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Textos Dispersos Juan Ramón Santis Piña Opalina Cartonera 2019 Diseño y diagramación a cargo de Juan Canales Impreso en Laguna Verde-Valparíso, Chile por Opalina Cartonera Primera edición
“Colección Recolección” Contacto autor: juan.r.santis@gmail.com Este libro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas- 3.0 Unported
Se permite la reproducción parcial o total de la obra sin fines de lucro y con autorización previa del autor
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Estimada: Te contaré de una hormiguita que vi hace un tiempo en la selva de Tailandia. La conocí durante unas vacaciones a las que fui en busca del sol eterno. Era una hormiga muy simpática. Una tarde, mientras descansaba sobre mi hamaca, en el bosque, la vi, iba montando su bicicleta construida con ramas de bambú muy bien dobladas y amarradas firmemente con otra fibra vegetal. Parecía una hormiga rockera, pues en la parte de atrás de su bicicleta tenía un bambú largo con una bandera roja en la punta. Primero escuché una voz de alguien que discutía con palabras que yo, al comienzo, no lograba entender. Miré al suelo y descubrí a nuestra hormiga que alegaba con una culebra, lo último que logré escuchar fue “no te quedes durmiendo sobre el camino, me haces frenar muy brusco, no ves que te puedo atropellar”. La hormiga enojada tomó su bicicleta siguiendo su ruta por otra huella que se adentraba en el bosque, en dirección contraria a la posición de la culebra. Al día siguiente salí a buscar por el bosque un río de agua cristalina con plantas flotantes, siguíendo la descripción que me dio uno de los lugareños. Logré dar con el río luego de muchas vueltas. Bajé a mojar mis pies cansados, al levantar los ojos, vi a la hormiga rockera conversando con un mono, traté de leer sus labios, pero no conseguí saber de qué hablaban. De pronto, el mono tomó a la hormiga y bicicleta con su cola, para de inmediato soltarlas sobre una hoja que parecía un bote. Cómo la moverán, fue mi pregunta. La hormiga empezó a silbar y aparecieron dos libélulas que tomaron la hoja por el frente, comenzado a
navegar por el rio. Ya se encontraban en medio del agua cuando un cocodrilo se les fue acercando con malas intenciones, la hormiga lo vio por el espejo retrovisor de su bicicleta y fue soltando lentamente el bambú que tenía para la bandera. Se hizo la inocente hasta que llegó el cocodrilo, este abrió su inmensa bocota porque quería comerse a las libélulas y a la hormiga. En menos que canta un gallo la hormiga saltó dentro de la boca del cocodrilo, buscando la muela o diente con más caries que tuviera y allí enterró su vara de bambú. El cocodrilo quedó tieso por la punzada casi eléctrica que recibió. En ese preciso instante saltó la hormiga sobre la hoja y gritó al cocodrilo “A la próxima te va peor”, señalándole a las libélulas que siguieran su rumbo. Pasaron los días y volví a caminar junto al rio. Me di cuenta de que se había hecho amiga del cocodrilo. Él abría el hocico para que la hormiga con su vara de bambú le fuera limpiando los dientes, uno a uno. Cuando el pequeño insecto quería atravesar el rio, tomaba su bicicleta y el cocodrilo se ponía en forma perpendicular a la corriente de agua, así la hormiguita lo usaba de carretera. En otra de mis tantas excursiones por el bosque encontré a la famosa hormiga, andando en bicicleta junto a un elefante, qué historia tendrá con el elefante, fueron las primeras palabras que salieron de mi boca. Los seguí por más de una hora, dándome cuenta de que el elefante abría camino a nuestra hormiga con una de sus patas. Para ella era como pasear en los cerros pues subía y bajaba por los hoyos que quedaban tras las pisadas del enorme paquidermo. Esta hormiguita no dejaba de sorprenderme. Una tarde al salir del bosque después de mi paseo de todos los días, por
casualidad di con su casa en donde la encontré trabajando laboriosamente en su bicicleta. Me vio, sonrió y me llamó. Hola, me dijo y enseguida me preguntó por qué caminaba tanto por el bosque como buscando algo que se me había perdido, a lo que contesté que solo quería descansar. Luego de un rato de conversación trivial, le pregunté por qué estaba cambiando la vara de bambú por una más gruesa, me respondió relatando una historia simple y emotiva. “uno de los tantos días de paseo por el bosque, me pilló una lluvia torrencial, y por el barro que iba acumulándose avanzaba muy poco. Me fatigué y tuve que descansar en medio del camino. En eso estaba, cuando apareció un elefante por atrás y pisó fuerte sobre mí. Te digo, si no fuera por el bambú con bandera, no te estaría contando el cuento. El elefante saltó de dolor al sentir el bambú filudo entrando por su pata, corrí a ayudarlo, sacando lo que parecía una espina para él. Desde ese día mi amigo y yo nos juntamos viernes por medio a caminar por el bosque, yo voy en mi bicicleta para que él me vea. Además resulta divertido seguir el ritmo de caminata un elefante.” Tiempo después, un viernes si mal no recuerdo, me di cuenta de que el elefante andaba solo por el bosque, un poco triste. Me acerqué lentamente a preguntarle qué le pasaba. Me comentó que su amiga la hormiga ciclista se había ido de viaje por 6 meses siguiendo un crucero donde había visto a otra hormiguita muy linda. El elefante pensaba que su amiga no volvería, por eso su tristeza. Pero yo sabía que no sería así, nuestra hormiga, antes de partir había dejado un mensaje bajo la puerta de mi casa, me pedía que cuidara de sus amigos mientras ella andaba afuera. Así fue como, desde ese día y durante seis meses, caminé con el elefante viernes por medio. Pasábamos a
refrescarnos al rio disfrutando de una amena tertulia junto a las libĂŠlulas, acompaĂąados con los saltos y gritos de alegrĂa del mono. Lo que no pude realizar nunca, por miedo, fue limpiar los dientes al cocodrilo
Ramuntcho era un duende que vivía en el pequeño pueblito de Nos. Su cuerpecito estaba hecho de fieltro blanco, y tenía un gracioso sombrero que le servía para protegerse del sol. Su amo, Juanillo, lo había comprado a una joven artesana de los alrededores. Le pareció que era el muñeco perfecto para cuidar los hermosos girasoles que adornaban su jardín. Cuando llegó a casa con él, lo acomodó cerca de las flores y sujetó sus manitos de trapo a una flecha de alambre que salía de uno de los costados del tronco, en donde dejó a Ramuntcho sentado. Es que el viento pasaba muy seguido por ahí y lo podía votar…. Fiuuuuuuuuuuuú En cuanto se fue Juanillo, los girasoles abrieron sus pétalos para darle la bienvenida al nuevo vecino - ¡Hola!- saludaron a Ramuntcho- ¿Así es que tú nos vas a cuidar? - Así es señoritas- contestó el muñeco- díganme ¿qué debo hacer para que permanezcan siempre tan hermosas? - Las flores se miraron y sonrieron coquetas - No es tanto trabajo, porque hay aquí un jardinero que nos riega y abona la tierra. Lo que nos hace falta es alguien que nos cuente cuentos y nos cante…¡nos gusta mucho bailar! Ramuntcho, que era muy ingenioso, inventaba una nueva historia cada día para sorprender a sus amigas, y apenas salía el sol entonaba una melodía extraña, como él, sólo para ver a los girasoles estirar
lentamente sus pétalos hasta quedar como un pequeño astro amarillo. - La la ra lí, pindacahuin, busca tu flor, en el jardín En la granja vivían también otros animales, que siguiendo aquella alegre canción se unían a este baile. Los perros Alicán y Terry, hacían rondas alrededor de las flores. Dorotea, la yegua color azabache, saltaba la cerca de su caballeriza para unirse a la fiesta de plantas y animales agitando su crin al viento. Lo mismo hacía Helga, la vaca con cachos apuntando al suelo, que batía su cencerro con cada pasito de baile que daba tin tan tan tin. Y cuando querían celebrar algo importante, largaban cuidadosamente la regadora automática, que caía como lluvia sobre sus cabezas, terminando en una fiesta loca de pasos extravagantes y risas. Así lo hacían siempre, antes de que llegaran su amo y el jardinero a visitarlos, bailaban, después Ramuntcho les contaba un cuento. Luego, cada uno tomaba su lugar como si nada hubiera sucedido ahí. Pero, cuando llegó la primavera, el pequeño duende empezó a sentirse triste ¿Saben por qué? Pues porque los girasoles habían comenzado a enamorarse. Esperaban a que el sol apareciera para inclinarse y esparcir con un beso su semilla sobre sus compañeras.
Alicán y Terry jugaban a rascarse el lomo y morderse la cola con los perros de las parcelas vecinas. Dorotea corría con los caballos de los primos de Juanillo los fines de semana … y a Helga la habían llevado cerca del pueblo a conocer a un torito muy guapo para ver si se animaba a tener terneritos. En fin, todos sus amigos y amigas estaban acompañados por seres iguales o parecidos a ellos. Ramuntcho, lamentablemente, era el único que permanecía solo, sin nadie que fuera como él. Un día el viento, que siempre andaba revoloteando por ahí, pasó a despedirse del duendecillo. Se acercaba el verano y debía tomar unas vacaciones en el sur - ¿Qué ocurre Ramuntcho?- le preguntó al muñeco - Nada amigo, no es nada- contestó Ramuntcho, para no preocupar al viento - Es que te veo muy triste, tus ojitos tienen lágrimas y tu carita está más blanca que nunca - Te diré la verdad, ocurre que me siento solo. Todos aquí en la granja comparten con alguien que se les parece, flor y flor, perro y perra, yegua y caballo, vaca y toro. En cambio yo, estoy muy solito y quisiera conocer a alguien que fuese duende así como yo - Mmmm…Yo he viajado mucho, he recorrido lugares increíbles, y he visto seres de otras especies que ni siquiera te imaginarías, pero gente como tú, la verdad es que no he conocido en ninguna parte - ¿Y qué haré?- se lamentó Ramuntcho- ¡moriré solo sin conocer a alguien como yo!
- ¡Tengo una idea! ¿por qué no me acompañas? Tal vez en este viaje sí vea a un duendecillo o duendecilla - ¿Pero cómo hacerlo si estoy atado de manos? - A ver…¡ya sé! Sujeta bien tu sombrero y cierra los ojos que voy a soplar fuerte fuerte hasta soltar las amarras. A la cuenta de uno, a la cuenta de dos y a la cuenta de…¡tres! - ¡Resultó!- gritó Ramuntcho- ¡soy libre! - Acompáñame entonces- el viento le señaló una hoja seca que había en frente suyo y le pidió que se subiera en ella- yo iré soplando detrás de ti para que puedas volar conmigo - ¡Pero qué entretenido!- dijo Ramuntcho, quien de inmediato trepó sobre la hoja y partió a la aventura para buscar a alguien que fuera semejante y compartir cosas de duendes Pasaron muchos días, luego semanas y meses. Se acercaba el otoño, época en que el viento debía retomar su trabajo en el centro y norte del país. Ramuntcho había conocido una gran cantidad de amigos y amigas de distintas formas y tamaños, sin embargo, aún no encontraba a ese alguien que fuera como él, o al menos parecido, decía. Con el corazón lleno de tristeza, se echó a llorar bajo las ramas de un sauce hasta quedarse dormido. El árbol tenía las ramas tan tupidas que el viento no pudo encontrar al duendecillo y, como era su deber llegado el otoño, debió partir a soplar las hojas más arriba del Maule.
¿Y qué había sido de los amigos de Ramuntcho en la granja de Nos? Pues estaban todos muy tristes. Los girasoles se secaban lentamente por la ausencia del muñeco, sus cuentos, su risa y su extraña canción. Habían enviado a los perros a preguntar por él en las parcelas vecinas y nada Le dijeron a Dorotea que mirara hacia las copas de los árboles en sus paseos de fines de semana, quien tampoco lo vio. Le pidieron a Helga que agitara su cencerro por si Ramuntcho estaba perdido por ahí cerca. Tal vez, si escuchaba la campanita de la vaca, sabría que lo buscaban y encontraría por el sonido el camino de vuelta a casa. Pero nada de eso dio resultados. Juanillo, al ver cómo sus amados girasoles se marchitaban, pensó que quizás los pájaros o los gatos, a falta de guardián, orinaban sus flores y las estropeaban. Corrió raudo al local de la artesana en busca de otro duende de fieltro, pero a su amiga sólo le quedaba una duendecita, mucho más pequeña que Ramuntcho, sin sombrero y con un delantal que parecía servir más para la cocina que para el jardín. Como era su única esperanza decidió comprarla y partir con ella de vuelta a la granja, con tanta pena que hasta se le olvidó regalarle un nombre Los girasoles y los animales la acogieron, pero nadie era tan especial como Ramuntcho, así es que durante las primeras horas del día, en vez de pedir cuentos o canciones, se dedicaban a recordar a su amigo con nostalgia y a contarle a la muñeca sobre las locas
ocurrencias de ese duende que tanto se le parecía. Ella suspiraba y se lamentaba de no poder conocer a alguien tan excepcional. Un día, en que Juanillo salió a caminar por la orilla del río junto a Alican y Terry, quiso barrer con sus manos las hojas para tomar asiento bajo un frondoso sauce. Su sorpresa fue enorme cuando, al remover las primeras hojas, encontró a su precioso muñeco de fieltro boca abajo y embarrado. Los perros celebraron corriendo detrás de su amo quien se fue saltando de alegría con Ramuntcho en brazos ..y cuando llegó a la granja, lo primero que hizo fue darle un baño, secarlo y luego llevarlo al tronco en donde estaba esa pequeña duendecita parecida pero no igual a su querido duende de gorro alargado Cuando se encontraron frente a frente, Ramuntcho y la muñequita sin nombre, ninguno de los dos lo podía creer _ ¿Qui…quién eres tú?- preguntó ella emocionada - Es Ramuntcho, el duende del que te hemos hablado todo este tiempo- le dijeron alegres los girasoles - ¿ Y qui…quién eres tú?- preguntó el muñeco, tartamudo y rojo como un tomate - ¡Es alguien que se parece a ti Ramuntcho!- gritaron a coro Helga la vaca, Dorotea la yegua, Terry y Alicán los perros- ya no te sentirás nunca más solo Como la felicidad era tanta largaron la llave de riego automático y bailaron y cantaron y rieron hasta quedar completamente empapados
Hasta que, después de tanto celebrar, los muñequitos de fieltro quedaron por fin solos. Ramuntcho sonrió tímidamente a aquella duendecilla, que no era igual a él pero que se le parecía bastante. Le habló de lo solo que se había sentido hasta entonces y de cómo había salido a buscarla al sur del mundo - Pero si yo estaba un poquito más al norte, en una tiendita llamada “El Jardín”, cerca, cerquita tuyo. Cuando llegué a este lugar tus amigos me hablaban maravillas de ti. Yo también quería conocerte y me daba mucha pena pensar que no volverías nunca Ramuntcho recordó entonces su canción - La la ra lí, pindacahuin, busca tu flor, en “El Jardín”. Ahora sí le hacía mucho sentido aquello que cantaba sin saber por qué. Emocionado, se acercó a la muñequita y susurró a su oído un nombre que ahora sólo ellos dos comparten. Cuando él la llama, sus ojos parecen estrellitas del cielo, las mismas que ella y Ramuntcho miran cada noche, mientras él la acomoda sobre sus piernas, la abraza y le cuenta sobre las aventuras que vivió en ese largo viaje intentando encontrarla. Ahora ambos vivirían felices, rodeados de amigos, sabiendo que no se separarían nunca nunca más.
Doblar desde la carretera hacia el camino rural marcaba el inicio del verano, los cinco kilómetros a baja velocidad esquivando baches se hacían cortos al imaginar la libertad que tendría entre árboles y animales. La curva por la vertiente engalanada por zarzamoras y rosas silvestres, permitía divisar la construcción de piedra que daba fortaleza al famoso portón azul. El girar de sus goznes hacía que todos bajáramos corriendo hacia los árboles. Ya cansado por las carreras iniciales, respiraba profundo apoyando mi cuerpo en la enorme palmera, aquella que aparece en todas las fotografías familiares. Era el momento de la caminata en busca de los primos, tendría todo el verano para jugar con ellos. Mientras hacía el recorrido, exploraba cada uno de los rincones que me acompañaban durante la estadía en el campo. Los olmos con sus años y grandes ramas se convertían en el lugar predilecto de la gran fiesta familiar del verano. Escuchamos historias del tío “Conde” junto a abuelita Maria en cada una de estas reuniones. Las tinajas de greda eran el sitio elegido para los juegos que requerían de un lugar donde esconderse. Cuántas veces quedé embelesado por el pequeño círculo de cielo que quedaba recortado, la luna caminaba lentamente desde un costado al otro. El tranque, al cual llegábamos en un bote azul siguiendo el torrente de un canal de regadío. Con ojos de niño pasaba a ser un lago enorme lleno de caimanes, pirañas, cataratas.
La torre de agua, situada junto a la gran palmera familiar, permitían disfrutar de una vista panorámica del jardín y plantío de árboles. La huerta de frutales se veía diferente cada año. Lentamente se incorporaban nuevos frutos que generaban un cambio de colores y sabores. Los animales regalones del abuelo, cada verano formaban un grupo cada vez más diverso. El llegar a la cocina me hacía despertar momentos colmados de sabores. La famosa “mama” Santo nos esperaba con su alegría y platos atiborrados de aromas. Poseedora de cuanto artefacto se utilizara en la preparación de comida; ella no permitía ayuda ni intromisiones en la elaboración del sagrado almuerzo familiar. Junto a ella siempre estaba Oscarinda que con su sonrisa y bromas nos daba ánimos para esperar el momento de la comida. Desde las 9 de la mañana no podíamos entrar a la casa por órdenes estrictas de Orlando, el cual debía velar por la limpieza y orden. Cuantas veces se convirtió en juego el ingresar por una ventana, saltar una reja, o solo mirar desde las plantas del jardín.
Cada semana se debe realizar el siniestro proceso de cuadratura de ingresos por boletas, facturas, y cualquier documento que se viniera a la cabeza para poder cerrar rápidamente la caja de la tienda.
La hora del cierre siempre es la misma, más cada viernes llegan y llegan clientas que solo miran y revisan cada una de las prendas y debemos atenderlas con la mejor sonrisa. Nuestra cabeza loca dice “compre luego señorita de buena familia y estirpe” deje que este ilustre mortal pueda volver a su morada.
Las horas pasaron y con solo dos horas de retraso se puede dar por finalizado el proceso de venta del día y la semana.
Que feliz me siento al tomar mi auto y tomar el rumbo donde vive mi enamorada. Hable durante la tarde con su “ayuda de cámara” para que nos dejara preparados unos ricos canapés y un traguito suave.
Al virar por la muy conocida “costanera de los pobres”, veo una niña vendiendo Rosas, ya siendo más de la una de
la madrugada. Me detengo un momento y le pregunto qué le pasa. Su respuesta es simple, nada señor. “debo vender estas rosas trasnochadas”.
En un acto extraño, se las compro todas. Con ellas la velada de traguitos y canapé, se convierte en una conversación engalanada.
Desde que cumplí 15 años me dediqué a visitar por las tardes la biblioteca Nacional, antes de esa edad no puedes solicitar libros. La sala de lectura me encantaba, al frente tenía una señora que desde su tarima oteaba a todos los que estábamos, normalmente no éramos más de 20 personas. Escoger los libros a leer, era entretenido, yo elegía al azar entre unos kárdex inmensos. No se podía solicitar más de tres libros por sesión, los que debías anotar en una tarjeta de lectura que la señora de la sala de lectura revisaba cuando los devolvias. Ella muchas veces me ayudo a anotar los diferentes códigos. Luego de muchas vueltas, me dedique a leer muchos libros en que se hablaba de la revolución francesa, la forma descriptiva de escribir me influyo bastante, para expresar una idea, necesitaba más de 20 palabras. El viaje a la biblioteca era una aventura, salía del colegio (ahora centro de extensión de U. Católica), subía Cerro Santa Lucia bajando por el costado de la Biblioteca Nacional, entraba a la selección de libros, tomaba una de las tarjetas, cerraba los ojos caminando al azar. Del kárdex elegido tomaba una gaveta contando 15 y elegía el libro, para luego elegir los otros dos bajo esa misma línea de lectura. Esta rutina la repetía dos veces a la semana, martes y jueves pues los otros días tenía clases por la tarde. Los miércoles se convertían en un día especial y esperado con expectación. Ese día sublime
visitaba el Cementerio General, recorría sus calles comenzado con una rutina específica, me dirigía al cristo que se encuentra al centro de la parte antigua, comía mi pan con mantequilla, sentado en una de los múltiples bancos de cemento, mirando a las personas encargadas de realizar el aseo de este centro sepulcral. Ya elegida la dirección y calle, comenzaba la rutina simple de buscar ancestros de cualquier familia elegida al azar, en cada tumba que se repetía un apellido me iba formando historias de vida. En el lugar que se encuentran los Bomberos, los imaginaba saltando azoteas, carros tirados por caballos, escalas de madera en casas de más de un piso. Cada fecha evocaba un acontecimiento diferente. Al terminar mi recorrido, visitaba a mis abuelos paternos y el materno. Ahí era diferente, como a mis abuelos paternos no los conocí, me agachaba para mirar por la rejilla que daba a sus ataúdes, los saludaba y emprendía mi camino hacia la micro de mi pueblo.
Paré en cruce de ferrocarril que aparece en la bastedad de desierto. Mire hacia mi derecha quedando la vía férrea transformada en una sola línea que terminaba en el horizonte. Mi pregunta fue “pasará alguna vez el tren ?”. Al momento de mirar hacia la izquierda un señor de pulcro delantal blanco me decía “tengo choco crema y mora, se le ofrece alguno?”. Que extraño me sentí al escuchar esta simple pregunta en la mitad del desierto. Solo por ver si era un espejismo consulte si tenía de Piña; Usted anda con suerte me contesto “me queda el último”. Se lo compre al mismo precio que un helado en la ciudad. Continúe mi camino hacia la faena minera de la cual volví 4 días después, el heladero ya no estaba, continúe mi viaje con Sed
Se quedó dormida en un dulce sueño. Rebeca: Cuando golpeen la puerta, corre y abre pronto. Es mi marido Lucho que me viene a buscar. En su yegua de patas blancas al fin me pudo encontrar. Esa yegua corredora con la que mil apuestas le vieron realizar. María Emelina este mundo dejó un 20 de mayo del 2004. Fueron 99 años de una vida especial. Hija única de una madre mayor. Sus primeros años los vivió en un caserío sureño llamado Pillalenbun, que queda cerca de Temuco. Sus años de estudio los paso internada en un colegio de monjas en la ciudad de Rio Bueno. Su padre Laureano y su madre Ester la llevaban a la lejana ciudad de Santiago durante las vacaciones, para que disfrutara del teatro y de los conciertos. En la soledad de hija única y en un pueblo solitario, muchos veranos los pasó en el colegio, tocando piano y realizando bordados en pañuelos que luego regalaba por doquier. Su cariño por las monjas y su soledad la hizo quedar un año más junto a las monjas; año que se dedicó a practicar piano.
A la hermosa edad de 17 años su rumbo cambio y su vida se acercó a la Ciudad de Santiago. A un lugar llamado Lo Pinto. En un fundo cercano vivía un mozo bien plantado que llego a ser su marido. Las cosas del destino y las lavanderas hicieron que por arte de magia, una foto de mi abuelo apareciera dentro de la cesta de ropa recién lavada de mi abuela. Durante uno de los paseos a caballo que mi abuela solía realizar, conoció al mozo gallardo, que por fotos su alma vino a encabritar. El agua que paso por el estero Lampa fue poca y pronto el matrimonio se vino a celebrar. Rumbo a Santa Rosa sus bártulos fue a cargar. Llego a una casona hermosa donde viviría junto a su marido, suegro y cuñado Humberto. Nombre que al último de sus hijos quiso dar. En un fundo cercano vivía Victoria (hermana de su marido) cuyos hijos y otros sobrinos recién incorporados a su vida, le dieron la alegría y juegos de familia que tan escasos tuvo en su niñez. Los ochenta años de vida que me queda por contar, los dejare para otro momento especial.
En los momentos que comenzaba a tomar un exquisito consomé de Ave, en un restaurant/bar/Discoteque/ billar/otros me acorde de ti y de cómo nos vamos aislando del mundo gracias a las redes sociales. Mediante facebook me conecto con personas de diferentes ciudades, países, hemisferios , etc. y hace tanto tiempo que no disfrutaba un tranquilo almuerzo en un establecimiento de pueblo.( Lampa ) Los parroquianos diferían en sus gustos y conversaciones. Junto a mí se encontraba un grupo de tres obreros, con su gorro de lana, ojos dormidos por la cantidad de cerveza ingerida hasta ese momento, comentando y generando una discusión simple y emotiva sobre la movilización de estudiantes. Todas las intervenciones las hacían en primera persona, "Si mi hijo me pide". Al fin se ha logrado que la educación sea un problema transversal, el hijo del pobre ya tiene derecho a estudiar. La decoración es especial, caratulas de Long-play de Camilo Sesto , un poster de "The Doors" , Bob Marley en su apogeo , una bola de vidrio en el techo, luces de colores que permanecen apagadas y música en Ingles que se escucha de fondo.
El mozo, cajero, barman que atiende, sonríe simple mientras prepara dos ensaladas y combinados ( Pisco/Coca Cola ) para una de las mesas. Mas al fondo una familia disfruta de su almuerzo, mientras padre e hijo juegan una partida de billar. Entra un parroquiano solicitando un combinado, nuestro barman lo prepara con una ceremonia especial, midiendo la cantidad de licor y destapando la botella de gaseosa respectiva. La entrega a nuestro ávido cliente, el cual en menos de un minuto, paga, la bebe y se marcha deseando una feliz tarde. En ese momento nuestro diligente mozo me sirve la "chuleta con Puré" y sonriendo me dice " parece que andaba un poco apurado el hombre", retira las botellas vacías de las diferentes mesas y vuelve sonriente a su puesto tras el bar, entre ensaladas, licores y cuchillería. Este rico almuerzo de US$ 5 termina con una rica macedonia de frutas de la estación. Salgo rumbo a una peluquería, pero a las 15 horas las calles se encontraban vacías, el pueblo se recogía en esta tarde fría. Solo la panadería, botillería, farmacia de turno se mantenían con sus cortinas abiertas a la atención de público.
Para completar la hora que falta para que el pueblo despierte, acompaĂąo a un amigo al pueblo de Til-Til, aprovechando de realizar una conversaciĂłn presencial.
Llegue al banco a sacar viles monedas para invitar a almorzar a mis bellas y jóvenes profesoras, como el sábado anterior. Maldito temporal corto la electricidad y quede sin dinero. Solo con cuaderno y lápiz espere frente a la capilla el comienzo de la clase. Llego primero el Elder Canadiense y su compañero norteamericano, de 19 y 21 años. Las dudas rondaban la cabeza del canadiense pues trajeron por dos días a su compañero de 7 meses .Jugamos a las preguntas de cuando se casaban, la respuesta rápida fue "2 semanas luego de llegar a mi pueblo salvo que otro Elder me hubiera quitado la polola" jajajaja Llegaron las hermanas y fui el único alumno de la clase. Profesores 3 norteamericanos y 1 canadiense. De 19 a 22 años, alegres y felices de servir con sus ideales. La hermana más alegre canta cada una de las lecciones, pronunciación de letras, verbos, frases, todo lo convierte en un himno. Sus ojos verdes chispeantes, su pelo castaño, sonrisa. La convierte en una profesora especial. La hermana que dicta la clase es profesora. Recta indeclinable pero sonríe cuando le pido verbos que no pueden "conjugar" en su vida de misión. Bailar, abrazar, besar. La clase de una hora se hace cada vez más corta, pues mis
jóvenes profesores actúan como jóvenes, y trato de seguir sus conversaciones en inglés. Al aprender los colores la más alegre comenzó a cantar "Morado, morado" pues recordó a una huérfana de Guatemala que le enseño cantando el color morado y desde ahí lo repite sin cansar. Se sentía tan feliz por tener botas de agua y servir a su Dios bajo la lluvia. Tan solo pedía que volviera la luz para poder llevar con éxito su actividad de la tarde. El norteamericano me comentaba lo difícil que era llevar su tarea en Colina cerca de la cárcel. A ellos también les afectaba los robos de celulares, cámaras fotográficas, etc. Pero servían a Dios. Los cuatro desean volver a su pueblo y casarse lo antes posible. Esta vida lejos del mundo terrenal les afecta como a todos los humanos.
Hasta la próxima clase de Ingles
En un pueblo perdido en los confines de la cordillera de costa, tenía su caseta de correos un Señor muy especial. Por la lejanía de su puesto postal, las cartas llegaban cada 15 días o más. Todos los miércoles a la salida de la escuela rural, me encomendaban la tarea de ir a preguntar si había cartas para alguien de mi familia. En esa época no llegaban cartas comerciales o de publicidad. La caseta postal era una pequeña casita blanca de más menos 10 metros cuadrados, con una ventana, un escritorio y por los costados unas gavetas en la muralla, que distribuían las cartas por letra inicial del receptor de la o las cartas. Al menos eso creía en mi inocencia de 10 años. Nuestro cartero era alegre y siempre me recibía con una sonrisa, me contaba historias de cartas que pasaban meses en sus estantes sin que nadie las recibiera o retirara. No existía despacho a domicilio, se debía acudir a su casa magia de historias que viajaban dentro de un sobre y escritas en papel. Nuestro cartero luego de la plática me invitaba a descubrir las cartas que debía retirar. Era un placer buscar en las gavetas. Más me parecía extraño que las cartas estuvieran sutilmente desordenadas, sutilmente le preguntaba si podía ordenar las cartas mientras buscaba. El me miraba, sonreía y decía “dale no más”. Luego de jugar con las cartas, ubicando cada una en su letra o gaveta, extraía las que correspondían a padres, tíos, primos o abuelos. Tal era su confianza que se las mostraba y las podía llevar a sus destinatarios.
Siendo ya adolescente, mi escuela rural abrió cursos para adultos. Mi sorpresa fue mayúscula y placentera al ver a nuestro cartero con un diploma que acreditaba que ahora sabía leer. Desde ese día al pasar por la Caseta postal, se escuchaba su vozarrón diciendo “ha llegado carta”, ven a buscarla y aprovechemos de conversar. De esto han pasado más de 30 años, ya no hay caseta pero aún me encuentro por las calles con nuestro cartero rural.
en tus mozos años tus crines fueron de un negro azabache que brillaban al Sol. Me toco conocerte ya en la segunda etapa. Me acuerdo del viaje a Lo Fontecilla cerca del pueblito de Batuco donde te fuimos a buscar con “cheno” fiel compañero de inicios en la agricultura , que mucho me quiso enseñar y me costaba aprender. El viaje de ida hacia los cerros fue entretenido en bicicleta pues después debíamos volver contigo hacia la casa distante a más de 15 kilómetros. Cuando te vi, tus ojos me emocionaron, una quietud envidiable, tu cuerpo enjuto y herido mostraba los años de trabajo y furia del hombre hacia ti. Tomamos tu cuerda , mas bien un cordel amarrado a tu cuello y comenzamos a caminar, al comienzo nos daba pena montarte , pues estabas tan flaca que creíamos que te podías quebrar . Los primeros 3 kilómetros de camino bajo el sol, fueron cuesta arriba y se hacían eternos. Cada 2 minutos querías comer cada briza de pasto que aparecía. La sequia ese año había sido atroz, por eso te compramos tan barata. Ya llegando al pueblo uno monto la bicicleta y yo te monte a ti. Lo que pesaba a los 18 años era poco ( ni me sentiste ) , tus huesos si los sentí. Con el camina lento que llevábamos y la conversación entretenida me hizo acostarme sobre tus ancas , quedando a merced de tu caminar. Las horas pasaron casi volando no sintiendo los kilómetros, cada cierto tiempo cambiamos de artilugio de transito ( caballo o bicicleta )
Antes de que comenzaras a trabajar te tuvimos 2 meses en engorda para que tuvieras fuerza. Los años que me acompañaste los recuerdo con cariño. Tus ojos de nostalgia de un pasado que no conocí me conmovían. Era como ver a “Ruibarbo” cada mañana.
En la penumbra del amanecer cada mañana antes de asistir a clases tomaba el balde de aluminio y pisito de madera para sacar leche a la enojona de Helga la vaca. Ella con sus cachos de vikingo al revés ( por eso su nombre ) me esperaba no muy contenta con mi quehacer. Era una dura pelea poner la soga entre sus piernas ( “manea” ) y afirmar su cola también. En más de una oportunidad me pilló desprevenido y un gran colazo me dio por no realizar bien mi trabajo Yo respondía con cabezazos en su vientre , los cuales nunca le molestaron mucho. Uno de los momentos de tensión mutua era en las tardes, cuando la tenía que llevar a su corral, yo era el amo y señor pero no me hacía caso. Corríamos por los potreros tratando de fijar los límites de poder, luego de una hora de choques en alambradas, arboles, etc. Nos retirábamos tranquilos al corral.
Mi amigo el viento comenzó a descansar, cuento con un tiempo para escribir y que luego una nube te entregue lo que te quiero contar. Unas horas atrás salí en vuelo a hacia el norte de Antofagasta hasta donde me llevara el viento por el Desierto. Este viaje lo estoy haciendo en un vuelo suave, el descanso lo hago junto a unos ruinas que deben ser de un campamento minero que en algún momento existió y me da la oportunidad de hablar con mi amiga la nube. Este Desierto tiene cosas que uno no se imagina, cada unos 100 kilómetros hay basureros y un arbolito que alguien riega, no existe basura en mi paseo con el viento, raro en estos tiempos ,verdad? . La inmensidad de estos paisajes es espectacular, tu miras al horizonte y a unos cien kilómetros divisas una sierra diferente al resto. Esta vez diviso en el horizonte una llamada Sierra Gorda, nombre que recibe el pueblo que se aloja a sus pies. Cercano a este pueblo se divisan camiones llevando algo extraño, que acumulan como hormigas. La luna se ve en este cielo diáfano de las 16 PM, el Sol esta fuerte pero el viento logra que no sienta calor. A mí se me olvido que atravesaríamos el desierto y recuerdo con nostalgia de nuestras amigas las flores, llevo menos de un vuelo y ya comienzo a añorar Las planicies y cerros tienen distintas texturas y colores logrando lo que en el Sur de Chile, vi en los bosques, el cambio de colores.
Hace un rato atrás conocí un heladero que viajaba de Antofagasta hacia Estación de tren de Baquedano. Cuando lo divise debía tener unos 70 años, nuestro amigo el viento lo trataba de llevar, solo lograba su pelo revolver. Note que era un personaje simpático y alegre. Las rocas recordaban cuando los trenes corrían bullentes de gente hacia los diferentes lugares rasgados en la tierra, siguiendo una línea recta, logrando en el un punto de unión entre los pueblos diseminados por el basto desierto. Ahora con esas maquinas que llaman buses se pierde esa unión, ellos van directo a cada lugar. Por otro camino que sube por el desierto, todavía se ve un heladero en el desierto, se sienta en su caja en la mitad del desierto en un cruce de esas antiguas maquinas largas y se para cuándo los que pasan le solicitan uno de sus preciados helados. Cada cierto tiempo en los costados de la carretera, sobre todo en las rectas, nos encontramos con pequeñas casitas a las que llaman animitas; que son los recuerdos imborrables de los accidentes que han ocurrido en este largo desierto. Ya va un gran avance del Sol, el paisaje cambia en las tonalidades, mas no en su realidad de soledad. . Aparece un lugar que mi amigo el viento nombra como Ruinas de oficina Salitrera Chacabuco, como el hombre llega a y encuentra que extraer en estos confines. Tortas de mineral se divisan por el costado de la carretera. Aparentemente es una gran extensión de nada a la redonda.
Dejo mi mano abierta en el viento para tomar la tuya, de esta forma imaginariamente recorremos estos parajes juntos. Un beso por ahora, disfrutare en silencio, virtualmente junto a ti, de este paisaje que se presenta ante mis ojos. La tierra es fértil, en cada milésima de tierra que recibe agua, existe una planta. Cada lugar con cables tiene cañaveral como antejardín. Hace un rato, cerca del lugar llamado Salitrera Chacabuco un ave subió con el viento y nos acompaño hacia un conjunto de casas se ven destruidas a la distancia. Acabo de pasar un lugar donde nuestros amigos los arboles, están medios secos pero son arboles en el desierto. Un rio aparece de pronto en una quebrada, junto un gran bosque de Arboles. Hace un rato vi unas ovejas pastando, si ¡! Aunque no lo creas, estaba cerca de un lugar que parece una gran poza de agua, llamado Tranque Slalom Pasamos el rio el paisaje cambia, la tierra es más clara por efecto del sol. Ahora vamos por un sector que el viento se pone suave, es solo una brisa que va hacia el Norte, pasamos por una gran planicie. Mis amigos los pájaros reían cuando el viento se convirtió en brisa. Me contaron que ahora nos demoraríamos un poquito más por el desierto. Todas las tardes espero que le hables a la luna al menos unas palabras, pero ya me he ido acostumbrando a que “no llueve pero gotea “. Yo te envío mensajes con las nubes
aunque no existe respuesta, muchas veces pienso que molesta lo que envío, pero igual lo hago, pienso en ti. Volví a volar saliendo del pavimento, es más fácil hablar con las nubes. Con mi sombrero me protejo del Sol, aunque mi mano me ayuda un poquito más. Y me queda bien según lo que dicen mis amigos los pájaros Sigo pasando por lugares nuevos, a lo lejos veo unos árboles con limones pequeñitos, una nube pequeña me comenta que es un pueblo llamado Pica. El viento aumento y nos hizo volar hacia un lugar con raras construcciones de lata. En estos lugares ponen rayas con significado, que un pájaro me conto que escucho a un hombre que decían Zona Poblada, debe ser para que no roben lo poco que queda en el lugar. La noche cayo, la luna no está presente, pero existes tú, la duendecita que existe en mis sueños para mí y que me acompaña en los confines del país. Nunca me imagine hablar tanto con las nubes sin tratar de conocerte un poco más. Es la primera vez que lo hago de esta forma, será la vejez o querer conocer el espíritu de una persona independiente de su de cuerpo de fieltro. Siempre me dijeron que me preocupe de los colores de una duende y así lo hice, mas en un momento deje de hacerlo y fue como ese texto que te envié “yo quería una duende perfecta “, ya no la busque. Hoy viajo por la inmensidad del desierto enviando mensajes a una duendecilla que no conozco, solo por sus palabras se que existe. Algo conocido como camanchaca nos hizo ir más lento. Tan lento como nos hemos ido
conociendo ambos, mĂĄs hablo yo que tĂş, aunque en tus pocas palabras te convertiste en una persona agradable para pensar, sentir y escribir. He pensando o imaginado la forma de conocernos. Llegar junto a ese lugar grande llamado mar; para caminar y disfrutar. Seguir la ruta a su costado, continuar con el viento hacia los confines de la tierra, para conocernos un poco mĂĄs. Un beso Ramuntcho
Que alegría sentí cuando recibí mi nuevo 4x4, su color rojo furioso me sobresaltó. Pase de mi chevrolet Gris al Suzuki rojo sin dolor. Pronto me olvide de los días de lluvia y barro, asustado por los autobuses que mojan cada automóvil que cruza su camino, dejándolos con el distribuidor mojado sin posibilidad de avanzar. Los paseos fueron más entretenidos, ya no solo disfrutaba en los parques o cerros, de camping. Llegaba con mi 4x4 justo al lugar en donde realizábamos el picnic. Mis hijos utilizaban el 4x4 como parte del mobiliario del sitio de acampar. Me fui poniendo osado, subí por dunas cercanas a las playas y recorríamos playas desiertas, dejando estelas en el mar. El mundo se habría ante mis pies. Probé subir cerros y montículos, me convertí en un as del volante. Quise sacar fotos para guardar esos momentos maravillosos y sucedió lo inesperado. Uno de los neumáticos de mi gran 4x4 salió de su eje, y volcamos con mi hija, caímos por el cerro dando tumbos más de una vez.
En esos breves segundos, sentí que mi 4x4 no era invencible, la vida es frágil y la silla de mi pequeña no estaba abrochada. La tome en el aire, poniéndola sobre mi pecho, dejando que todo pasara sin pensar en nada. Un árbol me salvo, detuvo el jeep todo desarmado, pero sus ocupantes con vida. Hoy volví a un fiel automóvil, mirando con recelo los autobuses y recordando las aventuras y desventuras en un 4x4.
Esta mañana quiero recordar a una persona muy especial para mí. Se alejó de este mundo ayer a las tres de la tarde a los 83 años. Durante nuestra infancia estuvo muy cerca de mi familia (padres). Todos los días pasaba por mi casa a tomar desayuno o almorzar. Él era un romántico. Se levantaba como a las tres de la mañana durante la primavera y el verano; para disfrutar del rocío y del amanecer. Su historia emocional tiene un lugar destacado. Se enamoró perdidamente de la hija de un trabajador del fundo de su Padre. Dejo todo por esta con ella. Tuvo seis hijos por los cuales se preocupó siempre. Ella era 30 años menor que él.. Le decíamos tío Conde. Apodo que le puso mi padre, pues talaron todos los álamos del fundo e hicieron castillos para secar la madera. Él siempre estaba en los castillos de madera. Vivió un tiempo en ellos. Si, aunque parezca raro, le gustaba el olor de la madera recién aserrada y que la luz entrara fugaz por los maderas puestas a secar. En su juventud (15 a 17 años) estuvo enamorado de la hermana de mi padre. No le hablaba y para verla algunos días se escondía en unos hornos de carbón que daban al patio de la casa de mi papá. En el atardecer salía, mi papá le daba comida y él se partía feliz pues estuvo cerca de su amada.
Es un tío que tenía mil historias que contar. Su vida transcurrió en la pobreza pues siempre renegó del dinero. Era un utópico. Bueno para las carreras de caballos y la bohemia. Ojala algún día tengamos tiempo de recordar lo que hacía y decía. Él fue muy querido por todos. Esta mañana me di un tiempo para comentar y escribir sobre alguien que paso por la vida y dejo un grato recuerdo en todos los que lo conocieron. Gracias por leer e imaginar cómo existió este quijote del Presente. Su dulcinea formo su vida nuevamente, pero siempre recuerda a su querido “ Viejo “.
Textos Dispersos Juan Ramón Santis Piña se terminó de imprimir en el mes de agosto del 2019 en los talleres de Opalina Cartonera
Los libros de la editorial opalina Cartonera SON OBJETOS DE ARTE COMPLETAMENTE ARTESANALES - fabricados con nuestras patas delanteras todos hechos con dedicaciรณn, delicadeza y amor
V OP!