Historias de hombres demasiado comunes / Paulina Correa

Page 1

1


2


Paulina Correa

Opalina Cartonera 3


Historias de hombres demasiado comunes Paulina Correa Opalina Cartonera 2017 Diagramación a cargo de Juan Canales Diseño por Francisco Escobar Impreso en Valparaíso, Chile por Opalina Cartonera Primera edición

“Colección Ciudad de Los Sueños” Contacto autor: jp.paulina@gmail.com Este libro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercialSinDerivadas- 3.0 Unported Se permite la reproducción parcial o total de la obra sin fines de lucro y con autorización previa del autor

4


5


6


Cuento de sicarios El viaje había surgido de improviso, al parecer era un tema urgente, no le gustaba la falta de preparación. El vuelo era corto y en un rato estaría en Santiago, el maldito paso por los Andes, nunca se sabía cuando las turbulencias te podían arruinar el estómago y los nervios. Santiago era tan feo además, lo bueno es que es chico y uno se ubica rápido, es plomo, como los chilenos, tan callados, tan poca cosa, se dejan hacer por cualquiera, falta de cojones diría uno. Aprehensivos, siempre miedosos, jugaban a la segura, no tenían costumbre con la muerte y de ser posible la evitaban. Había conocido buenos estafadores chilenos, pero ningún asesino memorable. Buenos en los negocios, ahí agachaditos en su laburo se habían convertido en la economía fuerte del barrio. Se habían puesto corruptos, pero sin cancha, sin perfil, sin manejo, y sobre todo sin el valor para resolver sus propios asuntos. Sin gente que supiera, como él, sacarles los estorbos del camino. El asunto es que se abre un mercado nuevo, al parecer casi virgen, así que hay que entrar bien, posicionarse, dejar una buena impresión, así se hacen negocios. 7


A los chilenos les gusta la cosa discreta, nada de notoriedad. Si mandaban matar era como último recurso, no buscaban producir miedo con escenas de carnicería, no era la idea dar muertes ejemplares. Solo era muerte, parca, silenciosa y anónima. Por eso lo habían llamado, tenía buenas referencias, su trabajo en Buenos Aires era impecable. Eseiza estaba lleno esa mañana, como si medio país quisiera salir. Le iba a comprar algo a los chicos en el Duty free, de esos chocolates que tanto les gustan. Cada vez que salía por trabajo le encargaban algo, de Chile qué les podía traer, algo del aeropuerto igual, no tendría mucho tiempo. Pensó en que llegando debía ocuparse de los implementos, ir a esa avenida, la calle Bulnes, ahí era un excelente lugar, buenos precios y gente amable. En Chile la cosa es simple, mucho asaltante callejero, mucha arma blanca. Dicen que ahora ya se han puesto más agresivos, y se manejan con fierros, pero eso siempre deja huella, y además no hay tiempo para hacerse de uno. El vuelo, para su disgusto, tuvo los clásicos vacíos con bajadas del avión, pensó que había cobrado poco, que le debían un recargo por el mal rato. La entrada a Chile fue lenta, se dio cuenta de que junto con él iban entrando muchos con cara de inmigrantes, haitianos, colombianos, gente de 8


quizás dónde. Eso era nuevo, los chilenitos se estaban poniendo populares. La avenida Bulnes ofrecía una variedad bastante buena, se notaba que les gustaban los cuchillos, desde unos machetes descomunales, hasta cortaplumas automáticas minúsculas, de todo, se sabía que en el ambiente local eran buenos en el rubro. Recordaba a uno, que a la salida de un partido de Boca con la Universidad de Chile en Buenos Aires, le había hecho frente cerca del estadio. Un tipo bajo, medio cuadrado, con cara achinada, dos movimientos y vio el reflejo de la hoja en el aire, pero la Boca es la Boca y terminó igual en el riachuelo, un tiro en la frente. Claro, acá es Santiago, y hay que dar la idea de que el asunto es un asalto común, además es un forro cruzar un arma en un vuelo. Eligió un cuchillo de buen peso, hoja larga, dentada en la parte final, de esos que al salir hacen más daño que al entrar. La mina de la foto podía ser cualquier chilena, se le hacían todas parecidas, por lo que puso empeño en los detalles y las instrucciones. La pieza de la pensión era una miseria, quedaba cerca de la Estación Central, el tipo de recepción casi no lo miró, esa era la gracia, pasaría unas horas ahí hasta recibir la llamada, pagó por adelantado, no habría huella que dejar. 9


La voz al otro lado de la línea era timorata, se notaba, le dió el lugar y la hora y cortó sin más. Tomó un taxi, ya caía la tarde, recorrió la cuadra, verificó el entorno, y luego esperó. La mujer salió puntual de un edificio, tenía mala cara, iba abrazada a unas carpetas, daba la impresión de alguien angustiado, quizás hasta le estaba haciendo un favor. La siguió llevándole el paso, al doblar la esquina la tuvo en la posición ideal. Salvo que se lo pidieran expresamente, no le gustaba hacer sufrir a la gente, así que la estocada fue limpia al corazón. La mujer se dobló sobre sus rodillas, tuvo un espasmo, él la remató de una segunda cuchillada, la sangre corría por el pavimento, esperó hasta que estuvo seguro que había muerto, tomó la cartera y se alejó del lugar. La curiosidad es mala en este negocio, así que en un rato la cartera cerrada se hundía en el río Mapocho, al igual que el cuchillo. Las aguas sucias y torrentosas se llevaron todo en segundos. El taxi al aeropuerto se metió en un taco, mientras él verificaba el depósito en su cuenta de banco. Los chilenos le habían cumplido bien. En el aeropuerto compró unos pingüinos de peluche, una pulsera de cobre para su mujer y tomó un café mientras esperaba el embarque. El noticiario pasaba por incendios forestales y noticias políticas, escándalos de farándula, cuando 10


en primer plano sale la foto de la mujer, era la misma. Su cuerpo hallado en una calle del centro aparecía cubierto por una lona, mientras el periodista comentaba sobre el asesinato, de la que fuera la tesorera de un partido político, recientemente involucrado en irregularidades. El asunto no le gustó nada, mucha notoriedad, en todo caso faltaba poco para el embarque. Pasó al baño, se lavó la cara, pensó con molestia en las posibles turbulencias del vuelo. De una cabina salió un hombre, saludó muy cortés, un colombiano pensó, ese acento tan educado. El corte fue limpio, a la altura de la arteria, en el piso una bolsa ensangrentada del duty free. Mientras perdía el conocimiento, pensó en lo desprolijo del trabajo de su colega, todo iba a quedar hecho un desastre, pero gentil, el colombiano había sido rápido.

11


Pasión El volumen era antiguo, una edición limitada, las hojas más bien gruesas y en un papel levemente gratinado se encontraban amarillas, los bordes irregulares hablaban de alguna páginas que habían sido separadas a golpe de abre carta, como siameses en peligro. Al tacto la tapa era suave, casi libidinosa, los dedos resbalaban por la superficie, los colores desgastados le daban un tono nostálgico, y el olor, aah!, el olor era embriagador, de solo hojearlo emanaban aromas perturbadores. La tinta había penetrado hacía décadas en lo profundo de las páginas, incrustando las letras para siempre en ellas. Cada sábado sin falta caminaba por la calle Merced, el corazón acelerado antes del encuentro, el local oscuro y silencioso, lugar preciso para desencadenar su pasión. El dueño no debía sospechar nada, así primero daba unas vueltas con aire distraído, tomaba esto y aquello fingiendo interés, a veces preguntaba precios, finalmente compraba una nadería, un libro insípido y accesible, era el precio por disfrutar del verdadero placer que ocultaba la librería, entre todos los ejemplares antiguos, parapetado en un anaquel bien camuflado, tras unos mapas, estaba el tesoro.

12


Lo había descubierto hacía meses, fue seducido de inmediato, quiso comprarlo pero el precio era inabordable, los ojillos del vendedor se volvieron despiadados, sus manos como tenazas recuperaron el ejemplar y lo pusieron lejos del intruso. Desde entonces volvía, y luego de comprar se instalaba a acariciar su real objetivo, parado ahí en trance gozaba del contacto con el libro, lo acercaba a su nariz para oler en profundidad sus páginas, otras veces solo se quedaba con la mirada falsamente fija en otro texto, con la mano apoyada voluptuosamente en las tapas, con la sensación de hacer el amor a una esposa en la propia cara del marido, el tendero, que inocente luchaba con el sueño en su escritorio. Pensó en robarlo, pero nunca había hecho algo igual y nunca lo concreto. Ese día fuera de la puerta de la librería había un montón de cajas y bultos desordenados, un escalofrío recorrió su cuerpo, se mudaban, conteniendo los nervios verificó que su tesoro aún no había sido embalado, un montón de libros se exponían en oferta y era el último día que abrirían. El dueño salió a la puerta para subir paquetes a una camioneta, ese fue el momento que él aprovecho para esconderse bajo un mesón, permaneció ahí sin moverse hasta que sintió que cerraban la puerta con llave, había oscurecido, y nadie se había dado cuenta que seguía ahí. No sabía con precisión que haría, solo tenía claro que ese libro debía ser suyo. 13


Al día siguiente abrieron el negocio después de almuerzo, era domingo y todo estaba tranquilo, un buen momento para terminar de embalar, el librero se movía con precisión en las sombras arrastrando cajas, amarrando libros, solo al borde de las ocho comenzó a barrer, fue entonces que lo encontró. Estaba bajo el mesón, primero pensó en un vagabundo que había entrado a dormir, porque los libros no eran gran cosa que robar, luego comprobó con horror que estaba muerto, al borde de la histeria llamo a la policía y espero temblando en la vereda su llegada. Los policías tardaron, y al llegar usaron con el vendedor un tono despectivo, un anciano con alucinaciones una noche de domingo, sin embargo al constatar la existencia de un cadáver, valorizaron de inmediato al hombre pasando al trato de sospechoso. El muerto no exhibía heridas a primera vista, y había que esperar la orden judicial para mover su cuerpo, así la espera en la vereda se repitió, ahora con vendedor y policías, hasta que dada la orden comenzaron a trazar el sitio del suceso y pidieron el vehículo del médico legal. El librero estaba lívido, las preguntas no le hacían sentido, no sabía cómo esa persona había llegado ahí, su rostro no le decía nada, él nunca se fijaba en nadie. Al mover la mesa e iluminar el cuerpo se pudo apreciar que estaba amoratado, sin embargo no había cuerdas ni otro implemento que hubiera 14


podido conducirlo a la asfixia, no había signos de violencia. Solo al moverlo para su traslado la mandíbula cedió y pudo vislumbrarse la boca, llena de pedazos de páginas amarillas, y entonces un aroma dulzón invadió la habitación.

15


Lusitano Roberto Mendéz era un tipo duro, había pasado años en la lucha clandestina, había pasado por todo. Recordaba que días después del golpe había salido por la frontera hasta Tacna. Preso, sin documentos, espero la decisión del gobierno peruano sobre si lo devolvían a Chile o lo dejaban permanecer. A la mañana siguiente, se supo que un grupo en su misma condición había sido entregado de vuelta, y ejecutado en suelo chileno a vista y paciencia de la patrulla peruana que los había dejado recién, la vida de esos pobres tipos salvo la de Méndez, el oficial a cargo decidió no cargar en su conciencia con más muertos y dejó al chileno quedarse con un frágil pase provisorio. Desde ese día la vida de Roberto se había convertido en un continuo vagar, en un cambio de identidades constante, tanto que su mente había bloqueado lo que una vez consideraba como real, su familia, la universidad, la profesión que jamás llego a ejercer, la incipiente relación con una niña santiaguina, que parecía presagiar una vida convencional de matrimonio, trabajo y vejez. No, no tuvo nada de eso, diluido en su cerebro se encontraban los rostros de cuantos lo ayudaron a salir de cada nuevo paso, relaciones intensas, comprometidas, pero en que la identidad suya y de los otros siempre era una necesaria mentira.

16


No recuerda como llego a Cuba, quién en toda la cadena clandestina decidió que en su caso era lo mejor, menos quién lo eligió ahí para seguir a Mozambique, cuando lo único que quería era volver a Chile, pero el pase no llegaba. Tanto esperar parecía haber valido la pena, los papeles y la operación se habían hecho limpiamente, el reingreso desde la Argentina, aprovechando la marea de gente que volvía por el paso fronterizo luego de las fiestas del dieciocho, el sistema de seguridad reblandecido bajo las empanadas y el alcohol, habían permitido a Roberto volver a pisar suelo chileno. Sus instrucciones eran claras y parciales, como debía ser, si lo atrapaban no sabría casi nada del objetivo de su retorno al país. A pesar de todo, con los años transcurridos fuera no pudo evitar emocionarse, la ciudad, la gente, volver, sabía que no podía tomar contacto con nadie, era poner todo en riesgo, y además un gesto de afecto por su familia podía ser fatal para ellos. Esa tarde debía esperar en la barra del Nuria que llegara su contacto con nuevas órdenes. Un pequeño placer, pidió una cazuela, se acomodo y disfruto lentamente ese reencuentro privado, tenía un rango de dos horas para esperar a ese alguien que no conocía. Al rato una joven delgada, de aspecto común, se sentó a su costado, no dio señales de interés, bajo la guardia, no era quien esperaba. 17


Los rostros de los dos se reflejaban en el espejo tras la barra, cada cual concentrado en sus asuntos, dos realidades paralelas que no amenazaban cruzarse, el garzón frente a ellos en silencio, mirando distraído el paso de la gente en la calle. La muchacha se movía incomoda en su asiento, en la falda sostenía un libro, al llegar su plato en un movimiento cayó al piso, Roberto se movió galante, al levantarlo vio que era poesía en portugués, la memoria le trajo de un golpe unos ojos profundos, un hermoso rostro y una noche perdida en África. La mujer agradeció y puso el libro entre ellos en el mesón, todo siguió por un rato sin novedad. El aroma de la cazuela ya se había ido, el reloj le decía que tenía que partir, ya no era seguro esperar, pidió la cuenta, el garzón trajo el vale con desgano. La mujer insinuó un pequeño sollozo, inusitadamente Roberto le hablo, si la podía ayudar en algo, ella comenzó a musitar una historia sobre un novio que la había abandonado la víspera al saber que estaba embarazada, él dijo algunas palabras de consuelo, ella retomó su historia. Roberto tomo el libro en sus manos mientras ella hablaba, comenzó a hojearlo distraído mientras ella seguía la narración. El poema fluyó suavemente de su boca, un acento portugués perfecto, las frases llenas de nostalgia, Roberto levanto la mirada y busco los ojos de la

18


muchacha, ella se había levantado y su rostro asumía un tono frío, glacial. Una mano lo sujeto por la nuca, sintió que lo encañonaban en las costillas, una voz dura le dijo con sorna, bienvenido a casa Roberto, te estábamos esperando.

19


Suerte Las Urbinas 670. Como en la películas americanas la descripción era impersonal, hombre caucásico, treinta y cinco años. Los paramédicos lo manipulaban sobre el piso del baño como a una cosa, uno de ellos incluso con una mueca de hastío. Era la tercera vez en el mes que iban a ese domicilio. Javier García era la imagen del éxito, a los treinta y cinco años era la promesa de la derecha chilena, agudo, incisivo, destruía en los debates a los oponentes, manejaba la ironía con gracia, y seducía a su público con inteligencia. Los medios se lo peleaban y la Embajada Americana lo había invitado a conocer su país, sin duda sería un personaje nacional. Si bien su familia era acomodada, no era parte de la aristocracia local, pero se le perdonaba, porque quizás por eso se permitía lances más audaces y efectivos con la oposición. Digamos que no era un caballero. Las mujeres lo rondaban con clarísimas intenciones, sus ojos verdes con algo de ferocidad las atraía, al igual que su trato incorrecto. Toda una aventura alguien así para niñas bien. Estaba casado, con la heredera de una cadena de supermercados, eso le permitía dedicarse a la 20


política sin preocupaciones, su mujer, hija de inmigrantes, no gustaba de la vida social y no comprendía nada de su vocación pública, por lo mismo estaba ausente del escenario y lo dejaba en libertad. Sin embargo la señora García sabía de sus infidelidades, y las superaba de manera cada vez más frecuente con raudales de gin tonic. Estamos en año de elecciones, que es casi como Navidad en el ambiente político, todos esperando ansiosos que les traerá el destino. En el caso de Javier se esperaba su primera diputación, el distrito estaba casi listo, una zona agrícola en que la votación estaba asegurada. Así las cosas en unos meses estaría en el parlamento y de ahí en adelante todo podía suceder, sobre todo considerando que los jerarcas envejecían a pasos agigantados y en cuatro años más la presidencial requeriría sangre nueva. Esa tarde fue a su oficina, hizo algunas llamadas, concertó una entrevista en radio agricultura y planificó un almuerzo con un periodista del Mercurio, todo iba muy bien. Miró el reloj, casi era hora, se aseguro que su secretaria había partido, entornó las persianas y espero. Al rato tocaron el timbre, era una joven dirigente universitaria, venía a hablar de la campaña para tomar la federación de alumnos, querían invitarlo a un foro. 21


La conversación ejecutiva y clara iba mezclada con coqueteos recíprocos. Nada era nuevo, desde el último congreso del partido que estaba pendiente el asunto. Zanjado el tema electoral hicieron el amor en el sofá, sin parafernalias afectivas, al terminar cada cual se arreglo como si nada hubiera pasado, y ajustaron algunos puntos de la agenda común. Él partía a Valparaíso, solo por jugar le hizo un guiño a la chica, quizás una caricia, ella pareció alegrarse. Él pensó que le sería útil, le paso las llaves, su secretaria se había ido de vacaciones y le pidió que se ocupara de sus plantas, ella hipnotizada, aceptó. Una vez en Valparaíso y luego de una seguidilla de reuniones, por fin paró a comer en un restaurante tranquilo, quería ordenar sus prioridades, descansar. A pocas mesas reconoció a una antigua compañera de colegio. Estupenda, elegante, justo lo necesario para bajar las tensiones de la tarde, la abordó con éxito, ella vivía fuera, casada con un empresario francés, ahora viajaba sola a visitar su familia, mejor aún, el asunto prometía no tener arrastre, terminaron juntos en su hotel. Pero García flaqueó sin explicación, y se quedó tres días con ella, como un adolescente prendado por primera vez de una ninfa.

22


La sola idea de su pronta vuelta a Francia lo desesperaba, pronunció todo tipo de promesas enternecidas y comenzó a planear. Ella partía esa semana, la vuelta a Santiago le pareció una tortura. Su oficina le pareció ajena, como autómata comenzó a narrarle lo ocurrido a la joven dirigente, que ilusionada había llegado esa mañana a verlo. Frenético comenzó a buscar vuelos, había decidido ir a buscar a su amada. En el trasfondo, y muy en el segundo plano, la jovencita lloraba silenciosamente mirando por la ventana, nada agudo, imperceptible, las mujeres ya se sabe, son inexplicables. Él no percibió nada, ya había imaginado cómo explicaría el viaje, una invitación de partido. Total él era una celebridad. Comenzó a cancelar compromisos, hizo llamadas y al final le volvió a entregar las llaves a la joven, se iba de viaje, le dio un beso en la mejilla a la carrera y partió. El rescate de la amada fue perfecto, el francés estaba en Asia, y había extendido permisos permanentes a su esposa para sacar a su hija del país, con toda calma organizaron el retorno a Chile. García se esmeró con las comodidades del vuelo, y por medio de un corredor había ya arrendado un lujoso departamento para ellas en Vitacura. Ella no venía de una familia adinerada, así que tendría que ocuparse de todo. 23


Llamó a un conocido de una empresa francesa en Chile, que la recibió al día siguiente de su llegada y le dio un puesto bastante bien remunerado, después de todo García sería diputado. Ocupado en la instalación, su trabajo político estaba abandonado, pero confiaba en el prestigio ya asentado y en que pronto retomaría la campaña, los candidatos aún no estaban inscritos, así que quedaba tiempo. La política igual que las mujeres no obedece a patrones racionales. Esa mañana, en la sede de calle Antonio Varas, se realizaba una reunión de pre candidaturas. Pablo Larraín, cuarta generación de agricultores de Linares, defendía su mejor derecho a ser candidato por la zona. Conocía por su nombre a cuanto huaso había que llevar a votar, y su familia había financiado por casi un siglo las campañas regionales. El contrincante, García, no había sido habido para participar en la reunión, todos asumían que era el desdén propio de la figura nacional ante un cacique local sin oportunidad, pero el realidad García lo había olvidado. En una pausa de la reunión, alguien se acercó a Larraín y le pidió hablar unos minutos a solas. Al retomar el agricultor sonreía, en forma clara y sin rodeos expuso la última aventura sentimental de García a la mesa del partido. Se había sabido que el asunto sería un escándalo público, y que ese no 24


era el perfil de candidato que su electorado esperaba tener, un afuerino sin valores familiares, un tipo sin tradición, que saldría en los medios con este número degradante para la colectividad. Francisca Puga era ya conocida, por eso el periodista fue al café, no era una fuente habitual, él trabajaba para un diario de oposición a su línea, dirigente estudiantil, era bueno generar lazos y cosechar cuando ya fuera parlamentaria, pero el rédito fue inmediato. Exclusivas fotos de Javier García, bajadas de su computador, en romance absoluto con una rubia, copia de pasajes aéreos, y lo mejor, la grabación del mismísimo García contando la historia, datos sabrosos como la empresa en que se ubicaba la amante y la dirección de su departamento. La noticia fascino a la farándula política esa mañana de domingo, el periodista había sazonado la historia con tráfico de influencias en una empresa trasnacional, con posible internación de divisas para la campaña y con un halo de de corrupción generalizada. Esa mañana la señora García dormía aún bajo el efecto del gin del día anterior, cuando sus padres entraron en su habitación y sin más se la llevaron de vuelta a la casa paterna. El lunes, el ejecutivo del banco le informó a Javier que, la generosa cuenta, abierta al casarse por su suegro, había sido cerrada.

25


Javier quiso resistir el embate apoyado en su nueva compañera, pero esta le cerró las puertas, luego de decirle que no había vuelto a Chile para estar expuesta a este escándalo. Un escueto mail de la mesa del partido le informaba que se había optado por su contendor Pablo Larraín para el distrito de Linares. Volvió a su casa, abrió las llaves del gas y sentado en la cocina espero su muerte, sin embargo el dulce sueño no llego, pero si una explosión seca, corta, que hizó temblar todo. Los paramédicos lo consideraron un milagro, quemaduras leves, en las manos y el rostro, pérdida de cabello, trauma acústico. Una semana más tarde la empleada llorando recibía de nuevo la ambulancia, mientras la promesa del parlamento languidecía en su cama intoxicado con tranquilizantes. Hoy Javier García se había levantado con mayor empuje, iba a rehacerse, a querellarse contra medio mundo, sabía lo que pesaba en el ambiente, olvidando el fracaso sentimental, se concentraría en recuperar el distrito. Una buena ducha y citaría a desayunar a algunos periodistas amigos, daría su versión, el triste alcoholismo de su esposa, el montaje de Larraín, todo podía tener otra versión. Entro al baño, prendió la luz, y azotado por la voluntad divina cayó al piso. 26


Las Urbinas 670, el hombre yace en el baĂąo sin movimiento, vendrĂĄn del mĂŠdico legal, nada que hacer, un golpe de corriente, un accidente, junto al cuerpo solo la empleada llora desconcertada.

27


Tradición El penetrante olor a acetona estaba pegado a su piel, a sus mejillas, que ardían con vida propia, el mismo olor de la infancia, del padre, el del sake caliente y la borrachera, olor a extravío, a confusión. En la calle comenzó a reír y a gesticular ante el espanto de quiénes pasaban a su lado, todos ordenados y presurosos, eficientes y ordenados, en la pulcra calle del barrio financiero de Tokio, lo único que desentonaba era él. Un policía se le acercó y en forma cortés le pidió que lo acompañara, el hombre tenía unos guantes blancos, más que policía parecía una suerte de acomodador, sin tocarlo lo condujo al vehículo. En el trayecto la nausea se apodero de él y para espanto de sus captores dejo todo inmundo, un vómito ancestral que daba cuenta de sus últimas horas en Japón y de un gula desmedida, como todo en él. Como en una película muda solo podía entender los gestos, primero muy educados, luego de insistencia, la perplejidad, el oficial que lo interrogaba pensaba que estaba tan ebrio que no podía hablar, en un momento como un mantra dijo su nombre, Yuzuru Kashima, lo repitió con un tono penoso, desgarrador, el encargado llamo a otros, nadie parecía comprenderlo, salto sobre el mesón y grito ¡ Yuzuru Kashima !, en ese momento un bastón con 28


corriente lo puso conocimiento.

de rodillas, y perdió el

El calabozo era exiguo, una de sus piernas se asomaba entre los barrotes, despertó tendido en el suelo, en la celda contigua un sujeto vestido como un punk y con el pelo rojo, se mecía en posición fetal. Recordaba poco, un bar oscuro con muchachas disfrazas de escolar, hombres vestidos de oficina, el whisky, el sake, después nada. Un policía aparece, le muestra su pasaporte abierto en la página de la foto, con voz gutural pronuncia su nombre, igual a la voz de su padre, es su pasado, eres una vergüenza, no sabes decir ni tu nombre en japonés. Como su padre, el policía le da vuelta la espalda, vuelve otro agente, abre la celda , siente el dolor, camina con dificultad, le cobran una multa, nadie se interesa por saber más, recupera sus cosas y sale a la calle. La multa fue carísima, le habían sacado hasta el último yen, quería volver al hotel pero no sabía cómo, busca en su celular una aplicación que le permita seguir algún rumbo, pero no reconoce nada. Se abalanza sobre un cajero automático de un banco americano, saca el máximo posible, se sube a un taxi, por el intercomunicador le indica el nombre del hotel al chofer, el auto se desplaza en un atochamiento increíble, al llegar a su destino el chofer se ha equivocado, se baja, es un sitio 29


colorido, ya es tarde y la gente ha salido de sus trabajos, todo está lleno. Al doblar una esquina se da cuenta que está en el barrio rojo, no hace falta traducción para eso, cambia de opinión y decide quedarse ahí, probar suerte, mira las puertas de varios locales, elige una al azar, la chica que lo recibe está muy maquillada pero parece tener catorce años, un tipo mal agestado le muestra fotos y elige, el pago es inmediato. Espera en una habitación tradicional, al menos aquí no hay necesidad de hablar, se desnuda y se pone una jakana , recuerda a su padre vestido con esa bata, aún así vestido no le pareció nunca humano. La mujer entra, cabello recogido de forma tradicional, un kimono suelto, la luz es escasa, de fondo suena una melodía lánguida, sin prisa ella le saca la jakana, lo hace tenderse, se deja, no se mueve incluso cuando ella saca de su manga un pequeño cuchillo que reluce en el aire, sin apuro le hace cortes precisos bajo las tetillas, en el abdomen, los hilillos de sangre dibujan su cuerpo, la mujer se levanta y se saca el kimono, deja a la vista un cuerpo blanco y casi infantil. Yuzuru comienza a llorar, no se pregunta por qué, la mujer se para a horcajadas sobre él y sin un gesto en su rostro, orina sobre su pecho, el ardor es horrible en las heridas, pero él no se mueve solo aumenta su llanto, se vuelve un quejido hondo, que se prolonga aún cuando la mujer ya ha dejado la habitación.

30


Lo conducen a una sala de baño, está perturbado, no sabe si es vergüenza, placer, confusión, se relaja en el agua caliente, se sumerge, piensa en Santiago, en lo que sintió cuando lo despidieron del Banco, las miradas de todos, él, el ejecutivo promisorio, el hombre frío y calculador de la mesa de dinero. Recuerda el desprecio con que lo miro su padre ese día, había fracasado. Venir a Japón había sido una mala decisión, huyendo de su casa, de su familia solo había conseguido encontrar la mirada de su padre en cada vuelta de esquina, acaso eso era lo que quería, padecer pero sin verlo realmente a él, sin soportar el reproche, su padre era Japón, y él, Yuzuru, nunca había sido digno de heredar esa pertenencia. Ya era noche al salir del barrio rojo, la locura de luces de Tokio se había desatado, pensó en llamar a Santiago a su madre, tranquilizarla, hacía dos días que había llegado y no se había comunicado, el viaje lo decidió de un momento a otro, la indemnización del despido le serviría para conocer la tierra de su padre, esa que le penaba de niño. Llamó sentado en un café, al fondo los parroquianos jugaban a las tragamonedas sin parar. Su madre hacía demasiadas preguntas, lo agobiaba, que cuando volvía, que su padre no hablaba con nadie desde que partió. No era raro, su padre caía con frecuencia en el hermetismo, tras toda una vida en Chile, casado con una chilena, seguía siendo una isla en su propia casa.

31


Apago el celular sin despedirse, al atravesar la calle se veía anunciado un club nocturno, la gente entraba animada, decidió ir, el ascensor los llevaba al tope de la torre, ahí sonaba una música chillona y la gente circulaba vestida como un remake kitsch de MTV. Una muchacha lo arrastra a bailar, pero en realidad lo deja solo en la pista, casi todos bailan solos, un tipo se acerca y le ofrece unas pastillas anaranjadas, toma una, rápidamente el mundo se vuelve más vivo. El aire está increíble, siente que nunca había respirado tan bien, la música la siente en la sangre, sale a la terraza, se encuentra con un grupo que se está besando, lo invitan, se deja tocar y toca, se siente feliz , que lejos está Santiago. Tokio es una fiesta, y este lugar el paraíso, nadie habla , nadie sabe que es un analfabeto en esa tierra, todo es tan lindo, si lo viera su padre, lo radiante que se siente, lo poderoso, siente cada músculo, él puede hacer cualquier cosa. El viejo no está aquí, y Japón no es esa cosa mustia y grave que le enseñó, es esto, el paraíso, no hay fracaso, no hay vergüenza, no humilló a su padre, está acá y los otros lo aceptan, baila, baila y se saca la ropa, el viento lo acaricia, el viento lo ama, lo sabe puede volar, y se arroja desde la terraza a volar, va a renacer, va honrar a su padre, Tokio lo recibirá en su seno, lo sabe , lo susurra, mientras pierde el conocimiento al pasar por el piso 32.

32


33


34


se terminรณ de imprimir en el mes de mayo del 2017 en los talleres de editorial Opalina Cartonera

35


Los libros de la editorial opalina cartonera SON OBJETOS DE ARTE COMPLETAMENTE ARTESANALES - fabricados con nuestras patas delanteras todos hechos con dedicaciรณn, delicadeza y Voluntad

36


37


38


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.