Cuentos para familias normales / Paulina Correa

Page 1

1


2


Paulina Correa

Opalina Cartonera 3


Cuentos para familias normales Paulina Correa Opalina Cartonera 2017 Diagramación a cargo de Juan Canales Diseño por Francisco Escobar Impreso en Valparaíso, Chile por Opalina Cartonera Primera edición

“Colección Ciudad de Los Sueños” Contacto autor: jp.paulina@gmail.com Este libro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercialSinDerivadas- 3.0 Unported Se permite la reproducción parcial o total de la obra sin fines de lucro y con autorización previa del autor

4


5


6


Empezamos mal Realmente no quería salir, costaba tanto que lo entendieran, como si ellos no hubieran pasado lo mismo alguna vez, así empezamos mal, obligándolo a uno a hacer lo que no quiere, a sacarla por la fuerza. Nadie podía haberme discutido que estaba más cómoda en mi espacio, que podía dormir en un largo baño caliente, no había muchos ruidos molestos, bueno, salvo las discusiones que se oían de tanto en tanto, no tenía que compartir ni verme obligada ver a nadie, podía pasar largas horas sin pensar, con la mente en blanco, un papel sin nada escrito, en fin, era casi el paraíso. Esa mañana sentí discusiones afuera, agitación, un pulso rápido en todo el ambiente. Era el desalojo, lo presentía, me vino el pánico, claro, el mismo que iba a sentir desde entonces de vez en cuando, enfrentarme a los desconocidos, y enfrentarme a los que sí conocía y no tenía muchas ganas de ver, a mis padres, a mis parientes. No es que tuviera prejuicios, obraba con conocimiento de causa, los conocía tan profundamente como ellos no podían sospecharlo, me sobraba el rechazo de mi padre, la neura de mi madre, la compasión de algunas frases, solo el silencio y la mano tranquilizadora de mi abuelo materno, un gran tipo, y el magnetismo callado de mi abuela me convencieron de que debía salir, no había vuelta, mal que mal alguna vez uno debe madurar, dar un paso adelante, ver la luz, ser alguien. Me relajé lo 7


mĂĄs que pude, puse todo de mi parte y finalmente nacĂ­.

8


El Zorro Nadie puede dudar de mi astucia y valentía. Mi destreza con la espada y mi hábil ojo con la pistola han sido probados en innumerables contiendas. Allí donde el mal pretende avanzar estoy yo para frenarlo. Mi capa negra flota soberbia a mi paso, el sombrero impecable luce sobre mi cabeza y el antifaz da realce y misterio a mi mirada. Espada en cinto entro al lugar. Bajo el sol de primavera los veo a todos correr, saltar y reír. Por supuesto nadie me reconoce, camino entre ellos causando sensación, mis botas negras me dan paso firme y resuelto. De improviso un reto, una espada desenfundada me apunta, el aire se detiene, un circulo se forma alrededor de los contrincantes. Con un giro de mano la capa vuela y mi fiel florete sale a relucir, las armas se cruzan, es un pirata no hay duda, su vestuario lo delata, no hay que bajar la guardia, el truhán no es de confiar. Avanzo, lo acorralo, queda desarmado ante una estocada. Vencido me estira la mano, ganaste, me dice, pero no te conozco, cuál es tu nombre, el Zorro contesto, los pocos que quedan alrededor ríen ante mi respuesta, claro me dice, el Zorro, pero de qué curso eres, no te conocía. Del tuyo contesto, mientras me saco el antifaz, un silencio mortal cruza el patio, un niño disfrazado de marino grita ¡es niña, el zorro no puede ser niña!

9


Paty Ninguna relación se hace en un día, la nuestra tampoco. Paty y yo nos conocimos para mi cumpleaños, reconozco que no me entusiasme mucho, primero la miré con bastante desconfianza, no nos parecíamos nada, ella era rubia, de pelo corto y ojos azules, blanca, un tanto rosada, usaba un vestidito a cuadros con una impecable pechera blanca, zapatos y calcetines blancos. No hablaba y yo tampoco le hablé. En la noche insistieron en que tenía que dormir con ella, el asunto me pareció incómodo y vergonzoso. En los días siguientes además me vi obligada a pasearla por el barrio y presentarla cuando me lo pedían. Una tarde que yo estaba estudiando sentí su mirada sobre mí, tenía un aire medio triste, creí ver un punto brillante en su mejilla, diría una lágrima, me acerqué. En un segundo vistazo nos parecíamos, estaba algo gordita, su sonrisa tenía un dejo triste y no era lo que se llama bonita. Paty no era una princesita de cuento y yo tampoco, nos dimos una oportunidad, desde ese día la lleve voluntariamente a todos lados, me acompañaba cuando regaba el patio, le leía cuentos, tomaba té, veíamos televisión juntas y en la noche le contaba mis problemas y ella me daba su opinión. Me entendía.

10


Mi abuelita estaba contenta porque era la primera vez que yo mostraba afinidad con una muñeca, es que Paty era una amiga. A la Navidad siguiente, cuando abrimos los regalos, venía una radiante muñeca Barbie, llena de accesorios, delgada y perfecta. Su larga cabellera flotaba como en las películas, el vestido de gasa le daba un toque angelical. Mientras los demás seguían abriendo paquetes tomé a Paty y a la recién llegada y salí a la puerta de calle. Espere un poco, hasta que vi alguien acercarse por la vereda. En un movimiento rápido deje a la nueva en pleno pavimento, mi amiga y yo entramos y vimos por la ventana cómo el hombre se agachaba y la guardaba sin pensarlo en su bolsillo. Las princesas siempre encuentran dueño, y nosotras de nuevo estábamos en paz.

11


Platos sucios La suciedad me rodea, se alza en torres de platos y minaretes de esponjas verdes, amarillas, todas jabonosas y expectantes ante mi mirada. El rito diario de alimentar a la familia tiene ese cara y sello, esa trastienda en que quedan pedazos de carne repudiados, servilletas perdidas en aceite de oliva, briznas de gula pegadas a los tenedores. Me someto a mi rol histórico, dejo colgada afuera la pretenciosa carcasa profesional, el aire de seguridad, la mirada asertiva e implacable que luzco en la oficina para reducirme a la esencia de mi ser, una mujer. Ahí parada examino con atención los productos etiquetados con atractivos colores, como las bolitas de vidrio que se daba a los indígenas, todo hermoso, radiante la sonrisa de la mujer rubia, alta, salida de una pasarela de Dior que proclama su adhesión al detergente liquido. La sabiduría de mi abuela se me viene a la mente cuando ella ya me introducía en las artes del enjuague y el pulido. Nada, me dijo, nada ni los estudios más elaborados te van a liberar de tu naturaleza, de tu destino, por eso lava, lava, y yo hundía mis manos en esa lavaza iniciática. Como un rito de paso sentía el agua caliente borrando mis huellas digitales, dejándome en esa labor como se debía, sin pretensiones de identidad. Ahora los platos cierran filas en torno a mí, de fondo siento las aclamaciones que provienen de las piezas de los niños, del sofá en que mi marido lee el 12


diario acogido a su sagrado reposo. La música, el tecleo del computador, el ronquido del sueño, me avisan de que todos disfrutan estos minutos mientras yo encaro la suciedad. Esto no es un juego, es un proceso delicado, cada plato y copa es un mundo. El jabón no va por cualquier lado, el pulido de los cuchillos debe tener ese movimiento exacto, firme pero sutil, que no deje rayas y sin embargo retire la mugre, igual que mi matrimonio, movimientos leves, sinuosos que salvan la relación sacando la mugre, la tristeza, el desengaño y el desconsuelo justo hasta el punto en que la argolla vuelve a lucir radiante, sin mácula. La olla no cede, presenta resistencia en su fondo quemado, es que hay cosas que no logran removerse sin dañar la superficie, sin abrir heridas en el metal que al final se va oxidando, lentamente, en cada nuevo encuentro con la esponja metálica que la friega inmisericorde, así tu infidelidad quedo recocida en el fondo de mi alma, no hubo remojo que lograra ablandar los restos de mis ilusiones, se desprendieron solo con un movimiento violento en que salió todo incluidos pedazos del esmalte de mi amor por ti. El agua escurre por el piso, desde luego nunca va a llegar a los pies de mi marido, nunca el oleaje del lavaplatos lo va a salpicar, él está en otro espacio. Mi hijo mayor pasa como un fantasma por mi lado, su cabeza desaparece en el refrigerador, siento ruidos, gracias a Dios la ingesta no produce más platos sucios. No me mira, desde el fondo de su ser 13


de hombre en crecimiento sabe que no debe mirar, que las manos enrojecidas, la nariz cubierta de gotitas de sudor no existen, no son, porque si son podrían generar alguna empatía, quizás el remordimiento de no ayudar, el reconocimiento del trabajo que no debe serlo, porque mamá es mágica. Todo funciona sin esfuerzo, todo es perfecto y entonces esa mujer sudorosa y mojada, ese cabello despeinado, esos dedos jabonosos y cansados no pueden ser los de la madre, son una mala visión que hay que obviar. Las copas se van ordenando brillantes, esperanzadoras, ávidas de llenarse de nuevas ilusiones, las contemplo, cuantos brindis, con un paño suave trato de borrar todas las manchas pequeñas, las hipocresías, la huella de labios que se apretan para no hablar. Detrás de mi barrera de loza que alguien ha comenzado a secar. Siento una respiración agitada, veo un mechón de pelo, el espanto me deja inmovilizada, unas manitos alzan una fuente y la secan con destreza. Veo una muñeca abandonada en el suelo, el corazón se me apreta, detrás de la fuente está mi hija, me mira sonriente, arremangada, con el pelo tomado a la rápida, su vestidito primoroso adornado con gotitas de agua. Yo puedo me dice, y alcanzo a alzarla en mis brazos antes que sumerja su brazos en el agua caliente, antes que el rito se repita, antes que comience a lavar manchas que su vida aún no tiene, antes que aprenda a restregar sus penas en una cocina. 14


La tomo de la mano y recojo mi cartera, dejo caer el paĂąo de repasar sobre el diario que lees, mi hija toma de la mano su muĂąeca. Las tres partimos, en algĂşn lugar nos espera un helado cuya copa no vamos a lavar.

15


Feliz año La pantalla del televisor muestra imágenes de la torre Entel, miles de personas ansiosas esperando por el año nuevo, por la partida de nuevas esperanzas, por esos deseos pendientes. El pavo luce solitario en medio de la mesa, engalanado con papas duquesa y verduras, los cubiertos abandonados sobre los platos, una copa a medio tomar. En un ropero dos niños pequeños se esconden bajo los colgadores, los corazones acelerados, se abrazan. En una habitación contigua una niña llora, llora sin poder parar. El tono de la conversación había subido, los hombres gritan, el poder lo tiene el que grita más, de las palabras hirientes pasaron a agresiones directas. El dueño de casa marca su territorio, avanza increpando a su padre hacia la salida del departamento. Pelea de jauría de machos, el otro hermano también agrede a su padre a gritos destemplados, y a la vez a su hermano. El padre los increpa, apela al respeto, a su edad, no hay caso, el dueño de casa lo toma de las solapas y comienza a arrastrarlo hacia la salida, lo empuja, lo va a echar a golpes de su casa. Nadie lo vio venir, de un ágil salto el adolescente, el macho más joven, se interpone entre padre y 16


abuelo, al viejo no lo toca nadie, padre e hijo se miran desafiantes. El hombre exasperado toma a su hijo del cuello y lo comienza a asfixiar, algo brilla en el aire, la mujer le entierra un cuchillo en el brazo el marido, mi hijo no, tras el grito de dolor del herido se hace el silencio, los hombres quedan atĂłnitos. Es media noche, la mujer abraza a sus hijos, no queda nadie mĂĄs en el departamento, por fin es un aĂąo nuevo.

17


Alivio Se tomó un gin tonic, la tarde se había puesto complicada. El día antes había temblado, mal augurio, el cielo se había quedado como entre dos mundos, con esa temperatura en el aire que te hacía esperar lo peor. Había reunión de partido, pero se quedó tendida en la cama, mirando un punto lejano en el techo. Igual seguía los comentarios de los compañeros por wasap, nada sesudo, lugares comunes, pero que más se podía pedir, en el estado que estaban las cosas. Nunca le había gustado el gin, era un asunto de los últimos meses, el pensamiento se le hacía difuso y extraordinariamente claro a la vez. Pensaba en los ciclos de su vida, marcados por las elecciones, así como para los campesinos había cosecha y siembra, para ella había derrota y triunfo, cada uno con esa cosa operática, absoluta, del cambio total. La última vez que habían perdido el gobierno, la salvo el terremoto. Justo a días del cambio, la tierra se manifestó con furia, y sus inapreciables servicios se hicieron necesarios, salvó el pellejo en el momento, y luego la inercia del sistema hizo lo suyo. Pero ahora pasados los años, la situación la encontraba con una deuda de consumo, un hipotecario al que le quedaban diez años, y dos 18


adolescentes a medio camino de la universidad, mal, mal. Se puso la chaqueta de cuero, unos lentes oscuros, guardó en la cartera un sobre con una foto y unos datos. De ahí al cajero automático, saco doscientos mil, le pareció casi un chiste, un ofertón. El taxi se movía lento entre el taco hacia calle Pedro Montt, en el bolsillo llevaba aferrado el sobre. La decisión estaba bien tomada, esto resolvería todo, quedaba un fin de semana para el cambio de mando, había que actuar rápido. La puerta de la penitenciaría estaba llena de familiares esperando entrar a ver a los internos, casi un campamento, niños, mujeres, puestos de comida. Ahí, como le habían indicado, al costado izquierdo de la puerta de entrada, estaba el hombre, delgado, huesudo, con una gorra negra con una placa de metal, tal como le habían dicho. Se acercó e intercambiaron las frases acordadas, luego todo muy rápido, ella deslizó el sobre en el bolso del hombre, y él se fue rápido del lugar. El asunto estaba planificado para el domingo a la tarde, justo el día antes de la entrega de la presidencia. Aprovechó el fin de semana en ordenar papeles, caminar por la ciudad, por los lugares que más le gustaban, y finalmente llevo a sus hijos a almorzar a ese lugar con terraza al que iban siempre. 19


Al atardecer, tomó otro gin tonic y miro bajar la luz por la cordillera, tenía cincuenta y dos años, una vida intensa, muy buenos recuerdos, dos hijos maravillosos, que se merecían un buen futuro. No podría afrontar cuatro años de cesantía, ellos perderían todo, la casa, los estudios, sería la pobreza y la desgracia. Ésta vez no podía esperar cuatro años para recuperarse, para entonces sería definitivamente vieja. Dejo las carpetas sobre el escritorio, a la mano, y con los documentos pertinentes a la vista. Paso al baño, repaso su rostro con la mirada, luego entro a la pieza de cada uno de los niños. Qué grandes se veían, les dio un beso, tomó la chaqueta y salió. Al llegar a Plaza Brasil ya estaba oscuro, se quedó cerca de los juegos, ahora desiertos, recordó cuando venía con sus hijos. De las sombras vio que venía hacia ella un desconocido, un hombre mediano, inexpresivo, lo vio sacar el arma y disparar, una, dos veces cuando ya estaba en el piso. El tipo huyó, ella sonreía. El seguro pagaría las deudas, el departamento quedaría para los niños, podrían terminar la universidad. Habían ganado el gobierno, pero no se la habían jodido, ésta vez no se la habían jodido. 20


Mutante El sol se reflejaba en las puertas vidriadas, se detuvo frente a ellas, no porque dudará, más bien porque quería marcar una pausa, sonaba ridículo, pero entrar a esa peluquería tenía un significado. Asumía que esto era como pasar a la clandestinidad, o quizás convertirse en un ser humano encubierto en medio de una sociedad extraña. Estaba todo cuidadosamente planeado, pero eso no lo hacía menos cuesta arriba. Al entrar, la chica de recepción la examinó con ojos conmiserativos, sin duda un caso grave, pero por un precio adecuado tendría salvación. El país había cambiado, la gente, el entorno, su militancia, su compromiso, la trascendencia que le daba a algunos asuntos, revelaban que se había vuelto vieja, obsoleta, fuera de lugar. Ya no rememoraba episodios del pasado con nadie, ni con aquellos con los que había compartido días de lucha. Para ellos, también habían comenzado a ser molestos, evidencia de vejez. Hacía dos días, por un milagro inexplicable, un headhunter se había detenido en su perfil y la había contactado, un error en la base datos, un milagro, qué importaba, una oportunidad que había que aprovechar. La conversación fluida terminó en una cita para una entrevista de trabajo. El cliente provenía de una 21


organización no revelada, pero que pertenecía al sector comercial y buscaba alguien parecido a ella. Cuando cortó el teléfono, su mirada se detuvo en el espejo, y concluyó que a esa mujer que veía ahí claramente no la estaban buscando. El salón era amplio, los estilistas se agitaban como abejorros en torno a la clientela, el sujeto que la atendió la examinó con aire profesional y le hizo varias ofertas. Un rato después le embadurnaba el cabello con una mezcla pegajosa, las canas ganadas con sincero estrés durante los últimos años desaparecían, al igual que la melena eterna, sostenida desde los tiempos de las protestas estudiantiles. Mientras esperaba el milagro cosmético, tuvo tiempo para hojear las revistas. Construir un personaje requiere observación. Paró en las fotos de eventos, ahí los actuales protagonistas de la historia nacional sonreían a destajo, si es que aún el país tenía historia. Agradeció tremendamente no ser hombre, los tipos aparecían con barbas dignas de la época victoriana, unos mostachos engominados y humitas que pudieron lucir sus abuelos. Al salir del salón, comprobó que se veía más joven, pero que faltaba coherencia entre la imagen y lo que estaba pensando, esa sería la peor parte. Decidió invertir en vestuario, nadie que tuviera menos de cuarenta seguía usando trajes formales, el viejo modelito sastre estaba reservado para 22


secretarías y veteranas de la administración. La ropa tenía que decir cosas, eligió una copia exacta de una tenida que le vio a la emprendedora del año, cambió su cartera por una mochila en la que metió el computador, y volvió a casa para pasar a la etapa más jodida, el cambio interno. ¿Cómo encajar en una sociedad en que Steve Jobs estaba arriba en el ranking sobre Mandela o Martín Luther King, o un youtouber tenía más likes que Gandhi? Sospechaba que, por su parte, se había vuelto grave, severa, trascendente, quizás debía intentar aligerar la carga, unirse a la manada, pensar por una vez solo en si misma. Tendida en la cama, repasó su vida: sin falso orgullo, sentía que había tenido la oportunidad única de vivir un momento crucial para el país, de cambiar algo, de ser joven y comprometida, tiempo de héroes, claro hoy todo eso era un molesto recuerdo para las nuevas generaciones. Los recuerdos no pagan cuentas. A nadie le importaba ya la gente que vivía la marginalidad y la pobreza, incluso éstas habían cambiado. La mezcla con drogas, delincuencia e inmigración cuestionada, le daban el pretexto justo a todos para focalizar sus esfuerzos en la ayuda a los gatos desvalidos, el reciclaje de vidrio o el cierre de los zoológicos. Algunos aún compraban el perdón divino en remozadas versiones de caridad, pero nadie pensaba 23


que el sistema estaba mal. Se hizo la lista de las posibles preguntas, la actitud corporal correcta, el tono de voz, el punto medio entre seguridad y pedantería. Las preguntas personales eran más fáciles de contestar ahora que hacía diez años, nadie se cuestionaba hoy a una mujer dedicada a su carrera, ya nadie preguntaba por marido e hijos si no aparecían declarados, y a su edad ya era imposible tenerlos. Repasó mentalmente sus nuevos hobbies, desde luego diría que se movilizaba en bicicleta, que era vegana y que pasaba largo rato procesando sus desechos para hacer compost para su huerto orgánico. Le gustaba mucho Coldplay y había ido al último recital, tenía un perro que había recogido de la calle y que era su máximo amor. Desde luego no había militado nunca, qué espanto, y no votaba. Lo repitió en voz alta, sonó convincente. La entrevista se dio en términos joviales, su actuación impecable, al punto que al verla la comisión olvidó la fecha de nacimiento que aparecía en sus antecedentes. La empresa contratante estaba en plena modernización, su perfil les venía y finalmente la reclutaron. Al llegar al piso 20, la inmensa planta libre se 24


mostró ante sus ojos, un silencio monacal reinaba, tanto que dudó si había alguien ahí. Desde el ventanal, Santiago parecía hermoso, el sector oriente poblado de verde, la cordillera majestuosa. Actuar un rato es una cosa, pero como en un cómic de mutantes algo aquí puede salir mal. La posición que ocupaba reportaba al director, a quien no veía nunca, en ese espacio impersonal y tecnologizado no era necesario. Los trabajadores de la empresa estaban ordenados en estamentos estrictamente jerarquizados, los regímenes laborales y beneficios muy diferenciados, y el contacto entre todos minimizado por la barrera que cada piso inteligente marcaba. No se hablaban, los contactos solo estaban canalizados por obedientes mandos medios. La asimilación hasta aquí iba bien, sin embargo, algo se removía en lo profundo de su ser. Esa mañana fue convocada una reunión a lo que en la agenda de Google aparecía bajo el título de futuro 5.0. La presentación central demostraba cómo bajo el uso de plataformas virtuales y tecnología 3D, el noventa por ciento de los trabajadores manuales se hacían innecesarios y el desafío era cómo desvincularlos al más bajo costo y a la brevedad, tarea que requería la labor más eficiente de la nueva colaboradora, la abogado del piso 20. 25


En su mente pasaron con rapidez los mecanismos que eran pertinentes, uno en particular usado para cerrar y dejar a la gente sin derecho a casi nada, rápido, como un corte de bisturí, que como pedía el gerente, sacaría la grasa de la organización. Sin embargo, no dijo nada, no aprovechó para lucirse ante sus nuevos jefes, que ya habían dado por terminada la reunión y solo le pidieron para dos días más su propuesta de solución. Las cuarenta y ocho horas que siguieron fueron intensas, consultó la jurisprudencia, hizo la relación de los hechos, revisó los antecedentes de la empresa. El día en que debía exponer la solución ante el comité, se despertó muy temprano. Partió a la oficina, una vez allí ordeno todo en tres carpetas: tres posibles soluciones, cerró su computador, recogió sus cosas, miró por el ventanal hacia el parque y admiró el verde bajo el sol de la mañana. El ascensor se abrió, subió, las carpetas firmemente apegadas a su cuerpo, el descenso era casi imperceptible, pasó por los pisos de las distintas gerencias conteniendo la respiración, meditaba en la consecuencia de sus actos. Las puertas del ascensor se abrieron, atravesó el hall, salió al jardín corporativo, ahí recibió el abrazo de la gente, de los dirigentes del sindicato mientras subían al taxi que los llevaría a la corte, tres recursos, tres soluciones distintas a interponer para salvar su alma. 26


Taxímetro Las carreras van mal esa mañana, los pasajeros solo va a pocas cuadras, ser taxista es una apuesta, y hay días en que no se gana. Piensa que ya es hora de irse a casa, esperar que en la tarde cambie la mala racha, solo una vuelta más para probar suerte. A media cuadra una mujer le hace señas, tiene a su lado una maleta, podría ser la carrera salvadora, y lo es, va al aeropuerto. Él comienza a hablar, siempre lo hace con los pasajeros. Estudia psicología en las noches, le gusta practicar con los desconocidos que trasladada, intentar conocerlos, intuir cómo están. La forma de sentarse, el tono de voz, alguna mirada perdida por la ventanilla, algunos comunicativos, otros ausentes, de todo. Ella se ve mal, por el retrovisor ve que algunas lágrimas se asoman bajo los lentes oscuros. Le pregunta dónde va, dice que a Isla de Pascua, con la misma entonación y entusiasmo que si fuera a un banco. No se ve feliz de viajar, a él le parecería un sueño, en vez de conducir en el calor del verano, para pagar la universidad. Hay un taco, él se da vuelta y le sonríe, trata de animarla, le ofrece un dulce, le pregunta por el horario de salida del vuelo, teme que lo pierda.

27


Ella lo mira con atención, suavemente comienza a saborear el caramelo, casi como un antídoto para la pena. No, no están atrasados, el vuelo sale mucho más tarde, salió de su casa antes porque no tenía nada que hacer ahí. Almorzar en el aeropuerto ofrecía más atractivo que hacerlo sola en su casa. Él le cuenta de sus estudios, del trabajo, que los sábados son mejores que los domingos, que le ha salvado el día porque estaba muy malo. Ella lo examina con detención, es joven, tiene esa actitud, ese entusiasmo. Bonitos ojos piensa, habla mucho para un futuro psicólogo, siempre son callados, casi inexpresivos. El taco parece ceder, el taxi se mueve, el auto de atrás no frena a tiempo y lo impacta, la mujer cae con fuerza sobre el respaldo del asiento delantero. Los lentes están quebrados, él le retira los pedazos con cuidado y verifica que no tiene cortes. La acomoda en el asiento de adelante para evitar los pedazos de cristal. No, no tiene daños aparentes, la toma de la mano y la calma, ella sonríe, está despeinada, la ropa en desorden, pero sonríe. Él va a mirar el estado del auto, qué desgracia, unas abolladuras profundas. El otro conductor se deshace en explicaciones, vuelve a buscar un lápiz con que anotar los datos. Ella le pasa una tarjeta, es suya, es abogado, que se la pase al otro, que no se preocupe que en su oficina le verán el asunto gratis en su ausencia. 28


Que le ha caído bien, que le agradece su preocupación por el golpe. Siguen camino, ella se ha arreglado el pelo y recompuesto el maquillaje, le pone la mano al descuido en el hombro, de cerca los ojos del taxista son aún más bonitos, él le cuenta que trabaja muchas horas porque vive solo, nadie lo espera. La tarjeta de identificación cuelga delante, sale optimista sonriendo, en la foto, ahí su nombre y sus datos. Ella saca el celular y entra a la página de la aerolínea, al vuelo, los ojos le brillan como niña mala. Están en el estacionamiento del aeropuerto, sacan la maleta, paga la carrera. Se produce un silencio, pero no es incómodo. Ella sonríe suavemente, como niña traviesa se acerca y le acaricia la barba, lo besa, el taxista no escapa. El hotel del aeropuerto es de paso, para gente que hace conexiones largas, ellos están haciendo una conexión distinta. Él no sintió como subía a la habitación, y luego de estar juntos no tuvo apuro de partir. Ella lo mira vestirse, de verdad le ha gustado estar con él. Se acerca la hora de salida, están en la fila, el taxista la tiene tomada de la mano, cada cual tiene su tarjeta de embarque, en primera siempre hay cupo. 29


Fobia El miedo al dentista es una cosa bastante común, casi no da para considerarla una fobia, ¿quién podría negar que esos sujetos provocan dolores efectivos, amenazan con instrumentos que algunos servicios de seguridad envidiarían, y más aún cobran sumas inmensas por este proceso? El sillón, además, era incómodo. Importado de algún país del primer mundo consideraba pacientes de mucho mayor estatura, así que además debía hacer un esfuerzo por no resbalar y terminar en una posición ridícula. No quedaba obturación de Recordaba que había sido en años.

otra, había venido porque una hacía cuarenta años había cedido. además su última visita al dentista una situación similar, hacía doce

Ningún comercial luminoso de pasta de dientes lo había convencido nunca de la conveniencia de la visita anual. La imagen enmascarada del dentista se acercó de manera peligrosa a su rostro, mientras una delgadísima aguja penetraba la boca. La anestesia comenzó a fluir por su torrente sanguíneo, de manera fugaz recordó que no había comido nada, cómo hacerlo con el dolor del canino afectado. El efecto fue inmediato. Por su mente pasaron varias imágenes, una era la de su cama, así que intentó ponerse en posición 30


fetal y dormir un ratito, pero alguien insistía en ponerlo derecho. Seguro era su tía, esa señora tenía una manía con la ropa de cama y siempre lo dejaba enlulado como una momia, decía que era bueno para la columna, que fuera un niño bueno, esa vieja nunca le gustó. Sentía el murmullo del agua, qué bonito Pucón, ahí había conocido a Anita, ella lo encontraba tan formal, iba a mostrarle que había cambiado. De un movimiento ágil se sacó los zapatos, iba a meter los pies en las heladas aguas de lago, pero el lago ya no estaba y en cambio alguien lo cubría con algo como una manta, si Anita se hubiera quedado al menos, pero ya no la veía. Sentía voces, gritos, seguro los iban a anotar a todos por desorden, el pizarrón se veía luminoso, el profesor estaba detrás de ellos, porque la voz gruesa seguía dando órdenes que no comprendía. Quiso pararse, se acordó que no había pedido permiso y levantó la mano. No hubo respuesta, esto era terrible porque tenía con urgencia que ir al baño, los curas siempre decían que había que ir en el recreo pero no se acordaba hacía cuánto tiempo había sido el último. La pelota la había dejado en el patio, porque alargó el brazo y no la encontró bajo su asiento, alguien trato de sujetarlo por los hombros, seguro que estaban jugando caballito de bronce y no se había dado cuenta, qué raro. Los colores eran tan lindos, la cuna le gustaba mucho, sobre todo chupar la madera de los palitos, 31


tenía un gusto rico y además cuando picaban las encías era fantástico apretarlas en la madera, daba la sensación de que todo iba a pasar. Su mamá decía que el tío Juan era el mejor dentista del mundo, que además era su padrino, así que no había que temerle y lo dejaría jugar en la clínica. Pero ahora se veía raro, la máscara verde y esos lentes pequeñitos. Muy raro el baño, tan alto, pero el borde helado se veía muy limpio, no parecía el del colegio siempre sucio, se bajó los pantalones e intento por fin apuntarle a ese baño diminuto, pero la gritería volvió: en segundos, lo tenían envuelto en una frazada, qué manía. El coro era pésimo, el repertorio peor, pero siempre le gustó cantar esa parte del himno del colegio, sonaba a heroísmo, a que grandes cosas vendrían, se puso a cantar con voz firme, pero su lengua parecía de otro, traposa. Sintió que iba a perder el conocimiento, las manos le sudaban y sintió el plástico pegajoso del sillón bajo sus palmas. El corazón le salía por la boca, en un momento vio a su padrino, el tío Juan, que le ordenaba la ropa. El sillón era otro negro y gigantesco, él volvía de un ensueño. Había sentido vagamente antes que su padrino le desabrochaba la ropa, quiso preguntar para qué si era un dentista, pero su madre estaba afuera en la sala de espera, el sueño le cerraba los ojos, solo recordaba la mano inmensa sobre su estómago. 32


El dentista está fuera de sí, el paciente está en shock, le hace masaje cardiaco, la asistente ha llamado a urgencias. No quiere que lo toquen, siente un dolor agudo en el pecho y alguien más encima parece presionarlo con todas sus fuerzas. Su madre no llega, no viene, él la llama con la lengua traposa, se va a escapar, el tío Juan no lo va a tocar nunca más, no vendrá más al dentista, nunca más. El equipo de urgencias apenas entra en el ascensor del edificio, la camilla atravesada, bajan corriendo. Sobre el sillón del dentista un hombre está en paro, el desfibrilador zumba en el aire. El paciente da un salto, reacciona, los paramédicos lo suben a la camilla, deberán bajar por la escalera, el hombre solo llora calladamente, todos piensan que es la angustia del momento, pero quizás es algo que recordó.

33


34


35


Cuentos para familias normales Paulina Correa se terminรณ de imprimir en el mes de mayo del 2017 en los talleres de editorial Opalina Cartonera

36


Los libros de la editorial opalina cartonera SON OBJETOS DE ARTE COMPLETAMENTE ARTESANALES - fabricados con nuestras patas delanteras todos hechos con dedicaciรณn, delicadeza y voluntad

37


38


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.