre y estar atenta cuando callar. Me enseñó que los hombres son unos verdaderos niños reprimidos. Mi madre me enseñó algo valioso: Que tenía que saber bien cómo trataba mi futuro esposo a su madre pues así también me trataría a mí. Mi madre rezaba todas las noches, era la que limpiaba y ordenaba la iglesia. (Pausa). Mi madre me pidió que no la enterrara junto a mi padre. El cáncer se la llevó. Ni se imagina cuanto la entiendo ahora. A pesar de todo quiero a mi madre, en realidad siempre la quise pero nunca se lo demostré. Mi madre me dejó un encargo que no se si lo podré hacer. (Elena entra a un hogar de ancianos y llega a la habitación donde está su padre. Empieza a ordenarla y revisa sus cosas. Se pone al lado de él contemplándolo). Que silencio hay en esta pieza. Adoro el silencio. No como a usted que le carga y necesita de la bulla para poder funcionar. A muchas personas no les gusta el silencio, no lo quieren cerca, lo odian, le tienen miedo, o lo ven como a un ángel porfiao, ya que llega cuando no lo llaman y cuando uno más lo necesita no aparece. El silencio me ha dado las más grandes respuestas. No como usted que hasta hoy no me las ha podido dar a muchas preguntas que le hago, pero quédese tranquilo que esta vez trataré de no hacerle ninguna. No es fácil preguntarle a los padres el por qué tuvo otra familia o por qué se fueron o por que dejó a sus hijos a su suerte. Por algún motivo que nunca conoceré,
usted se quedó con nosotras y no con los otros, aún espero que me lo diga. Sé que tengo hermanos o hermanas, sobrinos o sobrinas que aún lo esperan. Si quiere me puede decir quiénes son para ubicarlos, para decirles que por último sí pensaba en ellos hasta el final (Pausa). Ahora como nunca antes entiendo su distanciamiento algunos fines de semana; “Es que Roberto tiene doble turno” decía con orgullo la mamá. ¿Por qué nunca nos abrazabas, o no nos comprabas cosas para la navidad? Además casi nunca salía de vacaciones con nosotras, “Es que tengo doble turno otra vez” nos decías. (Ríe) Siempre el mismo argumento. Era poco creativo usted, bastaba solo con que alguien le siguiera para saber si estaba de turno o no, pero al parecer nadie lo hacía, salvo yo cuando lo descubrí. (Elena le empieza a dar de comer a su padre, que lo rechaza inmediatamente lanzándolo lejos). Está bien. Le diré a la enfermera que ella le de comida entonces (Hace un ademán de irse, luego recoge el plato y limpia la comida del suelo y la cama. Su lenguaje cambia grotescamente). Le cuento que la casa ehtá relatíamente bien y alguno animaleh ehtán a punto de parir. Este año no sé si sembrar máh papa, tal vez lah cambie por frutales, dicen que el nogal o la avellana dan mejore resultáo. Le mandaron mucho salúo loh vecino. Incluso el José de la verdulería, me dice que tratará de venir el fin de semana prósimo ya qué hay un vierneh feriao y tendrá algo máh de tiempo. Mi hermana está comprando una cosa pal Miguel Ángel ya que estará de cumpleaño la prósima semana, cumple 2 año el chiquitito y está creciendo rápidito. José Tomás le mando un dibujito, se lo dejaré encima pa que lo vea tranquilo. Me dijeron que usté estará mejor, que ya no le dolerá tanto la espalda y que pronto se podría leantar. Han estao muy helào esto día y
ha llovío poco, la gente se ha estao quejando ya que cuando siembran viene otra helá y lo quema too y no tienen como recuperarlo, la gente está al límite aquí y en toos laos, están hechando a mucha gente de suh trabajoh, se cerraron algunah fábricah y otrah tienen una máquina bien moderna que hacen el trahajo de 50 personah. La gente anda con mieo patrón. La gente ya no se rehpeta patrón. La gente ya no sae que hacer, ya no cree ni confía en nadien patrón. Lah floreh ya no crecen y los rioh se secaron pa´h siempre. Lah sirenah suenan toas lah noches y el humo se acerca cada vez mas a nuestra casa patrón. Parece que la pelá anda rondando por toos laos. La gente está mintiendo mucho pah poder vivir en pah. Somoh mal agradecio, malos hijos, malos hermanoh, malos amigoh. Estamoh en guerra con nuestro propio cuerpo y conciencia. Parece que Diosito volvió a tomar vacaciones patrón. La gente ya no se quiere, la gente anda con mieo patrón. (Pausa). Le traje unah cocáh que tanto le gustan, de esah que noh hacía la mamá, envolviendo lah galletah con la leche condensá y dejándo las bolitas bien reondita y perfecta. (El padre vuelve a rechazar el plato con más violencia) (Elena frente al público). Aparte Mi primera botella me la tome cuando terminé 4to medio, entré a mi pieza y me la tomé sola. Sabía que esa no iba a ser la última. Me reí a cántaros, luego lloré a moco tendido, luego volví a reír, después cante, baile y finalmente volví a llorar. Me detuve a pensar en nuestras vidas y por supuesto en mis padres y entonces me fui a comprar otra botella.
Tenía 18 años y creo que era la única de mis compañeras que hasta ese entonces no había tomado. Salí muy despacio por la ventana de mi pieza y al saltar por la reja unas vecinas me quedaron mirando atónitas pero eso no me importó, nunca me iba a importar el qué dirán. Había partido con una botella de champán barato para luego continuar con una segunda pero de otra marca más cara, hoy en día he pasado por el pisco, el ron, vodka y ahora Gin. Sé que suena como cuico pero me gusta el Gin. El vino ¡Jamás! El solo hecho de verlo me da náuseas, al igual que la cerveza. Hoy por hoy busco con quien salir a tomar, a veces me da lo mismo la conversación incluso si hay comida. Al principio me da por hablar, me río y soy amistosa, pero si mi vida no va bien aparece la pena, los recuerdos y vuelvo a tomar. Tomo cuando José Tomás está durmiendo o cuando está en su escuelita. Tomo con David o con quien sea. No puedo parar, no hay inyección ni consejos que lo frenen. Tomo simplemente porque me gusta, quizás porque hay cosas en mi vida que no me gustan o que nunca me han gustado. No me gustaba su olor. No me gustaba su presencia. No me gustaba ir a cortar Coligues, mis manos quedaban destrozadas y después con esos mismos Coligües me golpeaban. No soporto la música ranchera y las fiestas patrias.
No me gustaba cuando me obligaban a degollar a las gallinas. Odiaba ir a las carreras de los galgos o a las peleas de gallos. Tampoco cuando me obligaban a pegarle a mi hermana. No me gustaba que él les pegara a mis pretendientes. No me gustaba quedarme callada. No me gustaba que mi madre se quedara callada mientras la azotaba en el suelo. No me gusta quedarme callada cuando me azotan en el suelo. (Elena en la habitación prende la radio y empieza a sonar una música ranchera). Hola papito ¿Cómo sigue? aquí la vino a ver su hija, la maraca, la inútil, la que no va a llegar a ningún lado, la que se va a dedicar a ser dueña de casa nomas para criar cabros huachos. ¿Te acuerdas de esta música? La que nos hacías bailar con mi hermana para entretener a tus amiguitos mientras mi mami les preparaba comida a las 3 de la mañana. ¿Te acuerdas que esto nos obligabas a hacer cuando llegabas de madrugada a la casa? ¿Lo pasabas bien cierto? Nos gritabas para que nos levantáramos para entretenerte a ti y a tus amiguitos “! Bailen cabras de mierda, pa eso las traje al mundo!” ¿Te acuerdas cuando nos decías eso? ¿Donde están tus amiguitos ahora? ¿Dónde están esos estúpidos amiguitos tuyos que veían lo que hacías y no decían nada? ¿Te han venido a ver? Quizás a más de uno lo están cuidando caliéntito y cómodo en su casa. A más de uno le siguen dando lo que él pide. Su familia unida los están cuidando. ¿Te acuerdas del viejo
Manuel, ese compadre tuyo que abusó de mí y tú nunca pero nunca me creíste? O don Carlos… pobrecito se morirá en la cárcel. ¡Esos eran tus compadres!. Ah se me olvidaba, el grasiento del Sánchez creo que pregunto por tí, esa vaca asquerosa que lo cuidan sus señoras. Se turnan para verlo. La suertecita de algunos, que lo estén cuidando su señora y amante y más encima se turnan. Mi madre pobrecita se murió y no podrá estar contigo hasta tu último suspiro. Tus otras amantes menos, si ni siquiera saben que estás aquí. (Comienza a revisar sus objetos y ropa). En un principio me dabas risa, cuando llegaba y te encontraba durmiendo encima del plato de sopa que te dejaba mi madre. Estabas tan ebrio que no te dabas cuenta y cuando te despertaba ni siquiera te lavabas la cara para irte a dormir. Después me distes pena y al final asco. Igual que ahora, me sigues dando asco papito querido (Saca unos pañales. Irónica) ¿Qué se siente que te tengan que cambiar pañales, darte comida, agua y todo eso? Ya, mejor le guardo estas cosas antes que venga la enfermera y vea el cochambre (Pausa). ¿Sabes? En realidad no me interesa el que dirán. Total ya no vendré más a este lugar. No creo en tus súplicas. ¿Qué se sentirá estar sólo y completamente abandonado? Y por cierto es mentira que el viejo José te vendrá a ver. ¿Mi hermana? Ni yo la he visto ¿De verdad piensas que alguna vez vendrá a este lugar para verte y traerte a tu nieto?. José Tomás ya ni pregunta por ti. Desde que le dije que te habías muerto. Estas sólo Papá ¿Sabes por qué? ¡Porque te lo mereces! y también lo estarás cuando por fin te entierren, nadie, ni mi madre que tanto creías que te amaba quería que te enterrara con ella. Púdrete, me importa una mierda conocer a los “machitos” de mis hermanos
¿Cuantos hijos más fabricaste por ahí? ¿Cuantos seguirán esperando para conocerte? En realidad me encantaría conocerlos para puro decirles que eras una mierda, que no vale la pena que te conozcan. ¿Tu herencia? ¿Que crees que haré con tus cosas? ¿Tus herramientas? le servirán a don José. La única persona que hacía disfrutar de verdad a mi madre. ¿Tu ropa? Esos harapos se las pasare a los animales para que los usen de cama. ¿Qué más tienes? Ah. Tu lindo mueble y closet que te heredo el abuelito, para que sepas funcionó muy bien en la salamandra. Púdrete viejo de mierda, cuando te mueras venderemos y regalaremos todo lo que era tuyo. La maraca de tu hija te vino a ver solo para decirte que me importas una real mierda, que tengo y tendré la conciencia muy tranquila cuando salga de esta habitación. Que no le diré a nadie donde estás para que no te vengan a ver. Eres un obsoleto de esta sociedad, ya no sirves. ¡Cobarde! Eso eres. Un maldito cobarde. Ya no te tengo miedo. En realidad hace mucho tiempo dejé de tenerte miedo. No eres el primero ni serás el último a que algún familiar deje botado aquí. ¿Se puede estar más solo en este mundo que tú? Ya no te cocinarán la comida que tú quieres, ya no te darán el placer que tú quieres, ya no podrás maltratar a la gente. No te perdonaré nunca viejo conchetumadre, sigue pudriéndote con tu alcohol. Espero que no te mueras tan pronto para que sientas más dolor. Adiós Papito, espero que ni siquiera en el cielo tengas cabida. En la tumba Han pasado casi 10 años desde que te fuiste y esta será la última vez que te vendré a ver. Ha sido difícil el camino
para soltar los miedos y rencores con la vida, de apagar mi inocencia para siempre. Creo que me quede fría, aislada y con ganas de estar sola. Me voy Madre mía no quiero seguir esclavizándome con la vida de los demás, quiero de una vez por todas vivir la mía. José Tomás crecerá feliz junto a su Padre (Pausa) Esa inocencia que me heredaste inconscientemente me jugó una mala pasada, hoy por hoy, que te pasen a llevar no es nada nuevo, el mundo está así, se pasa a llevar a todos. Me incomoda esa careta que debo tomar, jurar que no ha pasado nada es autoengañarse. Todos tratamos de seguir con nuestras vidas y hacemos como que nada ha pasado asumiéndolo con una risa o con un silencio. Antes optaba por el silencio, ahora por la risa, una risa nerviosa, contagiosa, con ganas. Pero que de todas maneras es una risa. Perdóname por no poder cumplir mi promesa de quedarme y hacerme cargo de él. Hice lo posible, pero no puedo y no quiero. Perdóname por no haberte podido ayudar más ¿Cómo se puede aguantar un amor así? ¿Es tan difícil dejar la costumbre? ¿Por qué no lo abandonaste? ¡Tendrías que haberlo hecho! nosotras te habríamos entendido tanto… José Tomás entenderá, ya lo veras, cuando crezca entenderá el porqué me fui, no es el primero ni el último niño que crezca sin su madre... ¡Cómo me encantaría que hubieses podido conocer más! Mostrarte los lugares que sólo veías en televisión, haberte sacado de esas garras malditas y llevarte por más caminos. Me hubiese gustado haber sido más familia contigo. Lamento tanto haberte dejado sola. No poder seguir tu absurda tradición. Reconozco que me faltaron fuerzas para poder enfrentarlo antes, creo que si nos hubiésemos unido más habríamos destronado a ese rey nefasto. Teníamos que
haber creído más en nosotras (Saca su celular y lo deja encima de la tumba) Desde hoy comenzaré una nueva vida madre. Muy lejos de aquí. Ya me encargué con la gente de la iglesia para que siempre tengas flores y en un par de años el aromo que planté crecerá vigoroso a tu lado y muy pronto dará esas flores amarillas que tanto te gustaban. Adiós Madre mía, te amaré por siempre. (Al momento de irse suena el teléfono, Elena lo mira fijamente)
FIN.
Jaime Altamira Espinoza.
Solamente mĂa
Solamente mía Jaime Altamira Espinoza (Adaptación obra “Round de sombras” de Carmina Narro)
Julia: Me gustan los amaneceres, son como una nueva oportunidad que te brinda la vida, no importa si está nublado, igual se que el sol está detrás de esas nubes y tarde o temprano mostrará su intensa luz. El amanecer no es necesario verlo ya que puedes sentirlo con tus otros sentidos: suena como una música de esperanza, de frescura, armoniosa en todo sentido y con un color distinto. Su aroma es puro e intenso, de una frescura que supera cualquier alimento, quizás es la fotosíntesis que está comenzando a hacer su trabajo. El aire qué hay cuando amanece también es distinto, pues es limpia, purificadora y ascendente. Cuando veo el amanecer me siento libre ya que estoy sola junto a esa luz que sale detrás de la cordillera, es el tiempo que tengo para estar conmigo misma escuchando los consejos de los pájaros y sensibilizándome con esta maravilla que nos da la naturaleza. Quiero disfrutarla todos los días, sin importar el sueño o el frío que pueda tener. Vivir con intensidad esta vida no es fácil, pues se tienen que tomar decisiones fundamentales… !Tomar decisiones! Tomar decisiones. Tomar decisiones…esto siempre me lo dijeron mis padres “Tomar decisiones te hará ser más
responsable” decían y creo que no se equivocan pero yo agregaría además que toda decisión tiene sus consecuencias. (Vemos a Andres ordenando y colocando la mesa torpe y meticulosamente, pendiente de cada detalle, ansioso y dubitativo, entra y sale de la cocina trayendo platos, servicios, copas, etc. En instantes tocan la puerta y entra Julia, viene semi formal) Julia: ¿Y esto? Andres: ¿Que cosa? Julia: Las copas… el mantel... Andrés: Las compre hoy, ya que a ti te gusta tomar vino en copas. Julia: Ya y ¿por que? ¿Que bicho te pico? Me imagino que compraste un carmenere Andrés: ¿Y tu desde cuando sabes de vinos? Julia: Uno siempre, si quiere, aprende algo nuevo (se quita el abrigo y se dirige al perchero). ¿Todavía se cae? Andrés: No, lo arregle en la mañana. (Julia cuelga el abrigo y el perchero se cae). Andrés: ¡Cresta! Julia: Déjalo, no te preocupes. Andrés: Te juro que lo arregle... Julia: ¡Andres no te preocupes! la pondré en la silla. Andrés: No, pásamela la llevaré a la pieza. Andrés sale, Julia mira incomoda regresa.
la mesa puesta, Andrés
Julia: ¿Entonces ya se terminó él trabajo?
Andrés: Si, la semana pasada. Pero me dijeron que me iban a llamar la quincena. Julia: Si, claro (Pausa). Entonces has tenido mucho tiempo… para pensar digo yo. Andrés: ¿Quieres algo para picar? Tengo galletas con queso crema, soya y sésamo. (Sale a la cocina trayendo lo ofrecido). Julia: ¿Y el sesamo? Andres: ¡Cresta! Julia: No importa, déjalo así…¿Me puedo sentar? Andrés: ¿Por que me dices eso? Por supuesto que si. Ponte cómoda. Julia: ¿Esta silla no se va a desarmar como el perchero cierto? (pausa) perdón. ¿Me sirves vino? Andrés: Por supuesto. Eso si, se tiene que oxigenar. Julia: (Burlesca) ¿Oxigenar? ¿De donde sacaste ese término? Andrés: Uno siempre, si quiere, aprende algo nuevo. (Pausa, le sirve) Julia: Andres... Quiero hablar de... Andrés: Pedí pizza de piña y otra de todas las carnes (Pausa). Julia: La primera demasiado dulce y la segunda muy picante. Andrés: Las puedo arreglar agregando algo de rucula o aceitunas o más queso. Julia: No olvídalo, déjalas así nomas. ¿Por que vino tinto? Andrés: No te gusta el blanco. Julia: Es raro comer pizza con vino tinto, podrías haber comprado... Andrés: ¿Una champaña? Julia: Se dice Champagne. Andrés: ¡Puedes, aunque sea por hoy, dejar de corregirme!
Julia: Ok disculpa. (Pausa) ¿Como te ha ido? Andrés: Mal. Julia: ¡Como siempre!… Perdón. Andrés: Me ha ido mal, Julia. Julia: No me has preguntado como esta tu hijo. Andrés: Si estuviera mal, hace mucho que me hubieras buscado para demandarme y arruinarme la vida. (Julia después de un momento ríe espontánea). Andrés: Ultimamente he pensado que pololeabas conmigo solo porque te hacia reír. Julia: Es una muy buena razón. Andrés: ¿Sirvo la cena? Julia: No, todavía no tengo hambre. (Julia va a servirse mas vino, Andrés se levanta). Andrés: Yo te sirvo... Julia: Andrés, por favor no... (Pausa) no te esfuerces en... Andrés: No de ninguna manera, (Bebe y le da la botella) entonces esfuérzate tu... (Pausa). Julia: Te trate de llamar para avisarte que no iba a venir, pero tu teléfono no respondía, me tiraba al buzón de voz. Andrés: Es que el celular se me descargó y aun no he comprado cargador. Julia: Me contesto la grabadora. Andrés: ¡Te acabo de decir que no tengo el cargador! Julia: ¿Por que no lo haz comprado? Andrés: Porque no tengo plata. Julia: ¿Te presto para que te compres uno?
Andrés: ¡Estas loca! Después me estarás llamando todos los días para cobrarme. (Julia vuelve a reír) Andrés: Te sigues riendo como una tonta. Julia: Ay Andrés no empieces de nuevo. Andrés: Disculpa. No quise decir eso. (Pausa) Sabes, el otro día en el trabajo estábamos buscando unos materiales y debajo de unas tablas habían 4 gatitos recién nacidos, uno igual al rucio ¿Te acuerdas? Cuando estaba a punto de traérmelo mi supervisor me dijo que los ahogara, que me deshiciera de ellos al instante. Julia: ¿De verdad? ¿Y que hiciste? (Silencio de Andrés) Andrés ¿No me digas que le hiciste caso? Andrés: No tenía alternativa… llené un tarro con agua y los dejé ahí… con el dolor de mi corazón. ¡Cresta! ¡Tuve que hacerlo Julia! Si no le hacía caso tal vez me hubiesen echado. Julia: ¡Pero te echaron igual pues Andres! Andres: !No¡ !No me echaron¡ Me dijeron que me iban a llamar en 15 días. Julia: Si claro. ¿Así que asesinaste a unos gatos bebe ahogándolos en un tarro? Andrés: Si. Luego me fui al baño y lloré, no pude aguantarlo. (Pausa) ¿Sirvo las pizzas ahora? Julia: ¿Me acabas de hablar que mataste a unos gatos recién nacidos y que luego te pusiste a llorar desconsoladamente y quieres que comamos pizza así como si nada? ¡Por favor! (Bebe y sale al baño mientras que Andrés rápidamente va a la cartera de Julia y saca su celular revisándolo, al instante en que siente a Julia deja todo tal cómo está )
Andrés: (Sentándose en la mesa) ¿Por que no ibas a venir? Julia: (Sentándose al lado de él. Pausa.) Tenía que hacer unos trámites. Andrés: ¿Que trámites? Julia: Sacar unos papeles para el colegio del Ignacio, nuestro hijo, que a propósito le fue bien en su examen de admisión. Andrés: ¿No se suponía que lo ibas a hacer en la mañana? Julia: No tenía con quien dejar al Ignacio. Andrés: ¿Y por qué no lo trajiste para acá? ¿Acaso aquí no puede quedarse? Julia: ¡No contestaste el teléfono! Supuse que no estabas. Andrés: ¿Y a qué hora fuiste entonces? Julia: Como a las 4 más o menos. Andrés: ¿Y después adonde te fuiste? No creo que en el colegio se hayan demorado 4 horas en entregarte esos papeles, ademas entre ese colegio y la casa de tu madre estas a menos de 30 minutos, y de la casa de tu madre hasta acá no más de 20 ¿Donde fuiste antes de venir para acá? Julia: A ninguna parte, estaba en la casa de mi mama… Andrés: ¿A qué hora? Julia: ¡Andrés! Por qué tanta pregunta. (Julia intenta pararse y Andrés la sujeta del brazo) Andrés: ¿A qué hora mierda? Julia: ¡Andrés, contrólate por favor! Andrés: (La suelta). Disculpa. (Pausa) Lo ves, he aprendido a controlarme. Julia: Andrés, yo quería hablar de... Andrés: ¿Todavía no tienes hambre? Julia: ¡No! Escúchame quiero hablar contigo. Andrés: Estamos hablando. Julia: Siempre es lo mismo.
Andrés: Julia, tu sabes... Julia: No puedo vivir contigo, no puedo y tampoco quiero, ¿Entiendes? Andrés: ¿Por que no? Si tenemos un hijo, un futuro juntos. Julia: Que bien, te acordaste que tenemos un hijo. Andrés hice todo lo posible..., todo lo posible. Andrés: ¿Donde he oído eso? A ver ¿Donde he oído eso? Julia: ¿Que cosa? Andrés: Eso de que hice todo lo posible… Julia: No vengo a discutir contigo Andrés. Andrés: ¿Todo lo posible? ¿Por qué tienes cuatro llamadas perdidas de un número desconocido? Julia: ¿Me estuviste de nuevo revisando el teléfono? Me sigues sorprendiendo Andrés. Andrés: ¿Que te sorprende ahora? Julia: Me sorprende que insistas en invitarme a comer y qué más encima tengas dos asquerosas pizzas con galletas con queso Filadelfia y tengas la ordinariez de poner esas velas ridículas cuando lo único que quiero es deshacerme de cualquier trato que pueda tener contigo. ¿Me explico? Andrés: Vamos, sigue humillándome mierda sigue… ¡Sigue! Julia: (Pasiva) ¿Me entiendes lo que te estoy diciendo? (Pausa) Andrés: ¿Como te ha ido en el trabajo? Julia: No puedo creerlo Andrés: Gracias por aprender a decir "me explico" en vez de tu insoportable y estupido: ¿"me entiendes?" Julia: Si Andrés, lo que tu digas. (Andrés se acerca a ella). Andrés: Julia... (Acariciando su mejilla) Julia..., yo te he aguantado muchas cosas, mucho más que cualquier otro
hombre pueda aguantar. Eso Lo sabes. Y no lo has tomado en cuenta. Julia: No me hables así. Andrés: Tienes que estar conmigo. Reconozco que soy impredecible, así como el mar ya que aparte de que su marea cambie, también cambia su oleaje, su temperatura, sus corrientes…soy la fuerza de esa marejada cuando está en tormenta y que barre con todo a su paso, golpeo con mi viento la puerta de tu alma que son como rocas que nunca se mueven. Soy quien te ahoga en un azul profundo de deseos y sueños ya que nunca se como reaccionar frente al miedo o la frustración. (Se separa de ella) Nunca he peleado con alguien, (Susurrando) por esto dicen que somos más peligrosos. A veces no me reconozco Julia, en realidad me da lo mismo reconocerme hoy en día, algunos lo puede llamar cobardía no se… ¿Quieres mas vino? (le sirve, ambos beben) toma, toma mas. Cuando tomas eres mejor persona. Julia: Andrés. En realidad sólo vine a buscar el... Andrés: Cuando tomas eres más...cariñosa ¿No me extrañas? Por que yo si me extraño a mi mismo contigo. Es decir, "nos extraño". (Pausa). Julia: Tu hijo quiere... Andrés: ¡Mi hijo no esta invitado a esta cena! … ¿Que pasa? ¿Acaso me tienes miedo? Julia se levanta y se dirige a la salida. Julia: Cena tú. Solo, ¿Oíste?, solo. Andrés: Ni se te ocurra dar un paso fuera de aquí. ¡Escuchaste! (Pausa) Sólo quiero que terminemos de hablar. Las pizzas no están espantosamente mal. Si no quieres probarlo, esta bien. Así no se le trata a alguien que
se preocupa por ti. Me apenas, Julia. “Julita”, que hermoso nombre ¿Quien Te decía así? ¿Tu “Papito” tú “Mamita”… o tus abuelitos? Julia: (Le pega una cachetada) ¿Que quieres? Dime, por favor que mierda quieres. Andrés: Me acuerdo una vez en la noche te habías quedado dormida en mi cama. Todo el día había estado pensando en que te estabas acostado con otro hombre. La luz estaba prendida, me quité los zapatos para no despertarte y de a poco me acerqué a la cama para olerte, para saber si habías estado follando y sí, olías a sexo, pero vi los vellitos de tu mejilla. Me acerqué a un centímetro de tu cara para verlos… verlos… Tu respiración llenaba toda la pieza. Te despertaste y diste un grito aterrador. (Pausa) que mal gusto. ¿Te acuerdas? Julia: Cómo olvidarlo. Andrés: ¿Quieres mas galletita o sirvo la cena? Julia: ¡No! Andrés: Tranquila, si no tienen veneno. Julia: ¿Qué pretendes, Andrés? Andrés: ¿Puedo pretender algo? Desde que llegaste no has querido ser sociable. Julia: No creo que alguien pueda ser sociable contigo. Andrés: ¿Por qué? ¿Por qué no me he follado al condominio entero? ¿Por eso no soy sociable? No soy sociable porque no soporto a la gente. No la necesito. Tú necesitas a la gente porque no puedes ir por la vida rodeada de espejos para verte todo el tiempo… (Empieza a cantar un extracto de “Estrechez de corazón” de los prisioneros). “Por perdonar a nadie excepto a ti, estrechez de amor, ¡egoísmo! Estrechez de razón no me miras, oye no voy a aguantar… Estrechez de corazón. (Pausa)
Julia: ¿Para qué quieres que sigamos juntos? ¿Para recordarte todos los días que nunca te quise? Andrés: (Coloca una música de Chopin) Yo sé que me quieres, pero tengo que defenderte de ti misma. (Pausa) Desabróchate la blusa. (Pausa) ¡Que te desabroches la blusa! Julia: No. Andrés: ¿No? ¿Estás segura? Julia: No voy hacer nada contigo. Andrés: Ni yo contigo. Muéstrame tus tetas. (Pausa) Encuentro muy interesante acostarse con una cualquiera como tu que ha estado en la cama de cuanto hombre le ha pasado por enfrente. Julia: Hablas como si realmente te hubiera importado. No me voy a sentir culpable a estas alturas de la historia. Andrés: Creo que no dejaste a un solo amigo vivo. Julia: Tu no tienes amigos. Andrés: ¡Muéstrame tus tetas ahora! Julia se levanta para salir, Andrés la agarra del cuello.. Andrés: ¿Quieres que te pegue? ¿Sabes cuántas, cuántas veces hubiera preferido que me golpearas a escuchar tantas ofensas? ¿Sabes por qué? Porque las ofensas no se me iban a olvidar nunca. Yo sí tengo buena memoria. (Pausa) Si te quedas, puede que de la emoción me dé amnesia. Julia: Primero muerta. Andrés: “Primero muerta” qué barata eres, realmente. No te preocupes princesita aquí estoy yo para protegerte. Julia: Suéltame Andrés si no quieres que grite o llame a los pacos. (La suelta) El barato eres tú. Siempre te has conformado con un poco de atención. (Pausa)
Andrés: Julia, Julia, Julia…(La agarra de su cuello y comienza a a ahorcarla) Sería muy bueno que tanto dolor sirviera para algo… se fuera a algún lado… o se transformara en algo hermoso… como tus estupidos amaneceres, pero no lo creo, realmente no lo creo. Siempre he querido lo imposible… (Pausa) Sé que desde hoy te voy a extrañar para siempre. Pero no importa, yo se que nunca me olvidaras por que tu eres mía. Eres solamente mía. Julia cae muerta y Andres se sienta a comer.
FIN. Jaime Altamira Espinoza.
cuentos
La alfombra era áspera, el roce hería su espalda. La mirada fija en el techo, en las luces, todo va a pasar rápido, pero parece eterno. Piensa en su familia, en su deber, se queda ahí inmóvil. Cada arremetida es más dolorosa que la anterior, siente que el corazón va a reventar. El hombre se mueve sobre ella, está en otro espacio, pero sobre ella. Sus gestos, sus jadeos son de otra historia, una en que lo que está pasando es normal. El olor del hombre le da asco, sobre todo el de su boca, cuando trata de darle algo que no es un beso, es un gesto animal. El hombre le hunde las uñas en la carne, le grita indignado por su inercia. Ella mira los muebles, las carpetas sobre la mesa, trata de no verlo. Se había quedado a trabajar hasta tarde, la oficina ya vacía y el dueño ahí. No hubo preámbulos, la tomó sin aviso, la amenaza fue clara, no había vuelta, en su casa nadie más tenía empleo, era eso o la calle. El hombre al fin termina la faena, se queda echado sobre su presa, ella no se mueve, no habla, la oficina se llena de un olor ácido. Cuando el hombre se levanta ella se encierra en el baño, el agua por los muslos, por el pecho, el agua helada, unas gotas de sangre se cuelan de la entrepierna, los ojos marchitos en el reflejo del espejo.
No hay suficiente agua para lavar lo ocurrido. Se viste, la ropa medio destrozada por el forcejeo, se queda ahí inmóvil. El hombre la apura, hay que cerrar, actúa como si fuera otro día, como si nada hubiera pasado, salen a la calle, fuera todo sigue en su ritmo. Ella quiere gritar, pero no puede, él le da a entender que habrá otras veces. Él parte, ella por fin llora, comienza a temblar en la vereda, las piernas no le responden, no sabe cómo llegar así a su casa. Mira el teléfono, hay un mensaje de su madre, que pida un anticipo. Siente el bus que se acerca, cierra los ojos y se lanza a su paso.
Durante años tuve un adiestramiento eficiente para evadir la vida, hoy me sirve para no ver la muerte. Son las siete de la mañana, no suena el despertador, no es necesario, por el ventanal se ve la luz rojiza del amanecer tras la cordillera. Los edificios se van dibujando, algunos espacios vacíos, oficinas, comercios. En otros seguramente hay movimientos imperceptibles, otros seres humanos despertando. La rutina es fundamental, siempre lo fue. Recuerdo esas mañanas de infancia en que me levantaba para no ir a ningún lugar. Saltaba de la cama y empezaba las labores del día. La casa no era grande, pero a los cinco años lo parecía, una población de viviendas sociales de los años cuarenta, un lujo hoy, tres veces el tamaño de las que entregan, materiales de verdad. San Bernardo era aún un espacio rural en cierto modo, el patio alcanzaba para un parrón y lo mejor era salir ahí en la mañana y comenzar a barrer las hojas, observar los árboles llenos de rocío. Recuerdo la felicidad de mirar el cerezo en flor, las abejas afanadas en cada rama, las gruesas gotas de resina que brotaban de su tronco, al final las cerezas cada vez más rojas.
Hoy me levanté y regué las plantas del balcón, examine sus hojas, espere a su lado que la luz hiciera visibles todos los rincones. Luego comencé las minuciosas labores de aseo, desde que todo esto empezó han cobrado además nuevos significados, la diferencia entre contagio y enfermedad, entre vida y muerte puede estar detrás de una mopa con cloro. Desde niña los pisos me daban grandes satisfacciones, las tablas del piso de la casa eran delgadas y alargadas, seguramente sin pensarlo cada listón tenía un color distinto, natural. Eran épocas en que lo natural no era un lujo, sino simplemente lo que había, luego de terminar el primer piso iba por la escalera escalón por escalón sacando brillo. La escalera era un espacio poco concurrido por mis abuelos, cada uno ocupado con sus tareas, así se volvía un punto privado donde llorar. El sentimiento, el llanto, era un acto reflejo, algo que no obedecía a una larga reflexión, no era el momento culmine de la toma de conciencia de mi situación, simplemente era. Luego, meticulosa, secaba las manchas en la madera, tomaba la escoba y comenzaba a hacer el aseo de la cocina. Ya son cerca de las ocho y media, mis hijos duermen, durante la cuarentena no tienen nada que hacer. Yo en cambio ya me he conectado al computador y con eso a mi vida, en minutos otros como yo van a buscar alivio en su teletrabajo, una sensación de que los temas
que ahí se discuten son aún relevantes, y que ellos y yo no estamos amenazados de muerte. La casa de mis abuelos tenía un diminuto antejardín, unos rosales y a veces unos pensamientos que luchaban con el sol y el polvo de cemento que volaba de la fábrica de tubos de enfrente. Todos aspirábamos ese polvo, la casa, los muebles, las plantas y nadie lo cuestionaba, solo pasábamos el paño por todo varias veces al día. La reja del antejardín estaba cerrada. No parece importante, pero lo era, eso marcaba una decisión de mis abuelos de no salir y de no dejar a nadie entrar, justo como ahora, una especie de cuarentena personal ante la vida, así año tras año, la reja solo se abría para escasos trayectos. El almacén de la vuelta, la carnicería, la feria, y mi colegio. Hoy en esta parte de la ciudad los paquetes llegan sellados y en bolsas, los dejan en la conserjería del edificio, no veo al que se arriesga en el trayecto, al que toca todo y me da una ilusión de normalidad. Son las once y media, he escrito largos correos, he estado en reuniones virtuales en que todos lucen tranquilos y hablando de planes y metas como si no hubiera pandemia, sigo el juego, es lo que se espera, de soslayo miro la punta de mi pantufla que luce ya sucia e imagino los pies de los demás, sonrió. Cuando mi madre se casó a escondidas y dejo la casa, se produjo el primer cierre de la reja, mis abuelos cayeron en silencio, los muebles perdieron sentido, el día a día se lleno de cosas que no se usarían más.
La vergüenza, la pena, llenó los espacios y nunca más hablaron con los vecinos. Habían hecho todo para que pudiera estudiar, para que tuviera esa salida que ellos no habían tenido, el conocimiento, la profesión, ante esos ojos obreros era el escape a pesares de los que nunca hablaban. Pero para su hija en ese mundo nuevo no encajaban sus padres y al mirarse en el espejo descubrió que podría con cuidado pasar como otra más, o al menos eso creía. Estoy en el computador, casi termina mi jornada de la mañana, mando unos archivos y me levantó a la cocina. Comienzo a picar la cebolla, mis hijos están comenzando a despertar y se asoman a verme, yo pico con destreza, en un momento veo en las mías las manos de la abuela, morenas, venosas, ágiles, manos que convertían todo en cálidos alimentos, preparo la paila, todo se vuelve un ir y venir por la cocina, tengo poco rato antes que deba de nuevo sentarme al computador y dejar de ser mi abuela. Los niños comen animados, es el momento del día que compartimos, ese que da la idea que nada pasa, el rito del almuerzo puede exorcizar por un rato el mal que flota en la calle. En el último mes los he visto más, he notado matices y hábitos que no había percibido, antes yo llegaba tarde y ellos conectados a sus equipos en realidad no estaban en casa, ahora hemos tenido que hablar. La reja se cerró de nuevo el día en que mi madre me fue a entregar, en una pocas bolsas venía mi escueto pasado y luego de una conversación con los abuelos partió. Mis padres se habían separado, un raro experimento entre un joven profesional de buena familia que decide ser revolucionario y una joven de clase obrera que decide
ser arribista, el revolucionario me dio un beso en la frente y partió tras su causa, mi madre me dejo con los abuelos e inició su vida sola. El temor a que yo fuera en algo parecida a mis padres cerró también los postillos de las ventanas y corrió los visillos a perpetuidad. Son ya las dos, lavada la loza, luce impecable. Tomó un tazón de café y me preparo a escribir un informe, lo esperan para hoy, torrentes de adjetivos, sustantivos, ilativos, conectores, una catarata que concluye, cuando el correo parte para que alguien a su vez en su casa empiece a decorticarlo y pasar su tarde en ese pedregoso texto. El ropero estaba cerrado hacía años, al abrirlo los libros resbalaron por decenas y sentí que había encontrado un tesoro, olvidados desde la época de universidad de mi madre, ese fue el golpe de suerte de mi infancia. Ha terminado la jornada, me desconecto de la plataforma de mi oficina, voy a mi pieza, ahora abro mi ropero y ahí están los libros, mis libros, y como entonces en la escalera de los abuelos me siento en el piso y me pongo a leer, está probado, así cruce rejas y puertas de niña, ahora cruzo a espacios inmunes y distintos, mundos en que los protagonistas tienen otras preocupaciones que una pandemia mortal.
Tenía cáncer, lo sabía hacía una semana. No era que se diera por vencida, pero quería hacer una pausa, darse permiso para no ser racional, hacer justo lo que no debía. Había puesto en la maleta ropa, que quizás después de ese viaje, no usaría más, era su viaje al fin del mundo, el de su propio mundo. En el taxi leyó al descuido la portada del diario que insinuaba la proximidad de la pandemia. Lo dejó y fijó su atención en la calle, los últimos meses habían dejado huella en los muros, una primera ola que había remecido la ciudad desde la movilización de la gente, la ola que venía era invisible pero la sentía en la piel. El aeropuerto estaba medio vacío, el vuelo lo habían pasado a un avión más pequeño y sintió el miedo de siempre en el estómago. Sin embargo no era momento de cobardías, se sentía como un animal que corre en sentido contrario en una estampida, y así y todo quería hacerlo. Él estaba ahí parado en el hall con su maleta, esa complicidad íntima en este momento de locura. Mientras todos pasaban cubiertos con mascarillas se besaron como siempre. Ella sabía que era el último viaje. Se lo merecía, ni por buena ni por ningún mérito, solo porque quería seguir viva, viva a su manera hasta el final.
Las turbulencias parecían eternas, él, cariñoso, trataba de calmarla, continuaron incluso cuando la ciudad ya se veía por la ventanilla. La gente caminaba relajada por el borde de la playa, salieron del hotel y se dirigieron al mar de inmediato, con esa urgencia que se había instalado en todo. Al caer la noche se quedaron ahí sentados, con la ilusión de que nada podía perturbarlos. Hacer el viaje era también hacer la romería habitual por lo lugares de rigor, pasaron ese primer día tomando fotos, sonriendo, jugando a la normalidad. Al atardecer como en cuento de hadas y brujas un vendedor les comento que cerrarían las playas al día siguiente. Había querido estar con él en algún lugar que tuviera aún aroma a vida, así al día siguiente fueron a una playa aislada. El mar, las sonrisas, una caricia en el pelo de él y había valido la pena. En el celular entra un mensaje de la línea aérea, anticipan el vuelo de vuelta, así sin más en tres días, acepta, llena el formulario y vuelven a la ciudad, ahí ya la gente no es la misma. Esta vez el paraíso no es suficiente escudo, no hay blindaje. Comen en uno de los pocos lugares que siguen abiertos, ella mira sus ojos y sabe que la vida es hermosa, aún en medio de todo. Los vendedores pasan y los turistas ya no compran recuerdos, el miedo a no tener futuro.
La última noche se sientan en un lugar frente a la playa, los dos sienten la presencia del otro, ella sabe que hace años que no tendría vida sin él, simple y directo. Como una película que se rebobina vuelven al aeropuerto, esta vez está casi vacío, salvo por un grupo que protesta, porque no tiene vuelo para dejar el paraíso y volver a su país. Por primera vez ella ve el riesgo, más bien ve que para él no es justo quedar en el limbo, que él merece ver los capítulos siguientes y que para eso tienen que volver. El aeropuerto fantasma se los va tragando, llegan a una puerta de embarque en que se agolpan los únicos viajeros de ese día, pasan las horas y el vuelo se atrasa. A ella le parece que es tarde para pedirle perdón por llevarlo al borde de la nada. Llega un grupo grande de pilotos y azafatas, muchos más que los necesarios para ese vuelo, embarcan con ellos, van de pasajeros, el capitán saluda, informa que es el último vuelo que saldrá, ahí quedan como aves gigantes los aviones abandonados. Ellos se abrazan, se besan, ella llora y descubre que tiene ganas de seguir, de pasar por esto y seguir con él el resto de su vida aunque eso no sabe cuánto será. Quedan cuatro horas para llegar a Santiago y a lo que llaman realidad.
Nunca quiso tener hijos, ser esposa, ser virgen, ni mártir. Sentada en el salón de honor de la universidad que había sido la suya, miraba desde la testera como el público iba llenando el lugar, la conciencia de que iban para oírla la halagaba, pero al mismo tiempo la llenaba de dudas. La responsabilidad sobre sus afirmaciones, más allá de su peso académico, podría incidir sobre las vidas de sus oyentes, tal vez, como en su juventud en ella, el pensamiento de sus maestras. Eugenia había hecho elecciones en la vida, y no era casual que estuviera en esa posición aquella noche. Entre el público Marcia, profesora de la Facultad de Humanidades, se acomoda procurando pasar desapercibida. No es nuevo, su vida entera ha sido un camuflaje de sobrevivencia. Bordeando la cincuentena, Marcia hace año tras año los mismos cursos, navega por lo autores más calmos, muestra a los estudiantes las teorías desde un punto neutro, sin aventurar una elaboración propia. Sus aspiraciones, en su pequeña oficina de la universidad, son seguir ahí hasta la jubilación, y no tener sobresaltos en la vida. Sin embargo, la clase magistral de la profesora Eugenia Véliz ha venido a desestabilizar su mundo.
Primero fue el anuncio de que la conocida académica vendría en otoño, el asunto aunque lejano, se incrusto en su pensamiento, y como un tumor, creció con los meses, al punto en que la noche previa a la charla no pudo dormir. Se había tranquilizado a si misma, pensando que en realidad bastaba con no asistir, pero era una mentira. Sabía que iría a verla. El salón ya está lleno, las presentaciones de rigor se suceden, el Decano hace un discurso en que repasa las contribuciones de la profesora Véliz a la filosofía, menciona sus libros más relevantes, y desde luego enuncia los principios básicos de su teoría sobre la libertad y el ser. Los estudiantes murmuran expectantes cuando Eugenia toma la palabra y comienza su exposición, es un hito ver a una autora que es cita obligada, y que hace décadas no venía a su país. La voz transporta a Marcia a otro tiempo, recuerda cuando ambas eran compañeras en la universidad, entonces Eugenia ya sostenía en germen las ideas que ahora desarrolla, sin miedo las exponía a los profesores, que en su mayoría las rechazaban de plano. Eugenia Véliz habla con soltura, convicción, su mirada se pasea por el auditorio, allí hay varios profesores con lo que ha sostenido correspondencia y que ahora conocerá en persona, algunos otros mayores, que le hicieron clases, y que seguro la recuerdan como un dolor de cabeza.
Mientras habla examina los rostros de los alumnos, la nostalgia de su propia juventud la distrae por un segundo, y entonces ve a Marcia en la penumbra del salón. Nada sabía de ella en años, desde luego era probable que estuviera haciendo clases ahí, pero nunca había leído nada de ella, ni la habían mencionado otros profesores, pero claro, estaba ahí. Marcia queda congelada, siente la mirada que la examina, piensa en retirarse, pero le parece infantil y además teme llamar la atención. El salón es el mismo en que Eugenia dio su examen de grado, ella recuerda que entonces Marcia estaba, igual que ahora, en un rincón. Ella había defendido ante la comisión sus puntos de vista, Marcia mientras estudiaban, le había rogado que no lo hiciera, que podían reprobarla, pero finalmente tras la deliberación había aprobado. Luego, al retirarse la comisión, habían quedado largo rato a solas hablando. Eugenia remata su exposición de manera magistral, los aplausos se suceden por la entrega de una distinción, las autoridades y alumnos rodean a la homenajeada, mientras de lejos Marcia observa. Recuerda que entonces, Eugenia postulaba a una beca a Europa, al menos dos universidades podrían aceptarla, y le proponía que partiera con ella. No acepto.
Marcia argumentaba que quería hacer una carrera en la universidad, reconocimiento, oportunidades que la inevitable discriminación le iba a cerrar. La gente va dejando el salón, la profesora Véliz avanza con el Decano hacía el vino de honor, saluda amable a todos, Marcia se mantiene a distancia. Toman fotos, Eugenia toma con delicadeza del brazo a una joven europea que sigue al grupo, la pone a su lado en la toma para el diario, los alumnos comentan que es la pareja de la profesora Véliz. Marcia se pierde en un pasillo de la universidad.
Son las cuatro de la madrugada, la hora más oscura del planeta. La frase no es mía, pero lo cierto es que esa es la hora y mi departamento está profundamente oscuro. Llevo un rato sentada en el viejo sillón de mi madre, inmóvil, los pies sobre la mesa de centro. Reconozco que cuando ella murió no quería traerlo conmigo, sin embargo era parte de mi niñez, mudo testigo de demasiados momentos de mi vida, la mayoría terribles. Es cierto, algo de masoquismo me impulso a traerlo, igual que los otros objetos que finalmente rescate, lo demás se regaló todo. Ese día el desfile de cosas que salieron del departamento fue infinito, la ropa, su ropa, como el vestuario de una obra que terminaba, zapatos que la habían acompañado en su paso ágil y decidido, tacos altos, bamboleantes y sinuosos cuando ella quería. Patadas firmes que me llegaban en mi cuerpo de niña, junto a insultos aún más firmes de su boca, pintada con rouge de colores sólidos, marcados. Amor de madre, lo pienso en medio de la oscuridad, veo sus ojos verdes y felinos y un escalofrío recorre mi espalda.
Sobre la mesa, los anillos que ella usaba, el sutil brillo del oro, el resplandor de los brillantes, recuerdo el roce sobre mi mejilla, un golpe tras otro. Santiago no despierta aún, me visto y salgo a la calle, el taxi me lleva rápido en medio de la ciudad desierta. Las cuentas claras, el deber ser, el perdón, todo junto me da vueltas. Llego a mi destino, ya va a clarear, me cuelo con los trabajadores que entran a esa hora, el cementerio general está en paz, aún no hay deudos ni recién llegados. Conozco el camino casi a ciegas, trato de evadir los insectos que a esa hora se adueñan del piso, apuro el tranco y paso sobre ellos, a lo lejos veo la tumba familiar. Bajo el castaño diviso la lápida, los nombres escritos, mis abuelos, mi madre. El sol sigue sin salir, siento un frío horrible, miro fijamente esa losa bajo la cual está toda mi familia, y bajo la no quiero estar jamás, la idea de pasar mi muerte junto a mi madre sería un espanto eterno. Presiento que mis abuelos tratan de contenerme, como entonces, de impedir que le diga todo lo que pienso de ella, que declare aquí todo el odio que puedo tener por tu amor de madre, por esa locura tuya, por esa vida de familia que nunca fue. Hablo, hablo y lloró, y te digo todo lo que siento y sentí, tengo miedo de que salgas y me ataques, enceguecida como siempre en tus propias agonías, miedo. Cuando termino, ya clarea, no me quedan palabras.
Comienza a llover, las hojas vuelan, el viento pasa raudo por las calles de la muerte. Espero, no sé qué, ya no hay nada, comienzo el retorno lento y pesado hacia la salida, la lluvia recrudece, un trueno vibra en el cielo. Mis zapatos se llenan de lodo y agua, me encamino por el patio histórico, el pelo y el cuerpo empapado, un segundo trueno seguido de un rayo, el viento arrecia, me apresuro, doblo camino a la salida, me apego a los mausoleos para escapar de la lluvia. Un segundo, solo un segundo, un gato pasa entre mis piernas, pierdo pie, caigo, siento el aire helado rozarme, caigo y un dolor seco me recibe en el suelo, siento pánico, la sangre calienta mi cuerpo, la reja me atraviesa, grito, nadie me oye, no quiero perder el sentido. Amor de madre, el gato esta junto a mí y lame la sangre de mi herida, esta vez me oíste al fin.
La forma es el fondo. La frase la repetía mientras la ingresaban a pabellón, la bata de la clínica le daban un aire aún más triste que lo habitual, peor, se veía algo ridícula. La forma es el fondo. La entrevista final había sido vía video conferencia, había puesto todo su empeño en dar las respuestas correctas, en parecer la más adecuada para el cargo, y lo logró, eso sumado a su curriculum, y al informe del head hunter, había sido contratada. El primer día que la subdirectora entró a su oficina y la vio, quedo horrorizada, una exclamación de desagrado salió de su boca antes de cualquier saludo. Era gorda, la ropa le quedaba estrecha, su cara mofletuda no tenía ninguna gracia, y sus ojos tenían algo de perruno, se había cometido un error, no debía estar ahí. Para desgracia de ambas, debían trabajar juntas. Sin importar el valor de sus aportes, el desagrado de tener que tratar con esa obesa mórbida, movía a la subdirectora a devolverle todo lleno de enmiendas, o a llamarla a gritos por el anexo, un ser de ese volumen no podía ser inteligente, ni eficiente, evitaba verla, y si lo hacía no ocultaba su antipatía. Marta por su parte eludía cualquier tipo de encuentro con la subdirectora y ponía el máximo empeño en hacer su trabajo bien.
Fue ante negociación con una contraparte de la empresa, que a Marta le impidieron entrar por primera vez, había entregado su informe a los asistentes, era su tema, pero la subdirectora le cerraba el paso, no asistiría, no era conveniente. Su aspecto daría una mala impresión corporativa, debía agradecer que no la hubieran despedido, pero no podía ser parte de la imagen de la empresa, la forma es el fondo, le dijo la mujer, cerrando la puerta en sus narices. En el ascensor miró su imagen en el espejo, un traje sastre azul recto, la blusa con los botones en tensión, las solapas tapando con esfuerzo su pecho, sus pequeños pies enfundados en unos zapatos planos y escuetos, claro, no tenía nada que pudiera considerarse elegante ni hermoso, se bajo en su piso, y espero a que alguien le comentará el resultado de la negociación, pero no ocurrió. Pronto nadie la invitaría a reuniones, las comunicaciones por correo eran su nexo con los demás, el Director no la llamo más a su oficina, y solo a veces le hablaba por teléfono. Sin ser convocada para nada público, aniversarios, juntas o eventos, su vida pasaba entre el hall de ingreso y su oficina en el piso 17, en que luego del saludo ritual de la secretaria, no tenía más contacto humano. El equipo que se le había asignado, no había tardado en darse cuenta que su nueva jefa no tenía peso alguno y le negaban autoridad. Sentada en la azotea del piso 18, pasaba las horas de almuerzo sola y meditando qué hacer, mordisqueaba un escuálido quesillo light y volvía a su puesto de trabajo.
Marta no era feliz. Arropada en un abrigo negro, comenzó a irse a pie a su casa, había visto que recomendaban la caminata para perder kilos, pero salvo algunos resfríos y un esguince de tobillo nada logró. Se inscribió en un gimnasio, pero el instructor temió que tuviera un ataque ante el menor esfuerzo, y le recomendó no seguir hasta bajar de peso. Sola en su casa y bajo la mirada de su gato, puso en bolsas todos los alimentos que le parecieron calóricos y se los dio al conserje, iniciaría una vida nueva, no recibiría más ofensas. Pero el cuerpo humano no es lógico, y salvo unas ojeras y un aire aún más triste, nada aporto la dieta. Comenzó a subir por las escaleras a su oficina, en la soledad de la caja de escalas evitaba además encontrarse con su persecutora, al llegar al piso 17 estaba agotada, la ropa humedecida, el pelo en desorden, no, tampoco era la vía. Esa mañana la subdirectora la llamó, y comenzó a gritarle, el tema no era relevante pero pronto pareció grave al escucharla, Marta salió rápidamente y sin esperar el ascensor bajo por las escaleras para poder llegar rápido a otro piso, en que esperaba solucionar el problema. La encontró personal del aseo, no sabían cuánto rato llevaba ahí, la ambulancia se la llevó, y solo su secretaria estuvo allí para proporcionar sus datos.
En el piso 17 el anexo sonaba, la subdirectora preparaba su artillerĂa por la demora inaceptable de Marta, que ya no le iba a contestar.
La pantalla del televisor muestra imágenes de la torre Entel, miles de personas ansiosas esperando por el año nuevo, nuevas esperanzas, deseos pendientes. El pavo solitario en medio de la mesa, engalanado con papas duquesa y verduras, los cubiertos abandonados sobre los platos, una copa a medio tomar. En un ropero dos niños pequeños se esconden bajo los colgadores, los corazones acelerados, se abrazan. En una habitación contigua una niña llora, llora sin poder parar. El tono de la conversación había subido, los hombres gritaban, el poder lo tenía el que gritaba más, de las palabras hirientes pasaron a agresiones directas, amenazas, habían dejado la mesa. El dueño de casa quería mostrar que ese era su territorio, avanzaba increpando a su padre hacia la salida del departamento, su madre lívida ya abría la puerta. Pelea de jauría de machos, el otro hermano también agrede a su padre y a quién se le cruce. El padre los increpa, apela al respeto, a su edad, no hay caso, el dueño de casa lo toma de las solapas y comienza a arrástrarlo hacia la salida, lo empuja, lo va a echar a golpes. Nadie lo vio venir, de un ágil salto el adolescente, el macho más joven, se interpone entre padre y abuelo, al viejo no lo toca nadie, padre e hijo se miran desafiantes.
El hombre exasperado toma a su hijo del cuello y lo comienza a asfixiar, algo brilla en el aire, de un movimiento seco la mujer le entierra un cuchillo en el brazo al marido, mi hijo no, tras el grito de dolor del herido se hace el silencio, los hombres quedan atĂłnitos. Es media noche, la mujer abraza a sus hijos, no queda nadie mĂĄs en el departamento, por fin es un aĂąo nuevo.
Teatro para la memoria de todas De Jaime Altamira Espinoza & Paulina Correa se terminรณ de imprimir en el mes de junio del 2020 en los talleres de Opalina Cartonera
Los libros de la editorial opalina Cartonera SON OBJETOS DE ARTE COMPLETAMENTE ARTESANALES - fabricados con nuestras patas delanteras todos hechos con dedicaciรณn, delicadeza y amor
V OP!