Número 14. Diciembre 2011
Dirección Elisabet Comité editorial Boris Rudeiko, Elisabet, Esther, pepsi Editores Boris Rudeiko, Elisabet, Esther, Gabi, Gothian, pepsi Diseño e imagen pepsi y Plásido P ubl ic id ad y comu n ic ac ión Esther
Colaboradores
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Cesare Croci, Daniel Seller, José Luis Jaime Cortés, José Manuel Solana, Natalia Rubio (Fotografía)
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Teo Palacios (Crónica)
Secciones
. Hu mor
Gr á f ico Nelo
. Se a bu e n A l b a ñ il
Boris Rudeiko
. L i t er at u r a y T ec nol o gí a Digi ta l . zoquete
. S obr e l a
L i t er at u r a
.
Elisabet
La Redacción no se hace responsable
Melusina (Artículo) Agustín Capeletto, Daniel A. Franco (D), Delia Aguiar, Edgardo Benítez, Harvey, Janet Guerra, Sergio José Martínez (Valls), Jesús García Lorenzo (clarinete), Lola Vicente, Natalia Rubio (Natts), Pedro, Pedro de los Ángeles, Ricardo Durán (Coloso),Vanessa Navarro Reverte (Madelyne Blue), (Cuentos y Poesías)
de las opiniones expresadas por los colaboradores. Se prohíbe la reproducción de las imágenes y los contenidos publicados sin el consentimiento de su autor. Para la reproducción total o parcial de algún texto o imagen, se ruega contactar con la Redacción a:
© Prosofagia, 2011
prosofagia@prosofagia.com
Agradecimientos Laura Gallego Julio Maruri Shino Watabe
Editorial Las fiestas de Navidad son un motivo de celebración en todos los rincones del mundo. Es una época especial que reúne a las familias alrededor de la mesa y el árbol o el belén, según la costumbre de cada país. La víspera del seis de enero es uno de los días más esperados por los niños españoles y los de muchos países de América Latina, es el día de sus majestades los Reyes Magos. Un día mágico, pues se produce la entrega de miles de millones de regalos repartidos simultáneamente en cada hogar. Borges escribió en la dedicatoria a su madre, Leonor de Acevedo, en la primera edición de sus Obras Completas (1974): «Yo recibía regalos y yo pensaba que no era más que un chico y que no había hecho nada, absolutamente nada, para merecerlos. Por supuesto, nunca lo dije; la niñez es tímida». Pero Borges era Borges y los niños en general no opinan como él y hoy día está tan extendida la usanza de regalar no solo por Reyes sino también por Navidad. Para celebrar estas fiestas navideñas, en este número 14 de Prosofagia queremos obsequiar a nuestros lectores con algunos cuentos y poesías, esta vez no solo de autores procedentes del foro Prosófagos, como hicimos con anterioridad, sino también de algunos otros escritores a los que hemos invitado por su calidad contrastada. Entre todos ellos nos complace destacar la inestimable contribución de nuestro querido poeta Julio Maruri, al que agradecemos que nos haya regalado los manuscritos de los poemas que aparecen en esta edición. Deseamos que disfruten de las Navidades y que nuestro regalo sea merecedor de su atención.
L a R ed a cc ió n
(Pág. 6)
H u mor G r á f ico Conciencia de autor
por Nelo (Manuel Pérez Recio)
(Pág. 8)
S e a B u e n A l ba ñ i l Comma, coma, Comala (Parte i) por Esther
(Pág. 10)
Comma, coma, Comala (Parte ii) por Esther
(Pág. 16)
Literatura y Tecnología Digital Gadgets Anti-Literarios: La Nube de Palabras por zoquete
S obr e
la
(Pág. 24)
L i t er at u r a
Leyendo a Barthes: Análisis del relato por Elisabet
En t r ev istas
y
Artículos
(Pág. 31) (Pág. 36)
VI Encuentro de Literatura Fantástica en Dos Hermanas por Teo Palacios
(Pág. 38)
Entrevista a Laura Gallego por Elisabet
(Pág. 42)
Las conversaciones de Formentor por Melusina
(Pág. 50)
Fel ici tación A ño Nu evo
(Pág. 146)
prosofagia - número 14 - diciembre 2011
(Pág. 56)
«La canción que va más allá» y «Estar aquí» por Julio Maruri
(Pág. 58)
La despedida por Pedro
(Pág. 62) (Pág. 66)
Sin hablar por Natalia Rubio (Natts) Caín revisited por zoquete
(Pág. 70)
El niño de los lazos por Delia Aguiar
(Pág. 74)
El muro por Manuel Pérez Recio (Nelo)
(Pág. 78)
Enola grain por Agustín Capeletto
(Pág. 82)
Acecho en la Catedral por Fernando Castellano Ardiles (Gothian)
(Pág. 86)
A mi hermano Miguel Ángel por Lola Vicente
(Pág. 90)
JoséPepe por Plácido Fernández González (Plásido)
(Pág. 94)
Dolores, la Curadora por Harvey
(Pág. 98)
La cima del círculo por Daniel A. Franco (D)
(Pág. 104)
Tríptico del pasado, presente y el futuro por Pedro de los Ángeles
(Pág. 108)
El patito feo por pepsi
(Pág. 112)
El bello sonido del agua por Jesús García Lorenzo (clarinete)
(Pág. 116)
El prisma por Ricardo Durán (Coloso)
(Pág. 120)
El traidor sin nombre por Vanessa Navarro Reverte (Madelyne Blue)
(Pág. 124)
Gripe por Boris Rudeiko
(Pág. 128)
El refugio por Sergio José Martínez (Valls)
(Pág. 132)
A fuerza de tanto recordarte por Janet Guerra
(Pág. 136)
Una mañana de octubre de los años setenta por Edgardo Benítez
(Pág. 138)
El ángel chueco por Esther
(Pág. 142)
número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia
«La naturaleza y el arte parecen rehuirse, pero se encuentran antes de lo que se cree.» Johann Wolfgang Goethe
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prosofagia - número 12 - febrero 2011
Suances, Cantabria. Foto de José Manuel Solana
nĂşmero 12- febrero 2011 - Prosofagia 7 Revista Literaria prosofagia - nĂşmero 14 - diciembre 2011
Revista Literaria PROSOFAGIA
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prosofagia - nĂşmero 14 - diciembre 2011
humor gráfico Manuel Pérez Recio (Nelo) Escritor. O el sueño de un idiota con un lápiz en la mano. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 9
Revista Literaria PROSOFAGIA
Jardín, Vitoria
Foto de Natalia Rubio, Natts 10
prosofagia - número 14 - diciembre 2011
Comma, coma, Comala - Parte i
Parte I
Esther «Le debemos tanto a las letras.» Jorge Luis Borges
sea buen albañil
Co m m a , coma, Comala Brevísima introducción
He aquí el epílogo prometido, en el número 13 de Prosofagia, a los artículos: «La coma: ese infierno tan temido (I y II)». Asimismo, retomo otro artículo de Prosofagia 13: «La lectura tiene una historia», de Plásido. Recapitulando: los signos de puntuación marcan la organización interna del discurso escrito, sea a nivel de sintagmas, enunciados o unidades mayores. Por eso los errores en la ortografía de la palabra (incluyo letra y sílaba) son, habitualmente, de menor gravedad que los errores en la puntuación. El lector, ante un enunciado como: «Los arboles cresen al costado del camino», modifica con facilidad la grafía de las palabras para interpretar: «Los árboles crecen al costado del camino». No es tan fácil comprender correctamente un texto cuando las falencias ortográficas radican en el mal uso de los signos de puntuación. O es imposible. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 11
Comma, coma, Comala - Parte i Entre la prosodia, la sintaxis y la semántica del texto escrito Habíamos visto, en Prosofagia 13, que la Ortografía de la lengua española 2010 explicita que los signos de puntuación son signos ortográficos cuyo uso está normado. Intervienen en la organización del discurso escrito, delimitando y estableciendo relaciones entre sus constituyentes; esto es, poseen una función sintáctico-semántica. Ante las dificultades que tenemos en el uso de la coma propuse, como hipótesis, que parte de los errores que cometemos surgen de la creencia generalizada de que la función de los signos de puntuación es prosódica: marcar las pausas a hacer en el discurso oral. Tal como hemos aprendido en la escuela… Ahora bien, si recurrimos al Diccionario Panhispánico de Dudas (dpd), 1.ª Edición, 2005, que puede consultarse en línea en www.buscon.rae.es: signos ortográficos a) Signos de puntuación Sus funciones son marcar las pausas y la entonación con que deben leerse los enunciados, organizar el discurso y sus diferentes elementos para facilitar su comprensión, evitar posibles ambigüedades en textos que, sin su empleo, podrían tener interpretaciones diferentes, y señalar el carácter especial de determinados fragmentos de texto —citas, incisos, intervenciones de distintos interlocutores en un diálogo, etc.—. La información relativa al uso específico de cada signo se ofrece en su entrada correspondiente.
En la primera frase de las entradas correspondientes a coma, punto y coma y punto resalta la caracterización de estos signos como señaladores de pausas de, respectivamente, menor duración, duración intermedia y mayor duración. En otras palabras, el dpd (consultado al momento de escribir este artículo) privilegia la función prosódica de los signos y no la sintáctico-semántica. ¡Nos dice justo lo contrario de lo que nos dice la Ortografía de 2010! Llegado a este punto me pregunto: ¿y qué decían las anteriores Ortografías, las de 1974 y 1999? En el capítulo v («Puntuación») de la Ortografía de 1999 se lee: La puntuación de los textos escritos, con la que se pretende reproducir la entonación de la lengua oral, constituye un capítulo importante dentro de la ortografía de cualquier idioma. De ella depende en gran parte la correcta expresión y comprensión de los mensajes escritos. La puntuación organiza el discurso y sus diferentes elementos y permite evitar la ambigüedad en textos que, sin su empleo, podrían tener interpretaciones diferentes.
Y yendo específicamente a nuestras comas: 5.2. Uso de la coma La coma (,) indica una pausa breve que se produce dentro del enunciado.
En la Ortografía de 1974, en cambio, no hay referencia a que la puntuación pretenda reproducir la entonación de la lengua oral. Aunque menciona las pausas asociadas a comas, punto y coma y punto, más bien enfatiza que: § 43. Hay necesidad de signos de puntuación en la escritura, porque sin ellos podría resultar dudoso y obscuro el significado de las cláusulas […]
Es evidente que ha existido (¿existe?) una tensión entre dos enfoques diferentes acerca de cuál es la función principal de la puntuación: si se trata de la prosódica (destinada a que el escrito refleje el discurso oral) o la sintáctico-semántica (destinada a delimitar y esclarecer el sentido de las partes del discurso escrito). Este conflicto ¿es nuevo? No. Somos depositarios de una historia cuyo relato podríamos iniciar unos veinticinco siglos atrás, en la antigua Grecia. 12
prosofagia - número 14 - diciembre 2011
Comma, coma, Comala - Parte i
Como expresaba Plásido en su artículo sobre la historia de la lectura, durante buena parte de estos veinticinco siglos la palabra escrita no se escribió para ser leída sino para ser escuchada. En Grecia, Roma y durante la Edad Media se leía en voz alta ante un auditorio. La lectura silenciosa era de uso más restringido. En estas circunstancias, ¿es de extrañar que se inventaran los signos de puntuación para señalar las pausas y las curvas de entonación que deberían tenerse en cuenta en la lectura oral? No, es lo razonable, como es razonable que no fuesen colocados por el autor sino por el lector-orador, quien marcaba el texto mientras preparaba su locución. Piénsese el elevado aprecio que tuvo el mundo antiguo por las artes de la elocuencia, la retórica y la oratoria… También es razonable que, en un mundo donde pocos sabían leer y escribir y era tan difícil producir un texto escrito, estos se oyeran más que leyeran. Pero también hay que tener en cuenta otras consideraciones que hacen al fondo de la cuestión que estamos tratando. Recurro a Borges1: Los antiguos no profesaban nuestro culto del libro —cosa que me sorprende; veían en el libro un sucedáneo de la palabra oral. Aquella frase que se cita siempre: Scripta maner verba volat, no significa que la palabra oral sea efímera, sino que la palabra escrita es algo duradero y muerto. En cambio, la palabra oral tiene algo de alado, de liviano; alado y sagrado, como dijo Platón. Todos los grandes maestros de la humanidad han sido, curiosamente, maestros orales.
Si la escritura nació para codificar en un soporte físico y así conservar el discurso oral, ¿acaso no puede, también, ser entendida como una forma de fijar, inmovilizar, congelar las ideas que, de otra forma, permanecerían dinámicas y vivas en la palabra dicha? Sócrates no escribía. Platón prefería el discurso oral; desconfiaba de la escritura y, aunque recurrió a ella, ¿qué escribió? Diálogos… Para Aristóteles: «Las palabras habladas son símbolos o signos de las afecciones o impresiones del alma; las palabras escritas son signos de las palabras habladas». Imposible ser más claro: la palabra escrita es un signo de segundo orden, es un signo de otro signo, un signo de la palabra dicha. En esta línea de pensamiento es lógico que la escritura se constituyese en un mecanismo de plasmar lo más fielmente posible el discurso oral. Como se ve, desde la práctica y desde la filosofía ya tenemos sentadas las bases de nuestras actuales ideas sobre la función prosódica de los signos de puntuación.
sea buen albañil
Que veinticinco siglos no es nada, febril la mirada
El primer sistema de puntuación parece deberse a Aristófanes de Bizancio, gramático y director de la Biblioteca de Alejandría (siglo iii a. C.). Utilizaba uno solo de los signos modernos: el punto, pero transformado en tres signos diferentes según fuese la altura de la letra a la que se colocase. Lógico, económico y eficaz, habida cuenta que se escribía con letras mayúsculas, esto es, letras altas… Durante los siglos siguientes —incluyendo la Edad Media— fue el sistema básico de uso de las positurae o distinctiones: el punto se coloca por encima de la última letra, a una altura media o a la altura de la base de la letra, según señale el fin de un enunciado de sentido completo (debiéndose realizar una pausa larga), se esté a mitad de camino (y se requiera una pausa para respirar) y se haya finalizado una expresión autónoma, o bien se requiera marcar una separación sin haber alcanzado número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 13
Comma, coma, Comala - Parte i una unidad de sentido. Parece que estamos hablando de nuestros modernos punto, punto y coma y coma, ¿no es cierto? A partir del siglo iv la lectura silenciosa comienza a adquirir mayor preponderancia. Esta lectura se consideraba, ya desde la Grecia clásica, como una lectura tendiente a comprender y reflexionar en profundidad el texto escrito, sin la distracción asociada con el habla oral. Un factor influyente fue la necesidad de asegurar la correcta comprensión de la Biblia. San Agustín y San Jerónimo, preocupados por ello, impulsan la utilización precisa y clara de la puntuación con fines sintáctico-semánticos (y no únicamente oratorios). Una puntuación defectuosa afecta la comprensión del significado: eso, en la interpretación de la Biblia, ¡puede convertirse en herejía! Volviendo a Borges2: Cuenta San Agustín, en el libro seis de las Confesiones: «Cuando Ambrosio leía, pasaba la vista sobre las páginas penetrando su alma, en el sentido, sin proferir una palabra ni mover la lengua. Muchas veces —pues a nadie se le prohibía entrar, ni había costumbre de avisarle quién venía—, lo vimos leer calladamente y nunca de otro modo, y al cabo de un tiempo nos íbamos, conjeturando que aquel breve intervalo que se le concedía para reparar su espíritu, libre del tumulto de los negocios ajenos, no quería que se lo ocupasen en otra cosa, tal vez receloso de que un oyente, atento a las dificultades del texto, le pidiera la explicación de un pasaje oscuro o quisiera discutirlo con él, con lo que no pudiera leer tantos volúmenes como deseaba. Yo entiendo que leía de ese modo por conservar la voz, que se le tomaba con facilidad. En todo caso, cualquiera que fuese el propósito de tal hombre, ciertamente era bueno». San Agustín fue discípulo de San Ambrosio, obispo de Milán, hacia el año 384; trece años después, en Numidia, redactó sus Confesiones y aún lo inquietaba aquel singular espectáculo: un hombre en una habitación, con un libro, leyendo sin articular las palabras. Aquel hombre pasaba directamente del signo de escritura a la intuición, omitiendo el signo sonoro; el extraño arte que iniciaba, el arte de leer en voz baja, conduciría a consecuencias maravillosas. Conduciría, cumplidos muchos años, al concepto del libro como fin, no como instrumento de un fin. (Este concepto místico, trasladado a la literatura profana, daría los singulares destinos de Flaubert y de Mallarmé, de Henry James y de James Joyce.)
San Agustín era aristotélico en cuanto a la concepción de la palabra escrita: signo de los sonidos, existe para recordarlos. Sin embargo, Borges interpreta, en este pasaje, la existencia de un cambio, sutil todavía; la lectura, al independizarse del sonido, abre las puertas a una escritura diferente, a una escritura que fuese por sí misma motivo y fin, idea y belleza, y no solo un mecanismo de volver permanente la fugacidad de la palabra dicha. Al mismo tiempo se van modificando los sistemas de puntuación. A partir del siglo ix se incorporan signos, como el de cierre de interrogación, se abandonan otros; de a poco se deja de lado la posición del punto como signo y los signos tienden a conformarse como combinaciones del punto con otros trazos gráficos. Distintos sistemas terminan coexistiendo, con el agravante de que copistas y lectores adicionan los suyos propios como «notas personales». También cambian las denominaciones. Si en el siglo xv los dos puntos se denominaban colon, antes de ello fueron llamados comma, denominación que luego se trasladó a la vírgula curva para constituirse en nuestra actual coma. Además, hay que decir que en su momento se denominó al enunciado completo (frase) como periodo, 14
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Comma, coma, Comala - Parte i
Esther
notas 1 Jorge Luis Borges. «Borges oral». Emecé, 1980. 2 Jorge Luis Borges. «Otras inquisiciones». Emecé, 1952.
sea buen albañil
compuesto por partes denominadas colon, las cuales a su vez estaban compuestas por partes denominadas comma. Esta polisemia da cuenta, creo, y con mucha fuerza, de cómo nuestro actual sistema de puntuación se fue desarrollando a lo largo de los siglos en forma dinámica y compleja. Pero si llegamos al siglo xv… Entonces llegamos al siglo que alumbraría dos hechos significativos: la imprenta de Gutenberg y la aparición de las primeras gramáticas castellanas. A la vuelta de la esquina ya nos esperan Cervantes, Quevedo, Góngora, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega...
referencias bibliográficas op. cit.: «Que veinticinco siglos no es nada, febril la mirada». En el original: «Sentir / que es un soplo la vida / que veinte años no es nada / que febril la mirada / errante en las sombras / te busca y te nombra». Tango Volver (en la voz de Gardel), Carlos Gardel y Alfredo Le Pera. ob.cit.: Ortografía, 1974. Real Academia Española. Ortografía de la lengua española. Real Academia Española. Revisada por las Academias de la Lengua. Espasa Calpe, 1999. Ortografía de la lengua española, Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. Espasa Calpe, 2010. Diccionario Panhispánico de Dudas (2005). Disponible en el portal web de la Real Academia Española: www.buscon.rae.es art. cit.: Plásido. «La lectura tiene una historia». Revista literaria Prosofagia N.º 13. Esther. «La coma: ese infierno tan temido». Revista literaria Prosofagia N.º 13. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 15
Revista Literaria PROSOFAGIA
Jardín, Vitoria
Foto de Natalia Rubio, Natts 16
prosofagia - número 14 - diciembre 2011
Comma, coma, Comala - Parte ii
Parte II
Esther «Sobre los campos del valle de Comala está cayendo la lluvia.» Juan Rulfo
sea buen albañil
Co m m a , coma, Comala
Veo, veo… ¿Qué ves? Una cosa maravillosa. ¿Qué es? ¡Un Quijote! ¿Cuántos de ustedes, apreciados lectores, han leído el Quijote? Me atrevo a suponer que casi todos. ¿Y cuántos de ustedes, apreciados lectores, han leído el Quijote de Cervantes? Pues… Ninguno. Yo tampoco. En 1998 el Instituto Cervantes publicó una nueva edición del Quijote, bajo la dirección de Francisco Rico, incluyendo un estudio crítico1. El apartado: «Puntuación, división en párrafos, tipografía», inicia así: La materia más delicada con que debe enfrentarse un editor del Quijote tal vez sea la puntuación. Los autógrafos cervantinos la desconocen casi por completo y «no traen un solo caso de coma, de punto y coma, de dos puntos... ni el acento, las diéresis o el guión en la división de una palabra al fin del renglón... Jamás aparecen el paréntesis, el subrayado, ni otro signo ortográfico auxiliar, excepto el punto, y este rarísimamente»: «en dos lugares donde correspondía coma», por ejemplo, y en otros seis «acaso como adorno» número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 17
Comma, coma, Comala - Parte ii (M. Romera Navarro 1954:22). No es dudoso que el novelista se atenía también ahora al proceder común entre los escritores y juzgaba que el asunto todavía era menos suyo y más del impresor que la ortografía.
En otras palabras, poca similitud debe existir entre el manuscrito original de ervantes con el Quijote que nosotros leímos: una densa sucesión de palabras sin coC mas, puntos ni signos de punto y coma, con los parlamentos insertos en esa sucesión de palabras y sin rayas o comillas que los señalen o los separen entre sí. ¿Y quién, entonces, se encargó de puntuar la novela? ¿El copista que «pasó en limpio» el manuscrito para la imprenta? ¿El impresor, un corrector, un cajista? ¿Cómo hacían para comprender tan íntimamente los significados de una obra hasta el punto de adecuar una puntuación? ¿No cometían errores? ¿El autor corregía el libro impreso? Si se volvía a imprimir, ¿podía suceder que se modificara la puntuación? ¿Y qué hicieron los editores modernos? Porque uno, lo que se dice leer una edición del siglo xvii… No. Uno leyó una versión impresa en el siglo xx, editada siguiendo el sistema actual de signos de puntuación (que recién se terminó de consolidar tres siglos después de la publicación del Quijote). Un fragmento de este apartado parece haber sido escrito pensando en nuestros temores acerca de la coma: Es célebre, en el arranque del capítulo sexto de 1605, un par de renglones que en la princeps se leen así: «Pidió las llaves a la sobrina del aposento, donde estaban los libros, autores del daño, y ella se las dio...» (f. 18). Cada editor sale del paso como buenamente puede: Pidió las llaves a la sobrina, del aposento donde estaban los libros...; Pidió las llaves, a la sobrina, del aposento. Son todo paños calientes: el pasaje es en rigor impuntuable, porque la puntuación moderna, por principio, pertenece a un orden lingüístico que prohíbe una frase como esa. Hoy no podría escribirse Pidió las llaves a la sobrina del aposento..., porque resultaría no ya ambiguo o disparatado, sino anómalo e inadmisible.
La frase: «Cada editor sale del paso como buenamente puede» me parece deliciosamente representativa del conflicto. ¿Cómo lograr que los aposentos carezcan de sobrinas? Menudo problema: si poseen sobrinas también poseen hermanos, y entonces es de suponer que poseen padres. Imagino familias completas de aposentos, paseándose por la campiña los días de sol y primavera… (Cualquier parecido entre la construcción de esta frase y otras que vemos a diario, o que, incluso, nosotros mismos hemos perpetrado, es… ¿pura casualidad?).
Signos de puntuación, autores, gramáticos e impresores Durante los siglos xvi y xvii la atención que recibe la puntuación es dispar; algunos gramáticos la reconocen como parte de la ortografía, pero en la mayoría de los tratados no se hace mención a ella. Cito un fragmento de la Orthographia pratica, de Juan de Yziar (1548)2: Tomando pues la materia quasi de rayz: es de saber que en el razonamiento, y comun hablar nuestro, acostumbramos hazer (como cada vno vee) ciertas pausas, o interuallos: y estos siruen assi para que descanse el que habla: como para que entienda el que escucha. 18
prosofagia - número 14 - diciembre 2011
Comma, coma, Comala - Parte ii
La lectura de este fragmento abona la tesis de que las falencias en la ortografía de la frase son más graves que las de la ortografía de la palabra. Resulta más sencillo modificar mentalmente el uso anómalo de las letras que superar la extrañeza del sistema de puntuación, que parece existir para que no comprendamos el texto. (Cosa que le suele suceder a los profesores ante exámenes o trabajos escritos por sus estudiantes y por la misma razón). También se observa que ya para esa época existía un conjunto de signos de puntuación similar al nuestro. Las denominaciones y uso…, eso ya es harina de otro costal. La verdad sea dicha: el peso del buen uso de la puntuación recaía en las imprentas. Los grandes impresores, los de la talla del italiano Aldo Manuzio, se convirtieron en las autoridades a las que incluso recurrían los gramáticos de la época. Pero no todas las imprentas eran de igual calidad ni adoptaban los mismos sistemas de puntuación. Algunos autores fiscalizaban y revisaban la copia en limpio y la obra impresa. Otros, no tanto, justamente por la creencia generalizada de que la puntuación era más bien una cuestión tipográfica, delegable en los impresores. (Cualquier similitud con la actual confianza en que será el editor quien solucione los estropicios gramaticales del autor, ¿será coincidencia?). Llegando al siglo xviii, con la fundación de la Real Academia Española, la ortografía moderna, podría decirse, nace con la publicación de la Ortografía de la lengua castellana, en 1741. En ella, la Academia sienta la justificación teórica del tratamiento de la puntuación (indicar las pausas y tono que se requieren hacer en la lectura para que el sentido sea el correcto) y organiza los signos y su uso.
sea buen albañil
Y es de notar que no se haze pausa donde quiera, o siempre que al que habla se le antoja; antes bien en cierto lugar y paradero, que es en fin de sentencia perfecta, o imperfecta: y desta perfection, o imperfection nasce ser mayor, o menor la pausa y descanso del que habla. Como la escriptura no sea otra cosa que vn razonamiento, y platica con los aussentes: hallan tambien en ella las mismas pausas y interuallos señalados con diuersas maneras de rayas, y puntos. […]suelen los escriuanos, & impressores señalarlos con algunos destos puntos, o rayas que aquí ponemos por exemplo , : () ? .
Decime de dónde puedo estudiar qué hacer con las comas No resisto la tentación de citar este párrafo3: Una gramática de autor anónimo publicada en 1559 por Bartholomé Gravio en Lovaina, refiere que por ortografía ha de entenderse «dos cosas principalmente: la primera es la pronunciación; la segunda consiste en el modo de puntuar». Y enseguida se añade: «del puntuar no diré nada, porque sólo consiste en buen juicio natural».
¿Y si no he sido agraciada con una buena dosis de buen juicio natural? ¿Qué puedo hacer? ¿A dónde recurrir para «saber cómo puntuar»? En el ya citado apartado: «Puntuación, división en párrafos, tipografía», leemos que: Sin embargo, el problema no está (o no solo ni directamente) en la ausencia o en la arbitrariedad de la puntuación en Cervantes o en la princeps, sino en el asistematismo de la que modernamente se emplea en español (el término de comparación podría fijarlo, número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 19
Comma, coma, Comala - Parte ii pongamos, la habitual en alemán o en ruso) y en la incompatibilidad entre varios de sus hábitos relativamente más aceptados y no pocos rasgos lingüísticos esenciales en el Quijote. En el mundo hispánico, «apenas existen estudios, reglas o normas de puntuación» (J.A. Benito Lobo 1992:27), salvadas unas exiguas e indefendibles paginillas del Esbozo gramatical de la Real Academia Española, las cambiantes y efímeras recomendaciones de los manuales de redacción y algunas disquisiciones tan sugestivas como fragmentarias y sin eco. No importaría demasiado, desde luego, si contáramos con un modelo literario medianamente establecido, pero el caos es ahí absoluto: pocos creadores o intelectuales contemporáneos muestran atisbos de una puntuación coherente, y quienes los muestran están lejos de coincidir entre sí (cf. J. Polo 1974 y 1990).
Aquí se expone un problema diferente al de cuál es la función de los signos de puntuación: la escasa importancia brindada a la normativa sobre su uso. Obsérvese que el texto citado se publica en 1998. Recién en la Ortografía de 1999 encontramos una sistematización más o menos detallada de las normas de puntuación, que será más completa en la de 2010. Si la propia rae no ofreció un tratamiento exhaustivo del tema hasta el siglo xxi, ¿cabe esperar que la escuela nos enseñara a puntuar correctamente?
Siglo veintiuno problemático y difícil En las primeras décadas del siglo xx nace la lingüística moderna de la mano de Saussure, quien privilegió como objeto de estudio de la lingüística a la lengua oral, considerando a la lengua escrita una forma de representar a la lengua oral, esto es, a la lengua natural. En sus palabras4: Lengua y escritura son dos sistemas de signos distintos; la única razón de ser del segundo es la de representar al primero; el objeto lingüístico no queda definido por la combinación de la palabra escrita y la palabra hablada; esta última es la que constituye por sí sola el objeto de la lingüística. Pero la palabra escrita se mezcla tan íntimamente a la palabra hablada de que es imagen, que acaba por usurparle el papel principal; y se llega a dar a la representación del signo vocal tanta importancia como a este signo rnismo. Es como si se creyera que, para conocer a alguien, es mejor mirar su fotografía que su cara.
Mucha agua corrió bajo el puente desde Saussure hasta nuestros días. El debate ha sido y es intenso: ¿es la lengua oral la forma primaria del lenguaje y la escrita solo una transcripción de esta, una correspondencia secundaria? ¿O constituyen formas distintas de un mismo lenguaje, con especificidades que las vuelven independientes aunque complementarias? A veinticinco siglos de Aristóteles y Platón las controversias se multiplican y las discusiones siguen encendidas. Atrapada en ellas, nuestra querida y difícil coma sigue sin saber si existir para marcar una pausa oral o para pertenecer a la lengua escrita. Al mismo tiempo, la antigua alianza, la que dio nacimiento a la escritura, se resquebraja gracias a los avances tecnológicos. Hoy el discurso oral puede ser grabado, almacenado y difundido sin requerir del apoyo de la escritura. Existen formas de comunicación escrita que poseen la misma o casi la misma inmediatez asignada históricamente a la comunicación oral (chat, msn, redes sociales). Los límites entre la 20
prosofagia - número 14 - diciembre 2011
Comma, coma, Comala - Parte ii
http://www.youtube.com/watch?v=qEas2DVN2cU
(Es interesante leer el relato mientras se escucha a su autor, prestando atención a la concordancia entre los signos de puntuación y las pausas que él hace.)
Epílogo En estos dos artículos he intentado dibujar un paisaje, un contexto para nuestro problema inicial: ¿por qué estamos convencidos de que los signos de puntuación deben corresponderse sí o sí con las pausas orales, y por qué tendemos a pensar que la puntuación es una cuestión libre, subjetiva, que casi no requiere del conocimiento de normas? Es evidente que, aunque en superficie pareciera que la escuela es la responsable, no lo es. Fuimos a una escuela inmersa en ese paisaje: siglos de tensiones entre la palabra escrita y la palabra dicha, así como un desmesurado énfasis, validado desde la propia rae, en la ortografía de la palabra frente a la ortografía de la frase o del texto. La reflexión final cae por su propio peso: si lingüistas, ortógrafos, académicos —en definitiva, los expertos— llegan al siglo xxi polemizando sobre estos temas, ¿qué más podría haber hecho nuestra escuela que lo que hizo? Cabe también otra reflexión. La responsabilidad del buen uso de la puntuación, ¿de quién es? ¿Del autor, el editor, el corrector de estilo? ¿Del lector, acaso? Porque nosotros ya dejamos atrás los años escolares, la rae por fin está ofreciéndonos ayuda, y, dígase lo que se diga desde la lingüística, la filología o la filosofía, si estamos en esto de la escribida es porque imaginamos a la palabra escrita como una forma —autónoma en sí misma— de transmitir ideas, magia, belleza. Finalizo, entonces, con una cita de José Polo5, referida a la puntuación:
sea buen albañil
palabra escrita, la dicha y la imagen se han difuminado. Es difícil sostener esas viejas alianzas cuando cualquiera de los 450 millones de hispanoparlantes puede acceder, a condición de disponer de una computadora, a:
Y el problema es que todos nosotros hemos recibido una orientación más bien elemental, pobre, en esta parcela de la ortografía y que en cualquier momento nos podemos ver abocados a la misma situación de desbordamiento, y de indefensión subsiguiente, contra la que chocan nuestros mejores escritores en cuanto se salen de las estructuras sintácticas «académicas» (y aun en estas nos las vemos y nos las deseamos). No se trata, pues, de que el sistema español resulte insuficiente forzosamente —aunque, claro está, es una posibilidad que en forma matizada debe tenerse en cuenta—, sino, sobre todo, de que nuestra formación previa nos inmoviliza, nos deja prácticamente sin reacción frente a situaciones que se salgan de lo trillado sintáctico: la insuficiencia es más bien de nuestros hábitos, de las normas al uso, las cuales funcionan con demasiada frecuencia «bajo mínimos». Aseguro al lector más escéptico que, sin crear absolutamente ningún signo nuevo, puede aumentarse de manera sorprendente nuestra capacidad de respuesta gráfica, básica y estilística, ante los mil matices de las infinitas construcciones habidas y por haber.
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Comma, coma, Comala - Parte ii notas 1 Don Quijote de la Mancha. Edición del Instituto Cervantes, 1998. Dirigida por Francisco Rico. Puede leerse en línea en: http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/ 2 Extraído de: La puntuación en el Siglo de Oro: Teoría y Práctica. Fidel Sebastián Mediavilla. Tesis doctoral, 2001. Universitat Autònoma de Barcelona. 3 Mauricio López Valdés. Del buen parecer al bien entender: las estructuras discursivas y tipográficas del libro. En: Ensayos sobre Diseño, Tipografía y Lenguaje, México, DesignioEncuadre, 2004. 4 Ferdinand de Saussure. Curso de lingüística general. Editorial Losada, Buenos Aires, 1945. 5 José Polo. «Sistemas de puntuación y tradición literaria». Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid. N.º 7, 1997-1998. Este texto se corresponde con el capítulo v de la obra de José Polo Manifiesto ortográfico de la lengua española, Madrid, Visor, 1990, págs. 49-65. referencias bibliográficas op. cit.: «Siglo veintiuno problemático y difícil». En el original: «Siglo veinte cambalache / problemático y febril». Tango Cambalache, Enrique Santos Discépolo. En la voz de Julio Sosa. otras referencias bibliográficas (Partes i y ii) Millán, José Antonio. «¡Qué bien/mal puntuaba Cervantes!». Panace@. Vol. vi, n.o 21-22. Septiembre-diciembre, 2005. Texto adaptado a partir del capítulo 10 del libro Perdón imposible (Madrid: rba; 2005). Crespo, Juan. «Sistemas de puntuación en las dos últimas ediciones de la ortografía académica». AnMal electrónica 17 (2005). Marín Martínez, Juan. «La ortografía española: perspectiva historiográfica». cauce, Revista de Filología y su Didáctica, 14-15 (1992): 125-134. Pujol Llop, Mario. «El uso incorrecto de la coma como señal de textos defectuosos». Tabanque, n.º 10-11, 1995-1996, págs. 131-140. de la Fuente González, Miguel Ángel. «Comas sin pausas y pausas sin comas: dos problemas de escritura y de lectura». Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid. N.º 45, 2010.
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Comma, coma, Comala - Parte ii
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Dalia
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Revista Literaria PROSOFAGIA
Rana común, Zamora
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Gadgets Anti-Literarios: La Nube de Palabras
La Nube de Palabras zoquete
En términos económicos, la irrupción de toda nueva tecnología suele buscar una intensificación de la producción o bien un abaratamiento de los recursos, que en definitiva viene a ser lo mismo: sacar mayor provecho con menos esfuerzo. No es de extrañar, por tanto, que los cambios tecnológicos de calado vengan de la mano de fuertes polémicas y de una nada velada oposición por dos sectores sociales no necesariamente excluyentes: el tradicional y el de los artistas, que pueden verse amenazados en su estatus, prestigio o modelo económico. Para algunos fanáticos, a juzgar por el detallado desglose de recursos que describen1, las herramientas informáticas pueden permitirnos exhibir un amplio bagaje intelectual mediante un simple clic, desde una cuidada ortografía y amplio vocabulario hasta la capacidad de dar con la rima perfecta. Para otros, los célebres correctores ortográficos de los procesadores de texto pueden ser cancerígenos porque parecen liberar de la responsabilidad de interiorizar la ortografía sin muletas, como aquel amigo que me confesaba que desde que tiene el gps en el coche se siente infinitamente más torpe pues, aunque le simplifica enormemente la vida en sus no poco habituales
literatura y tecnología digital
Gadgets Anti-Literarios:
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Gadgets Anti-Literarios: La Nube de Palabras viajes al extranjero, echa de menos la habilidad que había desarrollado para orientarse en ciudades extrañas. Es cierto. En términos generales, una tecnología que permita el acceso de mayor volumen de gente a un arte o negocio, necesariamente vulgarizará tal disciplina, en el sentido extenso de las cuatro acepciones del término, según la r. a. e.2: 1.tr. Hacer vulgar o común algo. 2. tr. Exponer una ciencia, o una materia técnica cualquiera, en forma fácilmente asequible al vulgo. 3. tr. Traducir un escrito de otra lengua a la común y vulgar. 4. prnl. Dicho de una persona: Darse al trato y comercio de la gente del vulgo, o portarse como ella.
Así es, traducir Crimen y Castigo es liberar al lector del esfuerzo de aprender ruso para poder leerla, pero también contemplar la obra de Dostoievski como merecedora de un público más vasto o basto, escojan la acepción que prefieran, y que, incluso, justamente podrá adquirir mayor cultura o formación gracias a su lectura. Igualmente cierto es que uno de los rasgos más definitorios de los best sellers es su obsesión por acumular lenguas a las que son traducidos. Pasamos de un sano elitismo de mérito por una competición mediática a la captura de masas. De forma simplista, he llegado a aventurar que Gutenberg arruinó la vida de muchos copistas, imaginando que se sentirían humillados al descubrirse sustituidos por máquinas que, además, no podían llegar al preciosismo de sus filigranas, casi originales para cada ejemplar reproducido. Una especulación no muy convincente cuando descubro que muchos de ellos no sabían ni leer ni escribir. Sirva esta introducción para proponerles, apreciadas lectoras y lectores de Prosofagia, un breve experimento, travesura relacionada con nuevas herramientas en Internet, que espero les resulte ameno. También puede hacernos reflexionar sobre cómo esos utillajes virtuales, en principio muy sencillos y cómodos, pueden abocarnos por senderos indeseados. La premisa o hipótesis de partida es que disponemos de algunos gadgets virtuales que son antiliterarios. El juego consiste en recoger evidencias que lo demuestren o, por el contrario, que lo desmientan. ¡Que ustedes se diviertan!
Nubes de palabras3 Precedente: las nubes de palabras son una manera excelente de captar de forma rápida y simplificada el contenido general (o global) de un sitio web o documento. Indicios: • no es lo mismo la creación de una nube de términos a partir de las etiquetas (tags) de un blog, justamente escogidas para caracterizar el significado clave del contenido, que el uso directo del contenido en cuestión; • existe una aparente contradicción entre las «nubes de palabras» y la herramienta «Detector de repeticiones»4, que pretende advertir sobre el exceso de un mismo término en un documento; • la literatura se caracteriza por un vocabulario rico y preciso, por imágenes metafóricas y elipsis, lo que hace sospechar que una herramienta basada en la repetición de palabras no puede ser muy fiable en cuanto a la interpretación del espíritu del texto. Hipótesis: el abuso de las nubes de palabras nos puede conducir a la malinterpretación del mensaje del autor o autores de un texto. 26
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Gadgets Anti-Literarios: La Nube de Palabras
A la vista de todo esto (y de sus propios experimentos, claro), ¿qué conclusiones podríamos extraer? En principio, que una nube de palabras, tanto para un texto literario como para una página web literaria puede no ser la forma de interpretación más adecuada de aquello que queremos expresar. Sin embargo, también se puede señalar una antítesis: Antítesis: las nubes de palabras se están apoderando del lenguaje poético, como representación visual, además de textual, de la expresión7. Juan Eslava Galán afirmaba, en el anterior número de Prosofagia, que: «El crecimiento tiene que empezar por la poesía, que es la que realmente nos hace valorar las palabras»8. Para los niños y adolescentes de hoy, que crecen en una cultura de imágenes, la poesía visual, de larga trayectoria dentro de la poesía experimental9, puede constituirse en un género literario que los lleve, justamente, a valorar las palabras. No es de extrañar, entonces, que las nubes de palabras generadas por Wordle constituyan parte del «paquete básico» actual en enseñanza de la literatura (educación 2.0) y se usen en la escuela desde primaria para que los alumnos se aproximen a la poesía como poesía visual, armando sus nubes, con colores, cambiando la disposición de las palabras y usando distintas tipografías.
literatura y tecnología digital
Experimento propuesto: • escojan uno de sus textos favoritos5 (preferentemente un cuento o relato corto), disfruten de su lectura y, al terminarlo, intenten escribir una lista de cinco a diez términos que lo representen («palabras clave»); • por otro lado escojan una herramienta generadora de nubes6, introduzcan el texto seleccionado y construyan la nube correspondiente; • comparen ambos resultados. Ejemplo. Resultados de un experimento de esta naturaleza: Las dos siguientes figuras corresponden a los cuentos El Beso, de Anton Chejov, cuyas palabras clave podrían ser, por ejemplo: «oficiales, baile, cortejo, hipocresía, beso, ensoñación, fantasía» y a Los ojos verdes, de Gustavo Adolfo Bécquer, para el que he seleccionado los términos: «cacería, superstición, misterio, mirada, locura, hechizo, mujer».
Llegado este punto, vale la pena detenerse a reflexionar sobre las diferentes posibilidades (buenas o malas) que presenta una herramienta informática tan sencilla como esta en la expresión literaria, y a la que solemos brindarle una mirada distraída, número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 27
Gadgets Anti-Literarios: La Nube de Palabras quizás encerrada en la utilización automática del gadget que brinda un blog, y sin detenernos a analizar los resultados o su potencial (negativo o positivo). Cabe, entonces, preguntarse qué sucede con otras tecnologías, tan a mano hoy en día. Por ejemplo, con los traductores automáticos, que nos remiten a determinadas extrañezas en la traducción de los títulos de célebres películas, a los programas de reconocimiento y síntesis de voz, que nos pueden ayudar a apreciar el valor de la puntuación o, por el contrario, arrastrarnos a la más vil pereza. También, sabiendo aquello de que el imaginario colectivo es más poderoso que la verdad, como ilustra Eligio R. Montero en su delicioso texto Citas falsas II - errores que mejoran el original10, podemos comprobar qué nos ofrecen los buscadores de imágenes ante determinadas frases literarias, demasiado a menudo utilizadas fuera de contexto y, por lo tanto, víctimas de diferentes niveles de tergiversación. Si desean participar, por favor, envíen sus contribuciones a: prosofagia@prosofagia.com
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Notas 1.— El diccionario oculto. Gloria y desaparición del diccionario en la era digital; Millán, José Antonio. También disponible en: Biblioteca Virtual (consultado el 20/11/2011). 2.— vulgarizar, del d. r. a. e. versión online (consultado el 20/11/2011). 3.— «Una nube de palabras es una representación visual de las palabras que conforman un texto, en donde el tamaño es mayor para las palabras que aparecen con más frecuencia», de la Wikipedia (consultado el 20/11/2011). 4.— «Repetition Detector es un software que permite detectar repeticiones en los textos» (consultado el 20/11/2011, cortesía de Gothian). 5.— Existe una excelente colección de relatos disponibles de forma gratuita en el espacio Ciudad Seva (consultado el 20/11/2011). 6.— Por ejemplo, Wordle, extremadamente sencilla de emplear y disponible en línea, sin necesidad de descargas (consultado el 20/11/2011). 7.— «Poesía Visual 2009», El figuero@ (consultado el 22/11/2011). 8.— «Entrevista a Juan Eslava Galán», por Elisabet. Prosofagia N.º 13 (consultado el 22/11/2011). 9.— «Poesía experimental: enunciado e introducción», por José María Lafuente. Prosofagia N.º 10 (consultado el 22/11/2011). 10.— «Citas falsas II - errores que mejoran el original», Psicología y Cine; R. Montero, Eligio; (consultado el 20/11/2011). 28
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Gadgets Anti-Literarios: La Nube de Palabras
literatura y tecnología digital
Rana común, Zamora
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Revista Literaria PROSOFAGIA
Pantano de Mansilla, La Rioja Foto de Natalia Rubio, Natts
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Leyendo a Barthes: Análisis del relato
del relato
Elisabet Un buen día, en tiempos del foro Prosófagos, un compañero ―Darkus― nos invitó a leer un ensayo de Roland Barthes sobre la anatomía del relato para comentarlo entre todos. De esa lectura compartida y de los comentarios que suscitó en el foro surge este artículo. Mi visión del ensayo será incompleta y subjetiva, pero, al menos de los párrafos que voy a comentar, podemos extraer algunas ideas interesantes. En su Análisis del relato, Roland Barthes se propuso deshojar la margarita, o quizás sea más exacto decir que quiso diseccionar un relato, a capas y por partes, con la precisión y frialdad de un científico. Y podéis preguntar: ¿qué sentido tiene esto para los que escribimos? ¿De qué nos sirve destripar el muñeco? ¿Hará de nosotros mejores escritores? No lo sé. Pero creo que conseguirá que comprendamos mejor lo que estamos haciendo, arrojará nueva luz a nuestra forma de leer, comprender y profundizar en la estructura de un relato y, ¿por qué no?, nos puede dar pistas para experimentar e innovar.
sobre la literatura
Leyendo a Barthes: A nálisis
El lenguaje, más que una herramienta Antes de comenzar la exploración del mundo del relato, Barthes nos presenta una reflexión sobre el lenguaje: ... ya casi no es posible concebir la literatura como un arte que se desinteresaría de toda relación con el lenguaje en cuanto lo usara como un instrumento para expresar la idea, la pasión o la belleza. El lenguaje acompaña continuamente al discurso, tendiéndole el espejo de su propia estructura. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 31
Leyendo a Barthes: Análisis del relato Es decir que el lenguaje, más allá de ser una herramienta para expresar una historia, se convierte en la armazón del relato. Y esto nos lleva a reflexionar sobre la unidad indisoluble de «fondo y forma», o «forma y contenido» de la obra literaria. En los foros a menudo hemos discutido sobre esto y acabamos llegando a la conclusión de que no podemos separarlos. O sea, que no vale decir «es una buena historia, pero está mal contada», o «tiene una buena forma, pero el argumento no convence». Un relato bien logrado aúna ambas dimensiones. En palabras de Greimas: «Un relato es una gran frase».
Capas o niveles Comenzando con la disección, según explica Barthes, podemos estudiar un relato en tres niveles. Él comienza por el más interno y elemental, ascendiendo hasta el más externo, donde se ubica el contexto de la obra. Estos tres niveles son: ―las funciones, ―las acciones, ―la narración. Vamos a explicarlas brevemente. Las funciones son los hechos básicos que, agrupados en secuencias, forman la trama del relato. Podríamos resumir diciendo que son «lo que pasa», los sucesos narrados y… algo más. Pronto veremos qué. Las acciones están ligadas a los personajes. Por tanto, son las líneas argumentales vinculadas a los caracteres, al «quién» del relato. La narración es el todo: el cuento, novela, poema, la obra literaria en sí. El relato es entendido por Barthes como un acto de comunicación, donde encontramos como principales elementos de estudio el emisor, el código, el mensaje en sí y el receptor. Y este relato no puede separarse de su contexto exterior.
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Leyendo a Barthes: Análisis del relato Y ahora nos vamos ¡a las funciones!
Comienzo con una definición básica. Las funciones son las unidades narrativas mínimas. Y cito: «El alma de toda función es, si se puede decir, su germen, lo que permite fecundar el relato con un elemento que madurará más tarde al mismo nivel». Por así decir, las funciones son las piezas del puzle que compone un relato. En términos detectivescos, serían las pistas, los datos clave que reconstruirán la historia. Barthes hace una precisión muy importante: la función es una unidad de contenido. Puede o no coincidir con la forma. El significado no siempre se corresponde con la estructura. Cito: «... los segmentos que se examinan [...] no coincidirán fatalmente con las formas que reconocemos tradicionalmente en las diferentes partes del discurso narrativo...» y pone el ejemplo de cómo una simple palabra, un adjetivo, un matiz, puede ser una función tan importante como una frase o un párrafo entero. «Las unidades narrativas serán sustancialmente independientes de las unidades lingüísticas: podrán por cierto coincidir, pero no sistemáticamente [...] la unidad narrativa no es aquí la unidad lingüística.» Por tanto, las funciones en un relato pertenecen al campo de la semántica, no al de la sintaxis. La semántica —el significado— concierne a la «función», o a los hechos, mientras que la sintaxis —la estructura— concierne a la forma del relato.
Funciones e indicios Las funciones pueden ser de dos tipos: ―Funciones propiamente dichas, que son las acciones básicas e indispensables para el relato. Son relativas al hacer. ―Indicios: son las informaciones adicionales que denotan características, detalles del ambiente, datos complementarios a las acciones, y son más relativas al ser. Según este tipo de funciones, Barthes propone ya una primera clasificación de los relatos: ―Funcionales, donde predomina la acción. Como los cuentos populares, donde lo más importante es lo que pasa, sin adornos ni profundidad en los personajes. ―Indiciales, donde gana importancia la información contenida en los indicios. El ejemplo extremo sería la novela psicológica. Esta clasificación nos permite analizar y valorar los relatos. Podemos decir que un relato tiende a ser funcional, o que tiene un predominio funcional, por ejemplo, una película de acción. Mientras que un relato centrado en el desarrollo personal de un personaje o varios, más «introvertido», es indicial.
sobre la literatura
Las funciones
Clases de funciones Pero la cosa no queda ahí. Resulta que las funciones ―las propiamente dichas, las funcionales― se pueden a su vez dividir en: 1. Cardinales o núcleos. Son las indispensables para que el relato funcione, las pistas clave, los nudos de la historia. número 14- diciembre 2011 - Prosofagia 33
Leyendo a Barthes: Análisis del relato 2. Catálisis. Son las funciones complementarias que casi podríamos decir de adorno. En palabras de Barthes, se trata de «notaciones subsidiarias que se aglomeran alrededor de un núcleo». Pero son algo más que adornos. No son prescindibles. Veamos qué dice Barthes de las catálisis: «Siguen siendo funcionales, aunque su funcionalidad es atenuada, unilateral, parásita», pero «no son, sin embargo, inútiles [...] siempre tiene una función discursiva: acelera, retarda, da nuevo impulso al discurso, resume, anticipa, a veces incluso despista...». «La catálisis despierta sin cesar la tensión semántica del discurso [...] tiene una función fática [...] mantiene el contacto entre el narrador y el lector.» O sea, que las catálisis son... ¡la salsa del cuento! Y ahora ―esto es una elucubración de la que escribe, no de Barthes―, siguiendo esta clasificación, también podríamos hablar de... ―Relatos cardinales. Desnudos, sobrios, densos, nucleares. ―Relatos catalíticos. Con profusión de adornos y matices. Lo cual me lleva a pensar que si un relato abunda o sobreabunda en catálisis en detrimento de los núcleos, puede llegar a ser catastrófico. O puede resultar en una efusión estética tal que lleve al lector a un estado ¡catártico!
Alquimia narrativa Para liar más el asunto, resulta que «una unidad puede pertenecer al mismo tiempo a dos clases diferentes: beber whisky en el hall de un aeropuerto es una acción que puede servir de catálisis a la notación (cardinal) de esperar; pero es al mismo tiempo el indicio de una cierta atmósfera... Dicho de otro modo, algunas unidades pueden ser mixtas». Si me has seguido hasta aquí, lector, te propongo una reflexión, que es a donde me lleva toda esta teoría. La pregunta que surge es: ¿hay más arte en un relato si el autor logra que sus unidades sean mixtas? ¿Añade esta ambivalencia complejidad, hondura, riqueza, intriga a un cuento o a una novela? Y otra más: ¿qué proporción de núcleos duros y «expansiones», «rellenos, encubrimientos, etcétera» y demás catalizadores es la idónea para crear un relato equilibrado, bello, armónico, atractivo? Estas reflexiones nos podrían llevar a la búsqueda de la fórmula alquímica del relato perfecto... si es que tal relato existe. ¿Está el arte en encontrar la combinación ideal de unas funciones y otras?
Divagaciones arquitectónicas Volviendo a los relatos y a las funciones, no puedo evitar pensar en algunos relatos que he leído o en los míos propios. En cómo analizarlos a la luz de estos conocimientos. Y en la fórmula mágica que da nacimiento a relatos maestros, auténticas obras de arte. No se me ocurre otra cosa que unas imágenes tomadas del mundo de la arquitectura. Digamos que las funciones cardinales son los elementos básicos que forman la estructura del edificio y las catálisis son los elementos ornamentales.
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Leyendo a Barthes: Análisis del relato
sobre la literatura
Un relato puede tener una trama simple, con pocas funciones cardinales y secuencias muy nítidas, acompañadas por sus correspondientes catálisis e indicios. Pocas acciones importantes insertas en un contexto dibujado con mayor o menor detallismo. Es decir, arquitectura sencilla con ornamentación. Como un ejemplo de esta encontramos el arte islámico mediterráneo: edificios de matriz austera, dintelados, sin pretensiones estructurales, pero cubiertos con una ornamentación explosiva, prolija y rebosante de colorido: el horror vacui de los alicatados y las cúpulas con tracerías. Hablaríamos de relatos muy catalíticos o indiciales, relatos con trama simple donde el placer está en la forma, en lo sensual. Relatos arabescos, esteticistas o afiligranados. Se me ocurre una novela: El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. O relatos como Kensington Park de Virginia Wolf. En un término medio, donde la estructura y el adorno van a la par, encontramos el estilo gótico. Arquitectura audaz, estructuras sólidas y a la vez dinámicas, y una ornamentación flamígera. Muchas veces, un elemento estructural se convierte en el soporte del ornamento. Pasando al campo literario, hablaríamos de una novela con una trama ambiciosa y compleja, bien condimentada con una atmósfera y un estilo florido, rico y sugerente que apoya la estructura, de la misma manera que las tracerías caladas aligeran y «ayudan» a los arbotantes de una catedral. Una obra de este estilo podría ser El nombre de la rosa, de Umberto Eco, o Notre Dame de Paris, de Víctor Hugo ―puestos a hablar de catedrales…―. Como relatos, los de Poe, o las leyendas de Bécquer. Dando un paso más y, jugando a romper la diferencia entre estructura y ornamento, encontramos... algo como la obra de Gaudí. Desmesurada, rompedora, delirante. Gaudí parte del Modernismo ―caracterizado por estructura simple y ornamentación fantástica― para tumbar las barreras entre ambas y convertir la decoración en estructura, y la misma osamenta del edificio en adorno. Un relato “gaudiniano” sería aquel en que las funciones, las catálisis, los indicios son una y otra cosa a la vez. Se funden y confunden para formar un todo orgánico de impacto sobrecogedor. Gaudí era un genio. O tal vez un loco, que según cómo se mire, viene a ser lo mismo... ¿Qué obras literarias poseen, o se acercan, a estas características? Con esto, no quiero decir que un tipo de relato sea «mejor» que otro. Esta divagación arquitectónica no es un juicio de valor, sino una metáfora, con todas sus limitaciones y ambigüedades. Tan bella es la mezquita de Kairouan como la catedral de Reims o el templo de la Sagrada Familia. Solo son diferentes. El impacto que provocan en el espectador pertenece ya a su propio mundo y a su sensibilidad. Nota bene: Todas las citas pertenecen al ensayo de Barthes: Análisis del relato, en su edición del Centro Editor de América Latina, 1977.
Elisabet Licenciada en Filología Inglesa. Escritora de ensayo y ficción. número 14- diciembre 2011 - Prosofagia 35
Por el Rhin se deslizan incontables barcas y navecillas, que llevan farolitos como naranjas candentes y en las que arden antorchas de colores; entre los árboles, resplandecientes de luz, centellean bolas de cristal multicolores. Y en la isla, visible para todos, como final de un grandioso fuego de artificio, llamean en medio de figuras mitológicas los anagramas enlazados del delfín y la delfina. Zweig, Stefan; María Antonieta
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prosofagia - número 12 - febrero 2011
Delfines en Los Gigantes, Tenerife. Foto de Daniel Seller
nĂşmero 12- febrero 2011 - Prosofagia 37 Revista Literaria prosofagia - nĂşmero 14 - diciembre 2011
Revista Literaria PROSOFAGIA
Cartel del VI Encuentro de Literatura Fantástica
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CRÓNICA
Teo Palacios
Foto Teo Palacios
Seis años, doce horas de espera. Estas dos cifras tan sencillas pueden servir para describir un poco qué pasó en Dos Hermanas el primer fin de semana del pasado mes de octubre: se celebraba el VI Encuentro de Literatura Fantástica de esta localidad sevillana y ha resultado, una vez más, un éxito rotundo de participación y público.
Este año han sido tres días de actividades, desde el viernes por la tarde hasta el domingo a mediodía. Y el primero de todos esos actos ya tuvo un éxito sin precedentes. Laura Gallego, que venía a ofrecer la conferencia inaugural, iba a estar firmando libros. Las colas comenzaron a las doce del mediodía, y la autora estuvo firmando durante seis horas, hasta pasadas las once de la noche. Todo un presagio de lo que ocurriría durante el fin de semana. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 39
VI Encuentro de Literatura Fantástica en Dos Hermanas
en Dos Hermanas
Revista Literaria PROSOFAGIA
También se realizó el viernes un taller literario con una gran participación de público, a cargo del autor Antonio Martín Morales. De forma paralela, discurrió otro taller sobre cómic.
Manel Louirero, Ernesto Fernández y Antonio Martín
Pero las actividades fuertes comenzaban el sábado. Este año había numerosas novedades en el evento. Una de ellas era la ampliación de las actividades, otra, el estreno de un nuevo salón en el que llevarlas a cabo. Se trata de un salón perfectamente acondicionado, micro inalámbrico para el público incluido, que hizo la estancia mucho más cómoda para todos que en años anteriores. Aun así, todavía queda trabajo en ese sentido, ya que los asistentes echaron especialmente de menos disponer de conexión a Internet para poder ir retransmitiendo en las redes sociales, a tiempo real, las diferentes actividades. La conferencia inaugural estuvo a cargo de Laura Gallego, uno de los reclamos más importantes de este año, en la que habló de su experiencia, de cómo se podían unir el mundo de la imaginación y el real de manera que se retroalimentaran. La siguiente mesa giró en torno a los diferentes colectivos y grupos que intentan fomentar el mundo de la literatura en Andalucía. Así se dieron a conocer 40
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grupos como Sevilla Escribe, que lleva ya varios años trabajando en un intento de aglutinar escritores y compartir experiencias, correcciones mutuas de textos, etc., o el proyecto Biblioforum, una interesante propuesta para reunir a lectores y escritores en torno al libro, de forma amena y distendida, en charlas en las que todo el mundo puede participar abiertamente y que ya cuenta con más de treinta asistentes a cada una de sus sesiones. Tras la sobremesa llegó una de las charlas que mejor valoración obtuvo. Se trataba de que los asistentes se posicionaran, no solo con sus opiniones sino usando al mismo tiempo unas pegatinas que se habían preparado para ello, en uno de estos dos bandos: zombis o vampiros, teniendo en cuenta los argumentos que daban a favor de cada uno de estos dos grupos dos autores: Antonio Martín Morales apoyando a los vampiros y Manel Loureiro a favor de los zombis. La tarde del sábado acabó con un cuentacuentos que hizo las delicias del público desarrollando una narración entrañable. Fue tiempo entonces para el esparcimiento. Una de las cosas que más valoran los que se inscriben en estos encuentros es, precisamente, las horas que se desarrollan lejos de las actividades programadas, cuando pueden ir a cenar tranquilamente con los autores participantes, que invariablemente hacen gala de una cercanía y una cordialidad como se puede ver en muy pocas ocasiones. Como siempre, hay de todo… y mientras unos alargan la cena a una o varias copas, otros se retiran pronto para continuar con las mesas del día siguiente.
CRÓNICA
Teo Palacios
Teo Palacios nació en la ciudad de Dos Hermanas, Sevilla, en 1970. Con estudios de Marketing y Diseño, ha desarrollado su labor profesional como jefe de sección, director y subdirector regional en varias empresas. Ha vivido en Cataluña y Galicia y, tras varios años alejado de sus orígenes, ahora reside nuevamente en su ciudad natal. Comienza a escribir a principios del año 2007 y rápidamente consigue llamar la atención de la prestigiosa agencia literaria Sandra Bruna, publicando Hijos de Heracles, su primera novela histórica, con Edhasa. Forma parte del comité organizador de las Jornadas de Literatura Fantástica de Dos Hermanas, evento que año tras año está alcanzando un amplio reconocimiento literario, y que reúne a grandes autores del panorama nacional. Colabora como entrevistador y articulista con varias revistas: Cambio16, Cuadernos para el Diálogo y La Aventura de la Historia, así como en programas de radio. Además, imparte cursos y talleres de creación literaria. http://fantasticaliteratura.blogspot.com número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 41
VI Encuentro de Literatura Fantástica en Dos Hermanas
Así, el domingo por la mañana, Alfonso Merelo dirigió la mesa que trataba sobre las adaptaciones literarias a la gran pantalla, o viceversa. Fue una mesa de amplio debate, que muchos de los presentes hubieran disfrutado si hubiera continuado durante bastante más tiempo, ya que el tema era tan amplio que muchos comentarios y opiniones se quedaron en el tintero. Virginia Pérez de la Puente, Montse de Paz y el Premio Minotauro La última mesa volvió a contar con representantes de lujo. Por un lado, Virginia Pérez de la Puente, y por otro Montse de Paz, ganadora del último Premio Minotauro. Una charla en la que se habló del papel de la mujer en la literatura a lo largo de la Historia, así como de las diferencias a la hora de abordar temas. Un evento que gana adeptos año tras año, que en esta ocasión ya ha reunido a 160 personas alrededor de los libros y que promete seguir creciendo a base de ponentes de calidad contrastada, formatos novedosos y cercanía de los invitados. El primer fin de semana de octubre… Una fecha para viajar a Sevilla si uno es amante de la literatura fantástica.
Revista Literaria PROSOFAGIA
Estambul
Foto de Cesare Croci, CesarOne 42
prosofagia - nĂşmero 14 - diciembre 2011
G allego
Foto Laura Gallego
entrevista
L aura
Laura Gallego
Por Elisabet
―Comencemos por tus raíces. A menudo has contado que ya de niña soñabas ser escritora. ¿Cómo nació en ti esta vocación por las letras? —Me gustaba mucho leer e imaginar que vivía algunas de las historias de mis libros favoritos. De ahí pasé a inventar mis propias historias y a escribirlas para que no se me olvidasen. Y con once años empecé a escribir un libro a medias con mi mejor amiga. Me gustó tanto la experiencia que a los trece ya tenía claro que quería ser escritora. ―¿Recuerdas cuándo escribiste tu primera historia? Escribí mi primer cuento a los diez años. Empecé mi primera novela al año siguiente, y la terminé cuando cumplí los catorce (exactamente ese día). ―¿Cuáles fueron tus primeras lecturas, las que marcaron tu infancia? —Recuerdo con especial cariño algunos títulos de la colección El Barco de Vapor, libros de Enid Blyton, clásicos juveniles... Todo lo que caía en mis manos. Pero el libro que más me marcó fue La historia interminable. Lo leí con ocho años y me fascinó, y a día de hoy lo he releído no menos de veinte veces y sigue siendo mi libro favorito. ―¿Qué te impactó de esta obra? ¿Por qué es un referente para ti? —La primera vez que lo leí me fascinó su desbordante fantasía, las aventuras, los personajes... Pero reconozco que me quedé atascada a mitad y estuve a punto de abandonarlo. Mi personaje favorito era Atreyu, y llegó un momento en el que parecía que había dejado de ser el protagonista, con lo cual perdí interés en el relato; pero me obligué a seguir adelante, y no me arrepentí, aunque la primera número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 43
Laura Gallego parte de la novela seguía gustándome más que la segunda, que estaba protagonizada por Bastian. Con cada relectura, sin embargo, descubría un aspecto nuevo. En mi adolescencia me gustaba la idea de la relación entre el mundo real y el mundo imaginario de Fantasía, cómo ambos eran una sola cosa y de qué forma se podía viajar de un lado a otro. Y pasé a preferir, por tanto, la segunda parte de la novela, el viaje de Bastian explorando Fantasía y sus posteriores intentos por regresar a casa. Más tarde descubrí también en la novela una magnífica metáfora de la creación literaria, en concreto en el capítulo que trata sobre el Viejo de la Montaña Errante... y que, por cierto, fue el punto en el que estuve a punto de abandonar la lectura a los ocho años. Y ahora es uno de mis pasajes favoritos. Eso me demuestra que La historia interminable es una obra de múltiples capas y matices, y también un clásico que se puede disfrutar a cualquier edad. ―Pese a tu juventud, eres una de las autoras más publicadas y más leídas en lengua española. ¿Qué sientes cuando miras atrás y ves tantos libros publicados en tu haber, y tantísimos lectores que te siguen? —¡Que he trabajado mucho! Pero, sobre todo, me siento contenta de ver que el espíritu con el que empecé no ha cambiado, que sigo con ese afán de inventar historias que tenía cuando empecé hace más de veinte años. Y es muy bonito que se me hayan unido tantas personas por el camino. ―¿Cómo te comunicas con tus lectores? ¿Qué impresiones te llegan de ellos, y qué buscas transmitirles? —Sobre todo, a través de mi obra. Ese es el contacto fundamental y el que nunca debe perderse de vista. Todo lo demás, por mucho valor que un lector pueda otorgar a mi presencia física o a una firma mía, es secundario. Una vez aclarado esto, hay muchas maneras por las cuales un escritor puede contactar con sus lectores más allá de su obra. Los autores de literatura juvenil solemos hacerlo mucho a través de libro-fórums en colegios e institutos, y así fue como empecé yo. He dado cientos de charlas en centros de toda España, y las primeras impresiones de lectores las obtuve en estos encuentros. Ellos fueron quienes me dieron la idea de hacer una página web, por ejemplo, o de facilitar una dirección postal para quien quisiera escribirme. Hoy, por motivos familiares, ya no viajo tanto como antes, y apenas doy charlas en institutos, pero la web y el foro siguen ahí, y también la dirección postal. Y sigo contestando a todas las cartas y participando en el foro. También asisto de vez en cuando a eventos en distintos lugares: ferias del libro, presentaciones, festivales literarios... Los lectores jóvenes son muy sinceros, y también muy entusiastas. Si un libro les gusta mucho, te lo hacen saber, y te transmiten su pasión por la lectura de forma muy intensa. De la misma forma, si un libro no les ha gustado lo dejan bien claro. Y son muy tajantes al respecto. Son críticos muy exigentes. Valoran mucho el hecho de que un libro les haga sentir cosas, que les transmita emociones. Y, de la misma manera, intentan devolver al autor, con sus muestras de entusiasmo y de cariño, esas emociones que les ha despertado la lectura de su obra. Yo, por mi parte, en los encuentros que mantengo con ellos intento transmitir tres cosas fundamentales: amor por los libros, la importancia del trabajo y el esfuerzo en la profesión de escritor y el hecho de que yo no soy un ser extraordinario, sino una persona normal y corriente, cuyo trabajo es escribir libros, y que trata de hacerlo lo mejor que sabe. 44
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Laura Gallego
―¿Por qué crees que tus obras tienen tantos lectores entusiastas? —No lo sé. Creo que esa pregunta habría que hacérsela a ellos, igual que me habéis preguntado a mí por qué me gusta La historia interminable. ―¿Tienes presentes a tus lectores cuando escribes? ¿Han influido sus reacciones en tu manera de escribir, o has modificado argumentos o secuencias de tus obras según la respuesta recibida? Cada lector es diferente, así que no puedo presuponer que les gustará más esto o lo de más allá. Yo escribo lo que me gusta a mí, sigo mi propio criterio y trato de hacerlo lo mejor que sé, y de esa manera siento que respeto a mis lectores. Si hiciera caso de sus sugerencias, en primer lugar le perdería la pista a lo fundamental a la hora de escribir, que es reflejar lo que el autor lleva dentro; y, en segundo lugar, ni siquiera sabría por dónde empezar, porque lo que a uno puede gustarle, otro puede considerarlo absurdo o aburrido. Los lectores no son todos iguales ni piensan de la misma forma. Y no se puede contentar a todo el mundo. Pero sí tomo nota de lo que yo considero errores que se me pasaron por alto. Normalmente, cuando escribo un libro mis lectores no intervienen en el proceso porque no saben lo que estoy escribiendo y, para cuando leen la novela, ya está publicada y no se puede modificar. La influencia se da más a menudo en las sagas. Según la respuesta recibida tras la publicación de cada volumen, a veces he descubierto algún detalle de la trama que no tenía sentido, un personaje que quedaba desdibujado o algún aspecto que no tenía la fuerza que yo habría esperado. Eso sí son errores que los lectores detectan y que puedo tratar de corregir en las entregas siguientes. Lo que nunca hago es llevar la historia por donde los lectores creen que debería, si tengo planeado algo diferente a lo que ellos quieren o esperan. Sobre todo debo responder ante mí misma. Y eso, creo yo, supone un mayor respeto por los lectores que escribir de acuerdo con lo que suponemos que son sus preferencias, porque escribir pensando en lo que quieren los lectores implica tratarlos como una masa de consumidores de pensamiento único, y no como personas individuales, inteligentes y con criterio propio.
entrevista
―Háblanos de tu primer libro publicado. ¿Cuál fue? —Se titula Finis Mundi. Es una novela histórica con elementos fantásticos. Se desarrolla en la Europa medieval, y tiene por protagonistas a un monje y un juglar que tratan de evitar la llegada del fin del mundo profetizada para el año 1000. Lo escribí a los veinte años más o menos; era la decimocuarta novela que escribía y la envié al concurso El Barco de Vapor sin ninguna esperanza de ganar. Pero resultó que se llevó el primer premio y salió publicada en la colección unos meses después. Es un libro que ha funcionado muy bien como lectura en colegios e institutos y que actualmente todavía sigue leyéndose mucho.
―Cuando se dice que los jóvenes no leen, ¿qué piensas? —Que debo de vivir en un universo paralelo o algo parecido; si los jóvenes no leyesen, de entrada, yo no podría dedicarme a esto. Es cierto que no todos los jóvenes leen; pero tampoco lo hacen todos los adultos, y nadie se rasga las vestiduras por ello. Repitiendo constantemente que los jóvenes no leen lo único que conseguimos es que aquellos que sí lo hacen se sientan como bichos raros. Yo estoy cansada de que se insista tanto en los adolescentes que no leen. Preferiría que empezásemos a prestar atención a los jóvenes lectores, porque existen, y merecen que se los tenga en cuenta en lugar de ningunearlos. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 45
Laura Gallego ―¿Crees que hay una distinción clara entre literatura juvenil y de adulto? ¿Dónde está la línea de frontera? —Yo creo que es una cuestión de preferencias. Suelo decir que soy una autora de literatura juvenil no porque escriba para jóvenes, sino porque los jóvenes me leen, porque conecto con ellos de forma especial. A un lector joven le interesan, en general, cosas diferentes de las que le pueden interesar a un adulto, porque están en momentos vitales distintos. Para mí, la literatura juvenil no es tanto la que se escribe para jóvenes como la que ellos prefieren, los libros que eligen como propios, los que despiertan más interés entre lectores jóvenes que entre adultos. Y ellos tienen el mismo derecho a leer que los lectores de más edad. No es menos lector, o menos persona, alguien de 15 años que alguien de 40. ―Te he oído explicar que tus obras no son fruto del azar, sino que las planificas cuidadosamente. ¿Cómo se da en ti el proceso de gestar y plasmar por escrito una novela? —Lo primero que hago es hacer un esquema de capítulos, personajes, tramas y subtramas..., y tomar nota de todo lo que sea relevante para la historia. Esto lo hago después de meses, o incluso años, de reflexionar y darle vueltas a la historia en mi cabeza. De modo que solo me siento a hacer el esquema cuando pienso que ya está madura y que yo estoy preparada para escribirla. Sobre ese esquema compruebo si hay partes de la trama que no se sostienen, si hay personajes que no tengo claros o aspectos que debería desarrollar más. Y sigo trabajando el esquema hasta que lo tengo todo claro. Es entonces cuando empiezo a escribir y, la verdad, voy bastante rápido, precisamente porque ya lo tengo todo muy pensado. Aun así necesito concentración, encerrarme en mi despacho para trabajar durante sesiones de varias horas seguidas. Sé que hay otros escritores que son capaces de escribir a ratitos en cualquier parte, incluso en un aeropuerto o en una cafetería, pero yo no puedo; tengo que centrarme en lo que hago para poder visualizar en mi mente las escenas que quiero escribir, como si fueran una película. De modo que el proceso de escritura de un libro es para mí algo muy intenso, que no puedo compaginar con otras actividades. Cuando termino la novela la reviso varias veces, y ahí sí que intento desvincularme de la historia para ser objetiva, una correctora, más que una creadora. Esa parte es la más pesada y aburrida, y también la más fría. Pero es necesaria. ―¿Has cultivado otros géneros, poesía, relato corto, teatro? —Alguna vez, sobre todo el relato corto. Pero me siento más cómoda escribiendo novela. ―Sé que la pregunta es muy típica, pero cada autor tiene sus motivaciones. En tu caso, ¿por qué cultivas la literatura fantástica? —Porque me gusta, como lectora, y también porque, como escritora, me da una libertad creativa que no encuentro en otros géneros. La fantasía es el universo de los mundos posibles. ―¿Te has planteado alguna vez tocar otros géneros? —Ya lo he hecho. Tengo publicada una serie titulada Sara y las goleadoras que trata de unas chicas que forman un equipo de fútbol. No son novelas fantásticas, sino realistas. 46
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Laura Gallego
―Personajes, trama, entorno imaginario: ¿qué tiene más peso en tus novelas? —Normalmente, la trama; después, los personajes y, por último, el entorno. Pero en algunas de mis novelas los personajes tienen más peso que la trama. El entorno me gusta cuidarlo, pero no olvido que no deja de ser el marco en el que se desarrolla la historia; no me gusta que las descripciones interminables entorpezcan la narración, ni tampoco que, en mi celo por desarrollar un mundo imaginario con detalle, me olvide de que estoy escribiendo una novela, no una guía turística. ―Algunas de tus novelas han sido trasladadas al cómic. ¿Cómo ha sido esta experiencia? ¿Qué ha supuesto para ti, como autora, ver puestas en imágenes tus historias y a tus personajes? —La verdad es que está siendo una experiencia muy bonita, porque estoy trabajando de forma muy estrecha con el guionista y con el estudio que ilustra los cómics. Me gusta mucho su estilo y cómo están planteando los personajes, los escenarios, las criaturas... Además, superviso cada página en diferentes fases: boceto, tinta, color... A menudo tenemos que recortar algunos diálogos, ir a lo esencial, y al mismo tiempo incluir mucha información visual en el guión. También me obliga a replantearme muchas cosas que en el libro no estaban. Por ejemplo, la ropa que llevan los distintos personajes. En los libros no se describe con detalle, pero los dibujantes necesitan tener una referencia. En conjunto estoy muy contenta con el resultado. El cómic de Memorias de Idhún está quedando espectacular. Creo que hemos acertado plenamente con el tono y el estilo del dibujo, y es muy fiel a los libros originales.
entrevista
―¿Se puede hablar de un leitmotiv o un tema o temas recurrentes en tus novelas? —Hay varios temas recurrentes que trabajo desde diferentes puntos de vista, como, por ejemplo, las relaciones entre seres diferentes, la percepción del tiempo, el destino, el conflicto entre naturaleza y tecnología, personajes duales (con dos personalidades o naturalezas diferentes), etc. A medida que pasan los años trato estos motivos desde distintos ángulos, o dejo de interesarme por algunos de ellos, o incorporo a mi obra temáticas nuevas. Todo esto es más fácil cuando escribes literatura fantástica, porque es un género en el que casi todo es posible.
―Y en cuanto a la literatura en Internet, ¿qué te parecen los foros, blogs y otros espacios como lugares para compartir lecturas? ¿Crees que, además de promocionar las propias obras, son lugares donde se puede aprender mucho sobre literatura? —Rotundamente sí. La lectura siempre ha sido un placer solitario, pero Internet hace posible que los lectores se encuentren y hablen de sus libros y autores favoritos. Se crean debates apasionantes, se le da voz a un lector que tradicionalmente siempre había sido un receptor pasivo. Esto es muy importante sobre todo cuando hablamos de lectores jóvenes que necesitan compartir experiencias. Cuando empecé con el foro y la web, la idea era que los lectores se comunicaran con el autor, pero me estoy dando cuenta de que es aún más importante que los lectores se comuniquen entre ellos. Cada vez estoy más convencida de que, una vez publicada la obra, el autor debe callar y dar la voz a los lectores. Por eso número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 47
Laura Gallego ya no valoro tanto Internet como un medio de comunicación entre el autor y los lectores, sino más bien como un enorme foro de debate donde se cede la palabra a los lectores, porque el autor ya ha dicho en su obra todo lo que tenía que decir. ―En cuanto al panorama literario extranjero, ¿qué acogida has tenido? ¿Crees que es difícil para los autores españoles abrirse camino en otros países? —Sí, es muy difícil, porque el peso del mercado anglosajón es muy grande y deja poco espacio al resto. Yo he tenido la suerte de que mi obra ha generado bastante interés en otros países, pero en un mercado editorial tan lleno de novedades es difícil abrirse paso. Mis libros funcionan mejor en países donde las editoriales que los publican han seguido una política de autor, publicando títulos míos de forma regular. Es así en Alemania, donde dtv me publica desde hace diez años, o en Francia, donde la editorial Baam ha apostado por mí y ha incluido muchas de mis obras en su catálogo. Es algo parecido a lo que ha pasado en España, donde me he abierto camino libro a libro, y no con un único título de éxito. Pero en otros países mi obra pasa más desapercibida entre toda la oferta literaria que hay. ―¿Qué te gusta leer ahora? ¿Hay algún autor o autores que te agraden especialmente? —Leo mucha literatura juvenil, fantástica y de ciencia-ficción, pero estoy abierta a todo. Y hay muchos autores que me interesan. Dado que leo muchísimo, los autores a los que sigo van variando con los años. ―¿Cómo ves el futuro de los libros? ¿Crees que los formatos digitales favorecerán la lectura y una mayor difusión de las obras literarias? ¿Qué crees que pasará con los libros en papel? —Ah, esa es la gran pregunta que todo el mundo se hace. Yo creo que todo nuevo formato debería ser bien recibido. Solo es otra forma de leer; lo importante es que las historias sigan ahí para que podamos disfrutarlas. En cuanto al libro tradicional, yo creo que en principio convivirá con los formatos digitales, al menos durante un par de generaciones más, porque aún hay mucha gente que prefiere leer en papel. Lo que pase más adelante ya no lo sé. Los tiempos cambian, y las preferencias de la gente, también. Lo que no cambia es el gusto por las buenas historias. ―Como autora, ¿te has planteado ensayar algo experimental, como escribir para dispositivos portátiles, o pensando en la literatura digital? —La verdad es que no, aunque sé que otros compañeros sí lo están haciendo. Pero yo me he formado como lectora con libros en papel, y por el momento es así como imagino mis historias. Pero quién sabe... quizá dentro de unos años tenga alguna idea o trama que resulte perfecta para un dispositivo digital. De momento no me parece que los añadidos y ventajas de la literatura pensada específicamente para estos dispositivos mejoren esencialmente la obra. Quiero decir que son novelas que, en su mayoría, funcionarían igualmente bien en papel. De momento solo hay casos muy contados de historias que no se entenderían fuera de un formato digital. Quizá con el tiempo haya un cambio de mentalidad y pase al contrario con las nuevas historias que se inventen; quizá ya no sean aptas para el papel y no puedan concebirse sin la tecnología digital. 48
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Laura Gallego
―Muchas gracias, Laura, por tu tiempo y tu amabilidad. Que sigas escribiendo y deleitando a tantos lectores, o más, que ahora.
entrevista
―¿Qué aconsejarías a los escritores noveles que buscan la manera de publicar sus obras? —Que no se obsesionen tanto con publicar y que se dediquen sobre todo a escribir. La primera novela que publiqué era en realidad la decimocuarta que escribía. Por supuesto que soñaba con publicar y ser escritora profesional, pero, si le hubiera dado tanta importancia, me habría rendido mucho antes de conseguirlo, porque me rechazaron nada menos que trece novelas. Escribir requiere un periodo más o menos largo de práctica y aprendizaje, no es una cuestión de talento, sino de vocación. Así que, si te gusta escribir, simplemente escribe. Si no dejas de escribir pase lo que pase, tarde o temprano escribirás algo lo bastante bueno como para ser publicado. Pero requiere tiempo, paciencia y esfuerzo.
Elisabet Licenciada en Filología Inglesa. Escritora de ensayo y ficción.
Laura Gallego García (Valencia, 1977) es una autora española de literatura juve-
nil, especializada en temática fantástica. Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Valencia y en 1999 ganó el premio El Barco de Vapor con Finis Mundi, una novela ambientada en la Edad Media. Tres años después volvió a obtener el mismo galardón con La leyenda del Rey Errante. Actualmente su obra publicada comprende más de veinte novelas juveniles y algunos cuentos infantiles, y ha sido traducida a dieciséis idiomas. Sus obras más populares entre los jóvenes lectores son Crónicas de la Torre, Dos velas para el diablo, Alas de fuego y, especialmente, la trilogía Memorias de Idhún. Recientemente ha obtenido el Premio Cervantes Chico por su trayectoria como autora de literatura juvenil. Acaba de publicar Donde los árboles cantan en la editorial sm. http://www.lauragallego.com número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 49
Revista Literaria PROSOFAGIA
Delfines en el Mediterráneo Foto de José Manuel Solana
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Las conversaciones de Formentor
Melusina
artículo
Las conversaciones de Formentor
Y yo pedí, grité, por favor, que no volviéramos nunca, nunca jamás a casa.
El Hotel Esta historia comienza en 1929, año que se recordaría como «el del Crack» financiero que culminó en una terrible crisis económica mundial, pero que fue también el año en que abrió sus puertas en Mallorca un hotel emblemático, el Hotel Formentor. Nada había antes en la península de Formentor, excepto bosques y calas a las que solo se podía acceder por mar; la zona era desconocida para la mayoría de los Terraza Hotel Formentor mallorquines, que entonces ignoraban el potencial turístico de su isla. El hotel se construyó gracias a la visión de un hombre excepcional, el argentino Adán Diehl, poeta, amante de las artes, amigo de la belleza y protector del paisaje y de la cultura. Quiso preservar intacta la naturaleza y, así, la posición privilegiada de ese hotel entre los pinos contribuyó a forjar el mito de Mallorca. El Formentor fue el lugar elegido por Grace Kelly y Rainiero de Mónaco para disfrutar parte de su luna de miel. El Príncipe de Gales y Wallis Simpson, así como Aristóteles Onassis, parece que llegaron hasta allí navegando. Además, por el hotel han pasado personalidades como Winston Churchill, Yasser Arafat, Simon Peres, Severo Ochoa, Le Corbusier, Agatha Christie, grandes actores como Gary Cooper, John Wayne, Peter Ustinov, Charles Chaplin y Audrey Hepburn, entre otros. A pesar de tanto glamour, no solo fue un sitio de recreo o descanso, sino también un lugar donde creadores, artistas y grandes escritores del siglo xx se reunieron para debatir, para pensar, para compartir o simplemente para vivir, y en ese remanso de tranquilidad pudieron encontrar lo mejor de sí mismos. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 51
Las conversaciones de Formentor La isla ya había fascinado a pintores como Anglada Camarasa o a escritores como Gómez de la Serna, Pla o Segarra; no es de extrañar que, apenas dos años después de la construcción del hotel, Juan Estelrich organizara lo que se llamó «Semana de la Sabiduría». Sin embargo, los encuentros literarios que marcarían toda una época como inolvidable nacieron en 1959, por iniciativa de Camilo José Cela, y se prolongarían hasta mediados de los 60. La represión de la época franquista y la llegada masiva del turismo cambiaron el panorama. Así fue como el sueño se fue apagando, pero quedó en la memoria y en el testimonio de los que lo vivieron. Y muchos años después se han podido recuperar los encuentros, y rescatar una historia que fue apasionante desde sus inicios.
La revista de Cela En 1954 Cela se establece en Mallorca con domicilio en Pollença, y allí le surge la idea de fundar una publicación que se llamaría Papeles de Son Armadans, revista que desde aquel apartado rincón consiguió ser internacional y llegar a todo el mundo literario. Para ponerla en marcha Cela mantuvo una enorme correspondencia con intelectuales españoles, tanto en el interior del país como en el exilio. Él tenía mucho don de gentes y una gran capacidad de comunicación; era tan insistente y tenaz que hasta convenció a Picasso, que era reticente a colaborar en algunas cosas. En enero de 1956 sale el primer número, donde cuenta ya con la colaboración de grandes nombres, como Gregorio Marañón, José Mª Castellet, Dámaso Alonso, Carles Riba, Rafael Sánchez Ferlosio... La revista saldrá cada mes, hasta que deja de publicarse en el año 1979. Dos años después de fundarla, Camilo José Cela es elegido miembro de la Real Academia Española. Junto con su director, Ramón Menéndez Pidal, intervendrá en unas jornadas literarias europeas en el Círculo Mallorquín, donde estuvieron intelectuales como Pedro Laín Entralgo, Gerardo Diego, José Mª Pemán o Julián Marías. Quizás fuera entonces cuando se le ocurrió otro proyecto, todavía más difícil que el de hacer una revista culta en un país en el que apenas se leía y donde apenas se podía respirar. Quería celebrar una reunión de poetas, alojarlos en un enclave señorial y recóndito para dejarlos durante unos días a su aire y hablando de sus cosas. El Hotel Formentor fue el paraíso donde pudieron encerrarse y debatir, con una libertad casi impensable en la época.
Las Conversaciones Entonces Cela invitó a mucha gente para unas Conversaciones Poéticas, que luego se ampliaron con el Coloquio sobre Novela. Allí mismo se acordaron las convocatorias de los tres Premios históricos: el Formentor, el Prix Internacional y el de Biblioteca Breve. Para situarnos en el ambiente de las primeras conversaciones, basta con ver la lista de asistentes que salió en la revista Destino, en un artículo de Josep M. Espinàs donde habla de «la invasión poética»: eran Dámaso Alonso, José Luis Aranguren, Carles Riba, Dionisio Ridruejo, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Blas de Otero, Joan Fuster, Carlos Barral, Gabriel Celaya, Carmen Laforet, José Hierro, José Vicens Foix, José Agustín Goytisolo, Baltasar Porcel, Néstor Luján y por supuesto, Camilo José Cela Trulock. Igualmente impresionante es el elenco que acudió en los años siguientes, después de fundarse los Premios: Víctor Seix, Gabriel Ferrater, Juan García Hortelano, Joan Petit, Giulio Einaudi, Cabrera Infante, Alberto Moravia, Giorgio Manganelli, Henry Miller, 52
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Las conversaciones de Formentor
artículo
Claude Gallimard, Dominique Aury, Monique Lange, Robert Graves, Elisa y Jacobo Muchnik, Marguerite Duras, Robbe Grillet... Es un cuadro apabullante, la crème de la crème de entonces y, entre ellos, dos que llegarían a ser Premio Nobel. Como no podía ser de otro modo, los debates fueron de primera categoría y se dieron momentos de gran intensidad literaria, donde se hablaba y discutía en casi todas las lenguas europeas. Pero, mucho más que los resultados y los Premios, lo que importaba era el clima de armonía y cordialidad. Fueron unas conversaciones muy educadas, muy intelectuales, muy maduras, donde se dio un diálogo muy fructífero entre las culturas del mundo. Ese fue el espíritu que tuvo el lugar. La importancia de lo que se habló, de lo que se premió, de lo que se programó, tuvo un reflejo en los catálogos de Seix Barral, de Ediciones 62, de Gallimard y de Einaudi, una influencia que marcó una estética literaria y cultural importantísima. Entonces los editores tenían mucho contacto entre ellos, y ya Italo Calvino hablaba de la idea de crear una red de conexiones culturales con continuidad en el mundo literario. De allí salieron unos programas editoriales de los cuales nos hemos alimentado durante 50 años. Se están rescatando ahora obras que editó Carlos Barral y que continúan siendo de una gran modernidad. Superan, quizá, todo lo que se está escribiendo actualmente. Mas no se trataba solo de charlar, de ser brillantes y muy inteligentes. También estaba el aspecto lúdico, el beber y pasarlo bien. Más tarde, en Barcelona, en ocasionales reuniones en casa de José Agustín Goytisolo o de Jaime Gil de Biedma, recordarían con nostalgia las sonadas borracheras, las noches blancas que con el tiempo se han convertido en míticas; como cuando Carlos Barral se obsesionó con hacer el amor a una estatua, una anécdota a la que aludirá Jaime Gil de Biedma en el famoso poema que abre y cierra este escrito. En aquellos años, que muchos definieron como «Los mejores años de nuestras vidas», todos ellos se realizaron como editores, como escritores, como críticos. Creían que se podía cambiar el mundo, no solo la literatura y la edición, sino también la política y la vida; entonces todo parecía posible. Aquellos fueron también los mejores años para los libreros y para los lectores, porque había un proyecto común, una voluntad de editar y de publicar buenos libros, que era una manera de cambiar el mundo. Ahora se sabe que los libros no cambian el mundo, pero quizás valga la pena seguir intentándolo.
Los Premios El Premio Formentor se otorgaba a una novela presentada por alguno de los editores que participaban, que era traducida y publicada simultáneamente por todos los demás; lo ganaron Juan García Hortelano, Dacia Maraini, Jorge Semprún y Gisela Elsner en su última edición (1964); a causa de la situación política española algunas obras no pudieron ser publicadas en España. El Prix lnternational de Littérature premiaba la trayectoria de un autor ya consagrado y de alcance mundial, y en él participaban editores europeos y americanos: Gallimard, Einaudi, Rowohlt, Weidenfeld & Nicolson, McCIelland & Stewart, Meulenhoff, Arcadia, Otava, Bonnier y Gyldendal. En su primera edición recayó en Samuel Beckett y Jorge Luis Borges. Compitieron también Nabokov y Gadda, y en los años sucesivos se premió a Uwe Johnson, Saul Bellow y Witold Gombrowicz. También en la isla se fallaron algunos Premios Biblioteca Breve, que se convocaron por la editorial Seix Barral entre 1958 y 1972. Se hicieron para «estimular a los escritores jóvenes y a la renovación de la literatura europea», pero fue concedido a número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 53
Las conversaciones de Formentor menudo a autores iberoamericanos; así en 1962 se premió La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, su primera novela; en 1963, al mexicano Vicente Leñero, y en 1964, otra primera novela, Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante. Pero aquella fiesta utópica no podía durar mucho en un país sin libertades ni derechos, donde la policía podía, y solía, estar presente en toda reunión. A Formentor acudían además periodistas de izquierdas, de L’Unità, L’Humanité o el Daily Worker, y por ello los Premios estaban muy mal vistos, aunque en el país casi pasaban desapercibidos y las notas de la prensa eran siempre muy breves. En el año 62 se presentó además la brigada político-social e interrogó a Jaime Salinas, a Carlos Barral y a Giulio Einaudi, el cual quedó muy marcado por la falta de respeto. Aquel año su editorial publicó una antología de la poesía de la resistencia española, lo que motivó que las autoridades franquistas le prohibieran en adelante la entrada. Por solidaridad con él todos los editores acordaron no volver a Formentor, así que el premio salió de España y tomó un carácter itinerante, desde Corfú a Salzburgo o Túnez, hasta el año 67 en que ya no se celebró. Además a Carlos Barral en el 65 le retiran el pasaporte y no pudo ya salir, como cuenta él mismo en sus memorias.
Las Converses del siglo xxi Muchos años después se ha logrado, en cierto modo, recuperar aquel lugar y aquel espíritu. Cada año, en septiembre, se celebran las Converses Literàries, que renacen en 2008 gracias al impulso del escritor mexicano Carlos Fuentes y que cuentan con el patrocinio de la familia Barceló como nuevos propietarios del Hotel, de la Fundación Santillana y del Gobierno Balear. Las Converses son tres días de intensos debates, donde se dan cita escritores, editores, críticos, periodistas, agentes y muchos nombres que suenan en el panorama literario actual. Los debates se articulan ahora bajo un lema. Así, en la segunda edición se indagó sobre «Geografías literarias». En 2010 sobre «Las máscaras del yo: memorias, biografías, autobiografías, diarios y blogs». En 2011 sobre «El futuro de la Converses Literáries a Formentor, 2008 novela: entre la crónica y la ficción». Los encuentros están muy bien organizados, el público acude desde la isla y desde fuera, las conversaciones son interesantes y el marco bellísimo e incomparable. Todo se confabula para que se manifieste la magia del lugar, para que reinen la armonía y la cordialidad, para que esas vivencias sean tan felices como las que inspiraron entonces al poeta a escribir: Predominaba un sentimiento de general jubilación. Abrazos, inesperadas preguntas de amistad y la salutación de algún maestro. […] 54
prosofagia - número 14 - diciembre 2011
Las conversaciones de Formentor
artículo
Y enseguida salimos al jardín, a la orilla del mar, entre geranios. En el pequeño pabellón bajo los pinos las conversaciones empezaban. […] De noche, la terraza estaba aún tibia y era dulce junto al mar, con la luna y la música difuminando los jardines. […] Fue entonces ese instante de la noche que se confunde casi con la vida […] Y yo pedí, grité que por favor que no volviéramos nunca, nunca jamás a casa. Por supuesto, volvimos […] pero, ¿por qué no admitir que fui feliz, que a menudo me acuerdo? En estas otras noches de noviembre, negras de agua, cuando se oyen bocinas de barco, entre dos sueños, uno piensa en lo que queda de esos días: algo de luz y un poco de calor intermitente, como una brasa de antracita. Fragmentos de Conversaciones poéticas, Jaime Gil de Biedma (Formentor, mayo de 1959).
Melusina
Melusina reside actualmente en Barcelona, ciudad que eligió después de haber vivido varios años en París, y largos periodos en Bélgica, Italia y Andalucía. Estudió Filosofía y Pedagogía, pero abandonó la universidad para dedicarse a las artes plásticas. Después de realizar varias exposiciones de pintura, probó también el mundo del cómic, la ilustración, la fotografía y el diseño, colaborando con algunas revistas. Mientras tanto se iba ganando la vida como secretaria, bibliotecaria y traductora, y leía compulsivamente. La vocación literaria le llegó bastante tarde y sin previo aviso. Empezó escribiendo varios poemarios y siguió después con dos e incluso tres novelas, inéditas hasta ahora: La secretaria del escritor (novela erótica), La niña astróloga (literatura fantástica) y El destino de Natacha (autoficción delirante). Ha editado el fanzine neo-dadaísta Tocino y Velocidad, y mantiene un blog llamado El Cielo Virtual.
número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 55
Bebiendo un perro en el Nilo al mismo tiempo corría. —Bebe quieto— le decía un taimado cocodrilo. Díjole el perro prudente: —Dañoso es beber y andar, ¿pero es sano el aguardar a que me claves el diente? ¡Oh, qué docto perro viejo! Yo venero tu sentir en esto de no seguir del enemigo el consejo. Samaniego, Félix María; El cocodrilo y el perro
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prosofagia - número 12 - febrero 2011
Bebés de cocodrilo, Cuba. Foto de José Manuel Solana
nĂşmero 12- febrero 2011 - Prosofagia 57 Revista Literaria prosofagia - nĂşmero 14 - diciembre 2011
Parque del Gran Cañón, ee. uu. Foto de Cesare Croci, CesareOne
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prosofagia - número 14 - diciembre 2011
L a c a n c ió n
La canción que va más allá
Julio Maruri
Poesía
que va más allá
número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 59
Estar aquí
Estar aquí
«La canción que va más allá» y «Estar aquí» son dos de los poemas que escribió Julio Maruri durante su retiro espiritual en el Desierto de Rigada (Cantabria) en 1959 (publicados en Algo que canta sin mí [Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes. Patronato Municipal de Servicios (u. p.), 1993], y de los que hoy mostramos aquí, en primicia, su concepción original, gracias a la generosidad del poeta. Pertenecen a una colección particular sobre el artista. 60
prosofagia - número 14 - diciembre 2011
Marismas del Odiel, Huelva. Foto de José Manuel Solana
Poesía Julio Maruri, poeta y pintor cántabro. Nació en Santander en 1920. Su largo periplo en el arte, pinturas y poemas, comienza en 1940 cuando escribe sus primeros versos, y en 1943 cuando conoce a Vicente Aleixandre e inicia, en 1944, su entrañable amistad con José Hierro. También en ese año publica en la revista Espadaña y forma parte de Proel. En los años siguientes llegarán Las aves y los niños (1945) y Obra poética (1957) (Pablo Beltrán de Heredia [ed.]), obtiene el accésit del Premio Adonais por su libro Los años (1947), expone (Saloncillo Alerta, con la presentación de Pancho Cossío), colabora en La Primera Semana de Altamira y en La Segunda Semana de Altamira, ingresa en el Carmelo Reformado (1951), participa en actividades culturales subversivas en Bilbao. Blas de Otero, Agustín Ibarrola, Alberto Sartoris, Ángel Ferrant, José Llorens Artigas, Willi Baumeister, Eduardo Westherdal... son algunas de las amistades que entabla durante ese tiempo. En 1958 recibe el Premio Nacional de Literatura. Para saber más de su vida y obra se pueden consultar: y la vídeo-entrevista realizada para ese mismo número y publicada en nuestra web. Prosofagia N.º 1
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Nevada en el parque del Buen Retiro, Madrid Foto de José Luis Jaime Cortés
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d e s p e d id a
cuento
La
La despedida
pedro
S
e encuentra donde me dijo, sentada sobre el muro de cerámica que rodea al viejo ficus, en la plaza de San Genaro. Aparco el auto y acelero el paso hasta llegar a ella. Tiene el cuello de la chaqueta alzado, las manos metidas en los bolsillos y el cuerpo encogido. La cabeza, caída hacia adelante, deja el pelo a merced de la ventisca que tira de él en todas direcciones. Parece extraviada en una de esas hendiduras que el dolor deja en el alma. Una farola cercana carraspea una luz pálida e intermitente; arrecia a nevar, y presiento que se acerca un frío aún mayor que el de la noche. —¡Ya estoy aquí! ¿Qué te ocurre? —Sé que no son horas, pero quería hablarte, despedirme. —¿Despedirte a las cuatro de la madrugada? ¿Adónde vas? No responde, permanece inmóvil, con la mirada sujeta en algún lugar del infinito espacio que se abre a sus pies. Apenas se le ven los pómulos, tan blancos como sus labios agrietados. —Mira. Hiciste bien en llamarme, pero deja que te lleve a casa, aquí, seguro que terminamos congelados. —¿Crees que nos espera algo después de la muerte? Es la primera vez que la veo tras el entierro de su marido. La sacamos del cementerio mientras enloquecida aseguraba que pronto se reuniría con él. Desde un principio la familia se hizo cargo de la situación y siempre permanecía alguien a su lado. Preguntar por Elena tenía una única respuesta: «Sigue igual: abrazada a la almohada que compartieron». número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 63
La despedida Felipe se había quedado dos meses atrás en una curva que no tomó a tiempo. El día se marchó dejando al muerto y a la viuda: vida y felicidad de seres queridos destruidas en un instante. Una semana antes del accidente coincidimos los tres bajo este mismo árbol, y nos sentamos en este mismo muro de cerámica. ¡Qué podemos esperar de la muerte, sino la impotencia y desesperación de quienes la contemplan! —Sabes que no creo en nada, aunque prometo hablar de lo que quieras si lo hacemos en tu casa. La inclemencia del invierno no es buena anfitriona. —¡Tienes razón! No pensé en ti. Se levanta y comenzamos a caminar en dirección al apartamento que compraron antes de la boda, a unos ciento cincuenta metros de aquí. Cuando los ayudaba en la mudanza dije entre bromas que era demasiado grande para los dos; respondieron que los hijos se encargarían de hacerlo pequeño. —¿Cómo estás? —pregunto, sin saber qué preguntar. Ella continúa sin alzar la cabeza, y yo sin encontrar la forma de que su pelo, atrapado en vientos, me descubra algún gesto en su rostro. —Para eso marqué tu número, necesitaba decirte que estoy bien, no debes preocuparte... En un principio no pude ver ni sentir más allá del sufrimiento. Me quedé sola: sin tierra, sin aire y sin sol; condenada al vacío que crece con la ausencia, y al tormento de una herida que nunca deja de sangrar; resignada a envejecer ajena al mundo... ¡Pero ya se acabó! La serenidad de sus pasos desafía al frío y la nieve, el tono de su voz, al desamparo y la tristeza. —Deberías creer —añade, al cabo de unos segundos de silencio. Alcanzamos el edificio y subimos la escalera hasta el primer piso. La puerta de la casa está abierta y desde el interior fluye un resplandor amarillo, cálido y acogedor, que invita a pasar. Al entrar los recuerdos me traen el olor de los muebles nuevos, de las paredes recién pintadas y la convicción de que mi amigo, como cuando organizábamos la casa, lo dejará todo para salir a recibirme. —Lo sientes, ¿verdad? Es tan intensa su presencia que soy incapaz de negarlo. Se me apresura el corazón con latidos que abren un abismo en mi pecho, y un escalofrío anticipa el pánico de caer en él. La miro sobrecogido, y al fin me encuentro con su cara: resplandece a la luz de una sonrisa. —Sí, es mi marido —dice—, está aquí, con nosotros. Intento controlar las emociones y analizo lo desatinado de la situación. Me he dejado arrastrar por el cariño de los años compartidos con ellos, por el pesar que me aflige, por la proximidad mental con el estado anímico de Elena. Debo sobreponerme. —No lo hagas —me advierte, avanzando hacia el dormitorio. —¿Qué no debo hacer? —Permitir que el temor te confunda, buscar una explicación para lo que no la necesita. Ven, mira. Se adentra en la alcoba, pretendo seguirla pero mis piernas no responden, se niegan a obedecer. —Cálmate, aquí no hay nada que no desees ver —asegura desde el interior. Tiene razón. Es eso lo que me retiene: la posibilidad de contemplar lo que no quiero. Sí, un miedo irracional me hace víctima de una angustia que me paraliza, que distorsiona mis sentidos. Un paso, luego otro, y otro más. Está sentada en la cama, abrazada a la almohada. 64
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La despedida
cuento
—Llegué a pensar que entre sus delicadas plumas perduraban parte de nuestros sueños, de nuestro aliento, de los besos que sobre ella compartimos; pero no, apenas retiene el aroma de lo que fuera el cuerpo de Felipe —dice, apretándola contra sí. Luego la deja a un lado, se levanta, y sin perder la sonrisa, añade—. He decidido marcharme con él. —¿Marcharte con él? ¿Qué pretendes hacer?... No, no voy a continuar con esto. —Está hecho. Solo ves lo que quieres. —Lo que quiero es ver que te recuperas, que no pierdes la serenidad... ¡Dios mío! Pero si es como la veo: embriagada por la paz que a mí me falta. Aciaga la suerte que se complace en semejante destino. Algo se mueve a mi espalda. Casi imperceptibles, los ruidos se transforman en sacudidas que recorren mi nuca proclamando el frío de una realidad que aún no puedo precisar; pero que está ahí, obsesionada en manifestarse, y no lo podré impedir haga lo que haga. —He de irme, la noche me aguarda tendida en su lecho de nieve. El resplandor amarillo cede a una penumbra urdida por las dudas y la imagen de Elena se precipita en las sombras del invierno. —¿Diego, eres tú? —preguntan, colocando una mano en mi hombro. Me giro sobresaltado: es Emilio, el padre de Elena. —¿Qué haces aquí? ¿Y mi hija? —La puerta estaba abierta, me llamó hace un par de horas, quería decirme... ¡No puede ser! Ahora comprendo sus palabras. Rápido, avise a una ambulancia y envíela a la Plaza de San Genaro. Le espero allí. Bajo la escalera a saltos y salgo a la calle con la esperanza de que todo sea parte de una pesadilla. Corro hacia la plaza mientras en mi cabeza retumban sus palabras. «Está hecho. Solo ves lo que quieres.» La encuentro donde al principio, sentada sobre el muro de cerámica que rodea al viejo ficus. El cuello de la chaqueta alzado, las manos metidas en los bolsillos y el cuerpo encogido; la cabeza caída hacia adelante, y la mirada sujeta en algún lugar del infinito espacio que se abre a sus pies. Me gana el llanto, y mis lágrimas resplandecen a la luz de una sonrisa.
pedro
pedro Nacido en Santa Cruz de Tenerife, Canarias, tan al sur de España que está fuera de su mapa, entre senderos que sortean volcanes y caminos que se pierden en horizontes de mar; cerca del corazón de la tierra, y de nubes que se pueden tocar. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 65
Ă rbol drago, Islas Canarias Foto de Daniel Seller
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Natalia Rubio (Natts)
cuento
S i n h a bl a r
Sin hablar
O
curría todos los días a las diez y media. La cena llenaba el asiento vacío de espirales de humo, hasta rendirse en un silencio frío que duraba horas. Ocurría, día tras día, porque ni el filete con guarnición ni la cocinera dudaban de que él viniera. Y venía, pero tarde. La cocinera lo escuchaba acostarse en el otro extremo, siempre rodeado del mismo olor. Sentía el reproche pinchándole los labios, como la punta del cuchillo que utilizaba para partir el filete de él en trocitos más digeribles. Digeribles, como su soledad. Y como aquel reproche que acababa tragándose de mala gana, para despertar al día siguiente con ardor y ver que, de nuevo, él ya no estaba. Pensando en su regreso bajaba al mercado y pedía una porción de carne idéntica a la del día anterior. No despegaba los ojos del cuchillo mientras este partía la pieza con un golpe seco y quedaba clavado en la tabla. —¿Algo más? —No. A menudo aquella era la única palabra que articulaba en todo el día. Después de abrazarse al humo y acostarse con los ojos llorosos, por mucho que le sangrasen los labios, al final se dormía sin hablar con él. Era la mañana quien ventilaba la estancia viciada e iniciaba una nueva espera. —¿Lo de siempre? La cocinera asintió. Le respondió el golpetazo del cuchillo sobre la tabla, seguido de unas pequeñas salpicaduras en el delantal del carnicero. —¿Algo más? Ella no respondió. El cuchillo emitió un destello antes de regresar a su soporte. —¿Algo más, señora? Se fijó en cómo la sangre goteaba. —Lo siento, no… número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 67
Sin hablar La cocinera sacudió la cabeza y salió sin recoger la bolsa que le ofrecía el tendero, preguntándose por qué razón había pedido disculpas. ¿A quién? ¿Para qué? De nuevo aquel reproche pinchándole. Nervios al pelar las patatas y recordar que aquella noche no habría filete, ni tampoco humo. Demasiada presión al sumergir la lechuga en el balde de agua, salpicaduras inofensivas… o no. Llevó el cuchillo consigo durante todo el día, también al dormitorio. Se acostó echando de menos el humo. Echándolo de menos a él. Eran más de las tres cuando se tumbó a su lado. Desde hacía varias horas el reproche había traspasado los labios de la cocinera y se encontraba ahora en su mano derecha, oculto bajo la almohada. Él, hediondo, gruñó mientras tiraba de las mantas. El golpe fue seco, como el del cuchillo sobre la tabla. La cocinera cerró los ojos y relajó las manos en torno al arma que había hundido en su propio vientre. Había decidido que aquella noche tampoco hablarían, dejando la pelota en el tejado de mañana. Si para entonces lo habían olvidado todo, tal vez la espera no tendría final.
Natalia Rubio (Natts)
Natalia Rubio (Natts) «Siempre me ha gustado viajar. Si no puedo coger un avión, encuentro algún libro que me lleve. Y si ningún sitio me parece atractivo, lo escribo y voy allí cuando quiero.» http://cutthesewordsandtheywouldbleed.blogspot.com/ 68
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Sin hablar
cuento
Chumbera, Lanzarote Foto de JosĂŠ Manuel Solana
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Cocodrilos, Isla Mauricio Foto de José Luis Jaime Cortés
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revisited
cuento
Caín
Caín revisited
zoquete
¿E
s que este, mi hermano, acaso no siente, acaso no duda? ¿Es que es únicamente un muñeco dócil, un espantapájaros a merced de la calidez solar y caricias de nuestros padres? ¿Es que no sufre la rebeldía de reclamar una identidad propia, un papel indiscutiblemente único, singular, aun poniendo en juego el paraíso prometido? ¿Es tan solo una comparsa en un escenario idílico? Si de tal fácil manera se arropa uno en el colorido del día, ¿cómo distingue la noche sin la valentía de adentrarse en su siniestra oscuridad? Todo es plácido, sencillo, amable…, ¿qué necesidad hay de Padre? ¿Qué valor tiene la luminosidad de una fe sin el temor de caer en el tormento de una irreversible pesadilla? Esperanza, ¿para qué sin un riesgo a correr? Démosle sentido a todo esto. No deseo el cuerpo inerte de mi hermano. No deseo su fin, pero ¿cómo valorar una virtuosa vida sin la no vida que intimida, si el abismo es apenas una quimera? Es bajo el yugo de la amenaza que se impulsa la virtud. Me debato yo en este enjambre de posibilidades. Mi hermano no lo hace, ni tan siquiera lo imagina. ¿No corre sangre por sus venas? ¿Es la inocencia realmente una virtud o simple pereza? Cuanto más mortífero puede ser el impacto de mis acciones, más dolorosa se me antoja mi sumisión. Solo abriéndome a la capacidad de tornarme perverso, de hacer realidad mi más terrible lado oscuro, adquiere valor la capacidad de elegir, nos hacemos auténticamente humanos, individuos, legitimamos nuestra incierta libertad. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 71
Caín revisited No me mintáis. El libre albedrío no es un don innato. Se conquista manchando nuestras manos de sangre, con los crímenes más execrables, pues si los desterráramos de nuestras posibilidades, ¿no pasaría a tener una importancia mayor aquella inerte piedra capaz de hacernos tropezar hasta tres veces desde su inanidad? Debo ir a ver a mi hermano. Voy a regalarle su inmortalidad y, sobre todo, su auténtica libertad.
zoquete
zoquete Fui esclavizado al oeste de El Aaiún con cinco años, pero mi labia me permitió conquistar el favor del negrero bereber que pretendía vejarme, que pronto prefirió verme lejos, aunque fuera a lomos de su Mercedes SLS. Abducido por seres de otra galaxia, escupido de su nave por razones ignotas, fui digitalizado sin piedad por un adolescente baneado por su novia, para después ser enterrado entre los bytes de La Tribu 11. Y allí sigo, buscando la puerta de salida… Quizás sospechen ustedes que esto no tiene por qué ser necesariamente cierto. Si lo prefieren, pueden imaginarme sentado en una cafetería, ocupando una mesa y emborronando servilletas durante interminables horas tras pedirme un café, en ocasiones una Voll Damm, dependiendo del momento del día del estado de ánimo. Una imagen más bien aburrida, francamente aséptica. Se me antoja que menos real. http://hurgallo.blogspot.com 72
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Caín revisited
cuento
Cocodrilo, Cuba
Foto de José Manuel Solana número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 73
Cigüeña y su retoño, Zamora Foto de José Luis Jaime Cortés
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El niño de los lazos
los lazos
Poesía
El niño de Delia Aguiar Ha vuelto a hacerlo, ha vuelto a recordarme lo encerrada que me tengo, la turba de balcones que me trepo para que nadie llegue a mi verdad, para estar en el equidistante disimulo de ser como todos. Ha vuelto a recordarme lo camaleón que me vuelvo para no asustar al muerto, lo muerto que me vendo, lo poco que me digo para no herir al que quiero. Ha vuelto a no darme tiempo, a sacar las esquinas en mi sábana bajera llamada cortesía, a gritarme que pregunto lo que esperan, que pierdo siempre en el partido de los ojos. Ha vuelto a decirme no te prestas, te conviertes, ha vuelto a exigirme, sin decirlo, que me sea. Ha vuelto a recordarme que agujeros, que viajes, que todo espera por uno, que me abraza cuando quiere porque sabe, que sintiéndole ajeno es edificante, que lo libre se le ofrece, que es el niño de los lazos el que dice venga, vamos, y luego se confunde, se acelera.
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El niño de los lazos
Ha vuelto a recordarme que es mediano en bondades pero grande en soliloquios, que anda por el mundo molestando territorios, que interpela y rompe edades, que lograrse no es sólo hacia dentro. Ha vuelto a recordarme aquel intento, lo imposible de comunicarnos hasta que no cambiemos, hasta que no verbalicemos nuestra esponja ni crucemos desnudos por el borde de los vasos; hasta no ser bebida consumida, y que nos hablemos, desde lo más oscuro de los esfínteres urbanos, casi desde lo más obsceno. Ha vuelto a recordarme que le quiero.
Delia Aguiar
Delia Aguiar
Nacida en Portugalete (Vizcaya) en 1973, aunque siempre ha vivido en Madrid. Licenciada en Filosofía por la uned. Actualmente trabaja en la tesis doctoral sobre Filosofía de la Religión. Ha escrito los siguientes poemarios: Nada era, Blochianismos, Auge del rodeo y El mar es mi pregunta. Ahora acaba de terminar el poemario: A qué llamamos pensamiento. Premio Antonio Villalba 2007 y Premio El Planeta de los Libros 2007, entre otros. http://deliaguiarbaixauli.blogspot.com 76
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El niño de los lazos
Poesía
Cigüeña y su retoño, Zamora Foto de José Luis Jaime Cortés
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Parque del Gran Cañón, ee. uu. Foto de Cesare Croci, CesareOne
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Manuel Pérez Recio (Nelo)
cuento
E l mu r o
El muro
M
edio depósito de combustible, cuatro cartuchos y una cerveza caliente. Suficiente para subsistir un día más. Pero no te preocupa demasiado, ya has escapado de la muerte en cuatro ocasiones en lo que va de año. ¿Quién te iba a decir que el sótano de aquella granja abandonada era un auténtico búnker, con comida y bebida para varios meses? Y luego el Mustang rojo, con la tapicería de piel blanca, aparcado en la cuneta, y con las llaves puestas. Eres un tipo con suerte, un protegido del azar. Pierdes la mirada en el horizonte policromado: la carretera parece un interminable río de lava; el cielo, una inmensa losa de mármol blanco, veteada de nubes rojas y rachas de humo gris; y entre ambos la inestable elipse de luz en que se ha convertido el sol. Tratas de no pensar en nada, de olvidar todo lo vivido, cuando de pronto sientes algo húmedo, viscoso, en el labio superior. Palpas: no parece sudor. Miras tu dedo: es sangre. Abres la guantera y comienzas a buscar algo con qué limpiar tu nariz. Justo en ese instante, suena la radio. ¿Es posible?... Sorprendido, casi asustado, ajustas el dial. ¡Vamos, vamos…! «Buenos días, ciudadano de N. T. Para ti, Radio Esperanza, la mejor música de la historia», anuncia una voz aterciopelada, ambigua. ¿Se trata de un hombre o una mujer?... Imposible saberlo. A continuación, suena The End, de The Doors. Sonríes eufórico. De nuevo el azar juega a tu favor. ¡Sí! Golpeas el volante con ambas manos para celebrarlo. N. T. solo queda a media jornada. Ya tienes un destino, una meta. Y, lo más importante: no estás solo. Quizá puedan ayudarte, explicarte lo que ha sucedido. Hay tantas preguntas sin respuesta… número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 79
El muro Anochece. La misma aurora boreal de ayer, un inmenso tapiz esmeralda a pinceladas violeta. Es un espectáculo fascinante, y al mismo tiempo aterrador. Sucede a menudo desde la última explosión solar, ¿hace ya dos, tres años?... Apenas unos minutos después comienza a descubrirse un extraño fulgor anaranjado sobre las montañas. ¿Las luces de N. T.?, te preguntas, de forma retórica. En tus ojos asoman lágrimas de esperanza. Aumentan rápidamente tus expectativas, tus ilusiones, tu ansiedad. Suspiras hondamente. Intentas relajarte, recuperar el ritmo de tus pulsaciones. Pero entonces, de forma súbita, la música termina. Tras una breve pausa, habla el locutor: «Buenos días, ciudadano de N. T. Para ti, Radio Esperanza, la mejor música de la historia». Suena The End, de The Doors. Frenas en seco. Es un bucle, solo eso... Una jodida grabación. El coche se desliza unas decenas de metros por el asfalto, antes de detenerse cruzado en la carretera. Paras el motor. Un fuerte olor a goma quemada invade el espacio que te rodea. Late con furia el corazón, palpitan tus manos, tus pies. Apagas la maldita radio y diriges la mirada hacia el asiento de atrás: la escopeta sigue ahí, aguardando una decisión postergada a diario, cada noche. No sabes qué hacer, cuál será tu próximo paso. Estás jodido, amigo. Por primera vez en mucho tiempo, el azar se ha vuelto contra ti.
Manuel Pérez Recio (Nelo)
Manuel Pérez Recio (Nelo), Valencia, 1970. Aficionado a la lectura, el
cómic y el dibujo creativo, dedica gran parte de su tiempo libre a escribir libretos, letras de canciones, artículos de opinión, relatos, novela... e ilustrar textos narrativos. https://sites.google.com/site/manuelperezrecio/ 80
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El muro
cuento
Parque del Gran Cañón, ee. uu. Foto de Cesare Croci, CesareOne
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Águila real en el cielo de La Engaña, Burgos Foto de José Manuel Solana
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Enola grain
Agustín Capeletto
cuento
E n ol a g r a i n
LL
aman su nombre, y siente que chapotea: desde chico, cuando está nervioso, empapa sus medias con sudor. Estudió toda la noche su discurso, lo repitió en voz alta varias veces, pero no hay caso. El hecho de presentar así el proyecto lo paraliza, le causa terror. Pánico. Es que parece una audición: le indican ingresar a una sala pequeña, excesivamente iluminada, con una silla para cada uno de los tres jueces que decidirán el futuro de la idea. Todavía no conoce quiénes serán, pero intuye que personas importantes, responsables. Cuando entran, siente que tiembla. Le tocan dos funcionarios de traje, que caminan apurados llevando papeles, y el General, con su mandíbula cuadrada y uniforme, camuflado. Se sienta, lo mira, sentencia: —Comience. Y él traga saliva y obedece de memoria: —Señores, buenas tardes, es un gusto conocerlos. No estoy aquí para relatar mi biografía: me presento en esta honorable institución de la República para mostrarles lo que creo revolucionará la forma en que peleamos nuestras guerras. No soy ingeniero, ni científico, ni intelectual, sino un ciudadano preocupado por la seguridad. Parece un robot, y al General le encanta, aunque no sonría. —Hace años que noto con horror un espíritu de época, una sensación general, un rumor que se asoma y argumenta que debemos desmantelar nuestra número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 83
Enola grain maquinaria bélica. Intentan boicotearnos desde adentro, infiltrar instituciones, enseñar a Gramsci. La oposición crece, y con ello sufre la imagen de nuestras fuerzas armadas. Aunque tengamos razón, aunque propaguemos valores y democracia, aunque derroquemos dictadores, intentan sabotearnos. Y lo logran: los más jóvenes, nuestros potenciales soldados, creen injusto invadir un país que lo merece. ¡Injusto! La adrenalina pausa el cassette y lo obliga a improvisar. —¡Injusto es que mi hijo escuche reggae! La generación que viene, señores, estimados, funcionarios, General, está podrida. Desde la raíz: un olor a sahumerio pacifista que nos inunda y satura las narices de los ciudadanos preocupados. Necesitamos otro enfoque, y es eso lo que vengo a presentarles en esta audiencia, que agradezco. Lo que debemos desmantelar es el argumento antibélico: las pérdidas humanas colaterales. Todos en esta sala conocemos los sacrificios que deben hacerse en una guerra, y lamentamos las pocas muertes civiles… pero a ellos no les alcanza. Ah, no, ni un poco: por más cañón preciso que desarrollemos, por más innovador láser guiado por satélite, seguirán protestando con sus carteles y pelos frente a edificios como este. Es común que el Gobierno otorgue ese tipo de audiencias: son días libres para los funcionarios, que de paso disfrutan de lo absurdo de sus representados. Así parece que trabajan y que les interesa el contacto con el pueblo, por más demente que lo crean. Además, cada tanto aparece una buena idea. —Lo que propongo, sin más, compañeros, es la metralla ecológica. Aclaro, de nuevo, que no soy ni ingeniero ni científico: como mucho un entrepeneur. Lo que sale de su boca no es francés ni por asomo, pero al menos lo intenta. —Ecometralla, si me permiten. Es una forma distinta de pensar bombas. Con las tradicionales, pedazos de metal se disparan en la explosión y se encargan de la destrucción y los daños colaterales. Mi propuesta, entonces, señores: reemplazar el metal por semillas. De todo tipo, las que más les gusten, aunque preferentemente macizas. Las de girasol son las que mejor reaccionaron en mis pruebas a pequeña escala, pero estoy seguro que ustedes encontrarán mejores alternativas, económicas. La metralla ecológica transforma a las victimas colaterales en abono para las generaciones futuras. Los funcionarios se miran entre ellos, y uno tose al comenzar a hablar. El General levanta esas cejas y no escucha, no puede: de pronto, se inunda la sala con ruidos de motores a hélice que había olvidado, y con el estallido de baterías antiaéreas que apuntan directo a su avión y quieren comerle las alas. Se encuentra de repente al mando del Enola Grain, el bombardero designado para probar ese nuevo tipo de arma, esa forma alternativa de concebir las guerras. Se bambolea y golpea contra las costillas de metal del fuselaje, pero sonríe por primera vez en años. Está feliz por ser el primero, por tener el honor, el privilegio de comprobar la ecometralla a escala masiva. Y el zumbido, ese zumbido hermoso que sigue al botón de descarga: los habitantes de la ciudad ni se lo esperan, 84
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Enola grain pero no importa, realmente no importan: una explosión, y millones de semillas que salen disparadas en todas direcciones y rompen vidrios, disparan alarmas, penetran carne: es una masacre vegetariana, con calles tapizadas de abono fresquísimo, con el miasma y la podredumbre que se mezclan en un jugo perfecto, en el caldo de cultivo ideal para que crezca ese bosque de girasoles, esos campos de maíz, esa siembra de soja. No podrían pedir más. Y todo eso, en un segundo, mientras intenta disimular bajo la mesa una tremenda erección.
Agustín Capeletto
Agustín Capeletto nació en 1986 en Santa Fe, Argentina. Cursa la carrera de Comunicación Social y es editor de la revista Phone users. Ha publicado, en no-ficción, los libros Intercambio de archivos en Internet (2005), Entretenimiento digital (2006), Banda ancha exprimida (2006), para la colección Dr. Max Express. Posee tres octavos de genes suizos que sublima obsesivamente en su literatura y afirma caracolear por los senderos cuentísticos de la mano de Céline, Carver, Salinger, Saki, Borges y de su amigo personal: Kafka. Hasta el momento ha publicado sus cuentos en diversos foros, con el seudónimo de Forke, y en 2007 participó en la Serie Demo #003 (Z Ediciones). Ha sido uno de los fundadores de Prosófagos. http://www.intentosliterarios.com.ar número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 85
Catedral de Tuy, Galicia Foto de JosĂŠ Manuel Solana
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Acecho en la Catedral
la Catedral
cuento
Acecho en
Fernando Castellano Ardiles (Gothian)
F
Ciudad de México, enero de 1895
río intenso y humedad envuelven la capital. La Plaza de la Constitución rebosa vida: vendedores ambulantes, viajeros, indigentes, malabaristas. El bullicio es atravesado por la música del quiosco y el tañido de las campanas. El teniente Gilbert Meinl, enviado por el gobierno alemán, acecha al espía que debe eliminar en suelo mexicano. Tras dos días de cautelosa persecución se le presenta un escenario inmejorable. Serpentea entre la multitud, aísla distracciones, prepara la embestida. El espía azteca camina hacia la Catedral. Los fieles, en lenta procesión, se agolpaban ante las puertas. El teniente acorta distancias; teme perderlo en la ola de gente. Unos cuantos palmos, casi percibe su olor. Su respiración se agita ante la posibilidad de acuchillar a la presa. Desliza la mano sudorosa entre sus ropas y empuña la daga. Lamenta no llevar puestos los guantes, pero no es momento de reflexiones: objetivo, oportunidad, ejecución. La entrada empieza a descongestionarse. El aire helado lo espabila. Llena sus pulmones, concentra la fuerza, tensa los músculos, pero alguien tira de su brazo en el último instante. Un niño descalzo le pide caridad. La ocasión se ha esfumado. El espía se santigua frente a una capilla lateral, franquea un acordonado, y continúa por un pasillo solitario. Gilbert titubea. «¿Me habrá descubierto?», reflexiona; pero, tras un rápido análisis de los sucesos del día, desecha la hipótesis. Consciente de que cualquier segundo puede ser decisivo, ingresa al corredor. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 87
Acecho en la Catedral Las paredes engullen la luz a cada paso. El alemán avanza con la seguridad socavada, siguiendo el sonido de las pisadas que se adentran en un laberinto de bifurcaciones y recodos que propaga ecos confusos. Al poco tiempo, la certeza de escuchar pasos provenientes de distintas direcciones lo obliga a detenerse. Incertidumbre, sugestión, nervios mellados. Los ecos se esfuman, los sonidos cesan. Gilbert contiene la respiración. Quietud. Extrae la daga e ingresa por la primera puerta que encuentra. De espaldas contra la pared, con el cuchillo en ristre, intenta controlar su ritmo cardíaco para percibir cualquier movimiento. No obstante, el silencio se espesa. Un nuevo ruido le da esperanzas: pisadas vacilantes. «¿Se habrá extraviado? ¿Intentará recomponer su camino?», piensa, cuando a un par de metros observa un resplandor repentino: un clérigo de edad avanzada enciende las velas de un candelabro. —Hola, teniente —le dice en alemán—. Veo que todavía no encuentra lo que busca. —¿Quién es usted? —Un sacerdote. ¿No le parece obvio? —No juegue conmigo. El cura le acerca una silla. —Vamos, hablemos un poco. «¡Huye, huye ya!», le ordena el instinto. Gilbert, sintiéndose acorralado, busca una salida, pero un dolor agudo en el cuello, y una garra aprisionando el brazo con que sostiene el puñal, lo neutralizan. —No haga ningún movimiento brusco, teniente —dice el sacerdote. Despojado del arma se sienta frente al clérigo. El cuchillo le es retirado del cuello. La respiración de su captor le horada la nuca. De entre las sombras surgen siluetas que se materializan como jurados dictando sentencia. Una extraña placidez lo invade con la certeza de que morirá en ese lugar. El sacerdote le habla, Gilbert ve su rostro deformándose mientras articula las palabras, pero ya no lo escucha, la voz de sus pensamientos lo aísla. El recuerdo de su abuelo lo reconforta; se despidió de él antes de embarcarse hacia América. Luego de meses de viajes y persecuciones llega el alivio con el cuchillo que atraviesa su pecho.
Gothian
Fernando Castellano Ardiles (Gothian) escritor latinoamericano de cuento y novela.
http://lectofobia.blogspot.com 88
prosofagia - número 14 - diciembre 2011
Acecho en la Catedral
cuento Claustro de la Catedral de Tuy, Galicia Foto de JosĂŠ Manuel Solana
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Atardecer en el parque del Buen Retiro, Madrid Foto de José Luis Jaime Cortés
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hermano M iguel Á ngel
Poesía
A mi
A mi hermano Miguel Ángel
Lola Vicente
Mira que sobrellevo muerte sobre la entraña y jamás cuchillada, tan fría como el hielo de locura angustiosa, me asestó con más saña. Estoy rumiando el tono de la voz de mi anhelo ¡Miguel Ángel del alma!, por todo lo sufrido, que en suma es el calvario de humano desconsuelo. Que no me callo, amor, que es cierto tu chasquido. Amor, que no me callo. Pero detén el paso: ¡contente, pensamiento!, sujeta el alarido. Que la vida es, a veces, soledad y es ocaso. Pudieran tempestades desatar mi elocuencia, pues se muere de pena y, a veces, por fracaso. Aún siento el aleteo de su afónica urgencia del viernes veintinueve, tan grave y tan fatal. Quedé desconcertada, pero él, su inteligencia, número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 91
A mi hermano Miguel Ángel
él, que sólo quería limar el vendaval, articulaba ideas de aliento y fortaleza y me regaló calma serena y natural. Es un bronco sombrío quedar sin su nobleza, un súbito sarcasmo en el acontecer, es la realidad negra de la burda crudeza. Yacen sobre la tumba cenizas que sorber: que encanezcan los campos, que oscurezcan al viento, que las piedras la empapen hasta hacerlo volver. Quisiera ir a buscarlo. Deseo un argumento, exijo que prosiga... Y bulle mi oleaje rebosando cascadas de niebla y desaliento. Fue noble, inteligente, de excelente andamiaje. Bien supo el consistorio de su eficaz tarea. Lo amaron sus amigos, fue austero y con coraje. Quienes lo conocieron saben que centellea y que era coadyuvante como es el abedul, que bajo los olivos su risa juguetea. Se ha marchado mi hermano por esa puerta azul que cubren las estrellas. Dignísimas pisadas atraviesan alturas livianas como el tul. Confío en encontrarlo por regiones soñadas regalando sonrisas. Que por su buen hacer El Señor le adjudique veredas delicadas. Que sus hijas emulen con creces su tañer.
Lola Vicente 92
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A mi hermano Miguel Ángel
Escritora y antóloga murciana. Es editora literaria en Cylea Ediciones. Trabaja como técnico de agricultura en la Junta de Castilla y León. Prepara las antologías de la colección de Cuentos para..., junto con el catedrático emérito de universidad, D. José López Rueda, escritor y poeta, en la cual colaboran con un cuento cada uno, además de las narraciones de varios e interesantes autores de lengua española, muchos de ellos naturales del lugar a que se refiere cada volumen. Tienen editadas en Ediciones Cylea cuatro antologías en prosa: Cuentos para Segovia (2007), Cuentos para Murcia (2008), Cuentos para Toledo (2009) y Cuentos para Granada (2011). En poesía ha editado una antología: Vuelo de pájaros, de su padre, el poeta Manuel Vicente. Lola Vicente es autora de los siguientes libros de poemas publicados: El eco de Cylea, Desde Manuel, Cuadernos de Salima: 1º Zéjeles de amor, 2º Haykus a Granada; Egelasta, Y yo también. Sus escritos figuran en antologías, revistas y otros diferentes medios.
Poesía
Lola Vicente
Atardecer en el parque del Buen Retiro, Madrid Foto de José Luis Jaime Cortés
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Cangrejos de mar, Tenerife Foto de PlĂĄsido
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J
Plácido Fernández González (Plásido)
oséPepe vestía curtido, percudido por el sol, la sal y el tiempo, pantalón y camisa blanca fajados a la cintura por un cinturón gastado. Sujetaba, en la comisura de los labios, una pequeña cachimba que encendía acercando, a la cazoleta, la llama de un viejo zippo y halando, jalando por su boquilla el aire. Un hombre baqueteado de manos callosas, ásperas, gruesas y fuertes, que desprendía un entre rancio y limpio perfume varonil, mezcla del olor corporal, aroma de tabaco y mar. Sentado a la sombra, en el patio de su casa, JoséPepe traquinaba1 con los aperos de pesca, «el tambor» así lo llamaba, un esqueleto cilíndrico recubierto de malla metálica; anudaba anzuelos; o simplemente descansaba y fumaba; luego se levantaba y cargaba la pandorga, un cazamariposas enorme para peces, que reparada colocaba junto a largas cañas flexibles ligeramente arqueadas por la tensión del sedal trabado en la base. Doña Aurelia, su mujer, en contraste con él, vestía de negro. Delicada, frugal, tocada por una pañoleta que remarcaba su cara, sus arrugas amables. Por frugal era una mujer hacendosa; por hacendosa querida; por querida adorable. La infancia es el mejor regalo que me dio mi madre. Logró llenarla de imágenes indelebles y sensibles. Imágenes que se han mantenido fuera del tiempo y el espacio en que se dieron. La infancia nos marca el camino a seguir, cueste lo que cueste, malo o bueno, cuando tiernos abrimos los ojos y la vida nos impresiona para siempre. La infancia es la patria del escritor y me es tan grata como el agua. Me sentaba junto a él para observar sus manos, para oler su atractivo de hombre viejo y de mar. Sus nietos habían emigrado a Venezuela y solo una nieta le quedó, postrada en una silla de ruedas, inhabilitada para todo trabajo manual; esas ausencias hacían que fuera yo a quien dedicaba su cariño de hombre experimentado y paciente. Su casa fue ganada a la montaña cuando el padre, desde el pueblo más cercano, las temporadas de buen tiempo, se llegaba a la costa para sacar algún beneficio de la mar. Excavó, la cueva, junto a otras que servían de refugio a los hombres que constituirían el primer núcleo de población de esos parajes soleados. De él aprendió el oficio: a bogar, a rastrear la pesca, a lanzar las pandorgas, a mantener vivos, en la tierra húmeda, y a colocar en los anzuelos, a los gusanos, a capturar a la peligrosa «morena» que se enrocaba, para no dejarse, y que cuando se la sacaba se volvía agresiva y capaz de arrancar un dedo, de un mordisco. Luego, cuando fue un joven talludito y decidió casarse, se instaló en ella, en la cueva, con doña Aurelia, que allí tuvo a su única hija, Carmen. JoséPepe repelló sus paredes, archetó los techos, dividió con tabiques y configuró su casa. Era antigua, fresca,
cuento
JoséPepe
JoséPepe
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JoséPepe con dos habitaciones, la cocina y un dormitorio. Un patio central cerrado por un muro, con una puerta, segregaba la casa de la calle, donde ella, por un ventanuco, asomaba su cara a las visitas. Él fue de los primeros en ganarse la vida con la pesca, cuando ya, en las faldas de la montaña, se habían excavado otras cuevas que terminaron conformando una calle y convertir aquel entorno en un pueblo de pescadores. Y entre otros el religioso recuerdo del cabecero de hierro de su cama sobresaliendo de una pared excavada en la montaña, el cuarto interior donde dormían. El triunfo de esos hombres, de JoséPepe, fue la existencia, justo al terminar las faldas de la montaña, de una playa coqueta, recogida y apartada de la furia de la mar, un refugio de pescadores. Los carpinteros de ribera, atraídos por las condiciones inigualables del lugar y establecidos junto a ella, dieron en construir lanchas, barcos de pequeña eslora, que bajo techos pajizos pasan días y días mientras eran calafateados y pintados. JoséPepe adquirió una a la que puso de nombre LaNovelera. En ella se alejaba y decía, de ella, tener ansia por meterse en la mar, que era más de agua que de secano, amiga de novedades y novelerías. La trataba como a una hija, la quería y la cuidaba, como si fuera una extensión más de su cuerpo —pienso—. Pintada de blanco, con un fileteado de color azul sobre la borda y otro de color rojo, en la línea de flotación, de una eslora de unos cuatro metros y una manga de algo más de un metro, perfectamente calafateada, apenas si hacía agua; navegaba tanto de proa como de popa, ¡tenía dos proas!, y que JoséPepe impulsaba con unos remos largos sujetos por la «chumacera», un espárrago que sobresalía de la borda, también de color azul. La infancia trufó de recuerdos la memoria, esa caja de donde extraemos lo que fuimos cuando fuimos y dejamos, inocentes, que nos marcara, la vida, los rasgos que lucimos hoy y que nos mantienen serenos frente al destino. Cuánto disfrutábamos sin más sentido que el placer de vivir, cuánto sabíamos por ese entonces, que no sepamos hoy y que no nos amordazaba. Ser tímido no era una desgracia, muy al contrario era una gracia que permitía ser, sin pensar en que éramos observados como lo pensamos hoy cuando las miradas dictan nuestro destino. JoséPepe, lentamente, a la hora del mediodía, bajo el cálido sol, llegaba a la orilla de la playa a bordo de LaNovelera, bogando, bogando…, era un sueño; integrado en el paisaje, bogando, bogando…, con sus remos largos, serenamente, deslizándose sobre las plácidas aguas. Entonces dejaba mis juegos de niño que hacía castillos, que ahondaba agujeros quizás intentando hacer uno tan hondo que cupiera toda el agua de la mar, y lo esperaba, como a un abuelo que era pescador, para verlo saltar de su buque, ágil, viejo. Solían los parroquianos ayudarse en las labores de arribada. Sujetábamos a LaNovelera mientras daba rebuznos con las olas hasta que él, con los pantalones remangados hasta los muslos, saltaba y la sujetaba por la proa. Aprovechando el impulso, colocaba bajo la quilla esteos2, transversales a la quilla, que impedían que se hundiera en la arena, y la sacábamos a tierra. Yo me encomendaba el trabajo de recibirlos en la popa cuando esta los dejaba libres y llevarlos corriendo a la proa para seguir avanzando. Luego, cerca de la orilla, sostenida sobre burras laterales de vieja madera maltratada por el salitre y el sol, quedaba sobre la quilla erguida, firme. Entonces se abría para mí, mejor, a los sentidos, un mágico espectáculo de color: sobre el fondo de la lancha una alfombra de pescados verdes, rojos, grises, lilas, que brillaban gelatinosos. JoséPepe sacaba de uno de los tambuchos de LaNovelera una balanza con platos de cobre junto a unas pesas, también de cobre, cilíndricas, que se asían por un pezoncillo, «a mí deme kilo y medio de viejas…, cuánto pesa esa morena…, yo quiero diez 96
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JoséPepe
cuento
caballas pequeñas, por favor». Una de esas voces era la de mi madre. JoséPepe me dejaba coger los pescados que entre las manos se resbalaban y mientras vendía todo el que podía y terminaba de recoger del fondo el que ya nadie quería para llevarlo a doña Aurelia. Terminada la venta empujábamos a LaNovelera a donde la pleamar no la alcanzara, y a duras penas, le cargaba cubos de agua transparente de la dorada orilla para terminar y dejarla limpia y arranchada. En la infancia, el color, el olor, el mar marcaron para siempre mi vida, el recuerdo de mi madre envuelta en su pareo, sus ojos ocultos por gafas de sol, hacían que aquella playa de pescadores surgiera bajo el sol del sur, ideal; donde la energía quedaba contenida en su forma sin ser forma, y forma solo fuerza, belleza. La casa; la cueva de JoséPepe; sus aperos de pesca; él y la cachimba en sus manos; la fina arena de la playa, a veces gris, a veces dorada; aquella lancha, LaNovelera cuidada y querida; el color de la pesca, el agua fresca de la mar barriendo los desperdicios de esta; mi madre; lucían bajo el sol y bajo un sino de vieja sabiduría ejecutada, hacía mucho tiempo, por aquel pescador, JoséPepe. 1.— Traquinaba: lenguaje coloquial. Trajinaba. 2.— Esteos: maderos cilíndricos.
Plásido
LaNovelera
Plásido Trabajar en lo que me gusta junto a un staff de amantes de la literatura, de las palabras, de lo que está bien escrito, ha sido posible gracias a la Red, en donde Prosofagia ha emprendido un camino de aventura común (aún el más misántropo de los hombres necesita de la sociedad), un trabajo desinteresado con gentes de todas partes del mundo de habla hispana que se ilusionan con aquello que aman. Plácido J. Fernández González —Plásido—, nacido en La Orotava Tenerife, Islas Canarias, 1959, viticultor de profesión. FOTOBLOG: http://www.plasido.blogspot.com número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 97
Perrita en Viniegra de Arriba, La Rioja Foto de Natalia Rubio, Natts
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la Curadora
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D olores,
Dolores, la Curadora
Harvey
E
Para Alma Pellerito
n su primera vez cató carnes muy malamente. En la mancebía de la Dominga, con la Chata, que por aquellos entonces andaba de medio querida principal del señorito Gracián, con prisas y entre burlas y pullas de puta veterana. Rondaría Jacinto los dieciséis años, poco más o menos, y quedó triste. Tanto, tanto, que la tristura se le ató como verruga renegra y tozuda. Araceli, que era ya mocita de pretender, servía en la venta de sus padres, en el cerro de la Candela, antes del cruce a Pozuelo, y en cuanto le echó el ojo al tal Jacinto supo que era buen ganado: percha grandota, boca para decir justo lo que había que decir, trabajador el primero, bonita risa pero muy costosa, y dulce acariciador de perros. Araceli, desde chica, aprendió a destapar el corazón de los hombres según cómo trataran a los perros de la venta. Los que les repartían patadas o achuchones, los quemaban por el gusto de oírlos chillar, o los manoseaban para salpicarse ternuras mientras rondaban a alguna moza, antes o después, salían con alguna porquería muy pregonada. El Alfonso Vara, el aborto que puso floja de piernas a la Gandía. El Lorenzo Romero, que mató a su hermano en una disputa por el cortijo en herencia. El Antón Potas, que ahogó por cuernos a Doñita, pero que ni tocó al torero, el señorito Gracián. El Abelardo Becerro, que se metió a cura, y el Martín Vega a bandolero torcido y robador de pobres. Los que ni frío ni calor, los más, las almas corrientes que manda Dios tenemos que ser: como su padre, el ventero Pereda, o don Trujillo, el médico, o el número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 99
Dolores, la Curadora guardia del coto, o Muñoz, el del colmado, que daba de fiar sin mandar pasar a la trastienda a cobrarse adelantos. Y los que tentaban con cariños a las personas de a cuatro patas que los perros son, santos que hacen de vientre porque no hay otro remedio que vaciarse los adentros para el cocido de mañana. Como el Clavel, que se ahorcó cuando la mujer se le fue por fiebres, o como el Armando, el de los Cubillares, que se trajo para casa a los huérfanos de la Doñita, o como... Jacinto, el del cortijo de Aranda. Jacinto visitaba la venta a beber y escuchar coplas cuando las había, y palpaba las ancas de «Nicaora», «Greta», «Café» o «Ratero» como si estuviera tratando con cachas de hembra. Araceli observaba con ojos salíos aquellas manazas de hombre sano y a reventar de veinticinco años dando friegas, y se tenía que sentar de lo que le palpitaba el pecho y le sudaban las esquinas del cuerpo. Lo mismito que si se le estuviera apareciendo un santo. —Araceli, hija, estate por lo que tienes que estar. —¡Sí, padre! Por Dolores la Curadora, una vieja herbolera que entendía de quitar verrugas y dolamas, y que los viernes y sábados, después de aviar muelas picadas, se arrancaba por romances y coplas en la venta, Araceli supo lo que le faltaba de saber de Jacinto. —Se ve que la Chata lo dejó triste cuando mocito. Desde entonces no se le conocen amores de carne. —¿Y de los otros? —De lo otros, ¿para qué? —Para lo que sea. —De lo otros no son amores, chiquilla. —Dolores… —Dime. —Dolores... —¿Qué? —Dolores, yo me pienso… —¿Qué te piensas, chiquilla?, que pareces de parto atravesao. —¡Yo... me pienso que ese hombre no me deja pensar! —¡Ja, ja, ja! ¡Velay por las faldas remangadas de San Antonio, que el ojito derecho del ventero Pereda ya está poniendo el suyo en hombre! ¡Ja, ja, ja! —Más duró la vieja las risotadas por el disfrute de poner vergonzosa a la moza que por buenos humores—. En fin, no tienes malas querencias tú, chiquilla, porque ese, aunque apaleado, es lo mejor de estos campos. —Tú que estás andada y sabes de dolamas, caminos y coplas, ¿qué me dices que haga? —El perro apaleado lo guarda todo, en lo más escondido, y cuesta el arreglo. Sacárselo a palos ya no se puede, y por las buenas ha cogido tanto susto que no se te arrimará. Se te tiene que venir él pero sin que lo sepa. —¿Y cómo, contri? —Yo de ti me haría la desmayada. O mejor, la ahogada. ¿Puede ser? —Sí, en la balsa de la Heras. 100
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Dolores, la Curadora
La balsa de la Heras cogía a Jacinto de camino a su cortijo cuando salía de la venta, y allí se hizo Araceli la ahogada la noche que encartó. Oyóla gritar Jacinto, se quitó el tabardo de pana que molestaba para aguantarse en el agua, saltó a la balsa y trajo a la moza a la orilla. —¿Estás bien, niña?, escúchame, ¿has tragado agua?, tose, escúpela, que no te encharque los pulmones... ¡¿Pero qué trajinabas tú a estas horas en la balsa?! 1.- No des explicaciones, que cuando se tientan carnes, sobran. Si las pidiera, llora.
cuento
—Bien. ¿Te enseñaron escrituras? —No las necesito, tengo buena memoria. —Entonces debes hacer estas seis cosas que te diré la primera noche de luna llena antes de San Miguel, con vestiduras usadas y esta pulserita de San Judas. Ponme atención...
—¡Ea, ea, ya está, niña, ya está, que todo acabó y bien derecho...! 2.- Abrázale y déjale que te cure el susto. —Araceli, vamos, que ni se ha muerto Dios ni ha resucitado el diablo. Que todo lo malo que nos ha pasado es ropa empapada y cuatro toses que para el viernes arregladas. 3.- Arrímate bien arrimada para que te sienta los olores, y sin que se note que lo buscas, arrestriégate el muslo en su tranca, que ahí es donde guarda el hombre la memoria. La buena y la mala. —Venga… no llores… 4.- Aguanta así, sin darte importancia. Cuando tartamudee o calle, ya está cosido el remiendo. Para, que lo achicharras. —… 5.- Te apartas, le miras a lo hondo y le das las gracias. —... ya ves tú... si no ha sido nada... 6.- Y ojo a lo que te explicaré ahora. Si te quiere llevar para su cortijo, o te deja en toda la noche tiritando, haz caso a esta vieja, y vete buscando otro romero para tu romería. Y si se te pusiera muy encendido, chiquilla, que todo pudiera ser, que en esto el tiento con la sal es difícil, le sigues el convite, y en cuanto salte la liebre, rodillazo en los cascarones y echas a correr sin mirar atrás. —Toma, abrígate con este tabardo, que va seco, que lo dejé en la orilla, y te llevo a la venta. ¡Te van a dar una! Por Dios, Araceli, ándate con conocimiento, que ya no eres chicuela, que ya eres mujer. ¿Y si no me hubieras pillado de camino? número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 101
Dolores, la Curadora Las gracias de los venteros a Jacinto fueron sonadas, como la tunda que le cascaron a la moza. Jacinto vivía solo de padres y hermanos en el cortijo de Aranda, con algunas gallinas y dos vacas que dejaba al cuidado de Trujillo cuando la siega o la aceituna. Y como manda la educación, Araceli le devolvió a Jacinto el tabardo planchado y seco a la otra tarde. Por indicaciones de Dolores, Araceli fue asomando por el cortijo de Aranda día sí y tres días no, rebonita, agradecida y dicharachera, ¿la excusa?, algo de café o tabaco de liar obsequio de los venteros. —¿Me allego hoy, Dolores? —No, déjale que mastique hambre. Y tanto se estiraron estas visitas, y tantos colores trajeron al cortijo de Aranda, que la mocita dejó de ser forastera de las ganas con que se la esperaba. Cuando Jacinto besó a Araceli aquello no fue un beso. La mocita se tenía estudiados para esta hora decires noveleros de la radio con los que se pone domados a los hombres, y que decoran con guirnaldas de domingo el ir viviendo, pero todo se le traspapeló al olvido de cómo le cogió la impresión. —¡Me cago en la santísima Virgen, Jacinto, qué manera de besar...! —dijo con el corazón y el aliento revueltos. Y con este reniego echamos el cierre, porque lo demás, no les miento, vino a ser felicidad de esa con la que no se tejen los cuentos.
Harvey
Harvey Me nacieron en Hospitalet de Llobregat, Barcelona, aunque no lo recuerdo. Estudié filología hispánica y fotografía, y he dado tumbos por bastantes sitios, Córdoba, Madrid, Galicia, Asturias, Girona. Actualmente existo en Terrassa. «Eres una persona muy aburrida a la que le gusta reír», así me definió una notaria de Logroño. Ando lento, pierdo paraguas, me medico lo indispensable, y como toda la buena gente, le tengo cogido cariño al Coyote y al pan con aceite. http://elluneslegendario.blogspot.com/ http://somosloquesemos.blogspot.com/ 102
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Dolores, la Curadora
cuento Perrillo en Viniegra de Arriba, La Rioja Foto de Natalia Rubio, Natts
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Vietnam
Foto de Manel Llopart Rovir贸 104
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La cima del círculo
del círculo
cuento
La cima
Daniel A. Franco (D)
A
rata ( ) era un niño especial. Desde que era un bebé todos lo notaban: miradas persistentes a las pocas semanas de edad, tan fuera de lo común en los lactantes; ademanes repetitivos de pequeñas manos que no sabían asir todavía nada a propósito. Sus padres amantes asumieron con cariño todas las tareas adicionales de criar a un niño especial. Su vida escolar fue apenas un tanto más dificultosa que la de sus contemporáneos: pocas clases adicionales de atención especial fueron requeridas pues su comportamiento era casi normal. Su fascinación con las imperfecciones que encontraba en cualquier sitio podía consumir su atención por completo, y solo bastaba un amable recordatorio para que se enfocara en las lecciones de sus profesores, y para que de nuevo se tornara en cabezahueca entrañable, al igual que el resto de sus compañeros de clase. En sus momentos de ocio, durante el año escolar, recorría la casa con las yemas de sus dedos hechas colibríes que exploraban todas las paredes, todos los travesaños, todos los pisos, todas las puertas y todas las ventanas, por dentro y por fuera. El jardín era un safari de exploración que sus sabios padres le reservaban para las vacaciones escolares, permitiéndole explorar palmo a palmo los rebordes irregulares de las flores y el pasto, a veces hasta ya entrada la noche. La sonrisa de felicidad en su rostro era suficiente para disipar preocupaciones por la profusión enrojecida de besos mosquiteros en su piel. Pasaron los años, pero no muchos… El hombre que hubiera sido Arata muy apenas llegó, porque el niño sonriente que disfrutaba de encontrar todo reborde áspero y toda muesca inapropiada en donde sea que posara sus manos, ese niño se negó a partir a la edad número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 105
La cima del círculo debida. Su empleo como conserje en el hospital era algo que podía manejar con toda soltura, pero estaba muy cerca de ser el límite de su capacidad mental. *** Etsuko ( ) nunca supo en qué momento preciso dejó de ser una señorita recepcionista para convertirse en paralítica de por vida, vía colisión en autopista. Gran amargura fue el tenor de cada segundo de los primeros días al regresar a la conciencia, y su futuro era un punto obscuro que se tragaba toda senda posible. Sin extremidades, y con un rostro que atestiguaba los pormenores de un cruel parabrisas, el porvenir quedaba reducido al momento actual: atención y cuidados profesionales para mantener un mínimo de salubridad e higiene. Nunca habría un despertar a esta pesadilla. Nunca. *** Arata conoció a Etsuko mientras cumplía sus funciones y limpiaba la habitación de ella a diario. Después de docenas de días en los que Arata aseaba la habitación Etsuko finalmente notó que, al contrario de cualquier otro visitante que evitaba a como diera lugar mirarla, Arata siempre la admiraba con una sonrisa dibujada en su rostro amplio y curiosamente libre de arrugas en la frente. Pequeños titubeos forjaron conversaciones más allá de nimiedades cotidianas, y cuando todos sus parientes y antiguos amigos cesaron de visitarla, ni siquiera por obligación, Etsuko apenas sintió un leve desasosiego. Arata llenaba cada momento de sus ratos libres con relatos de detalles sobre la vida secreta de los cerezos y las flores. —La vida es como un círculo… —trataba de explicarle a Arata, en alguna ocasión, cuando decidió ironizar cómo día a día empezaba a crear paz con su situación personal. Pero Arata negó todo con una sonrisa y meneando la cabeza una vez, con énfasis. —No, Etsuko. Un círculo es perfecto. La vida no lo es. Pero… Aunque sea nosotros estamos en la cima del círculo. Y por primera vez acarició el rostro arruinado, convirtiendo esas lágrimas de vergüenza en diamantes, con la magia de los colibríes danzantes de sus dedos, que todo lo transmutaban en belleza. Pasan años, y todavía es posible en ocasiones ver a través del ventanal del hospicio a Arata y Etsuko, sonriendo.
Daniel A. Franco (D)
Daniel A. Franco (D) es un intérprete médico profesional de inglés a español en un hospital pediátrico de la región de Dallas-Fort Worth, Texas, en los ee. uu. La redacción de relatos en español (algunos ya publicados en Amazon Kindle) es uno de sus pasatiempos favoritos. http://levedesliz.blogspot.com/ 106
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La cima del círculo
cuento
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Foto de Manel Llopart Roviró número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 107
No me des amor, sólo abrázame
Mixto sobre papel, 80 x 60 cm (2006), Shino Watabe
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Tríptico del pasado, presente y el futuro
Pedro de los Ángeles Ritual (Pasado)
Poesía
Tr ípt ico de l p a s ado, pre s e nte y e l f ut u ro Es primavera en Cuauhnáhuac en Santiago y en la imperial ciudad de México. Es primavera en Cuauhnáhuac: Es primavera en el corazón de Conorte, una princesa una mujer que sabe latín; no es fácil ser Eloísa en cualquier tiempo; Abelardo no será siempre la mejor opción. Mejor una Dua —parte de una trinidad—, tal vez una Tenar, aunque más dichosa: porque aspira sueños y no se está atada a hado alguno. Es primavera en la imperial ciudad de México: Con ser permanente invierno es primavera en Gueden… Estraven (siempre la carga del nombre) no embajador sino viajero en Terra, busca trascender historias y profecías, ser Ged, aunque con questes más sencillas. Tomados como magia sus carismas lo aproximan a Conorte. Es primavera en Santiago: un Tristán, que ríe, una Isolda, morena y científica, escuchan en campo de zafiros grillos.
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Tríptico del pasado, presente y el futuro El mundo cambia si dos se besan (Presente) Si dos ya no se besan el mundo cambia para ser el pasado, se esconden los deseos, el pensamiento es ininteligible, el mundo es cruel e inasible, se bebe vinagre, ya no más vino, acaso agua sola, el pan cesa de saber. Amar no sólo es combatir, es, asimismo, cerrar puertas, incluso, quemar naves; volver a ser ese fantasma con un número a perpetua cadena condenado. Amar es sacrificio: cargas cadenas, cual Prometeo, mientras el otro va liviano, ligero, libre. Y sin embargo el mundo ha cambiado, porque dos se miran y se reconocen. Cartas desde Cuauhnáhuac: Plegaria (Futuro) Dios, llevadme lejos por extrañas gentes donde mujer ninguna conozca mi camino ni pueda indagar mis pasos. Sí, llevadme a isla desierta, donde sólo ore por el prójimo, los otros convertidos en nosotros: pues necesitan consuelo, son los pobres de los pobres, aun abandonados a su suerte por los seres amados… en otro tiempo. Sí, llevadme al desierto, donde todas las soledades reclaman la paciente escucha, las palabras justas que lleven alivio almas atormentadas que no ven en la luz sino selvas oscuras. 110
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Tríptico del pasado, presente y el futuro
Poesía
Sí, llevadme a reencontrarme con el carisma, llevar alegría a los demás, haz que opere este don no sólo poseer la magia sino también el ser oportuno. Sí, despojadme de los estigmas: del poeta fracasado, del mentiroso profesional, del saber por sólo saber, un martillo siempre dispuesto a un adversario golpear y dañar. Amén.
Pedro de los Ángeles
Pedro de los Ángeles, vate y expoeta. Aunque sumergido en la tormenta
espiritual que supone la creación lírica, lo salva la presencia inefable de su dama: Rosaura. Vuelve recurrentemente a la poesía, porque, a pesar de que ya no se escriban versos, queda la visión del poeta y su compromiso con la Palabra. http://bocetosliterarios.blogspot.com/ número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 111
Familia de patos, Los Reales Alcázares, Sevilla Foto de José Luis Jaime Cortés
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El patito feo
pepsi
A
cuento
E l patito feo
llí solo veía un mundo redondo y blanco, surcado de rayitas rojas que palpitaban, nadaba entre ellas y solía entretenerme en seguir sus vueltas, como caminitos llegaban todas a mí.
Era como vivir dentro de un ojo miope. Y hacía sombras chinas.
A veces los sonidos acompañaban a otras sombras que llegaban de afuera, y a la luz del nuevo día se dibujaban los picos de los patos en mi ingrávido ojo. Me gustaba muchísimo dejarme flotar al calorcito del sol y de los picos sonoros. En muy poco tiempo, el frío de la noche se aligeraba y yo me daba la vuelta pues carecía de párpados y me podía quemar con tanta luz. Aprovechaba esos momentos para ensayar sonrisas de pato en el borroso espejo de albúmina, y que podían acabar en carcajadas si alguna lombriz despistada se deslizaba por los huecos del lecho en el que se mecía el ojo. Y por aquel entonces, nací. No había nadie, y en el cielo de la noche flotaba un gran huevo que inundaba de frío el río. Esperé quieto y en silencio; un tremendo golpe rojo, de amanecer, me convenció de que ahora sí tenía párpados. Me hundí un poquito entre los juncos y fui abriendo los ojos. Los patos seguían sin aparecer, pero el conocido sol me calentaba y me hacía sentir muy muy bien. Dejaba caer los días para esperar de nuevo su luz, aunque tampoco por eso llegaron los patos. Comenzaba a sentir hambre y me moví en busca de lombrices. Era estupendo, ahora surcaba el agua, abría y cerraba la boca. Grité, y el sonido que la primera vez me resultó extraño, la segunda fue peor. Después de la tercera comprendí que jamás podría soltar un graznido. Lo que hubiera dado por saber el maravilloso y melódico, dulce, poderoso, inteligente y bello lenguaje. ¡Lo aprendería cuando volvieran mis patos! número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 113
El patito feo Buscando sonidos que entender me deslicé de nuevo entre los juncos de la orilla. Ellos elevaban sus voces al viento, y era el roce de mi piel contra las flautas de la ciénaga la que me proporcionaba el placer de escucharme a mí mismo. El silencio subía de volumen los susurros y repartía entre la bruma, siseos, chasquidos y gorgoritos que me contestaban. No, no había patos, y a pesar de ser feliz junto al vergel en el que siempre encontraba deliciosas lombrices de todas clases, volvía a nadar y me adentraba en los lugares más despejados. Y un día avisté la bandada de patos. ¡Qué divertidos parecían! Nadaban, revolvían el agua como ahuecándola para meter la cabeza en busca de lombrices mientras sus culetes, plof, plof, plof, se resistían a hundirse, plof, plof, plof. Me acerqué muy muy rápido, quería unirme a ellos, a sus juegos. Pero casi al llegar, todos levantaron el vuelo, y lo más sorprendente y que me dejó helado fueron sus graznidos. Ya no me parecían bellos, sino espantosos, insoportables. Ni siquiera intenté llamarles, caí a plomo bajo las revueltas aguas, y esperé a que se alejaran aquellas ondas con los malditos recuerdos de las sombras en las que me diluía. Cuando subí, nadé en círculos, persiguiendo las plumas que abandonaron los patos en su huída, ¿por qué me sentía así? Descubrí una mirada fija que apenas asomaba del agua. De un ser que si quieto, hubiera confundido con uno de los troncos podridos estancados en el cañizal. Me pareció uno de los animales más feos que nunca hubiera visto. Sin duda que aquel esperpento alejó de allí a mis patos. El monstruo me dio la espalda y marchó al otro lado, y le observé mientras abría su enorme boca y apresaba algo entre las fauces, volteándolo con gran ruido. Era un precioso animalillo de ojos rasgados y largas y finas extremidades, que ajeno al revuelo de los patos había acudido a beber. Y el agua se fue tintando de rojo atardecer. Marché a mi ribera a dormir para olvidar. Por la mañana, feliz y hambriento, busqué a las lombrices pero me topé con otra rara criatura. Sentí algo parecido al miedo… Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo era ya muy tarde, lo estaba crujiendo en mi boca. No pude más que engullirlo entre mis propias lágrimas. Me escondí entre los juncos, avergonzado y prometiéndome no comer, ni siquiera gusanos, en mucho tiempo. He pensado que voy a dormir mucho y volveré cuando me sienta mejor en busca de los patos para irme con ellos. Solo tendré que llevar cuidado de no toparme con el horrible ser que vive al otro lado. Algunas tardes, cuando caen los ruidos del día, me despierta su llanto y entonces casi se me olvida lo espantoso que es. Pero cuando recuerdo su terrorífica imagen, soy yo quien está llorando y comiendo entre los juncos.
pepsi 114
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El patito feo
pepsi
cuento
Me gustan los animales desde que nací. Uno de mis admirados es el cocodrilo. Un ser prehistórico que no ha variado un ápice su interpretación del mundo desde que llegó a él, y le ha ido bien. Así como los mamíferos, los animales de sangre caliente, basamos nuestra experiencia vital en el movimiento, la acción, y por ende hemos de alimentar contínuamente el «motor», el cocodrilo ha optado por desprenderse (más bien, no adherirse) de lo «superfluo» para una sencilla existencia. Su potente coraza es una maravilla externa (que no debería lucir jamás en ningún escaparate), e internamente una red de vasos duplicadores y conductores de la energía que toma del sol. Su preciosa panza, en el agua, emula el reflejo del cielo. La alimentación del cocodrilo, como él mismo, ascética, y puede pasar hasta un año sin comer. Las famosas lágrimas de cocodrilo existen. En su caso, producto de los esfuerzos provocados al engullir por una estrecha garganta, ya que la boca, preparada para capturar y aprisionar, no puede masticar. En el otro caso, porque a los humanos nos gusta simular dolor por los demás cuando los estamos machacando. http://www.pepsiland.es
Familia de patos, Los Reales Alcázares, Sevilla Foto de José Luis Jaime Cortés
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Jardínes del Generalífe, Granada Foto de José Manuel Solana
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El bello sonido del agua
sonido del agua
cuento
El bello
Jesús García Lorenzo (clarinete)
N
unca he contado mis anhelos, alegrías y tristezas ocurridas a lo largo de mi vida. Nadie, ni mis más allegados pudieron imaginar mis deseos. Hoy, en el día más feliz de mi vida, siento la necesidad de compartir. Nací, según mi madre, como todos. Llorando. A los pocos días una infección me quitó el sentido cuya ausencia marcaría mi vida. El oído. Siempre me pregunté si existiría dolor peor que ver, oler, tocar y degustar sin oír. Crecí sin dormirme al arrullo de una canción de cuna, sin tener miedo a los truenos. Sin hablar a escondidas por teléfono con una amiga. Cuando adolescente me vi reprimida de decirle a un chico: llámame. Nunca fui invitada al cine, ni a un concierto, ni… Las palabras de amor que se me podían susurrar, a la luz de la luna, eran silencio. Acudí a un colegio ideado para niños con mi mismo problema. Allí me enseñaron a leer los labios, a hablar con signos, a enfadarme y decir te quiero con las manos. Nos preparaban, decían, para convivir con las gentes que oían. Aún recuerdo las caras de burla y los empujones de los niños de mi vecindario al volver del colegio. ¿No tendrían que ser ellos los que aprendieran? número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 117
El bello sonido del agua Mis padres me llevaron al parque el domingo que cumplí los diez años, a un concierto de la banda de música donde se enamoraron mientras compartían atril. El director, viejo amigo, me dejó sentarme entre los músicos. Algo maravilloso ocurrió esa mañana. Mi cuerpo notó muchas agitaciones seguidas y con fuerza. Mi estómago, mi pecho y mis manos, todo mi ser vibraba siguiendo un ritmo. Al cerrar los ojos comprobé que escuchaba la música a través de mi piel. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cual corriente eléctrica. Sentí verdaderos deseos de oír. Al día siguiente apareció en mi casa un aparato de alta fidelidad, y a través de sus vibraciones volví a sentir la música. Aprendí de mis padres a leer una partitura, mientras mis manos me transportaban al corazón sus notas. Transcurrió el tiempo, y un día nos enteramos de la existencia de unos implantes que permitían oír, acudimos al médico con la alegría que da la esperanza de abrir una puerta. La desilusión fue grande. Era una novedad que se aplicaba en niños, y mis dieciocho años superaban esa niñez. Mis padres no se amedrentaron e insistieron. Se me realizaron pruebas. Varios especialistas me vieron. Muchos cerraron las puertas de la ilusión, pero uno dejó el pestillo sin pasar. Surgió de nuevo la esperanza. La medicina había evolucionado, y el daño que ocasionó aquella infección maldita podía repararse. Mi vida dio un vuelco. La noche anterior a la operación apenas dormí. Mi pensamiento navegaba por un mar de ilusiones que habían estado prohibidas. Deseaba escuchar palabras de amor, enamorarme de un cantante, de un actor. ¡Oír! Olvidarme de las manos. Mirar unos labios con deseo y no para saber qué dicen. Llegó el momento de entrar en quirófano. Aunque el cirujano no había prometido nada, mis anhelos se transformaron en mariposas que revoloteaban en mi estómago haciéndome sentir más viva que nunca. Cuando me sacaron del quirófano, totalmente borracha por el mágico éter, el médico hablaba con mis padres. Comprobé, por sus reacciones, que mis vendajes no eran muy atractivos. Me llevaron a la habitación en silencio. Otra vez. Quería oír algo, un ruido. Intenté dar una palmada, pero no acertaba a juntar mis manos. El estrés producido hizo saltar todas las alarmas, y me tranquilizaron con química. Cuando desperté vi a mi madre dormida en una butaca. Todo estaba en penumbra. De nuevo el silencio. Di una palmada con todas mis fuerzas. Mi madre saltó del sillón donde se encontraba. Al acercarse para averiguar qué había ocurrido, descubrió mis lágrimas. Me había hecho daño en las manos, pero no había escuchado la palmada. Ante el ruido, o quizás por el grito de mi madre, apareció una enfermera. Mi angustia y mi desilusión de no haber oído el ruido tranquilizó a la sanitaria, quien contó que todo era normal. El doctor lo explicaría. No se equivocó, el médico, que apareció a la mañana siguiente muy temprano, nos estuvo hablando de lo que se había conseguido, pero que tardaría unas horas antes de ver los resultados y oír. Me quitaron las vendas y comenzó un calvario. Como dijo el doctor mi oído se había recuperado por completo, y poco a poco, muy despacio comenzaba a oír. Escuchaba a mi madre hasta cuando estaba de espaldas. Pero no entendía nada, o casi nada. En el colegio, la profesora del lenguaje nos hacía tocarle la garganta cuando hablaba para notar las vibraciones de su voz y poder así distinguir cada palabra, intención o cambio de actitud sin ver el gesto. Todo había 118
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El bello sonido del agua
cuento
cambiado. Oía sonidos pero no entendía qué me estaban diciendo si no acercaba mi mano a su garganta y leía sus bocas. Fueron unos días de pesadilla. Tuve que aprender a escuchar, a encontrarme con mi propia voz, a descubrir la mía y a escapar del mundo del silencio. Una tarde, en uno de mis habituales paseos por el pasillo de la planta del hospital, oí cómo se despedazaba a alguien con las palabras. Me sentí avergonzada. El tiempo pasaba y yo iba mejorando en audición y en comprensión. Mis paseos por las plantas del hospital llegaron a ser monótonos. Una mañana, una enfermera me informó que iba a salir al jardín. ¡Dios mío, el jardín!, mi coquetería me hizo arreglarme, para luego desvestirme porque no podía salir si no era con el batín del hospital, pero era igual, se trataba del jardín. Oler las flores, sentir el sol y la brisa del viento en mi cara. Un verdadero regalo. Recorrí despacio aquel paraíso, fijándome en todos los rincones, intentando descubrir algún sonido nuevo, algún olor o color olvidado. Cualquier cosa me llenaba el alma de alegría, hasta lo más insignificante. Una mariposa cruzó delante de mí y la seguí con la mirada. Me pregunté si sus alas harían algún ruido e intenté agudizar el oído. No escuché nada por lo que llegué a la conclusión de que no hacían ruido. Me acordé de la fábula de la zorra y las uvas. Continué andando con una sonrisa en mis labios. En mi paseo me llegó un sonido nuevo. La curiosidad me hizo buscar con ansiedad hasta encontrar su origen. Una pequeña fuente se mostraba ante mí y me descubría que… ¡El agua sonaba! Quedé petrificada. Era una dulce melodía, la más bella y rítmica que jamás escucharía en los años que vendrían. Cuando me encontraron, un mar de lágrimas resbalaban por mi cara. Aquel chorrito, que se elevaba por encima de mi cabeza, me proporcionaba el mejor de todos los regalos recibidos desde que volví a oír. Han pasado varios años y en ese tiempo encontré lo que deseaba, palabras de amor, alegrías y tristezas. Hoy he vuelto al hospital para tener mi primer hijo. El médico me ha dicho que no es sordo. Hoy he llorado como una tonta mientras me escuchaba a mí misma cantarle una nana.
Jesús García Lorenzo (clarinete)
Jesús García Lorenzo (clarinete), Valencia (España). Atraído por lo desconocido e incomprensible. Aficionado escritor y amante de la música. Intento expresar con el lápiz lo que mi imaginación me hace sentir. Premios: primer premio en el concurso de relatos de El Coloquio de los Perros,2010. Mención de honor en el I Concurso de Cuentos del Foro Prosófagos, 2010. Finalista en el Certamen de narrativa corta «Carmen Martín Gaite», 2011. http://luzypapel.blogspot.com/ número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 119
Catedral de Saint André, Burdeos Foto de José Manuel Solana
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Ricardo Durán (Coloso)
iendo yo el único pasajero del tren de las cinco, estiré las piernas y me dispuse a dormitar un poco. El suave vaivén comenzaba a arrullarme cuando escuché unos gemiditos. Me levanté y fui hasta la ventana que daba al vagón contiguo, estaba vacío. Confundido, regresé a mi asiento y vi un periódico tirado en el piso, era del día. En las páginas centrales había una foto anunciando la futura boda de una compañera de trabajo con la que todos querían salir. Mientras hojeaba el resto del diario pensé en acudir de incógnito a la ceremonia religiosa, y me lamenté por no haber escuchado a Tony cuando me decía: «Anda, invítala a cenar o algo, que a leguas se nota que Karen se interesa en ti». No es que no le creyera, pero me resultaba difícil articular palabra cuando estaba frente a ella. Cerré el diario y lo hice a un lado. Sentí enojo, lo tomé y lo arrojé lo más lejos que pude. Oí de nuevo el gemidito y me levanté, en ese momento el tren paró y subió una pareja que hablaba animosamente. —Caballero —dijo él, a modo de saludo. Yo asentí con la cabeza. Me disponía a recoger el diario cuando lo escuché decir: —Mira, cariño. Alguien ha olvidado un diario. Tosí con fuerza, tratando de hacerle notar que era mío. —Aquí tiene —dijo entregándome una pastilla de menta—. Cuídese esa garganta. Tiene usted una tos muy seca. —Es que… ¡Mi diario! —protesté. —Cariño —le dijo a ella, ignorándome—. ¿Qué te parece esta noticia? La guerra terminó. Ahora podremos viajar a París. Nos espera la Sorbona, veremos el Louvre y la Torre Eiffel. Y para celebrar, ¡beberemos champagne! —Disculpe —dije—. ¿Dice usted que terminó la guerra? ¿A qué guerra se refiere? —A la Gran Guerra —dijo—. ¿Cómo puede no saberlo? Fue entonces que reparé en su indumentaria, anticuada, pero recién hecha. En ella resaltaba la blancura de sus guantes de piel y un vestido largo, rosa. Él de sombrero y una gruesa gabardina que cubría a medias un traje café oscuro. Sus guantes negros sujetaban el diario con firmeza. Escuché de nuevo el gemidito, esta vez más cerca, y tuve la impresión de que el sonido provenía del vagón donde nos encontrábamos. Me incorporé de un salto y miré a mi alrededor. Estuve a punto de perder el equilibrio. El tren se desplazaba a gran velocidad. Me sujeté del barandal y miré por la ventana, los árboles pasaban en ráfagas y algunas ramas golpeaban el metal. —Disculpe, señor. ¿No escuchó usted algo? —dije.
cuento
S
El prisma
El prisma
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El prisma —¿Algo? Quizá si fuera usted más específico podría tener mejor idea de a qué se refiere. —Una especie de gemido. —Gemido dice… Debe de ser el menor… A veces llora. Ya está próxima la siguiente estación. Sus padres abordarán, sin duda alguna. No se aflija. La mujer me miró con desdén. —Cuénteme acerca de esa guerra —dije al hombre. —No hay nada que contar, y cuanto más pronto quede en el olvido, mejor. —Hizo una pausa—. Alégrese, que vienen tiempos mejores. —¿Me permite el diario? ¿Dónde está la noticia? —En primera plana, como justo es. —Obama se convierte en el primer presidente afroamericano de Estados Unidos de América —leí en voz alta. La mujer seguía mirándome con cierto recelo. —¿Qué es lo que pasa? ¿No encuentra la nota? —dijo él, perdiendo la paciencia. El llanto del niño ahora era franco, pero yo seguía sin verlo. —Permítame, caballero —dijo, casi arrebatándome el diario de las manos—. Aquí, en la primera plana dice claramente que la Gran Guerra ha terminado. ¡Vencimos a los alemanes! Miré cuidadosamente la página que me mostraba. Había una foto de Obama con los brazos levantados y el encabezado que leí con anterioridad. —¿Lo ve? —continuó el hombre. —Honestamente, no —dije. —Usted me recuerda a alguien —dijo. Luego se volvió a su mujer y le preguntó—: ¿A ti no? —¡Claro! ¿Cómo olvidar a Ivette? La pobre adolecía del mismo problema que usted —dijo mirándome con cierto sarcasmo—. Le resultaba difícil ver los titulares que le mostrábamos. De hecho, decía ver una noticia completamente distinta. Yo creo que alucinaba. ¿Recuerdas esa absurda historia, cariño? —Por supuesto. Ivette habló de un Papa de raza negra cuya popularidad iba en aumento, y lo comparó con un tal… No recuerdo el nombre… Un Papa polaco que según ella había recorrido el mundo. ¿Se imagina? Un Pontífice viajero—. Y rió. —Bueno —dije—. Yo sí recuerdo a Juan Pablo... —¡Pamplinas! —me interrumpió—. Todo el mundo sabe, querido amigo, que cada Papa hasta el día de hoy ha sido romano. Con la excepción de Adriano VI, claro está. El tren se detuvo y las puertas se abrieron. —Los padres del menor —dijo él. Dos hombres abordaron, uno de ellos llevaba falda. —Hagamos una cosa —dije—. Mostrémosles la página. Me acerqué a ellos y les pedí que leyeran los titulares y que describieran la foto impresa en el diario. —Pero es una página en blanco —contestó uno de ellos—. La señora, aquí presente, nos ha mostrado el mismo trozo de papel en repetidas ocasiones. —Los diarios —dijo el otro haciendo énfasis en cada palabra— desaparecieron hace dos siglos. Ricardo Durán (Coloso) 122
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El prisma
Ricardo Durán (Coloso)
http://espejismoliterario.blogspot.com/
cuento
Escribo por curiosidad, por saber qué se oculta tras esa cortina de humo que se levanta entre el proceso creativo y la historia ya existente, donde habitan personajes de carne y hueso que van contando al autor lo que les sucede. La labor del escritor es saber escuchar a esos personajes y plasmar en palabras su mundo.
Vestigios de la base submarina de Burdeos (II Guerra Mundial) Foto de José Manuel Solana
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Valle de Carmona, Cantabria Foto de JosĂŠ Manuel Solana
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El traidor sin nombre
sin nombre
Poesía
E l t r a ido r
Vanessa Navarro Reverte (Madelyne Blue)
El pequeño traidor de mi casa se ha adueñado. En las noches precedentes, de oscuras lunas sin rostro, las voces aullaban consejos: «¡Se acerca! ¡Cuidado! Por montes y prados, vadeando leteos, sobre raudos piececitos, olvidado del silencio». Es tan chico, tan pequeño, que no le pesan las marcas ni huellas que pueda dejar. Y cada bocanada de aire lo inyecta en mí un poco más. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 125
El traidor sin nombre Urde en mi pecho su trama para un nido de serpientes que al eclosionar, hambrientas, devorarán delicadamente el corazón y la cama. Por mi sangre alimentado ha crecido este traidor, niño Judas de mis días, vampiro de mi corazón.
Vanessa Navarro Reverte (Madelyne Blue)
Vanessa Navarro Reverte
(Cartagena, España, 1979) es licenciada en Filología Inglesa y se dedica a la docencia. En 2002 fue seleccionada para una exposición colectiva de jóvenes poetas. Un año después ganó el concurso de loas Antonio Oliver Belmás y en 2004 consiguió un accésit en el Certamen Poético Pro-Mujer de Cartagena. Ha sido publicada en distintas revistas digitales de creación literaria (Ariadna -RC, Almiar, Insólitos, Delirium Tremens, La Ira de Morfeo, Cinosargo...) y en las antologías VI y VII Cuaderno de Profesores Poetas. Blog personal: http://www.vainillayangora.blogspot.com/ 126
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El traidor sin nombre
Poesía Familia de vacas de montaña, Cantabria Foto de José Manuel Solana
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La Torre de Madrid
Foto de JosĂŠ Manuel Solana 128
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I
Boris Rudeiko
cuento
Gripe
Gripe
ba en autobús esta mañana a ver a un amigo al que han operado de la próstata, cuando subió una señora gruesa que tenía cara de cerda —con perdón— y una barriga enorme de embarazada. Luego de superar a duras penas el pasillo repleto de gente, se colocó de pie en la plataforma central, pues no quedaban asientos libres. Me extrañó que no llevara mascarilla. Los pasajeros que iban sentados fingían leer o miraban para otro lado. Yo hubiera hecho lo mismo, quizás, si la señora cerda no me hubiera visto observarla, tengo que reconocerlo. Me levanté e hice ademán de ofrecerle mi sitio. Ella, al notarlo, hizo un gesto con la mano, como diciendo que no hacía falta. Supuse enseguida, al advertir mejor sus proporciones, que no cabría en mi asiento y por eso dijo que no. Seguí leyendo Balzac y la joven costurera china, satisfecho de haber intentado cumplir con un deber ciudadano, y de vez en cuando miraba a la cerda —con perdón— que seguía agarrada a la barra y sonreía con cara de buena persona, como suelen hacer los gordos. De súbito estornudó, se sonó los mocos con gran estruendo y noté cómo se le movieron las carnes debajo de aquel vestido mesa camilla. Los pasajeros que no llevaban mascarilla puesta se la colocaron a toda prisa. Yo también. Pese a ello, cada vez que estornudaba, lo que ocurrió repetidas veces, yo dejaba de respirar hasta que no podía más. Al fin, la cerda se apeó tres paradas antes de la mía y se oyó un suspiro general de alivio. La gente comenzó a discutir sobre si debería estar prohibido o no dejar viajar a los cerdos en los medios públicos de transporte, dadas las circunstancias. Algunos defendían con vehemencia que no, mientras otros sostenían lo contrario. Yo no estaba muy seguro de si sí o si no. El cuerpo me pedía que no, pero no dije nada, odio las discusiones en autobús, ya que normalmente no conducen a nada —las discusiones—; además, estaba a punto de llegar a mi destino. Ya en la calle, observé que había muchos cerdos paseando y que casi todos llevaban la mascarilla, como habían recomendado las autoridades sanitarias. Pensé que la situación era mucho más grave de lo que había declarado el Gobierno. De hecho, se decía en los medios que en algunos países estaban muriendo muchos cerdos. Así que cada vez que me cruzaba con alguno dejaba de respirar hasta que me alejaba un poco de él, por si acaso. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 129
Gripe Llegué al hospital donde estaba ingresado mi amigo. Pregunté por su habitación y, aparte de indicarme el número, me recomendaron que llevara puesta la mascarilla en todo el edificio. Obedecí sin rechistar, claro, al fin y al cabo, pensé, era por mi salud. Subí en ascensor hasta el quinto, busqué la quinientos treinta, cuya puerta estaba entreabierta, llamé con los nudillos y oí la voz de mi amigo. —¡Pase! —¡Hombre, Pedro, soy yo! ¿Qué tal va todo? —pregunté con un fuerte apretón de manos y le entregué un libro de Saramago que le había comprado. Dijo que le gustaba mucho Saramago y que no había leído el libro. Pedro, sentado al borde de la cama, con uno de esos camisones de hospital que no cierran por detrás, veía la televisión; una sonda le asomaba por debajo y terminaba en una bolsa de plástico atada al tobillo. También estaba conectado a un gotero que colgaba de una percha metálica con patas. —Ya ves, bastante bien, dentro de lo que cabe. Me han dejado sin próstata, pero no han encontrado metástasis. Así que he tenido suerte —dijo, con una sonrisa resignada. —Oye, eso hay que celebrarlo —respondí torpemente, pues no supe qué otra cosa decir. En eso, salió del cuarto de baño de la habitación una mujer delgada, recién peinada y maquillada; olía a perfume. Pedro me la presentó como su esposa. Pensé que era atractiva y no representaba la edad que debía tener. Me acerqué a darle un beso, aunque los dos llevábamos la mascarilla, y ella emitió una especie de gruñido, como diciendo: «No te acerques, por favor, es mejor que no te acerques». Se sentó en un rincón. Luego de un silencio incómodo, dije que tenía que marcharme, que las visitas a los enfermos no deben alargarse más de lo necesario. Mi amigo se incorporó, cogió la percha metálica y dijo: —Vamos, te acompaño al ascensor. Salimos de la habitación, él arrastrando la percha y yo con Balzac y la joven costurera china en la mano, y no hablamos más de su operación. Ni de la gripe.
Boris Rudeiko
Boris Rudeiko (Manuel Navarro Seva, Callosa de Segura, Alicante, España,
1947) es ingeniero de Telecomunicación. Ha publicado cuentos en los foros literarios Ventanianos, Bibliotecas Virtuales y Prosófagos, en las revistas Panace@ y Prosofagia y en su propio blog. Es coautor del libro de relatos Atmósferas. Terminó su primera novela Avenida Nevsky, diario de un expatriado. Participa esporádicamente en concursos radiofónicos de microrrelatos, donde ha conseguido algunos premios. Es cofundador y miembro del equipo de redacción de la revista Prosofagia. http://manuelnavarroseva.blogspot.com 130
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Gripe
cuento
Gripe sobre Madrid (foto pintada)
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Real Alcázar de Granada Foto de José Manuel Solana
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Refugio
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cuento
El
El Refugio
Sergio José Martínez (Valls)
esde la terraza podía ver las murallas y los bellasombras en la plaza, la laguna artificial detrás, la carretera que lo estropeaba todo y finalmente el mar. Oía los gritos de mi niño jugando entre los árboles y a mi mujer urgiéndome a entrar para comer. Dejé el libro que estaba leyendo sobre la mesita y fui. Delante de mí estaba ella, paseando por un jardín. Reconocí aquel lugar: era el Alcázar, pero en el centro de la Huerta se erigía la Mezquita, con su bosque de columnas escapando del interior y perdiéndose entre los jardines. —Vamos, ¡tanta ilusión que tenías de traerme aquí y pones esa cara! —me dijo. La miré a los ojos con un demoledor abatimiento en el corazón. —Ya no me quieres, estás con otro. No era así como quería traerte.
Desperté empapado en sudor. Fui al baño, y lloré al verme en el espejo tal como era. Todas las noches igual, y no sabía cómo remediarlo. Me vestí y con un cuaderno y un bolígrafo en las manos salí de casa para dirigirme al único lugar que podía evadirme de la realidad: El Refugio, se llama, y es el último superviviente de una especie ya muerta de establecimientos llamados bibliotecas. La llegada de los libros electrónicos había sido como un certero y fatal golpe —aunque los árboles se alegraran de ello— a una ya moribunda literatura. La lectura ha perdido su encanto. Poca gente posee aún espacios destinados a libros, puesto que el electrónico es muy cómodo y ahorra espacio. Eso es innegable, pero también lo es la gratificante sensación de contemplar los lomos bien ordenados en los anaqueles, el olor a nuevo de la reciente adquisición y la número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 133
El Refugio s atisfacción y la tristeza a partes iguales al pasar una página y percatarse de que es la última... Todo eso se ha perdido. Al igual que la televisión, el cine o la música, soy de la opinión de que la literatura se ha vuelto insustancial. El mundo carece ya apenas de atractivo. A pesar de todo, algo bueno se pudo sacar de ello; y es que los que añorábamos lo que denominamos la «buena lectura» sentíamos una imperiosa necesidad de conocernos entre nosotros. Se había creado un vínculo especial, un hermanamiento, que desde entonces nos procura largas sesiones de agradables tertulias y distendidas conversaciones en el bar del local. Amo El Refugio. Estuve charlando con el bibliotecario un rato. Cuando me ve se alegra, dice que yo rompo su aburrimiento y que el mero hecho de verme le hace pensar que todo el esfuerzo puesto en el negocio vale la pena. En las mañanas, ciertamente, El Refugio es un desierto. Yo, al estar en paro y con una desazón terrible a causa de la abolición de la jubilación y un sinnúmero de derechos laborales y sociales, suelo plantarme las mañanas allí. Tras la conversación, le pedí un libro y me dirigí a mi mesa particular. Es mi refugio, y únicamente allí me abstraigo de esa pena que me corroe por dentro. Todo está sumido en la penumbra excepto por unos focos que iluminan las mesas. En las paredes cuelgan carteles de películas, cuadros de muy diversos artistas y reproductores con auriculares. La selección de canciones de blues me ha tenido siempre encandilado. Pasaba el tiempo a cámara lenta. Había dejado de leer y me había levantado para ir en busca de un café, cuando oí las campanillas de la entrada. Eché una mirada cargada de curiosidad: era una joven preciosa, y a pesar de ir bien abrigada yo la veía bastante ligerita. No era solo falta de cariño de lo que carecía. Le preguntó al bibliotecario acerca de las normas y usos del local, de la librería, del alquiler de libros, el bar... Tenía una hermosa voz. Ella sonreía entusiasmada, pero la comisura de sus labios formaba un arco casi imperceptible que le confería cierta tristeza a su expresión. Un alma más, pensé, en busca de un rincón solitario donde conocer al ser humano en una ciudad de autómatas, perdida. La muchacha pidió entonces un libro y los tres nos quedamos perplejos. No podía ser que, entre un millar disponibles y no teniendo yo en mi poder ninguno especialmente importante, reclamara el mismo. Vino hacia mí. Tuve miedo, hacía demasiado tiempo que no me enfrentaba a una mujer y no sabía qué hacer. Me saludó, yo le devolví el saludo y le ofrecí asiento en mi mesa. Pensé, y por una extraña conexión supe que ella también, que un hecho semejante no podía ser casual. Sus ojos... Sus ojos poseían un brillo que creía extinto; un resplandor muy humano, pues el ser humano es curiosidad; y a través de ellos pude entrever todo un mundo de sueños. Estuvimos conversando toda la mañana e incluso comimos juntos. El nerviosismo se había esfumado tras el primer contacto y sentía una calidez tan grande a su lado que me encontraba como eufórico. Por la tarde aproveché para presentársela a los demás asiduos. A todos nos alegraba la nueva incorporación y el bibliotecario decidió no cerrar hasta bien entrada la noche. Fue una velada maravillosa. Cuando llegué a casa lo hice con una amplia sonrisa. Me encontraba terriblemente agotado; una oleada de emociones y 134
prosofagia - número 14 - diciembre 2011
El Refugio
El diálogo no había servido de nada. Yo y los que aún conservábamos unos principios éticos lo celebrábamos, el resto nos llamaba traidores y terroristas. Las bombas caían por todo el país y los tanques recorrían las calles. Los ricos huían con el dinero de las arcas públicas. Reinaba el caos, pero en nuestro pequeño Refugio nos ocupábamos en aquel momento de un asunto más serio y nos daba igual lo que sucediera fuera. —Los bomberos llegarán de un momento a otro —nos advirtió. Ella expresó su preocupación y le dije que no los encontrarían, que estarían bien escondidos. Terminé de llenar una caja de libros, me acerqué a ella y le planté un profundo beso en los labios. A pesar de todas las cosas me sentía muy feliz. Poco después irrumpieron echando la puerta abajo con un ariete. Las palomas salieron en tromba en cuanto abrí la puerta de la jaula. Regresé y la abracé con fuerza, apretando mi rostro contra el suyo, juntando mi mejilla con la suya. Estaba caliente. Sonreí.
cuento
ensamientos había discurrido por mi mente y arrasado con toda resistencia. p Nada más arrojarme sobre el colchón cerré los ojos.
Valls
Valls Me llamo Sergio José, nací en Palma de Mallorca, tengo 26 añitos, sigo siendo un renacuajo y si no me pilla un coche o algo dispondré del doble para escribir y, sobre todo, aprender a hacerlo bien. ¡Es mucho tiempo! Mientras tanto, sigo con Deus Ex Nuke (mi novela bizarra en construcción), mis estudios y la fotografía. http://elrefugiorelatos.blogspot.com/
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Playa Las Brujas, Cuba Foto de JosĂŠ Manuel Solana
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A fuerza de tanto recordarte
recordar te
Janet Guerra
Poesía
A f uerza de tanto A fuerza de tanto recordarte las facciones de tu rostro ya se desdibujan chorrean tus colores se van borrando tus rasgos las ciruelas que fueron tus labios van volviendo lentamente al hueso fábrica de calavera cada vez más próxima al olvido. Tu recuerdo raído se me deshace en las manos apenas va quedando un rastro leve apenas un soplo de ti un indicio, apenas.
Janet Guerra Nací en La Habana y vivo en un pueblo de Barcelona desde hace ya unos cuantos años, tantos que he dejado de contarlos. Me gusta jugar con las palabras, juntarlas y hacer que la combinación estalle... No siempre lo consigo, pero sigo intentándolo. http://jj-cuba.blogspot.com/
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Canario silvestre, Tenerife Foto de PlĂĄsido
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mañana de octubre de los años setenta
cuento
U na
Una mañana de octubre de los años setenta
Edgardo Benítez
D
e visita en Apopa, donde vivían unos familiares, ocurrió que una mañana, cuando caminaba muy tranquilo por el centro del pueblo, un alboroto de gente hizo que fijara la atención en algo que para mí era muy anormal. Muchos apresuraban el paso, iban de un lado a otro como tratando de ponerse a salvo; otros corrían a más no poder como si quisieran escapar de algún raro fenómeno. En aquel lugar existía una mezcla de miedo y confusión debido al estallido de los gritos y de la estampida humana que se venía encima; las puertas de las casas se cerraban casi al mismo tiempo; los perros no sabían si mover la cola de alegría o esconderla de miedo, unos ladraban y otros aullaban anunciando la presencia de entidades extrañas, y al final de la calle principal, cerca del mercado, se escuchaban los gritos enardecidos de una turba que avanzaba. ¡Pueblo, únete! ¡Pueblo, únete! Como pude, me hice de una puerta que encontré abierta, mi afán era dejar que la gente corriera, pero tuve que entrar en la casa casi a la fuerza por los empellones y codazos recibidos; fue en ese preciso instante que el portón se cerró y en lugar de considerarme resguardado, me sentí atrapado. A hoy, no sé por qué razón surgió en mí aquella inocente sensación. Los casi cincuenta minutos que siguieron a esos eventos fueron tan importantes en mi vida, que aun muerto, no los olvidaré. A mis diecisiete años, ese fue mi primer contacto con la realidad de un pueblo que se agitaba constantemente, que vivía al margen de las indulgencias humanas y que únicamente era «socorrido» por la número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 139
Una mañana de octubre de los años setenta miseria y la marginación. Esos instantes quedaron tan grabados en mi memoria que marcaron mi destino y dieron origen a mi nueva, a mi otra manera de pensar. La tienda se mantenía en penumbra y, en ella, se adivinaban algunos muebles antiguos, fotografías en blanco y negro colgando de la pared con sus marcos de madera barnizados, rostros borrosos con claras evidencias de haber sido captados algún tiempo atrás; el piso de barro, desgastado por el andar del tiempo, armonizaba con el quebranto de las paredes de adobe. —Pase adelante, jovencito… —me dijo, apartando algunas sillas del camino—. Rosario no viene el día de hoy, es ella la que hace la limpieza. Me encontraba en «La tijera de oro», el negocio de don Dago, famoso por sus andanzas y malandanzas pero también por su sastrería, con unos sesenta años en su haber y el carisma propio de un sastre de pueblo: cinta métrica en la nuca, camisa de mangas color blanco, cuello y puños almidonados; experto en la manta cruda y el lino, trabajaba también el dacrón y el corduroy. Como era su costumbre, todos los domingos asistía a la cancha para ver al equipo de sus amores: «Vendaval Fútbol Club»; decía que no moriría hasta no verlo en la categoría de honor. Un día, un argentino que llegó hasta allí y que iba con rumbo a Honduras le enseñó a jugar al ajedrez, y lo aprendió tan bien —según él mismo contaba— que en el pueblo no había adversario que le ofreciera resistencia y con el que pudiera practicar; lo consideraba un entretenimiento de individuos astutos, sin menospreciar a nadie. —Parece que los eventos en el país se están poniendo peliagudos —susurró al momento que servía una taza con café sin siquiera preguntarme si lo apetecía o no—. Se escuchan bullicios por todas partes, la gente vive con aprensión estas aglomeraciones de personas que rechazan las medidas dictadas por el Gobierno. —¿Qué personas? —pregunté con cierto interés mientras acomodaba mi taza de café. —¡Los comunistas, muchacho, los comunistas! —vociferaba a la vez que agitaba las manos con fuerza. Esta expresión casi histriónica la repitió hasta tres veces con la misma intensidad en sus palabras—. Claro, hasta dicen que le dan armas a las masas y los obligan a pelear contra las fuerzas del Gobierno… Pero… ¡veo venir épocas de guerra! —¿Cree usted? —susurré. En realidad me inquietó este tipo de afirmaciones que por primera vez escuchaba y que no dejaron de extrañarme. «¿Tomar las armas y pelear contra el Gobierno?», me vi en ese momento con un fusil y marchando por las calles del pueblo con el rostro embravecido. En ese lapso, su plática ya había captado mi total interés. —Es para preocuparse, ellos lo que quieren es el poder, y lo conseguirán a toda costa. Mira, si llegan al «Poder», como ellos mismos lo dicen, violentarán las estaciones de radio con música de protesta, desaparecerán las minifaldas y le darán fuego a la Biblia; en todas las iglesias se construirán escuelas. ¿Y el alcohol? ¿Y las prostitutas? ¿En dónde cargaremos «los traguitos»… y descargaremos nuestros «gustitos»? Nos vestiríamos todos de gris, y los días domingo de azul, ¡y comeríamos… lo que ellos digan! Tendrás una hora para levantarte y otra para dormir; no saldrás a la calle a cualquier hora, si te ven en altas horas de la noche te llevan y te desaparecen; verás en la tele únicamente marchas y manifestaciones de promoción y mensajes de publicidad del presidente. Algunos dicen que si hay muchos niños los matan, ¿y si hay hambruna?, ¡se los comen! En su partido, nosotros somos «pequeños burgueses», y también nos llaman «imperialistas». ¿A 140
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Una mañana de octubre de los años setenta
cuento
los «paralíticos»?, ¡los descartan! A las mujeres les aplican inyecciones para que no se embaracen, ¿y nosotros los ancianos?... ¿Qué crees?... —Se llevó las manos a los ojos—, nos matarán a todos, nos consideran escollo, estorbo —dijo con un sentido, profundo dolor—, también… nos quitarán las casitas que tenemos. Evadí la plática con disimulo mientras inventaba algún juego con mi taza de café. Me causó pena estar frente a un hombre consternado por esos pensamientos. Avancé hacia un tragaluz que suministraba alguna claridad a la habitación y desde el cual se podía percibir el disturbio; ocupaban el ancho de la calle, iban de cinco en cinco, portando pancartas mal hechas. Son campesinos y estudiantes, pensé al ver a dos jóvenes escribir sobre una de las paredes: «¡Organicémonos para la lucha!». Ellos también acompañaban a la turba. Luego, él continuó: —Soy un hombre solo, no vive nadie conmigo, toda mi familia murió en los años pasados, en la época del terremoto. —Señaló con sus gafas en la mano las fotografías en la pared—. ¿Qué haré si ocurre todo lo que te platico? A esta altura don Dago ya se había colocado sobre su máquina Singer, color negro. Lloraba con la cabeza agachada cual niño tierno, desconsolado. ¿Y mientras tanto, en la calle? La turba encendida en cantos y gritos. Algunos sonaban sus machetes, otros garrotes y palos, enfurecidos contra todo y contra nada. ¡Pueblo, únete! ¡Pueblo, únete! Después de un par de horas, la manifestación se disolvió, cada quien volvió a su casa. Únicamente quedó el rastro de la pinta y pega que hicieron a su paso. Era hora de marcharme. Aquel hombre permanecía cabizbajo. Logré incorporarlo para darle las gracias por su hospitalidad y sin mediar palabra me regaló un abrazo fraterno y cálido, con el ingrato sabor de un «hasta nunca». Abandoné la sastrería, en ese momento sin saber que los próximos años el pueblo sufriría las asperezas de una guerra que exigiría mi sangre y la de todos, en donde caímos la mayoría de los hombres; otros se marcharon hacia el norte. Pero él sobrevivió al conflicto. En una ocasión elaboró pantalones para los guerrilleros y otro día, camisas para la tropa que llegó una noche a buscarlo, así de osado era. Hasta el día de hoy, don Dago continúa viendo los domingos el juego de su querido «Vendaval Fútbol Club» y aún busca con quién practicar ajedrez. Y yo «vivo» añorando su charla apasionada y legítima, mientras reposo en el Cementerio General de Apopa.
Edgardo Benítez
Edgardo Benítez Escribo lo que pienso y siento. Estoy identificado con algunos de mis personajes que narran entrañables pasajes de mi vida. Escribir acerca de la muerte es igual que escribir acerca de la vida. Es imposible no temerle a la muerte cuando se le teme a la vida, ambas son cómplices en este vagabundear por el infinito. Mi nombre es Edgardo Benítez, y soy salvadoreño, por principio. http://pasionporlaverdad-loboherido.blogspot.com número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 141
Nocturno en la Playa del Camis贸n, Tenerife Foto de Daniel Seller
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c hue c o
C
cuento
E l á n ge l
El ángel chueco
Esther Nana para alguien muy querido
uando cumplí los diecisiete cursaba el último año de la secundaria y con Jorge, mi novio, planificábamos casarnos en un par de años. Luego, a los diecisiete y medio, me hice cargo de mi vida. Terminé aquella fiesta de cumpleaños acodada en el alféizar de la ventana de mi dormitorio, mientras me cepillaba los dientes, casi dormida. Estaba agotada de cerveza, música, arrumacos y peleas. Y entonces, la luna. Con esa luz helada que a veces tienen las lunas invernales, redonda, pura escarcha. Por un instante la imaginé grávida, y me pregunté si acaso el conejo que vive en sus cráteres podría ser una coneja dando fin a una larga preñez, y si en la superficie lunar habría suficiente alimento para una prole de conejitos. En eso estaba cuando creí ver una sombra que no era la de un conejo pero que parecía descender de la propia luna. Se descolgó por las ramas del jacarandá y al tocar la tierra brilló fugazmente y se esfumó. Yo no sabía qué había visto, si es que había visto algo. Me quedé largo rato allí, la frente pegada al cristal, tiritando de puro frío y de un miedo aún más diáfano. Tiempo después, cuando ya había trabado relación con él, supe que sí, que mi ángel chueco se había descolgado de la luna la noche de mi cumpleaños diecisiete. Me lo contó otra noche de luna llena, con las ventanas abiertas de par en par ante una primavera anticipada y ambos en el segundo vaso del vino añejo que le robé a mi padre. Solíamos quedarnos en la penumbra, yo arrebujada bajo las sábanas, él en cuclillas a los pies de la cama, contándonos uno al otro la magia de su propio mundo. Por eso, de tanto contarle a él cómo era mi mundo, y de tanto que él me escuchaba absorto y maravillado, descubrí que había magia en mi vida. número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 143
El ángel chueco Nunca le hablé a Jorge sobre mi ángel chueco; Jorge no hubiera entendido. Al fin lo dejé a él y a los muebles que estaba comprando a plazos, para cuando nos casáramos. Abandoné sin un suspiro el futuro que meses atrás me había parecido promisorio. La magia me arrastraba con ella, y no quería volver a la soledad de un páramo sin lunas que vomitasen conejos prolíficos y ángeles estrafalarios. Le dije a todos: me hago cargo de mi vida, ¡ya es hora! Vi, en la sonrisa de mi madre, una comprensión que no esperaba de ella, y en la mirada pensativa de mi padre la aceptación que tampoco esperaba de él. A veces mi ángel volaba a otros lugares, a buscar otros mundos con los cuales empaparse de historias; solía desaparecer por días, meses, y regresaba cargado de emociones y relatos que intercambiaba con los míos. Caminábamos por las calles y los campos, despacio, porque sus pobres piernas chuecas y torpes no daban para más. Hablábamos, y a veces yo lloraba sus penas y a veces él reía mis risas. Cometía conmigo mis errores y tropezaba con las mismas piedras que yo ponía en mi camino: era chueco y torpe, el pobre. No era mi ángel de la guarda. «Tonta, no existen. Créeme, esto de los ángeles es lo mío», decía. Pero estuvo a mi lado durante mis estudios y también en esos viajes insólitos a parajes extraños que yo hacía siempre que podía. Fue el primer crítico de mis pinturas. Y el último; a la postre, tuve que reconocer que no servía para eso. Él me animó a la música: «Vamos, todos los ingenieros químicos deben hacer música, ¿no lo sabías? Es un axioma matemático… ¿Pero es que no te enseñan nada en la Facultad?», decía, y entre examen y examen me arrastraba a esos cafés bohemios donde mi guitarra terminó siendo tan apreciada que nadie creyó que supiera calcular flujos de masa. Volaba al corazón de los hombres que yo conocía y me traía el aroma de las flores que había en ellos. A veces, el olor era fétido. El día que trajo un corazón perfumado de violetas me guiñó un ojo, lo dejó en la mesa, y sin decir palabra rengueó hasta la cocina, para continuar desarmando el horno de microondas. Quería descubrir dónde estaba el fuego que calentaba su café con leche. Las violetas son mis flores preferidas, como bien sabía él. Anoche mi ángel chueco regresó a la luna. Lloré lágrimas dulces cuando abrí la ventana, me despedí de él y lo vi trepar por esa larga escalera. No sé qué haré sin su compañía. Dijo que ya deseaba demasiado el frío del vacío interestelar; que tenía suficientes historias para contar a la vera de la luz de las estrellas, arriba, en la superficie de la luna, a los otros ángeles. Y que también me extrañaría. Me prometió que cuando mi niña cumpla los diecisiete, regresará. Me prometió que si mi niña no es capaz de saquear la alacena para invitarlo a un desayuno de medianoche en el jardín, me soplará pesadillas al oído, todas las noches, sin faltar una. Aunque sé que nunca volveremos a vernos, también sé que sabré que si la heladera amanece vacía, y no logro encontrar el sacacorchos pero sí las mantas húmedas de un rocío imposible, será porque mi niña ha salido al jardín, a festejar con sándwiches y vino blanco al ángel chueco. Y sonreiré, con esa sonrisa de mi madre, lejana ya en mis diecisiete y medio pero recién ahora descifrada. Esther 144
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El ángel chueco
cuento Luna del Mediterráneo. Foto de José Luis Jaime Cortés
Esther Me enamoré de la literatura en las largas siestas silenciosas de mi niñez, en un pueblo de casas bajas y cielos desmesurados, allá en la provincia de Buenos Aires. Escribir no entró en mis planes hasta que, por puro azar, descubrí que existía un mundo denominado «foros literarios virtuales». Fue entonces que nació Esther González (seudónimo poco original, es cierto) y, además de leer, comencé a escribir. Así aprendí que las diferencias entre las Ciencias Exactas y Naturales —mi vocación más profunda— y la Literatura no son tan grandes: ambas tratan de cómo crear universos imposibles pero verosímiles. En setiembre de 2007 participé de la creación del foro literario Prosófagos y, durante varios años, de su gestión, así como de la fundación y edición de Prosofagia. http://www.necesidadyazar.com.ar número 14 - diciembre 2011 - Prosofagia 145
El equipo de Prosofagia os desea ¡Felices Fiestas!
Navidad Agradecemos a Lola Vicente, que nos ha hecho llegar estas Cuartetas suyas, y que compartimos con ustedes:
CUARTETAS NAVIDEÑAS AL NIÑO DIOS Querido Jesús Divino: Nos llegas todos los años, con la sonrisa en los ojos, a optimar lo cotidiano. Querido mío, qué alivio, cómo descansa en tu amparo todo aquel que lo precisa. Eres un bien sosegado. Querido niño, qué invento, conmemorar tu pasado bienhechor y trascendente, formidable, tan humano. Te lo ruego, continúa impulsando el entusiasmo para el bien hacer.¡Resuenen las campanas entretanto!
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Bosque de arrayanes, Bariloche. Foto de José Luis Jaime Cortés
Revista Literaria prosofagia - número 14 - diciembre 2011
Año Nuevo y Reyes
Hace algunos meses, un grupo de compañeros decidimos lanzarnos a la aventura de editar, entre todos, una antología de cuentos. El libro aparecerá publicado en los primeros días de este nuevo año 2012, quizás traído por antiguos Reyes Magos. Esperamos que ustedes, queridos lectores, al igual que nosotros, inicien el 2012 con las alforjas cargadas de proyectos e ilusiones.
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