LOS OFICIOS DE LOS ABUELOS María Elena Solórzano Cronista y poeta de Azcapotzalco
Jefa de Gobierno de la Ciudad de México Dra. Claudia Sheinbaum Pardo Secretaría de Cultura de la Ciudad de México Dra. Vannesa Bohórquez López Dirección General de Vinculación Cultural Comunitaria Benjamín González Pérez
María Elena Solórzano Carbajal, poeta y cronista de Azcapotzalco. Nace el 9 de abril de 1941 en la Cd. de Delicias Chihuahua. Profra. de Educ. Primaria, Bióloga egresada de la Escuela Normal Superior de México, Lic. en Letras Hispánicas (UNAM). Ejerce como profesora de primaria y secundaria en escuelas oficiales. Como profesora de Literatura en preparatorias particulares, como directora de escuelas oficiales y particulares. Jubilada por la SEP desde 1992.
Dirección Desarrollo Cultural Comunitario Jorge Mariano Mendoza Ramos Jefatura de Unidad Departamental de Programas Culturales Comunitarios Liliana Salinas González Participantes en la realización del contenido María Elena Solorzano Azucena López Pardo Juan Villa Alejandra Lemuz Gómez Diseño Editorial Ana María Gómez Castrejón Ilustraciones Equipo de Acción Gráfica
LOS OFICIOS DE LOS ABUELOS María Elena Solórzano Cronista y poeta de Azcapotzalco
Agradecemos a la autora, la cronista y poeta María Elena Solórzano, por la autorización, para publicar y distribuir virtual, libre y gratuitamente, su valiosa obra: “Los oficios de los abuelos”. Estamos convencides que la presente obra ayudará a las personas a revivir el México del ayer, fortaleciendo las memorias colectivas, a través de las historias, recuerdos, anécdotas y emociones que en el texto se plasmaron. De igual manera, la gratitud y felicitaciones por el esfuerzo en la puesta en marcha del proyecto: “Los oficios de los abuelos en México de los siglos XIX y XX”, a través de la Estrategia Digital, a les compañeres promotores culturales: Josué Morales, Estefania Idalias y Azucena López, que oficiaron como correctores de estilo. Y quienes, con la inestimable colaboración de María Elena, promovieron y se sumergieron en las sesiones digitales, en un diálogo fructífero y muy afable, durante cuatro meses con personas de la Alcaldía Iztapalapa. Estimamos que este material de lectura sea un loable reconocimiento a las comunidades que son el motor y espíritu de todas las historias que en ella se cuentan. Promotores Culturales Comunitarios
ÍNDICE 08
Los tlacuilos
37
Los almidonados
10
La china poblana
38
Plumilla, manguillo y tintero
12
Patos y chichicuilotes
39
A María le gusta bordar
13
Los guajolotes
41
Rebozo de telar
14
Buñuelos con miel
43
La modista
15
Piiii, piiii, camotes, camotes
44
El sastre
16
La tortillera
45
Crinolinas
18
Chicharrones de puerco y
46
Se hace tru tru
puerca
47
Flor de nube
19
Tripas flacas, tripas gordas
49
Y... curraba la alferecía
20
Té por ocho centavos
51
La cocina de mi abuela
22
Los panaderos
52
La casa de mi tía Chelo
23
Leche de burra
54
Un corazón a flor de piel
24
Las petroleras
56
Calabacitas tiernas ¡Ay qué
26
Chocolate de metate
27
El merenguero
57
Un bracito ya se le rompió...
28
Pinole, las charamuscas y
60
La rezandera
pepitas
62
La plañidera
El abominable hombre de las
63
Se aplican inyecciones
nieves
65
Las purgas
30
Tortas, tortas
66
La comadrona
31
¿Quieres un tepache?
68
Mágico brebaje
32
El cajetero
71
Un clavel sin aroma
33
Las manzanitas
73
Ollas que soldar
34
Del agua y el jabón
74
El afilador
36
Amarillo Congo
75
Zapatero remendón
29
bonitas piernas!
76
El relojero
105
¡Álzate la canasta
77
El tejedor de bejuco
106
Hilo, ganchillo y tijera
78
Las doce y sereno
107
El primer cine
79
El mecapalero
108
La radio
80
Los tlachiqueros
110
El quinque
81
El aguador
111
Los "Judas"
82
Las vigas y tejamaniles
112
Carreras de gatos
83
El abonero
113
De los tranvías de mulitas al
84
El merolico
86
El fotógrafo ambulante
115
Entren santos peregrinos
87
Los faquires
117
Cuando el destino
88
El tragafuego
118
Alucinada
89
El circo callejero
119
Serenatas
91
Los estanquillos
120
Puñalada trapera
93
El carbonero
121
Los estudiantes lo saben, lo
94
Los evangelistas
95
Cualquiera toca el cilindro, pero
122
Las rumberas
no cualquiera lo carga
123
Los tríos
96
Fierro viejo que vendan
124
Don Richard, el carpintero
97
Tierra pa' las macetas
126
El ama de casa: Doña Tules
98
Las pajareras
99
Oficio de niño
101
Papalotes
102
Piedra bola
103
Salón de belleza
104
Peluquerías
metropolitano
saben
Cronista Invitada: Azucena López 128
El chaperón Cronista Invitada: Azucena López
LOS TLACUILOS Los antiguos tepanecas y mexicanos ya tenían libros que eran llamados códices. Los códices eran realizados magistralmente por los tlacuilos, artistas que sabían dibujar, pintar y además tenían conocimientos sobre diversos temas, cada tlacuilo se especializaba en un tema para poder expresar acertadamente los conceptos que quería expresar por medio de hermosas pinturas. Se dibujaba sobre largas tiras de papel amate o en piel de venado. Las tiras eran dobladas en forma de acordeón. La palabra códice significa “libro manuscrito”, reciben este nombre los documentos de imágenes o de pinturas realizados por los naturales de México o América. Desafortunadamente muchos códices fueron destruidos a la llegada de los conquistadores, pocos se conservaron con su hermosa pictografía, además la mayoría están en el extranjero. Al llegar los españoles con el uso de los caracteres del alfabeto, fue decayendo la elaboración de los códices. Los tlacuilos vivían en los palacios o templos donde realizaban sus trabajos, era la única ocupación que desempeñaban y eran muy respetados ya que se les consideraba como historiadores y artistas que registraban la memoria, las tradiciones, los mitos, la cosmogonía y la cuenta calendárica de su pueblo. Su denominación viene del verbo tlacuiloa porque escriben por medio de pinturas, algunas veces intervenían varios tlacuilos, ya que se observan estilos diferentes. Para realizar sus dibujos elaboraban pinturas a partir de pigmentos minerales y vegetales Muchos de los códices fueron quemados porque se consideraban el resultado de mentes diabólicas. Fray Bernardino de Sahagún habla del árbol del amate y de la manera como se fabrica papel para la elaboración de códices y era tan valioso que los pueblos lo daban como tributo a los mexicas. Al prohibir los frailes las ceremonias indígenas el papel amate y la caña se usaron para elaborar esculturas de cristos durante los siglos XVI, XVII Y XVIII. Había un lugar destinado para guardar los códices, el amoxcalli (amoxtlilibro y calli- casa), los tlamatinime (los sabios) se encargaban de su cuidado y conservación. La deidad protectora de los tlacuilos era Xochiquétzal (flor de quetzal, la flor más valiosa), era la diosa de todas las artes (danza, canto, música, orfebrería, bordado, trabajo en pluma, escultura, etc.), de las flores, de la primavera y de todos los amantecas. En el poniente de Azcapotzalco se encuentra uno de los asentamientos más antiguos: el barrio de San Miguel Amantla (en la época prehispánica era
Los oficios de los abuelos
calpulli), en este sitio se concentraban los amantecas (artistas y artesanos) quienes trabajaban la pluma, los orfebres, los lapidarios y algunos tlacuilos. En el Libro Nono, Capítulo XVIII y XXIX Fray Bernardino de Sahagún hace mención del calpulli de Amantla donde dice se reunían todos los amantecas. En Europa los primeros libros eran manuscritos, por lo que resultaban muy costosos y difíciles de reproducir. Con la aparición de la imprenta la elaboración de libros se hizo más fácil y rápida. Algunos historiadores dicen que la imprenta es un invento chino, primero fue el libro xilográfico, poco después Pi Cheng inventa un tipo de caracteres móviles, pero el costo era muy alto (siglo XV) En Europa se considera a Juan Guterbeng como el inventor de la imprenta manual, de caracteres móviles en metal fundido, utilizando tinta grasa y una prensa. Su gran obra la realiza en medio de grandes apuros económicos durante parte del siglo XV, un poco después que los chinos. La Biblia se considera como la primera impresión en Europa. El uso de la imprenta se extiende rápidamente por todo el mundo. Uno de los inventos que revolucionó al mundo es sin duda la imprenta al permitir la rápida difusión de las ideas, contribuyó otro invento chino el papel sin el cual no hubiera sido posible la impresión. Los primeros tirajes apenas alcanzaban 500 ejemplares por día, ahora se pueden tirar 15000 o más en una hora. En el siglo XIX hay un avance espectacular en la impresión gracias a otra serie de inventos, en la actualidad las imprentas son una maravilla en cuanto a rapidez y nitidez en la impresión. Pero ahora el libro impreso en papel se ve amenazado por los medios electrónicos que pretenden sustituirlo por una luminosa pantalla en la computadora. Sin embargo la sensación de tener un libro impreso en las manos y aspirar el aroma de la tinta son insustituibles. El placer de sentarse a leer bajo un árbol mientras se escucha el canto de los pájaros es incomparable. El libro nos abre puertas y ventanas para incursionar en otros mundos y navegar por todos los mares. De la mano de nuestro amigo el libro conocemos: gnomos, duendes, hadas, elfos, un sin fin de personajes e historias. Al transponer la puerta de la fantasía y el conocimiento, podemos viajar a través del tiempo y conocer épocas pasadas. Y hoy con “Los oficios de los abuelos” viajaremos a otra época, ahí veremos con los ojos de nuestros abuelos y abuelas un pasado que ha dado identidad, valor, respeto e imagen de un ayer lleno de nostalgia. Comenzamos…
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LA CHINA POBLANA El traje nacional femenino es la China poblana y el traje nacional masculino es el Traje de charro, el Jarabe tapatío se considera el baile nacional El traje de charro deriva del atuendo del caballero español, poco a poco se fue transformando, al mexicano le gusta lo barroco y a esta vestimenta se le agregaron adornos y botonaduras según la posición económica del portador. Actualmente se considera como traje de etiqueta con el que se puede asistir a cualquier recepción en el mundo. En cuanto al vestido de la china se dice que, una joven princesa indostana llamada Mirrha es raptada para ser vendida como esclava. Escapa de los piratas portugueses y se refugia en una misión, ahí la bautizaron poniéndole Catalina de San Juan. Mirrha es raptada otra vez y llega con sus captores al puerto de Acapulco en la Nueva España donde es vendida al comerciante poblano don Miguel de Sosa. Mirrha vestía a la usanza de la India, su llamativa vestimenta gusto tanto que dio origen al traje de la china, las mujeres mexicanas le agregan y transforman varios elementos, de este sincretismo nace un nuevo vestido. La blusa blanca, escotada, con bordados de flores y grecas de llamativos colores, falda plegada alrededor de la cintura bordada con figuras o flores con seda y lentejuela, usando sobre todo colores primarios: rojo, azul, amarillo y sus combinaciones como el verde; debajo de la adornada falda estaban los blancos refajos terminados con puntas tejidas con ganchillo, la falda y los refajos eran sujetados por una banda tejida de alegre color. El rebozo era imprescindible, podía ser de seda o de los llamados de bolita, al cuello llevaba una fina mascada o pañuelo, calzaba zapatos de raso bordados con seda, del cuello colgaban múltiples abalorios, sus vestidos eran muy atrevidos para el siglo XIX. Las chinas eran mujeres del pueblo, muy hermosas, generalmente mestizas o de alguna casta, en algunas se adivinaba la presencia de sangre negra por su pelo ondulado, no usaban ningún afeite, de buen cuerpo, con una cabellera espléndida de resplandeciente azabache que trenzaban con cordones y listones de tonos chillantes. Su habitación era un cuarto donde reinaba la limpieza, esa era una de sus cualidades. Sabían bailar los jarabes y en los fandangos se lucían y retaban al mejor bailarín a superarlas. Muy liberales en cuestiones sexuales pero muy fieles a su hombre cuando tenían una pareja permanente. El término poblana dicen los estudiosos que se refiere a que pertenecen al pueblo.
Los oficios de los abuelos
Se las podía contemplar en todo su esplendor en las trajineras que iban y venían por el Canal de la Viga y sobre todo en la Garita de Santa Anita. En el año de 1919 la bailarina rusa Ana Pavlova interpreta el Jarabe tapatío en puntas, ella viste de China poblana. En la década de 1910 a 1920 la china y el charro se convierten en estereotipos mexicanos. Cien años después los sentimos tan nuestros que no podemos imaginar una fiesta mexicana sin el baile del Jarabe tapatío interpretado por una china poblana y un charro mexicano…
Fuentes: Payno, Manuel. Los bandidos de Río Frío, Edit. Porrúa, México 2008. Rivera, José María. Los mexicanos contados por sí mismos, Grupo Financiero Internacional, Edit. Porrúa, México1974.
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PATOS Y CHICHICUILOTES Muy temprano se escuchaba el pregón de la vendedora. “Paaatooos, Paaatooos y chichicuilotiiitoooos. Era la época en que existían lagos, ríos y abundaban las aves silvestres que eran cazadas por los lugareños y después eran llevadas a las calles de la ciudad, amarradas de las patas, las aves vivas eran vendidas. Bandadas de chichicuilotes vivían a las orillas de los hermosos espejos de agua, con su delgado pico buscaban en el lodo de la orilla gusanillos para comer. Los lugareños esperaban pacientemente antes de lanzar la red y atraparlos, después los amarraban de las patas y los colgaban al hombro. Se consumían asados o enchilados. Mi abuela tenía la siguiente receta para cocinar aves como: patos, pollos, pichones y chichicuilotes. • 10 chichicuilotes. • ½ vaso de vino blanco o vinagre. • 1 cucharada sopera de harina. • ½ taza de caldo. • ½ telera o bolillo. • 100 gr. de mantequilla (antes se usaba manteca, puede sustituirse por aceite) • Sal y pimienta al gusto. Primero se despluman y se quitan las vísceras, se guardan los hígados. Los chichicuilotes se pasan por el fuego, se abren por el lomo sin partir, se deshuesan. Los higaditos se pican, el pan se hace migas y se remoja en el caldo, se agrega la mantequilla, la sal y la pimienta, todo se revuelve muy bien y con esta mezcla se rellenan. Se atan las patitas para freírlos en aceite, agregar el vino o vinagre, la sal y la pimienta. Se ponen a cocer a fuego lento. Aparte en una cacerola se dora la harina en mantequilla, se agrega el resto del caldo y los hongos picados hasta que estén suaves y la salsa espesa como un atolito. Los chichicuilotes se colocan en un platón y se cubren con la salsa y los hongos. ¡Ummm!...,a comer se ha dicho, con unas tortillitas recién salidas del comal, ¡ahhh, que ricura!
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LOS GUAJOLOTES En los límites de Azcapotzalco y Tacuba, había una estación de ferrocarril y ahí desembarcaban: verduras, legumbres, frutas, ganado caprino y lanar; algunas aves: patos, gallinas, pollos y guajolotes (ahora les llaman pavos). Los habitantes de los alrededores acudían a la estación para abastecerse de estos productos. A mi mamá le gustaba comprar pollos, gallinas y guajolotes. No pienses ni por un momento que ya te los vendían limpios y sin plumas. ¡No señor! Te los daban vivitos y aleteando, llegando a casa teníamos que matarlos y luego quitarles las plumas. A mí me tocaba sostenerle el pescuezo al pollo, gallina o guajolote y a mi hermano el cuerpo, para que mi mamá de un hachazo cortara la cabeza, a veces se nos soltaba y el animal corría y volaba sin cabeza por todo el patio, todos gritábamos al ver tan espeluznante escena. Después la sangre se recogía en un recipiente para guisarla con rabos de cebolla muy bien picados, quedaba una moronga muy sabrosa. Lo más latoso era desplumarlos, con el cuerpo del animal todavía tibio le arrancábamos las plumas, se guardaban en un costal, ya lavadas se utilizaban para hacer almohadas. Las patas se pasaban por la lumbre para quitarles la piel. Se vaciaba de vísceras al animal, sólo el hígado y la molleja ya partida y limpia se ponían a cocer con el resto del pollo o guajolote en una olla grande con bastante agua, verduras frescas, sal, cebolla, ajo, una ramita de cilantro y otra de hierbabuena. Salía un caldo para revivir moribundos, Ya cocido se sacaban las piezas, se ponían en el mole (molido en el metate) y sazonado por unos minutos hasta que la grasa estuviera en la parte superior (es la señal de que está cocido) con parte del caldillo y removiendo constantemente para que no se queme. Para completar el menú se preparaba un arroz con jitomate, frijoles refritos y una salsa recién hecha en molcajete y por supuesto un tompeate de tortillas.
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BUÑUELOS CON MIEL En el mes de diciembre, en Semana Santa y otras fiestas religiosas se acostumbraba elaborar buñuelos. En los atrios de las iglesias varias señoras traían grandes canastos colmados de buñuelos, cazuelas enormes con miel de piloncillo aromado con canela, colocaban varias mesas con sus respectivas sillas donde los comensales disfrutaban de los buñuelos bañados con miel de piloncillo, a veces para acompañar un jarro con atole de masa o de maicena y frutas naturales -el de guayaba es exquisito-. Nina y yo hacíamos unos buñuelos riquísimos en casa, tan delgaditos como un suspiro. La harina se amasaba con agua de tomate, un poco de sal, royal y manteca. La dificultad estaba en como extenderlos. Las rodillas se cubrían con un lienzo blanco y limpio. Se tomaba una bolita, y los dedos con verdadera destreza la hacían crecer y crecer hasta alcanzar unos cuarenta centímetros de diámetro; las primeras veces que los intente tuve errores mismos que poco a poco fui mejorando ya que mis manos eran pequeñas, sin embargo Nina tenía mucha paciencia y me ayudaba me enseñaba mientras tomaba un té de hojas de naranjo. El buñuelo quedaba tan delgado como una tela de cebolla, para su cocimiento se deslizaba dentro de una cacerola con aceite muy caliente y con un largo palillo se volteaba, ya dorados se sacaban y se iban colocando en un canasto. El calor y olor se expandía por toda la casa y hasta la calle iba a dar. Veíamos varias torres de buñuelos con un color claro pues no debían estar quemados, y cuando se rompía uno ¡ah¡ lo podíamos comer sin remordimiento mientras se hacían los demás. Los devorábamos espolvoreados con azúcar o remojados en miel de piloncillo con canela. Mi mamá mientras había preparado un atole de guayaba ¡Humm, recuerdo ese olor y sabor! Que nos acompañaba en las noches mientras escuchábamos la radio-novela en la radio.
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PIIII, PIIII, CAMOTES, CAMOTES Piii, piii, así se escuchaba el largo y agudo soniquete que produce el carrito de los camotes cuando el vendedor libera el vapor del agua con el que cuece su mercancía, el camotero recorre las calles llenando con un olor a piloncillo y canela cada puerta, cada ventana, cada resquicio del barrio. La gente sale a comprar un trocito de camote. Don Camerino parte el tubérculo, lo coloca en el plato y lo baña con miel de piloncillo. ¡Qué delicia! La fila que se hacía esperaba pacientemente observando al camotero, que con gran destreza sacaba el camote o plátano y movía la cabeza al lado contrario del vapor pues sus lentes se empañaban, lo cortaba a la mitad o en trozos con el cuchillo, tomaba el frasco con miel (que él mismo la preparaba) y vertía en la golosina con gusto; la persona lo recibía con la lengua en la comisura sin quitar la vista de su objetivo y al regresar a su casa lo mordía un poquito. El camote es una exquisita golosina, un buen alimento de origen natural. Los niños tomaban su leche acompañada de camote en dulce. Ahora comen pastelillos elaborados con grasa vegetal que es nociva para la salud. Ya no se escucha el sonido del carrito de los camotes, hay pocos por la ciudad, hay recuerdos que con un sonido me regresan a mi infancia, pues puedo imaginar ver salir a mamás y niños con su plato para comprar, y oler la leña…. y taparme los oídos mientras se acercaba, puedo ver el atardecer y el carrito irse lentamente...
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LA TORTILLERA
Antes de la máquina tortilladora no había tortillerías, la comida la acompañábamos con tortillas hechas a mano. Algunas mujeres se dedicaban a tortear (hacer tortillas). A las seis de la mañana, Chonita iba por la masa al molino de nixtamal (también en vías de extinción); ahí se martajaba el maíz remojado y cocido con cal, también se degustaban los primeros chismes del día sazonados con el olor del grano recién molido. Regresaba a las siete de la mañana, prendía el fogón que consistía en tres piedras grandes, en medio se ponía la leña o el carbón y encima el comal, mientras la lumbre estaba en su punto, se amasaba y se amasaba con un poco de agua
Los oficios de los abuelos
hasta que la masa quedaba suave y parejita; entonces tomaba una bola y empezaba el torteo, las tortillas redondas como grandes hostias se cocían sobre el comal, el calor inflaba sus pancitas, esa era la señal de que estaban listas para retirarlas; también decían que una mujer que se le inflaban las tortillas era porque estaba lista para el matrimonio, por ello muchas se esmeraban en hacer torres y torres de tortillas para calmar el hambre y ensayar para cuando se casaran. En el chiquihuite (canasta cubierta con una servilleta de algodón bordada con hermosos motivos y con una orla tejida a ganchillo), iban acomodándose las tortillas una a una. A un lado la cazuelita con sala roja o verde. Me encantaba ir por las gordas, pues Chonita me regalaba una tortilla recién hecha, untada con salsa y ¡Señor, vénganos tu reino, qué ricura!, así caminaba de regreso a casa con un gran sabor en la boca, masticando y gozando de mi tortilla. Las dejaba en la mesa, mi familia se empezaba a acomodar y entre todos pasaban los platos, las cucharas, las servilletas, el agua, los vasos, etcétera en ese momento Nina decía: “Gracias te damos por los alimentos que están en esta mesa, tú mesa Señor, misma que siempre provees de alimento, bendecido seas, alabado seas” En aquellos ayeres mi familia se encontraba en la mesa, degustando y platicando lo acontecido en el día, el ayer de nuestros abuelos y abuelas que se esmeraban para dar alimentos sanos y recién hechos, pues mi abuela Nina decía: “del comal a la boca una tortilla no se le niega a nadie”
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CHICHARRONES DE PUERCO Y PUERCA Se aventuraba por esas calles de Dios, arrastrando una pequeña plataforma de madera con unas ruedas de regular tamaño, arriba de la meseta se colocaba el cazo repleto de chicharrón (cuero frito). El chicharronero gritaba a todo pulmón “¡Chicharrón de puerco y puerca!”. Los mexicanos y las mexicanas habíamos olvidado esas sutiles distinciones de género tan de moda hoy en día entre nuestra sublime clase política. Hasta la esquina de la calle donde vivíamos llegaban los chicharrones recién hechos y nos importaba un serenado cacahuate si eran de puerca o puerco, pues el paladar los saboreaba con el mismo deleite. Y sabes la tortillita caliente con el pedazo de chicharrón, la salsa verde, una ramita de cilantro y órale que “también en este pueblo hace aire”. El chicharrón acompaño mis domingos ya que iba mi nana a surtir para la semana, pero siempre pedía un trozo con carnita, y al regresar almorzábamos taco placero que consta de: pápalo, pico de gallo, nopales asados y a veces un trozo de queso de puerco que cortaba con un gran cuchillo recién afilado, queso canasta y un aguacate; ¡ah!, esos tacos en domingo eran un deleite pues si nos habíamos portado bien, lo podíamos acompañar con un vaso de refresco, pues mi nana no nos dejaba consumirlos entre semana y menos si nos portábamos mal, así que ese taco podía ser acompañado con agua o con refresco. Casi siempre intentábamos comportarnos y hacer nuestras labores en casa y en la escuela para poder refrescarnos el domingo, sin embargo yo recuerdo más los tacos, y aunque el refresco estaba condicionado, lo que no podíamos perdonar era ese taco con copia, pues la salsa de molcajete aunque estuviera picosita era un deleite mientras tomábamos un poco de pápalo para acompañar el chicharrón de puerco y puerca.
Los oficios de los abuelos
TRIPAS FLACAS, TRIPAS GORDAS Con su cargamento al hombro va ofreciendo su singular mercancía: pálidas tripas lavadas que parecen lombrices gigantes. El olor que el tripero despide a su paso es desagradable a pesar de que a las vísceras se les ha extraído todo el excremento; la necesidad lo obliga a desempeñar tan desagradable oficio pero que ayudaba a que su hogar pudiese cubrir sus necesidades, desempeñándolo con cansancio y alegría por las calles. En muchos hogares se elaboraba chorizo y longaniza para consumo interno o para vender. Mi abuelo era uno de ellos. Compraba carne de cerdo, la trituraba en un molinito de mano, la carne ya molida era sazonada con sal, cebolla finamente picada, hierbas de olor: tomillo, mejorana y albahaca, todas muy bien pulverizadas. El chile ancho se molía con el caldo que había quedado del cocimiento de la carne y con una taza de vinagre de piña (en casi todos los hogares se elaboraba vinagre con la maceración de la cáscara de la piña y un poco de azúcar), se revolvía todo muy bien y se iban rellenando las tripas, cada diez centímetros se estrangulaban con un hilo y de esta forma quedaban dividida la tripa en muchas secciones. Con el vinagre como conservador duraba muchos días, chorizo de óptima calidad y de un sabor muy especial. La longaniza se preparaba en la misma forma, la tripa que la contenía era más delgada, no se dividía y se rellenaba cuan larga era. Bastaba un pedacito guisado con huevo o con papas para que su olor impregnara toda la cocina, mi abuelo la elaboraba con carne, no con las sobras de las carnicerías, puros pellejos, como ahora. Nina los colgaba para que se secara y poderla utilizar, y me decía que antes los gatos le ganaban de ahí el dicho “Un ojo al gato y otro al garabato”, por ello mi abuelo acondiciono para que fuese inalcanzable para las mascotas de nuestro hogar, así que, el gordo y la vaca se quedaron, así como “el chinito milando” solo a veces lamían el piso de lo que escurría. La comida casi siempre era recién hecha, fresca y con ese gran sabor a hogar.
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TÉ POR OCHO CENTAVOS
En las frías madrugadas de los años cincuenta había señoras que vendían un pocillo de té caliente por ocho centavos y a los que acudían a comprarlo les decían “té por ocho”, estas mujeres para ayudar en la economía de su hogar pues tenían muchos hijos, afuera de vecindades o de sus hogares ponían una mesa con un mantel blanco, alrededor los hombres se acercaban buscando el fogón y el té, así surgió el término teporocho, además quienes asistían a comprar la bebida caliente a esas horas eran los borrachitos que necesitaban darse un poco de calor. Por eso ahora señala a la persona adicta que bebe de todo tipo de menjurje que contenga alcohol.
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Desde las seis de la mañana en algunas esquinas encontramos a la vendedora de “canelitas” o la tizana de hojas de naranjo con “piquete” (chorro de aguardiente o alcohol). Los teporochos rodean la olla de la que se desprende un delicioso aroma a naranjo en flor o el exótico y tropical de la canela recién cocida. En sus ojos hay un brillo semejante al del náufrago que vislumbra la isla salvadora. Allí empieza su día de peregrinaje por los caminos de la sed. Lo primero son los “calientes”, así les llaman, porque en verdad el calor que les brinda el quemante té y el alcohol los vuelve a la vida, después de despertar a la cruda realidad y sentir tan marchita el alma. Ahora las calles no venden estas bebidas, el nombre quedo para algunos hombres o mujeres que por causas desafortunadas se reúnen para ingerir bebidas alcohólicas. Por las calles actuales podemos ver que venden café en un termo que adaptan a la espalda y otros en triciclos o a pie, acompañados de agua para té o café; atole y a veces pan de dulce, chilaquiles o tortas. Se modificó desde las viviendas hasta el oficio, ahora ya casi no hay casas propias o vecindades, son departamentos y el té ya no se vende tanto, ahora el café es soluble.
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LOS PANADEROS Abundaban las panaderías, era todo un espectáculo mirar a los panaderos cuando salían a la puerta todos enharinados, desde las pestañas hasta los pocos o muchos pelos que tenían en el pecho, la cabeza cubierta con un trapo blanco y un delantal para proteger el pantalón. Los chamacos nos colábamos por doquier y veíamos como los hombres después de amasar terminaban bañados en sudor que limpiaban con la misma masa del pan, decían que era el último toque pues la sal de la transpiración le daba mejor sabor. Después con las diferentes masas modelaban: chilindrinas con sus costras de azúcar, conchas con el glas encima en forma de cuadros, novias llenas de dulces gránulos simulando un velo de tul, cocoles con semillas de anís, los rectángulos llamados ladrillos a los que se les había agregado un poco de carbonato, polvorones de nuez y almendra, azucaradas corbatas, gendarmes con la pancita hinchada y un inconfundible sabor, volcanes con el interior relleno con crema de vainilla, los panquecitos colmados de pasas, etcétera. Cuando sacaban el pan del horno, todas las señoras acudían para llevarlo recién hecho para el desayuno o la merienda. El repartidor llenaba una canasta de un metro de diámetro y la colocaba encima de una dona sobre la cabeza, montaba su bicicleta y así entregaba el pan en los lugares más remotos. Era un equilibrista consumado, hacía zig zag por todas las calles y casi siempre llegaba sano y salvo con el canasto completo. A veces se atravesaba en su camino algún gato negro y caía con todo y su deliciosa carga, levantaba el pan, continuaba con su silbido y su bicicleta por las calles de nuestro barrio, lo sacudía para seguir su camino, que aquí no ha pasado nada.
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LECHE DE BURRA En los años cuarenta se presentó en la ciudad de México una epidemia de “tosferina” así le llamaron a esa tos tan intensa que muchos niños perdían el sentido. Un remedio eficaz era dar de tomar al niño leche de burra, pues se le atribuían propiedades especiales para fortalecer los pulmones. A los huerfanitos se les criaba con leche de asna por ser más ligera que la de vaca, pero no la administraban entera sino mezclada a partes iguales con un cocimiento hecho con una cucharada sopera de harina de arroz y un litro de agua. Los burreros recorrían las calles ofreciendo un jarrito de leche por dos centavos, Se tomaba recién ordeñada, calientita al pie de la pollina. Recuerdo que tomé esa leche dulzona y espumosa. Las mujeres esperaban este pregón pues sabían que tenían que cuidar a todos sus hijos y que mejor manera de hacerlo con la leche de burra que ayudó y fortaleció al sistema inmune y que los niñas y niñas disfrutamos un “pocillito” de sabor dulce y calientito. Era parte del paisaje una burrita acompañada de un hombre o mujer gritando su pregón: “Lechitaaaaa de burra para la niña…Lechitaaa de burra para el niño…”; se paraba en la esquina bajo un árbol frondoso mientras esperaban a las amas de casa con pocillos, y a veces salían los niños corriendo detrás de ella, escondiéndose en su falda pero con los ojos vivillos esperando tomar la refrescante leche; el vendedor sacaba su banquito se sentaba y empezaba a ordeñar, los espectadores no perdían detalle, mientras las mujeres se actualizaban en los acontecimientos del barrio, se saludaban: −Buenas tardes comadrita, cómo ve que voy a “purgar el sábado a Juanito que anda rascándose atrás donde no debe, pero primero le ayudamos a que no esté tan desnutrido. −Sí, no deje que las lombrices hagan su trabajo, además ya paso un año y ya toca. −Comadrita, me voy que hoy se pone el tianguis y voy por mi mandado rápido y regreso a terminar mi “quiacer”, nos vemos Don Martín gracias por el pilón en mi pocillo, ya me va a alcanzar para Toña, José, Tomás, Enrique y Marina. Así Don Martín que a veces lo acompañaba su esposa Ángeles caminaban varias cuadras llevando un poco de leche en los barrios de la ciudad.
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LAS PETROLERAS No, no eran las propietarias de pozos petroleros, tampoco las que vendían petróleo. La “petroleras” eran unas gordas de masa, más grandes que los sopes y de forma redonda, se les llamó así porque empezaron a venderse frente a las instalaciones de la Refinería 18 de Marzo (en Azcapotzalco y que ahora es el Parque Bicentenario) Cuando salía el primer turno de trabajadores, con el hambre torturando el estómago, todos se arremolinaban en los establecimientos que se abrieron frente a las instalaciones de la refinería, las señoras hacían sopes y
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tlacoyos. Un día llegó uno de los trabajadores y le dijo a la cocinera: − Ese sopecito apenas para un diente, hágame uno grandote del tamaño de la perra que traigo, digo de la “perra hambre”. Sus compañeros soltaron la risa y la señora le hizo una memelota, todos pidieron otras iguales y decían: −“Estas sí son para los petroleros”. De ahí en adelante llegaban y decían “para los petroleros, las petroleras”. Decía mi vecino (en paz descanse), que así nacieron esas ricas gordas de maíz. Este sabroso antojito se popularizó en todos los barrios de Azcapotzalco. Los huaraches son diferentes son ovalados, tienen los frijoles dentro, se les pone salsa y se les agrega un bistec o un huevo, queso, lechuga y salsa. Las petroleras son de la misma forma, pero se embarran de frijol cocido, molido y espeso; después se agrega salsa roja o verde según el gusto; se le pone crema y queso rallado. Se recuerda que en la esquina de Aquiles Elorduy y Camino del Recreo una señora llamada Pachita vendía las “petroleras” más ricas de los alrededores. Ella ponía su mesita con un mantel de blanco algodón y encima uno de hule transparente, y tenía una palangana de plástico y de ahí sacaba aquella bola de blanca masa, poco a poco salían las gordas que extendía con sus regordetas manos. Saliendo del comal les ponía su untadita de frijol, queso y crema. El secreto era la salsa, pues primero asaba los chiles, los tomates o los jitomates, después los martajaba en un molcajete con un trozo de cebolla y un poco de sal de grano. Esa salsa martajada era el toque mágico que le daba un sabor sin igual a sus famosas “petroleras” Recién hechas, calientitas eran una delicia. Un día Pachita fue requerida por los ángeles pues llegó hasta el cielo el sacrosanto olor de sus memelas, y a los mortales nos privó de los milagros excelsos de su masa. Panchita dejó un grato recuerdo en nuestros paladares, pero el nombre de “Petroleras” anda por varios lugares de esta Ciudad.
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CHOCOLATE DE METATE Allá por los años cuarenta en la casa de doña Conchita León se hacía chocolate de metate. El cacao sin tostar se vendía en un expendio en el centro de la ciudad y también se encontraba en el entonces llamado pueblo de Tacuba. Primero se tostaba el cacao en un comal que se ponía encima de la hornilla con el carbón al rojo vivo, las semillas eran volteadas constantemente y cuando despedían un olor apetitoso y presentaban un color oscuro se retiraban del fuego. Después se ponía un metate en el suelo (con cincho de metal alrededor) y abajo una cazuela con carbón encendido para que se calentara la piedra, pues no era conveniente molerlo con el metate frío, pues el calor ayudaba a una mejor molienda. Ya que estaba caliente se ponía encima el cacao tostado, unos terrones de azúcar morena y unas rajas de canela, todos los ingredientes se molían hasta que quedaba una pasta uniforme. Al chocolate amargo no se le ponía azúcar. El ritmo de molienda para el cacao era diferente al ritmo de molienda para el maíz. El ritmo para el cacao era muy suave, un vaivén hasta lograr una pasta manejable. Todavía caliente se extendía hasta formar un rectángulo de un centímetro de grosor y con unos moldes llamados arillos se cortaba en círculos, ya frías las tabletas eran envueltas en papel de estraza. Más tarde con estas tablillas se preparaba un exquisito chocolate en agua o leche; según el gusto, con el molinillo (revolvedor manual de madera con varios aros) se batía para espumarlo, así caliente y espumoso lo acompañábamos con un rico pan llamado “concha”, sopeadito… sopeadito…y muy despacito hasta ver el final de ambas y con un gran sabor en la boca.
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EL MERENGUERO Todas las tardes pasaba el merenguero frente a mi casa, los niños salían de sus domicilios para encontrarlo, los más grandecitos para jugar a los volados y ganarse uno de los exquisitos dulces, podían jugar después de comprar un merengue. Lanzaba la moneda al aire, águila o sol, canijo merenguero casi siempre ganaba todos los volados, a los más pequeños los mareaba, si el niño había dicho águila y el merenguero sol y salía el águila, le replicaba: gané porque yo dije ¡zopilote! La mamá del querubín salía como basilisco a reclamarle al vendedor: “pinacate panteonero” le devuelves el dinero o le das el merengue Sin decir palabra, tomaba un merengue y lo entregaba a la señora, el niño dejaba de llorar como por arte de magia, la mamá le decía: − Toma, chiquito, cómete tu merengue. Me encantaban esos confites hechos con huevo, azúcar y pulque. Batían el huevo y el azúcar hasta punto de turrón, le agregaban una pizca de pintura vegetal color rojo y pulque, volvían a batir vigorosamente, se llenaba un cucurucho al que le habían recortado la punta para que hiciera las veces de una dulla, en una lámina se ponían mojoncitos, a veces se cubrían con gragea de colores y se metían al horno para su cocción. Ahí va el merenguero con su dulce cargamento. Quién iba a decir que tan soberbios antojos desaparecerían de las calles de la ciudad y que para probarlos tendría que buscarlos en las más exclusivas confiterías. Además, ya no saben igual, les falta nada más ni nada menos que el pulquito que les daba un sabor inconfundible.
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EL PINOLE, LAS CHARAMUSCAS Y LAS PEPITAS Doña Meche vendía pinole en cucuruchos de papel de estraza, golosina hecha de maíz tostado y canela, molidos en el metate se le agregaba azúcar al gusto es un polvo delicioso, Una tenía que dedicarse a comer pinole con toda la parsimonia del mundo, pues si se quería comer en grandes cantidades se atragantaba, la cosa era comerlo despacio y saborearlo con devoción, por algo el refrán: “No se puede silbar y comer pinole” Las charamuscas (caramelos de piloncillo) son dulces que todavía se encuentran a la venta en algunos mercados públicos, sobre todo en la provincia. Son de diferentes tamaños y formas: las trompadas parecen un costalito; hay bastones, charros, momias mariachis, calacas y muchas otras hechuras. Las semillas o pepitas de calabaza se remojan primero en agua salada, se secan al sol y después se tuestan en un comal, bueno esa era la técnica antigua, ahora se remojan en agua con sal y se programan para su cocción en el horno de microondas y no lo vas a creer, no saben igual. Pelar las pepitas es todo un arte: se toma la semilla, se coloca la puntita en los incisivos para abrir la cascarilla y sacar la pulpa, desde luego “la práctica hace al maestro”. Una gringuita que vino a visitarnos, lo intentó muchas veces y nunca pudo, se desesperaba y las pelaba con unas tijeras, mientras ella pelaba y comía una, nosotros pelabamos y comíamos diez y la observábamos incrédulos por no poder pelar las pepitas con su boca. Aquellas golosinas que nos permitían comer era parte de nuestro día a día a veces nos sentábamos en las banquetas a deleitarnos con estos dulces mientras nos poniamos de acuerdo para jugar y decidir entre todos, con ello el trabajo en equipo ere fluido mientras esperábamos a los demás a que se terminaran su golosina.
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EL ABOMINABLE HOMBRE DE LAS NIEVES
Se llamaba José María y le pusimos por apodo “El abominable hombre de las nieves”; él sabía que así le decíamos de cariño y le gustaba, trataba de parecer muy enojón, pero eso era al principio de su recorrido, iba chiquiteando su anforita de aguardiente y a la mitad del camino empezaba a tararear La cucaracha o la Valentina. Decía que había sido revolucionario, contaba unos episodios en los que subrayaba su arrojo y valentía en la lucha armada, ha de haber sido en sueños, pues nunca había disparado ni una resortera. El hombre tenía la gracia de elaborar una nieve riquisima, la mejor era la de limón, teníamos que comprar de otro sabor de lo contrario no nos vendía la de limón que era la más exquisita. Todo el mundo estaba pendiente de su paso por esas tranquilas calles, rodeábamos el carrito de madera con varias campanitas que hacía sonar, y en el cuadro de madera era donde transportaba los botes de nieve de diferentes sabores, un día desapareció, lo empezamos a extrañar y los chiquillos que salíamos a jugar sabíamos donde vivía, fuimos a su domicilio para preguntar por él y nos encontramos con una triste noticia: − Mi marido José María fue al cielo a vender nieve de limón, -así nos dijo su esposa-. ¡Cómo lo extrañamos! Jamás volví a saborear otro helado tan delicioso como el que elaboraba artesanalmente “El abominable hombre de las nieves”.
TORTAS, TORTAS En los cines de medio pelo y en los que llamaban de piojito exhibían dos películas por la módica cantidad de un peso, después de dos horas mirando la pantalla, se necesitaban refuerzos, las películas estaban tan emocionantes que nadie movía ni una pestaña, la gente no se levantaba de su asiento para ir a comprar, únicamente para ir al tocador, entonces llevaban alimentos y refrescos a cada lugar. El vendedor de tortas recorría los pasillos, a veces era muy impertinente, le gustaba interrumpir a los novios en pleno “romance”, con su prosaico grito deformado “turtas, turtas”, a propósito, se detenía frente a los chamacos para avergonzarlos o estaba de mirón cerca del galán manilargo y atrevido, hasta que lo corría y lo mandaba a la chin…ita hilaria. ¡Qué ricas nos sabían esas tortas! Las preparaban con teleras a las que untaban frijoles, crema, le agregaban una rebanada de queso blanco, de queso de puerco y el toque especial eran los chiles serranos en escabeche preparados en casa. Hoy en los cines nos venden un “sánduich” refrigerado, sin sabor, con un queso que parece hule. El refresco es el mismo veneno con diferente marca, ese no ha cambiado. Al acudir al cine nos deleitábamos con esos placeres: las “turtas” hechas a mano, y la degustábamos con una botella con agua de limón que preparábamos en casa y no perdíamos ningún detalle de la película mientras la consumíamos.
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¿QUIERES UN TEPACHE? Rica bebida, ideal para acompañar una torta gigante de milanesa o de pierna con aguacate. En todos los mercados y loncherías vendían tepache, brebaje hecho con la fermentación de las cáscaras de la piña a las que se agregaba piloncillo y agua. En muchas partes se veían los barriles donde se almacenaba, la preparación era artesanal, por lo que había sitios donde era más sabroso, según el balance adecuado de los ingredientes. El tepache se sirve muy frío, lo toman desde los niños hasta los adultos, mejor que cualquier refresco embotellado, no tiene conservadores, totalmente natural. En la actualidad veo a los vendedores con sus barriles o en triciclos con un paraguas de colores y sus enormes barriles de madera y mucho hielo, y nos podemos dar cuenta de su sabor al momento que destapa el barril, pues el olor tan penetrante es característico de que está elaborado con ingredientes clásicos. Y cuando el calor está en su apogeo un vaso de tepache acompaña nuestro andar mientras compramos el mandado.
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EL CAJETERO Niña, niña hermosa, mete la mano a la bolsa saca todo… el dinero, que ya se va el cajetero . Otro de los personajes imprescindibles en el panorama callejero de mediados del siglo XX era el cajetero. Cargaba dos cántaros llenos de cajeta, la despachaba en barquillos, pero si le ofrecías un platito allí te la servía. Podías elegir entre la envinada o la quemada. En México se le llama cajeta a un dulce elaborado con leche y azúcar que se deja consumir y requemar hasta que adquiere un color café claro. A la envinada se le agrega ron o aguardiente y la quemada como su nombre lo dice, se deja requemar un poquito, se consume sola como golosina o se unta a diferentes panes, hay unas crepas que se elaboran con cajeta y quedan para chuparse los dedos, también tiene varios usos en repostería. En Uruguay es grosero y de mal gusto decir cajeta, pues este vocablo se refiere al órgano sexual femenino, no se te ocurra decirle a una dama: ¿Me permite probar su cajeta? ¿Me da una probadita de su cajeta? porque no te volverá a dirigir la palabra y además te etiquetará como un irrespetuoso y atrevido pelafustán. La golosina dulce: la cajeta era parte de nuestros días infantiles ya que sin querer lo esperábamos mientras hacíamos rondas infantiles o juegos acorde a nuestra edad, la saboreábamos sentados en la banqueta mientras descansábamos y tomábamos fuerza para continuar corriendo y conviviendo con nuestros amigos
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LAS MANZANITAS ¡Rojas y redonditas, así están mis manzanitas! Así gritaba el señor que recorría plazas y avenidas ofreciendo su apetitosa mercancía. Las manzanitas, golosina muy apreciada por los niños. Se preparaban de la siguiente manera: El cuerpo de una manzana medio verde era atravesado por un palito como de treinta centímetros de largo, se preparaba un caramelo de color rojo, se tomaba la fruta y se cubría de dulce, cuando quedaban rojas y brillantes, se iban acomodando en un largo mástil. Se veían muy bonitas, de lejos parecía un manzano que podía caminar. Aparecían de vez en cuando palomillas de maloras, correteaban al vendedor de fruta acaramelada, cuando lograban alcanzarlo le quitaban su mercancía y se iban corriendo y el pobre hombre tras ellos, pero eran más ágiles y ya no podía alcanzarlos, ese día se daban un atracón de manzanitas, todo con exceso es malo, dice el refrán y al otro día pagaban con creces su maldad. ¡Castigo de Dios! decían las señoras que ya los conocían como eran de bribones. Los pequeños se arremolinaban alrededor del vendedor como abejas en busca de néctar. Algunos niños, cuando se agotaba el caramelo, tiraban la manzana para regocijo de los pájaros que daban buena cuenta de ella. Esas manzanitas todavía las veo por algunos lugares, un hombre en alguna esquina o en un parque o en fiestas infantiles, piden permiso y venden su mercancía, a veces acompañados del algodonero, mismo que trae el palo con varios colores de algodón y, en algunas ocasiones, tienen un juguete pegado en otra bolsa para hacerlo más atractivo; dulces o golosinas que a pesar del tiempo han perdurado y quedado en nuestro paladar.
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DEL AGUA Y EL JABÓN Muy apreciada era la lavandera, las señoras tenían su ayudante en las complicadas lides del agua y el jabón. Hace ya algún tiempo todas las casas contaban con un buen lavadero de piedra o concreto. El agua abundaba y era un deleite hundir las manos y las jícaras en el líquido fresco y cristalino. Doña Mariquita, chaparrita y regordeta, llega a las siete de la mañana, “para ganarle al calor”. Hace un montón con la ropa blanca, otro con la de color y uno más con sábanas y fundas. Toma una prenda, la coloca en el lavadero, le unta jabón de pasta (elaborado con lejía) y la empieza a restregar.
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En la radio se escucha Noche de Ronda de Agustín Lara, después la Mucura, alegre guaracha que contagia con su ritmo, la lavandera se inspira, mueve sus caderas y todo su cuerpo mientras lava y canta … −“La mucura está en el suelo mamá no puedo con ella me la llevo a la cabeza mamá no puedo con ella es que no puedo con ella mamá no puedo con ella…” Las blancas sábanas ondean como enormes palomas queriendo remontar el cielo, los calcetines parecen gorriones moribundos colgando de los tendederos. Mariquita después de terminar su labor se estiraba y aunque estaba despeinada por estar entremetida en los tendederos colgando la ropa su sonrisa era de satisfacción, veía y revisaba que la ropa quedará blanca o sin manchas y bien “estiradita” para que el sol le ayudará a secar rápido, la música se escuchaba al fondo y un maldoso perro pasaba por ahí tratando de hacer alguna maldad, ella lo espantaba con palmadas y un grito; después de entre sus bolsas sacaba una “pepitas” que iba pelando y disfrutando poco a poco mientras respiraba y miraba la ropa, y cuando podía empezaba a cantar de nuevo mientras enderezaba su espalda que yo creo le dolía pero ella no decía nada. Empezaba a recoger sus cosas, y tiraba un poco de jabón de polvo con agua en el piso y darle una “barridita” y decía: − “No hay que dejar regado, siempre tenemos que hacer nuestro mejor esfuerzo pa´que nos vuelvan a llamar”.
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AMARILLO CONGO Muchas casas tenían pisos de madera, su aseo era muy pesado, recuerdo a mi nana de rodillas refregar con escobeta, agua y una hierba que producía mucha espuma llamada “xixi” y quedaba muy limpio y después se procedía a pintarlo de amarillo con un pigmento llamado congo. Ese día no se realizaba otra labor doméstica, se había guisado para dos días y se comía recalentado pues había alimentos que mejoraban su sabor, como los chiles poblanos rellenos de queso, capeados con huevo batido y que después eran sumergidos en caldillo de jitomate, servidos así: caldosos en plato extendido se antojaba hundir tenedor y cuchillo para devorar con ansía sus entrañas Había mujeres que se dedicaban a esta ingrata labor y por unos cuantos pesos dejaban el pulmón a ras de piso. Esta duela era puesta sobre un bastidor para que la madera no estuviera sobre la tierra, abajo quedaba hueco, allí anidaban holgadamente ratas y ratones. En otras ocasiones se levantaba un pedazo de tablado para guardar dinero o joyas, muchos se hicieron ricos cuando se empezaron a quitar estos pisos para ser sustituidos por ladrillo o mosaico, pues encontraron escondido el oro de los que habían vivido ahí y por alguna razón tuvieron que abandonar el lugar intempestivamente, sobre todo en la época de la Revolución. Pero, también se encontró uno que otro esqueleto tanto de niño como de adulto. Unos familiares encontraron el cadáver de una mujer vestida de novia, con el traje hecho jirones y los azahares intactos, quizá el marido descubrió en la noche de bodas que la desposada no era virgen, y la mató escondiendo el cadáver debajo de las tablas. Levantaban parte de la duela y los enterraban lo suficiente para que no apestaran, volvían a poner el piso y ni quien se diera cuenta. Ahora también se usa el mismo material, pero es colocada sobre un firme de cemento, pintada con un barniz especial que le da brillo y permite un aseo fácil. ¡Dios nos libre de tener otra vez un piso de madera amarillo congo!
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LOS ALMIDONADOS En otros tiempos la mayoría de la ropa se almidonaba: fundas, manteles, carpetas, vestidos y camisas. El almidón (fécula de maíz) lo vendían en cualquier comercio, se disolvía en agua y la prenda se remojaba unos minutos antes de tenderla al sol. Para plancharla debía estar húmeda, esto se conseguía rociando la ropa levemente con un atomizador. La plancha de hierro se calentaba colocándola sobre las brasas, algunas eran huecas y se ponía dentro el carbón ardiendo. ¡Qué difícil es manejar estas planchas! pues además de pesadas, se calentaban mucho y quemaban los géneros. Cuando aparecieron las planchas eléctricas se facilitó esta tarea, al principio era muy común que las telas se quemaran pues no tenían termostato, se tocaba la superficie con el dedo mojado para calcular si ya estaba lista para el desarrugado de la ropa que quedaba como recién salida del almacén. La planchadora debía tener gran habilidad para darle el punto al almidón, era cuestión de obtener un determinado cuerpo y acabado en las prendas, pues si el calor era demasiado las ropa adquiría un tono amarillento, lo que indicaba que “se habían pasado de tueste” Todas las mujeres odiaban profundamente los almidones. Los señores de antaño usaban camisas blancas con los cuellos y los puños tiesos, las amas de casa tenían sumo cuidado de que quedaran impecables y sin amarillear. Esas prendas eran un verdadero tormento para la planchadora y más para el caballero que las usaba, un cilicio alrededor del cuello que dejaba su marca día tras día. ¡Qué bonita es la venganza cuando Dios nos la concede! Esta costumbre quedó atrás cuando aparecieron las telas de”lavar y usar” que no necesitan plancha ni almidón. El petróleo hecho tela inundó el mercado: terlenkas, poliéster, dacrón, etc.
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PLUMILLA, MANGUILLO Y TINTERO En los años 50’ o 60’ cuando cursábamos el cuarto año de primaria nos enseñaban a usar el manguillo y la plumilla, muchas veces por estar cuidando el trazo, el niño derrumbaba el tintero, todo se manchaba, era muy común ver los uniformes con enormes lamparones de tinta. Después fabricaron otros más seguros y aunque volcara el tintero la tinta no se derramaba, eso era una bendición. ¡Qué trabajo me costó aprender a escribir con manguillo! Metía la plumilla en el tintero y nunca le atinaba a la cantidad de tinta que debía tener la plumilla, manchaba las hojas y la letra me salía infame. Por fin aprendí a calcular la cantidad de tinta para que el trazo de las letras fuera más nítido. La profesora nos ponía muchos ejercicios para mejorar la letra llamada Palmer, ya pocas personas usamos esta escritura cursiva. Ya en sexto año tenía una escritura bastante aceptable, y mis cuadernos sin manchones decían de mi dominio de la plumilla para escribir con tinta, porque no todos dominaban el arte de escribir con manguillo, plumilla y tintero. A veces me piden que rotule invitaciones, les gusta ese tipo de letra, qué fácil con los plumones de punto fino, sin escurrimiento; los letreros quedan muy bonitos. Y qué bonito era recibir esas cartas que tardaban hasta dos o tres meses en llegar con letra y oraciones que invitaban a volver a leerlas o una carta de amor, ahí los sentimientos se desbordaban pues era el único medio para cortejar a las muchachas de esa época. La escritura es parte esencial pues ahí encontrábamos los mensajes ahora escribimos con un solo dedo en el WhatApps o la computadora y no sabemos qué tipo de letra es la del remitente, la caligrafía fue parte de nuestro ayer hasta lograr la perfección con paciencia y tolerancia a la frustración.
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A MARÍA LE GUSTA BORDAR A las niñas nos enseñaban toda clase de labores: bordar, tejer con ganchillo o con agujas, pegar botones, hacer dobladillos y ojales, En la escuela primaria al iniciar el año empezábamos a bordar el mantel o la carpeta para obsequiar a mamá o a la abuela el Día de las Madres (10 de mayo) en sexto se tejía un chal o un suéter. Un día estaba conchudamente echada en el suelo, cuando llega mi abuelita y me dice: “no estés aquí perdiendo el tiempo, ven acá, ponte a pegar botones, zurcir los calcetines, a bordar”. Tomó mi mano, me llevó donde la breva, me entregó la costura para que en santa quietud empezará a coser la labor. Ensarté la aguja con una hebra roja y comencé a delinear en la tela. Tenía que bordar un corazón con la puntada de cadenita, las flores azules, las hojas de color verde tierno y matizarlas. Me gustaba bordar, ir rellenando con diferentes colores el dibujo. En una cajita metálica guardaba los hilos de seda, las agujas y el dedal. El género debía estar muy estirado en el bastidor, me agradaba la acción de poner y quitar los aros para estirar bien la costura. Una vez bordé de amarillo y verde unos pajarillos, quería que fueran igualitos a los verdines que estaban en la jaula, me imaginaba, que al dar la última puntada, emprenderían el vuelo…esperaba… esperaba… pero no querían o no podían. Tomaba la costura y me acercaba a la
jaula para constatar el parecido, descubrí que faltaban muchos detalles: ¿Cómo darle vivacidad a los ojitos? ¿Cómo lograr el brillo de las plumas? Por más resplandecientes que fueran las sedas o vivos los colores nunca los imité aceptablemente. Esas labores cotidianas mismas que las niñas en cierta edad empezaban y muchas veces ayudó en el momento de ser amas de casa a la economía pues muchas lograron perfeccionar con tanta exactitud que daba un sentimiento raro de no querer usar sus servilletas pues estaban tan bonitas que no deseábamos se desgastaran. Las niñas teníamos que aprender ciertos oficios ya que en esa época nuestros padres tenían la certeza de que estar sin hacer nada no era productivo para nuestra mente, y sin querer aprendimos a bordar.
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REBOZO DE TELAR Prenda que tiene influencia sevillana, se popularizó en México en el siglo XVII. Usado como cuna para cargar al niño ya sea junto al pecho o en la espalda, cubrirse del frío, tapar la cabeza, como adorno, etcétera. En algunos pueblos sirve para auxiliar a las parturientas. Acuclilladas para dar a luz, se sostienen del rebozo que cuelga de un madero o saliente. Las comadronas lo amarran de la cintura para ayudar a descender al niño. Lo usan también para mantear a la mujer y acomodar la matriz o la criatura. Para elaborar un rebozo, primero se monta la urdimbre, conjunto de estacas de pino. Los cambios de hilo-lizos darán el tipo de tejido, de acuerdo a los palos del telar. La “trama” se introduce con la mano o con una lanzadera y se aprieta con el llamado machete. De ahí viene el refrán de ¿Qué estás tramando? Por ser algo que se esconde o no se ve claro.
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Las diferentes combinaciones de hilos o colores, igualmente la maestría para tejer, dan por resultado prendas irrepetibles. En los estados de Michoacán, Morelos, Estado de México, Oaxaca, Chiapas, Puebla y San Luis Potosí encontramos pueblos que se dedican a elaborar hermosos rebozos de telar. El rebozo actualmente se teje en telares mecánicos y en telares de cintura, los hay de lana, seda, artisela, y fibras sintéticas. El empuntado se hace manualmente sean de telar mecánico o sea de telar de cintura, su belleza depende de la extensión y de los dibujos que se realizan con los flecos. Las empuntadoras son mujeres que se dedican a esta artística labor, los flecos se trenzan o se anudan, el rebozo se coloca generalmente en una mesa para que cuelgue el fleco y se pueda realizar el rapacejo como también se le llama. Actualmente son muy pocas las buenas empuntadoras, ya que era una tradición que las madres enseñaban a sus hijas. El rebozo se ha sustituido con el chal y la chalina. Parece que su uso ha tenido un repunte, pues el rebozo de telar se considera como una obra de arte por su fabricación artesanal, sus texturas, su hermoso colorido y sus exquisitos empuntados. Es una elegante prenda que puede lucirse con orgullo en cualquier salón del mundo. Así al pasar el tiempo se comprendió que no es denigrante ni de una situación económica baja el uso de esta prenda. Es un orgullo nacional.
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LA MODISTA Tanto la mujer modesta como la encopetada tenían su modista. Los vestidos que vendían los grandes almacenes eran caros y no estaban al alcance de las mayorías, era mucho más económico acudir con la modista para que confeccionara los vestidos de moda. En los puestos de periódicos se vendían figurines y revistas con los modelos más recientes, también traían los moldes para cortar el vestido o la blusa, si es que la señora se atrevía a realizarlos por su cuenta, de esta forma muchas aprendieron a confeccionar su propio vestuario, aunque la mayoría acudía con la modista. Primero el figurín donde venía el modelo a imitar, enseguida la tela, para esto recorría varias tiendas que tenían gran variedad y se elegía el género apropiado. Para los vestidos de diario, se usaba mucho el percal, (tela de algodón con diferentes estampados: bolitas, triángulos, flores, rayas). Los fabricantes de telas les ponían nombres como: Cuatro milpas (que fue muy famosa), Sensación, Flor de durazno. Por último, acudir a la modista era todo un rito; la costurera tomaba las medidas minuciosamente para confeccionar el vestido a gusto de la clienta, eran tan buenas que realizaban verdaderas creaciones, sobre todo con los trajes de ceremonia para: primera comunión, quince años o boda. Los trajes de novia quedaban de puro lujo, parecían de París. Ahora, con la elaboración de prendas en serie, las costureras casi han desaparecido, elegimos nuestro vestuario entre los trajes que nos ofrecen las fábricas y… se nos caen los hombros, las mangas quedan largas o rabonas, se nos saltan los botones porque nos oprimen la pechonalidad, se nos hace un globo en la panza porque nos falta nacha y si pedimos una más grande nos queda como pijama. ¡Cómo extraño a mi modista! He optado por usar camisetas estampadas a la moda punk y pantalones vaqueros. Mi glamur “quintopatiero” ha quedado sepultado por la modernidad.
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EL SASTRE Uno de los oficios que tiende a desaparecer es el sastre. En la primera mitad del siglo XX era muy importante, pues era el que se encargaba de que los caballeros lucieran modernos, pulcros y elegantes. En algunas calles del centro había comercios dedicados a la venta de casimires de todos tipos desde la llamada jerga hasta los más finos casimires ingleses. Las damas más atrevidas decían: Mis vicios no están envueltos ni en papel ni en cristal, mis vicios están envueltos en casimir inglés; los señores se relamían los bigotes y las señoras lanzando miradas de condenación, pensaban: mujer disoluta. Mandar a confeccionar un traje era todo un rito, primero el cliente prefería comprar el mismo la tela, recorría con toda la calma del mundo los comercios que los vendían. Me tocó acompañar a mi abuelito a uno de esos recorridos, entraba a uno sacaban cerca de veinte rollos de casimir y ninguno le gustaba: que sí eran muy corrientes, otros muy finos y no le alcanzaba el dinero, algunos los apretaba con la mano y se arrugaban, otros muy gruesos y por eso no tenían buena caída. Por fin llegó a un establecimiento donde le mostraron uno que le gustó, pero más bien el empleado supo mareárselo, le dijo bajito a usted se lo dejo a mitad de precio, salió muy contento con su casimir azul marino de lana australiana y discretas rayas blancas. Después venía la visita al sastre de su preferencia, le tomaba medidas con gran comedimiento de: tórax, espalda, brazos, antebrazos, muñecas, cintura, cadera, tiro, largo pierna y otras más. El artesano lo citaba a los quince días para la prueba, ya estaba armado, cosido con hilvanes, le hacía algunos ajustes y en quince días más entregaba el traje que era una verdadera creación de la alta costura. El varón complacido esperaba una ocasión especial para estrenarlo. Todavía en el año 2000 conocí a un excelente sastre don Jacobo, un día me invitó a conocer su sastrería y realmente su trabajo era excelente. Me dijo: − ¿Qué tela le gusta de las que tengo? Elegí un tergal azul marino. Le haré un saco, quedará precioso, ya verá; desgraciadamente murió a los pocos días y no pude gozar su manufactura. Su familia me mostró después algunas de sus creaciones, muy bien hechas en las que cuidó todos los detalles. Él era originario de Veracruz, una persona muy alegre y positiva, le encantaba la poesía e inclusive escribía poemas. Iba apenas a la mitad del camino cuando un infarto segó su vida. Querido Jacobo te recordamos con tu cinta al hombro y tus tijeras en la diestra.
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CRINOLINAS Compré varios metros de tul para confeccionar una crinolina en esos ayeres la moda estaba en elaborar faldas con crinolinas tan brillantes y abultadas que hacían que las piernas se viesen torneadas y con elegancia, me quedó, ¡guau!, muy bonita, la falda se inflaba y quedaba como una corola de flor. Durante los años cincuenta se pusieron de moda las crinolinas, los vestidos tenían el talle pegado al tórax, y la cintura parecía más fina por la anchura de la falda. Coquetamente las muchachas se agachaban un poco para lucir los tules y encajes de las crinolinas. Era un verdadero suplicio viajar en camión con esas vaporosas telas, la moda es la moda y nos importaba “un ojo de Pancha” lo que pudiera pasar con los vestidos, subíamos a los transportes y… o se apachurraba la dichosa crinolina o se levantaba a la altura de los hombros y ya sabes la bola de babosos pendientes para ver si traías liguero negro o blanco y calzones con estampado de corazones. Un día subí muy ufana con mi faldón de encajes y de repente sentí como tronaban los hilos que sostenían el botón de la pretina, apenas alcancé a tomar una parte de la crinolina, al bajar del autobús ¡pácatelas! se me cae a media banqueta, me puse colorada como una pitahaya. Pasó un joven y guiñando un ojo me dijo: −Muñeca, qué pasó con los refajos. ¿Te ayudo? Ese día le puse un grueso resorte en la pretina y jamás se volvieron a caer las nieves de tul de mi crinolina. Ni esos bochornos que pasábamos nos impedían usarlas. Íbamos por ahí muy orondas como globos de Cantoya con todo y lastre. Mujeres en pleno esplendor caminábamos con nuestros primeros tacones intentando ir erguidas caminando sin titubeos, acompañadas de nuestro peinado en su lugar sin faltar un labial para retocar nuestros labios, coquetas por las calles andábamos.
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SE HACE TRU TRU En las puertas de algunas casas se ponía un letrero que decía: “Se hace tru tru y otras lindezas” El término tru-tru era de uso común, se refería a una labor que consistía en hacer unos dobladillos primorosos, se cogían varios hilos y quedaban unos hoyitos a lo largo del dobladillo. ¡Qué esperanzas! que las bastillas quedaran chuecas y con puntadotas antiestéticas con hilo de cualquier color o se pegaran con resistol o con grapas. ¡No señor! Al coser los dobladillos se buscaba el arte, los más elaborados eran los que se hacían con tru-tru. Todos los hombres usaban pañuelos de finas telas y con su nombre bordado con hilos muy delgados e inclusive con los cabellos de la novia o esposa, era una labor muy minuciosa y que no cualquiera la realizaba. Las pecheras de los vestidos de las niñas se adornaban bordándolos con rococó, con el hilo hacían delicadas rosas. Se elaboraban una serie de labores que eran unas verdaderas lindezas. Aprendí a realizar el tru-tru, un día por querer ganar unos centavitos, puse un letrero en la puerta Se hace tru-tru. No tome en cuenta un pequeño detalle: los tiempos cambian, hacía veinte años o más que se hacían estas labores. A las diez de la noche toca a mi puerta un apuesto joven y me dice: − ¿Cuántas roras tiene en su batallón y a cómo…? Le respondí: − Señor está equivocado, aquí se hace tru tru, es un tipo de costura muy fina. − Perdón, señora, mil disculpas, se puso rojo y se alejó muy apenado. Al otro día cambié el letrero por uno menos prosaico: Se hacen bastillas y se reparan los cierres.
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FLOR DE NUBE Cuando camino frente al mercado y miró la flor que se llama nube, recuerdo a una niña de ocho años que iba a ofrecer flores a la Virgen: Vestido blanco, largo, velo de tul y corona de flores, el mismo ajuar con el que fuimos a la ceremonia de primera comunión. Nos gustaba mucho vestirnos así. A las más grandes les confeccionaban otro traje pues ya no cabían en el anterior, desfilaban desde pequeñitas de cuatro años hasta muchachas quinceañeras que imaginaban ser novias camino al presbiterio. ¡ Oh, María, madre mía! consuelo del mortal amparadme y llevarme a la corte celestial ¡… Entonando esta melodía iniciábamos en las puertas del templo el breve recorrido; las catequistas nos entregaban un ramito de flores para ofrecerlas a la Virgen y depositarlas en una mesita frente al altar. Durante el mes de mayo se acostumbraba ir a las jornadas dedicadas a María. Las abuelas o mamás llevaban a las niñas al rosario a las seis de la tarde. A la salida nos compraban alguna golosina: un polvorón, un cucurucho de pinole o un rosado algodón de azúcar. Mi abuelo Severiano me llevó al mercado de “La Lagunilla” a escoger el traje que luciría en mi “primera comunión”. Mi vestido era con vuelos de gasa, la falda surcada por encajes y el corpiño con finas alforzas. Recorrimos puestos y puestos, hasta que encontró uno a su gusto, algunos eran muy corrientes, otros muy caros. Cómo regateo por ese vestido, me daba mucha risa, pues mi abuelo se ponía de pie, se retiraba y la vendedora no lo dejaba ir. ‒ ¿Cuánto ofrece? Con ganas de comprar. ‒ ¿Cuánto? Con ganas de vender. Así estuvieron buen rato, estira y afloja, mi abuelo por fin se decidió y pagó un precio que era la mitad de lo que pidieron la primera vez. Valió la pena la negociación. El vestido era muy elegante, acompañado con todos los accesorios para la ocasión: guantes, limosnerito, libro, rosario, vela, corona y vaporoso tul. A mí me encantó. Me lo probé y era exactamente de mi talla.
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Por la emoción, la noche anterior no pude conciliar el sueño, recibiría la sagrada hostia y ese acontecimiento me llenaba de inquietud. Mi abuelita me decía: cuando se recibe a Jesús, el Espíritu Santo se manifiesta como una palomita, los niños buenos la ven. Llegó el día, la capilla estaba llena de flores, recibí a Cristo, miré volar a la palomita blanca y sentí que era una niña buena, mucho tiempo deseaba ser así, lástima que dejé de ser niña. Quisiera entrar a esa capilla otra vez; todavía existe, está atrás de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en la calle de Grecia. No veré a la palomita blanca, pero “recordar es vivir”.
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Y... CURABA LA ALFERECÍA Ignacia era su nombre y todos la llamaban Tacha, originaria de San Buenaventura, Chihuahua. Se casó muy joven con Santos Carbajal, tuvieron ocho hijos, la menor, Juliana, mi mamá. Mi madre contrajo matrimonio con Roberto Solórzano y los dos se vinieron a vivir al Distrito Federal en la colonia Clavería y después a San Lucas Atenco donde murieron y ya se hermanan con el polvo en el panteón de San Isidro. Mi mamá contaba que mi abuelo anduvo con Pancho Villa y que murió en una emboscada. Los revolucionarios llegaban al rancho de mi abuela, mataban tres o cuatro reses, ese día todas las mujeres de la casa preparaban la carne y las tortillas de harina para darle de comer a toda la tropa. Cuando se terminaron los granos y las reses, cocinaban patos y gallinas, hasta que el rancho quedó sin nada, seco, totalmente empobrecido y además sin hombres que trabajaran la tierra, mi abuela no se daba abasto con la siembra. De pronto Ignacia se encontró en la miseria y con ocho hijos pequeños que mantener, fue todavía peor cuando le avisaron que su esposo había emprendido el viaje para buscar a sus antepasados. Ella montaba bien, sabía de las veredas y caminos de los alrededores, donde las víboras tenían sus nidos y bajo que piedras yacían los alacranes, era una norteña muy bragada. La abuela quedó viuda muy joven y muy guapa, ella había prestado muchos servicios a los villistas y era muy respetada por todos, con ellos aprendió a curar, a quitar el mal de ojo, les ayudaba con los heridos, tenía buen temple para mirar tripas y los listones rojos de la sangre. Cuando la tropa llegaba al rancho venían hombres heridos y mujeres a punto de dar a luz, así aprendió a curar y asistió a muchas mujeres en el parto, con un mínimo de elementos, las heridas las desinfectaba con agua hervida y sal, pues no había medicinas. Poco a poco fue identificando las hierbas curativas. Lavados de intestino con cocimiento de hierbabuena; para limpiar la matriz: agua con una cucharada de vinagre; a las parturientas lavados con cocimiento de romero para apretar los tejidos; entre los muchos remedios caseros que aprendió, recuerdo: poner tomates asados en las plantas de los pies para bajar las anginas; el té de canela bien caliente para cortar el resfrío; té de borraja para la calentura; el epazote para las lombrices; comer pepitas
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de calabaza crudas y en ayunas para sacar la solitaria; la valeriana para los nervios y la pasiflora para el insomnio. Se convirtió en la curandera del pueblo y resultó muy buena en esa profesión que la miseria la obligó a seguir, la gente le pagaba con un pollo, con maíz, con lo que podía y algunas veces no le podían pagar, pero algo era mejor que nada. La situación fue mejorando, las monedas aliviaron su precaria situación, de esa forma logró sacar adelante a sus ocho hijos. Doña Tacha montada en su caballo iba y venía de un rancho a otro, ora atendía a una parturienta; ya le sacaba el espanto a un niño con friegas de alcohol o haciéndolo sudar dándole a tomar un té caliente; ora curaba de empacho al bebé sobándole la pancita con tibia grasa de res; para el cólico de la señorita tenía una infusión de orégano. Un día iba a atender un parto, ya era mayor, la juventud iba quedando atrás, el arrojo y la fortaleza también, ahora iba en una carreta jalada por un caballo, era tiempo de lluvias, el arroyo llevaba muy poca agua, atravesarlo no representaba ningún riesgo, pero al pasar se vino una creciente y por poco la arrastra con todo y carreta, todavía fue a atender a su paciente, pero el susto que llevó fue tan grande que desde ese día ya no fue buena. Gracias a sus remedios sobrevivió veinte años más, murió del corazón, ella decía que el susto se lo dañó, la verdad es que se cansó de latir tan apresuradamente, pues doña Tacha no tenía ni un minuto de descanso. Cuando yo la conocí ya era una ancianita de blancas trenzas, muy serena esperando la muerte. Decía: − “Mi misión en esta vida está cumplida”. El día de su entierro mucha gente la fue a llorar, allí estaban a las que había ayudado a bien parir ya con los hijos hechos hombres, algún veterano al que le había salvado las piernas, las señoritas convertidas en abuelas... Alguien comentó: Y curaba la alferecía. Tacha, Tacha, siempre te recordaremos. Yo también abuelita, porque en lugar de sentarte a llorar tu suerte, montaste en tu caballo y fuiste a buscar el pan para tus hijos.
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LA COCINA DE MI ABUELA ¡Cómo me gustaba la cocina de Nina! En el fondo se encontraban los braceros, eran de aplanado color rojo, en la meseta estaban las hornillas donde colocaban las ollas, las cazuelas y los comales, unos huecos cuadrados se repetían en el frente del rectángulo, allí era colocada la leña y el carbón. La primera hornilla encendía a las seis de la mañana, para hacer el té de hojas de limón y después el atole de masa o el chocolate para el desayuno. Se empezaba a tortear a las siete de la mañana y en otra de las hornillas ponían a hervir los frijoles cada tercer día, en una olla de barro con el fondo renegrido de tanto cocer. Para que los frijoles duraran dos o tres días eran refritos diariamente con manteca y machacados hasta hacerlos “chinitos”, en la noche se le ponía un polvillo de carbonato que evitaba su acedamiento. A mí me tocaba soplar con el aventador en los huecos (ya casi no venden en los mercados). El aventador es un cuadrado tejido con palma, uno de los extremos recogido en un manojo y amarrado con el mismo material. Lo tomaba por ese extremo para apoyarme mejor y abanicaba justo abajo de la hornilla para avivar el fuego, al principio qué trabajo para que la leña o el carbón ardieran y lograr la ignición al rojo vivo; era necesario cebar con nuevos leños o carbón para mantener la lumbre. A las diez de la mañana estaba en su punto, ahora sí a cocinar la sopa de arroz y la carne en chile pasilla o chile guajillo o lo que la inspiración le dictara a la cocinera. De las paredes colgaban cazuelas de diferentes tamaños, desde la llamada molera hasta la pequeña para los recalentados; también se exhibían ollas de diferentes tamaños en las tablas o repisas colocadas de un extremo a otro de la pared; algunas tenían un fondo ancho y redondo; otras alargadas y de fondo plano eran utilizadas para vaciar el atole, el chocolate o contener agua. En otra pared, de una multitud de clavos pendían cucharones, cucharas, cedazos, palas, volteadores, tenazas. De algunas alcayatas colgaban: canastas con jitomates, tomates, chiles de diferentes tipos, cebollas, una trenza de ajos, varios racimos de diversas hierbas: mejorana, tomillo, laurel, hierbabuena, cilantro, perejil, borraja (en poción para la calentura) y manzanilla (para los retortijones). Cuando entraba a la cocina me recibía el aroma de las hierbas, el olor del maíz cocido, las tortillas recién hechas, el tufillo del chile tostado abría el apetito y me invitaba a tomar una tortilla, untarla con frijolitos y echarle harta salsa y ahora sí…, ¿Cuál hambre?
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LA CASA DE MI TÍA CHELO Me gustaba ir de visita a la casa de mi tía Chelo, era de las primeras casas que se construyeron en la colonia. El terreno era de aproximadamente quinientos metros cuadrados. En el frente una reja de hierro clausuraba la entrada, una gruesa cadena y un candado cerraban la puerta. Mi abuelito iba seguido a visitar a mi tía y a su esposo de nombre Antonio. Después de trasponer la reja subíamos cinco escalones para llegar al corredor pletórico de macetones con unos helechos preciosos con unas grandes hojas de jade y esmeralda. Este pasillo permitía acceder a todas las habitaciones. Primero a mano derecha se encontraba la sala, los muebles eran de caoba con los respaldos de bejuco, decían que eran de una fábrica que se llamaba La Malinche, la mesita de centro estaba cubierta por una carpeta blanca tejida a gancho, las paredes cubiertas con un papel tapiz de pequeñas flores y algunos retratos de familia. En un lugar principal la foto del día de la boda de los tíos. Me daba risa mirar a mi tía con su vestido de encaje, tipo chemise, corto, abajo de la rodilla. El velo colocado de tal manera sobre su cabeza parecía que traía puesto un gorro y alrededor una diadema de azahares que acentuaba la redondez de la mollera. Un enorme ramo de azucenas completaba el atuendo. Bellísima con sus ojos de jade y hierbabuena. Me gustaría tener esa foto. En las esquinas unas repisas en las que se colocaban adornos o algún florero de porcelana con flores de seda o naturales. Enseguida estaban las recámaras que según la costumbre se comunicaban entre sí. El comedor estaba junto a la cocina, los alimentos se preparaban en una estufa de petróleo, las paredes cubiertas de tizne y el olor característico del combustible todo lo impregnaban. Era una cocina bastante grande, con varios trasteros de madera de pino y una mesa para ocho comensales. Al fondo estaba el corral donde convivían varias aves: gallinas, guajolotes, patos y palomas. También había un criadero de conejos. Ahí varios domingos y los niños y niñas convivíamos entre rondas infantiles: “A la rueda rueda de san Miguel, San Miguel (...)” “Mambrú se fue a la guerra que dolor que dolor que pena (…)” “Doña Blanca está cubierta con pilares de oro plata (…)
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Jugábamos a ser grandes pues hacíamos comiditas con las plantas y con lodo, y mi mamá nos regañaba, y mi tía Chelo decía: − Son niños no saben, miren les compré un juego de ollas de aluminio para que continúen haciendo la comida, pero no con mis plantas pues ellas son las que me acompañan y me cuidan mientras ustedes no están, mejor les damos un poco de masa para que hagan tortillitas o pasteles. ¡Ahhh!, miren también tengo estas tacitas y platos para que sirvan sus guisados. Mi padre jugaba dominó, mientras mi tía, mi abuela y mamá desplumaban una gallina, y se prendía el fogón…sentíamos un calor de hogar esas tardes, comíamos, jugábamos y nos divertíamos imaginando que nunca se iba a acabar esas tardes de domingo.
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UN CORAZÓN A FLOR DE PIEL Conocí a Berta en 1973. Nunca quiso estudiar. Se enamoró de un mecánico, el desgraciado le cambió su "quinto" por un viaje a Acapulco y ella como tenía muchas ganas de conocer el mar le dio el sí, la embarazó, nació su niña y nos hicimos comadres. Un día regresó a la casa y me dijo que el fulano la había abandonado: Se me perdió otro tiempo, volvió, se quejaba de fuertes dolores de cabeza, mareos, fue al médico y le dijo que era el hígado; le empezó a fallar la vista, veía borroso. En el Hospital de la Luz al examinarla detectan un grave padecimiento y la mandan de emergencia a Neurología, era necesario hacerle una trepanación y poner una válvula conectada del cerebro al corazón. Su familia no tenía dinero para comprar el aparato, pues era muy caro, fueron a ver a un “animador”, muy famoso en aquel entonces, se llamaba Pelayo y tenía un programa de concursos en la televisión que se llamaba: “Sube Pelayo, sube” Este señor ayudaba a la gente y hacía muchas obras de caridad; él les dio para comprar la dichosa válvula. Medio año duró Berta en el hospital luchando contra la muerte entre la inconsciencia y la ensoñación; seis meses se detuvo la vida para ella, sus últimos recuerdos quedaron dando vueltas en su mente como en un carrusel. Se salvó de milagro. Ni siquiera podíamos visitarla pues no reconocía a nadie. Perdida quizá para siempre en un mundo nebuloso y sin contornos. − Magdalena, avísame cuando mi comadre vuelva en sí... Un buen día, la que apareció en la puerta de la casa fue la misma Berta: flaca, pelona y con unas ojeras violáceas, pero luciendo una peluca rubia. − Comadre, ya estoy de vuelta. − ¡Berta, qué bueno, bendito Dios! − ¡Canija comadre tienes siete vidas, qué gusto me da verte! − “Hierba mala nunca muere y si muere ni hace falta”. Cuando no te toca pos nomás no te pelas, por más que la muerte te enseñe los dientes y te ponga zancadillas. No pude evitar las lágrimas. Platicamos, me enseñó las dos alcancías que le habían hecho en la cabeza y de dónde a dónde estaba insertada la válvula. La toqué, sentí escalofrío. En el nacimiento del pecho se observaba un latido, como si tuviera a flor de piel un segundo corazón.
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− ¡Canija comadre tienes siete vidas, qué gusto me da verte! − Comadre, “Hierba mala nunca muere y si muere ni hace falta”. − No cabe duda que los médicos mexicanos son unos chingonazos. Además, cuando a ti no te toca pos nomás no te pelas y no te pelas, por más que la muerte te enseñe los dientes y te ponga zancadillas. Hoy día Berta vende escapularios afuera de la Iglesia mismos que ella hace y teje unos corazoncitos para las mandas: − Lleve su corazoncito póngale el nombre de la persona por la cual está pidiendo y verá que no le falla Diosito, él me salvó la vida mire la alcancía que tengo por no obedecer y ser buena hija de Dios, pero ya aprendí, ande lleve dos para que pida dos milagros ya que anda por acá y no resulte en vano el viaje.
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CALABACITAS TIERNAS ¡AY QUE BONITAS PIERNAS! Las medias de nylon provocaban una sensación especial pues las piernas brillaban, al tacto eran suaves y lisas como alas de mariposa. Prendas sutiles, casi inasibles y tan delicadas que las muchachas las cuidaban más que las niñas de sus ojos. Las faldas y los vestidos las usábamos abajo de la rodilla dejando ver las pantorrillas y las poseedoras de torneadas piernas las lucían con coquetería envueltas en la magia de las medias de seda. ¡Qué sensualidad! Era imprescindible el uso del liguero, se prendía de la cintura, prenda muy coqueta adornada de listones y encajes, colgaban dos ligas en cada pierna para sostener la media. El tejido de las medias se rompía fácilmente, bastaba con atorarse en algún objeto para que un hilo “corriera”, es decir se destejía, pero eran susceptibles de reparación, las reparadoras de medias abundaban y fue el “modus vivendi” de muchas señoras. En un vasito de metal se acomodaba y con una aguja especial iban subiendo los hilos (del grueso de un cabello) que se “habían ido”. Era muy frecuente escuchar “ya se me fue la media”. Era de muy mal gusto traer puestas unas medias “corridas”, cuando las jóvenes asistían a una reunión o cualquier evento, siempre llevaban un repuesto y se cambiaban discretamente en el tocador en caso de sufrir algún accidente en la envoltura de sus bellas extremidades. Los colores eran muy variados: sangre de pichón, humo, negras, champaña, blancas, durazno, frenesí, etc.; se combinaban de acuerdo al color del atuendo y llevaban una raya negra que dividía la pierna en dos, la pantorrilla se veía más atractiva. Después aparecieron las medias sin raya y, por último, las pantimedias de lycra y se perdió la magia. El producto se empezó a fabricar en grandes cantidades, resultó más barato tirarlas y comprar nuevas, por lo tanto desaparecieron las reparadoras de medias de nylon. Muchas mujeres lograron ingeniárselas para llevar sustento a su casa repleta de niños y niñas; muchas mujeres jóvenes mandaban a reparar pues en esos ayeres todo servía y se reutilizaba. La creatividad para reparar era un talento que aprendieron poco a poco muchas mujeres y las que en esa época éramos jóvenes nos dimos cuenta lo hermoso que era ir con una modista para que nos hicieran nuestros vestidos para combinar con las medias y lucir nuestra juventud con elegancia y economía.
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UN BRACITO YA SE LE ROMPIÓ... Mi sobrina Mónica juega con una muñeca en el patio de la casa, es una figurilla de plástico, flacucha, con cara y cuerpo de mujer; el molde ha reproducido con fidelidad las facciones finas del rostro, la cintura esbelta, las piernas largas... todo es un conjunto armónico, pero más que muñequita parece maniquí; la cubren unos vestidos elaborados con ricas telas y de acuerdo con los últimos dictados de la moda, en fin hermosas y bien vestidas, sin embargo las siento frías, las fabrican en serie, igualitas, todas las niñas tienen a la misma Barbie. Recuerdo aquellas monitas de trapo con las que jugábamos allá por los años cuarentas, ninguna era igual y en ellas se sentía un no sé qué de vida... La abuela me compró una muñequita de trapo, me gustaba mucho, Te diré como era: su cuerpo hecho de desperdicios de telas que dejaban las costureras y de medias viejas por lo que el color de su cuerpo era café claro o café oscuro, el vestido de popelina con dibujos pequeños, constaba de una falda larga y plegada con una blusa de mangas aglobadas y abierta por la parte posterior que cerraba con un botón. La desvestí y me fijé muy bien como la hicieron y me dije: haré una igual o una más chica para que tenga hija, sí puedo armar muchas muñecas, Le pregunté a Nina si tenía medias viejas y me dijo: − Sí tengo ¿para qué las quieres? − Para hacer unas muñecas - le contesté. Sacó del ropero un bultito, lo desaté y vi que había cuatro medias color café y dos medias negras; con las medias negras haré dos negritas, tendría dos hijas gorditas y achocolatadas. Primero había que cortar la tela para la cabeza, corté un cuadro, lo cosí y quedó un tubo, lo rellené de borra y fruncí los extremos ¡Bravo! ya estaba la cabeza; ahora el cuerpo, hay que cortar otro cuadro más grande, coserlo igual, pero sin fruncir para poder pegarle los brazos y las piernas que eran unos tubos más largos y más angostos Cuando terminé fui con Nina. − Abuelita, ¿cómo le pego la cabeza los brazos y las piernas? − Muy fácil, cóselos también, mira con este hilo más grueso y con esta aguja para estambrera. Tomé la aguja y empecé a pegarle la cabeza, los brazos y piernas, me
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costó trabajo pero lo logré, sentía una gran alegría al ver mi obra. Con dos botoncitos negros simulé los ojos y con una chaquira roja la boca, las cejas las bordé con hilo negro, con un lápiz tinta dibuje las pestañas y un bicolor incendió sus mejillas. ¡Oh! no podían quedar pelonas y... otra vez con abuelita. −Nina, ¿me puedes regalar un poco de estambre? −Tómalo del costurero La cabellera se hizo con unas hebras de estambre negro. Nina me ayudó a cortar el primer vestidito, no perdí un solo detalle, puse mucha atención a todo lo que decía y hacía; aprendí a plisar las faldas; las blusas eran más complicadas... Vestí a mi nueva muñeca, se veía maravillosa con su vestido de percal, sus aretes y sus moños. A las negritas las vestí con una tela roja con lunares blancos y en la cabeza les coloqué como adorno un gorro de la misma tela. ¡Cómo me divertí haciéndolas bailar al compás de la canción "La negrita Cucurumbé" muy de moda en aquella época interpretada por Cri-Crí, el grillito cantor y al que escuchábamos todas las noches por la radio: ¿Quién es el que anda ahí? Es Cri-Cri. Es Cri-Cri Y quién es ese señor? El grillo cantor En aquel año de mil novecientos cincuenta, se usaba mucho el percal, la tela de algodón con la que se confeccionaban los vestidos de las señoras de la clase media, los trajes de mis muñecas eran de recortes de percal, las mujeres tenían su modista y guardaban los recortes en una funda de almohada por si se necesitaban, con esos recortes les cosí muchos vestidos, yo los miraba preciosos y eran géneros con diferentes estampados: ora florecitas blancas sobre fondo azul, ora flores rojas sobre fondo amarillo, ora bolitas y triangulitos rojos sobre fondo blanco ". ¡Cuánta dicha me dieron esas muñequitas de trapo! ¡Cómo las quería y estoy segura que ellas también! Un día se acercó mi hermano y me arrebató una muñeca, la pobre hacía las veces de pelota, volaba por los aires y se estrellaba en el suelo, el Lobo (nuestro perro) seguía el juego y con el hocico empujaba a la muñeca o la levantaba y corría con ella por todo el patio, mientras yo gritaba desesperada, por fin logré rescatarla. Terminó semidestripada y sin un brazo, la levanté, lloré amargamente, al mirarla así me acordé de la canción de Cri-Cri "La muñeca fea".
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La Muñeca Fea Francisco Gabilondo Soler (Cri Cri) Escondida por los rincones, temerosa de que alguien la vea, platicaba con los ratones la pobre muñeca fea. Un bracito ya se le rompió, su carita está llena de hollín y al sentirse olvidada lloró lagrimitas de aserrín.
Muñequita, le dijo el ratón, ya no llores tontita no tienes razón. Tus amigos no son los del mundo porque te olvidaron en este rincón. Nosotros no somos así. Te quiere la escoba y el recogedor, te quiere el plumero y el sacudidor, te quiere la araña y el viejo veliz, también yo te quiero y te quiero feliz
Mi abuelo que estaba reparando un mueble observó a lo lejos y me dijo: − Tranquila, no llores el lobo y tu hermano no saben lo que acaban de hacer, mira dile a Nina que te ayude a repararla y en algún momento tu hermano vendrá a ofrecerte disculpas, recuerda las niñas no deben guardar rencor pues no les crecen las uñas, además esta familia necesita una casa... Al otro día con un cajón de madera me construyó una casita para las monas. Cuando me iba a dormir llevaba la casita con las muñecas junto a mi cama, parecía que me miraban tiernamente con sus ojitos de botón. Las contemplaba hasta quedarme dormida... pues sabía que Lola, Maruca, Pepa y Lulú me acompañarían también en mis sueños.
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LA REZANDERA Julia era la rezandera del barrio, preparaba niños para la primera comunión, tenía oraciones para sacar al chamuco: Chamuco, chamuco: te sales de ahí, que ya viene el ángel a vencerte a ti. Con un algodón impregnado de bálsamo bendito limpiaba la cabeza del niño, sobre todo la frente, al infante se le retiraba todo mal, le regresaba el hambre y se ponía chapeadito como un tejocote sazón. Decía conjuros para a las casas de espíritus extraviados en este Valle de lágrimas: Almas en pena ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Acaso en este mundo no se han roto sus cadenas? Yo rezaré por ustedes, para que encuentren consuelo y salgan del purgatorio. para el camino del cielo. Curaba a los niños de la alferecía, que eran unas convulsiones terribles que podían ocasionar la muerte del bebé. A las menopáusicas las animaba a seguir el camino del señor: si ya no puedes desvestir borrachos, ahora dedícate a vestir santos. En México los ritos funerarios no terminan al enterrar al difunto, se prolongan con los rosarios que se rezan todas las tardes durante nueve días; ahí está presente Julita dirigiendo las plegarias y los cantos para que descanse el alma del muertito, ruega por él, responden todos a la letanía. Concluyen con una misa solemne. Cuando los rezos se realizan en una casa, después del rosario se sirve café de olla con canela, chocolate o atole de sabores, pan de dulce y en el último rosario para agradecer la asistencia se ofrecen tamales. Una de sus misiones más importantes es ayudar a los cristianos a bien morir, acude a la cama de los agonizantes y los tranquiliza diciéndoles oraciones para facilitar la salida del alma de la prisión temporal: el cuerpo. Les
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coloca las manos en el pecho y les da un crucifijo para que lo sostengan con firmeza y aleje a los espíritus malignos. La gran mayoría de los que atiende Julita mueren en santa paz Julita era una mujer sola, no tenía marido ni hijos, todos dicen que le lanzaron una maldición, que era una mujer muy guapa y la envidiaban por su belleza y buen corazón. Por eso para pagar su “vanidad” (según ella) se dedicó en cuerpo y alma a cuidar almas perdidas con rezos y oraciones, un día no la vimos más y un vecino para solicitar sus servicios pues ya había varios muertos en 2020 en el barrio y al acudir a tocar a su puerta no obtuvo respuesta y fue por la policía y al estar la pandemia en su mero apogeo no permitieron que se acercara nadie, solo sacaron el cuerpo en una bolsa negra. El vecino empezó a hacer cooperación para recuperar las cenizas, estaba triste ya que Julita había hecho todos los rosarios en su familia, había ayudado a sus hijos y la estimaba en demasía, varios cooperamos y nos pidió hacer sus rosarios, sin embargo nadie estaba tan preparado como Julita, lo intentamos en vía video llamada pero no sentimos la emoción que le ponía Julita en los rezos y más en los cantos, entendimos cuanto bien había dejado en nuestras almas. Julita gracias y perdón por no apreciar tu oficio en vida.
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LA PLAÑIDERA Velorio que no tenía plañidera no era un buen velorio. Las señoras de llanto fácil se alquilaban como plañideras, no precisamente que fueran a decir: − ¿Quiere usted una lloradora? Eran los deudos los que la buscaban y le pedían los acompañara, ella sabía que al final le daban unos centavos por el rezo y las flores blancas que ofrecía. Cuando en el velorio el silencio era más pesado estallaba la plañidera con el más lastimoso llanto, a todos contagiaba y al rato era un lloradero a toda máquina, nadie podía sustraerse a este contagio, hasta los machitos de pistola en cinto derramaban las de san Pedro. Ahí en medio de la habitación, toda vestida de luto y con la cabeza cubierta por un negro rebozo, se hinca la plañidera y empieza a llorar lastimosamente, después se acerca al ataúd y a todo pulmón exclama: − “Gumaro, ¿por qué te fuiste, por qué nos dejas en este desamparo, por qué se van los buenos y nos quedamos los malos. Nina, mi abuela, decía que a veces las personas eran muy secas o duras con los demás y que era difícil llorar al ver partida al otro mundo, y que no era que se alegraran los familiares de que se haya ido, pero tampoco se podía sacar el dolor; también decía que ella no había podido llorar la partida de su mamá. Un día fuimos a despedir a un vecino, llego el féretro y fueron acomodando las flores blancas en la entrada de la casa, un balde con cebollas rebanadas y vinagre, una cruz de cal con cinco veladoras alrededor, un vaso de agua, un café y un pan arriba del ataúd; y llegaron varias mujeres con rebozo, mismas que prendieron los cirios y sacaron sus libritos, los asistentes tomaron asiento y empezó el novenario, y al finalizar las plañideras empezaron a llorar con tanto sentimiento que pensamos que eran parte de la familia, de reojo vi a Nina llorando con un sentimiento ahogado por suspiros, su llanto reprimido fue saliendo poco a poco y solo dijo entre susurros: − Mis hijos ya son grandes y dejaste un gran hueco en mi corazón, algún día estaré contigo… Lloraba con tanto dolor ahogado que se me imagino vacío sus ojos, por fin después de más de 50 años lloro y saco el dolor.
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SE APLICAN INYECCIONES En todas las colonias, barrios y pueblos había un típico personaje: la señora que aplicaba toda clase de inyecciones, ya no se miran los letreros anunciando tan necesario servicio. Por los años cincuenta cobraban un peso por aplicar una inyección intramuscular y dos pesos por la intravenosa. Abnegadas mujeres que iban a lugares apartados bajo la lluvia o bajo los rayos inclementes del sol, pues la hora del medicamento no podía posponerse, por eso eran muy estimadas en su comunidad. Si el enfermo tenía una dolencia leve, acudía por su propio pie a la casa de la señora que aplicaba las inyecciones. Algunas tenían una mano tan suavecita que no se sentía el piquete, otras no tenían esa virtud y parecía que estaban banderilleando a un novillo. Los más difíciles de inyectar eran los niños que corrían a esconderse para evitar el piquete donde la espalda pierde su casto nombre. El equipo consistía en una jeringa de vidrio y unas agujas de metal de varios calibres según la sustancia. Las mismas agujas eran utilizadas muchas veces y se desechaban cuando la punta no servía. Después de usarlas eran esterilizadas por medio de la ebullición. La jeringa y las agujas eran hervidas en un pequeño recipiente de metal con su tapa (fabricado para tal propósito), así se conservaban para la siguiente nalga. El equipo duraba muchos meses.
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Después apareció el SIDA y se prohibió utilizar dos veces la misma aguja, se exigió el uso de agujas desechables para brindar una mayor protección a los pacientes. Cada quien compra sus jeringas y generalmente acude a las farmacias para el piquete, además ya casi toda la gente sabe aplicar inyecciones y los médicos procuran recetar medicina administrada por la vía oral, pues tiene el mismo efecto. El miedo era parte de niños y niñas pero también de hombres con bigote, el temor de sentir el piquete era inminente pero duele más cuando eran vitaminas, ¡ay jijo, ahí sí que todos corríamos. Ya es difícil encontrar esos letreros que estaban pegados o colgados en varias ventanas de los barrios, ahora es ir a una farmacia y listo, que tiempos de esas mujeres y hombres que acudían a tu domicilio a la hora que fuera a inyectar a tu enfermo; se modificó la jeringa de vidrio, así como la vida de estas personas, que ayudaron en su tiempo y momento y fueron muy importantes para concluir tratamientos inyectados.
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LAS PURGAS Todos los niños de mi época les teníamos miedo a las purgas para limpiar el estómago, intestino o para desparasitarnos. El día de la purga era especial, muy temprano la mamá preparaba el brebaje con jugo de naranja y un frasco de aceite de ricino, ya en la farmacia tenían la dosis adecuada. En época de vacaciones, un día, a eso de las nueve de la mañana, llegaba la mamá muy sonriente a ofrecernos un juguito de naranja, ya sabíamos de los que se trataba y ni modo, entre más rápido lo tomáramos era mejor, sabía horrible, al poco rato las visitas al sanitario eran frecuentes. Ese día no podíamos salir a jugar, si llegaba a invitarnos algún compañerito de travesuras, le decíamos con toda naturalidad: “No puedo salir, me purgaron”. ¡Qué bien nos sentíamos después de la purga, ligeritos como libélulas! Nos consentían con atolitos o gelatinas. Después, comíamos mucho mejor. Lo aceptábamos pues sabíamos que enfermarnos traería consecuencias atroces ya que cuando nos enfermábamos del estómago, nos ponían lavativas con el cocimiento de alguna hierba medicinal: hierbabuena, manzanilla, aceitilla y otras que ya no recuerdo. A eso sí le teníamos pavor, los instrumentos de tortura consistían en un irrigador para contener líquidos, una manguerita conectada a la parte inferior del recipiente cilíndrico y una delgada cánula por donde fluía el líquido curativo. Nos introducían la cánula por el ano y nos llenaban el intestino con el agua donde se había cocido la hierba medicinal, apenas empezaba la operación y ya queríamos salir despavoridos, la mamá decía con toda calma: − “Aguante un poco mi hijito, para que se alivie”. Los ojos se nos salían de las órbitas, hasta que ya no aguantábamos más los retortijones, corríamos al baño y zúmbale, nos salía hasta el apellido. Nuestras mamás hacían todo lo posible por ayudar a nuestro cuerpo a prevenir la enfermedad por ello estas purgas para que no nos “descompusieramos” (así decían los adultos) sin ton ni son.
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LA COMADRONA − ¡Doña Goya, ya viene el niño, Marica ya tiene los dolores muy fuertes! − En diez minutos estoy allí. Así llegaban acelerados a la casa de Gregoria, la comadrona. Ella preparaba todo lo necesario para asistir el parto. En un maletín ponía estetoscopio, jeringas, ligas, hilaza de color blanco, tijeras, alcohol, algodón, benzal, varios lienzos muy limpios, ampolletas de vitamina K y pinzas. Todos los utensilios de metal los hervía para esterilizarlos. Era muy cuidadosa en su quehacer y cuando encontraba cosas anormales enviaba a sus pacientes al hospital. Revisaba a las embarazadas con mucho cuidado, les ordenaba caminar durante una hora todos los días, decía: −“Si no haces ejercicio el niño se pega” Otras veces hacía gatear a las mujeres para que el niño se enderezara. El día del acontecimiento acudía a la casa de la parturienta y le colocaba la mano bajo los senos para saber cuánto había descendido el niño y si el nacimiento era inminente o tardaría unos días más. De inmediato ordenaba que se pusiera a hervir una olla con agua. Esperaba paciente junto a la cama, por fin el niño descendía. − ¡Puja, toma aire y puja! De pronto el infante ya estaba en sus manos. Le amarraba el cordón umbilical a los doce centímetros del vientre. Envolvía al recién nacido en una manta y lo colocaba en el cajón o en la canasta que servía de cuna. Revisaba detenidamente la placenta para cerciorarse de que no faltará ni un pedacito, pues si quedaba algo dentro de la matriz se descomponía y a los pocos días provocaba en la parturienta la terrible fiebre puerperal. Aseaba a la mujer y le daba un baño con una toallita empapada de agua tibia, le ofrecía un té caliente de pasiflora y la paciente dormía un par de horas. Doña Goya tomaba al bebé, lo bañaba, lo vestía y le daba una mamila con té de manzanilla, el niño se dormía plácidamente, pero no por mucho tiempo, a las dos horas despertaba queriendo comer, la mamá lo tomaba tiernamente entre sus brazos, lo acercaba a su pecho y el niño buscaba instintivamente el seno pletórico de calostro. La mamá recordaba que tenía que darle de comer cada tres horas, si le daba a cada rato el niño se podía enlechar. En esta ciudad ya no hay parteras, las embarazadas acuden a clínicas y hospitales para su atención.
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Doña Gregoria logró traer al mundo a más medio barrio y era muy conocida y apreciada por la comunidad, su temple y rostro de serenidad fue la que la caracterizaba pues daba aliento a muchas mujeres y lograba acomodar a los bebés. A la hora que fuera solo se veía su puerta abrir y cerrar tanto de día como de madrugada, ella cobraba simbólicamente y veía la situación de las familias y no pedía nada a cambio, pero varios le llevaban gallinas, puerquitos o costales de frijol o arroz, su actitud de labor comunitaria siempre fue retribuida, y muchos vecinos adultos, adolescentes y niños al pasar le decían: −Buenas tardes, madrina −Adiós, comadrita.
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MÁGICO BREBAJE ¿Encontraste un libro que hablaba sobre brujos y curanderos chilangos? Entre los más famosos se mencionaba a Pachita; picada por la curiosidad empecé a leer y la bruja tenía su despacho en la colonia “Arenal”, aquí en Azcapotzalco. Era la misma a la que se refería el texto. Un día la tía Angelina se enferma de úlcera varicosa, me pidió que la llevara con la susodicha, porque realizaba curaciones milagrosas. Me resistí a creer semejantes hechos y al fin cedí para complacerla. Ese día me levante temprano para ir al consultorio de la “doictora”, como todos la llamaban. Me habían dicho más o menos la ubicación de la casa, preguntando aquí y allá por fin dimos con el ansiado domicilio. Con un frente más o menos de diez metros la entrada era por una puerta de madera toda mal puesta y que rechinaba al entrar, las paredes enjarradas y sin pintura alguna, en medio un zaguán pintado de blanco permitía el acceso al interior; la casa tenía varias habitaciones sucias y mal olientes donde reinaba la mugre. Entramos mi tía y yo toda ciscada. Angelina se aferraba a mi brazo. Tenía un poco de miedo. Me dedique a observar. Por el cuadrado patio paseaban gallinas, guajolotes y cerdos, las aves recogían con el pico los granos de maíz, las migas de pan y los pedazos de tortilla regados por todo el suelo; más allá el excremento de los cerdos era esparcido por los mismos animales; canastos y costales desordenados en uno de los rincones contribuían al aspecto desaseado de la casa. Comencé a contar cuántos cristianos esperaban de pie o en cuclillas sobre el suelo, despreocupados por la suciedad que en costras lo tapizaba. La mayoría de la gente era de origen humilde a juzgar por los vestidos de las mujeres, los pantalones raídos de los hombres, el burdo calzado; algunos usaban huaraches de correas toscas y grises debido al contacto con la tierra. Las mujeres enfermas tapaban su rostro febril con rebozos de un color que trasudaba tristeza, tratando de ocultar el sufrimiento que asomaba por los ojos apagados. Con mi vestido sin parches, enterito pues, mis zapatos de tacón recién cambiado y mis medias de nylon, me sentí fuera de lugar. No cabe duda que “en la tierra de los miserables el asalariado es rey”. Ahí paradita, la tía igual esperamos más de tres horas para que les dieran consulta. Como a las once de la mañana me llamó la atención la llegada de una señora guapa, de clase media. Acompañaba a una joven con la cabeza a rape, sin pintura y con la mirada extraviada. La mayor de las mujeres se acercó a mí, para preguntarme en qué número iban y me platicó que su hija padecía una extraña enfermedad, que cada vez estaba peor, pues los médicos ya la habían desahuciado.
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− “Ha perdido la memoria y la conciencia, se porta como una niña a la que hay que vestir, alimentar con mamila y asistirle en sus necesidades; ni siquiera reconoce a sus hijos, mi última esperanza es Pachita, si ella no la alivia estará condenada a vivir así...”. La fila avanzaba lentamente; ni una silla ni una piedra donde sentarse y tú: la catrincita, no me resignaba a sentarte en el suelo y llenarte la ropa de caca. Llevaba unos dulces y les ofrecí a varias mujeres más que nada para hacer plática y matar el tiempo; otra mujer nos contó sobre la curandera maravillosa: − A Joaquinita le quitó la matriz en una “operación espiritual”. Intrigada pregunte: − A ver, a ver ¿Cómo estuvo eso? − Mire, en una noche se internó; Pachita ya tenía todo preparado: agua caliente, lienzos, algodón y dos cuchillos muy filosos. Ella invocó a dos espíritus que en vida fueron doctores y ellos hicieron la operación a través de Pachita, el cuarto con luz de vela, porque dicen que la luz fuerte espanta a las presencias, yo misma “vide” como los fierros entraban en la carne de Jacinta, pe ro no e scurría sangre , y e n unos cuantos días me joró.” Aunque mis conocimientos de medicina no son muchos, no podía creer tal aberración, empecé a preguntar más sobre la tal Pachita... − ¡Ay niña! si es rete buena, imagínese, a mi señor le dolía mucho la cabeza y le cambió su cerebro por uno de puerco y ¡santo remedio! − Ya no le han vuelto esas jaquecas que no se le quitaban ni con pastillas ni con chiquiadores ni con nada. Mi sobrina no podía tener hijos y pos’ con las friegas que le dio se puso encinta luego, luego.” − ¿Y cómo lo hizo? - le pregunté. − La encueró allí adentro del cuarto, le frotó el cuerpo con un menjurje de hierbas y le acomodó la matriz que la tenía rete chueca. − No se diga cuando a una recién parida no le baja la leche: con Pachita le baja porque le baja, ella misma le mama los pechos durante ocho días y después hasta le chorrean. − Y para quitar el mal de ojo ni se diga, traen a los inocentes que se les enchueca la boca y se les tuercen los ojos; ella agarra un huevo de gallina negra y con eso limpia al niño y no lo va a creer... cuando vacía el huevo en el vaso se ve el gusano, el perjuicio que le hicieron o sea el mal de ojo que la gente de vista muy fuerte les hace a los niños, después de la limpia la criatura se duerme como un bendito, pues ya regresó el ángel de la guarda que había volado, los ojos y la boca se le enderezan, le cuelgan en el pechito un hilo carmesí con un ojo de venado para que no lo vuelvan a fregar. Por fin entramos al cuartucho y la tía por delante, era una pieza de tres por cuatro, pintada de rojo, con unas cortinas que un día fueron blancas, el piso sin barrer con algodones y papeles por todas partes; en los cajones de un escritorio desvencijado guardaba sus “medecinas”. Nos recibió una mujer obesa, chaparra, cincuentona, con el pelo teñido de rubio y mal peinada, envuelta en una bata que dejaba ver sus piernas regordetas, unos huaraches de hule calzaban sus pies anchos y callosos.
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Su presencia me dejó fría; por mi hubieran salido inmediatamente, pero la resolución de tía Angelina me detuvo. Con un poco de alcohol se frotó las manos y procedió a examinar la úlcera de la pierna, desenrolló las albas vendas, vio circunspecta la herida y vació sobre ésta un líquido solferino, le limpió con un pedazo de algodón y volvió a vendar... − En quince días te aliviarás de tu mal. Muchacha, la vas a curar como te digo: Este brebaje es para que no se estanque la sangre, le das una cucharada cada ocho horas. Vas a conseguir mucha polilla y la pones en un frasco, le lavas la herida con este líquido morado, luego le espolvoreas la polilla y le pones otra vez la venda. Las espero dentro de quince días. Al salir le dije a la tía: − “Yo no la curo, si usted quiere cúrese sola, sabe por qué, a mí no me parece el tratamiento, no se ponga eso, se agravará.” Muy enojada rezongó todo el camino mientras llegábamos a casa. Algunas veces observe cuando se curaba y ponía la polilla en la úlcera, se me enchinaba el cuerpo, no tardaría en presentarse una severa infección. Y así fue. Angelina no quería dar su brazo a torcer y admitir el fracaso de tan absurdo tratamiento; a la semana en medio de ayes y lamentos pidió que la llevaran al médico. Vamos al doctor otra vez, resignada a recibir la regañada que de seguro nos daría al verla; el doctor se disgustó muchísimo y me dijo: − “Pero dónde anduvo la tía que trae hasta polilla, además hay una infección tremenda y está en peligro de perder su pierna”. Sin otra opción, hubo de someterse a los tratamientos del médico: inyecciones, cápsulas, pastillas y toda una botica se tomó. A la tía le dio por encerrarse en su cuarto y no permitía que nadie entrara, pero en una ocasión dejó por descuido la puerta abierta y quedé paralizada de terror, pues seguía aplicándose la polilla y la tinta morada que le había recetado Pachita. Al verme dijo: “Mira, la úlcera ya está cerrando gracias al brebaje y a la polilla”.
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UN CLAVEL SIN AROMA En la bolsa trasera del pantalón asomaba un paliacate rojo: ya para proteger la cabeza del polvo de las techumbres o de las oleadas de nostalgia que lo acometían de vez en cuando o para doblarlo como una banda sobre la frente e impedir que el sudor o los sueños entraran muy campantes a los ojos o simplemente para sonarse estruendosamente; también usaba zapato de carnaza con suelas de hule, calzado feo, tosco y mal hecho pero muy resistente e ideal para su trabajo. Don Pedrito, como cariñosamente lo llamábamos, era albañil, le sobraba el trabajo, el “Superman de los pobres” para la gente de la colonia, presto destapaba hoyos o los tapaba, cuando se desprendía el yeso de un techo o se remojaba una pared íbamos por él. Nunca se negó a auxiliarnos en nuestras necesidades de cal y cemento. Regordete, bajo de estatura. Parecía un niño de trece años. La piel acanelada, el pelo lacio y los ojos levemente rasgados daban a su fisonomía un aire oriental; un sombrero de palma y un overol de mezclilla sus compañeros inseparables. − Don Pedrito, vaya a la casa de Severiano porque se está cayendo la puerta...que le corra, por favor... Pero don Pedro escuchaba fascinado las canciones de Agustín Lara, tan famosas allá en los cincuentas; por estar atento a la radio ni siquiera se había dado cuenta de la presencia del chamaco, que no tuvo más remedio que zarandearle el hombro mientras decía: − ¡Hágame caso! ¡Se rompió la puerta de don Severiano! Él siempre contestaba: − Calma, calma, “hay más tiempo que vida” y “no por mucho madrugar amanece más temprano”. − ¡Qué sí por favor le cambia el tinaco a doña Lencha!, aquí a la vueltecita, usted ya sabe, todo se rajó y es un “agual” en la azotea. − Calma, calma… Se ponía de pie, apagaba su cigarrillo, de esos que todavía venden en los estanquillos y se llaman "Faritos", recogía un costal donde iba su herramienta: mazo, martillo, plomada, espátula, cuchara, cinta métrica y varios cachivaches más. − Dice Josefinita qué se tapó el excusado y se está saliendo toda la “mengambrea”... ¡de rayo don Pedro, de rayo! − Calma... Don Pedro no bebía uva embotellada sino pulque y muy temprano
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salía Juanita -su mujer- a comprar varios litros de “caldo de oso” en una pulquería cercana, no recuerdo si se llamada "Las maromas de Agripina". La señora regresaba con el garrafón destinado para esos menesteres repleto de néctar. El laborioso “maistro” lo llevaba siempre consigo y entre tabique y tabique o entre remiendo y remiendo le daba un traguito, así durante toda la jornada; no tomaba ni agua ni refresco sólo chupaba pulmón, todo el día se lo “chiquiteaba”, pero con los sudores de la chamba ni siquiera se le subía a la “tatema”; en cambio sentía más ánimo para mover la cuchara o para subir los botes de mezcla. Ya entrada la tarde se le oía cantar bajito y con tiple la misma canción: “(…)Te he de querer, te he de adorar, pos que admiración les causa que yo quera a esa mujer ( ..).” Al terminar la tarde se despedía muy ceremoniosamente, todos nos dábamos cuenta que don Pedrito despedía un olorcillo muy desagradable. Un día un chamaco se atrevió a decirle: − "Ya no tome pulque que después huele rete feo" y él hombre le respondió: − "Muchacho, ¿Qué no sabes? El hombre sin olor es como un clavel sin aroma”. Así pasó su existencia y llegó más allá de los ochenta años. Su figura perdió la verticalidad de las paredes y sobre sus espaldas fraguó todo el peso del tiempo. Andaba casi a tientas sobre los andamios como si una nube de cal le nublara el horizonte, las cataratas opacaron sus ojos, adivinaba los pasos que tenía que dar para no caer al vacío, hasta que desistió de subirse a grandes alturas; un día pisó mal y cayó rompiéndose una pierna; lo enyesaron, la inmovilidad lo anquilosó y salieron a relucir en todos los achaques de la vejez. Su esposa lo cuidaba, pues ya estaban solos sus hijos habían crecido y hacían su vida en otro lado, de cuando en cuando los vecinos le acercaban mandado y dinero, nuestro pequeño-gran albañil fue deteriorándose hasta partir una tarde de sábado. Sus hijos vinieron al velorio y cuando entramos a su casa en un rincón pude observar. En la esquina, en su morral todo se oxidó: cucharas, espátula, clavos, alcayatas, la lima, el arco, las seguetas y hasta el alma.
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OLLAS QUE SOLDAR Aquí viene el soldador con su pregón de siempre: “Ollas, cacerolas y pocillos que soldar”. Semana a semana recorre nuestro barrio con su banco, un cautín, un rollo de soldadura, un frasco de ácido y un bracerito. Tener una olla de zinc o peltre es un verdadero lujo, por eso las amas de casa las cuidan y las reparan cuantas veces sea necesario, pues por el uso se desportillan y se agujeran de las partes que quedan sin peltre, de ahí viene el dicho de: “ya enseñó el cobre” pues el parche quedaba plateado o de color cobrizo. Si por accidente se cae una olla de zinc es una tragedia semejante a tropezar y quebrarse un hueso. El trabajador ofrece su servicio a domicilio, llega hasta la casa donde lo requieren, la señora entrega las ollas que necesitan reparación. El soldador se sienta bajo la sombra de algún árbol o tejaban, toma una de las ollas, la raspa con la lima en el sitio donde tiene el hoyo, le unta un poco de ácido, calienta el cautín, le pone un poco de soldadura y la extiende sobre el agujerito y queda lista. Volverá a dar un buen uso hirviendo una infusión de hierbabuena o un sabroso té de manzanilla. Mientras realiza todo esto empieza a silbar y a cantar, siempre son las mismas canciones de Pedro Infante: “Pasaste a mi lado, con gran indiferencia, Tus ojos no siquiera voltearon hacia mí, Te vi sin que me vieras Te hable sin que me oyeras Y toda mi amargura se ahogo dentro de mí Me duele hasta la vida Saber que me olvidaste Pensar que mi desprecio Merezca yo de ti(…)” Al final de reparar las ollas que estaban en la fila, las mujeres salían a darle las gracias y su pago, alguna le acercaba un taco o un vaso de agua, él se quedaba un rato mientras platicaban de las últimas noticas en calles aledañas, al finalizar su taco sacaba un “farito” y empezaba a echar humo, nunca falto alguien que le pedía una canción más para finalizar la tarde.
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EL AFILADOR Decían que si pedías un deseo cuando pasaban junto a ti un afilador y un jorobadito se te concedía, desde luego no era cierto, el eterno anhelo que tenemos los humanos de rodearlo todo con una aureola mágica. El afilador pasaba de cuando en cuando calculando que los cuchillos y tijeras necesitaran afilarlos otra vez, ya que eran de tan buena calidad que duraban años y años, tía Toña me regaló unas tijeras que todavía sirven, mejor que las últimas “chinaderas” que he comprado. Ahora los cuchillos y las tijeras son desechables, realmente no vale la pena gastar en sacarles un buen filo, sale más barato comprar otros, esa invasión de productos fabricados a granel, baratos, corrientes y de tan corta vida han sido la causa de la desaparición del afilador. Ya no vemos su mágica silueta deslizarse por las calles con su bicicleta y su máquina de afilar, ni miro esas chispitas rojas que salían de los cuchillos al pasar por la piedra que daba vueltas al mover parsimoniosamente el pedal. Me encantaba cuando chocaban los metales con el esmeril shhh, shhh… Las tijeras y cuchillos fabricados en serie le dieron al afilador”un machetazo de espadas”. Ya no pasa el silbido de ese característico personaje que de vez en vez ayudaba a mujeres y hombres a tener filo en herramientas de trabajo o del hogar, se ahogó un pregón de Mi México de ayer.
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ZAPATERO REMENDÓN Muy conocido en el barrio era don Pancho, zapatero remendón. A sus manos llegaban los zapatos en condiciones deprimentes, con los tacones gastados o sin ellos, -parecía que habían tenido una lucha a muerte con algún gato de uñas afiladas como navajas de barbero-, sin correas y con un agujero tan grande que las chanclas ya sabían “el sabor del chicle que pisaban”. El hombre era muy querido por todos los vecinos, pues sabíamos de su acrisolada honradez, además con su simpatía se ganaba a todo el mundo. Los vecinos le obsequiaban un café con pan, unos taquitos, un tamal con atole de masa, pero sin desayunar no se quedaba; a la comida, un arroz con un huevo estrellado o unos frijoles de la olla con un trozo de queso blanco y algunas tortillas. Le gustaba su trabajo, siempre canturreando, recibía a los clientes con una sonrisa. Todos nos apresurábamos a llevarle los zapatos maltrechos y gastados y con las fauces de cocodrilo hambriento. Pancho se sentaba en un banquito y ponía su pie de acero para clavar suelas y tacones. Cosía a mano las pieles, las correas volvían a su sitio y eran aseguradas con varias puntadas, Cambiaba el color de las zapatillas: negro por rojo, rosa por café. Lo veíamos como un mago que transformaba los choclos, las botas, las sandalias más inservibles en relucientes zapatos que seguirán en la batalla cotidiana de aplanar las calles de la ciudad. Lo recuerdo con cariño con la boca llena de clavos, su olor a grasa de zapato y su perro incondicional dormido a lado. Los zapatos ahora son desechables, así como varias cosas, que grato era tener que llevar los zapatos que nos gustaban para darle vida, es decir otra “manita”. Oficios que se van apagando con el tiempo por considerarse no prácticos, pero era más sano redimir, reparar o reciclar … En fin, ¡qué tiempos de ese ayer!
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EL RELOJERO Mi tío era relojero, no se dedicaba a fabricar relojes, únicamente los reparaba. Tenía un local en un mercado de esta ciudad, aunque la ocupación no era muy redituable, le daba para sobrevivir. Los relojes que se usaban en aquel entonces eran de cuerda, no había de pilas o cosas parecidas, los relojes eran maquinarias muy finas, de mucha precisión, los mejores eran los suizos como el Tisot, también eran de muy buena calidad los de la marca Steelco. Los niños pequeños no usaban reloj, los papás decían “hasta que aprendas a leerlo bien” y ya que aprendían les daban más largas; los niños aplicados en sus estudios de quinto o sexto año recibían de obsequio un reloj que cuidaban con verdadero celo y lo conservaban hasta su juventud. Eran delicados, si no teníamos cuidado al darles cuerda esta se rompía y había que llevarlos a reparar, para eso el relojero se pintaba solo; sus herramientas eran desarmadores y otros artefactos muy pequeños, por lo que tenía que auxiliarse de una lente que ajustaba en su nariz y así hurgaba en las entrañas de tan finas maquinarias; debía tener una mano de cirujano, los nerviosos, impacientes o bebedores de alcohol no podían ser relojeros pues el “pulso de maraquero” se los impedía. En estos días no se consigue un relojero ni de milagro, tengo un reloj de cuerda muy bueno, pero no he encontrado alguien que se dedique a este oficio para que lo repare y vuelva a caminar con su imperceptible tic-tac. Ahora las damas tienen varios relojes que combinan con el color de los aretes o del vestido pues son muy baratos y hasta los pequeños del jardín de niños usan reloj de pilas, pues se fabrican y se venden a granel, por docena como si fueran paletas, si se descomponen se tiran y se compran otros. “Úsese y tírese”, tal es la consigna de nuestro tiempo. Ahora se ha ido modificando tanto que es difícil encontrar a alguien con un reloj, la tecnología hace que el tiempo desaparezca de la muñeca de los mexicanos y mexicanas, accesorios que eran parte de nuestra indumentaria.
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EL TEJEDOR DE BEJUCO Tallos de algunas plantas trepadoras de tierra caliente eran utilizadas por ser muy flexibles y resistentes para confeccionar tejidos que adornaban: respaldos de sillas, puertas de vitrinas, consolas, ternos de sala, revisteros y un sin fin de enseres. Mi abuela tenía una hermosa sala de caoba con aplicaciones de bejuco en los respaldos de los sillones. Todavía disfrutaría de sus adornos, pero llegó la polilla y se los comió. De vez en cuando los muebles eran reparados por señores que se presentaban ofreciendo sus servicios de embejucadores, el ama de casa sacaba sus sillones a la banqueta y ahí junto a la puerta de su casa se realizaba la reparación, el hombre se disponía a reemplazar el tejido dañado por otro nuevo. El día lo ocupaba con esa tarea artesanal. No cualquiera podía dedicarse a este trabajo, había que tener cierta habilidad y destreza de manos. Las salas y artefactos decorados con este material casi han desaparecido al igual que el oficio de tejedor de bejuco. Ahora son casas muy especializadas las que se dedican a fabricar esta clase de muebles y además son muy caros, el embejucado no se puede realizar en serie, el tejido reclama la mano del hombre. Hace tiempo vi en una mueblería muy exclusiva de la ciudad algunos muebles con esas fibras y pensé en comprar un sillón de caoba con el respaldo de bejuco primorosamente trabajado como lo hacían a principios del siglo XX, en verdad un mueble precioso. Me fui de espaldas cuando me dieron el precio y no lo pude adquirir. ¡Lástima!, era tan parecido al que tenía la abuela.
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LAS DOCE Y SERENO Ahora sí, señor sereno, agradezco su favor de apagar su linternita mientras que pasa mi amor Copla popular Para aventurarse por aquellas oscuras calles de Dios,” o arriesgarse a encontrarse con un “Ánima Chocarrera” se necesitaba valor. Toda la gente se guardaba temprano, sólo el sereno recorría las calles con su lámpara de aceite y a veces era una simple vela la que colocaba en su farol. Los callejones parecían túneles de carbón, iluminados tenuemente al paso del farolero, en el siglo XIX pocas casas tenían ventanas, ya que, por cada ventana exterior, se cobraba impuesto, la gente optó por suprimirlas, así que había muy pocas lucecitas que cintilaban allá a lo lejos. Los serenos eran empleados comisionados que recorrían las calles de la ciudad para velar por la seguridad de las propiedades, avisar de los incendios y de cualquier irregularidad, cantaban en voz alta las horas: “Las doce y serenooo”. Hace tiempo que estos típicos personajes desaparecieron, después vigilaban por las noches los veladores y anunciaban su presencia con un silbato; ahora las sombras son escudriñadas por las patrullas con sus torretas que desprenden luces: blancas, rojas y azules; la gente las llama “las pepsicolas”. Así era ese México de ayer de pregones que invadían con sonidos característicos y por la noche el sereno andaba por las calles, caminando y alumbrando, silbando para acompañar su soledad en esos caminos.
Los oficios de los abuelos
EL MECAPALERO Cargador que usa un mecapal (del náhuatl mecatl: cuerda o mecate y palli: hoja) para cargar grandes bultos sobre la espalda. En la sociedad mexica se le llamaba tameme, eran los acompañantes obligados de los pochtecas, después usaron animales como: burros, caballos o mulas y se les llamó arrieros. Los pochtecas recorrían grandes distancias llevando sus mercancías y trayendo otras. En Azcapotzalco hay un lugar que se llama San Simón Pochtlán, era el barrio donde se reunían los mercaderes. Ya no miramos a los mecapaleros, ahora las cargas se llevan en diablitos o en artefactos diseñados para el transporte de productos de diferente naturaleza. Tampoco los cargadores visten igual, antes eran harapos los que cubrían sus cuerpos y se decía cuando alguien andaba muy sucio, con la ropa rota y muy gastada “pareces mecapalero”. Ahora los encuentras a la moda, muy acá, con los pantalones llenos de agujeros, pero hechos a propósito para enseñar un poco de nalga. Los pelos llenos de gel con los que se modelan escultóricos peinados tipo punk, arete en uno de los lóbulos y tenis de suela gorda. En sus ratos libres cantan y bailan rap, hacen cabriolas, se tiran al suelo y giran como trompos, quieren parecerse a los “cholos” y sueñan con pasarse de mojados al otro lado de la frontera norte. La vida cambia y los mecapaleros eran los que ayudaban a las amas de casa a cargar su mandado, se fue modificando hasta perderse este oficio del ayer.
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LOS TLACHIQUEROS Son los hombres que se dedican a raspar el maguey, en el centro de la planta se corta una cavidad, se raspa para activar la producción del néctar llamado aguamiel y se succiona con una vara larga llamada acocote. El aguamiel se guarda en barriles de madera para que se fermente en el tinacal (lugar donde se acomodan los barriles para su fermentación), ya fermentado se le llama pulque. En este oficio se ocupaban muchos varones, durante la Colonia las pulquerías surgieron por todas partes como hongos en tiempo de las humedades. Al pulque se le atribuyen muchas cualidades, ha salvado de la muerte por sed o inanición a muchos pueblos empobrecidos, también se le considera como un afrodisíaco, se le llama”el muchachero”, porque los hombres y las mujeres que acostumbran beber pulque son muy fértiles. Según estudios tiene muchas proteínas, un vaso de pulque equivale a un bistec. Estimula la producción de leche en la mujer que está amamantando, para gozar de todos sus beneficios es necesario beberlo con moderación, en pequeñas cantidades, el exceso es nocivo para la salud. Entre los aztecas no se permitía el uso libre del pulque, lo podían consumir los ancianos y las embarazadas. Se bebía en los festejos para brindar por los héroes, los sabios y los difuntos el Día de Muertos. Era considerada una bebida sagrada, tanto que podía sustituirse por la sangre en algunas ceremonias. Aún recuerdo una pulquería en este barrio que tenía un letrero que decía así: “Se prohíbe la entrada a policías, perros y mujeres” En la calle de Grecia casi esquina con Niza se encontraba una pulquería llamada La Mocosita, aludiendo al tango del mismo nombre. Mi vecino don Pedrito, que era consumidor de pulque, me obsequió un día la siguiente oración, la encontró en sus largas correrías en busca del neutle. Oración del pulque Anónimo de dominio público. Pulque nuestro que estás en las pencas, clarificado sea tu nombre, hágase un tinacal, aquí en la tierra como en el cielo. Pulque rico de maguey, dánoslo hoy, cura nuestras crudas, así como nosotros curamos las de nuestros amigos, no nos dejes caer en sobriedad. Y líbranos eternamente del mal tlachicotón.
Los oficios de los abuelos
EL AGUADOR En estos tiempos tenemos el privilegio de abrir una llave y obtener agua potable para beber y demás necesidades domésticas. Hace unas décadas no era así, eran pocas las casas a las que se extendía la tubería con el líquido vital. En muchas partes del Distrito Federal había fuentes y después tomas de agua en determinados lugares, por lo que era necesario acarrear hasta las casas. El aguador se encargaba de repartirla a los domicilios a cambio de unas cuantas monedas. Sus instrumentos de trabajo eran dos cántaros de barro o dos botes de lámina suspendidos de los extremos de un barrote de madera, el aguador ponía el palo sobre sus hombros y así transportaba el preciado líquido. Los primeros viajes los hacía muy bien, los últimos recipientes llegaban mermados, pues entre viaje y viaje se echaba un espumeante “caldo de oso”. Al extenderse la red de agua potable por todos los barrios de la ciudad, el agua llegó hasta el interior de los hogares, ya no era necesario el aguador, desapareció este personaje antaño tan indispensable. Su característico vestir y su frente llena de sudor era parte de su apariencia, ellos lograron llevar y llenar tinacos, cubetas, cisternas, botes, lavabos, etc., de muchos hogares, ellos caminaron bajo el sol, la lluvia, la tierra y su espalda cargaba la vitalidad del agua, tan necesaria e indispensable; solo por unos cuantos pesos que se llevaban a la bolsa.
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LAS VIGAS Y TEJAMANILES Por todas las calles de la ciudad transitaban unos hombres que cargaban en sus burros leña para los diferentes usos en el hogar: para la estufa de leña, para el fogón que se prendía en el patio o solar, para echar las tortillas de cada día -como era costumbre-, o para cocer algún guajolote o marrano. Venían de muy lejos -sudando la “gota gorda”-. Cortaban la leña en los bosques que circundaban la zona metropolitana- en aquel entonces bastante reducida, hablamos de los años cuarenta -cuando amarraban los perros con longaniza-. También traían tejamaniles- tablas muy delgadas- y vigas para construir las techumbres, pues muchas construcciones todavía eran de adobe y sus techos eran de vigas y tejamaniles que sostenían tejas de barro. La formación de estos techos era todo un arte, primero colocaban las vigas, después las cubrían con los tejamaniles y por último colocaban las tejas, unas hileras hacia arriba y otra hilera hacia abajo, pues esto impedía que el agua se filtrara a las habitaciones, no usaban cemento para fijarlas, así que el techador tenía que ser muy hábil en su oficio. C u a n d o observamos estos hermosos y artísticos techos, pensamos: qué ordenados, todas las tejas formadas en hileras muy derechitas, ni siquiera imaginamos que es la única forma en que se evitan goteras. Actualmente el material de que están hechas es la cerámica cocida en hornos o son de plástico y se usan para adorno, tratando de imitar las antiguas techumbres y son colocadas sobre techos o marquesinas de cemento armado. Los vendedores de leña y vigas han desparecido del panorama citadino, imagínese un hombre arreando sus burros por el periférico o por el circuito interior en horas pico, imposible, los burros terminarían como estampillas y el leñero atropellado por cuatrocientos caballos de fuerza. Además, quién compra leña en estos cibernéticos tiempos y espacios. Pero qué bonito era verlos trabajar en lo alto, con el extremo cuidado de no resbalar de acomodar de hacer lo mejor posible para que le volvieran a dar trabajo, esos hombres lograron cambiar por un tiempo el paisaje de nuestra ciudad.
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EL ABONERO En los barrios pobres una de las figuras imprescindibles eran el abonero, bajo los rayos inclementes del sol repasaba casas y vecindades vendiendo su mercancía, Vestidos, fundas y sábanas de manta o calicó, fondos, pantaletas, calzones, calcetines, medias de nylon, chales, rebozos, peinetas, lápiz labial o lápiz para las cejas, rimel, aceite de mamey, colorete de betabel, pañuelos, pañoletas, etcétera. Vendía de todo y como un gran prestidigitador iba sacando trapos y chácharas quién sabe de dónde, en uno de sus hombros colocaba ordenadamente gran número de prendas. Cada ocho días pasaba a dejar mercancía y a cobrar, algunos clientes ya tenían su cuota fija según la deuda, él apuntaba en unas tarjetas, a cada uno de sus clientes le llevaba su contabilidad. El cuento de nunca acabar: debías, pagabas, comprabas, debías, pagabas. A veces el pobre hombre se quedaba con la deuda sin cubrir, porque, de la noche a la mañana y sin aviso alguno, desaparecían los inquilinos transas y morosos. Se ponía rojo y se le salían las lágrimas del coraje, afortunadamente era uno que otro, la mayoría de la gente se caía con su abono sin fallar, así podía seguir gozando de más mercancía. − Don Goyo, consígame unas medias de nylon color humo. − Don Goyo, quiero un fondo negro de seda y encaje. − Don Goyo, no se le olvide la colcha de satén − Don Goyo… Todos los encargos los cumplía, los clientes encantados, al fin y al cabo, todo era en abonos fáciles y se pagaban cada ocho días, el ama de casa le rasguñaba al gasto y con eso pagaba sin sentir el compromiso. Era el cuento de nunca acabar. Don Goyo poco a poco fue desapareciendo de las calles, ahí en el barrio empezaron a construir las tiendas departamentales y poco a poco ya no fue indispensable, don Goyo se nos fue yendo en abonos.
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EL MEROLICO Son las doce del día, el sol cae a plomo sobre las testas de los cristianos que transitan por la Plaza del Carmen, eso no impide que se detengan para escuchar al merolico que con engolada voz anuncia sus maravillosos productos. − Si la boca le sabe a centavo, si al levantarse se siente desmadejado como si toda la noche lo hubiera correteado el Hombre Lobo, si trae un pleito de gatos en el estómago y las tripas le rezongan igual que una solterona despreciada, si la vista se le nubla y puros gandayas mira, indudablemente necesita el tónico de la Madre Matiana para adquirir los siete vigores y las tres gracias. Primer vigor, para despertarse como veinteañero, sin “pollas” reanimadoras ni otros brebajes. Segundo vigor, para trabajar muy duro y dejar de hacerse güey. Tercer vigor, para que estés firme como un soldadito de plomo. Cuarto vigor, para aguantar a tu suegra con sus lagrimones de cocodrilo. Quinto vigor, para aguantar la eterna letanía de tu vieja. Sexto vigor, para corretear: “peseras”, resistir las sobadas en el “metro”, los golpes abajo del cinturón, para no volverme bizco con las nenas de gran “pechonalidad”. Séptimo vigor, para poder mantener a mis doce hijos y a los otros cuatro de mi casa chica. Y para no fallar también puede adquirir las tres gracias: ¡Qué tengas la gracia y el nocaut de un dandy! ¡Qué a la primera se te rindan las muñecas más “pipiris nice” y paguen el “cinco letras”! ¡Qué todas tus viejas te coronen como su mero rey y te compren calzones de seda y pantuflas de peluche! − ¡Señora!, si a sus niños se los están comiendo las lombrices, una copita tequilera del Elixir del Sapo las mata como de rayo, no permita que estas víboras blancas les devoren las entrañas. ¡Véalos, son animales repugnantes y dañinos! y estas que parecen sopa de tallarín son peores, pues los huevecillos se van al cerebro y por eso algunos chamacos alucinan y hasta platican con el meritito chamuco.
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− Madrecita, le duelen los huesos, el esqueleto le suena como matraca, no se preocupe, usted puede volver a bailar la rumba como quinceañera, y mover el bote al ritmo del mambo número cinco; una untadita diaria del Ungüento de la Tía y ¡Adiós dolores! ¡Compruébelo ahora, porque mañana estaré lejos, muy lejos de aquí! − Damita, para que tu piel tenga la suavidad de un pétalo de rosa y el color de los caracoles del mar, aplícate todas las noches la Crema de Concha Nácar y…ejerce sin título corazón o tu rostro se cubrirá de barros y verrugas. ¡Nomás no se amontonen, que para todos tengo!, atrás de la raya que estoy trabajando!
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EL FOTÓGRAFO AMBULANTE Nunca tuvo el dinero suficiente para rentar una accesoria y poner un estudio fotográfico, únicamente contaba con una cámara portátil, pues ni modo a talonear todo el día para tomar muchas fotos y dedicar un tiempo a entregarlas en diferentes domicilios. Procuraba fotografiar a las familias para que le conviniera negociar cuatro o cinco fotos, sabía que las mujeres no se resistían a tener todos los retratos de sus querubines, también aprovechaba muy bien la vanidad de las doncellas: − “Señorita, en esta foto parece artista de cine, le da un aire a Lilia Prado… y usted es igualita a Blanca Estela Pavón”. No era muy común tener en casa una cámara fotográfica y manejarla tenía sus bemoles: necesitabas pararte bien y tomar el instrumento con firmeza, porque podía salir todo borroso o movido; centrar bien la figura pues se corría el peligro de que las gentes salieran sin cabeza o cargados a la izquierda o derecha; estar pendiente para que las damas o caballeros no cerraran los ojos y se echara a perder la foto; que el niño saliera con su mejor sonrisa a pesar de estar chimuelo y que los viejos cascarrabias se parecieran a los viejecitos de los cuentos. También había que aprender bien como se colocaba el rollo, correr la película con destreza para que no se atorara y se rompiera o se velara; la cámara no se podía abrir pues al llegar la luz se echaba a perder. Tomar buenas fotografías se convirtió en todo un arte. Así iba a los parques o jardines de tal o cual barrio y empezaba a retratar a los niños o las señoritas que atravesaban por ahí. Algunas veces le iba muy bien, en otras apenas le alcanzaba para comprar un pan y un pedazo de queso. Caminando estaba nuestro fotógrafo del barrio y se quedó en la casa de muchos de nosotros pues las fotos las entregaba en un cartón como marco y para darla a un precio más alto le ponía vidrio y marco de madera, y cuando visitabas casas vecinas podías apreciar todas las fotos que durante años logro captar con su cámara Kodak, misma que cuidaba, pues si empezaba a llover la devolvía a su estuche y su cuerpo abrazaba el utensilio mismo que le acompaño en su andar, lo irónico fue que nunca se tomo fotos y en su hogar no tenía esos recuerdos. Así la vida de Don Pablo cumplió para otros pero no para las paredes de su hogar, ahí no quedo para la posteridad.
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LOS FAQUIRES Ellos dicen que son los herederos de los faquires orientales, mencionan nombres raros de sus maestros: Chin-Fu, Chan Chi, Lin Ya… Sus números son espeluznantes y uno no se explica cómo los pueden realizar sin lastimarse. Había de diferentes disciplinas: Los que se tragaban un sable encorvaban el cuerpo y lentamente lo iban introduciendo por la boca ante los atónitos ojos de los espectadores, sacaban el sable sin una gota de sangre, el aplauso como reconocimiento a su audacia no se hacía esperar, enseguida pasaban a recoger unas monedas en un sombrero de fieltro. A veces, llegaba a la plaza un hombre muy joven, lo acompañaba una mujer que tocaba un tamborcillo mientras el muchacho atravesaba la piel de sus brazos con agujas de diferente tamaño y calibre. Una de las acciones que despertaban el asombro de la gente era el hombre que se introducía un picahielo por las fosas nasales, curvaba su cuerpo y el artefacto entraba y salía con facilidad Había algunos, que en los días de mercado extendían sobre una manta una cama de vidrios puntiagudos, se acostaban sobre ellos y otro caminaba sobre su pecho, al pararse algunos cristales habían rasgado su espalda que presentaba las cicatrices de pasadas faenas. Los individuos más miserables tenían que recurrir a estos peligrosos oficios, la paga era muy exigua y apenas alcanzaba para sobrevivir en la extrema pobreza. Oficios que obligaban a tener un extremo cuidado, un error podía ser fatal, aquellos hombres y mujeres que exponían sus cuerpos por unos pesos para sobrevivir al mundo real.
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EL TRAGAFUEGO Al anochecer tomaba posesión del crucero, llevaba una mochila donde tenía sus enseres de trabajo: un palo, estopa con lo que formaba lo que sería la antorcha y una botella de gasolina. Siempre trataba de apantallar con sus llamaradas, parecía que salían de lo más profundo de su ser, dice el dicho “más vale maña que fuerza” y el tragafuego tenía sus secretos, tomaba un poco de gasolina, la retenía en su boca, escupía sobre una tea casi apagada y zas se encendía en forma espectacular, parecía que le salía una gran lengua de fuego. La gente le daba algunas monedas y los niños le aplaudían, eso era lo que más le gustaba, ni Superman escupía fuego como él lo hacía, se sentía admirado y cada vez era más audaz, la cantidad de gasolina que tomaba era mayor y el fuego más grande. Un día se quemó la boca más de lo acostumbrado y suspendió sus presentaciones callejeras por más de una semana. Todos le decían: deja ese oficio se te va a desarrollar un cáncer en la boca de tanta quemada, no respondía, simplemente se encogía de hombros. Un día empezó a sentir dolores muy intensos en la lengua, no hizo caso, se tomaba un analgésico que aliviaba un poco su malestar. Llegó a un hospital público, lo examinaron, le hicieron unos análisis, los médicos sospechaban que el paciente presentaba cáncer en la lengua y lo turnaron a Cancerología. Cuando fue recibido le realizaron una serie de estudios que confirmaron el primer diagnóstico y además le comunicaron que le quedaban aproximadamente tres meses de vida. Solo quedaba darle analgésicos muy fuertes para aliviar el dolor. Salió triste por la noticia, pero daría sus últimas funciones que serían magistrales El fuego ya no sólo se producía fuera, ahora se había instalado dentro de su cuerpo, se sentía arder, excedía la cantidad de analgésicos que debía tomar en su afán de mitigar sus dolencias. Ya no podía comer, llegó el día en que ya no pudo sostenerse en pie, estaba débil y la carne se pegaba al hueso, se encerró en el cuartucho donde dormía y al día siguiente ya no lo vieron salir, allí quedó su mochila que contenía sus enseres de trabajo: el palo, la estopa y…, la gasolina misma que apagó su vida.
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EL CIRCO CALLEJERO En todos los barrios de la ciudad daban funciones los circos callejeros, el número de actores que intervenían eran a lo máximo cinco. Cualquier sitio era bueno para dar su función. Los números que presentaban tenían como protagonistas: Perritos, equilibristas, payasos, bailarinas de mambo o guaracha, contorsionistas, exhibidores de serpientes y tarántulas, magos y maromeros. Los canes hacían diferentes gracias: a las perritas las vestían de chinas poblanas y a los perritos les colocaban un sombrero de charro, los hacían pararse dos patas y bailar el jarabe tapatío. Después pasaban a través de un aro y el clímax de su actuación era cuando atravesaban el anillo con fuego alrededor. A los niños les encantaba ver actuar tan disciplinadamente a esos animales. Lo equilibristas realizaban varias suertes: Lograban pararse sobre una pelota, girarla y caminar sobre ella durante algunos minutos. Varias pelotas eran lanzadas al aire y podían mantenerlas así cachando y lanzando sucesivamente. Dos jóvenes participaban alternando las acciones. Uno trepaba en los hombros del otro hasta lograr sostenerse de pie sobre la cabeza del compañero, después lo hacía con una mano, lograba elevar su cuerpo apoyando sus manos en las manos del compañero. A veces llevaban una bicicleta y sobre ella hacían varias suertes. También participaban los llamados hombres y mujeres de goma que con sus contorsiones dejaban que todos los presentes pudieran imaginar que era muy fácil colocar los pies sobre los hombros. Delgados y elásticos terminaban con la cabeza entre las piernas y abajo del abdomen. De pronto un hombre sacaba de un canasto una enorme serpiente que enrollaba a su cuello y luego se deslizaba por todo su cuerpo aprisionando su cintura, tomaba a la víbora cerca de la cabeza y se acercaba a las señoras diciéndoles: −“ande dele un besito”; las damas gritaban dando un paso hacia atrás, las horrorizaba tener muy cerca de su cara la lengua bífida del animal, las risas no se hacían esperar, pero cuando a los burlones les llegaba su turno reaccionaban de la misma manera. Los magos aparecían y desaparecían monedas y billetes, sacaba listones del sombrero, la gente muy atenta tratando de descubrir esos trucos, esas manos tan hábiles para desaparecer objetos ¡Ah, si el mago pudiera desaparecer las deudas…!
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Cuando el circo presentaba a las exóticas -muchachonas de no malos bigotes, de maquillaje exagerado y con la cabellera rubia-, se alborotaba la gallera. Llegaban con sus vestidos de satén rojo, pegados al juvenil cuerpo y abiertos de un lado a la altura del muslo; principiaban con una guaracha y seguían con un mambo, desde que iniciaban el zangoloteo se acercaban galanes para acompañarlas en el frenesí de ese baile tropical y contagioso. ¡No podían faltar los payasos! El payaso era recibido con un gran aplauso y hacía reír con sus chistes blancos, invitaba a los niños a estudiar y a obedecer a sus padres y les contaba breves y trágicas historias sobre niños desobedientes y malcriados. A los infantes les encantaba mirar su vestimenta y su cara maquillada. El arreglo de la cara llevaba su tiempo, pues había que hacerlo con religiosidad. Primero la aplicación del maquillaje blanco en toda la cara, enseguida se delineaban los ojos según la sensibilidad de cada quien, el contorno de la boca era más grande que el dibujo natural de los labios, se rellenaba de un color rojo bermellón y debería insinuar una leve sonrisa. Por último, colocaba una nariz de goma grande y roja. Algunos se colocaban una peluca que entre más despeinada mejor. A veces vestían una playera a rayas multicolores y un pantalón con una cintura mucho más ancha que la del portador, unos tirantes sostenían el pantalón y quedaban muy abajo o muy arriba; era parte de sus rutinas que cayeran los remendados pantalones al suelo y dejaran ver los calzones de colores chillantes y adornados con holancitos, a todo mundo le encantaba ver la ropa interior del payaso. Los zapatos eran enormes y al caminar hacían un sonido muy peculiar. También llevaban una doble tablilla con la que correteaban y al darse alcance se tundían a golpes con la tabla que sonaba como si al pobre cristiano le estuvieran dando una paliza de “padre y señor mío”. Los circos callejeros han desaparecido, ya no impactan como antes, han sido derrotados por los héroes cibernéticos. Se fue perdiendo poco a poco la diversión en los barrios de la gente de bajos recursos.
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LOS ESTANQUILLOS En esos tendajones encontrábamos de todo. Contaban con un mostrador de madera con varios cajones a lo largo, En las paredes de la parte posterior se levantaban varias tablas tapizando la pared en las que se habían fijado varios compartimentos y cajones donde se guardaban mercancías de diversa índole. Alimentos y artículos perecederos que se ofrecían: diversos granos (frijol, garbanzo, lenteja, maíz, trigo, alpiste y arroz), azúcar, piloncillo, manteca, queso añejo (tan bueno que no le pedía nada al parmesano), chorizo, longaniza, cecina, queso de puerco, chiles en escabeche y patitas de cerdo a la vinagreta (elaborados en casa, teniendo como único conservador el vinagre). Otras cosas que se vendían: panes de jabón: para lavar, de olor, de coco para hermosear el cabello; jergas; estropajos; cubetas; enormes tinas galvanizadas (para el baño sabatino, cazuelas, ollas y comales de barro, tenazas para remover el carbón y aventadores para avivar el fuego. Entre los artículos no perecederos: telas, zapatos, refajos; los vestidos y rebozos se exhibían en forma muy atractiva para enamorar a la clienta. Todo, todo lo encontrábamos en el estanquillo; también: calcetines; medias de popotillo; calzones para hombre y para mujer, los que usaban las damas eran de algodón, bombachos y llegaban hasta la rodilla donde se ajustaban con un resorte para que no se levantaran ni un milímetro; pasadores; horquillas para el chongo; listones para las trenzas; cordones de diferentes y chillantes colores: rojo, azul turquesa, amarillo canario, morado obispo y verde perico: cuando el pelo no era muy abundante se entretejía con cordones negros para darle mayor grosor; se trenzaba el pelo, se amarraban las puntas y se adornaban con listones. La parte de atrás contaba con una bodega donde se almacenaba la mercancía necesaria para que no escaseara ningún producto. Los guardianes eran dos hermosos gatos que daban cuenta de los ratones que por allí se acercaban. Cómo lograban que sus negocios estuvieran tan bien surtidos y con productos de la mejor calidad, pues resulta que sus proveedores eran del propio pueblo o de los lugares más cercanos. Ellos fabricaban artesanalmente: queso, requesón, cecina, las vinagretas; las costureras surtían de calzones, refajos, vestidos, pantalones; las telas, medias y calcetines venían de la ciudad más cercana. Nada se importaba, la región era autosuficiente para proveer y consumir todo lo que necesitaban.
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Los típicos estanquillos se sustituyeron por tiendas, después por “modernos supermercados” y ahora tenemos tiendas que abren las 24 horas en donde no tienen cabida los productos de los modestos artesanos. El estanquillo era mi tiendita donde compraba caramelos y listones con centavos que me daba mi abuela Nina los domingos, con el tiempo al morir el dueño cerró indefinidamente; sus hijos no quisieron hacerse cargo, la puerta de doble ala de madera nunca más se volvió a abrir se fue deteriorando hasta que compraron el terreno e hicieron edificios y el estanquillo que me acompaño en mi infancia y adolescencia: desapareció. Hoy lo recuerdo con cariño pues ahí nos reuníamos lo niños del barrio para organizar nuestros juegos vespertinos, ahí nuestras madres hacían una parada para saludar a la comadre, ahí mi padre se sentaba a tomar un refresco, ahí en esa esquina Don Ricardo el dueño con su bigote y su sonrisa nos vio crecer, ahí en mi barrio ahora llamado colonia crecí.
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EL CARBONERO Por este rumbo hay dos carbonerías, antes había muchas. En esos expendios se vende carbón vegetal, el carbonero que nos vendía siempre estaba negro por el polvillo de los troncos quemados, sólo le brillan los ojos y los dientes que resaltan en toda la negrura de su ser. Las cocinas tenían unas hornillas hechas de adobe con aplanado, un rectángulo con orificios donde se introducía el carbón, arriba las parrillas donde se colocaban las ollas para cocer los alimentos. El uso del carbón despareció con las estufas de tractolina, pero siguió el ahumadero en las paredes, además el petróleo era más apestoso que el carbón. Las cocinas estaban renegridas por el humo, el azulejo y otros recubrimientos se generalizaron cuando llegó la estufa de gas. Ahora el carbón lo utilizan los restaurantes de lujo que ofrecen como algo muy exclusivo “carnes asadas al carbón” y para algunos guisos como la barbacoa, la carne de borrego se coloca en un hoyo y encima se coloca el carbón al rojo vivo. Aunque este combustible le da un sabor especial a toda la comida, se ha descartado para uso doméstico porque es sucio y más costoso que el gas. Yo por las tardes iba por el carbón y don Gastón y su familia estaban sentados a alrededor de una fogata con comal y con ollas de varios guisados, los niños y niñas siempre consumían tan apetitosamente su taco que se antojaba; mientras me daban mi pedido, las niñas después de comer, salían corriendo a jugar a veces sin zapatos, greñudas y con sus vestidos negros por el carbón pero con la sonrisa más sincera que he visto, con la alegría por vivir y sentir que la vida vale la pena. La señora de don Gastón siempre fue muy amable y en una ocasión al ver como se me iban los ojos me dio un taco de chicharrón y frijolitos, ¡ah qué rico me supo! En su mundo negro había la blancura de la empatía y sinceridad.
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LOS EVANGELISTAS Si fuera papel volara, si fuera tinta corriera y si yo fuera estampilla en ese sobre me fuera. Pásele, pásele…Todavía por los años cincuenta, en los Portales de Santo Domingo los “evangelistas” se dedicaban a elaborar en una destartalada máquina de escribir diversos textos: oficios, cartas familiares y cartas de amor. Apenas hacía una década que Lázaro Cárdenas ordenó habilitar a muchos jóvenes egresados de sexto año de las escuelas primarias como maestros rurales, cubriendo lugares cercanos a sus comunidades, de esta forma se logró un gran avance en la alfabetización de las zonas rurales, sin embargo, un gran porcentaje no sabía leer ni escribir. Los que no dominaban ni la lectura ni la escritura acudían con el “evangelista”, como si se tratara del ángel de su guarda para que leyera las cartas y les diera respuesta. −Señor “escribidor” hágame una carta para mi Juancho, la última no me la contestó, mire aquí está la dirección, póngale que lo extraño mucho, que ya nació el niño, que fue machito como él quería, que se parece mucho a él, que tiene sus mismos ojos. Dígale también que pasó muchos trabajos aquí, solos, sin nadie que me tienda la mano, que lo extraño y lo quiero mucho. Usted escríbale: − Mariquita de mis amores cuento los días para volver al terruño, ni un solo momento dejo de pensar en ti, pronto regresaré para darte muchos, muchos besos… El “evangelista” trataba de interpretar los diferentes sentimientos de su singular clientela, tenía mucha práctica para redactar las variadas contestaciones. Actualmente en los Portales de Santo Domingo también se realizan trabajos de redacción en modernas computadoras, con ilustraciones a todo color si usted así lo desea.
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CUALQUIERA TOCA EL CILINDRO, PERO NO CUALQUIERA LO CARGA Ahí va con su organillo a cuestas alegrando las esquinas con sus exquisitas melodías. Había muchos organilleros, ahora miro uno que otro. Acá por mi rumbo ya no deambulan. Frente al Palacio de Bellas Artes siempre está tocando alguno, no tienen ningún apoyo. En Chile han proliferado por la gran ayuda que les han brindado las autoridades, pues consideran que ese hermoso oficio no debe desaparecer. Se ofrecen recursos a los ejecutores para que reparen el mayor número de organillos que encuentren y de esta manera resurja la típica figura del organillero. Los primeros cilindros se fabricaron en Alemania en 1700 y llegaron a los países de América a finales del siglo XIX y principios del XX. El organillo es una caja que tiene una partitura perforada en papel, que al dar vueltas a la manivela acciona unas válvulas que al abrir dejan pasar el aire de unas pipas y de esta manera se producen las notas musicales. En muy pocos países hay organillos y organilleros, por eso debemos luchar por la preservación de este singular oficio. En Chile lo consideran como parte de su patrimonio cultural. En nuestra ciudad van vestidos con un triste uniforme de color café claro y una gorra del mismo color, si vistieran en una forma más llamativa y con uniformes más nuevos, (yo no digo que les den ropa cada mes, pero por lo menos cada año) serían un atractivo para los turistas, pues ya son parte de los personajes de nuestra ciudad. Recuerdo a los músicos que tocan el saxofón en las plazas públicas de Europa, se han convertido en atracción, pero en México no sabemos sacarle jugo a lo que tenemos. Nuestros organilleros viven de la caridad, debemos luchar porque no desaparezcan pues ya son parte del folclor urbano.
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FIERRO VIEJO QUE VENDAN Este era el pregón de un hombre que recorría las calles comprando todo tipo de desperdicios: madera, cartón hierro, tambores para camas, tinas galvanizadas, peltres y colchones usados. Pagaba una moneda por llevarse los triques que por estorbosos y pesados no se levantaba el camión de la basura. Un día este característico personaje que andaba por las calles se hizo rico, un afortunado día recogió un colchón de un pordiosero que acababa de morir y en vida ocupó un cuarto de azotea. La portera lo llamó y le dijo: “llévese ese asqueroso colchón”, ni tardo ni perezoso, lo cargó y lo depositó en su carromato de madera. En el patio de su casa bajó todos los despojos, destripó el colchón para rescatar la lana de borrego que podía lavarse y después venderse y cuál no sería su sorpresa había una gran cantidad de monedas de oro. El señor de cuna humilde compró a la dueña el terrenito y construyó un cuarto donde por las tardes, después de continuar con su oficio, hacia camiones de madera, muñecos con forma de pinocho, pizarrones, sillitas con mesitas para las muñecas, juegos de mesa (damas chinas, ajedrez entre otros), un sin fin de cosas que después iba a dejar a su pueblo en Michoacán, dice que nunca pudo tener hijos y que dar y compartir es parte de su paso por esta vida. Es lo que me contó Nina, pues ella sí lo hacía venir con frecuencia para sacar “cachivaches” y siempre le invitaba a comer y platicaba un rato “para que la soledad no fuera tan dura” así decía.
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TIERRA PA' LAS MACETAS En ese México de ayer las casas eran grandes con corredores, y múltiples macetones de barro adornados con pedacería de espejos o de platos formando figuras, en las tardes soleadas brillaban como ascuas al caer sobre ellos los rayos del sol contrastando con los helechos desparramados en verdes cascadas. −“Tierra pa’ las macetas”. Era el pregón del hombre que se dedicaba a este oficio: vender tierra en costales para que las señoras se las cambiaran a las plantas. Venía de muy lejos, a pie, arreando un burrito cargado de bultos. Ofrecía tres tipos de tierra: negra, de hoja o mixta. También traía tabaco para que no crecieran gusanos entre las raíces de los vegetales. El ama de casa dedicaba toda la tarde para cambiar la tierra a todas sus plantas. Mientras”canturreaba” los boleros de moda, vaciaba las macetas, se desechaba la tierra vieja y se ponía la nueva. Para los helechos debía ser mezcla de tierra negra y de hoja, se volvían a sembrar los helechos y si tenían nuevos brotes se separaban y se ponían en nuevos macetones. Ya no he visto en los mercados esos hermosos barros, quizá porque las propiedades ya no tienen amplios corredores para lucirlos, además la vida de hoy tan acelerada no da tiempo para realizar esas faenas. A mi tía Chelo le encantaba que sus plantas estuvieran rebosantes y frondosas, por ello el vendedor de tierra siempre pasaba, sabía que en la casa de la tía había trabajo. Mi tía Chelo se pasaba largas tardes platicando con las plantas. − Sapito anda triste de nuevo, te voy a cambiar de maceta. − Mira que bella. − Azucena está por brotar, muy bien muchachita, bienvenida a esta su nueva casa-hogar. − Ahh, estos tulipanes andan “rejegos” no se pongan celosos para todos hay agua. − ¡Mira que hermosas están las rosas! Las plantas, sus gatos y perros eran las que le acompañaron mientras sus manos llenas de tierra daban vida.
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LAS PAJARERAS Pajarillos de mil colores niña, los traigo chifladores. Cantan, trinan la canción de los amores. Ya lo saben que soy pajarera… Canción popular En todos los mercados había pajareras, llegaban de los pueblos cercanos a Ciudad de México con muchas jaulas llenas de aves canoras que atrapaban en los campos y bosques que rodeaban a la capital. Las jaulas eran de carrizos o de maderos muy delgados, las rejillas se hacían de alambre muy fino, lo que impedía que los pájaros escaparan, pero permitían observarlos en todo su esplendor. Donde estaba la pajarera había un arco iris de plumas y unos trinos preciosos. Era un placer observarlos y escuchar su canto. Gorjeaban los canarios amarillos como lígulas de girasol, el rojo de los cardenales contrastaba con el verde amarillento de los verdines, los cenzontles no se quedaban atrás con sus melodiosos cantos. Me gustaba observar como descortezaban el alpiste para comer la minúscula pepita, como pelaban los frutitos rojos del pirul. En todas las casas había pájaros, las parejitas de canarios que trinaban enamorados, hacían su nido en las jaulas y las hembras ponían sus huevitos. Mi abuela nos decía. − No miren el nido porque la pajarita los aborrece Y nos retirábamos de inmediato. Después mirábamos asombrados a las crías tan pequeñas y a la mamá que les daba de comer en el pico. Ahora en los departamentos tan estrechos es imposible criar pájaros y por lo tanto las pajareras han desaparecido, pues ya no se venden las aves canoras como antes se vendían. Soy muy afortunada porque frente a mi casa hay un árbol muy frondoso donde viven muchos pájaros que me despiertan todos los días con sus hermosos cantos. Sonidos que pocos apreciamos pues ese canto es sentir vida y saber que otro día más ha llegado.
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OFICIO DE NIÑO ¡Qué hermosos juegos inventábamos entonces! Como aquel de la comadrita que asistía como invitada a un gran banquete en los que se ofrecían pasteles de lodo y ensalada de geranio. De chamaco no se muere una de puritito milagro. También jugábamos a las escondidillas: uno, dos y tres…Hacíamos competencias de brincos con una cuerda casi a ras de suelo y paulatinamente iba subiendo, quien lograba brincarla más alto ganaba. Al anochecer era la Hora de la W, imitábamos a los cantantes de moda: Avelina Landín, La Torcacita, María Victoria, Pedro Vargas, Chucho Martínez Gil, Fernando Fernández, Pedro Infante, Jorge Negrete y muchos más. Los muchachos fabricaban sus “avalanchas” con una tabla y ruedas de patines, también untaban algunas tablas con jabón o cebo para que se deslizaran por las calles empedradas. Otros niños fabricaban sus coches con carretes vacíos, cartón o madera, les ponían ligas y salían corriendo solitos. Había unas lanchitas de hoja de lata pintadas de azul, rojo o amarillo que se impulsaban con el calor de una vela, llenábamos una bandeja de las más grandes y colocábamos las lanchas que daba vueltas y vueltas y nosotros embelesados soñábamos que íbamos en alta mar. La perinola era divertido jugarla sobre todo por el castigo que se imponía a los perdedores, por ejemplo: salir a la calle y gritar “estoy loco”. Para jugar balero era necesario tener mucha destreza para ensartarlo en el delgado palo. Igualmente, para bailar el trompo. El tipo de cuerda era especial, tampoco se usaba cualquier hilo. La cuerda se enredaba alrededor del trompo desde la punta hasta la mitad, se lanzaba y bailaba en el suelo, había algunos que lo levantaban del piso con el cordel y lo bailaban en la palma de la mano. El yoyo tenía su temporada, algunos eran
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muy hábiles en el manejo del yoyo y realizaban varias suertes: el columpio, el dormilón, etcétera. Los palitos chinos requerían de una total concentración, pues se tiraban y había que sacarlos sin tirar ningún otro. Los huesitos de chabacano se pintaban de colores, se ponía un montoncito, se tomaba uno y se aventaba hacia arriba, tenías que cacharlo y tomar otro casi al mismo tiempo. La matatena era un conjunto de figuras de plástico semejantes a las estrellas y se jugaban de forma similar a los huesitos. Jugábamos mucho a las rondas: Doña Blanca, La rueda de san Miguel, Naranja dulce, La viudita y otras, a las niñas nos encantaba jugar a doña Blanca porque el Jicotillo era un muchacho de buen ver que tenía que correr tras de doña Blanca hasta atraparla, la sujetaba fuertemente, por fin la niña deshacía el abrazo. Otra ronda de nuestro agrado era Naranja dulce, en la parte que decía: Naranja dulce limón partido dame un abrazo que yo te pido… Desde luego uno, dos, muchos, Las adolescentes nos emocionábamos al abrazar a los niños y viceversa. Había otro juego que se llamaba Las cebollitas: un niño se sentaba en el suelo con las piernas abiertas, después una niña, después un niño y así alternando, hasta terminar con el número de participantes. Uno de los participantes trataba de levantar al primero de la fila hasta que lo lograba. Era otro de los juegos preferidos por los púberes pues permitía un contacto muy cercano con el sexo opuesto. Estos juegos eran una preparación para el noviazgo, más delicada y efectiva que una película pornográfica, íbamos descubriendo poco a poco sensaciones y excitaciones que después nos permitirían llevar una vida sexual sana. Por medio de estos juegos descubrimos la sensualidad y el erotismo. Dicen los psicólogos que el adolescente no desea el acto sexual que prefiere los roces, caricias y sensaciones placenteras. Los papás socarrones se hacían de la vista gorda. Así de niños jugamos aprendiendo a resolver y convivir, a imaginar y crear, a pelear y reconciliarse en fin un mundo pequeño que era de nosotros ya que las calles eran testigos de nuestro gritos de nuestras caídas de nuestras peleas pero más tarde la reconciliación que nos llevaba a compartir el agua de limón o la torta o la fruta que traían algunos. Los niños han desaparecido de las calles, ya no se ven cada 6 de enero con las pelotas o muñecas o bicicletas o triciclo o con el juego de té…la imaginación de crear y jugar debería regresar.
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PAPALOTES Los meses de febrero y marzo eran los meses de los vientos y las tolvaneras, era el tiempo para volar los papalotes en los diferentes llanos que existían alrededor de nuestro barrio. Todos los niños de la época sabíamos elaborar papalotes. En todos lados se podían conseguir pajuelas de regular tamaño para construir la armazón, con mucho cuidado las uníamos con hilo delgado del que usaban para coser, ya que estaba listo el armazón lo forrábamos de papel de china: rojo, verde, amarillo, de cualquier color, todos de colores brillantes. Hacíamos un engrudo que pegaba tan bien como los pegamentos modernos, con la diferencia que no eran tóxicos y que si un niño se lo quería comer al probarlo se abstenía porque sabía horrible. En una cazuelita poníamos dos cucharadas de harina, media taza de agua y una cucharada de vinagre o le exprimíamos medio limón; lo poníamos a fuego lento, moviendo y cuidando que no se quemara. Era cuestión de calcular que no quedara muy espeso para que no se nos hiciera bolas el engrudo. La forma generalmente era pentagonal, en la punta del pentágono le poníamos una tirillas muy delgadas de papel y abajo una cauda hecha de un listón de alguna tela y le pegábamos papelitos para que pareciera una escala. Lo dejábamos secar al sol y ya seco le amarramos un hilo largo, largo y lo enrollábamos a un palito con el objeto de regular su longitud según fuera necesario. Tomábamos el papalote y empezábamos a correr, el aire nos ayudaba y cuando mirábamos ya la mariposa de papel iba hacia arriba al encuentro con las nubes, se iba soltando más y más hilo. Algunos eran tan hábiles que los subían y bajaban a voluntad. El tiempo que invertíamos en la elaboración valía la pena cuando en el cielo azul tu papalote te saludaba.
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PIEDRA BOLA Desde la época colonial y hasta principios del siglo XX las calles eran de tierra y algunas se tapizaban con la llamada piedra bola. La piedra no eran del mismo tamaño, las que iban en el centro de la calle eran de quince centímetros de diámetro aproximadamente y las de las orillas eran más pequeñas, además acomodadas de tal manera que semejaban un listón a todo lo largo de la calle, la parte de en medio más elevada que el resto, pues permitía que el agua corriera libremente por la orilla de la calle hasta las afueras de la población. Cierro los ojos y parece que veo y escucho pasar las carretas con su peculiar sonido tac, tac, al chocar las herraduras de las bestias contra las piedras. Más tarde por la calle principal transitaban los tranvías de mulitas que eran lo más moderno en cuanto a transporte público. Los jovencitos engrasaban una tabla con cebo y se deslizaban a gran velocidad por las calles empedradas. Fueron las primeras avalanchas y patinetas que se construyeron. Los empedradores eran hombres que se dedicaban a reparar las calles cuando las piedras salían de lugar, con verdadera paciencia elegían las adecuadas para que la reparación quedara muy bien; generalmente se utilizaba la piedra bola que se recolectaba en ríos y arroyos. Todavía en varios pueblos en el interior de la república y en algunos barrios en Ciudad de México -como San Ángel- conservan calles empedradas, dándole un aire romántico y nostálgico de tiempos ya idos a esos lugares. Bellas calles, pero inapropiadas para su majestad el automóvil.
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SALÓN DE BELLEZA Lugar donde las feminas acudían para transformar su imagen cotidiana por otra más glamorosa. Muchas señoras pedían tratamientos faciales que iban desde las mascarillas de frutas naturales hasta las de barro de Ixtapan. Los cabellos oscuros cambiaban de color y no importaba que desentonaran con la morena piel, pues decían: “los caballeros las prefieren rubias”. Las canas de las abuelitas cambiaban a rutilantes cabellos castaños. El último alarido de la moda: “el rizado permanente”. Un verdadero suplicio someterse a tan complicado proceso: el pelo era recortado a gusto de la clienta; lo empapaban con un líquido abrasivo y pestilente; el enrollado era mechón por mechón con algodón y papel aluminio; de un gran casco descendían cables con pequeñas tenazas que se colocaban en cada rizo; la señora quedaba con la cabeza dentro de esa gran gorra de metal; se conectaba a la electricidad y empezaba a calentarse; la “cultora” de belleza debía tener muy buen cálculo para que los cabellos no se tostaran como charales en comal, aunque algunas veces ocurría y las señoras quedaban con el cabello totalmente quemado. Qué bueno que no entraban los hombres, pues parecíamos verdaderas marcianas, al mirar a las compañeras de penitencia no sabías si reír o salir corriendo despavorida. Me tocó varias veces meter la cabeza en ese suplicio medieval, pero el deseo de tener el pelo rizado superaba al miedo de morir achicharrada. El premio a tan gran sacrificio era tener unos rizos permanentes que ni con el agua se desbarataban, ya no era necesario hacer los famosos “cuetes”, que toda mujer pendiente de la belleza de su cabellera era experta en su elaboración: el pelo húmedo se enredaba en una tira de trapo cubierta parcialmente por periódico, los extremos se amarraban, al otro día se soltaban y quedando unos caireles de ensueño. Dormir con el pelo enredado de esa manera era muy incómodo. ¡Qué delicia dormir sin los dichosos “cuetes”! Era un lujo, en aquellos tiempos, lucir una larga y hermosa cabellera de rizos fijados por la lumbre que parecía venir del meritito infierno. Actualmente ya no es “moda” este tipo de peinados, se ven relajadas con un “chongo” con una dona o un lápiz las mujeres andan por estas calles. México de mis recuerdos va cambiando y yo lo he visto y eso me alegra.
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PELUQUERÍAS Quedan pocos peluqueros hábiles en el trasquile de melenas. Las tijeras volaban como golondrinas plateadas sobre las cabezas de los caballeros que ya sabían cuál era su corte preferido, los más solicitados eran: casquete corto o medio y la verdad se veían guapísimos y no tenías que buscar los ojos entre una maraña de pelos. Para los niños tenían una sillita que acomodaban en el sillón de los adultos, a los chamacos casi a rape, sólo les dejaban un coqueto copetito, así era fácil el aseo, pues después de los juegos terminaban como Judas en Sábado de Gloria. El peluquero era el psiquiatra de los pobres, allí se ventilaban muchos asuntos familiares, laborales y hasta de tardíos enamoramientos o infidelidades del señor tan serio y tan formal que un día lanzó “una canita al aire”… Mientras realizaba su trabajo el fígaro escuchaba con atención y daba el mejor consejo producto de su experiencia como confidente, era la mar de discreto, nunca contaba nada de lo que sus clientes le decían, respetaba el secreto de confesión igual que un sacerdote. También afeitaban la barba. La cara era cubierta por medio de una brocha con abundante espuma de jabón, enseguida se pasaba la filosa navaja y quedaba el rostro lisito como nalga de bebé. Cuando el cliente no quería platicar tomaba una revista “solo para hombres” que contenía relatos picantes y fotografías de mujeres en paños menores. A los adolescentes, que ya iban solos a la peluquería, se les permitía hojear esas revistas y casi se les saltaban los ojos al mirar tan atrevidas fotos. Si alguna mamá estaba presente, la plática era intrascendente, no se pronunciaban groserías por respeto a la dama. La peluquería era un coto masculino donde al final de la jornada se reunían todos los varones del barrio y cantaban, contaban chistes colorados, platicaban de sus romances y aventuras.
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¡ÁLZALE LA CANASTA! Expresión muy usada para indicar que alguna persona no era merecedora de atenciones o privilegios. Cuando los hijos se portaban mal o no respondían en la escuela, los padres “le levantaban la canasta”. Es decir: ya no hay dinero, ni regalos, ni permisos ni nada hasta que endereces barco, la mayoría de las veces funcionaba y los chamacos recapacitaban y obtenían mejores calificaciones. Para las señoritas era una tragedia pues significaba: ya no hay cine, ni salidas con las amigas, ni dinero para cosméticos o vestidos y se suspendía la visita del novio de 20:00 a 21:00 como solía ser. Pero todo tenía arreglo, era cosa de platicar calmadamente y ponerse de acuerdo con los padres sobre las reglas que regían el hogar; si el papá o la mamá decía de regreso a casa a las 10:00 a cumplir; ayudar en los quehaceres domésticos, ni modo, aunque no nos gustara realizarlos, allí estábamos, solidarias con mamá, al pie del cañón. La canasta era un utensilio indispensable para ir de compras al mercado, eran grandes canastas donde se acomodaban diversas mercancías, su fondo plano impedía que se aplastaran los jitomates o se estrellaran los huevos, la señora iba acomodando sus productos. Cuando llegaba a casa colocaba la canasta sobre la mesa y procedía a sacar todas las cosas para acomodarlas en la cocina, la manteca, los frutos de temporada, la carne, las hierbas de olor y hasta las amapolas (antes las vendían en todos lados, nunca pasó por nuestra mente que tuvieran sustancias dañinas para la salud). Después surgieron las bolsas de yute para ir a la plaza, los diferentes productos se iban resbalando hasta el fondo, los jitomates terminaban hechos puré y los huevos rotos. Se dejaron de usar tanto la canasta como la bolsa de yute, ahora son muy caras, las bolsas de yute se adornan con flores o la imagen de la Virgen de Guadalupe bordadas en lentejuela y se venden en las boutiques más exclusivas. Lo moderno es ir al supermercado y regresar con los comestibles en varias bolsas de plástico que servirán para contaminar cada vez más nuestro planeta. También las mujeres utilizaban este dicho, cuando platicaban en el mercado: − Levántale la canasta si es que vuelve otra vez tomado o no te da el gasto completo. Las niñas que casi éramos señoritas escuchábamos con atención y la mamá decía: − Ve con Regina la del pollo y que te de un té de “Tenme acá”. − En plática de adultos las niñas no deben estar Sin embargo era muy usual esa frase en esos ayeres, ahora las canastas solo están en mis recuerdos.
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HILO, GANCHO Y TIJERA Cuando necesitábamos de algún artículo para coser acudíamos a la mercería, era necesario que en cada barrio existiera una, puesto que las señoras en la tarde mientras escuchaban la radio realizan diversas labores como: bordar, coser o zurcir o tejer. En las mecerías se vendían: aros para colocar las telas y realizar el bordado, hilos de algodón y seda, estambres de diferente grosor y textura, ganchillos para tejer, cintas métricas, agujas para máquina de coser y agujas para bordar, resortes de diferente anchura para las pretinas de refajos y calzones. Algunas amas de casa acostumbraban confeccionar la ropa interior de toda su familia. También encontrábamos servilletas con dibujos para bordar con hilos de algodón y cubiertas para cojines con los palomos besándose en el pico y la clásica leyenda: “Duerme amor mío”. Dibujos con diferentes motivos para calcar en tela, patrones en papel para confeccionar diferentes prendas, cierres de cremallera, broches de presión y de enganchar, tijeras de las prestigiadas marcas Boker, Arbolito y Barrilito. Listones de diferentes anchos y múltiples colores. Ahora se tiran los calcetines en cuanto aparece un hoyo en la punta o en el talón, antes se zurcían, dentro del calcetín se colocaba un huevo de madera y con hilo se rellenaba el agujero. Los tiempos cambian no cabe la menor duda, ahora ya no se encuentra quien tenga huevos para zurcir.
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EL PRIMER CINE
La señorita Enriqueta Arroyo, vecina del barrio de San Juan Tlilhuacan y con más de noventa años de edad recuerda el primer cine que hubo en Azcapotzalco. Por los años treinta del pasado siglo XX se inauguró el cine Angela Peralta Este local estaba ubicado en un caserón muy antiguo, ubicado a un costado del patio de la construcción que hoy alberga el Archivo Histórico. El cine Angela Peralta exhibía películas mudas que se acompañaban con música en un salón improvisado, con bancas de madera y muy poca ventilación, pero la gente estaba fascinada con este espectáculo tan moderno; era increíble mirar cómo se movían los actores en la blanca pared. Parece que hoy hemos perdido la capacidad de asombro, pues diariamente somos testigos de descubrimientos cada vez más fantásticos y que han rebasado a los más audaces relatos de ciencia ficción. La computadora que ocupaba un gran espacio, hoy se puede llevar como un pequeño portafolios a todas partes y tiene más capacidad que la primera. Los ciegos volverán a ver con un “chip” y los paralíticos a caminar con otro “chip” no dudamos que un día nos puedan poner uno en el cerebro para aprender rápidamente y volvernos genios, pero sobre todo, ojalá nos puedan colocar uno para dejar atrás la barbarie y vivir todos los pueblos de la tierra en paz ¿Será posible? El cine fue parte esencial de este barrio, ahí se reunían a pasar la tarde y ver a grandes actores. Un día mi hijo me trajo un aparato para reproducir películas sin tener la necesidad de salir, en fin y también trajo una película: “Cinema Paradiso” al principio fui renuente pero la película me atrapó, llore y llore pues sentí cada parte y la música, la música es una obra maestra, yo creo que así sucedió en muchos lugares. El cine fue parte de la vida aunque no lo valoremos hoy día.
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LA RADIO
Mi papá compró una radio, era el primer aparato que existía en el barrio, una verdadera sensación, las quinceañeras soñaban con los galanes de engolada voz y las mujeres de más edad suspiraban con las radionovelas. Anita de Montemar hizo llorar a más de cuatro, las voces eran las protagonistas de los melodramas o dramas. Era muy gracioso cómo lograban con las cosas más insignificantes efectos especiales, por ejemplo los ruidos de una tormenta al agitar una laminilla cerca del micrófono. Mi abuelo trabajó un tiempo en una radiodifusora y me contaba que en 1919 Constantino de Tamava formó un laboratorio de radio que hacía funcionar con piezas y bulbos de deshecho de la Primera Guerra Mundial “TND, Estación Experimental” fue la pionera. El 9 de octubre de 1921, trasmitió formalmente su primer programa “en vivo” desde su estudio. El primer anuncio publicitario de la XEH fue uno que realizó el propio ingeniero sobre una mantequilla. En la época de los treinta la XET tenía la exclusividad de trasmitir las canciones de Agustín Lara, y para competir el ingeniero se vio en la necesidad
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de cantar en los programas de XEH como el “Caballero del Antifaz Negro” y cuando pasaba a la cabina se colocaba la máscara. El sonido no era precisamente de alta fidelidad, pero significaba un milagro de alta tecnología al trasmitir las voces sin hilos, sin nada que conectara al trasmisor con el receptor, la radio había entrado en América. En 1922 los norteamericanos vislumbraron el futuro comercial de la radio y empezaron a fabricar aparatos con las marcas: RCA, Philco, Wuestinghouse, Murdok y Paragon. Emilio Azcárraga creó la XEW y comercializó la radio en México. Todavía son recordados por los abuelos los programas cómicos con Arturo Manrique, mejor conocido como el “Panzón Panseco”, las primeras intervenciones en la locución de Eulalio González El Piporro, la voz y las composiciones de María Alma y el acompañamiento al piano de del compositor Fernando Z. Maldonado. Escuchar la Hora Azul de Agustín Lara era imprescindible, las canciones de Gabriel Ruíz, Gonzalo Curiel y otros románticos compositores eran interpretadas por: Avelina Landín, Fernando Fernández, Chela Campos, Eva Garza, Néstor Chaires, Martínez Gil, las Hernández, etcétera. Por la radio escuchamos emocionantes series como la de Carlos Lacroix con su famosa introducción: “Dispare Margot, dispare”, Cárcel de mujeres, Apague la luz y escuche, La banda de Huipanguillo, El ojo de vidrio y otras más. La radio amenizaba con sus diferentes programas la merienda o la cena familiar. Envolvía en una atmósfera especial a los novios que soñaban al compás de los boleros…”Tú, la de la boca tempranera…” Dejó huellas tan imborrables pues mi abuelo se sentaba a escuchar largas horas lo veíamos con la mirada fija al horizonte, a veces sonreía y otras los ojos se le llenaban de lágrimas yo creo que recordaba los años de juventud que vivió con mi abuela. Una vez aplaudió emocionado y dijo: − Mi niña escucha que bonita canción.
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EL QUINQUÉ Era muy frecuente que en los tiempos de lluvia algún rayo afectara algún generador y el suministro de energía eléctrica se interrumpía por horas y a veces hasta el otro día “llegaba la luz”. Teníamos un quinqué de petróleo para tales eventualidades. Me encantaba verlo encendido, su luz era difusa y las sombras de las cosas adquirían formas y dimensiones diferentes. Me pasaba los minutos contemplando la oscilante llama que producía la mecha dentro de la bombilla, a veces se alargaba demasiado y se volvía roja, Nina corría acortándola para que se volviera azul y no ahumara, la flama azulada era como un duendecillo jugueteando dentro del cristal. El abuelo nos reunía a todos y nos contaba historias fantásticas y sobre fantasmas. Ya no queríamos separarnos, pues la débil luz del quinqué propiciaba que llegaran los aparecidos hasta los pies de la cama. Hace tiempo entre inservibles trebejos encontré el quinqué lleno de polvo, lo lavé muy bien y en lugar de la flama, unas rosas de seda adornaron la bombilla, como un homenaje a mi dulce Nina. Un humilde homenaje a mis abuelos que hacían esas tardes noches de suspenso y amor familiar, mismo que llevo en mi corazón.
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LOS "JUDAS" La cartonería es una de las artesanías más hermosas que se realizan en México, en noviembre se exhiben las “catrinas” que son calacas vestidas elegantemente con sombrero y diferentes abalorios y desde que Posada las ideó nos acompañan en la celebración del Día de Muertos. Las piñatas son verdaderas obras de arte de papel y cartón, desde la clásica estrella hasta diversos personajes y formas fantásticas para regocijo de grandes y chicos. Los “judas” son esculturas de cartón pintadas de rojo que generalmente representan al diablo, aunque también a personajes célebres o de la política contemporánea, el pueblo se divertía al ver al político o gobernante más aborrecido como se hacía añicos por los cohetes que destrozaban sin miramientos su cuerpo de cartón, por allá volaba una pierna, por acá una mano y qué emoción cuando quedaba sin cabeza y con las tripas de papel de fuera. Quizá por eso se cambió la hora para su quema, de “noche todos los gatos son pardos” A estas figuras en algunas ocasiones les colgaban regalos y desde luego en lugares estratégicos los cohetones. En Semana Santa, a las diez de la mañana se abría la Gloria y en las peluquerías, en los mercados, en todas las iglesias se procedía a quemarlos. Pum, pum se oía por todos los rumbos de la ciudad, pobre “judas” un cohete le volaba la cabeza con todo y cuernos, otro las piernas, hasta que quedaba hecho pedazos, los regalos volaban y la muchachada se apresuraba para ganar los premios que caían como llovidos del cielo. La Liturgia Católica cambió y la Gloria ya no se abre a las diez de la mañana sino a las diez de la noche, pocos son los Judas que actualmente se queman. Yo estoy segura que hasta Diosito extraña esa sana algarabía que suscitaba la quema de los “Judas”.
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CARRERAS DE GATOS En los años cuarenta la feria para celebrar al santo patrono de la iglesia del pueblo de San Lucas era muy bonita, tenía cosas muy especiales. Estas fiestas eran patrocinadas en gran parte por el Doctor Cedillo y el Sr. Padilla. La feria comenzaba con las mañanitas tocadas por una banda de música de viento, enseguida la misa solemne. En la tarde se organizaba una carrera de gatos. Los gatos eran amarrados con un hilo de poca resistencia, el amarre se hacía en la cabeza con un nudo fijo para que los felinos no se ahorcaran, de la cola pendía una lata vacía. Los dueños con los gatos ya amarrados del cuello, el hilo --de un metrose sujetaba a una estaca, los animales se ponían formaditos en una línea pintada con cal, eran soltados a la voz de una, dos y tres. La señal de salida era el tronar de un cohete, los gatos corrían despavoridos y reventaban los hilos haciendo un gran escándalo con los botes. El dueño del micifuz que corría más rápido ganaba un regalo sorpresa. También se ponía un palo encebado y en la parte superior varios premios, batallaban mucho los chiquillos para llegar hasta el copete, algunos lo lograban y se quedaban con los obsequios que podían bajar, su estancia en las alturas era muy breve pues el sebo los hacía resbalar a gran velocidad dándose tremendos zapotazos, pero para los muchachos todo es diversión. A las ocho de la noche empezaba la hora del baile con la banda que tocaba incansable hasta las tres de la madrugada. Las piezas preferidas eran los danzones, cada pieza empezaba después del clásico grito de: “Danzón dedicado a ...” los galanes iban a pagar su cuota para que la pieza fuera dedicada a la dama de su preferencia. La señorita se sentía muy alagada y no faltaba la amonestación de la mamá que de esa forma se daba cuenta que la hija andaba de novia del tipo menos conveniente, enseguida el sermón imprescindible que en aquel entonces debía decir toda señora que se preciara de ser una buena madre. Actualmente la carrera de gatos ya no se realiza, yo creo que los gatos están completamente satisfechos de que se eliminara esta tradición.
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DE LOS TRANVÍAS DE MULITAS AL METROPOLITANO En el año de 1900 la Calle de Morelos no tenía empedrado, sólo tierra aplanada, antiguamente la llamaban de la Posta, antes de que existieran los tranvías eléctricos, allí llegaban los trenes de mulitas para cambiar los animales por otros más frescos. Después del recorrido que hacían, las bestias llegaban cansadas con la lengua de fuera y echando espuma por el hocico, eran sustituidas por otras más descansadas. Esos tranvías eran muy pintorescos y pertenecían a una compañía inglesa que más tarde adquirió el Lic. Uruchurtu. El recorrido era desde el centro de Azcapotzalco hasta el corazón de la Ciudad de México, en aquel entonces la gente decía:”queda lejísimos”. El tren pasaba por el pueblo de Tacuba, por San Cosme hasta el Zócalo. El regreso era la misma ruta y llegaba a Azcapotzalco por la avenida del mismo nombre, antes se llamaba, no estaba pavimentada, sino que lucía un hermoso empedrado de la llamada piedra bola. Todavía andaban por ahí hombres ofreciendo sus servicios como reparadores de calles empedradas Los pasajeros que utilizaban este vehículo era la clase popular, se transportaban productos agrícolas. La primera parada era frente a la iglesia. Las señoras con sus faldas largas hasta el tobillo, los adolescentes espiaban que se alzaran un poquito las faldas para verles el tobillo, las mujeres cubrían la cabeza con el imprescindible rebozo, los señores (sobre todo si eran de ascendencia indígena), vestían camisa, calzón de manta y ceñidor donde anudaban el dinero; algunos traían un cinturón hueco que le nombraban víbora, ahí en el cinturón escondían las monedas de oro y plata (el dólar estaba dos por uno), así es que para robarlos los tenían que matar. Mucha gente iba o venía a comprar mercancía; el pasaje costaba cinco centavos a Tacuba y diez centavos al centro. Recorría la avenida Azcapotzalco, subía y bajaba pasaje en la avenida Clavería, calle Nilo y Heliópolis. En 1905, aproximadamente, una compañía inglesa presenta al Gral. Porfirio Díaz un proyecto para construir un ferrocarril subterráneo, proyecto que no se consolidó. En 1907 los tranvías eléctricos vinieron a agilizar el transporte. Partían de un costado del jardín Hidalgo hacia el centro de la Ciudad de México y el retorno lo realizaban por la calle de Centenario, por lo que fue necesario derribar gran cantidad de árboles para despejar todo ese tramo que ahora conforma esta avenida.
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La Posta y sus alrededores cambiaron tanto que parecía otro lugar. La calle de Jerusalén era un vergel, había peras, manzanas y otros árboles frutales, un ojo de agua, los niños atrapaban acociles para asarlos, todo desapareció para guardar los tranvías. En 1930 dejaron de circular los tranvías de militas. En el año de 1969 se inaugura oficialmente el tren subterráneo, la gente lo bautiza como “Metro”, pues Metropolitano es muy largo. Por aquí se comentó acerca del suceso: • Parece que bajas al centro de la tierra. • Se siente mucho calor porque la gente está más cerca del infierno. • Las horas pico son las preferidas por solteras y viuditas. • Sin quitarte los zapatos te quitan los calcetines. • Falta el aire y algunas señoras se desmayan. • Qué las menopáusicas no aguantan el sofocón y salen despavoridas. Le pedí a mi sobrino nieto: Hijito quiero conocer el “Metro” y siempre me respondía: - “No, Tita, tú ya no estás para esos trotes”. Un día me armé de valor, tomé una “combi” y me bajé en la estación Popotla. Toda emocionada traspase la entrada, fui bajando las escaleras de mármol. ¡Qué limpio! ¡Qué apantallador! Me sentí en otro mundo, en un cuento de ciencia ficción. Cuando llegué al andén ¡guau!, un túnel tan largo que se perdía en la oscuridad, no se veía el fin. La gente tímidamente se acercaba a la línea amarilla. Teníamos el temor de que si nos acercábamos demasiado podíamos crepitar como chinanpinas. Allá, a lo lejos venía el tren de color naranja, instintivamente extendí el brazo para hacerle la parada, un joven en tono burlón me dice: “Este tren para solito”. El convoy se detuvo exactamente en al andén, se abrieron las puertas, entré en un vagón, me senté, no sentí nada, las señoras decían: “Qué les faltaba el aire, qué les subía la presión”. Puras figuraciones, lo único que experimenté fue una gran emoción, pues a mis setenta y cinco años estaba por gozar de un viaje inolvidable. Arrancó, en diez minutos, en una exhalación llegué a mi destino. ¡Ula, ula, ula! Este es un tren que vuela.
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ENTREN SANTOS PEREGRINOS Corría el año de 1950, nos preparábamos para celebrar las posadas, en esa época eran muy bonitas. Convocaba el padre Cantú, varias señoras y jóvenes se ofrecían para diversas actividades. Primero se rezaba el rosario y después el jolgorio. Los peregrinos se elegían entre los niños más aplicados y bien portados de la doctrina. Las mamás los vestían de acuerdo a los personajes: la Virgen María con túnica blanca y manto azul. San José con túnica verde, manto amarillo y barbas de color castaño. Los pastores llevaban calzón y camisa de manta, jorongo y sombrero de palma. El ángel túnica blanca con galones dorados y sus alas de albas plumas extendidas como queriendo volar. El ángel representaba un papel muy importante pues era el que acompañaba a los santos peregrinos. Para darle mayor ambientación conseguíamos un burrito para que la virgen hiciera el recorrido montada en el manso animal. Partíamos de las puertas del templo del Sagrado Corazón de Jesús situado en la calle de Grecia (colonia San Álvaro), dábamos vuelta a la manzana, durante el trayecto se entonaban alabanzas a la Virgen, cada feligrés llevaba una velita (hasta los infantes), a lo lejos se veía una columna de luz que avanzaba lentamente, era hermoso. Cuando llegábamos a la entrada de la iglesia, encontrábamos cerrada la puerta principal y entonces entonábamos las estrofas para pedir posada. Unos cantaban afuera y otros contestaban desde el interior. Al finalizar los cantos se abría la puerta, entraban los santos peregrinos, los acompañantes y todos entonábamos con singular ímpetu: Entren santos peregrinos, peregrinos, reciban este rincón, aunque es pobre la morada, la morada la ofrezco de corazón. Por último rompíamos la piñata, las catequistas nos explicaban que la piñata en forma de estrella con siete picos tenía su significado: los siete picos representaban los siete pecados capitales, al apalear la piñata tratábamos de aniquilar el mal, limpiar nuestras almas y quedar libres de todo pecado.
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No quiero oro, ni quiero plata yo lo que quiero es romper la piñata. Dale, dale, dale no pierdas el tino porque si lo pierdes, pierdes el camino. ya le diste uno, ya le diste dos ya le diste tres y tu tiempo se acabó. Por fin se rompe la panza de la piñata, los dulces, la fruta y el confeti caen sobre todos los participantes. ¡Qué algarabía! Los muchachos grandes ganan más y los chiquitos lloran porque sólo lograron atrapar un dulce. La derrama de frutas y golosinas representa las gracias y bienes que Dios otorga a los hombres. Nueve días de alegría en las casas de los diferentes barrios.
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CUANDO EL DESTINO Me encantaba observar esos pajaritos nigromantes, pagábamos un peso por ver todo el ceremonial, el dueño de las aves tiene tres jaulas con canarios -a los que les han recortado las plumas de las alas para que no puedan volar- abre la puerta, sale el canario, se acerca a la cajita con papelillos de múltiples colores con diferentes mensajes impresos, con el pico saca uno al azar y lo coloca en la pequeña plataforma donde se realiza acción tan peculiar, después el hombre le ofrece varios granos de alpiste. Lo que dice el mensaje casi siempre coincide con la situación sentimental por la que atraviesa la señorita que consulta los secretos arcanos del destino. − A ver gurrumina de mi corazón, ayuda a esta mujercita a conocer lo que el destino tiene preparado para ella, ándale mi amor, mira aquí está tu comida y si me ayudas te doy dos, saca un papelito con tu pico…, la pregunta es si ese hombre en el que ella piensa la va a corresponder…muy bien gurrumina tenga granito de alpiste, ahora para adentro, gurrumina de mi corazón • No desesperes el volverá arrepentido y te pedirá perdón. • Disimula tu amor, no abras tu corazón, te pueden clavar un puñal. • El amor de lejos es de pen…sativos, no florece. • Aunque todos se opongan, tu amor triunfará. • En amores, la suerte de la fea, la bonita la desea. • El limón ha de ser verde/ para que tiña morado/ y el amor para que dure/ ha de ser disimulado. • La mujer debe darse a desear, la fruta bien vendida es la más apetecida. • A los hombres es muy fácil conquistarlos por el estómago • El que quiera azul celeste que le cueste. • Cuando ellos tienen sed, solitos bajan al río. Las aves realizan otras gracias: jalar un carrito, empujar una pelota, colocar un muñeco dentro de una tina, ponerle el sombrero a la china poblana… De premio sus granitos de alpiste. ¡Qué motor tan poderoso es el instinto de supervivencia! Estos característicos animalitos y su dueño entrenador estaban afuera de restaurantes, o en parques o ferias, ahí podíamos pedir la suerte, el precio más económico era los papelitos blancos pero si querías saber más eran los de colores, yo observaba a esos pajaritos que daban vueltas y ladeaban la cabeza para ver a los que estábamos afuera. Daban vida e ilusión y esperanza, hace mucho que han desaparecido estas tradiciones eso me duele por el gran colorido de la voz del entrenador; y ver saltar y sacar el papelito
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ALUCINADA En su mirada habían anclado todas las tristezas, rondaba la soledad. Nunca había visto unas pupilas con abismos tan profundos, no ofrecían ningún puente que cruzar. Recogidos en sí mismos, esos ojos ya no veían nada de lo que los rodeaba, su mirada estaba enfocada hacia dentro. El pelo desordenado y sucio, ella había renunciado a vestirse de flor, de árbol o de hierba. Su cara macilenta estaba untada de llanto, hace mucho tiempo el amarillo había pintado sus mejillas. Va y viene por Santa María la Rivera, se para cerca del Museo del Chopo. Carga una muñeca y la acuna amorosamente, ¿por qué? Deambula de aquí para allá, farfulla a solas, la vista perdida en las dunas de la incertidumbre, extraviada en otros mundos fantásticos. A veces arrulla a la muñeca, saca el seno para alimentar a ese bebé de pasta, su leche derrama sobre la boquita pintada de la mona, escurre lentamente hasta el suelo, es tan dulce que los perros callejeros se apresuran a lamerla, entonces entona una canción de cuna. A la rorro niño a la rorro ya. Señora santa Ana, Señor San. José arrullen al niño que se va a dormir.
Toronjil de plata, Torre de marfil arrullen al niño que se va dormir. Esta leche rica que le traigo aquí, es para este niño que se va a dormir. Arrorró mi niño, arrorró mi sol, arrorró pedazo, de mi corazón
Han pasado muchos años desde que la vi con su vestido desgarrado y sus babuchas ácidas, receptáculos de orines pues no controlaba sus esfínteres. Quedé petrificada ante esa visión, atontada, sin saber qué hacer; mis ojos se humedecieron contra mi voluntad. Quizá un día termine como ella, sentí miedo.
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SERENATAS Hermosas serenatas nos ofrecían los compañeros de escuela el día del santo, del cumpleaños o nomás porque sí, por gusto. Se sentía “a todas margaritas” escuchar de pronto en las noches las notas de una canción que hablara de amor. Las voces y las guitarras impregnaban el aire de romanticismo. Despierta, dulce amor de mi vida despierta si te encuentras dormida. Te sentías so-ña-da. No que ahora: “Felices los 4”; donde el poli-amor esta de moda, lo interesante es saber que consideran por felicidad Acostadita en tu cama, cerrabas los ojos, soñabas… ¡Cursis, cursis! o románticos, ¿quién puede delimitar donde termina lo romántico y empieza lo cursi. Dentro de treinta años. Quizá para el año 2050: las enchiladas, los pambazos con chorizo, las memelas y los sopes se consideren puro romanticismo. La estufa, ahora tan familiar, totalmente fuera de uso. A lo mejor sólo tienes tu repisa con tubos que guardan extractos de alimentos, medidos exactamente con los requerimientos vitamínicos y proteicos. De consolación te darán a masticar una goma con sabor a barbacoa o entrarás a un restaurante virtual donde podrás apretar un botón para que te inunde el olor a carnitas recién hechas. Recuerda que todo está en tu mente. Además adiós llantotas. Todavía allá por los cincuentas los noviazgos eran muy fresas. La novia se sacralizaba, la futura madre de la prole debía ser la mujercita santa y pura; la madre y la novia eran aparte. Ya lo decía el poeta Manuel Acuña: “Los dos una sola alma, los dos un solo pecho, y en medio de nosotros. Mi madre como un Dios.” Almibarados como la melcocha, así somos los de aquella época. Los jóvenes de ese momento con una mirada podíamos provocar suspiros, con una carta esperanza, con un perfume un recuerdo, con palabras ilusión, nos comunicábamos de forma diferente: sincera sin mentira, sin engaño en el primer amor.
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PUÑALADA TRAPERA La sinfonola era la sensación de restaurantes y cafés era un armatoste que medía casi dos metros de largo, un metro de ancho y otro metro de fondo. Las luces que la adornaban despedían destellos multicolores. En el frente había una lista con todo el repertorio musical, cerca de treinta melodías, con sólo apretar un botón automáticamente era seleccionada la pieza elegida, el disco de pasta caía lentamente en el plato, empezaba a girar y la aguja a recorrer los surcos y…, qué maravilla escuchar a nuestro cantante favorito. Después aparecieron otras con más adelantos tecnológicos: discos irrompibles más pequeños y los llamados long play con doce temas; así el repertorio aumento a cien melodías: Rayito de luna, Sin ti; música de las grandes bandas como: Serenata a la luz de la Luna, El amor es una cosa esplendorosa y muchas más. Nos sentíamos como extraterrestres cuando manejábamos estas maravillas. De esta manera en muchos cafés y restaurantes había música, como si la orquesta estuviera allí mismo y se armaban los bailes en todas partes, ahora sí a ensayar los pasos y los giros del alegre Swing: Jarrito pardo, Patrulla americana, todas las que tocaba la banda de Gleen Miller. Cuando traías una estocada en el mero corazón, porque te habían dado “calabazas”, estaba la música ranchera y los mariachis para llorar a moco tendido mientras degustabas parsimoniosamente una malteada de fresa como acto obligado de consolación. Y entonces tocabas una y otra vez canciones como: Puñalada trapera, Ella, Cielo rojo. Los muchachos despechados decían: Que me toquen otra vez: La que se fue.
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Y LOS ESTUDIANTES LO SABEN, LO SABEN Los estudiantes de la Normal, Politécnico y Universidad organizaban bailes principalmente en los salones Maxim’s y Riviera. El Té Danzante iniciaba a las 17:00 y terminaba a las 22:00. Nos divertíamos sanamente, no se servía alcohol, ni circulaban drogas, uno que otro cigarrillo, la atracción era reunirse para hacer nuevos amigos o conseguir novio, y desde luego bailar y bailar al ritmo de las mejores orquestas como: Ingeniería, Carlos Campos, Arturo Núñez, Acerina y su danzonera, Luis Alcaraz, Los solistas de Agustín Lara, Jaime Ceballos, Dámaso Pérez Prado y la Sonora Santanera. Los varones iban de riguroso traje y corbata, muy bien peinados, rechinando de limpios, se habían enjuagado la boca cinco veces con astringosol; olorosos a lavanda, camisa de doble puño y mancuernillas doradas. Las muchachas íbamos de gala con un vestido entallado o con crinolinas bajo la plegada falda, zapatos de vestir con tacones altos, perfumadas y luciendo vistosas joyas de fantasía, con sofisticados peinados y muy bien maquilladas, se usaban sombras en los ojos del color del vestido y los ojos delineados con lápiz negro. Unas vampiresas por el arreglo, pero el comportamiento era ñoño e inocente, el máximo atrevimiento era bailar de “cachetito”, pero eso estaba permitido únicamente para los que ya eran novios. Algunas de las piezas románticas preferidas por las parejas eran: Luna azul, Serenata a la Luz de la Luna, El amor es una cosa esplendorosa. Los novios se apretaban y bailaban muy juntitos, el galán murmuraba palabras de amor junto al oído de la chica y deslizaba su mano por la espalda… La muchachada sabía bailar muy bien: el danzón, la guaracha, la rumba, el swing, el mambo y hasta el vals. ¡Qué bailes de puros peluches!
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LAS RUMBERAS Todas las chamacas de aquella época queríamos ser como las rumberas: malotas y pecadoras, nos imaginábamos esperando al galán, el cuerpo cubierto por un vestido de satén colorado o negro, las piernas envueltas en unas seductoras medias nylon color humo, la boca pintada de rojo frenesí. Una flor adornando la lustrosa cabellera, los ojos con las pestañas tiesas de rimel y desde luego fumando un cigarrillo (a las señoritas decentes les estaba estrictamente prohibido fumar). El sacerdote de la iglesia a la que asistía nos decía: Las Damas de la Vela Perpetua y Las Hijas de María no deben de asistir a los cines que exhiben películas de rumberas, son una invitación al pecado y a la perversión. Esa fue la mejor propaganda para tratar de colarnos a la exhibición de esas cintas para conocer a tan excitantes pecadoras. Las rumberas más famosas del celuloide, casi todas cubanas: Amalia Aguilar, Rosa Carmina, María Antonieta Pons, Ninón Sevilla; Tongolele y Meche Barba nacieron en USA, de nacionalidad norteamericana, sólo Lilia Prado era mexicana. Se presentaban con breves y exóticos trajes: pantaletas y sostén que permitían ve parte del busto y la cintura, los confeccionaban con diferentes telas bordadas con lentejuelas, una cauda de holanes en la parte de atrás, escarolas y adornos en los brazos y en la cabeza un gran tocado de flores o vistosas plumas. El frenético baile era al ritmo de una rumba o mambo, todos nos quedábamos con la boca abierta por la forma de mover las caderas, pensábamos: Esta mujer es de hule, en un momento dado se le desprenderá la cintura de avispa. A los señores se les caía la baba porque enseñaban parte del busto, el talle y los muslos. ¡Qué descocadas! Decían las mamás y las abuelas; mientras las chamacas soñábamos bailar la rumba o el mambo entre el cálido vaho de un cabaret…
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LOS TRÍOS Los estudiosos dicen que no hay otra cosa más cursi que los tríos, quizá pero tuvieron una época dorada, sintonizabas la radio y escuchabas las canciones de moda interpretadas por los diferentes tríos del firmamento musical popular. Tríos famosos y algunos de sus éxitos: Calaveras: Flor silvestre; Panchos: Rayito de Luna, Los dos, Flor de azalea; Diamantes: Embrujo, Soberbia, La gloria eres tú; Dandys: Gema, Suspenso infernal; Fantasmas: Página blanca, Cosas del ayer, Cerezo rosa; Galantes: Cuando, cuando, Decídete; Los tres ases: Jacaranda, Sabrá Dios; Eternamente; Samperio: Una noche más; Soberanos: ¡Qué te vaya bien!, Mi segundo amor; Sombras: Poema, Noche no te vayas; Santos: Cerca del mar, Perla negra; Tres caballeros: Reloj, La barca: Tecolines: Adiós de Carrasco; Tres reyes: Asómate a mi alma, Poquita fe. Como su nombre lo indica tres formaban el conjunto, a veces los tres tocaban la guitarra, a veces dos y uno de ellos sonaba las maracas. Los tres unían sus voces de diferente color y tesitura; la pauta la daba el que hacía la primera voz aguda, afeminada, fue famosa la primera voz de los Tres Diamantes, después la imitaría Fredy Mercury de los Queen. En las serenatas eran imprescindibles, los jóvenes enamorados se hacían acompañar por un buen trío para la conquista de la presa más difícil o para contentar a la leona más furibunda y casi siempre lograban que la nena quedara dócil como la mantequilla.
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DON RICHARD: EL CARPINTERO Todos los barrios de la ahora Ciudad de México contaban entre sus artesanos al carpintero, oficio que desempeñaba con entrega y cariño don Ricardo López, todo el barrio lo nombraba cariñosamente Don Richard. Muchos de los vecinos le mandaban a hacer baúles para guardar ropa, trasteros, mesas, sillas, puertas, percheros, bases para poner el colchón y hasta roperos. Trabajaba muy bien la madera y sus muebles eran funcionales y muy macizos. Su trabajo era muy pesado pues en aquel entonces no había herramientas eléctricas como: pulidoras o sierras para cortar rápidamente las tablas por gruesas que fueran, todo lo hacían manualmente con: serrote, seguetas, clavos, martillos. Se usaba un pegamento que se llamaba “cola” y que ellos mismos preparaban, en las tlapalerías vendían fragmentos cristalizados del pegamento. El carpintero deshacía esos pedazos en alcohol, quedaba una preparación café oscura y semitransparente. Un pegamento que olía mal, pero muy efectivo. Por aquí cerca en la Calle de Pino Suárez había una maderería muy grande, ahí se surtía de todo el material que necesitaba. Pero también le regalaban todas las rejas de madera donde venían empacados los jitomates y las frutas que vendían en las recauderías. Don Richard iba muy temprano a recoger los huacales, eso lo sé porque como toda niña curiosa me asomaba a la carpintería y me llamaba mucho la atención una fila de cajones de madera que estaban acomodados en una esquina de piso a techo. − ¿Don Richard, para qué quiere todos esos huacales? − Anita, mira esa sillita, bueno, la hice usando la madera de un cajón. ¿Te gusta? − Sí, -respondí con entusiasmo. − Te la regalo. − ¡Muchas gracias, don Richard ¡ Pero, yo no la puedo cargar. −Yo, te la llevo a la tarde a tu casa. ¿Dónde vives? − Aquí a la vuelta en Cairo, hay una virgencita en la pared. − Ya sé, donde vive don Severiano, el enojón ¿Es tu abuelito? −Sí, ahí en el 86. A eso de las seis de la tarde llegó don Richard con un hermoso regalo, una sillita pintada de color rosa. Abrió la reja don Severiano. − ¿Qué desea?
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− Le traigo un regalo a la niña Anita. − ¿Cómo está eso? − Sí, le regalo esta sillita, porque a su nieta le gustó mucho. − No don Richard, no puedo aceptar, dígame cuánto le debo, pues es su trabajo, dígame por favor cuánto es. Muy apenado, el carpintero le dio un precio ridículo y mi abuelito le dio unas monedas. A partir de entonces se hicieron muy amigos. Después don Severiano le compró tres sillitas más y le mandó hacer una mesita para colocar las sillas alrededor. Nos encantaba sentarnos al frente de la pequeña mesa que usábamos para recortar, amasar plastilina y yo amasaba la masa que Nina me regalaba para hacer mis tortillas. Mi abuelita hizo un mantelito y ahí comíamos, muy contentos sintiéndonos muy grandes e importantes. Con el ajetreo de los cambios y el tiempo no sé donde quedó el pequeño comedor, aquel que nos hizo don Richard, hace bastantes ayeres. Don Richard era un gran hombre y tenía a su esposa Doña Tules, así era conocida y siete hijos. Él siempre trabajo desde que llegó muy niño acompañado de su abuelita Cotita, pues dice que ella se hizo cargo de él pues sus padres murieron en una epidemia en Oaxaca, y aquí en Ciudad de México creció y se enamoró e hizo su casa para su familia, pero lo más asombroso es que cuando tenía 56 años y doña Tules 52 tuvieron una niña, le llamaron Azucena. Lo que más admiramos es que a sus hijos que ya eran grandes cuando nació ella a todos los mando a escuelas de paga que en esos ayeres era complicado, mandar a sus 7 hijos a la escuela así, pero él decía que deseaba que las manos de ellos no estuvieran maltratadas como las de él; lo que presumía era que había hecho el piso de Palacio Nacional, entre muchas cosas para casas muy caras pero en la colonia ayudaba siempre en las fiestas o cuando se iba alguien al “otro mundo” con ataúd para el difunto. Don Richard tenía rostro duro y como dicen “de pocos amigos” pero siempre estaba pendiente de sus hijos y de los vecinos. Cuando él partió al otro mundo fue algo extraño su ataúd no fue de madera, era gris de metal, me dio la sensación que no estaba contento; sin embargo, yo me quedé con la idea que solo se cambio de colonia, que no era él, pues el olor a madera siempre me hace recordarlo.
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EL AMA DE CASA: DOÑA TULES Azucena López Cronista invitada En esos ayeres la mujer fue la pieza clave para el buen funcionamiento de la casa, mientras el hombre salía a trabajar desde antes que saliera el sol, ellas ya habían preparado “el itacate” para el marido, ya habían planchado la ropa y el agua para el baño estaba lista, así iniciaba su jornada laboral de 24 horas por 365 días del año, sin descanso o algún pago o reconocimiento. Las amas de casa fueron un papel muy importante en la sociedad de los años 50ʾ y 60ʾ lograron equilibrar pese a las carencias y enfados de la vida su hogar su vida a costa de las emociones reprimidas, del sacrificio de no “decir”, no “pensar” u “opinar”. Las mujeres tenían varios oficios: carpintera, albañil, costurera, enfermera, cocinera, maestra, doctora, planchadora, lavandera, peinadora, administradora, esposa de, madre de… Pero su nombre desaparecía después de casarse, sus gustos eran los de la familia, sus pesares eran los de la familia, su alimentación estaba basada en los gustos de la familia. Mujeres en ese ayer que tal vez tengan la primaria o secundaria, que la característica de su carácter no les permitía mucho, a veces su misma mamá o suegra les decían: −Es tu cruz, y no lo puedes cambiar, −Es que te quiere por eso te hace eso, −Tú eres la catedral las demás son capillas, −No existe el divorcio eso es pecado. Así la vida de muchas mujeres que ahogaron su pensamiento, sus palabras, sus ideas en cacerolas hechas con comida, en tallar y tallar en un lavadero, en pulir pisos o planchar camisas. Doña Tules fue madre de 7 hijos: Enrique Ricardo, Marco Antonio Ramón, Andrés, Carlos, Ricardo, Gustavo y Miguel. Hombres que educo con mucho esfuerzo mandándolos a escuelas de paga, planchando sus camisas, tallando a mano sus pantalones de moda: mezclilla; cocinando, limpiando, consolando… Era muy callada y vio a cada uno partir y empezar a hacer su vida, veía como se llevaban a las suegras de paseo, las invitaban a salir y ella por tener sus piernas llenas de varices no podía, dejo toda su fuerza en los “aseos del
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hogar”, así vio nacer a muchos de sus nietos y esperar una llamada de sus hijos. Vivía encerrada, escuchaba la radio, y por las tarde veía sus novelas, a veces recibía llamadas un saludo o una visita. Una gran labor hacía administrando y cuidando de todos menos de ella. No sabía leer mucho pero todos los sábados su esposo iba por el periódico y le traía “lágrimas y risas” y algunos cuentos infantiles para entretenerse mientras veía la vida pasar. Todo esto reforzado por el cine de aquella época. La recuerdo mirando cartas de sus hermanas, mismas que separaron cuando eran niñas por la muerte de sus padres en una epidemia las leía y releía, las fotos de sus hijos chicos con fecha y años, cabellos de ellos en cajitas con el nombre y fecha de corte, algunos calcetines pequeños o zapatos, guardaba para recordar y volver a vivir. Pasaron los años y dejo todo por irse al otro mundo, para dejar de cocinar, lavar, planchar a conocer nuevos horizontes…un 13 de mayo de 1988 a las 3:26 a.m. la gran ama de casa Doña Tules, partió de manera discreta como siempre vivió.
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EL CHAPERÓN Azucena López Cronista invitada
El trabajo más solicitado a la edad de 9 hasta los 16 años…los hermanos menores eran los que tenían que acompañar a la hermana que ya tenía edad de salir por un par de horas con algún pretendiente, sin embargo: sola no, no señor así no iba, primero en todo el día tenía que realizar los aseos del hogar, el mandado, ayudar en la cocina, cuidar a los hermanos menores, ir por los otros a la escuela en fin todo un día para ocupar y no tener malos pensamientos. Rubí era la segunda hija, Leonardo su hermano mayor era muy estricto y cuando no estaba su papá, él podía tomar el papel del “hombre de la casa” y autorizar o no permisos. Por ello Rubí procuraba que su ropa siempre estuviera en orden para que no la castigara con no salir; sin embargo, Josué el hermano de 9 años era tremendo y la mamá para poder continuar con sus labores domésticas lo mandaba de “Chaperón”. A Josué no le desagradaba la idea siempre obtenía buenos resultados de esas salidas: refrescos cada que tenía sed, pambazos o quesadillas a la hora de la comida y postres: arroz con leche, manzanitas, algodones, pepitas, papas con salsa, jícamas o
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zanahorias con chile…empezó a comprender la importancia del “cuñado” y el “chantaje” con la hermana pues le decía: − Rubí si no lavas mis calzones le voy a decir a mi mamá que le diste un beso a Omar ¡ehhh! − ¡Josué! No empieces que yo le digo qué pasó con el florero de la sala… − Pues yo le digo que te pusiste de su perfume y de su lápiz labial… − Pues yo le digo a Leonardo que revisas sus cuadernos y que te quedas viendo las fotos que tiene escondidas abajo del colchón − Ahh, pues yo le digo que no lavaste el baño solo le diste una “pasadita” Así podían estar toda la tarde molestando e intentando ganar…ganar, sin embargo tenían que llegar a acuerdos pues si alguno no lograba considerar; a ambos se les arruinaba la salida, ella no podría ver al novio pues los demás hermanos eran muy pequeños y tendría que ser “niñera” por un rato sin poder atender al novio; y él no obtendría los beneficios de salir. Entonces la negociación constaba en pequeños acuerdos entre ellos para que el “Chaperón” accediera y la novia pudiera salir de su hogar por un momento. Cuando era oficial el novio podía pasar a la sala de 8 a 9 de la noche con supervisión de la mamá. El Chaperón al ya no recibir los beneficios económicos del “yerno”; desde un lugar visible para la hermana y el novio, empezaba a besar su brazo, medio cerraba los ojos para ver que si lo estaban observando y empezaba a arremedar el caminado de su hermana, como parte de su venganza. Se divertía como parte esencial de su papel: Chaperón.
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Así la vida en ese ayer, así los recuerdos quedan escritos en este humilde homenaje a todos y todas las personas que dieron economía a su hogar, que lograron triunfos y fracasos, que inundaron con su voz llena de pregones, que día a día formaron o intentaron formar hogares de bien, a las mexicanas y mexicanos artesanos que se levantan al alba y siguen sonriendo ante la adversidad. A ustedes que inspiraron este proyecto y se hace realidad… Gracias.
CRÓNICA Y NARRATIVA Ha participado en congresos y mesas redondas en diferentes instituciones. Tiene varios libros publicados: • Barrio de San Lucas Atenco, Consejo de la Crónica de Azcapotzalco, México 1998 • Los oficios de los abuelos, FES ZARAGOZA, UNAM, México 2007. • Clavería Centenaria, Info Editores, México 2010 • Panteón Vecinal de San Juan Tlilhuacan, Edit. Nubes y arena, México 2011. • Barrio de San Lucas Atenco, Consejo de la Crónica de Azcapotzalco, México 1998, • Hojas de otoño, Edit. Hojas del azar, Chihuahua, México, 2016. • Tiempo de Higos (Crónicas y relatos sobre la colonia San Álvaro), Clavería Centenaria, San Lucas Atenco, Nextengo, San Marcos Izquitlan. Ediciones de la Delegación Azcapotzalco, México 2016 -18. México, D.F. Incluida en más de 50 antologías y libros colectivos. Dicta conferencias en Azcapotzalco y otras delegaciones. La Asociación de Cronistas de la Ciudad de México y ZC. Le otorga la Presea COYOLHUAQUI como cronista emérita el 19 de marzo de 2014. Miembro de la Asociación de Cronistas del D.F. y Z.C.y del Consejo de la Crónica de Azcapotzalco. La Alcaldía de Azcapotzalco le otorga la medalla Tezozómoc por su trayectoria como cronista y poeta de la CDMX, entregada por el Dr. Pablo Moctezuma Barragán, Alcalde de Azcapotzalco
PUBLICACIONES COLECTIVAS: • Sábado…Distrito Federal, 2º. Lugar Concurso de Crónica convocado por
Dirección General de Culturas Populares, CONACULTA México 1969. Miscelánea I, II, III, IV Voceo de sombra, UNAM, FES, Zaragoza, México 2008, 2009, 2010, 2011. Memorias 5ªy 6ª reunión RMECF A.C., México 2008, Abrevadero de Dinosaurios, Cofradía de Coyotes, México 2008. La travesía, Entrópico, México 2009. Danzando en el espejo, Entrópico, México 2010. Seis conjuros en un pentagrama, Morgana Editoras, México 2010. Cuarenta esquirlas al aire, Verso destierro y Ediciones Andora, México 2011. Silueta, Entrópico, México 2011. Crónicas de la ciudad (Agustín Guerrero Castillo, compilador). LXI Legislatura, Cámara de diputados, PRD. México 2011. Memoria de los encuentros de Cronistas en Culhuacán. D.F, SEDEREC, Asociación por el rescate histórico y cultural de Culhuacán. México 2012. Lo que en el corazón está por la boca sale…, publicaciones IPN, México 2012.Tlacuilos, Edit. Eterno Femenino, 2015. 690 Años de la Ciudad de México, Servicios Editoriales Especializados, México 2015. Todos los rumbos, Secretaria de Cultura, INAH, ENAH, Edit, Brújula, México, D.F. 2017. Memoria del XVI Encuentro de Cronistas de Azcapotzalco 2017. Crónicas de mi Ciudad, Cabildo de la Crónica de la Ciudad de México, México 2018. Rumbo al Mictlan, Consejo de la Crónica de Azcapotzalco, México 2018. 3er. lugar Concurso de Crónica. Convocado por el Gobierno de la CDMX, México 2018. La dureza del silencio, Edit. Eterno Femenino, México 2018. Crónicas de mi ciudad, Edit. Eterno Femenino, México 2018. Personajes de mi barrio, Edit. Eterno Femenino, México 2020. Antes de entrar, deje salir, Edit. Eterno Femenino, México 2020. PREMIOS DE NARRATIVA EN MÉXICO Y EN EL EXTRANJERO.
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