Memento Mori / Paulo Carreras

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Memento Mori

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MEMENTO MORI Paulo Carreras Opalina Cartonera 2018 Diseño y diagramación a cargo de Juan Canales Impreso en Laguna Verde-Valparíso, Chile por Opalina Cartonera Primera edición

“Colección Recolección” Contacto autor: paulocarrerasm@gmail.com Este libro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas- 3.0 Unported

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Memento Mori



Dedicatoria El escribir tiene algo de purga, de expiación de pecados, dolores, rabias, culpas, recuerdos. Un ejercicio de memoria para recoger lo mejor, asirlo, tomarlo, guardarlo. Hybris que nos sitúa donde pertenecemos a pesar de los anhelos inmortales de muchos. No hay más que el suelo, la tierra. Mientras algunos anhelan el éter, el estrellato en vida y postmortem, entiendo para mi tranquilidad que solo espera una sábana de tierra o barro. ¿Pasto, flores? Depende del dinero que tenga al momento del deceso. El capital se burla de nosotros hasta en nuestro último respiro. Lo bueno de la muerte es que no lo sufriremos más.

Gracias a quienes lo entienden.



"En lo más profundo del invierno, finalmente aprendí que dentro de mí se encuentra un invencible verano." (Albert Camus)



La reunión amorosa, protocolar y en el último tiempo con tinte rutinario, tenían al café y los diversos lugares donde se disfrutan en Valparaíso significación para él. El hombre de unos treinta años, recuerda con nostalgia el Café Latte o Café del Poeta ubicados en calle Condell y la Plaza Aníbal Pinto respectivamente. Venían a su mente recuerdos amenos, las largas y entretenidas conversaciones con su mujer, el apoyo y complicidad que se desvanecieron en el último tiempo sin darse cuenta. La hora del café era durante ya al menos el último par de años de relación, la exigua ocasión para intentar encender el nimio fuego de aquel contubernio que parecía extinguirse en forma inevitable reduciendo todo a cenizas. Después de refugiarse de la lluvia en un local y pedir el segundo “cortado”, leyó el mensaje de texto donde ella explicaba en escuetas palabras, que esa tarde no vendría, que la cantidad de trabajo acumulado la habían retrasado y detenido. - Dejémoslo para otra ocasión. Esas frías palabras como la tarde invernal, auguraban ya en él un mañana tanto más amargo que el último café que tomaría para siempre en ese sitio porteño. Abrió su paraguas, divisó una micro y se marchó.


Como todos los días, después de su agotador y burocrático trabajo de oficina, se alista para la noche. Esta debe ser la gran noche, la que ha esperado por años, la que sueña despierto, la que ansía más que nada en el mundo, ese mundo miserable que lo tiene conmiserado en la soledad y la indiferencia del sexo opuesto. El ritual eterno, tradicional y perenne es el mismo. Una ducha no muy larga pues debe el agua hace unos cuantos meses y teme su corte en cualquier momento, cremas y perfumes que distan mucho de los usados por galanes de televisión y actores hollywoodenses, pero reflejan su preocupación por la apariencia y limpieza, arma escuálida que le va quedando ya que la inteligencia, verborrea y belleza facial le fueron vedadas en su génesis. Contempla semidesnudo su cuerpo y rostro durante un largo rato, nota sus imperfecciones, lamenta no poseer ese vientre plano de hombre de gimnasio, pero sabe que a no todas les importa eso. – Aparecerá alguna que contemple al mirarme, el fondo de mi alma – dice con un dejo de tristeza. Mientras tararea la bachata del momento, prosigue el proceso del vestir compuesto por ropajes sencillos, pagados en incómodas cuotas con dinero plástico de una multitienda del país que lo tiene colmado de correspondencia y llamados telefónicos debido a su constante morosidad. – Qué rápido atacan estas arpías del sistema capitalista cuando uno les debe


y cuanto tardan para reponer un servicio o devolver un producto en mal estado - se dijo. Pero esa tarde no quería caer en la crítica y maledicencia del sistema económico imperante que tanto le repulsaba, anhelaba guardar todas sus fuerzas y escuálidos positivos pensamientos para la conquista, aquella que lo haría al menos por una noche escapar de una vida gris y miserable. 11:00 P.M. Toma el último metro y se dirige a la salsoteca de la ciudad. Nota con alegría que éste viene con asientos disponibles, casi un milagro, pues otra de las cosas que detesta es el pésimo sistema de transporte del país que lo conminan a desplazarse día a día como verdadero animal al matadero, o sardina en lata, apretado hasta más no poder y odiando el preciado aire y espacio que la conglomeración humana dentro de la máquina de fierros y lata le roba haciendo su vida aún peor y desagradable. Después de un extraño (para su cotidiana vida) tranquilo y ameno trayecto, se encuentra como todas las noches, de golpe, con las luces de neón. “Purgatorio Pub Discoteque” anuncia el letrero. No está muy lleno el local, pero la música de Juan Luis Guerra, Rubén Blades, Willy Colón y el actual Romeo Santos, le hacían esperar una jornada nocturna llena de bellas y sensuales mujeres, o simplemente mujeres donde poder encontrar la acompañante anhelada. Se acerca al mesón del bar y pide una cuba libre para entrar en confianza, la pide con un par de hielos y “cabezona” como vulgarmente se conoce a aquella con mucho más alcohol que bebida. Mientras da sorbos al trago, se va


envalentonando y presiente que esta será su noche. Poco a poco el local y la pista de baile se van llenando. Cuerpos sudorosos, apretados uno contra uno, siguiendo el ritmo sensual, cadencioso, caliente del trópico, van colmando la escena. Él sigue esperando, pide su tercera cuba libre, cuando la ve entrar. No sabe si es por el efecto del alcohol, el calor que exhala el local, la cantidad no menor de hermosas féminas que pululan el ambiente o el ritmo y bailes sensuales que por un par de horas ha presenciado desde la barra, que la encuentra maravillosa, deseable, excitante. Viene al parecer acompañada de un grupo de amigas. Cuatro para ser exacto. Compañeras de oficina, calcula por la hora- 01:20 de la madrugada. – Deben haber hecho una previa y luego venir a bailar – pensó. El grupo de mujeres llama al mozo y piden una mesa, se ven felices, excitadas, ansiosas de gozar la noche, su actitud y vestidos casi diminutos así lo reflejan. Hay aires de conquista y seducción por todos lados. Morena, no muy alta, pero de una piel y color de pelo precioso no hizo más que cautivarlo de inmediato. Cuerpo torneado, anchas caderas, pechos generosos y trasero nada de despreciable. Su vestido ajustado no hacía más que exacerbar aún más las curvas treintonas que el hombre calculaba tenía su doncella. Además acababa de percatarse que habían ocupado una de las mesas enfrente de la barra, lo que optimizaba su visión de la mujer e incrementaba su posibilidad de iniciar un juego de coquetería visual que le advirtiese del posible éxito o fracaso de la hazaña de esa noche.


Transcurrida más de una hora y cuando sentía que no había posibilidad alguna, pues tanto ella como sus amigas estaban más entretenidas en la disparatada conversación amenizada por un sinnúmero de mojitos que atestaban la mesa, tuvo la primera impresión que la mirada de ella chocó con la suya. Miró hacia atrás de soslayo, pensando que la morena buscaba en algún lugar del local al mozo, para pedir otra ronda de tragos, pero no vio a ninguno cerca. El Bar tender estaba al otro lado de la barra y tampoco la mirada iba dirigida a él y aparte del sujeto, nadie más estaba lo suficientemente cerca como para ser el merecedor de esa ardiente mirada que lo descolocó. - ¿Realmente me habrá mirado? Se preguntó. Sudaba. Los nervios se apoderaban de él. Intuía, podía sentir en el ambiente que al menos por esta noche le favorecería la suerte. Un par de veces más ella lo miró, incluso advirtió que le sonreía, que le mostraba cierto interés con un dejo de coquetería muy propia de las mujeres. – Están para casarse -¿no cree? Sintió la voz del bar tender. No se había percatado, pero el sujeto había sigo testigo presencial de toda la escena. – Sí. Son muy bellas respondió tímidamente. No se había dado cuenta que la noche había transcurrido rápidamente, obnubilado por aquella morena que lo miraba ahora ya casi con descaro, incitándolo a caminar hacia ella y decirle una palabra, sacarla a bailar y en el mejor de los casos llevarla al


motel más cercano para romper su racha casi eterna de sequía sexual. - ¿Qué horas es? Le preguntó al mozo. - 04:14 señor. Cerramos en 15 minutos, recuerde la última ordenanza municipal. Debía apurarse. Tenía un poco más de un cuarto de hora para acercarse a ella y conseguir su cita perfecta. Tomó valor y se levantó por fin de la barra. Se percató que ella ya no lo miraba, pues tenía la mirada puesta en sus amigas que habían salido unos minutos antes a la pista de baile y contorneaban sus cuerpos al ritmo de la bachata con unos milicos, pues su típico corte de cabello los delataba. Era su momento. Lo había mirado, no una sino tres veces, hasta creyó sentir que le había sonreído. Estaba además sola en la mesa. No podía echar pie atrás. Era solo ella y él. Era solo una pregunta. Una simple pregunta que le podría salvar la noche e incluso la vida. A pasos de ella la encontraba aún más bella, sensual, exquisita, pero no flaqueaba, su hermosura no podía intimidarlo, no debía mermar su misión, su oportunidad, su boleto a la noche soñada. Seguía sin mirarlo. Ya sus miradas no chocaban, llegaría por sorpresa, pues ella no se había percatado del trayecto del hombre hacia su mesa. La tenía cerca, incluso podía sentir su olor, su perfume barato, pero no importaba, para él, ella durante esa noche se había convertido en su diosa, la musa que lo sacaría de sus tormentos. A un paso de la mesa preparaba la pregunta, simple, básica, escuálida. Para que más. La pregunta que tal vez


había pronunciado más cantidad de veces en su lastimera vida, la que todos alguna vez hemos hecho cuando niños en el cumpleaños de la compañera de curso que nos gusta, en la fiesta juvenil universitaria, en la disco, salsoteca, carrete, fiesta de casa, donde sea que exista alguien que nos interese y que nos mueva el deseo y las hormonas por el simple divertimento, placer o instinto animal de apareamiento. Cuando la tuvo cerca, casi pudiendo respirar su aliento, embobado por sus senos generosos, sus piernas gruesas que cruzaba mientras bebía lo poco que le quedaba de sus innumerables mojitos de esa noche, le asestó la interrogante. La llave maestra de las preguntas discotequeras. - Hola ¿Quieres bailar? - No. Como todos los días, después de su agotador y burocrático trabajo de oficina, se alista para la noche…


Salió del bar aniquilado en busca de los asientos de la plaza. Derrumbado como siempre, absorbido en la nada, intentando no recordar, no volver a pensar en cada uno de los momentos que lo llevaron a ese deleznable lugar, bálsamo por horas de su pobre y miserable vida. Lleno de tristeza y dolor está ad portas de rendirse, imbuido en ese sentimiento maldito de abandonarlo todo y descansar. Nada más ni menos que eso, solo descansar. Como cada miércoles, recurría a las copas para inundar las penas, ahogar el llanto que extrapola casi ceremonialmente después del tercer trago. No es un llanto infantil o de teleserie mexicana, es un llanto distinto, profundo pero silencioso, sin espasmos ni alaridos. La escena es siempre la misma. Sin darse cuenta, una lágrima brota en un momento de la noche y recorre su mejilla agrietada por el trabajo, los años y el dolor, aquél que nuevamente lo traía a estos parajes. En ese momento se daba cuenta que debía partir y volver el miércoles siguiente. Hoy no fue la excepción, terminada su rutinaria jornada laboral decidió ingresar nuevamente al “Infierno” aquel bar de medio pelo, que paradojalmente por unas horas lo acerca más al paraíso que al averno, sinónimo del nombre del local. Hoy como tantas veces y antes de elegir el mismo asiento que lo ha cobijado por meses en este más de


medio año de sufrimiento y desesperanza, piensa nuevamente en ella, en Andrea, su compañera, su amiga, su todo, aquella que engañó muchas veces, pero que también lo enamoró como él nunca imaginó. Ocho años de relación que precisamente hace ocho meses ella tiraba por la borda con la más despampanante de las frialdades y acabando según él, con una vida de proyectos logrados y otros por comenzar. Nunca entendió a las mujeres (y ella a pesar de los pronósticos no había sido la excepción.) Tuvo muchas, ni tan hermosas, ni tan detestables, pero cada una de ellas produjo en él un sentimiento cierto de encanto, deseo, e incluso amor. Mientras comenzaba su tercer vodka e intercambiaba palabras con uno de los mozos del local, sentía que llegaba su momento, que ya no tenía sentido seguir sufriendo así y que era necesario cerrar esa etapa agraz de su vida. Mujeres había por montones, conocía un par que sentía que le podían servir de escape, de anestesia para asimilar la derrota, evadir el fracaso y sentirse nuevamente vivo. Tenía sus números, lo habían invitado a salir, a verse, incluso acostarse con él, pero Horacio sentía que no estaba preparado, que aún no era capaz de al menos disimular la piltrafa humana en la que se había convertido. En cierta forma ya una parte de él había muerto, aquella que lo hizo feliz, que ella descubrió y amó, pero también había despreciado y desechado como otras mujeres que también le habían hecho lo mismo. Tambaleante y mareado abandonó “El Infierno”, caminó por las mismas calles donde paseó por años con


ella de la mano, donde creyó dejar huella del amor más profundo, desinteresado, limpio como le enseñó algún día su padre. En la más completa soledad y sentado en una de las tantas bancas de la plaza cerca de la estación, tal vez la misma donde se dieron el primer beso, sintió que había perdido, que a pesar de lo luchado, todo hombre tiene derecho también a perder, y sentirse bien con su derrota, derrota que nadie más que él puede saborear, digerir, masticar. Decidió hacer algo que nunca había hecho, no por conservadurismo o moral pacata, sino porque tal vez el único vicio que lo había atrapado en su vida eran precisamente las mujeres, ni siquiera el juego o el alcohol. Extrajo de sus bolsillos un pito de marihuana, quería darse ese gusto, experimentar lo que muchas veces sus ex compañeros de universidad le habían relatado. El alcohol y el contexto lo alentaron, - que más da pensó y fumó, aspiró no sintiendo culpa alguna, ninguna atadura, ya no tenía miedo a nada ni a nadie. Fue hallado esa madrugada invernal. Memento Mori. Nadie sintió el disparo o nadie quiso sentirlo. En la irremediable frialdad de la urbe, el sonido se disipó, se perdió como tantos otros que se desvanecen en las poblaciones y solo producto de una ronda nocturna por un asunto de micro tráfico, un perro adiestrado por la Policía de Investigaciones, sintió el olor en sus ropas y alertó con ladridos a los policías. Ahí estaba sentado, ensangrentado, deshecho, pero con una leve sonrisa, tal vez una mueca de paz y tranquilidad. Lo había logrado, había triunfado por una sola vez y se había librado. ¿De qué se preguntarán?


- Al menos para mĂ­, de estar muerto en vida.


Y disparó. Disparó de la manera más brutal, cruel y cercana a la demencia, bordeando la locura, un estado de temporal irracionalidad nacida del dolor más grande que puede sentir un ser humano, el del adiós, disfrazado en la falta de tiempo, el monstruo de la rutina y ese ya no te quiero que cala como el frío en los huesos y que tiende a no desaparecer más. ¿Por qué ocho balas? Ocho. El número no era azaroso, más bien premeditado. Desnudaba ocho historias, ocho amores que llenaban su vida, con matices, pero cada uno de ellos igual de significativos. Desastrosos en su epílogo y que paradójicamente, este último, hoy lo hacía extinguir. Siete. Fulminantes balas fueron a incrustarse en el cuerpo ella. Siete, siete, siete. Llevó la cuenta. Guardó última en el revólver. Respiró un momento, suficiente para que no ingresara en su cabeza remordimiento, la desazón, la culpa.

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Seis. Las horas que demoró en tomar la decisión. El tiempo que pasó por su cabeza, su corazón, su mente intranquila, enferma, desquiciada. Tuvo tiempo, no se arrepintió.


Cinco. Son las veces que intuyó, sospechó, que la mujer le había sido infiel. Hizo caso omiso de las advertencias de amigos y familiares. Estaba obsesionado con ella. Condenado al triste final. Cuatro. Los años de relación. Como muchas de dulce y agraz. Ni tan buena ni tan miserable como las que había tenido antes de ella.

Tres. Meses. Tres largos meses que no la veía. Ella había cortado toda comunicación. - No hay vuelta dijo. – No queda más que separarnos… Dos. Horas demoraron en hallar el cuerpo de la mujer. Su esposa. No era un avezado criminal. Era un novato, un infante en estas lides. No tuvo precaución. No la buscaba. Uno. El proyectil que guardó. Eligió su sien. Cuerpo al piso. Cero. Hacia el infierno o la eternidad.


La vida me ha enseñado en darle más valor a un te quiero que a un te amo. Dirán que es problema semántico, pero para un hombre herido y su historia, cada palabra toma un nuevo cariz cuando lo han dejado. De manera injusta culpamos espacios y lugares donde crecieron esos recuerdos que para nuestra desgracia son perennes. Para mí Valparaíso es un ejemplo de ello. Un patrimonial paradigma. Debo marcharme. Me torno ingrato con aquella ciudad que cobijó mi ser por tantos años, ésa que vio derramar lágrimas de alegría y hoy me ve derramar las últimas de tristeza. No eres culpable. ¿Quién en temas de amor realmente lo es? Te doy la espalda, reniego tu existencia multicolor y bohemia por un rato, semanas, meses, años. No te digo adiós, solo hasta siempre en espera que vuelvan los te quiero y no regresen jamás los te amo.


Como no ser resentido social, conflictivo, comunista, rojo (apelativos sobran para el lame botas del sistema) en un país que tiene de tres a seis horas diarias a los medios de comunicación infectados con las lágrimas de una tal Montero, idiotizando y alienando a la población con el paseo de figuritas de cera que por el solo hecho de ser payasos, haber nacido en cuna de oro o dejar como única carta de presentación sus esculturales y vacíos cuerpos siliconados, son la aberrante y paradójica entretención en la sala de espera de un hospital público, el mismo donde hace unos años murió tu padre. El mismo donde los "ciudadanos" esperan dos, tres, cuatro horas para ser atendidos incluida entre ellos tu madre. Todo esto ocurre no solo hoy que me tocó vivirlo, sino diariamente, mientras el carnaval imbécil de la risa, el destape, los animadorcillos que se atenderán en clínica (obviamente) al igual que la tropa de sinvergüenzas (exitosos) que se adueñaron de este país sigue adormeciéndonos con la parrilla festivalera. Mientras me sumerjo en un libro para evadir el bombardeo de la estulticia televisiva chilensis, escucho al final de la sala de espera una anciana mujer que con voz furiosa expresa lo obvio, lo que enrabia y me emputece, no hoy sino siempre: - Acá es donde uno se da cuenta que es pobre. - Así es le contesté.


Aún llueve. Nubes grises, circundantes, trepidantes. Invierno eterno, infinito, triste, crudo, melancólico. Meses vanos, sin respiro, en espera de la última tormenta, que disipen en mi alma un cúmulo de nubes negras. La vida es cíclica como el clima, nada es para siempre, perenne, eterno. También debe acabar hasta el más crudo invierno. Tal vez parezca larga la espera, pero al igual que en la tierra a todo ser humano le llega su primavera.


Después de seguir ideologías y embelesarme con las figuras de Mao, Fidel o el Ché, me percaté con el paso de los años, que el ser más rebelde o revolucionario lo tenía más cerca de lo que imaginaba: Mi Padre.


Multitud de coloridos globos en el dĂ­a del amor. Multitud de relaciones llenas de solo aire y helio como esos globos.


Todo hombre tiene derecho tambiĂŠn a perder, y sentirse bien con su derrota. Derrota que nadie mĂĄs que ĂŠl puede saborear, digerir, masticar.


Tuvo tan exigua fortuna en el amor, que las mariposas en el estรณmago solo llegaron a convertirse en larvas.


Pidió en su testamento que dejaran la lápida en blanco, inmaculada, carente de inscripciones. Tenía la esperanza que alguien que realmente lo conociera pusiera lo indicado.


Solo somos seres diminutos, ínfimos con egos colosales, pero la muerte nos lleva a nuestro finito sitial. La naturaleza es sabia. ¿Se imaginan lo aún más peligroso que sería el hombre si fuese inmortal?


Chile gana su segundo Oscar. La cultura, el deporte, las ciencias y el arte en todas sus manifestaciones es el camino. Lo que ahorre este país alguna vez en armas se convertirá en triunfos más seguidos como éste y lo principal en un mejor y culto país.


Espero como tantas veces, por tantos años, por tantos lugares el metro que me lleve hacia mi destino. Extrañamente el andén está más vacío que de costumbre, me regocija la soledad, poder caminar tranquilo, sin bolsas ni seres nefastos que se agolpan, carros que chocan con mis huesos, oír y ver gente embobada en sus celulares, ejercitando no más que un par de dedos, alienados y esclavizados por la red social y artículo tecnológico del momento. ¿Iphone 5,6, 7 8? Mientras más “avanza” la tecnología y las cualidades de estos artefactos, más nos acercamos al australopiteco intelectualmente. Llego hasta el final del andén miro hacia la distancia y pienso donde vendrá, cuanto faltará para que llegue a destino. Premura del tiempo. Cargamos con esa construcción social nefasta a pesar de unas horas de descanso, de estar ocioso, felizmente ocioso. Mirar la hora nos carcome, nos infesta como una plaga. ¿Cuánto falta para que llegue? ¿Cuánto falta? La pregunta eterna del hombre acostumbrado y ávido de tener respuesta a todo, ojalá lo más inmediato posible. Lo asumo, también estoy infectado por este cáncer. Solo quiero que pase este armatoste de metal y latas, que venga igual de vacío como este andén, sentir el silencio cuando pasa por el túnel.


Dicen que la muerte es así, va emergiendo el silencio, se apaga todo, entras al túnel. Tal vez los viajes en metro han sido infinitos ensayos de lo que irremediablemente vendrá, la entrada al ocaso, el fin de la luz. Ya no habrá ¿un cuánto falta? ¿Qué hora es? ¿Cuándo vendrá? Silencio, soledad, detenerse, paz. ¿No parece tan malo verdad?




MEMENTO MORI Paulo Carreras se terminรณ de imprimir en el mes de julio del 2018 en los talleres de Opalina Cartonera


Los libros de la editorial opalina Cartonera SON OBJETOS DE ARTE COMPLETAMENTE ARTESANALES - fabricados con nuestras patas delanteras todos hechos con dedicaciรณn, delicadeza y amor

V OP!





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