Alquimia / Juan Pedro Pardo Prado

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ALQUIMIA

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ALQUIMIA Juan Pedro Pardo Suárez Opalina Cartonera 2018 Diseño y diagramación a cargo de Juan Canales Impreso en Laguna Verde-Valparíso, Chile por Opalina Cartonera Primera edición

“Colección Recolección” Contacto autor: pardojuan504@gmail.com Este libro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas- 3.0 Unported

Se permite la reproducción parcial o total de la obra sin fines de lucro y con autorización previa del autor


ALQUIMIA



En estos versos que habito, no veo automóviles, ni relojes, no veo relojes, ni edificios de cristal ni de concreto, por ninguna parte veo relojes. Veo muchos árboles que se mecen con el viento de una tormenta, como espectros que crujen y caen quebrados sobre el barro. Veo olas y mares al anochecer, tormentas que me llevan a bellos parajes, donde el dolor tiene un poder desconocido, solo veo luz y sombras que soy yo, en medio de un paisaje sin límites ni fronteras, un cósmico mar. Desiertos si, desiertos, y también ángeles que vuelan de nube en nube; de montaña en montaña; de estrella en estrella, al amanecer, al atardecer, al anochecer y en la más absoluta oscuridad del no tiempo.


Perdidos, sufriendo oleajes. Nos lamentamos. Ciegos. Dolorosamente Ciegos. Sin darnos cuenta que la luz nos inunda hasta la médula. ¡No podemos ver, nos lamentamos! Realmente, en la velocidad del hacer por hacer, nadie puede ver. Nos quedamos fríos sobre las rocas con los ojos apagados. Respirando lamentos. Clamando sin escándalos, en esta isla de ciegos. Y en lo profundo, nuestro Sol, cuelga dentro de nuestras cuencas, y no lo vemos, lo intentamos y no lo vemos. Una oscuridad socava nuestras entrañas, mientras se abisman aún más nuestros lamentos, acrecentados por el batir de alas en nuestro ciego corazón. Y no lo vemos, lo intentamos y no lo vemos. Ciegos. Dolorosamente Ciegos.


¿Qué queda después de la embriaguez? ¿Del vaciamiento de latas? ¿De las insinuaciones de esta mujer ebria? ¿De los insultos de estos hombres ebrios? Todos nos movemos de un lugar a otro, de una ventana a otra, para que nuestros niños sigan durmiendo en paz. Desde la luz a las sombras, nos demoramos un paso en llegar. Viajando entre palabras que caen desde lenguas traposas y babeantes. Me miras con tus ojos cansados de ser. Naufraga tu mirada. Insultas a tu amor, a ese amor que te acaricia con ojos cerrados. Duermen tus niños en un auto, bajo un poste de luz. En la embriaguez, nos quedamos esperando nada. Nuestras manos sostienen ahora un cristal de cuarzo. Buscamos en el fuego una bendición. Somos niños ebrios de realidad. ¿Qué queda después de la embriaguez? ¿Después del vértigo que provoca danzar en el vacío? Lenta la oscuridad se nos despega de la espalda. El sol nos silencia. Sobrevivimos a una noche más. En esta tierra reseca y sembrada de colillas. Una cierta luminosidad, fría, cadenciosa, nos muestra un espectral camino a Itaca.


¡Ah, si pudieran oír la voz de mi sombra, no sabrían si soy Ángel o Demonio! ¡Ay de mi cuerpo! Ayunando ausencias. Dando volteretas entre incienso y mirra. Cubierta mi sombra de cristales lentos ¡Ay de mi sangre! Herido de hambrunas, de estación en estación en espaciosos cristales congelado. Camino descalzo lomas lejanas; escalo nubes, vagando por el interior de una milenaria serpiente. Si esta noche pudiera ver tu rostro, sólo vería relámpagos diminutos, llamas, brisas, bordes sin tiempo. ¡Oh grandioso pez de mis sueños! Penetra, cargado de brillos, en mis profundidades. Flota dentro de estas cavernas, hurga en el fondo de las tumbas adornadas con caracolas incoloras; con mortajas y agua sombras, acércame desde cada miasma su signo, su canto. En espacios infinitos descubro caminos espirales.


En ti, negra noche, desordenada ÂĄPor tus estrellas abandonado! Busco a tientas mi beso derramado En tiempo antiguo bajo tu mirada. En ti, devota noche, infiel amada de oscura cabellera y seno alado busco ardor con mis ojos congelados. Busco olvidar tu sangre derramada su perfume aĂąejo, tu tez violada, mi frente herida por tu llanto ciego el lĂşgubre sonido de tu balada. Hasta que mi vino y su sosiego Devuelvan su resplandor a mi espada Para beber callado de tu vientre el fuego.


Una cierta voz se apodera de mi alma, una melodía del anochecer, un temblor de grietas relucientes. Una voz que no cesa de entonar abismales cantos. Las corrientes de un oscuro río me sacuden los sentidos, un grito se apodera de mi cuerpo. Me interno denudo en sus profundidades. ¡Que no sea yo, quien sienta temor frente a tu divino poder! Dame el valor para interpretar tus notas, tus silencios. Fortalece esta mirada de pequeño poeta, dormida en mis labios. ¡Que no sea yo quien huya de tu voz! Un silencioso preámbulo ha comenzado. Todo entre las penumbras se convertirá en oro, El aullido de los perros en canto lunar el pecaminoso abrazo de los amantes en pasión de fuego eterno la sangre de tus muertos en ríos de vida nueva la prostituta volverá a ser sagrada. Todo entre las penumbras. Espero, desnudo y alerta, el comienzo de un ancestral canto.


Cansado de hablar en baja voz y con palabras de extraño habitante, me oculto en el otro extremo de lo sagrado, rozando los bordes de la belleza, los bordes de la impermanencia. Soy una huella en la arena a la orilla del mar, y también soy esa arena y ese mar. No tengo más que un par de sandalias para caminar entre guijarros. Me quedo llorando de luna a luna, consciente de un designio de estrellas que me punza el corazón. Cansado, busco la última morada de la belleza. ¿Es esta búsqueda una huida, en este sueño de dioses ocultos? ¿Soy yo un verdugo de mí mismo? En este espacio de figuras sin fondo, la belleza olvidada en el desván, está llena de sangre por el paso de las implacables horas. La belleza se oculta en el centro de toda carne muerta que nos rodea.





Esta lenta tarde, convertido en una pequeña muerte zarparé desde esta tierra árida en busca del filo de mis propias alas. Una oscura brisa me impulsa desde antiguas edades a remecer los cimientos de mis tristes construcciones. Tengo la misión de evitar nuestro temprano reposo. Esta lenta tarde convertido en una pequeña muerte iniciaré mi travesía por mareas de lo desconocido navegando junto a ustedes en este navío de sombras.


Desde lo alto de un risco observo la nave que nos lleva, surcando respiraciones: Su esqueleto son las almas de miles de navegantes. En cada una de sus maderas decantan la estaciรณn primaveral y profundas heridas. Roza la superficie marina, cual navaja sostenida sobre un blando cuello, temiendo cortarlo y ensangrentarse. Se mueve, inevitablemente. No puede dejar de navegar, aunque en ello arda, demoledora, una negaciรณn. Valiente su tripulaciรณn, se sobrepone a la multiplicaciรณn de la mar en los cristales, con la certeza que todos sus reflejos son uno y el mismo, que nunca podrรกn abandonar.


Tres días antes de este navegar, me encontré tierra adentro con un rio de peces inmaculados, bajo un sol tembloroso. Pude observar en uno de sus recodos, cientos de cuerpos desnudos esforzándose por mantener sus pieles tan limpias como la nada inicial. Semejantes a latidos sin sangre, intentaban su extraño anhelo con añejas manos ignorantes de la música que encierra una tormenta. No pude callar: “A ustedes figuras de barro; vuestras venas permanecerán enredadas para siempre entre las ramas de un mundo que agoniza. Nunca podrán huir de su caída silenciosa si antes no han sido participantes privilegiados del crimen y su melodía, con cada músculo, nervio y sangre de su salvaje ser natural”


Brota mi canto como un graznido de ave encadenada. Intenta elevarse, mรกs allรก de nuestra sangre y nuestra piel. Sentirme un soplo de muerte en esta triste cadena de contradicciones no puede ser otra cosa, que el reflejo misterioso de un vuelo no realizado.


Murmuró una sombra: “quisiera descansar un segundo, entre una tormenta y otra, pero este barco de harapos al viento y timón incansable abre su senda a través de cristales, sin detenerse, en dirección al borde oculto de esta realidad” Mi voz, desde un rincón de cubierta: “Descansar sería desangrarnos un segundo, permitiendo a este Sol evaporar su néctar sin haber podido saborearlo.” Pensé mirando el amenazante horizonte: (Profundizaré en las heridas de las estaciones en cada latido hasta observar mis propias alas brillando ensangrentadas tan puras como la luz primera.)


Todo por una luz. El contacto de un rayo feroz en el lomo abultado de mi alma alborota la mar y me atormenta con sensaciones arremolinando mi áspero rostro. Todo por una luz. Extraviada en la corriente de lo misterioso. ¿Existirá algo más triste que buscar la luz de una visión y sólo encontrar lágrimas en Otoño? Todo por una luz.


Cuando el sol muere en el horizonte y estas ensangrentadas nubes resbalan por la orilla de la mar, debemos abrir aún más nuestros ojos, celebrar su desconocida melodía, esa que nos atrae hasta el borde de sus olas. Debemos abrir nuestra mente y sus latidos para fecundar un verdadero brillo en nuestro ser. Extremar nuestro Espíritu. Si abriéramos realmente nuestros ojos si nuestros oídos realmente oyeran el sonido primigenio de cada palabra, el cielo extendería su azul hasta horadar nuestro pecho. Sería una luz y un sonido para siempre.


Tras un vuelo hacia el sur descendí en el borde de un acantilado adornado por miles de cavernas. En una de las cavernas más bajas las olas se despedazaban unas a otras para penetrar su oscuridad huyendo luego hacia las azules profundidades con trozos de un canto extraño en su espuma. Las nubes, los peces, la brisa todo era impregnado por sus notas. Elevo una plegaria primitiva por tu libertad. La claridad de tu canto, nunca abrazará a este sol, bajo el cual nos movemos condenados.


Cae el follaje de unos árboles, en la costa que comienza en todas partes y nunca es la misma. “Sólo un segundo antes del silencio y la serenidad de una desnudez pasajera, puedo observarlo: En cada palabra anida un otoño y una primavera Sólo un segundo antes del estruendo y el caos de una nueva vestimenta, puedo respirarlo: Un aire leve, interminable en sus moléculas. Una eternidad latente en nuestras raíces nuevas“ Unos árboles se pueblan de alas por todo lo alto, en esta costa que inunda mis ojos.


Aviones Cruzan el cielo raudos imperturbables con bullicio de monstruos encadenados. (Quizás más allá del límite, solo encontremos el mundo que abandonamos) (Esta mar no posee costas) pensé mientras me elevaba hacia las nubes. Gritó luego el Capitán: “Continuemos navegando. Dejen que los aviones pasen.”


La herida abierta en nuestras manos, por las sogas que desatamos de cada puerto antes de zarpar, es menos profunda que la huella grabada en nuestros ojos, por una falsa luz tras una interminable noche sin estrellas. ¿Cuántas veces engañados por la luminosidad de un faro comenzamos a danzar como si las mareas estuvieran regalándonos su última melodía, antes de abandonarnos? Ingenuos navegantes, somos vencidos por el sueño, dormimos entre vanos placeres.


¡Pequeños testigos de un grandioso final! Frente a mí fue deshojada la sombra de un ángel. Tiemblen. Tiemblen ante la inminencia del vértigo. Una mañana cuando todos, comiencen a despertar del gran sueño. Cuando las velas no puedan ser alteradas por el viento, las sirenas olviden su canto, oirán caer sobre cubierta el fruto amargo de un poderoso ángel. El otoño nunca será más devastador. Desde cada nube arremolinada por el fuego del atardecer, caerán las relucientes hojas del árbol de la vida, envueltas en flamas, envueltas en un halo de orígenes y destinos. Todos abrirán sus ojos deslumbrados y querrán beber un sorbo de agua pura, hastiados de tanta sal. Después de todo, de la lluvia de fuego, del estrepito de los cristales, de la caída a las profundidades del reino del temor, sentirán brotar de cada roca, de cada tumba deshabitada, un poema. No habrá cuerpos ni muertos reviviendo, solo un poema, y esa será la señal. Iniciarán una última travesía, definitiva y eterna, cada uno de ustedes en su personal tiempo ocurriendo con su personal ritmo en su personal epifanía.”


Ahora debo partir. Mi tiempo se ha cumplido. Debo desprenderme de las sogas, que me atan a este navĂ­o de sombras. Extiendo mis alas para volar mĂĄs allĂĄ de mis palabras y de mis silencios.


Aléjate de mí, indeseable ángel de torturas. El peso de tu mano sobre mi hombro me hace temblar de frío como si el mundo que abandonamos depositara el peso de sus miradas sobre mi vieja alma. Quisiera olvidar la hora en que acepté tu compañía. Las imágenes del mundo secaron mis ojos y te acepté. Los hombres pensaron que mi sendero era peligroso para sus cómodos cuerpos. Le temían al viento y a la riqueza de un rayo. Sólo me sonreían, estaba solo. Pero hoy te compadezco, aprendiste a sonreír como ellos. El viento ya no sopla primitivo sobre tu pecho. La noche te mira a los ojos y corre a cobijarse bajo uno de mis brazos. Yo, con el cuerpo manchado por el polvo de los caminos. Con la piel marcada por el fuego y el frío de la indigencia. Con mis cabellos inundados de bichos. Puedo levantar mi frente más robusta que tú. Declamar mis palabras al viento sin temor a ser azotado por una ráfaga feroz. Puedo andar los caminos con paso transparente y profundo. Dormir con los ojos completamente cerrados sintiendo como la oscuridad y sus benditas estrellas acarician mi enmarañada cabellera. Sí, aún puedo oír el canto del crepúsculo sin temor a perder la luminosidad de un Sol. Desdichado compañero ruego al universo nunca sonreír como tú. Ahora vete, alza tu vuelo si aún tus alas te sostienen.


“Me temes, ¿nos es así? Sientes que puedo hacer que tu cuerpo caiga como una flor marchita solo pronunciando una palabra. Le temes al creador vivo y su misterio. Le temes a esta luna y a este sol. No puedes abandonarte a causa del temor que anida en tu corazón. No puedes gritar con todo tu espíritu el infinito poder de tus alas y estas te agrietan las venas buscando más espacio para crecer. Tu verdad, la que debes liberar, no es materia palpable ni vivencia entendible es sólo tuya, no debes temer. Expande tu mirada, expande tu voz. Desborda esa luz encerrada en las palabras de tu corazón. Abandona este barco. Exalta tu luminosa mente, palpitando con agua del manantial eterno. Que el cristal de tus ojos refleje tu sonrisa interior. Tus alas están maduras en tu limitado cuerpo. Abandónate a tu esencia divina. Muere por tu propia mano. La luz que ganarás, es interminable. Tu camino está trazado.


Heme aquí, en el centro del tiempo de la despedida. Cubierto de hojas secas. Autoexiliado del mundo. En la espera de un fuego, vivificante y fresco; sin temor a los estremecimientos de la madre ni al cuerpo intocable del padre. En penumbras, en mi celda, en la torre más alta percibo cantos violetas y anaranjados, ondulantes, que en suave vaivén de olas, proyectan sobre el muro a mi sombra en un baile de tintes finales. Sentado y de espalda a los barrotes, descifro signos proyectados en el cielo infinito. Sin miedo ni deseos de huir, hambriento de luz, me concentro en los designios de alas y fuego. No temo nada más, que no lograr leer estos mensajes de sangre luminosa, morir detenido en el tiempo. Tres rojas columnas sostienen un fruto ardiente, en lo alto de una montaña, del cual brotan aromáticos brebajes, descienden por su ladera. ¿Hacia dónde desciende su presencia sutil? ¿Hasta qué profundidades llevas tu aroma?


Mis labios se secan, mis ojos no huyen, mis quebrados oídos no rechazan la música de cantos antiguos y vienen a mí las voces de arcanas muertes. Con una espada de luz en mi mano, corto flores azules para calmar el temor de mis hermanos. No tengo a nadie contra quien pelear. Todos a mí alrededor, caen dormidos. Caen como hojas en otoño, suavemente mecidos por el viento de la comodidad. Respiro desde la piel hacia adentro. En un fluir y refluir de inquietud arrebatadora. Saco afuera mi sangre, para que un nuevo sol me seque las heridas. Sin dolor, no tendremos redención ni florecimientos. Exhausto caigo sobre la húmeda tierra de mi celda. Abro los ojos y sólo alcanzo a ver esta oscura realidad que me envuelve y me encierra. A lo lejos oigo, el aullido de salvajes perros. Aunque intente dormir, las bestias continuarán su rito. Me obligan a la vigilia y me salvan del error. Aullidos. Luz de luna. Pausa serena. La séptima estrella, me espera con sus brazos abiertos. Acurrucándome en sus rayos, vuelvo a descansar.


Sentado en la humedad de mi celda, me tomo la cabeza con ambas manos. Veo árboles en flor creciendo entre nubes, con raíces que suben a las estrellas; escaleras de agua que bajan hacia la tierra y un Sol de arena que se desgrana sobre un océano esmeralda. Una cierta fiebre me aturde y me obliga a golpearme la cabeza contra el muro frio. Una oscuridad nueva inunda mi celda. Un águila brota violenta de la negrura, atravesando nubes y truenos. Me toma de los hombros con sus garras, me levanta desnudo y me eleva entre temblores, escalofríos y borrosas imágenes. Bajo mis pies veo hombres de graciosos bigotes con trajecitos planchados, caminando apurados hacia su pequeñas jaulitas enumeradas; veo centinelas, veo domadores, veo gusanos sonrientes sosteniendo maletines oscuros; veo mujeres de distintas razas golpeando a sus niños, maldiciendo al padre; veo abandono y silencio en lujosas camas; veo la pérdida humana, la huida del camino; veo la danza frenética del odio y la ofensa del deseo en un beso inundado de alcohol; veo el comienzo de un nuevo final. El águila me suelta desde las alturas, desciendo hacia mí nombre, en caída libre hasta azotar mi cabeza contra


el suelo. Una llamarada sale de mi herida. Siento sangre y sudor sobre mis labios, mi lengua prueba este nuevo elixir, tiene el encanto de lo demoniaco. Me duermo. Estos muros de mohosos colores no han desgastado mi espíritu. Mis brazos como grandes alas se elevan en una plegaria. Afuera estallan mundos, derrumban castillos, son horadados los caminos. No se merece el amor, ni se gana el respeto. En tenebrosas construcciones, los niños son alimentados con frases sin alma. Sentado en medio de mi celda, desnudo, con las manos en mi pecho, escapo, atravesando los muros. Después de tres horas en esa posición, mientras las hormigas invaden mis piernas, puedo ver más allá de mi limitada alma, más allá de las apariencias del cuerpo, más allá, veo. Una mujer morena, cabellera de diosa, abre sus piernas al encuentro de un joven asombrado. Lo incita a penetrarla. Se agita el muchacho sin entender nada. Ella lo rodea, sutil y cadenciosa, con brazos y piernas. Serpenteando en el borde de su solitario orgasmo. Lanzando un grito de auxilio llamando al padre, hace temblar la noche y la luna se torna rojiza. Una suave


lluvia comienza a caer, humedeciendo el pasto mientras el cuerpo del joven yace inerte, frío y azulado. Una nube viaja de montaña en montaña. Liberada del viento. Me busca. Me encuentra sentado al borde de una roca. Sobre mi cabeza gira un águila en espiral hacia el sol central del universo. Mi cuerpo se alimenta de sol, mi espíritu se alimenta de sol, mis ojos se alimentan de visiones ancestrales. Al atardecer, veo como la nube se acerca desde el norte. Se ubica entre mi coronilla y el águila, más alto que una estrella, aún más alto, irradiando luz con más fuerza que un sol. A mí alrededor todo se detiene. Quedo sentado en el centro de un círculo de siete colores. Luminoso y frío, un fuego que no quema me envuelve en su interior. Todo se detiene. Todo es silencio. Solo mi aquietado corazón habla. Mi boca de labios apretados no puede emitir sonidos. En mi coronilla una claridad superior se instala, Una plegaria se eleva desde mi vacía presencia: “Periteek anihar sotang sotang Dimalek arpitak sephir sogat Gabudam kaninak seyazut ramat Raving aarkaniz darak aztaart Urpet rokinz shamet penzath” A mí alrededor gira un elemental de fuego. Su vibración aleja de mí la oscuridad; acelera mis


movimientos oculares. Caigo en un sueño transparente, sin querer pronunciar nunca más una palabra. De espaldas recostado, sobre una gran roca de obsidiana. En bendita soledad, espero la hora cuando el sol, gran guía de horas núbiles, desciende uno a uno los peldaños de mar, hacia sus oscuras habitaciones. Esta noche no habrá luna ni estrellas. El universo se abrirá en mi interior, seré el contenido y el contenedor, de sombras y certezas. Despuntará desde las bajas cavernas, todo aquello que parece dormido, que en su momento fue luz, que hoy rescatado es de su sepultura. Sin temor a serpientes, ni a reflejos distorsionados en espejos de agua, permanezco recostado sobre esta negra roca. El sol ahora se oculta mientras danzarinas sombras emergen del mar alborotado. Esta noche no habrá luna ni estrellas. El muro contra mi espalda, me tortura con hielo y humedad. Mis huesos se requiebran esta noche aciaga. Un silencio de tumba olvidada se apodera de mis ojos. Oscuridad, bendita oscuridad que me cobija, me abre las venas y me acuna.


Me crié entre lobos de nieve, dancé sobre terrenos de sombras. Dime gran espíritu que entre sombras habitas, ¿soy digno de oír el portentoso canto de tu silencio? ¿soy digno de acariciar en mi espíritu, la belleza del vacío de tu forma? No espero tu respuesta en este trizado momento. Mi reflejo en espejo roto, insinúa una certeza nueva y serena. Aprendí a esperar sin desesperar, entre demonios y sombras. Veo en la ausencia de luna, arañas que bajan y suben por los muros porosos, polillas que rodean una olvidada vela. Un escorpión se detiene junto a mi pie, para mirarme. Los bichos de las sombras, danzan en alegre carnaval. Las mareas de mis mares, se agigantan. Oigo, cantos de nocturnas aves. Que en mi pecho, dejan palpitando misterios. Esta ausencia de luna, me promete venideras lluvias de fuego. ¿Es mi deber germinar mi claridad de pensamiento, si mi corazón se adormece entre las sombras?


Levanto mis brazos en señal de victoria, mas no he triunfado aún. Sólo es un gesto de vida para la vida. Ante el suave viento me quedo mudo y me contraigo en un silencio sin presencia. Como una inspiración de luz en el vacío, mis manos se hunden en esta deliciosa tierra.


Divina Rosa, dime tu verdad. Los ángeles cantan en ti. Tus notas me elevan sobre mi abulia. El fuego de las estrellas deja de alumbrar, Cuando las graves notas del mar Se alzan sobre la costa de mis sueños. El temor de tu presencia me detiene Y me altera la lengua. Mi garganta agrietada por los años De vocalizaciones fantasmales Arde como una mirada Luciférica. Divina Rosa, grítame tu verdad. Enséñame tu triada. Si te presentaras frente a mí En medio de esta densa soledad, ¿Me devorarías las pupilas con tu canto? ¿Lloraría sangre? Cae fulminado el rostro de la curia. Beben su vino dulce mientras la gran Machi muere De inanición y sed. No somos dignos. Hemos flagelado tu imagen en nuestro interior. Escupido tu rostro en nuestro rostro


Lacerado tu espalda en nuestra espalda Cargamos la culpa del poderoso Que degrada lo que nombra. No somos dignos de ti Divina Rosa. Ayer quemamos vírgenes con ramos de olivo. Y pretendemos que los ángeles nos salven De caer en una muerte a deshora. Nuestras manos artríticas parten un pan, Que no repartimos entre los pobres, Dejamos que se pudra en nuestra indiferencia. Me dirijo al otro lado del camino. Me alejo del alma dócil. A la distancia distingo un rebaño. Voy camino al encuentro de un Espíritu liberado. Vestido de luna, para ti. Arriesgando me encierren en celdas de azufre. Quiero tenderte mis limpias manos, Divina Rosa, libérame con tu verdad.


Desde la mar a la montaña del mundo En peregrinaje a la montaña del mundo Desde la mar Desde la mar Antiguos anteojos me revelan Reflejos antiguos Grabados en sus vidrios Desde la mar Nos cuesta sonreír en negruras Cuando el espíritu y la rosa duermen La mar se torna tempestuosa Esta es la mar que nos baña Esta es la mar que nos inflama Esta es la mar que nos condena Esta es la mar que nos libera A la montaña del mundo vengo A medio camino del silencio A la mar no le falta presencia Penitentes perdidos Sin fin girando sobre si mismos Ninguno de nosotros la deshabita De un hilo cuántico tomados Nos teje a cada segundo Creando redes de espuma y sol La mar y nuestra redención


Estoy a medio camino Desde la mar A la montaña del mundo Sus cantos de caracolas Resuenan en todas las casas deshabitadas Cuando el sol se aleja En su espuma la mar Perece guardar una rabia Ningún hermano se atreve a esta hora A empuñar su cuchillo de plata Hombres vestidos de pieles sangrantes Flotan entre bosques de árboles negros Lejos del fuego sagrado De la montaña del mundo Mi lengua está grabada Con signos de una antigua magia La mar nos viene a buscar Con encabritadas olas Para acurrucarnos en su seno Camino a paso firme Hacia metálicas laderas Coloreadas vibrantes Surco vientos De águilas formas Cometa perdido Desde el rugir De luminosas olas Me lanzo Hacia lo alto sin nieve


La mar no desespera La mar no tiene apuros La mar me moldea Con azulinos brazos La mar es un universo que no rechaza nuestra sangre Nos avisa en otoños señoriales Que las visiones quedan en el alma Por milenios en su espuma Besos de brujas sacerdotisas y magas Gotas de delicioso néctar Dones de mil espejos luminosos Somos gotas de llanto de un universo No comprendemos ciertos desvaríos No comprendemos lo visceral de un respiro Un oleaje de lunas amores y sol La mar nos rodea sin tiempo Nos habla con sonrisas y destellos Se alborota nuestra sangre Cuando no atendemos su llamado Nos golpea la cara sin miramientos Nos empapa el corazón cuando estamos resecos La mar y la montaña del mundo se miran Yo en medio como el dios romano Jano Las miro con detenimiento Me detengo por un segundo y respiro Y surges reflejada en laderas y olas


Navego ebrio Entre oleaje sin luna NavĂ­o cristalino Sin buscar un puerto La mar nos mece Nos atrapa y nos desintegra En hora ciega La mar me vuelve a la vida Tatuado con luces de estrella Asciendo a la montaĂąa del mundo Latiendo al ritmo de tu sexo Margarita de mil pĂŠtalos Renazco entre olas y fuegos.





ALQUIMIA de Juan Pedro Pardo Suรกrez se terminรณ de imprimir en el mes de marzo del 2018 en los talleres de Opalina Cartonera


Los libros de la editorial opalina Cartonera SON OBJETOS DE ARTE COMPLETAMENTE ARTESANALES - fabricados con nuestras patas delanteras todos hechos con dedicaciรณn, delicadeza y Carรกcter

V OP!




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