Maderos del naufragio / Sebastián Núñez Torres

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Sebastián Núñez Torres

Maderos del

naufragio

Opalina Cartonera ~3~


Maderos del naufragio Sebastián Núñez Torres Número de inscripción registro de propiedad intelectual: A-276401 Opalina Cartonera 2017 Diagramación a cargo de Juan Canales Diseño por Francisco Escobar Impreso en Valparaíso-Chile por Opalina Cartonera Primera edición

“Colección Ecolección” Contacto autor: sebant@gmail.com Este libro se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercialSinDerivadas- 3.0 Unported

Se permite la reproducción parcial o total de la obra sin fines de lucro y con autorización previa del autor ~4~


Maderos del

naufragio

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Los verdaderos poemas son los póstumos que se escriben a oscuras con la luz del relámpago. (Efraín Barquero)

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Rumor de sombras, de queltehues emigrando hacia la noche, del incendio de los astros cuya luz es la conciencia del tiempo. Rumor de inmensidad, de frontera sin establecer, de hojas crispĂĄndose a finales de mayo, de montaĂąas expandiendo su raĂ­z mineral, de amantes saciados en el oasis del encuentro. Rumor de silencio reciĂŠn roto en la llanura, de penumbras anunciando un destino inexorable, de trenes enloquecidos por una fiebre de distancias, de nubes congregando todo el odio de la tempestad. Rumor de ausencias, de mesa sin comensales, de poemas que nadie lee, de palabras ansiosas por gritar su nombre. ~9~


¿Dónde van, hojas condenadas, batallones derrotados del tiempo que solo piensa en sí mismo? Algo duerme en la noche del otoño, algún ímpetu acallado que aguarda como el estruendo tras la caída del relámpago. Vestigios de las “edades ululantes”, el otrora eco de sus cantos es hoy apenas una triste letanía. Y así, como sombras al atardecer, enfrentamos mansamente el prosaico destino de los hombres.

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Te escribo desde la caverna platónica del absurdo, de este vacío que intentan llenar palabras, símbolos de siglos que se desvanecen bajo la mirada de los astros. Pero tú solo comprendes el aullido del lobo que la luna desprecia como el tiempo nuestros sueños inmortales. Tú solo comprendes el gorjear de pájaros a la salida del sol, el rumor de las mareas que un viejo dios agita por capricho. Solo comprendes el efímero instante de las glicinas, el titubeo del viento antes de remover las últimas hojas.

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De nuevo tu sombra desaparece como el guijarro en el fondo mudo del pozo, tiniebla disipada por el faro del mediodĂ­a a cuya luz creemos conocer la verdad. De nuevo el cielo recupera su rostro oculto por la negra mĂĄscara de las nubes, y yo recupero sorpresivamente tu mirada, perdida como viejos muebles en el desvĂĄn.

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Mira los geranios florecer como palabras en un poema, mira los rayos de sol invadir la penumbra de las habitaciones. Te gusta imaginar viajes que terminan en ninguna parte, sorber de a poco el vino que escancias como un sagrado ritual. Te gusta contemplar los ĂĄrboles que cuentan en silencio las edades de la tierra, pensar en los bosques de infancia, en el lecho de hojas secas donde aĂşn encuentra consuelo el poeta derribado.

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Dime que este es el último adiós para que mi voz proscrita ya no intente pronunciar la tragedia de tu nombre. Dime que el alba extiende sus puñales de luz sobre el cuerpo de la noche; y que su herida remece la conciencia de los días. Dime que entre nosotros la distancia es suficiente para separar un pensamiento que nos une como eslabones templados en el fuego originario. Dime que la lluvia es suficiente para saciar la sed de los queltehues cuyo vuelo guía la ciega marcha de las nubes, y que este silencio es el preludio para develar el misterio de los signos.

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Puertos del amanecer disipados en la bruma, tus horas pasan como naves sobrevivientes del naufragio. A tiempo, siempre a tiempo la encomienda del alba, la etérea voluntad del vencejo y el alma migrante de las hojas, y la ausencia de tus pasos peregrinos, el ímpetu de aquellos que marcharon para nunca regresar. Por la tangente del sendero, donde el otoño desfalleció tras su contienda con los árboles, reconozco la huella del cazador, la imagen robada al cielo del estanque, el sueño del musgo y la perseverancia oscura de las raíces. Tumultos animales en busca del nuevo brote, dipsodas milenarios del afluente lejano, tránsito de legiones derrotadas en el juego de la Historia, yo no soy más que otro caminante en busca de su propia utopía.

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Contemos una mentira al tiempo para que ya no piense en nosotros, para que al fin concluya la fatigada marcha de los relojes. Inventemos una larga historia que divierta a las horas, para que entonces transcurran sin volver a despojarnos otro dĂ­a.

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El invierno hace soñar al cielo con días claros. Los relojes se cansan de pronunciar horas que solo anuncian la llegada de las lluvias. Tú esperas tras el muro de la soledad la partida del visitante cuyos pasos dejan su estela en el barro. Vuelves a pensar en el rostro que dejaste olvidado en el espejo, ahora que apenas somos un sueño de invierno; un rumor de comensales en la mesa vacía.

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I Te obsequio la sencillez de mis versos, la sombra proyectada por el lento viaje de las nubes, el puerto seguro de mi abrazo en la hora de la tempestad. II Una ventana a medio abrir es suficiente para que el viento ronde la casa llena del lamento de los años. III Los desquiciados hablan con los árboles, o eso quieren hacernos creer los detractores del “romanticismo anacrónico”. IV El peso del cielo abruma los tejados.

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V Somos forajidos en la frontera de la noche donde el día aguarda para surgir como un visitante venido de un país de sueños. VI Recuerdo tus ojos de niña humilde que brillaron bajo las estrellas rojas de cerezos maduros. Me pediste que guardara silencio pues sabías que una despedida auténtica es aquella donde no decimos nada para así evitar la inútil confusión de las palabras.

VII El repiqueteo de una lluvia nocturna aplaca el bullicio de las calles. VIII Los álamos se estremecen sin reprochar las enloquecidas ráfagas de mayo.

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IX A nadie esperan en el umbral de una casa en ruinas. Ahora solo es refugio del tiempo, del silencio que nos hace temer la desolada eternidad. X Los ĂĄrboles se inclinan y tributan sus hojas al viento, el emisario del desastre. XI Alguien lee versos de un antiguo poeta cuyas palabras tienen la profundidad del olvido, alguien se extravĂ­a por un bosque de aromos donde merodean los primeros dĂ­as de invierno. XII Nubes peregrinas desgarran la gigantesca claridad de los cielos.

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XIII En algún pueblo del sur profundo la sirena del medio día es el dios lobo que conjura una ceremonia de aullidos. XIV Como testigo de una batalla milenaria, celebro la victoria breve de la luz vespertina que ignora el término de su reinado a manos de la noche. XV Despertar a la conciencia es una trágica metamorfosis tras la cual recién reparamos en el don perdido de la infancia: vivir sin sospechar la muerte. XVI He conocido un lugar donde terminan los caminos, una isla donde el silencio es un brujo en busca de imbunches. ~ 21 ~


XVII Anochece, la tarde se deshace como dientes de león soplados por los vientos del poniente. XVIII El contorno de los pinos se estremece ante la presencia irreal de las estrellas cuya luz es más antigua que el primer poema. XIX Tú desapareces bajo la caída solemne de la lluvia, tejido deshilachado del cielo que hace sordo el tictaqueo del reloj. XX Como un paciente filósofo la enredadera dibuja el paso del tiempo sobre los muros. XXI Las aves envidian la simple inercia de las nubes. ~ 22 ~


XXII Cómo no alentar el prosaico culto de las formas, si tu rostro habla por sí mismo en el primer lenguaje de los hombres. XXIII La niebla nos hace olvidar el nombre de las cosas. XXIV La paciencia es un obsequio, me decías, en tardes inmortales de lectura bajo la barba de los sauces llorones. XXV Eres la presencia tras la ventana de miles de estaciones; comensal indeseado a quien no pueden engañar la música ni el vino.

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XXVI La comunidad de los gorriones se reĂşne junto al estero pobre del verano cuyo cauce arrastra el recuerdo de las lluvias. XXVII Susurrante, el viento del sur hace fluir rĂ­os de hojas secas nacidos del turbio manantial del otoĂąo. XXVIII Recuerda que siempre podemos compartir las sombras solitarias bajo el puente de madera, la casa en ruinas cuya historia inventamos, la copa de vino a medio vaciar; el desfile honorable del alba ante el canto primitivo de los gallos.

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A Hölderlin Migración de hojas secas, ceniza de árboles dispersa en el viento, en el aire de abril cuya tarde melancólica hace florecer geranios en la orilla del tiempo. Y nosotros, viajeros del alba, víctimas del fragor de otoño, saboreamos un vino de nostalgias en nombre de todo aquello que se extingue a costa incluso del deseo más puro de existir.

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Apaga todas las luces para que la noche descubra su verdadero rostro. Deja una ventana abierta para que el viento corra como un niĂąo a travĂŠs de la casa. Pero junta las persianas, para que la muerte ya no pueda volver a espiarnos.

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Un concilio de zorzales despereza la tarde, despierta de su sueño inexacto al crepúsculo. En el patio, el tedio abruma los muros, traza el dominio de las sombras que el día combate vanamente. Y aquí, donde el aire apenas murmura su mensaje de ultramar, se afana la memoria en un deseo inalcanzable, aquí donde vimos algo más que solo el día desfallecer.

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Como una canción cantada de lejos escucho la consigna del viento que de pronto intenta apagar las antorchas de aromos florecidos. Y así apareces como el aliento del amanecer que reclama el nuevo día; una lámpara ciega cuya luz se ha perdido en las noches de antaño. Una luz que fue como tu rostro: un resplandor momentáneo en el ventanal de la casa abandonada, una espiga madurando en la conciencia del trigal, una luciérnaga que vimos desaparecer en la oscuridad con el temor de jamás volver a encontrarla.

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Ahora que las estaciones pasaron sin pensar en nosotros, ahora que las hojas del calendario cayeron como arrancadas por el viento de los aĂąos, emprendamos un largo viaje hacia el paĂ­s donde migran las aves y las nubes descansan al fin en las fronteras del cielo.

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Maderos del naufragio Sebastián Núñez Torres se terminó de imprimir en el mes de septiembre del 2017 en los talleres de editorial Opalina Cartonera

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Los libros de la editorial opalina cartonera SON OBJETOS DE ARTE COMPLETAMENTE ARTESANALES - fabricados con nuestras patas delanteras todos hechos con dedicaciรณn, delicadeza y voluntad

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