Larvario / Juan Manuel Díaz

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LARVARIO

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LARVARIO Poesía: Juan Manuel Díaz. Ilustraciones: Nicolás Chandía. Opalina Cartonera 2018 Diseño y diagramación a cargo de Juan Canales Impreso en Laguna Verde-Valparíso, Chile por Opalina Cartonera Primera edición

“Colección Recolección” Contacto autor: jdiazfernandezm@gmail.com Este libro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas- 3.0 Unported

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PRÓLOGO SOBRE XILÓFAGOS, LARVARIOS y POEMAS La materialidad predominante en las construcciones de esta ínsula sureña, llamada Lebu, partida en dos mitades de fragancia, al decir de Rojas (“Carbón”, 1949), ha permitido que los xilófagos, insectos que se alimentan principalmente de madera y sus derivados, se hayan convertido en una especie endémica, imposible de erradicar. Entre estos seres, se distinguen aquellos que tienen el placer morboso –en estos tiempos– de disfrutar de un buen libro. Si, un libro: esa obra impresa, manuscrita o pintada en una serie de hojas de papel, pergamino, vitela u otro material, unidas por un lado y protegidas por tapas, también llamadas cubiertas (Wikipedia, consultado en octubre de 2018)1, actualmente reemplazada por cualquier dispositivo electrónico, gladiador triunfante en esta sociedad del consumo. Dentro de este conjunto de xilófagos que sacian su hambre con el papel, se observan dos grupos, a saber: lectores y escritores. Estos últimos, comprende el enjambre más peligroso por cuanto, como especie maligna -más evolucionada-, que no satisfecha con leer todo el material bibliográfico caído en sus manos, se han aventurado a escribir sus propios libros, dando más afrecho a los xilófagos lectores. Entre los seres deleznables, nacidos en esta leufumapu, que han cruzado la frontera del bien y del mal, se encuentran Gonzalo Rojas y Elvira Hernández, quienes


dictan cátedra desde sus respectivos púlpitos. Lo peor de todo, es que no son pocos, en las tierras que se desarrollan a las dos orillas de ese río maldito llamado Lebu, que han seguido sus pasos en diferentes épocas, con diferentes estilos. En un país donde a los xilófagos de todo tipo, durante tiempos oscuros, se les intentó exterminar, alimentándolos con cierta literatura y poesía conformistas, resurgieron con cierta timidez, después de un amanecer claro-oscuro alumbrado por un arcoíris ficticio, obcecados por contar realidades distintas: sus propias existencias. En este aspecto, la leufumapu no se ha quedado en la retaguardia. En los últimos años han surgido nuevos xilófagos poetas, nacidos en la última década del siglo XX, pero que se han concientizado como tales a partir de la nueva centuria. Tal es el caso de Juan Manuel Díaz Fernández, afincado en Lebu desde temprana infancia, cuyo primer contacto con el mundo real lo experimentará en esta ciudad con alma de pueblo, y que hoy nos ofrece “Larvario”, su primer libro de poemas en el que desarrolla su particular perspectiva del mundo. En total, son 20 los escritos que componen su obra debut, basados en recuerdos de infancia y adolescencia, esa etapa infanto-juvenil, rama de la sicología referida al desarrollo de la personalidad, las emociones y el comportamiento del niño o adolescente en cada etapa de su vida. En otras palabras, la transición que encaja con


el estado de una larva, según apunta la siguiente definición: “En la metamorfosis: animal en la fase inmediatamente posterior a la salida del huevo y anterior a la fase adulta...” 2 Por tanto, no es de extrañar –acogiéndonos a las definiciones ensayadas– que el punto de partida sea el descubrimiento del medio de cada individuo y tal como dice el propio autor de “Larvario”, el libro está dedicado a los estudiantes a quienes apodaban los come libros… situación que vivió hace un par de años, y que hoy replica, como narrador omnisciente, en su calidad de pedagogo, de una de las materias más subversivas de la educación, después de la Filosofía, la Historia; situación que refrenda, con un poema dedicado a América Latina, siguiendo los preceptos de Eduardo Galeano: Un cuchillo desgarra Tu vientre robusto, Tus pueblos enmudecen En tus alturas, Se tiñen de negro, Contagian esclavitud ¿Qué sucede dentro de la mente de Juan Manuel, cada día al enfrentar el aula y recrear una obra de teatro ya representada? De seguro, acusando su capacidad de observación y haciendo alarde de su bagaje históricoliterario, que lo ha empinado a ostentar un doble cartón (el de poeta y profesor), corrige con sesuda dedicación el libreto que se ha empeñado en enseñar.


Porque en los libros devorados por nuestro joven autor, y cuya degustación procesa con mayor ahínco, se advierte el asilo con el que abraza a Dante Alighieri, en alusión a “Los círculos del infierno”, otorgando una interesante vuelta de tuerca, donde los conceptos de “Neoliberalismo”, “Gula” e “Ira” adquieren su personal tratamiento, especialmente el último: El caballo relincha, Lo atraviesan mis espinas, Su herradura pide tu piel. Galopamos… (“Acto de desprecio”) En la vivencia personal del poeta, se produce a diario el reencuentro, al pisar el salón de clases, ahora en una faceta antagónica, pero nostálgica, con el estadio primigenio del que, tal vez, nunca quiso abandonar; como bien sucede en aquellas etapas de nuestras vidas que tildamos de felices, pero que negamos reconocer como tales: “Dejo mi nombre, En los abrazos sinceros En los pupitres con nuestras iniciales En los juguetes perdidos de infancia…” (“Elegía”) Sin embargo, frente a esta escueta declaración de principios, es necesario señalar que los poemas de este muestrario disfrazan una ambición mayor, un homenaje itinerante entre varios autores, en los cuales se inspiró, como resultado de esa búsqueda de identidad que supuso


su propio larvario. A modo de ejemplo, y en la mejor expresión de Mayakovski, como sucede en “Galilea”, se debe anotar: El silencio consume tus gritos Y lejanos murmullos se desploman Hacia ocasos imperecederos Algo similar sucede con “Los perros”, inevitable poema dedicado a Pablo de Rokha, donde maestro y aprendiz quedan confinados a cánidos que van por la vida mordiendo sus cadenas y oliendo el miedo de los hombres, en una clara alusión de evitar la próxima estación. Esta metamorfosis, el camino a la vida adulta, para cualquiera que no fuese xilófago, habría pasado inadvertida, a lo sumo como una buena o mala anécdota, al momento de encontrarse con los amigos o las amigas en un alto, dentro de la rutina que nos impone esta fábrica de producción en serie, que es en lo que se ha convertido la vida. En el caso de Juan Manuel, esta transición queda plasmada en imágenes, versos de sencilla pero eficaz factura, donde las ideas se exponen, se reiteran y se destruyen en el remate de sus poemas, dejando al lector a la deriva, en un claro ejemplo de deconstrucción, como da cuenta su “Fe”: Que los poderosos no Den falsas esperanzas A las multitudes mendigantes.


Esta reminiscencia del estado larval no solo queda plasmada en la escritura. El conjunto de ilustraciones de Nicolás Chandía, alumno de Cuarto Año Medio del Liceo Isidora Ramos de Gajardo, de la comuna Lebu, acompañan con decidora armonía los escritos de Juan Manuel. Con trazos oscilantes y gruesos, Nicolás construye retratos inquietantes, logrando una comunión necesaria para entender el contexto de este larvario que, dicho sea de paso, conjuga una definición de corte sincrético, entre dos larvarios que se hallan a un decenio de distancia. Este libro ha sido concebido con dos fines, en primer término, evocar la personalidad xilófaga, aún latente en cada uno de nosotros e, indefectiblemente, consumir estos poemas, cual termita ingiere papel. Y mientras lo hacemos, devorando una y otra vez sus páginas, descubrir la necesidad imperiosa de abrir los ojos atendiendo al presente, que nos es otra cosa que la antesala del futuro, para tomar las riendas de nuestro propio destino y salir del larvario actual donde vivimos atrapados por dioses menores: Abandonemos todo quizás Los dioses en sus oscuras sombras Vuelvan a preguntar por nuestros nombres. (“Éxodo”) Si este libro provoca esto en usted, lo felicito: ha desenterrado su propio larvario y, de paso, vestirse con


él, aun cuando debamos emprender la huida ante la borrasca que se avecina. Jaime Magnan Alabarce Lebu, octubre de 2018

_____________________________________ 1. Nótese la inconsecuencia de la cita. 2. SECO, M., ANDRÉS, O. y RAMOS, G. (2000). Diccionario Abreviado del Español Actual. Madrid. Grupo Santillana de Ediciones S.A.



A LOS ESTUDIANTES. De niño escuché apodar a los estudiantes “los come libros”, pero la realidad es otra, los verdaderos devoradores de libros son las larvas de los xilófagos. Las larvas de los insectos xilófagos, son las culpables de hacer las famosas galerías a los libros ya que les encanta la celulosa del papel de buena calidad, sin modernos aditivos químicos. Juan Manuel Díaz. “El hombre está condenado a ser libre, porque una vez que está en el mundo, es responsable de todo lo que hace”. Jean Paul Sartre.


(A Sergio Muñoz Isla) ¡Que la pira arda! Honremos tus seis letras, Cantemos junto al fuego Que te vio nacer y Sembró el júbilo Que hoy te cobija. Por qué eres llamas Y te encubres bajo Un rostro terrenal Disimulando tu asqueada Visión de la humanidad. Te persigue un pájaro negro Que no has querido espantar, Disfrutas junto a árboles viejos Esperando algún día verlos Quemar lo que no pudiste quemar. Fumas a diario por qué necesitas Algo de fuego entre tus manos Agotadas del frio de esta ciudad. Hogueras rojas escriben los pasos de Tu historia y un grito en el bosque Recuerda tu vertiginoso paso sobre este Incomodo lapsus terrenal.



(Ira, quinto círculo del Infierno) No hay solución, Me rehúso a buscar La estrella más reluciente, Comprender ofensas intimidantes, A esconder vidrios como recuerdos Escombrosos. El fuego de nuestro amor Es hoy el fuego Que nos condena, El ladrido de los perros, Un escupitajo a Dios. Toma el mantel blanco, Espera el delirio De mi venganza, Cúbrelo de negro, Tíñelo de rojo o Del vino que será sangre.


El caballo relincha, Lo atraviesan mis espinas, Su herradura pide tu piel, Galopamos... Sin calmar el ansia Entro a tu casa Que era nuestra casa Y clavo las espuelas En quien desata el terror. Lloras, gritas, no callas; Oigo música, Me alivio en tu dolor, Se termina el desfile mustio ¡Condenados los pecaminosos! Quejumbroso mutilo mi corazón, Hay árboles secos, higos podridos, Un anciano desnudo y decenas de Jinetes ciegos vagando en mi interior.



América Latina, Un cuchillo desgarra Tu vientre robusto, Tus pueblos enmudecen En las alturas, Se tiñen de negro, Contagian esclavitud. América Latina, Sollozas y tiemblas Con pulso frenético, Los oprimidos lloran Tu sangre derramada En absurdas guerras que Te han de desangrar. América Latina, Todo perece a las filosas Garras de los depredadores Del norte, Pedregosos templos


Han sucumbido a los ecos De la pólvora, A la polvareda de Bestias centáureas, A los brotes de las Moscas en el maizal. América Latina, Conquistaremos el cetro Perdido para Volver a escuchar Tus dioses, Para escuchar El consejo perdido, Para sembrar la palabra Que devuelva la esperanza A nuestro tan explotado Pueblo latinoamericano.



En la frondosidad del bosque Caen los árboles y alguien Acecha en la oscuridad, Los animales lloran mientras Te imagino a mi lado, Te abrazo en la espesura Y por instantes me haces feliz. Nadie se atreve a pisotear tu dolor; Me pierdo en helechos y tú corres En busca de tus pesadillas Que lleva mi rostro y conoce tus miedos. La madriguera con los peor de mi existe Y me engaño en no creer, Las hormigas invaden el bosque y un polluelo Es desgarrado por un ave mayor. La culpa martillea mis sienes y es mi triunfo; Intento buscar salida y culpables donde no los hay, Escapo a un campo de hielo, grito muerte, tu nombre, Maldigo al padre, al hijo y al espíritu santo Y por fin confirmo quien realmente soy. Ahora entiendes mis temores, El miedo a conocer lo peor de mí, Dañar a quien no daña, alterar a los juiciosos Y sentir que cualquiera de nosotros puede ser el anticristo.



Fuiste justo entre injustos, La última bocanada de aire Del general Renard, ¡Venganza! ¡Venganza sobre el sometimiento! ¡Venganza sobre la subordinación! ¡Venganza sobre la sumisión de los pueblos! ¡Y justicia por los masacrados en el norte! Atravesaste campos, mares, Bosques, llanos y malezas Para reencontrarte con el tránsito De tu auténtico nombre, Ese de las voces silenciadas, Ese de la sangre derramada, Ese del Iquique luctual. Trashumante, Tu guía es la venganza Que engendra la sangre, La senda no recorrida, El grito del cordero degollado, Un cerro sin nombre, Una llamada de auxilio En la penumbra de la noche.



El infante pueblerino Regaña de las cazuelas de campo, De las legumbres, de los mariscos, De los changles y del muday. El infante pueblerino Cree en la reencarnación De la carne y le aterra El grito del cordero Al ser atravesado por el puñal. Cuando brota el ñachi Reniega de la sangre coagulada, Del olor a carne muerta, De los pelos en la chanfaina, De las migajas en el pebre, De las papas manoseadas, Del barro en los zapatos, De la presencia de Su abuelo, sus tíos y sus padres.


El anciano urbano regaña De la comida rápida, De la televisión alienante, De la usura oligárquica, De los autos de lujo Y de la depredadora transnacional, No encuentra quien le prepare Cazuelas de campo, Legumbres, mariscos, Changles y muday; La ciudad le apesta, Le estresa el ruido de los autos Y los domingos de vigilia laboral. Los murmullos del pasado Lo ausentan de la caótica ciudad, La memoria lo retuerce, No encuentra la sonrisa De su abuelo, el canto de sus tíos, El abrazo de su padre, las caricias De su madre y las tardes De campo bajo el gran parrón.



Bella, En el fondo de tu soberbio Rostro aguarda La muerte, te araña el pecho, Susurra y se rinde a las Negras cuencas de tus ojos. Bella, La muerte reprocha en tu abdomen, Protesta tu modo de amar, El ímpetu ardoroso de tus besos, Le ridiculiza la fuerza Que tienes al amar, Le sulfura la fogosidad que irradias, Le intimidas y te quiere sofocar… Pero no temas, todos tememos a la muerte Y escondemos una calavera bajo la piel. Bella, Consiente mis peticiones, Entiérrame bajo una higuera, Reza por mi alma en pena, Enciende velas para mis plegarias… Te prometo que de la muerte no me levantaras.



El ojo late, palpita, Se remece en su concavidad, En el vacĂ­o que anida, Existe entonces, Existe con la veracidad de Esta realidad poco convincente, Como las flores del purgatorio, Como los rostros desfigurados Del infierno, Como el vuelo que tanto ImaginĂł para aterrorizar A los fatigados, Despreciar a los extenuados, Y a los explotados recordarles Que toda la existencia No merece la pena de existir.



Dejo mi nombre: En los abrazos sinceros, En los pupitres con nuestras iniciales, En los juguetes perdidos de la infancia, En las palabras ocultas, En las pรกginas rasgadas, En el llanto contenido de los desamparados, En el malestar de los dolientes, En las flores de mi sepultura, En las miradas entrecruzadas y En el vidrio ensangrentado por Nuestro pacto de sangre. En los espejos que simularon mi figura Dejo mi perfume primigenio y al individuo Vengativo que en vida no pude apaciguar.



Abandonemos esta tierra Antes de que el gallo cante, Antes que la noche se desplome En los rincones de los Callejones abandonados, Antes que nuestras oraciones Purifiquen nuestros pecados; Huyamos de esta podredumbre, Para que este mundo vuelva a ser Habitable, para que este mundo se Purgue del espantoso germen de nuestra raza, Del mal de nuestras idolatrĂ­as, De las guerras y del odio de nuestros CongĂŠneres. Abandonemos todo quizĂĄs Los dioses en sus oscuras sombras Vuelvan a preguntar por nuestros nombres.



Que los poderosos no Den falsas esperanzas A las multitudes mendigantes, Que la lluvia riegue los Campos secos para Consolar a los hambrientos, Que el filo de la espada atraviese Los corazones apesadumbrados por los Padecimientos del amor no correspondido; Seamos honestos, este mundo No apesta, apestamos nosotros, Y aunque digan que no tenemos reparo Tengo fe en la humanidad, Tengo fe en que algĂşn dĂ­a Lo destruya todo.



(A una vidriería abandonada en el ex mercado de Concepción) Galilea la sombría, Galilea la pérdida, Galilea la olvidada, Galilea la marchita, Galilea derrumbada por la noche, Galilea grisácea de tanto olvido. Fuiste canto, flor, Miel, llovizna, Aurea entre tanto cielo Que abarcaste Y hoy te desprendes del resto. Nada queda de tus Marchas imperiales, Del murmullo del gentío; Tus paredes se atestan de letras Y podredumbres que son Imposibles de descifrar.


El silencio consume tus gritos Y lejanos murmullos se desbarrancan Hacia ocasos imperecederos. Nadie busca tu mirada desahuciada, Nadie busca tu presencia marginada, Todos quieren desprenderse De tu melancรณlico presente sepulcral.



Entre ramajes y copas Nos sentamos a divagar En lo más alto de Lebu, El fuego enciende Nuestras memorias; Es el pueblo el que Nos deslumbra, Nuestras almas se unen En el vaivén de los arboles Que mesen los cerros lebulenses. Todo es silencio cuando gritamos, El eco estremece el orden, Jolgorio y júbilo nos entregan Las gélidas noches de la ciudad del viento, Bastan solo las ganas, El lugar está dispuesto, Los cerros lebulenses ansían nuestra llegada Para oír nuestras infinitas insensateces.



(Gula, tercer círculo del Infierno) ¡Gruñes! El mundo desaparece En su abismo, El lagar se inunda, La mesa irradia especias, Las moscas rondan la sangre, Los asientos se apolillan Como libros y no te sacias En las fauces del escarmiento. Ya no hay caricias Que te contengan, Te ulceras y no soportas Las piedras en el vientre; Dudas, tiemblas, No te detienes, Aplacas el ansia, Te retuerces y Continúas la marcha fúnebre Hacia el despeñadero.


Pestilente yaces En el suelo, Te acosa el miedo A ver larvas en la mesa; Engulles savias, Mantecas rancias, Guisos fermentados, Vinos malogrados. Te quemas Y sufres, Te confundes Escuchando el silencio; Estás raquítico, Entras al matadero, El desollado tú haz de ser, Los animales ríen, Cancerbero no vacila y Festina como buitre con los Rastros de tu piel.



Como los gatos, Buscas caricias Para rechazarlas, Me convences que Donde hay gatos No hay ratas, Solo perros que te Ahuyentan y te ladran. No te busco y vuelves, En medio de la noche Como sombra sigilosa, Replicando maullidos Para mantenerme en calma, Para dormir como lo hacía antes, Lejos de este mundo, Lejos del gentío. Y aunque te ocultes No despiertes, Afuera es oscuro Y acá somos indiferentes, No despiertes, Tu mirada es la noche… Yo no puedo vivir sin la oscuridad de la noche.



(A Pablo de Rokha) Son los perros, El agua turbia de los desahuciados, El agrio fruto de los envenenados, Los espectros que aúllan a la noche, El desconsuelo de lo rutinario, Un ave muerta en alto vuelo. Los perros muerden sus cadenas, Se muerden y sangran para sobrevivir, Huelen el miedo de los hombres Y le ladran como a gatos. Son los perros‌ Algunos los llaman poetas, Otros los llaman los perros.



(J.A.T.F) Desaparecer, Un tiempo desaparecer; Irrumpiré mi pena Para no tentarme, Para imaginarte, Para recordar tus besos, Lo necesito, Debo moverme Para desaparecer. Ven pronto, Estés donde estés, En la pulcritud de la noche, En el ocaso de mis sueños; Ven pronto, Yo aquí… aquí. Luto en las esquinas, Luto sobre mi marcha, Luto en el Sol que se


Derrama a gritos Mientras solo yo Oigo sus lamentos. Me agrieto sin reparos, Camino solo, La tarde es oscura y Tu nombre acelera mi pulso, No es tiempo de despertar, Es tiempo de ver como Perdonas los dĂ­as Muertos de mi felicidad.



(Noveno cĂ­rculo del Infierno) Centurias monopolistas Imponen el insoportable yugo De las masas descorazonadas, Muchedumbres sordas aparentan Miradas viciadas de proyecciones, Relojes puntuales resuenan a diario En los rostros marchitos de los que construyen El mundo que no queremos habitar. El aire expira decadencia, La niebla oculta a los rezagados Que imponen sus locuras a un mundo Perdido en la podredumbre neoliberal, Las grandes urbes reprimen la vista al cielo, En los muros la escarcha dibuja nombres de Personas que jamĂĄs hemos de conocer. El aire es humo, fetidez y muerte Los pĂĄjaros no encuentran el vuelo y Sus sombras se pierden en las oscuras Tinieblas de los sosegados.


Continúa el progreso, informa la televisión, Las aguas se agitan, La tierra agrieta el labrantío, Los humedales vagan bajo el cemento, La nieve rompe sus cristales, El néctar es agrio, Sonreímos y las modas siguen su curso, El sol es negro y la luna refleja la imagen De una alta señora que esquiva la mirada Humana asqueada de la frenética búsqueda Del desarrollo esclavizante de la multitud enajenada.



Soy un sordo a tu voz parca, Es la peste lo que haces y Es la peste lo que no haces; Eres larvas, por la forma en Que te mueves, Es la muerte el halo Oscuro que dejas en cada Paso de tu caminar, Eres sangre en la forma Que desprecias y Es la peste los besos Que guardas para otros Que no soy yo; Eres larvas, muerte, Sangre y peste ÂĄPor quĂŠ te odio!



Aquí estamos aclamando El nombre de los perdidos, Sonriendo junto a fantasmas Que no dejan de recordar Nuestras aflicciones. Ha brotado la semilla, Que de niños abandonamos En un prado ya marchito Donde buscábamos Los últimos rayos del atardecer. Bailando sobre las frías rocas Los ancianos de mármol, Cantan los goces de la vida, Nos llaman a viva voz, Esperan nuestro trayecto Hacia los caminos de Nuestras tenebrosas muertes. Nuestros cuerpos tiemblan, Demuestran miedo, molestia, Angustia de lo que no pudo ser; Busco miradas y todo es oscuro, Todo es silencio… todo es sigilo.





México Sobre mi corazón de nopal Hay un águila devorando una serpiente. Juan Manuel Díaz.

“Instrucciones para despedirse No mire hacia atrás. Suele bastar con eso…” Subcomandante Marcos.




LARVARIO se terminรณ de imprimir en el mes de noviembre del 2018 en los talleres de Opalina Cartonera


Los libros de la editorial opalina Cartonera SON OBJETOS DE ARTE COMPLETAMENTE ARTESANALES - fabricados con nuestras patas delanteras todos hechos con dedicaciรณn, delicadeza y amor

V OP!





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