Té con letras / Paulo Carreras

Page 1



TÉ CON LETRAS

L


TÉ CON LETRAS Paulo Carreras Opalina Cartonera 2019 Diseño y diagramación a cargo de Juan Canales Impreso en Laguna Verde-Valparíso, Chile por Opalina Cartonera Primera edición

“Colección Recolección” Contacto autor: paulocarrerasm@gmail.com Este libro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas- 3.0 Unported

Se permite la reproducción parcial o total de la obra sin fines de lucro y con autorización previa del autor


TÉ CON LETRAS



Homo Viator es un tópico sobre un hombre que sigue un camino. Tal vez como este libro, que nace en las entrañas de la quinta región, específicamente Villa Alemana, para arribar en Concepción, Penco, Hualpén, Lota o Coronel. Y lo principal: la intimidad de su hogar. El tema del viaje, omnipresente y universal es propio de los seres vivos. Eternamente nos desplazamos. Elegimos una ruta, un camino físico para llegar a destino. Hay otros viajes interiores o simbólicos donde el alma vuela, el cerebro y la mente se cubren de alas para imaginar la estadía en un sitio mejor. Siempre estamos viajando. Camino para pensar, escapar de un problema, conocer, cultivarme, para amar, des-amar o por mero placer. Viajamos por obligación confinados a marcharnos por una dictadura hostil y comenzar un exilio o decidimos marcharnos y nos autoexiliamos buscando seguridad y un país mejor. Esa es la historia del hombre, el único animal que viaja no sólo por instinto sino por el deseo de hacerlo. Cuantas veces enseñé el tema del viaje en mis clases de literatura, recurrente y humano como el amor. El hombre recorre toda una vida, sus pies son fieles testigos de las huellas dejadas y los caminos olvidados. Transitan los mismos, cambia de ruta y así hasta detenerse no por un rato, no por cansancio, ya no para contemplar el horizonte y besar a su amada ante la noche estrellada. Llega ese


instante que ya no hay más viaje, se extingue el kilometraje, se apaga el motor, los huesos piden descanso, los ojos se cierran, surge la paz. En cuestiones de fe, se inicia otro viaje, más nadie ha vuelto a contarnos qué tal le fue. Tengo el pasaje comprado, como todos, para ese último destino y como todos no contaré que tal es ese último periplo. Al menos eso creo. El autor


“Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar.” Proverbios y cantares (XXIX) (Antonio Machado)



A mi amado sobrino Luis Guillermo, pues ya carga en sus diminutos pies los primeros pasos del viaje que comienza. A mi padre, que terminó hace unos años su viaje en esta tierra, para iniciar otro incierto, pero eterno en mi corazón. A mi querida madre María, hermana Bárbara y hermano Juan Luis protagonistas fieles y sabios consejeros de muchos de mis viajes. Y a ti amada Marión, por ser la última, pero no por ello menos importante tripulante de mi barca, llena de grietas y abolladuras, pero que aún se niega a encallar. Despleguemos las velas y sigamos viajando, aún tenemos mucho por luchar.



RELATOS



Había crecido feliz, radiante y protegida. Rodeada de un centenar, millar de sus pares, quienes aromáticas y coloridas, embellecían el campo que el muchacho visitaba sagradamente antes de regresar a su hogar. Sus corolas, pétalos y anteras maravillaban al sujeto cada tarde. Rojas, rosadas, blancas y amarillas desfilaban por el edénico y majestuoso paisaje, destacando entre todas y ante las infinitas miradas de los errantes forasteros, esa hermosa rosa roja. Su color bermellón sobresalía del resto y ella lo sabía, comportándose orgullosa, vanidosa y hedonista ante sus compañeras del campo. Con exagerada fatuidad y fanfarronería, se burlaba y reía de aquellas menos encantadoras, se jactaba que era el centro de las miradas de los transeúntes y visitantes de la localidad. El joven (enamorado según las habladurías de las señoras de la aldea) pasaba a verla todos los días y ésta con un dejo de altanería y petulancia se los hacía saber a todas. Nada hacía presagiar su fátum. Pasaron las semanas y una tarde de centelleante sol y azulado cielo, el hombre logró con encomiable astucia, burlar al cuidador del terreno y acceder al rosal. Emocionada aquella rosa majestuosa y de pétalos escarlata, gritaba a las demás con euforia: - ¡Me vino a


ver! ¡A mí! ¡Sólo a mí! La flor, presa de la alegría, no se percató del fuerte tirón que la arrancó de cuajo del lado de sus camaradas, ante la mirada absorta y llena de pavor del resto. Transcurrieron un par de meses y nadie más supo de aquella rosa roja, la más bella del lugar. El joven, por su parte, jamás regresó. Dicen los aldeanos que hace un tiempo un cuerpo fue hallado en el lecho de un río con un balazo en la sien. Portaba una carta en su mano y una marchita rosa roja en la otra. Quienes dieron con el occiso leyeron los breves párrafos que la misiva contenía: - “Al leer estas líneas ya estaré embarcada con mi futuro esposo a quien nunca dejé de amar. Perdona si te hago daño, sé que sufrirás, pero con el tiempo entenderás que no podíamos ni podemos estar juntos. Una mujer de mi belleza y clase social ¿Junto a ti? Lo siento, sé que lo intentaste, que me amaste sin condiciones, pero es imposible. Hasta siempre. S. En el lecho de un río un hombre y una rosa murieron producto de la soberbia, la vanidad y la belleza. Hicieron su último viaje como víctimas y victimarios. Y hacia un campo, pero ya no cubierto de rosas, sino de cruces.


Ante la mirada atónita de doctores y enfermeros, murió asfixiado por los miles de te quiero que se atoraron en su garganta. Aquellos que no le dijo y se acumularon por décadas. Falleció atragantado por los te amo que guardó ilusamente por imbécil soberbia, miedo a perder y hedonismo estulto. Su último estertor se confundió con el sonido de la tráquea y un imperceptible e inaudible lo siento. No podía respirar. Era ya demasiado tarde.


De tarde en tarde caminaba hacia el semáforo e intersección más concurrida para iniciar sus acrobacias. Un día eran pelotas, otro clavas, cuando estaba de ánimo se convertía en un temerario traga fuegos. Atrapaba con sagacidad la moneda solidaria del vehículo inmóvil, cada vez más especialista, acrobático, rotundamente circense. Así estuvo durante semanas, meses, y años en aras siempre de cumplir la mejor prueba y por ende la más exhausta y difícil: Ni más ni menos que vivir. O sobrevivir.


Cada invierno extrae y relee del antiguo cajón su última carta. Tal vez guarda la esperanza que el moho y el paso del tiempo agregue unas líneas y borre su punto final.


Camina presuroso por una concurrida plaza de la ciudad. Preso del cansancio y con tiempo para continuar su viaje, decide capear el sol y tomar asiento en un banco desocupado. El hombre no oculta su satisfacción y una leve sonrisa brota espontánea en su rostro. ¿El motivo? Observa jubiloso el abundante excremento que una paloma ha dejado caer sobre la estatua de un falso héroe y militar despiadado, que las garras de la justicia chilena, siempre a medias, frágil e inocua, nunca condenaron. Extinguida su burlesca risa y ante la mirada atónita del resto de los transeúntes, les lanza a las aves unas migajas del pan que comenzaba a devorar antes de seguir su ruta. Lo creyó un merecido premio para la atrasada, pero blanquecina y justa venganza.


Despierta de sopetón. El hombre, de unos treinta y cinco años, casi cae de la cama al sonar la estridente alarma de su coreano Galaxy J8. Mientras abre la ducha y siente como corren por su cuerpo los chorros de la española Aguas Andina, tararea a toda voz y con ensordecedor volumen, el último hit del puertorriqueño Bud Bunny. Luego de secarse, se coloca rápidamente la camisa y bóxer estadounidenses Arrow. Finaliza la tarea poniéndose jeans Americanino y sus zapatos italianos Ferracini. Sube a su auto y toma la ruta a 100 km/hr para llegar al trabajo en su japonés Toyota Sedan del año. Ingresa corriendo para ocupar su oficina de gerente de recursos humanos en la francesa Lóreal. Revisa algunos papeles, realiza pauteadas llamadas telefónicas, adula a quien le sirve e insulta al que desempeña funciones menores en esa pirámide de vanidad, capitalismo y concreto. Alrededor de las 14:00 hrs engulle en cuestión de segundos un burrito mexicano para, después de treinta minutos, volver a sus labores. Terminada la jornada regresa a su hogar y al llegar prende las luces eléctricas generadas por la italiana Enel. Transcurre un breve lapso y luego de beber su amargo café colombiano Juan Valdéz, enciende la holandesa Smart TV Philips. Sentado en el


sillón, luego de un súbito pestañeo y en compañía de su perro afgano, observa al impertérrito gobernante que ante el desfile de medios de comunicación anuncia la deportación “humanitaria” de un centenar de haitianos ante el aplauso zalamero de sus ministros. Terminada la nota y yendo el conductor a comerciales, nuestro asalariado compatriota exclama con un dejo de falso y nacionalista chauvinismo: “Así me gusta Chile, para los chilenos.”


No estamos en el viejo oeste. Claro está. No hay gringos masticando tabaco y jugando a ser héroes, ante la amenaza del cheroqui o el aterrador forajido, sin embargo, es el quinto SE BUSCA en solo unas cuadras. Las polvorosas calles de este pueblo y sus tendidos eléctricos, ven el desfile de carteles, papeles nuevos o vetustos, blancos o amarillentos. De data reciente o de fecha remota, que se adhieren para siempre o se vuelan con el viento. Pegados con scoth o un perenne pegamento. Irrumpe en este caminar “EL SE BUSCA”, “EXTRAVIADO”, “LLAMAR A”, “OFREZCO RECOMPENSA”. ¿Cuántas lágrimas habrán resbalado por esas hojas anhelantes de su encuentro? ¿Cuántas lágrimas, hoy que escribo estas líneas, seguirá derramando el niño pequeño, la mujer solitaria, la unida familia, la pareja peleada, el matrimonio feliz o el de fachada? En el siglo XX y XXI hemos reemplazado el Wanted. Ya no es un malhechor despiadado o un prófugo temido y odiado. En cada cartel, en cada papel, brota una esperanza ya no de venganza, sino de reencuentro, un lengüetazo en la cara o un ronroneo. ¡Wanted! Se ha perdido mi gato. Ha escapado mi perro.


- ¡Dónde está la cartera! - No sé mamá, no la he visto. - ¡Es el colmo, recién la tenía en la mano! - Eres muy distraída, siempre extravías todo. - ¿Y el celular? ¿Lo has visto? - ¿Tampoco lo encuentras? - ¡Te pasaste! - No es mi culpa hijo, estoy segura que en esta casa hay duendes… - ¡Pero cómo vas a creer en eso! En medio del banal diálogo y a lo lejos, entre los recovecos de la casa, se escucha un leve, un minúsculo murmullo que irrumpe con furia y hartazgo: -Mañana nos mudamos. ¡Otra vez nos está echando la culpa esta vieja de mierda!


El niño rompe con angustiosa alegría el papel de regalo que cubre la imponente caja. Al terminar la tarea, se da cuenta que hay otra y luego otra y otra, cada vez de menor tamaño. Abre la última y toca algo de forma redonda ante la mirada atenta y cariñosa de sus padres. ¡Milagro navideño!: la anhelada primera pelota de fútbol. ¿El balón habrá durado un año? No lo recuerda, pero ese momento lo atesorará hasta la muerte. Recibió varias más, pero ésa nunca la olvidó. ¿Qué tenía de especial? Ni más ni menos que ese mágico e irrepetible momento.


Termina de revisar donde quedó. Repasa el párrafo final con detenimiento y huele las hojas como siempre. Cierra sus ojos y absorbe la paz y el silencio. Le agrada de sobremanera el olor a tinta, papel y encuadernación que brota del libro nuevo, pero también ese aroma a vainilla de aquellos apilados por años en estanterías de antiquísimas librerías. Puesto el separador en la hoja indicada, comienza su recorrido hacia el metro que lo llevará a encontrarse con su novia. Ama ese momento de disfrute, entre el vaivén del caballo de metal y el paisaje estival. Imagina ese tiempo precioso que le permitirá avanzar unas cuantas páginas más, del libro que lo atrapa durante las últimas semanas. Llega a la estación y avizora el primer problema: – “Próximo metro en veinte minutos.” Producto de la demora del mismo, la gente empieza a agolparse en el andén, poniendo en peligro la posibilidad siempre incierta de obtener un asiento y poder leer sentado. Pero el hombre persiste. –“Leeré de pie” dice en su interior. Al arribar la máquina, un tropel de sujetos se abalanza con coches, carros para llevar verduras, bolsos, maletas, celulares y lo principal sus detestables cuerpos sobre


ésta, confinando al hombre a un pequeño rincón del tren. – “Acá me ubico para seguir leyendo” piensa con resignación. Abre su bolso y ya con el libro en mano reinicia la lectura. Un desfile de vendedores de audífonos, cocadas, arepas, dulces de la ligua, libros veganos, Superochos, bebidas y helados interrumpe una y otra vez la lucha por continuar con la danza de letras e ideas que estallan de las hojas entintadas de la novela. Éste con esfuerzo y debido a lo atrapante de la trama vuelve a pesar del cúmulo de distracciones al ruedo e inicia el engranaje de lexemas que desea con fruición. Ha logrado avanzar un par de líneas y el metro unas cuantas estaciones cuando escucha al lado suyo: - “Estimados pasajeros mi intención no es molestar”. Y comienza el festival de rancheras mexicanas, baladas románticas, alaridos lastimeros, líricas contestarias y rimas trilladas que vuelven a obstaculizar la lectura del persistente joven, que cae y se levanta una y otra vez en la difícil, imposible y heroica tarea de leer unas cuantas páginas en esta cagada de sistema de transporte público. – Estación Viña del Mar- se oye por los parlantes. Antes de descender guarda el libro con la esperanza que el viaje de regreso sea mejor, más tranquilo, civilizado. Saluda a su novia con un beso, la toma de la mano. Ahora el recorrido es con ella, exclusivamente con ella, mientras el libro pacientemente espera su momento. Su exclusivo y fiel momento al fondo del bolso.


Agudizó el oído y a lo lejos creyó escuchar unos imperceptibles pasos que se acercaban lentamente. A medida que pasaban los segundos, la sensación de angustia y ansiedad, se agolpaba en su ser de solo huesos y tierra húmeda. Nota que es más de una persona quien se dirige a donde está. Cree reconocer el caminar, la forma de andar y la respiración de quienes merodean el lugar. ¡Son ellos!, ¡sí son ellos! se dice con alegría. Espera sentir el peso de los cuerpos, las rodillas sobre el pasto y la llegada de esta comunión de figuras que se posarán alrededor de la losa que lo mantiene en esta prisión socrática, eterna y solitaria. Hace un esfuerzo por recordar sus rostros, el timbre de voz, las historias y momentos que formaron ese cariño imperecedero fiel y sin condiciones. Pasan unos segundos eternos y nota con preocupación que no se detienen, no hay pasos sobre el césped, no hay claveles ni sollozos en el aire, no escucha el susurro del te extraño, el murmullo de un te quiero, la interrogante llena de rencor del ¿Por qué te fuiste? La humedad de la lágrima que cae sin remedio en franco descenso al piso cubierto de flores, hojas y hormigas. Todo está silente. Se han retirado los pasos, pero se niegan a marchar los recuerdos. Por más que intenta escuchar algo, éste solo percibe el pétreo silencio de la espera.


La larga espera, anhelante de visitas, en ese alejado cementerio.


La silueta ha caminado al lado del andariego sujeto por días, meses, años, toda una vida. Sus formas constantemente varían. Se empequeñecen al atardecer y languidecen en la noche. Irrumpe gigantesca cuando llega el amanecer, la primavera y el estío. A plena luz su imponente tamaño parece querer ahuyentar a cualquiera que quiera dañar a su amigo. Con el sol a cuestas o la luz titilante de un foco en la soledad y el silencio de la madrugada, está ahí como fiel escudero. Pequeña testigo de sus primeros pasos, endebles y tambaleantes. La figura lo acompañó en el primer día de clases y en las premiaciones escolares bajo el sol ardiente del incipiente verano. Fue muda espía de la primera y última lágrima derramada por amor. Incansable compañera de pichangas a plena luz o en penumbras otoñales. Espectadora de buenos y malos momentos en su paso por el Liceo, muchos más malos que buenos rememora. En el seco norte ariqueño se hizo más grande y lo vio caer y levantarse innumerables veces. Entre confines porteños y viñamarinos lo miró crecer, madurar, volverse a enamorar, perder la virginidad, equivocarse por amor. Respiró el viento playa anchino en su regreso al hogar. Engrosó su diámetro. Caminó más, a veces menos y temió cuando quisieron cambiarla por un enemigo con ruedas. Extrañó los paseos cuando el encierro del


desamor derrotó al muchacho, pero no lo abandonó. Amó desde el primer día a la primorosa joven que sacó a su compinche del infierno. Tomó sol, inhaló playa, costa, norte, sur, pobreza y bienestar. Sigue presenciando derrotas, pero también varios triunfos. Llegó la muerte del padre del hombre y por supuesto que también asistió. Serena, infaltable, cómplice. Desde ese momento hay un vacío en la mesa del hogar. Uno, dos, tres, porque todos tienen derecho a partir, pero cuando quieran, también volver. La casa está más sola, pero siguen compartiendo el rumbo y en plena soledad, ella y él, él y ella se unen y distancian por cada camino trazado, transitando veredas, esquivando gente, pateando una piedra al igual que en los años de infancia. Seguidos por más de algún perro, hasta que llegue el día que ambos terminen el periplo, la sombra se acueste a su lado y el hombre no le quede más que dar las gracias por su fiel compañía en tan extenso, venturoso y variopinto camino recorrido.


Y en ese correr, correr, correr y correr para llegar a destino, instalarse primero, descansar un momento del ajetreado día para encarcelarse en los grilletes de la estulta programación televisiva chilena, el sujeto toca, toca, toca con rabia la bocina, maldice por la ventana, arroja una lluvia de insultos a sus compañeros de ruta y pierde la cabeza por ese minuto que lo detiene en el taco eterno de la hora punta del regreso a casa del asalariado neoliberal. Y toca el claxon con la ira de pensar falsamente que cuanto más fuerte suene más cerca estará de su casa, cama o sillón. Y toca el claxon pensando ilusamente que mientras más reiteradamente lo haga, por arte de magia saltará la fila inmensa de automóviles que lo van enajenando, destruyendo su cordura, su sentido común, hasta que extinguido el taco corra en desesperada carrera y se mate a 100 km/hr junto a otro impaciente conductor que no pudo aguantar un mísero minuto de espera en esas ansias de correr, correr y correr.


Corrían los últimos minutos de un soporífero día más de su vida escolar. Primero o segundo medio, a esta altura carece de importancia. Y entre la ritualidad de la indiferencia, las bromas crueles disfrazadas de tallas y el deseo de no asistir más a ese liceo de mierda que más encima se jactaba de ser católico y llevar el nombre de uno de los tantos sinvergüenzas que gobiernan el oprobioso Vaticano, escuchó a sus compañeros de clase hablar de algo que le interesó: Fútbol. Pues, entre las pocas veces que era tomado en cuenta por el grupo de adolescentes que lideraban el aula con sus historias de conquistas amorosas, atraques en los matorrales, pololeos, borracheras y fiestas que él desconoce, es gracias al fútbol y a los quince o veinte minutos que el profesor de educación física, da casi sagradamente al final de la clase para practicarlo, donde él logra sentirse más cómodo, combatir de igual a igual o casi, debido a su endeble contextura, con aquellos aventajados por la pubertad. El fútbol y las humanidades. Las clases de castellano e historia eran los únicos momentos donde parecía existir y dejar de ser el “enano”, el “chico”, el “alfeñique”.


-¿Tú no vives por ahí Carreras? Le oye decir a uno de los integrantes del grupo que lo llama a reunirse con ellos y sumarse a la conversación. -¿Cerca del estadio de Villa Alemana? Pregunta con nerviosismo. - Sí, lo que pasa es que hoy a las tres de la tarde juega Santiago Wanderers con San Luis de Quillota y queremos ir a verlo. - Sí, yo vivo por calle Progreso, los puedo esperar en el centro de Villa Alemana o afuera del estadio para que vayamos. - Dale, nos vemos a las dos y media. La campana sonó y el muchacho corrió como nunca a tomar la micro que lo llevaría de vuelta a casa. Luego de almorzar muy rápido su padre quien se preparaba para volver al trabajo le preguntó con curiosidad -¿A dónde vas tan apurado? -Me juntaré con unos compañeros de curso. Iremos a ver un partido del Wanderers acá en el estadio. - ¿Necesitas plata hijo? - Un poco para la entrada, pero eso no más. El padre tomó su billetera y le pasó para la entrada y una bebida, no quería que anduviera “justo” como siempre le decía. -Nos vemos en la noche hijo, y cuídate. Se cambió dos, tres, cuatro veces de ropa. Sería la primera vez que se juntaría con estos nuevos compañeros en su hasta el momento miserable vida


liceana. Echó gel en su cabello y partió con antelación al lugar acordado. Y en la soledad del centro, y en la soledad del camino y en la soledad de los alrededores del estadio, recorrió cada uno de los rincones de la posible junta. Elaboró diversas tesis del retraso de sus compañeros, hasta hace solo un par de horas, muy interesados por la gesta deportiva. Volvió al centro, regresó al estadio al menos dos veces más y nadie llegó. Miró con tristeza como las personas empezaban a ingresar al estadio. Aún con el dinero de su padre en la mano, decidió no gastarlo y subió al cerro a presenciar el partido desde la panorámica que la geografía tan empinada de la ciudad de la eterna juventud, propiciaba para ver espectáculos futbolísticos muchas veces sin pagar la entrada. Cuando llegó al cerro, se sentó bajo un árbol. No supo que minuto del encuentro corría. Escuchó un gol, dos al parecer, pero decidió quedarse hasta que finalizara al menos el primer tiempo. Y ahí en la soledad del cerro esperó, esperó y esperó ilusamente que los jóvenes llegaran en aras de ese reconocimiento maldito que todos a los trece o catorce años necesitamos de validación por los otros. Tal vez lo soñó, tal vez fue solo un rumor, un espejismo, una mala broma, una alucinación de la tan escasa y falsa amistad. Hizo la hora ya entrada la tarde caminando por las calles de su infancia, posiblemente para disimular el dolor. Dio innumerables vueltas para pensar que diría cuando su viejo le preguntara cómo lo había pasado. Al llegar a su casa, más cálida y hogareña que nunca el cómo te fue del padre se fundió con el vamos a jugar a la pelota de su hermano y el está lista la once de su


madre. Aquellas fueron las únicas palabras honestas y verdaderas, de esa tarde ingrata que daría inicio a esa selva que llaman vida y a su propio partido. Aquél, que hasta el día de hoy, lo mantiene en la cancha y que aprendió ya sin dolor a jugar muchas veces solo.


Hubo un momento de la historia que te ignoraron. Como a mí. Como a todos alguna vez. Solo cabía para los calendarios el frío invierno y el ardiente verano. Etimológicamente emergiste como plenitud del año, acertada definición que viene a mi mente mientras respiro el aire frío de mi Villa Alemana natal. Los aromas tienen ese poder mágico de traer el recuerdo al presente y aferrarse a un pasado de hojas que caen y ese olor a leña inconfundible al comenzar las primeras heladas. El otoño me invita a la nostalgia, a caminar más despacio, a rebelarme ante la marcha presurosa de quienes comparten vereda conmigo y corren hacia no sé dónde. Cuantas veces jugué con esas hojas secas, entintadas de suave tono café y amarillo ante el murmullo del viento y las primeras gotas que golpeaban mi rostro infantil. Mientras comienzas tu danza yo sigo mi camino, cada vez más fundidos, parecidos. Ambos lejos del verano y un tanto más cerca del invierno.


Dicen que las hadas no existen. Así lo he escuchado yo por décadas. Durante toda mi vida para ser preciso. Que pertenecen a la fantasía, a los cuentos infantiles, lo onírico o maravilloso. Respuestas a su inexistencia hay muchas. Pero todo está en creer. Como los niños. Todo está en hacer volar nuestra imaginación. Pues la vida extinguió con sus avatares y bemoles, ese viejo pascuero que llamábamos al unísono, ad portas de la entrega de regalos. Desaparecieron de un sopetón el “viejo del saco”, el “ratón de los dientes”, el “conejo de pascua” y el político honesto. De un día para otro dejamos de creer. En la frialdad de la mañana vi una ayer. Debo estar más viejo. Tal vez cansado. Ilusamente nostálgico. Mientras observaba a tranco lento, la alfombra ocre y marrón que cubría las calles, la observé recogiendo unas hojas caídas. Derrotadas por el paso del tiempo. Hijas del otoño que arrecia. Abandonadas por el árbol que las dejó partir. Estuve un par de minutos contemplándola. Un par de minutos que para ella no importaban. En completa indiferencia del transeúnte presuroso por alcanzar el metro o el frío que calaba hasta los huesos, seguía en su tarea inmutable, frágil, mágica. Mientras retornaba a la rutina de los pasos acelerados por llegar a destino, me preguntaba: ¿Dónde


irá con esas hojas? ¿Por qué las recoge? ¿Por qué no le importa nada? Volví mi rostro y ya no estaba. Había partido. Se había esfumado. Sentí envidia. Nos había dejado con nuestras cadenas y tránsito veloz. Aquél de no tener la mínima dicha de parar y contemplar una hoja seca, en nuestro finito y repetido itinerario.


No hay lugar. No hay espacio más democrático que el techo de una casa, durante esa etapa del año inundada de “miaus” y coros lastimeros de felinos en celo. Todo es cancha. A toda hora. A pesar del grito de enfado del dueño de casa, el escobazo en el techo, la chuchada con rabia o el balde con agua helada. Irrumpe el otoño y el desfile de mininos de toda estirpe surge por las calaminas, cincs o tejados. Esquivan avezados cuanto obstáculo se presente ante el encuentro ardiente con su “amada”. Esa noche, la adorable gata siamesa de profundos ojos azules, orgullo arribista del nuevo vecino del condominio número trescientos, en ese barrio que emerge al alero de “nuevos” profesionales amantes del sistema y la tarjeta plástica, había escapado. Sí. Había escapado a pesar de los esfuerzos del sujeto de “cruzarla” con un gordo gato “persa” avaluado en cinco mil quinientos dólares. No solo por arribismo deseaba ese contubernio, veía en esa acción el nacimiento de la onerosa camada de pequeños, que pondría a la venta en un par de meses más, por una cifra nada despreciable. Mientras el sujeto se tomaba la cabeza pensando dónde se hallaría su princesa gatuna, el festival variopinto de gatos, cantaba al unísono dionisiacas líricas en aras del ansiado apareamiento. Y en esa fiesta de galanes de alta


ralea, el “Tuerto”, nuestro amigo el “Jaspeado”, “Bigotes de leche”, el “Cojo”, “Rucio”, “Sombras”, el “Sin cola”, “Rayitas”, “Algodón” y el “Susto” completaban el listado de honorables pretendientes para esa noche colmada de pasión. Pasaron los días y el sujeto vio aparecer una fría mañana de agosto, a su querida gata; más flaca, sucia y cansada. Luego de revisarla y rezar agradecido por su regreso, dejó que durmiera tranquilamente durante horas. Después de unos meses, la desaparición de la gata ya era una anécdota, pues previo pago de cuatrocientos mil pesos, el hombre había conseguido que su vecino aceptara el cruce de la siberiana con el gordo gato persa. La panza de la felina no demoró en crecer, hasta completar el período de gestación. Una fría mañana, tan fría, como aquella en que regresó de sus andanzas nocturnas, dio a luz una camada de seis gatitos. El hombre miraba con un dejo de rabia, tristeza e incredulidad como iban saliendo del vientre materno uno a uno: dos gatos negros, uno rucio, un par de blancos y el infaltable gatito jaspeado. Uno persa. Ni pensarlo.


Habían sido días difíciles. Meses, tal vez un año para ser exacto. Confundidos y con pavor, habían escuchado bombardeos cerca de la Moneda. Aviones que en picada sobrevolaban el centro de la ciudad. Las protestas habían sido reemplazadas por balaceras y ruidosas ametralladoras. En un instante, todo quedó en silencio. Extrañaban al anciano ávido de lecturas de la “Quimantú”, el curioso joven que leía “El Capital” o los alegres niños que disfrutaban la revista “Cabrochico”. Hace semanas que nadie entraba y recorría sus estantes de preciados tesoros. Sólo olor a pólvora y eterna soledad por sus recovecos. Una mañana, fría, como todo ese septiembre, un grupo de sujetos ataviados con el verde, azul y gris de la traición, irrumpían por las puertas de la biblioteca. Nunca habían visto sujetos con cascos y armas tocando un libro, menos leyendo uno. El trote con pesadas botas, cargadas de violencia e ignorancia, rompían la magia del paraíso lector. - “Hay que quemar todo lo que huela a marxismo”- se escuchaba por los rincones. Y así, fueron sacados a empujones e insultos, centenares, miles de ellos que entendían poco y nada de esa bestial acción. En plena calle y formando una pira se daba inicio al bibliocausto. Entre sollozos y gritos


desgarradores de páginas que ardían por el fuego vil de quienes creían que nada puede volver a resurgir desde las cenizas, sobresalía un - ¿Por qué yo? de un libro sobre Cubismo. A su lado, un ennegrecido “Manifiesto Comunista” le susurra a su oído débiles palabras para intentar aplacar su dolor y entendible duda: - Deben pensar que tienes que ver con Cuba. Al ver lo que se venía y tomados de la mano, ardían más tranquilos. Paradojalmente escapaban del infierno.


(Marión Labbé)2 Y pensar que me ofrecieron todo la primera vez. Pero ¿bajo qué circunstancias? Hoy ya con probablemente todo el mundo recorrido, soy tan solo una encantadora nómade. Tengo el deslumbre, tengo la belleza, sin embargo suelo habitar en el crepúsculo. Seguramente me conoces por ser la primera esposa de Adán (sí el mismo Adán del Jardín del Edén). La situación fue la siguiente, tal y como lo narra el texto bíblico: “Dios formó entonces a Lilith, la primera mujer, del mismo modo que había formado a Adán, aunque utilizó inmundicia y sedimento en lugar de polvo puro. Adán y Lilith nunca hallaron armonía juntos, pues cuando él deseaba yacer con ella, Lilith se sentía ofendida por la postura reclinada que él exigía. -“¿Por qué he de yacer debajo de ti?” —preguntaba—. “Yo también fui hecha con polvo y, por tanto, soy tu igual.” Como Adán trató de obligarme a obedecer, encolerizada pronuncié el nombre mágico de Dios, me elevé por los aires y lo abandoné. 1

Relato que obtuvo el primer lugar en el Concurso Legado Gótico de Profesores, organizado por Mitos y Leyendas, Junio 2018. 2 Profesora de Filosofía PUCV.


Como podrás darte cuenta, este prototipo de macho me repudió casi inmediatamente, porque no acepté someterme como aquella esposa obediente y sumisa que Dios le prometió. Ocurrido esto, entonces, es que aparece “la tierna e inocente Eva” para tomar mi lugar, y por supuesto, no cuestionar nada. Muy predecible en cuanto a su actuar, se considera a Eva como la madre de toda la humanidad y ejemplo de abnegación y resignación. Yo, muy por el contrario, terminé convirtiéndome en algo así como “la reina de los condenados” es decir, aquella figura femenina que desentona con toda la parafernalia cristiana. A veces me tildan de demonio femenino, incluso como aquella “vampiresa enigmática”, ya que opuestamente a la imagen de la pura Eva, yo abundo en las fantasías eróticas de los hombres y el papel de la maternidad, no me sienta muy bien. Sin embargo, mis atributos se vuelven mi condena y Dios me castiga. Al escapar del Edén, yo no sufrí el castigo otorgado por el pecado original, pero me brindan otros tipos de castigo. Como no deseo cumplir con mi rol femenino de procreación, me castigan paradójicamente, a quedar constantemente embarazada. Como poseo la característica de ser inmortal, todo a mí alrededor envejece, cambia o perece, y yo, muy por el contrario, siempre permanezco. Y lo peor de todo es que mis hijos, a los cuales estoy condenada por siempre a parir, no vivirán hasta la luz del día siguiente. Por esta razón se refieren a mí como “la madre de los vampiros”.


Me imagino que ya notarás que mi historia no es de final feliz y lamentablemente no puedo liberarme de estas cadenas. A lo mejor la inmortalidad no suena del todo mal, considerando que cuando lo piensas eres mortal. Saborear este cuento trágico todo el tiempo, no es algo que recomiende. Es cierto que poseo la eterna belleza y una gran capacidad de seducción, pero como entenderás, todo tiene su razón de ser. He vestido de todas las modas, he arreglado mi cabello de todas las formas posibles, he bailado un sinfín de melodías, he maravillado a tantos, tengo la sabiduría de más de cien mil compañeras y sin embargo la única real compañía que he encontrado es la soledad, durante siglos y siglos. No envejezco, no fallezco pero estoy condenada a no permanecer en ninguna parte, me desvanezco tan deslumbrantemente como aparezco. Honestamente, me alimento de los sueños infames y de los deseos silentes. He visto a tantos surgir y he presenciado a tantos caer. ¿Alguna vez la flor ansiará marchitar? Dicen de mí, en variados cuentos, que robo niños pequeños en venganza de mi condena. Pero mi condena es más lastimera y trágica de lo que parece. Mi suerte, mi maldición, nace del hecho de no querer conformarme, y cada vez que hablo de esto aún, resuena a lo lejos en mis pensamientos eso “de que ambos fuimos creados de lo mismo”… Entonces ¿Por qué soy yo la que debió callarse? Hoy el mundo se ha vuelto mi infame Paraíso y esta rebeldía lastimera, mi adorno más espectacular. Observo tantos tipos de


naturalezas humanas y lo humano parece tan efĂ­mero pero al mismo tiempo tan deseable.



POESÍA


I Ápice cristalino Que brotas, emerges del dolor, El recuerdo, la alegría O la tristeza. II Caes en forma lenta, Adherida eternamente O resbalando veloz Por la mejilla de la amada. III Envidio tu zigzagueante periplo, Recorres su rostro en cadencioso Viaje hasta tocar sus labios Y besar su dulce boca. IV Podríamos clasificarte, Por razones, causas o Motivos en tu génesis.


V Tienes la virtud de nacer Y en un recorrido certero extinguirte, Para volver a aparecer Por razones inciertas. VI Detrás de ti Hay una razón y un por qué, En ocasiones falsa e histriónica, Pero en otras (las más) Eres tan verdadera como la muerte.


I ¿Cómo será la agonía de una casa abandonada? ¿Podrá soportar el abandono, el paso del tiempo y la indiferencia de los transeúntes? II ¿Qué habrá sido de sus moradores? ¿Se escucharán aún por sus rincones las risas y cantos de los pequeños jugando? ¿Las discusiones y gritos del fatal contubernio? ¿Los orgasmos y gemidos apasionados del amor que parecía no acabar? ¿Qué viaje habrán tomado sus inquilinos? ¿Seguirán en la ruta? III ¿El roce del viento otoñal logrará calentar sus vacíos y agrietados rincones? ¿Podrá la lluvia acompañar con sus lágrimas invernales la añoranza de años mejores? ¿Bastarán los abrazos de los árboles en la tormenta para saciar su soledad?


IV ¿Extrañará los ladridos de los perros? ¿El vecino y su martillo dominical? ¿Volver a ser simplemente un hogar? ¿Simplemente un hogar?


I Y al final de cuentas somos nosotros los que seguimos en este viaje. Cargamos con la culpa, masticamos nuestros errores, nos mata la conciencia, nos enceguecen los dolores. II Echados en el pasto respiramos los temores, recordamos dĂ­as grises, sonreĂ­mos los veranos, engullimos los inviernos, digerimos sinsabores. III Corre un perro cariĂąoso, deambulan hormigas por mis manos. Escucho sollozos lejanos, solidarizo con ellos, trato de contener el llanto. IV Camino por el sendero, escucho solo mis pasos. A lo lejos veo a mi madre, hermana, sobrino y cuĂąado.


V Atisbo desde lejos, juego a ser solitario. Me anuncian con un gesto que es hora de seguir el tranco. VI Corro de prisa, para estar un segundo más a tu lado. Espero no me odies, si no te visito tanto. VII Detesto los cementerios, tanto como un hombre ante un poderoso arrodillado, pero hay visitas que lo valen y hacen tranzar hasta el más revolucionario. VIII Me acerco a tu espacio, rincón de eterno paso. Recuerdo navidades, balones de regalo, abrazos que extraño y los te quiero que he guardado. IX Sigo adelante, me despido de tu lado. Tres pequeños golpes, en el espacio indicado.


XX Hasta pronto papĂĄ, pronto alcanzarĂŠ tu mano. En completa soledad logras que brote mi llanto.





TÉ CON LETRAS De Paulo Carreras se terminó de imprimir en el mes de junio del 2019 en los talleres de Opalina Cartonera


Los libros de la editorial opalina Cartonera SON OBJETOS DE ARTE COMPLETAMENTE ARTESANALES - fabricados con nuestras patas delanteras todos hechos con dedicaciรณn, delicadeza y amor

V OP!





Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.