Prosofagia febrero 2010

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Número 6. Febrero 2010

Dirección

Colaboradores prosófagos

Elisabet

Boris Rudeiko, Elisabet, Esther, pepsi

Alex, angel of musik, B. Miosi, clarinete, Coloso, D, ferlocke, Janet, Nelo_, Plásido, pedro, Pedro de los Ángeles, Pepe Lillo, Rafaelhomar, ray12, zoquete

Diseño e imagen

Colaboradores externos

pepsi

Daniel Seller, José Manuel Solana

Equipo de redacción

Publicidad y comunicación Agradecimientos

Esther

Ana María Matute

La Redacción no se hace responsable de las opiniones expresadas por los colaboradores. Se prohíbe la reproducción de las imágenes y los contenidos publicados sin el consentimiento de su autor. Para la reproducción total o parcial de algún texto o imagen, se ruega contactar con la Redacción a: revistaliteraria@prosofagos.com

© Prosófagos, 2010


EDITORIAL

Aunque los orígenes de las fiestas de Carnaval se remontan a las antiguas Sumeria y Egipto, hace más de 5 000 años, estos festejos, tal cual hoy los conocemos, están vinculados a la cristiandad medieval. Antes de entrar en la rigurosa abstinencia de la Cuaresma, las gentes celebraban el final del invierno con una fiesta donde los límites y las restricciones desaparecían y se daba rienda suelta al jolgorio, a la fantasía y a los placeres de la vida.

Con el tiempo, el Carnaval adquirió creciente sofisticación y arraigo social, convirtiéndose en fiesta emblemática y de glamour en lugares como Venecia; y llevados por los navegantes españoles y portugueses a Latinoamérica, los carnavales europeos se adaptaron a las diferentes culturas americanas.

Pero si en cada país o región los festejos adquieren características propias, los carnavales siempre están marcados por la alegría, el baile y el canto. También por la libertad, la confusión de los lugares sociales, la ruptura con los cánones establecidos, la sátira social y política. En carnavales se acepta que las máscaras oculten y que engañe la belleza de trajes, luces y danzas. Y en la complicidad del disfrazado y del no disfrazado se crea una forma mágica de comunicación, donde se dice inventando lo que no existe.

Casi, casi, igual a lo que hace la literatura.

Así que febrero es un buen mes para dedicar Prosofagia a publicar cuentos y poesías de los integrantes del foro Prosófagos.

La Redacción


contenido (Pág. 6)

(Pág. 76)

Ana María Matute por Elisabet

(Pág. 10)

(Pág. 18)

El televisor

(Pág. 20)

Las señales

(Pág. 24)

Budistamente

(Pág. 26)

¿Quién tiene la llave?

(Pág. 28)

El hámster testarudo

(Pág. 30)

El cuidador

(Pág. 32)

por Boris Rudeiko

por Blanca Miosi (B. Miosi)

por Daniel A. Franco (D)

por Natalia Rubio (ray12)

por Pepe Lillo

por Pedro de los Ángeles

Revista Literaria prosofagia - número 6 - febrero 2010


contenido El genio

(Pág. 34)

La noche alrededor

(Pág. 38)

Hábitos

(Pág. 40)

Irketz y Elisa

(Pág. 44)

El miedo de matar un ángel

(Pág. 50)

Aritmomanía

(Pág. 54)

Soneto de la luz

(Pág. 58)

Tengo hambre

(Pág. 60)

Aniendo

(Pág. 64)

El día en que mi vida no se quiso levantar

(Pág. 68)

Eterno retorno

(Pág. 72)

por Jesús García Lorenzo (clarinete)

por Janet Guerra (Janet)

por Plásido

por Alex

por pedro

por zoquete

por Elisabet

por Rafael Homar Ferragut (Rafaelhomar)

por Ricardo Durán (Coloso)

por angel of musik

por Fernando Alcalá Suárez (ferlocke)

Revista Literaria prosofagia - número 6 - febrero 2010


noticias

Revista Literaria PROSOFAGIA

Atmósferas, 100 relatos para el mundo, quinta edición

Un libro nunca muere. Menos aún si quienes hemos participado en él no estamos dispuestos a que esto ocurra. Cuando un grupo de escritores ilusionados se empeña en llevar una tarea solidaria adelante consigue cosas que, seguramente, en otras circunstancias hubiera sido difícil alcanzar. Este libro tiene un fin, recaudar fondos. Seguro que si seguimos empujando entre todos aún podemos sacarle más partido: nuevas ediciones para otras empresas, o utilizarlo como regalo solidario. Veamos cuáles son los límites, si los hay. Espero tu propuesta. Gracias al Hotel Convento Las Claras de Peñafiel nuestro sueño sigue adelante. Una nueva edición. Javier Ribas

Escritores en Red

Cuyabeno, La sangre de la tierra, segunda edición

Me complace anunciarles que ya está en el mercado la segunda edición de Cuyabeno, mi primera novela publicada. Corregidos pequeños errores de tipeo, revisado el formato y tras un ligero lavado de cara, esta nueva edición se puede encontrar tanto en papel como e-book. CUYABENO, La Sangre de la Tierra, II Edición. Una novela de misterio, viajes y aventura. 300 páginas. ISBN: 9788492775316 Manuel Pérez Recio (Nelo_)

El final del Ave Fénix vuela más lejos

Después de un año desde su primera edición, la novela

de Marta Querol El final del Ave Fénix, finalista en la 56 Edición del Premio Planeta, se reeditará en octubre de este año de la mano de la Editorial Aladena, que espera cosechar en el resto de España el mismo éxito que ha tenido en su tierra. En abril saldrá publicado el relato La Puerta del Cielo dentro de una antología en la que han participado varios autores y cuyos beneficios serán para la creadora de la web Anika entre Libros. Además, la autora ha finalizado su segunda novela, Las Guerras de Elena, que está pendiente de edición, mientras continúa escribiendo en el periódico Las Provincias. En febrero estará operativa su web: http://www.martaquerol.es, con información sobre todas estas novedades. Marta Querol (malube)

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En la sinopsis de la novela leemos: La muerte del rey Teleclo desencadenó una oleada de guerras devastadoras entre Mesenia y Esparta que se prolongaría durante casi ochenta años. Esparta inició entonces una etapa de esplendor que la llevó a ser una de las ciudades más respetadas y temidas de su tiempo. El pueblo espartano se transformó en una sociedad militar, marcada por la austeridad y la dureza. En una novela que equilibra con extraordinaria solidez el fresco histórico, el relato de intrigas palaciegas y la novela de ideas, Teo Palacios nos ofrece una obra estremecedora en la que narra de modo magistral desde las batallas más multitudinarias a las escenas más intimistas, todo ello en una prosa que brilla por su poderosa capacidad evocadora.

Web de la novela: http://hijosdeheracles.com

noticias

Lanzamiento de Hijos de Heracles, novela histórica de Teo Palacios

Teo Palacios (Laren)

Última noticia de El legado. La hija de Hitler, novela de nuestra compañera Blanca Miosi

Actualmente se está comercializando en Argentina, México y Chile, en donde se encuentra agotada en algunas de las librerías de la cadena Antártica. Próximamente, según la Editorial Viceversa, será distribuida en Perú, Venezuela, Ecuador y Colombia.

Blanca Miosi

(B. Miosi)

Cortadle la cabeza

y otros relatos de terror

Ha salido a la luz la primera antología de Luis Bermer, con una selección de sus mejores relatos (cinco de ellos inéditos y exclusivos de esta edición), desde sus comienzos hasta la actualidad. Descubre la nueva voz del horror...

Luis Bermer (LuisBermer) número 6 - febrero 2010 - Prosofagia 7


noticias

Revista Literaria PROSOFAGIA

Foto: Daniel Seller

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Kedada literaria en Badalona

Por segunda vez un grupo del foro Prosófagos organiza una kedada literaria en Badalona (Barcelona). El encuentro se celebró el 6 de febrero en el Espai Cultural de ARSIS y reunió a diez personas, cinco miembros del foro (Carolina, grendelkhan, Jesús F., zoquete y Elisabet) y otros cinco participantes que pasaron una tarde departiendo sobre literatura, sus experiencias como escritores y sobre un tema central: los e-books y la literatura en la Red. Hubo opiniones variadas, desde la defensa apasionada del libro en papel hasta las posibilidades aún inexploradas que ofrece la lectura en soportes digitales, incluyendo elementos audiovisuales. Aunque prevaleció la idea de que ambos formatos, el digital y el impreso, convivirán, también se concluyó que las nuevas tecnologías afectarán a la literatura… como a la vida misma. Ver tema en el Foro

«Lectores e ilusionistas»: nuestro foro es noticia

Estamos acostumbrados a que en el mundo virtual se comenten acontecimientos o noticias del mundo literario o mediático impreso… pero quizás lo contrario no es tan habitual. Un fragmento del artículo escrito por Esther y Plásido a raíz de sus reflexiones en el foro Prosófagos sobre Guillermo Martínez, su obra, y la creación de relatos, ha salido publicado en los suplementos de fin de semana de dos periódicos argentinos, Diagonales (La Plata) y Buenos Aires Económico. Nuestro Foro es noticia… ¡y lo que se dice en el Foro también lo es! Agradecemos esta publicación a Miguel Russo y a Raquel Roberti, que han valorado el esfuerzo y la labor a favor de la literatura que se realiza en la revista.

Artículo publicado en:

Prosofagia Número 4, octubre 2009 8

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El blog i-Prosófagos llegó justo a tiempo para que Papá Noel lo cargara en su trineo. Conocido familiarmente, en el Foro, como “multimedia”, nos brinda la posibilidad de publicar nuestros cuentos, poesías, artículos y entrevistas en audio o en video. Con él, también nos llegó un canal Podcast nuevito y sin usar. Estamos aprendiendo. Más aún: nos estamos divirtiendo. Recuperar el antiguo oficio del trovador, del contador de historias, del poeta-pintor: reunir la palabra hablada y la palabra escrita, el lenguaje de la imagen y el de la letra.

noticias

Blog Multimedia i-Prosófagos

En síntesis, reconocer que las modernas tecnologías no hacen más que darnos —otra vez— una pared en la caverna y un lugar alrededor del fuego. http://www.iprosofagos.com

Portal Prosófagos

Prosófagos nació como un foro literario; los propósitos originales se mantienen, pero a cambio se diversificaron los caminos. De los foros originales de Prosa, Poesía y General llegamos, hoy, a disponer de una Biblioteca de nuestros autores, un blog Multimedia, una Revista Literaria. La multiplicidad de páginas y de intereses hizo necesario crear un Portal que refleje esta identidad prosofágica actual. Como recién está salido del horno, posiblemente cuando usted lea estas líneas la página del Portal no sea exactamente la misma que en el momento de escribirlas, ni la misma cuando finalice de leer el sexto número de Prosofagia. http://www.portal.prosofagos.com número 6 - febrero 2010 - Prosofagia 9


Foto: Nelo_

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Revista Literaria PROSOFAGIA

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ANA MARÍA MATUTE

eNTREVISTA

Ana María Matute

Foto: Ediciones Destino

por Elisabet

Barcelona, 29 de diciembre de 2009

Es una tarde lluviosa e invernal. Llego a Barcelona ya oscurecido y me recibe en casa de la escritora su hijo Juan Pablo, a quien ella dedicó muchos de sus cuentos. Me hace pasar a un salón que haría las delicias de cualquier lector voraz: literalmente cubierto e invadido por libros. Mientras espero unos minutos, la vista se me va hacia las librerías. Ana María Matute es una mujer de aspecto frágil, con el rostro nimbado por una mata de cabello blanco. Pero en su voz tenue y en la luz que desprenden sus ojos, negros y penetrantes, adivino la enorme fuerza interior que la anima. Nos sentamos en los sofás, donde se esparcen algunos cojines con motivos orientales, y le presento el foro literario Prosófagos. También le llevo las revistas impresas, que ella mira con delicadeza y agradece.

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Revista Literaria PROSOFAGIA

―Ana María, ¿cómo comenzaste a escribir? ¿Qué te impulsó a inventar historias? —¡Hace tantos años! Soy una escritora nata. No sé si soy buena, mala o regular, pero escritora sí. Empecé con cinco años. Desde muy niña ya escribía. ―¿Qué autores o lecturas te inspiraron? —Cuentos, por supuesto. Andersen fue importante para mí. Lewis Carroll, los hermanos Grimm. Peter Pan lo leí con nueve o diez años, ¡ese cuento me marcó muchísimo! Luego fui leyendo otras cosas, pero lo que me abrió el mundo, la ventana, fueron estos relatos. Yo entré en la literatura por los cuentos fantásticos, los mal llamados cuentos de hadas. —¿Por qué “mal llamados”? —Bueno, más que mal llamados, mal interpretados. Las hadas, por lo menos en este país, son el hada del cucurucho y la varita mágica, cuando en realidad esta tradición viene de la mitología escandinava y es otra cosa diferente. —Quizás tampoco es algo tan de niños… —Los niños las adoptaron. Los Grimm, Andersen, Perrault, recogieron la tradición oral y la pusieron al alcance de todos. Primero lo hicieron para los estudiosos, pero a los niños les encantaron estas historias… y a los no tan niños también. ―¿Hay alguna de tus novelas a la que tengas especial cariño o que consideres tu obra maestra? —Sí, hay varias, pero una en especial, que es Olvidado Rey Gudú. Es ese libro que desde niño piensas que vas a escribir. Que va creciendo contigo, se va transformando contigo, se va enriqueciendo, y también pervirtiendo… como tú misma. —¿Tardaste mucho en escribirlo? —No, en realidad no… Desde que lo empecé hasta que terminé, no llegó a tres años. Dos años y pico. —¿Cómo se te ocurren las historias? ¿Las tienes en la mente, vas improvisando o sigues un plan? —No, improvisando, no. Una historia surge de la manera más impensada, a veces incluso por una imagen. De repente, una imagen, una frase, o una música, te sugieren algo… y te das cuenta de que aquello puede llegar a convertirse en una novela. Yo no me pongo a escribir nunca una novela si no la tengo adentro. Todo tiene una intención y no se puede improvisar sobre algo que quieres decir muy concretamente. O a veces muy concretamente no, pero sí muy profundamente. —Hay quienes consideran que las novelas no deberían contener un mensaje explícito; otros opinan que sí. De tus libros se ha dicho que son muy 12

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ANA MARÍA MATUTE

—Son temas que quizás llevamos dentro, no podemos desprendernos de ellos… —Por supuesto. Todos los escritores tenemos nuestros demonios familiares, bueno, los escritores y los que no lo son. Eso es una cosa muy humana… Llevamos nuestros demonios dentro, queramos o no, ¡hasta que nos morimos!

eNTREVISTA

neutrales, pero hay quienes también piensan que contienen un mensaje social o incluso político… ¿Qué piensas al respecto? —Mensaje… ¡la palabra mensaje está tan vapuleada, pobre palabra! Pero muchos de mis libros tienen una intención, sí. O más bien una reflexión de tipo social. Hay unos temas recurrentes en mí. Por ejemplo, la injusticia. La injusticia es algo que me desespera. Otro tema es el de Caín y Abel. El cainismo me viene de muy lejos. Muchos me han preguntado, incluso se han hecho estudios sobre esto. Es un tema que quizás viene de la guerra civil. Yo era muy niña y una guerra entre hermanos es una cosa horrorosa. Algo debe tener que ver. Este es un tema muy recurrente. Otro es la pérdida de la inocencia, el viaje iniciático. Son temas que, sin proponérmelo yo, están ahí. Por ejemplo en La torre vigía, me propuse que no aparecería ningún Caín. ¡Y salieron tres! —Ríe—. Los tenía ahí, no me daba cuenta, pero había tres hermanos que eran Caínes.

—¿Y cómo se convive con ellos? —Unos lo hacen mejor y otros peor. Escribiendo, creo, mucho mejor. Porque tienes esa posibilidad de liberarte. ―¿Hay mucho de ti misma en tus personajes? —De mí sí. Ahora, de mi vida no. De mí… ¡el mundo está visto con mis ojos! Lo que aborrezco, lo hago con mis sentimientos, y lo que amo también. Pero no tengo ninguna novela autobiográfica. Únicamente en esta última hay dos o tres episodios… Pero la novela en sí no tiene nada que ver. —¿Qué nos puedes decir de tu estilo? Ese estilo tan lírico, con imágenes tan palpables… —No lo sé. Son cosas de las que no me doy cuenta. Cuando estoy metida en lo que estoy escribiendo, si es poético o no, es algo tan mío, sale tan de dentro, que no puedo controlarlo. Yo tengo el prurito de escribir sencillo, ¡y eso cuesta mucho! Es lo más difícil de todo. Lo que aparentemente surge tal cual ha costado muchísimo. —Los novatos a veces pecamos de adjetivar demasiado, de adornar en exceso nuestros escritos. —Oh, huid de la brillantez, de lo recargado. Porque muchas veces lo que uno cree que es brillante lo que hace es estropear el texto. No hay que confundir: la sencillez no es pobreza. —¿Piensas en tus lectores? —No. Sé que escribo para alguien, pero no sé quién es exactamente. Escribo convencida de que escribo para alguien que recoge eso, y nos entendemos. número 6 - febrero 2010 - Prosofagia 13


Revista Literaria PROSOFAGIA

—¿Por qué cultivaste la literatura infantil? —Ah, esto fue cuando mi niño era pequeño. Me di cuenta de lo mucho que le gustaban mis cuentos. Se quedaba quietecito, escuchando, con unos ojazos abiertos, entusiasmado… y pensé, aprovecha esto. Cuando tuvo doce años ya no volví a escribir más cuentos. Excepto uno, cuando pasé la depresión. La primera cosa que escribí después de ese tiempo fue un cuento para niños, Solo un pie descalzo, que fue mi último libro infantil. Luego escribí El verdadero filón de la Bella Durmiente, pero más que un cuento eso fue una especie de glosa. Fue mi editora de infantil, Esther Tusquets, quien me animó. Y me dieron el Premio Nacional de Literatura Infantil. Luego me dieron el otro, pero éste fue a raíz de esa obra. —Has recibido el Premio Nadal, el Planeta, el Premio Nacional de Literatura… Hasta ser nominada para el Premio Nobel. ¿Qué han significado los premios y reconocimientos que has recibido a lo largo de tu trayectoria? —Puedes imaginar… Para un escritor es algo muy bonito. No es que crea que un escritor sea mejor por tener premios, no. Un premio no hace a un escritor, pero le ayuda mucho en su trabajo y además crea lectores, eso es muy importante. —Fuiste la tercera mujer miembro de la Real Academia de la Lengua, ocupando el asiento K. ¿Qué ha supuesto ese lugar para ti? —Un honor muy grande. Yo estoy trabajando en lexicografía, la explicación de las palabras… Estoy muy contenta y orgullosa de ser académica. —Algunas personas piensan que el academicismo, las reglas, coartan la creatividad. Incluso hay quienes dicen que ellos escriben, y que a la hora de publicar ya corregirán los editores. ¿Qué piensas de esto? —Eso no, por Dios. Yo me corrijo yo. Ponerse a escribir a lo tonto no es el tipo de escritura que a mí me interesa. No hay que llegar necesariamente a una literatura académica, porque también existe la libertad poética, de poder hacer algunas “faltas”…, las licencias poéticas, que son admitidas. Pero un escritor debe corregirse a sí mismo. Esa es mi manera de ver. —¿Crees que la calidad y las exigencias de la literatura han descendido, en los últimos años? —No soy quién para juzgar eso. Soy escritora, no soy crítica. —¿Qué opinas de los críticos? —Que cumplen con su trabajo, como todo el mundo, unos mejor y otros peor. Hay buenos escritores y malos escritores, y también hay críticos buenos y malos. Y normales. ¡Como en todo! —A los que estamos escribiendo o empezando a escribir, ¿qué nos aconsejarías? —Que no abandonéis. No tiréis la toalla nunca. Porque es difícil, como tú sabes bien, es duro. Yo llevo muchos años en el yunque. Cuando se publicó mi primer libro tenía diecinueve años, y tengo ochenta y cuatro. ¡Es toda una vida! 14

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ANA MARÍA MATUTE

—Hay que tener mucha paciencia… —No sé si es paciencia, porque yo no soy muy paciente. Hay que tener, más que eso, una convicción. Tienes que creer en ti. Hay una frase muy hermosa de Cernuda, que tengo por lema. Me gusta mucho, dice: «Creo en mí, porque algún día seré todas las cosas que amo». ¡Qué bonito! —Quizás a algunos, cuando empezamos, nos falta esa fe, o la tenemos, pero vacilante. Dudamos de que lo que escribimos sea lo bastante bueno. —¡Cuando se empieza es cuando hay que tener más fe! En el momento en que te lanzas y escribes, debes pensar que eso es lo mejor de ti. Además, te gusta, lo quieres hacer… ¿Qué más quieres? Escribir da una fuerza tremenda. Es un apoyo muy grande, es una razón de ser, un motivo de vivir, casi te diría.

eNTREVISTA

Mi primera obra publicable fue Pequeño Teatro, que escribí con diecisiete años. Destino iba a publicarla, cuando me presenté al Nadal con Los Abel. Quedó finalista y entonces los editores cambiaron; consideraron esta más madura y la otra la guardé. La tuve en un cajón durante once años hasta que la presenté al Planeta, y lo gané.

—A veces bromeamos entre compañeros escritores y suelo decir que escribir un libro es como parir una criatura. Sé que no es así, pero… —Es muy importante, pero no es lo mismo —sonríe—. Un hijo es algo inmenso… Para un hijo no hay palabras. Para esto hay palabras —señala los libros—, ¡está hecho de palabras! Pero para lo que supone tener un hijo, no. —En una entrevista que te hicieron comentabas que el dolor puede enseñar mucho, siempre que no sea demasiado… ¿Qué te enseñó la guerra, con sus experiencias tan duras? —El dolor enseña… ¡siempre que no te mate! La guerra me enseñó la fragilidad del ser humano. La inmensidad del odio. Y también la del amor. Y me enseñó una cosa terrible: que el odio es más fuerte que el amor. Prevalece más, incide en las personas más que el amor. La gente olvida el amor antes que el odio. ¡Es terrible! Y ahí no hay clases sociales, todos somos iguales. —El arte, la literatura, ¿pueden ayudar a combatir el odio? —Escribir también es una forma de combatir el odio y de exaltar el amor. Y a veces, todo lo contrario. También puede ser una exposición fría. En la literatura cabe de todo. Es un mundo maravilloso, el de la novela —abre los brazos, mientras sonríe y le centellea la mirada—. En ella puedes poner poesía, música… ¡hasta matemáticas! Todo cabe dentro de la novela. ―Hay quienes aseguran que, en pocos años, toda la literatura circulará por Internet y en formatos digitales. ¿Crees que los libros tradicionales desaparecerán? —No sé. Yo creo que los libros no morirán. No sé si es una creencia o un deseo, pero estoy convencida de que el libro en papel no desaparecerá. Pasar las páginas, oler el papel… ¡es maravilloso!

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Revista Literaria prosofagia

―Para terminar, ¿qué nos podrías decir a los miembros del foro? —El escritor no lo sabe todo ni va desperdigando sentencias ni proverbios —ríe—. ¿Qué les diría? Que les deseo lo mejor. Que no arrojen la toalla nunca y que sigan escribiendo; que no se desanimen, aunque reconozco que el camino del escritor es duro y difícil. No es un camino de rosas. Pero para mí es… ¡lo mejor de lo mejor de lo mejor! Cuando cierro la grabadora, queda impresa dentro de mí la fuerza con que Ana María ha pronunciado estas últimas palabras. La fuerza, y la sonrisa que ilumina esos ojos donde asoma una vida entera.

Elisabet Licenciada en Filología Inglesa. Escritora de ensayo y ficción.

INFO ABOUT RIGHTS: 1002135512730 www.safecreative.org/work

Esta entrevista se puede escuchar y descargar desde el blog multimedia www.iprosofagos.com

Ana María Matute en la Red Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Ana_Mar%C3%ADa_Matute

Página oficial: http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/matute/home.html

Ficha de autora y relación de obras en escritoras.com: http://www.escritoras.com/escritoras/escritora.php?i=8

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ANA MARÍA MATUTE

En sus novelas, a menudo adopta la mirada del niño que intenta comprender —y sobrevivir— el absurdo de esas situaciones dolorosas. Sus narraciones conjugan toques de lo maravilloso con pinceladas del más crudo realismo; lirismo y una velada denuncia social.

eNTREVISTA

Ana María Matute nació en Barcelona el 26 de julio de 1926. Poseedora de una imaginación asombrosa, desde muy niña comenzó a escribir e ilustrar sus propios cuentos. La Guerra Civil, que marcó su infancia, le enseñó verdades dolorosas y posiblemente es el origen de algunos de los grandes temas que aparecen en su obra: la lucha fratricida, la injusticia y la muerte.

Publicó su primera novela, Los Abel, con tan solo veintidós años. Pequeño Teatro, escrita a los diecisiete, fue Premio Planeta en 1954. Su trilogía Los mercaderes, sobre la Guerra Civil, es considerada por muchos su obra maestra, aunque otros se decantan por Olvidado Rey Gudú, la obra cumbre que, según ella misma declara, maduró y creció con ella. También ha escrito cuentos y relatos para niños. Su última obra publicada es Paraíso inhabitado, en 2008. La infancia, la soledad, la fantasía y la pérdida, temas muy suyos, afloran en una novela de prosa bellísima que apela a los deseos más hondos de la persona sin dar concesiones a sentimentalismos superficiales. Durante su trayectoria ha cosechado no menos de diez premios de reconocido prestigio, entre ellos el Premio Nacional de Literatura, tanto adulta como infantil y juvenil, el Premio de las Letras Españolas, el Planeta, el Fastenrath, el Nadal, y hasta fue nominada al Premio Nobel de Literatura. Es miembro de la Real Academia Española, donde ocupa el sillón de la letra K, y profesora invitada de varias universidades norteamericanas.

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Ver índice Imágenes Foto: Daniel Seller

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Foto: Daniel Seller

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El televisor

Boris Rudeiko

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l verano pasado, caminando por el paseo marítimo, encontré un televisor junto al mar. Estaba sobre una roca, apagado, naturalmente, y me dije: «¿Quién lo habrá abandonado ahí?». Me acerqué y me pareció que las olas no lo habían mojado, pues la caja estaba intacta, como nueva, así que me dio pena dejarlo allí y me lo llevé a casa. Pese a su tamaño, catorce o quince pulgadas, al llegar al portal del edificio lo dejé en el suelo para descansar, ya que me dolían los brazos. Un vecino que salía en ese momento me preguntó: «¿Qué, se te ha estropeado la tele?». «No, no, es que la encontré en las rocas», respondí, «y la traigo para comprobar si aún funciona». El vecino me contó que una vez halló una lavadora junto al contenedor del vidrio y estaba tan oxidada que no quiso recogerla. «Es lo que ocurre aquí en la playa, los aparatos electrodomésticos duran menos, por la humedad», le dije. Levanté el televisor del suelo, luego de despedirme, y subí en el ascensor a casa. Al enchufar el aparato a la red eléctrica sonó como un chispazo en su interior y se encendió el piloto rojo, pero la pantalla no se iluminó, permaneció en negro. Le di unos golpecitos en el lateral, y nada. Unos golpes más fuertes; siguió sin responder. Entonces cogí un destornillador del cajón inferior de la mesilla de noche, donde guardo las herramientas de más uso y los preservativos, y retiré la tapa posterior del televisor. Apreté aquí y allá, sin saber qué tocaba, claro, y de pronto la pantalla se iluminó. Me puse delante de ella y apareció una imagen en blanco y negro. Era el busto de un hombre cuya cara se veía borrosa, como la de un espectro. Así que ajusté el brillo y el contraste hasta que reconocí a mi padre. ¡Qué impresión me dio! Pensé, asustado, que tal vez era un sueño, pero me pellizqué el dorso de la mano y me di cuenta de que estaba despierto. Todavía con el susto encima me dije que quizás fuera una broma, o tal vez un video de cuando mi padre vivía, pues hacía cinco años y pico que había fallecido en un accidente de coche. Al fin me atreví a subir el volumen y le oí hablar: «Hola, hijo». «¿Eres tú, papá?», pregunté, y él: «Pues claro, ¿no me ves?». Mi padre número 6 - febrero 2010 - Prosofagia 21


El televisor era algo brusco, especialmente con la familia, pero muy buena persona; con los amigos solía ser amable y simpático. «¿Y qué haces tú ahí?», continué. «Es que no puedo materializarme y he aprovechado esta oportunidad para comunicarme contigo», respondió. «¿Dónde te encuentras?», interrogué. «No lo sé, esto es muy extraño, somos miles y miles de millones de muertos, esperando que alguien nos diga qué hacer». «¿Pero dónde estás?», insistí. «Te repito que no lo sé, solo veo gente, mucha gente, deambulando por el éter, esperando que alguien nos diga algo», dijo muy enfadado. «Tal vez sea el cielo», repuse para sonsacarle, pero él seguía diciendo que no sabía, y que había allí personas que llevaban siglos deambulando y esperando. «Tal vez sea el purgatorio», dije. «Mira, presta mucha atención», me ordenó, «lo que quería deciros es que creo que no hay nada, nada en absoluto, sólo éter, estrellas y basura cósmica, y nosotros, los muertos, de aquí para allá sin nada que hacer. Así que dile a tu madre que no estoy bien, pero que deje de llorar, joder, que ya va siendo hora. Que disfrute de la vida, y tú también que luego…». En esto, el aparato se apagó antes de que pudiera preguntarle si había visto a Dios. Lo desenchufé y cuando lo bajaba para desprenderme de él, volví a tropezarme con el vecino. «¿Qué, funciona o no?», preguntó. «No, está totalmente muerto, voy a tirarlo al punto limpio», y ni siquiera me detuve a charlar con él.

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El televisor

Boris Rudeiko nació en enero de 2003 en San Petersburgo, ciudad donde su padre, ingeniero, trabajaba para una multinacional. Desde muy niño heredó la costumbre de leer. Un día escribió su primer cuento. A su padre le pareció que no estaba mal, y desde entonces no ha dejado de escribir. Actualmente prepara su primera novela, ambientada en la ciudad del Neva, el Hermitage, las noches blancas y Dostoievski.

Boris Rudeiko España

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Revista Literaria PROSOFAGIA

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Foto: Daniel Seller

Blanca Miosi, peruana, escritora y diseñadora de modas, residente en Venezuela, ha publicado LA BÚSQUEDA, Roca Editorial, 2008; EL LEGADO, EDITORIAL VICEVERSA, 2009. Actualmente la representa Antonia Kerrigan Literary Agency, y sus novelas se están comercializando en Iberoamérica. Participa como colaboradora en la sección Entrevistas de la revista Prosofagia, del foro Prosófagos.

B. Miosi Blanca Miosi Venezuela

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Las señales

B. Miosi (Blanca Miosi)

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as paredes crujían como si en cualquier momento el viento fuese a derrumbarlas, y Fito permanecía en cuclillas en una esquina, en el rincón más oscuro alejado de los vidrios de las ventanas, tal como su abuelo le enseñara días atrás, antes de que se cayera por la escalera mientras arreglaba el techo. El olor a carne putrefacta se filtraba por las rendijas de las puertas y ventanas. Sabía que provenía del cuerpo de su abuelo, allá afuera, no más lejos de lo que sus fuerzas pudieron arrastrarlo. Quiso cavar un hoyo para meterlo dentro como había visto hacer con su abuela una vez, hacía tiempo. Claro que ella no estaba enterrada cerca de la casa. El abuelo de vez en cuando iba a verla al cementerio y él lo acompañaba. «Ella está en el cielo», le decía. Se preguntó si su abuelo también estaría arriba entre las nubes. Lo dudaba, pues se estaba pudriendo en el patio. Y para ir al cielo debía estar bajo tierra en el cementerio. Esperó en la oscuridad hasta que la tormenta fuese amainando y el viento dejara de comportarse como si estuviera resentido con la casa. El silencio era tan pesado que casi podía sentirlo en sus espaldas; por un momento prefirió que siguiera ululando, a sentir la soledad como única compañía. ¿Cuánto tiempo habría de soportar el hedor que despedía su abuelo? De haberlo sabido no le habría clavado la estaca en el pecho. Pero debía hacerlo, estaba convencido de que era un vampiro, las señales eran claras. El libro lleno de dibujos que dejó el forastero no podía estar equivocado, su abuelo siempre le había dicho que la sabiduría estaba en ellos. Tuvo suerte de que su abuelo no le hubiera atacado; dentro de todo, se sentía satisfecho. Las luces del alba iluminaron con timidez el entorno desolado que Fito veía desde la puerta. Salió y acomodó el largo banco donde solía sentarse con su abuelo a contemplar el horizonte, el mismo por donde vieron acercarse al forastero. Cuando el hombre se enteró de que había aprendido a leer, le dejó el libro que llevaba consigo y desde ese día fue su compañero inseparable. Lo sujetó fuertemente para que no se terminaran de desprender las hojas que de tanto manosearlas estaban casi sueltas. Tenía hambre, pero recordó que cuando leía su libro y veía los dibujos se olvidaba de comer, así que empezó a pasar las hojas tantas veces recorridas para engañar al estómago, y se fijó una vez más en el vampiro. Drácula, se llamaba, y tenía el mismo corte de pelo de su abuelo, los mismos ojos, y hasta la misma sonrisa. En lo único que diferían era en que su abuelo no tenía colmillos, o por lo menos, nunca se los había visto, pero no le cabía la menor duda de que era él. Con cuidado dejó el libro en el asiento y se dispuso a mirar el horizonte, como cuando su abuelo y él lo hacían.

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Foto: D

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«D» (Daniel A. Franco) es intérprete médico profesional de inglés a español en un hospital pediátrico de la región de Dallas-Fort Worth, Texas, en los EE. UU.

La redacción de relatos en español es uno de sus pasatiempos favoritos.

D Daniel A. Franco EE.UU.

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Budistamente

D (Daniel A. Franco) dedicado retroactivamente a Turkesa

E

l destello verde del anochecer en alta mar apenas si dura un instante; el ocaso en su majestuosa policromía no se extiende toda la noche. Reza el refrán que no hay mal que perdure; tampoco hay cadenas así. El alba siempre llega en su momento más oportuno, siempre; no es de extrañarse que la umbría nocturna también… La tiniebla pareciera perenne, pero cualquier mañana la disipa. Lo nuestro, agotado, se escabulle entre trinos de bienvenida al Astro Rey, tazas a medias y cruasanes ignorados, para nunca volver…

Todo cesa en este mundo; no es de extrañarse, te digo al despedirme…

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Revista Literaria PROSOFAGIA

Foto: ray12

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Siempre me ha gustado viajar. Si no puedo coger un avión, encuentro algún libro que me lleve. Y si ningún sitio me parece atractivo, lo escribo y voy allí cuando quiero.

ray12 Natalia Rubio España

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¿Quién tiene la llave?

ray12 (Natalia Rubio)

A

lguien me ha encerrado en esta prisión y no sé quién.

Las vistas no son malas. Si doy dos o tres pasos al frente, veo el mar desde la ventana. Una vez intenté sacar la mano y agitarla en el aire, pero me choqué con una red de cuyo abrazo tardé horas en escapar.

En cualquier caso, las vistas no son malas.

Aquí nunca hace frío. Por más que busco, no doy con el calefactor, así que mi mente ha decidido culpar a las paredes de la temperatura. Supongo que en el fondo es así, que el calor se guarda entre ellas por y para mí. Leo en esas paredes el reproche siempre que se me ocurre tiritar, aunque sea en sueños. Me han proporcionado una mesa y cuartillas para escribir, además de los otros libros. Debo leerlos cada día, y dejar que sus ideas violen a las mías, las acuchillen y las arrojen por la ventana. El mar las acoge y las acuna. De noche, si me asomo, puedo verlas brillar como en mi mente. Los libros no están mal, pero me roban tanto tiempo como ideas. Es junto a ellos cuando me siento verdaderamente en prisión. Es junto a ellos cuando me pregunto, ¿quién me ha encerrado aquí?

—Marta, ¿has terminado ya? —oigo desde fuera.

Cierro el libro y saco las cuartillas que había escondido debajo.

—Te acompaño.

La ventana se vuelve más ancha, desaparece la red y doy un salto hacia la nada. El mar me recoge y me acuna. Grito de júbilo al ver los puntitos de luz entre las olas, y obvio el frío que se me pega a la piel. Vuelvo a prisión ya de noche, con las cuartillas en la mano. Las paredes me miran de reojo cuando tirito y me sacudo de encima el agua helada del mar. Agacho la cabeza y, como cada día, aparto las cuartillas para comenzar a leer. Mis ideas se ponen en fila para desfilar al precipicio. Les dedico una mirada de soslayo y, en silencio, arrojo la llave de la prisión al mar, que la recoge y la acuna.

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Revista Literaria PROSOFAGIA

Foto: Plásido

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Nací a principio de los sesenta, en un pueblo sin mar pero en el que todo huele a Mediterráneo. A los diez años, una maestra me puso, bajo una poesía que me había mandado como deberes: «Mal por arte copiado». Desde entonces supe que lo mío era escribir.

Hace mil años comencé a trabajar en una farmacia, en la que aún sigo. Por su culpa lo ordeno todo alfabéticamente; no solo los medicamentos, sino los libros, los alimentos, la ropa de los armarios, los amigos. Estudié psicología, pero nunca ejercí. Mi mujer dice que fue una pérdida de tiempo. A mí me ha servido para imponerles trastornos extravagantes a mis personajes, como el síndrome de Kleine-Levin, o las fotopsias. Descubrí a Millás (Juan José) a través de la radio, en

un espacio de literatura, y fue él quien me recordó —lo había olvidado—, que desde niño, yo siempre había querido escribir.

Pepe Lillo España

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El hámster testarudo

Pepe Lillo

L

a tarde de mi séptimo cumpleaños mi padre me regaló una rueda para el hámster. Pero aquella era una rueda muy especial; llevaba un cuentakilómetros dorado, «aunque en realidad lo que cuenta son metros», dijo mi padre, y luces de colores en los aros externos, que se encendían al girar. También llevaba una pila de petaca que mi padre escondió entre piedras —pues no era bueno que el hámster se comiera la pila—, en un rincón de la jaula. Una vez instalado el artilugio no hubo forma de hacer que el hámster diera ni un solo paso en aquella rueda. Se negó en rotundo a pesar de nuestras arengas. Por la noche, un ruido me despertó. Al asomar mis ojos sobre el embozo de la cama, vi al animalito corriendo entre un baile de luces fantástico; y siguió corriendo hasta que el cuentakilómetros llegó a los 46 metros. Después se bajó de la rueda, descansó un poco, dio media vuelta, y volvió a correr en el sentido contrario, descontando metros hasta que el cuentakilómetros volvió a llegar a cero. Entonces se fue a un rincón de la jaula, se hizo una bola, y se quedó dormido.

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La dama del escarabajo (detalle)/ Armando Oleta. (Colección particular) Foto: Pedro de los Ángeles

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Pedro de los Ángeles escribe como si de una maldición se tratara, frenéticamente, en cualquier lugar, hasta que la falta de papel o de tinta lo detengan, poseso no de un don, porque después es trabajo más trabajo más la tormenta espiritual. Aunque ha querido dejarlo, no le ha sido posible. Porque la palabra era fuego ardiente encerrado en mis huesos; quise contenerla y no podía.

Como buen poeta fracasado

se ha convertido en un crítico literario aunque no ha dejado la escritura literaria propiamente dicha.

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Pedro de los Ángeles Mochotitlán Brocelandia


El cuidador

Pedro de los Ángeles

T

e llevo a que contemples el atardecer. La tarde es plácida. Sé que te gustará.

Busco tus ojos. Al encontrarlos, te sonrío con esa sonrisa inefable que siempre disfrutaste. Tú me encuentras con los tuyos hermosos; me miras, como siempre, con una mezcla de indiferencia y tristeza.

No digo nada.

Empujo tu silla de ruedas de vuelta a casa.

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Foto: clarinete

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El genio

clarinete (Jesús García Lorenzo)

LL

orar, notar anudada la garganta, creer alcanzar el cielo al oír una melodía. Sentirse vivo. En esas ocasiones es totalmente indiferente el sexo y la edad.

Quebrar el silencio con breves y fugaces notas. Volverlo a romper con maestría extrema hasta el éxtasis. El compositor oye en su corazón la orquestación, navegando por las líneas del pentagrama. Olas por las que surcarán las barcas blancas y negras que, impulsadas por el sentimiento, llevan al navegante al lugar más recóndito jamás imaginado. Su dedo pulsó la tecla del piano. No brotó sonido alguno. Volvió a pulsarla con fuerza. Nada. Con celeridad fue a la mesa. Lanzó su mano sobre la madera, y sólo sintió dolor, pero ningún ruido. La angustia y el desasosiego se apoderaron de él. Dio una palmada frente a su cara. Silencio. Jaime acudió al conservatorio como todos los días. Esa tarde tocaba clase de “Historia de la Música”. —Hoy hablaremos de un compositor que escribió el periodo del clasicismo e inicio del romanticismo con notas de oro. ¿Quién podría decirme…? ¡Jaime! —Ludwig van Beethoven. —Muy bien, ¿qué instrumento toca? ¡No, no me lo diga! —dijo con un gesto teatral—. El piano, seguro. —Sí —contestó Jaime sin bajar la guardia. —¿Podría deleitarnos con alguna anécdota de su compositor favorito? —y continuó con sorna—. ¿Porque lo es, no? —Uno de ellos, sí —contestó seguro Jaime, y ante el gesto del profesor continuó—. Tuvo un fugaz encuentro con Mozart y este dijo a quienes les rodeaban, «recuerden su nombre, este joven hará hablar al mundo». Beethoven contaba dieciocho años. —¡Le he pedido una anécdota, no una leyenda! Es cierto que hubo un encuentro, pero de ahí a que Mozart dijera de Beethoven… ¡No, señor mío! Aquí no valen historias de bar. —Voy a darle otra oportunidad. —En esta ocasión fue firme en su petición. número 6 - febrero 2010 - Prosofagia 35


El genio Jaime era consciente de que se jugaba el curso. Le había elegido como cabeza de turco, con él haría el escarmiento que buscaba todos los años al iniciar las clases. —Beethoven al cumplir los veinte escribió a su hermano pidiéndole dinero, este le contestó negándoselo y recriminándole su faceta de músico, firmando: «Tu hermano, el abogado». A lo que Beethoven respondió firmando: «Tu hermano, el genio». —Muy bien, muy bien —sonrió vencido—, muy bien. Encerrado en el silencio, cárcel amarga, descubrió que su mente y su corazón oían la nota escrita sobre el papel pautado. Pasaba de pentagrama en pentagrama dibujando notas para cada instrumento, que luego en su conjunto harían estremecer al corazón.

Días de obsesión y noches de trabajo. Así nació una sinfonía.

En la clase de piano Jaime repentizaba una obra de Mozart. Su profesor, exultante, apagó el metrónomo con cuidado, aprovechando el paso de la página.

Al terminar, en el aula sonó un aplauso. —¡Vaya! Veo que el piano se le da mejor que la historia —y haciendo caso omiso del profesor de piano, continuó—, sin conocer su vida y cómo la vivió, tocará su música, pero no la interpretará.

La obra estaba terminada. Comenzó a leerla. Da capo. El primer movimiento le produjo escalofríos, en el segundo las lágrimas impidieron su lectura. El tercero lo desplomó sobre una silla, exhausto. «¡Oh, muerte fatal! Ya puedes venir», pensó.

Jaime solicitó una reunión urgente con el profesor de historia. —¿Por qué? —Jaime empleó un tono que no cabía lugar a dudas. —¿Se refiere a por qué le he puesto matrícula, o a por qué no lo he suspendido? —La cara de Jaime manifestó confusión—. El día que lo vi tocar el piano, supe que era usted brillante. Algo pedante, pero excepcional. Sabe ponerse en la piel del compositor y sentir lo que él sintió. Por qué, cómo y cuándo. Quizá su carrera se trunque por algún otro motivo, pero no por el de interpretar. Si alguna vez decide crear música, ¡hágalo con el corazón! Solo así comprenderá los años pasados en el conservatorio. ¡Y ahora déjeme que tengo mucho trabajo!

El director levantó los brazos. Los músicos atentos. Cuando se marcó el primer tiempo, la música brotó y recorrió cada rincón de la sala, invadiendo el espacio.

Lágrimas, nudos en gargantas que impedían hasta el respirar, éxtasis.

Cuando la orquesta terminó, los aplausos atronadores, febriles y entusiastas, sustituyeron a la música. Jaime, en completa soledad auditiva, derramó todo su ser por los ojos. El público le devolvió aquellos sentimientos olvidados, cuando oía, y despertados por su sinfonía. Al día siguiente, en clase de historia de la música, escribió en el encerado: “Mi nombre es Jaime, soy su profesor y estoy sordo”. Se apartó. Miró a sus alumnos cuyas caras reflejaban asombro, y les dijo: “No se equivoquen, su condición auditiva no les hará mejores músicos. Saber el porqué, el cómo, el dónde, y cuándo su compositor favorito hizo o deshizo, eso sí. Y sonrió.

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El genio

Nací en Valencia, allá por… el siglo pasado. Hice de la electrónica mi profesión y de la música la más querida de mis aficiones. Cuando conocí Prosófagos aprendí que coger un lápiz es como coger un instrumento, requiere tiempo, paciencia, mucho estudio y alguien que te guíe. El constante ejercicio de recoger el lapicero del suelo me ha hecho amar la literatura como amo la música.

clarinete Jesús García Lorenzo España

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Foto: Elisabet

Siendo una adolescente, entré en el mundo de la poesía a través de los versos de Sor Juana Inés de la Cruz. Más tarde me decidí a dar el salto a la narrativa. En los últimos años he escrito tres novelas, aunque sigo puliéndolas a la espera de que una editorial apueste por ellas.

Janet Janet Guerra Cuba

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La noche alrededor

Janet (Janet Guerra)

L

a noche alrededor como un jamo de cazar mariposas solo atrapa moscas. Tanteo sus lindes con los ojos cerrados hasta hallarme al borde de una farmacia de guardia. En la soledad del cuarto grita el silencio de tus corbatas la lengua de tus zapatos se relame los últimos besos. Las ambulancias mueren en el eco del asfalto repitiendo vía para nada necesario. La madrugada avanza relincha y se desboca se alza sobre dos patas regando a los jinetes por el suelo. Mis ojos orbitan su penúltima ronda planetaria se expone mi cuerpo al saqueo... Abierta en canal propuesta como una bandeja de carne prefiero que las hienas terminen tu trabajo.

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Revista Literaria PROSOFAGIA

Foto: Plásido

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Hábitos

Plásido

“L

a sacristía” es el nombre oficioso de la taberna. Ellos pimplan tintorro y trituran pan biscocho alrededor de la mesa. Se dejan llevar, por elucubraciones, por discusiones políticas, al calor y arrobo del vino. Libertinos, atrevidos, ansiosos de gestas de juventud. Cada uno expone su locura. Tú diseñas el plan, inspirado por cierta aversión-atracción a la fe católica, arriesgado: entrar en la sacristía de la Catedral y “robar la mitra y casulla del Señor Obispo”. En la taberna, “la sacristía”, el día X se reúnen pasada una semana; piden un tintorro del país y pan biscocho, y le ponen, al plan, los puntos sobre las íes. Asistirían a misa, cada uno por separado, para observar la ubicación de las puertas, camufladas en el retablo mayor, que conduce a las dependencias de la Catedral; observarían cómo se distribuyen los confesionarios en los laterales de la nave y, en el periódico, atenderían los horarios de celebraciones de la basílica. Se decidieron por la última, la del viernes en la noche. Después de la misa se ocultaron en el interior de los confesionarios, cuando, sacristán y acólitos, regresaron a la sacristía. Él, el sacristán, encargado de cerrar las puertas de la Catedral, así lo hizo. Esperaron se hiciera la calma, abrieron las medias puertas de los confesionarios, y encendieron las linternas. Caminaron sigilosos, iluminando el santo lugar. Diriges luz a la pared, y San Miguel levanta su espada para dejarla caer sobre Lucifer; con un juego rápido de la muñeca, iluminas a San Jorge, le introduce un sable, al dragón, por la boca, y otra vez mueves el rayo de luz, y a Santiago, apóstol, lo zahieren a flechazos. Piensas: quién me habrá mandado a mí… Fuerzas la puerta, de un patadón, apenas crujió; la entornas y un pasillo los introduce en la sacristía. A la luz de las linternas lucen retablos de madera tallada; altos relieves, hornacinas con pequeñas tallas cubren la pared; un altar, cubierto con mantel, blanco, sostiene una cruz resplandeciente; mucha cajonería; un estandarte azul, ¡por fin!, las ropas litúrgicas. Un candelabro cae al suelo, se alumbran unos a otros, se miran, se estudian, siguen allí. ¡Joder!

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Hábitos Las linternas dirigen la luz a tres armarios acristalados, allí están, mitra, casulla y cayado, brillantes, relucientes, chapados. ¡Oh qué tiempos llenos de gloria no encierran! ¡Bandidos! ¡Eso es lo que son! Casullas bordadas con hilos de oro y plata y la más fina de las sedas, de vistosos colores verdes, fucsias, amarillos, rematadas con hermosos ribetes dorados; a la mitra, nacarada, con soles y lunas, también zurcida con hilos de oro, con pedrería fina, le cuelgan dos galones con frases en latín. Las viste, a mitra y casulla, una estructura de madera, y un cayado, apoyado sobre un soporte, reluce a su lado. De un golpe seco, con la mano cubierta por el suéter, rompes el cristal, mientras, ellos sacan la casulla y con reverencia, te ayudan a que la vistas; te calas la mitra y tomas el cayado en tu mano derecha. ¡Un santo padre es lo que eres! Dejas el cayado en el armario, y la mitra y la casulla la metes en la mochila. Descolgaron los tiradores de las puertas de la Catedral, y salieron a la calle. Cada uno a su casa. Tu ascendencia comunista te viene tanto de padre como de madre. Al abuelo lo encarcelaron, y acabó enterrado a un lado, en la cuneta, de la carretera que llega a la ciudad, un comunista, en la guerra de España; tu madre fue desheredada por tener un novio comunista e hijo de comunista; te gusta ridiculizar a la curia, y para ti es una constante maldecirlos, como si tuvieran culpa por lo del abuelo. En el cuarto trastero colocaste, aquella noche, la “mitra y casulla del Señor Obispo”, sobre un viejo maniquí de señorita, que habías recogido de la basura, en tu calle. Y allí se mantuvo por años que transcurrieron, rápido, sin que nadie protestara. Tu hijo, es carnaval, sube al desván, allí siguen mitra y casulla. El pasacalle, la noche del martes de carnaval, fue comentado y llamativo, más divertido que nunca, al socorro, seguro, de aquella mitra, nacarada y ribeteada de oro, con pedrería fina, y galones chapados, al socorro, seguro, de aquella casulla, fucsia, bordada con hilos de oro y plata y rematada con ribetes dorados.

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Hábitos

Holema: «Me gusta levantarme con un libro entre las manos. Me gusta leer para salir de las ataduras del cuerpo y la materia. Me gusta leer porque las palabras son las mejores viajeras.»

Plásido España

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Revista Literaria PROSOFAGIA

Foto: Elisabet

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Irketz y Elisa

Alex Es difícil ser justo con lo que se ama. Oscar Wilde

¿M

e pasarías eso? ─dijo Elisa.

─Te lo pasaría pero no lo alcanzo. ─No te preocupes entonces. ─No me preocupo. ─Ya sé, ya sé...

Elisa se levantó haciendo un esfuerzo. Caminó hasta el mueble y regresó despacio.

Irketz leía. ─¿Qué haremos esta tarde? ─preguntó Elisa. ─Ha llamado el nuevo vecino. Está bastante más recuperado y le dije que se pasase en un rato para echar una partida. ─Bien, ¿no? ─¿A ti no te molesta? ─Ya sabes que no. ─A lo mejor viene con su mujer. ─A lo mejor...

Elisa cosía el bajo de un pantalón de pinzas. De la pared colgaban dos retratos. Uno de ellos de un niño celebrando su Bar-Mitzvá. Tenía el ceño fruncido, la cabeza cubierta con una kipá y las manos en los bolsillos. El rabino lo observaba con consideración. El otro era de una niña dibujando aplicadamente. Hacía figurillas de número 6 - febrero 2010 - Prosofagia 45


Irketz y Elisa colores que se daban la mano. Cuatro figurillas concretamente. Dos grandes y dos pequeñas. La niña miraba de forma resuelta a la cámara. En la foto, al lado del papel pintado, había una caja con barritas de color viejas y desgastadas ordenadas por tonos. La primera: blanco. La última: negro. Bajo los retratos: una mesita de madera castaña con un candelabro de siete brazos y una planta. La televisión estaba puesta, el volumen muy bajo. Los cojines del sofá, manidos.

Elisa miró a su marido.

─Sabes, cariño... ─empezó.

Irketz emitió un sonido para indicar que atendía pero no levantó la vista del libro así que Elisa permaneció contemplándolo unos instantes sin mediar palabra. El pelo nevado. Los ojos chicos, azulinos. ─Irketz ─protestó Elisa. ─Sí ─dijo él. ─He estado pensando... ─Sí. ─Ya tantos años... creo que no lo hicimos bien.

Irketz emitió un sonido como si aprobase. ─No me escuchas ─dijo Elisa. ─Claro que te escucho.

Elisa asintió. Lo seguía mirando. Seguía mirando su rostro, las orejas grandes, las máculas de la piel, en la frente, en las manos... ─Al principio trabajabas mucho. ─Sí ─asintió Irketz pasando la página. ─Llegabas tarde y sucio. Hacíamos planes. Elisa hablaba despacio. ─Hacíamos alguna cosa. Tu humor... qué te voy a decir de tu humor. A veces tenías esa manía de no responderme. Y los bufidos también... Pero era todo el día esperándote y cómo llegases daba igual. Te quitabas el uniforme y luego, a veces, hacíamos planes. Irketz movía la cabeza afirmativamente. ─Sabes que no conocí nunca a nadie más. Eras tú aunque la cena esperase... ─Sí. ─Y si no venías la cena estaba... pero si venías teníamos aún unas horas por delante. ─Para nuestras cosas. ─Sí, para nuestras cosas. ─Y las de los niños. 46

PROSOFAGIA - número 6 - febrero 2010


Irketz y Elisa ─Las de los niños también. Después. Primero Manuela. Nació tan escuálida. ─Sietemesina. ─Y luego Ricardo, todo lo contrario. Ya sabes que no fue fácil... dos, tal y como vivíamos. ─Sí. ─Con los niños tú venías más tarde. Era el desayuno y no la cena la que te esperaba. ─Lo recuerdo. ─Sí. Me cuesta decirlo pero si no hubiésemos perdido al tercero no sé como habríamos hecho.

Irketz asentía. ─Yo educaba a los niños. Primero a Manuela. Más tarde a Ricardo. Ricardo parecía más avispado pero luego resultó que Manuela era una luchadora. ─Sí. ─Tenía mucha imaginación. De niña se había emperrado en tener una mascota. Creo que es el único berrinche que recuerdo. Luego trabajó y estudió al mismo tiempo. Se juntó con el chico ese que primero no nos gustaba... ─Era agradable. ─Luego lo fue, pero primero, acuérdate... desaparecían días enteros... ─También Ricardo lo hacía. ─Sí, pero Ricardo es un hombre. ─Era entonces un chiquillo. ─Sí que lo era. A veces pienso que de alguna manera... A lo mejor si Ricardo no hubiese desaparecido tanto... ─Eso ahora ya da igual. ─Sí, eso no hay que pensarlo ─dijo Elisa e hizo una pausa─. De niños tenían mucha energía y apenas llegábamos a ellos.

Elisa había dejado el pantalón sobre las rodillas. Aún sostenía la aguja pero tenía las dos manos en sus piernas. Encima. Quietas y fruncidas. Miraba a Irketz que seguía metido en su libro. ─Irketz... ─Sí. ─Hubiésemos podido encontrar más tiempo... ¿verdad? ─Supongo… ─Pero había que pagar todas las cosas y ellos eran todo el tiempo que no teníamos. ─Éramos o nosotros o ellos ─dijo Irketz. número 6 - febrero 2010 - PROSOFAGIA 47


Irketz y Elisa ─Nosotros o ellos ─repitió Elisa─. Luego los hijos van creciendo. Si todo va bien crecen. ─Mucho. ─Nuestro tiempo los hizo crecer. ─Claro... ─Pero luego...

Elisa dejó la aguja sobre la mesita. ─Luego, Irketz ─dijo─, se van. ─Es normal. ─Tú trabajabas mucho. Los querías desde lejos. ─Quererlos era estar lejos para poder trabajar... ─Pero cuando se fueron, también trabajabas. ─Sí. ─Fuera y mucho también. ─Ya. ─Podías haber estado más.

Irketz pasó de nuevo una página y achinó los ojos para alcanzar a leer. ─Estuve más. Poco a poco ─dijo. ─Sí, poco a poco... ─No podía hacer otra cosa ya lo sabes. ─Lo sé ─dijo Elisa─ pero... ¿Y yo, Irketz? Hizo una pausa. ─¿Qué podía hacer yo?

Alex España

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Irketz y Elisa

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Foto: Coloso 50

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El miedo de matar un ángel

pedro Esta breve historia se dedicó en Prosófagos a quien, desinteresadamente, enseña al que no sabe. Con ese mismo propósito se publica hoy aquí.

R

ecuerdo esta cálida habitación en la esquina de un avanzado mes de noviembre. La lluvia ofrecía abstractos paisajes en el cristal de la ventana, la cafetera decía de un café que ya anticipaba el aroma de un placentero sorbo, y las pausadas notas de un piano repartían la melodía de un susurro. Recuerdo el lejano beso de un suspiro, y los caídos pétalos de una rosa en el descuido. Y te recuerdo a ti, alejando el frío del invierno y envuelta en la bruma de mis pensamientos. Recuerdo las risas cómplices de la madura y esponjosa Margarita, su mirada de pecaminosa ambición, y la habilidad que tenía para hacer, de un prostíbulo, el palacio donde deseo y lujuria eran majestuosos aposentos de juegos de amor. Serviste la infusión en pequeñas tazas de fina porcelana, y la ofreciste con femenina serenidad. Tus movimientos fueron la fascinante coreografía de la sensualidad, seductores hechizos que enredan los sentidos con la magia de una auténtica mujer. Y sonreíste ocultando la belleza en el enigma de tus labios, y en el negro absoluto de tus ojos. Sobraban las palabras. El silencio era el preludio de un altar donde la piel y el alma se unen en una excitante oración al placer. Fui testigo de cómo la brisa de tu aliento desata una tormenta, y de cómo el más leve e insignificante roce suministra savia que nutre. Fue entonces cuando comprendí que podía perder la vida atrapado en los brazos de la más cara de las putas.

¡Qué ironía!

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El miedo de matar un ángel Ahora ya no soy nada, tan solo la apariencia de unos días deshechos en el ayer, y el insoportable fuego de una angustia inmisericorde. Y siento que formo parte del vacío que modela tu ausencia, y de las sombras de un pasado amamantado en los repulsivos senos de la muerte. Aún sigues aquí suplicando misericordia, y aquí sigue tu pecho desgarrado. Todavía siento la agonía de tu corazón en mi mano, transformado en el cáliz del que beber hasta saciarse. Y aún veo tu vientre de oro abierto, ofreciendo el plato del que comer los más exquisitos manjares. Verdaderamente conmoviste algún rescoldo allí donde solo cabe la diabólica presencia de la pira infernal. Y sabiendo que lucho contra los sueños, me aterra haber acabado con un ángel. He permanecido años camuflado entre pesadillas, soportando el vómito del miedo, y de nuevo la sed y el hambre me arrastran a la realidad de la insoportable existencia. Pero vagaré en pos de la inocencia exponiéndome a ella para evocarte. Y buscaré en los márgenes de la memoria el pasaje que burle al tiempo, y me permita comer la arrebatada carne de tu ser.

Pedro España

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El miedo de matar un ángel

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Foto: Plásido

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zoquete “Dibujante gandul busca mil palabras”

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España


Artimomanía

zoquete

S

í, yo me separo, sin duda. Sé que es una cuestión a considerar detenidamente, pero tengo cuatro argumentos irrebatibles.

El primero y detonante del resto, mi Jacinto, al que he dado mis apellidos, termina de preguntarme:

―Papá, ¿por qué dos y dos no son cinco? A mí me gusta mucho el cinco…

He empalidecido. Siento que no es sangre de mi sangre, que he vivido engañado estos últimos seis años. Aun sabiendo que es influencia de su madre, que quiere hundirme, todo ha encajado, como un puzzle que no se entiende hasta colocar la última pieza. No, no me juzguéis. Intentad poneros en mi piel, así me entenderéis. Mi padre me advirtió: ―Las cuentas claras, el chocolate espeso; apóyate siempre en los números y nadie podrá engañarte, nadie podrá discutir tus palabras. Él se enorgullecía de haberme enseñado a contar hasta cincuenta cuando aún estaba en la guardería. Me obligaba a contar los pasos que nos llevaban a casa, de uno en uno, de dos en dos, hacia delante y hacia atrás, o cantando sólo los primos. Me hacía contar las baldosas del baño de casa, primero por filas, después por columnas.

Aún hoy su predilección siguen siendo los lavabos públicos: ―Hoy he encontrado un enlosado bien curioso: tenía una proporción casi áurea.

Cuenta el número de espejos, las bolitas de la cadena del tapón, la duración de los temporizadores y predice sin error cuándo se apagará la luz.

Llevo doscientas cuarenta y dos palabras escritas.

Mi padre no cesaba de recordar a mi abuelo. Me decía: ―Mi papá, tu abuelo, sentía fascinación por el tiempo, por los relojes. Detectaba la más mínima imprecisión en cualquiera de ellos. «El del comedor lleva dos semanas desviándose cinco décimas de segundo cada doce minutos, que son catorce minutos en total, ¡horror!». número 6 - febrero 2010 - Prosofagia 55


Artimomanía Quizás se debía al carácter de la abuela, su madre, tu bisabuela. A la pregunta «¿qué has comido?» debía contestar «tres croquetas, cincuenta y siete guisantes». Como se atreviera a decir «mucho» o «suficiente» recibía un pescozón. Ella era respetada, temida casi, por los tenderos del barrio que aceptaban sin rechistar sus cálculos, «he pedido un cuarto de kilo, pero aquí hay 237 gramos, que son diez pesetas y treinta céntimos», antes que desacreditar su báscula. A mí me parecían manías de viejo, hasta que nació Jacinto. Comprendí entonces que el cálculo era connatural en mí. Desde su primer aliento no pude quitarle la vista de encima: contaba su respiración y me angustiaba la más mínima asincronía, medía con precisión de farmacéutico la leche de sus biberones, registraba el número y cantidad de deposiciones, sus incrementos de peso y altura, contaba sus pestañeos e incluso llevaba la cuenta de sus cabellos, lo cual bien entenderá cualquier otro padre o madre. Asumido mi linaje, quise transmitir a mi niño el arte de contar, el más sublime en la aritmética; no por azar se une al espíritu, pese a los chapuzas de la numerología. Pitágoras hubiera rabiado por conocerme. Allá por donde íbamos se nos mostraban espléndidos elementos para enumerar: árboles, papeleras, mujeres embarazadas, ladrillos en una fachada, los botones de la ropa. Me acostumbré a llevar encima un clicker, un juguetito de esos que hace ruiditos al pulsarlo, de los usados para adiestrar a las mascotas. En mi caso era ideal para forjar a mi hijo con las excelencias del ritmo y la cadencia. Pronto el chico aprendió a clasificar coches según su color rojo o blanco, por marcas, por ocupantes. Así fue fácil enseñarle a determinar cuántos pasajeros lleva el autobús, o los que ocupan el metro, en todos y cada uno de los vagones. Podía percibir su excitación cada vez que teníamos que salir de casa, con alguna ocasional resistencia por su parte, pero con la seguridad que alberga todo padre de estar haciéndolo por su bien. El día más feliz de mi vida fue cuando Jacinto cumplió tres años. ¡Estaba preparado para contar palabras! Primero las sencillitas: “gracias”, “adiós”, para luego ganar en habilidad con las frecuentes: “la”, “de”, “en”. Pronto le enseñaría a contar letras en una frase, ya que sin que supiera hablar bien me parecía algo prematuro. Algo fácil: ¿cuántas palabras “contar” diríais que llevo hasta ahora?

Sabía que no me defraudaríais. Sí, son siete.

¿Entendéis ahora por qué resulta aberrante considerar que dos más dos puedan sumar cinco? Insisto, son cosas de mi mujer para atacarme donde más me duele, además utilizando al pequeño. Ella se lo ha metido en su cabecita. No le gusta mi don. ―Entérate, cenutrio, dos y dos son cinco. Es indiscutible. Dos y dos son cinco. Es más, siempre han sido cinco. Además, en el futuro seguirán siendo cinco. En respeto a los demás podría plantearme si no serán otra cantidad, digamos que seis o tres incluso; de ninguna manera cuatro. Lo peor es que, incluso convencida de que son cinco, me crispa pensar que tú creas que son cuatro y que lo defiendas como si te fuera la vida. Es más, si los que son como tú se vuelven mayoría, ¿deberé aceptar que son cuatro? Sé de un queridísimo 56

PROSOFAGIA - número 6 - febrero 2010


Artimomanía colega que, convencido de que lo correcto es cinco, dice cuatro sin complejos, solo para aparentar. Si alguien reacciona así frente a lo evidente, ¿qué opciones tenemos? Como cuando habla sobre aire, típico en ella, ¿puede numerarlo acaso? O sobre afecto, comunicación o esas zarandajas inaprensibles con las que se va por la tangente. No desea debatir, medir las cosas, discutir con reglas bien definidas, solo salirse con la suya. Mi mujer debe andar con otro y por eso busca provocarme una crisis. Sabe que no soporto las imprecisiones. Ha empezado a ocultarme sus cuentas, no me deja seguir revisando su monedero, ni sumar sus facturas; cierra sus cajones con llave, impidiéndome que cuente sus blusas, medias o braguitas; ahora dudo sobre cuántos pares de zapatos tiene, por no hablar de sus collares, pendientes, colgantes, peines; incluso me cuesta contabilizar sus llamadas de teléfono o consumo de la luz. Mi segundo argumento para dejarla está, pues, clarísimo: ella desconfía de mí, no me quiere. Pretende cambiarme, convertirme en un muñeco. ¿Cómo compartir el romanticismo de un día de lluvia si no encuentra placer contando las gotas que caen, si se desespera cuando le digo “van ochocientas tres mil setecientas una”? Solo me autorizan siete mil caracteres para esta confesión. Debo apresurarme: el tercer argumento es su reloj biológico. Al conocerla estaba tan enamorado, tan perdidamente colado por ella, que incluso utilizaba términos como “infinito” y “por siempre”. Ahora ya ha pasado suficiente tiempo como para recuperar mi lucidez, he rehecho los cálculos, revisado sus ciclos y verificado que el día en que ella quedó encinta fue viernes. Jacinto no puede ser mi hijo. Todos los viernes visito a Marcy y sus chicas, donde suelo contar jadeos, fingidos o no. El cuarto argumento, el que queda, es que se ha ido de casa con sus cosas. Solo ha dejado el teléfono de un abogado. Es la evidencia que menos entiendo, pues no sé cómo ha llegado a tal resultado.

Llevo seis mil novecientos noventa y seis caracteres. Fin.

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Revista Literaria PROSOFAGIA

Pacífica de nombre y guerrera de espíritu, siempre me ha apasionado la lectura, hasta que descubrí una pasión aún mayor: escribir. He aprendido que los sueños se hacen realidad si les pones pies y alas. Escribo novelas de aventuras, poesía, relatos y un poquito de ensayo. Vivo en una ciudad junto al mar. Y este es uno de mis lemas: CREER ES CREAR.

Elisabet España

Foto: Elisabet 58

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Soneto de la luz

Elisabet

H

— ay dos clases de luces en el mundo —cantaba un ciego en callejón inmundo—: la de las estrellas y el sol jocundo y la que arde en el corazón profundo. Sin luz del día tal vez me confundo, pero si mi alma brilla no me hundo. Puedo vivir sin sol ni primavera si en mi interior florece esta hoguera. Al amor de esta luz que me atempera podré mirar las cosas desde dentro, aunque no vea su color por fuera, y sentiré cómo vibra su centro. Lo efímero será fugaz estrella; lo eterno, sin pisar, dejará huella.

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Revista Literaria PROSOFAGIA

Foto: José Manuel Solana

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Tengo hambre

Rafaelhomar (Rafael Homar Ferragut)

P

apá, tengo hambre.

—Cállate un poco que ahora vendrá tu madre con la comida. —Pero papá, es que tengo mucha hambre. —Yo también, y no estoy dando la murga todo el tiempo.

Unos atronadores ruidos intestinales quebraron el momentáneo silencio y se despertó el bebé famélico que metido en una bolsa del supermercado asomaba la cabeza colgado del pomo de la puerta. Su llanto, extremo, más desquiciado que una risa majareta, resonaba en la habitación como una legión de lactantes, y no tenía nada que envidiar a la sirena de una ambulancia. El berrido cacofónico produjo en el padre un súbito mareo, algo así como si estuvieran dando las doce con la cabeza metida dentro de la campana; le taladraba el cerebro igual que la liebre escarba en la tierra. Bizqueando los ojos dijo: —Ya has vuelto a despertar a tu hermano. Me cago en la leche. —Lo siento mucho papá, pero es que tengo mucha hambre. Verdaderamente el niño tenía mucha hambre. Hacía ya días que se habían comido al gato y desde entonces apenas se alimentaban de los hierbajos que crecían al borde de la carretera, los cuales devoraban con la resignación propia de una cabra. Su madre había dicho tenerles preparada una sorpresa y Pepito, que así se llamaba el niño, estuvo un buen rato llorando por la emoción, relamiéndose las babas que le chorreaban de la boca como una cascada mientras soñaba con pegar un mordisco a un filete. Sentado a la mesa el ansia se apoderó de él, acentuando, si más se puede, los síntomas de la severa desnutrición evidente en su cara y su cuerpo. El pobre niño estaba chupado, sucio y desarrapado; tenía los ojos hinchados y amoratados; sus pómulos eran puro hueso y sufría de calvicie infantil, debido a una dieta pobre en potasio.

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Tengo hambre

Finalmente llegó la madre con la comida y puso en el centro de la mesa, ante la expectante mirada de la familia, una cacerola humeante que despedía una peste insoportable. Pepito quedó patitieso y se puso blanco debido al hedor. Al remover con el cazo aparecieron flotando dos lagartos. Por el cocido andaban también algunos trozos de un tubérculo desconocido, la quijada del difunto gato y un hueso de pollo, muy poco suculento, que la madre le había podido quitar al perro del vecino tras darle una fenomenal patada. —No hace falta que me digáis que estos putos lagartos están un poco duros. Los muy jodidos. Hala, a comer. La peste bubónica se hacía más evidente al tener el plato delante de las narices, y tal si hubiera inhalado gas mostaza Pepito tuvo un ataque de náuseas y prorrumpió en una profusión de arcadas espantosas antes de quedar traspuesto sentado en la silla. El padre, para dar ejemplo, sorbió con la cuchara el repulsivo liquido de aspecto fecal que en su camino al estómago fue provocando diversas reacciones de rechazo, que se manifestaron en su cara con una secuencia de gesticulaciones de horror. En ese momento un palomo aterrizó en el alféizar de la ventana. Atónito se quedó el padre un momento antes de reaccionar y emprender una furibunda carrera por la sala con intención de cazar al pájaro, el cual, ante semejante escena huyó despavorido; pero el padre saltó por la ventana con tal afán que le permitió enganchar al palomo, cayendo los dos hacia el suelo en mortal pirueta desde una altura de más de veinte metros. El muerto viviente se convulsionaba en el suelo con espasmos inconexos regurgitando borbotones de sangre a su alrededor cuando su familia llegó a su lado. Ambos se acercaron muy lentamente llorando desconsolados arrastrándose por el suelo. ¡Papaíto! ¡Papaíto!, gritaba el niño llorando a moco tendido. El padre, que mantenía aún agarrado al pájaro, al tener a su mujer cerca, estiró los brazos para dárselo, y con su último aliento dijo:

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—María, por favor, dale de comer al niño.

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Tengo hambre

Rafael Homar Ferragut nació en Santa Julieta en 1971. Estudió Lengua Castellana, Latín, Filosofía, Ciencias Sociales, Historia, Matemáticas, Química, y muchas otras cosas en el colegio, cuando era pequeño. Un día, saltando a la comba, se cayó por las escaleras y sufrió una conmoción. Parecía que no iba a ser nada grave, pero al salir del hospital cruzó la carretera con la silla de ruedas a gran velocidad en el momento en que pasaba un camión, y desde entonces no hace nada más que escribir y tocar la flauta.

Rafaelhomar Rafel Homar Ferragut España

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Revista Literaria PROSOFAGIA

Foto: Coloso

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Aniendo

Coloso (Ricardo Durán)

A

— niendo, carente glaso yi. Estrafu. ¡Barú, barú! —dijo Iván, la angustia reflejada en su rostro. —Pero, ¿qué es lo que dices, Iván? —dijo Lucrecia, su esposa. —Aniendo —le contestó encogiendo los hombros. Esta vez con una mirada neutra.

Por referencia de un amigo de la familia fueron a un neurolingüísta. —Lucrecia —dijo el especialista después de una minuciosa revisión del caso—, su esposo tiene un trastorno del habla, pero mantiene un nivel cognoscitivo ordinario. En otras palabras, es como si estuviera hablando otro idioma. —Aniendo —intervino Iván. —Efectivamente, mi amigo, no entiende —dijo el neurolingüísta—. Nosotros tampoco le entendemos. —Ontrazo, li mancglu tro sunda —espetó Iván. —La terapia —dijo el doctor, volviéndose a Lucrecia— consistirá en varias sesiones en las que Iván aprenderá los principios básicos del idioma de nuevo.

El día llegó. Iván se sentó frente a un hombre con bata blanca que le mostró una serie de imágenes muy coloridas y plastificadas. La primera era de un azul relajante. —Casa —dijo el hombre, levantando la figura con su mano derecha y agitándola suavemente—. Casa —repitió. —Aazza —dijo Iván, tratando de imitar lo que escuchó.

Las imágenes continuaron una tras otra. Iván tuvo poco éxito en esa primera sesión. —Agua. —Áaba. número 6 - febrero 2010 - Prosofagia 65


Aniendo —Bote.

—Boo…te.

El especialista intentó enseñarle el nombre de su esposa. —Lucrecia. —¡Loecia! —dijo entusiasmado—. Loecia ensám dam dipos. Bordi, bordi tu clai.

Iván salió del consultorio con un poco más de ánimo que cuando entró. En el pasillo que daba a la sala de espera, donde lo esperaba su esposa, se cruzó con una pareja que discutía. —Porisai noc tralác —escuchó decir a la mujer, ostensiblemente calva. —¿Apí dir mou? —le preguntó Iván. —¡Yu tah! —contestó ella con una amplia sonrisa. Iván se llevó la mano a la cabeza. No se había sometido a ningún tipo de quimioterapia, ni nada por el estilo, pero era evidente que había perdido cabello en abundancia en los últimos días. —Amcidi, ru postra sti —dijo Iván al hombre, haciendo seña de que le siguiera. La pareja caminó con Iván hasta donde estaba Lucrecia. Ella se levantó al instante y abrazó a Iván.

El hombre se dirigió a ella: —Veo que mi esposa no está sola en esto. —¡Aniendo! —dijo Lucrecia con una expresión de angustia, al tiempo que un mechón de su largo cabello caía en el piso recién pulido.

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Aniendo

Escribir es tirar de una cuerda en cuyo extremo opuesto se encuentra una historia, oculta a los ojos del autor por una cortina de humo. Esa curiosidad por saber qué hay en el otro extremo de la cuerda es lo que despertó mi interés por la creación literaria.

Coloso Ricardo Durán México

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Revista Literaria PROSOFAGIA

Foto: angel of musik

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A angel of musik siempre le decían en el colegio que nunca llegaría a ninguna parte. Pero sí que llegó, y le gustó el sitio, así que se buscó un rincón cómodo y se puso a escribir. A día de hoy, ha publicado en Bubok sus Cuentos de ninguna parte y escrito cerca de 150 relatos. Y no ha hecho más que empezar...

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angel of musik España


El día en que mi vida no se quiso levantar

angel of musik

M

i vida no quiso levantarse aquella mañana.

—No me apetece —decía—, estoy cansada. Y deprimida, y en la cama estoy muy calentita y a gusto. Hoy no me quiero levantar, y no me levantaré. Se me arrebujaba aún más entre almohadones y cobertores, intentando fundirse con el colchón para que yo no pudiera arrastrarla de un pie fuera de la cama.

Aunque si tan gruñona estaba esa mañana...

Me levanté suspirando y llamándola mimada y consentida entre dientes. Ella solo se dignó emerger un momento de su escondite para sacarme la lengua y volver a su cobijo. Abrí el armario. ¿Y qué vida me ponía yo ahora, diantres? La de músico callejero, que me gustaba porque era vieja y cómoda y olía a libertad y hambre, estaba en el tinte desde que perdí mi armónica, y había olvidado pasar a recogerla. La de actor dramático... esa se la sugerí a mi gruñona existencia actual, que resopló desde la cama y me mandó a paseo. Guardia de caballería, astrónomo a tiempo parcial, poeta alcohólico... Ninguna me apetecía. Acabé poniéndome aquella vida tan empingorotada en que tuve éxito y poder. Hacía mucho que no la usaba, porque siempre me daba la impresión de que si alguien miraba debajo del triunfador, muy, muy por debajo de ese traje carísimo, de esa sonrisa suficiente y de esos dientes perfectos, me vería a mí. Y buena gana de pasar vergüenza. Lo cierto es que cuando me la puse me sentí otro. El mundo era un menú de cinco tenedores que esperaba a que yo, y solo yo, le hincase el diente y pidiese copa y puro después. Era un tiburón, un Tyrannosaurus rex, era... —Eres un imbécil y un creído, y en el fondo sin mí no eres nada —aulló mi vida desde las profundidades de la cama.

Tan celosa siempre, incluso cuando a veces no soportaba estar conmigo... número 6 - febrero 2010 - Prosofagia 69


El día en que mi vida no se quiso levantar Le lancé un beso desde la puerta, a la vez que le guiñaba el ojo. Aunque no me vio, daba igual. Yo era un triunfador, siempre lo había sido. Ese día todo fue sobre ruedas. El coche que nunca tuve, ese descapotable rojo que no ronroneaba al arrancarlo sino que gemía sólo de sentir mis manos sobre él, me esperaba en el portal. Un portal enorme, lleno de lo que creo debía ser mármol, y rebosando espejos, muchos espejos en los que poder mirarme una y otra vez, tan perfecto, tan falso. Tan. Las nenas me miraban por la calle, en aquellas ocasiones en que el semáforo se ponía rojo para mí. Bueno, digamos que me encantaban los semáforos en rojo, así la gente podía contemplarme con deseo, envidia y ¡oh! dulcísima admiración. Hasta los hombres me miraban, y yo los miraba a ellos e incluso los saludaba con la mano. Diablos, querían ser como yo, pobres infelices. Hay que mostrar algo de caridad, ¿no? A mi otra vida le habría gustado que la saludara un tipo como yo, que alguien tan superior registrase su mediocre e insulsa existencia. Sí, le habría gustado. La oficina estaba como siempre. Mesas de cartón piedra ante las que se sentaban dedicadísimos y brillantes jóvenes, aquellos que trabajaban para mí. Que trabajaban por mí y brillaban de satisfacción cuando yo les dedicaba algún elogio. Batallones de curvilíneas secretarias, todas a mi servicio, correteando para conseguirme un café, un sándwich vegetal, un archivo. Correteando para conseguir cualquier cosa que a cambio les hiciese recibir una sonrisa mía. Los ordenadores escupían cifras ininterrumpidamente; los teléfonos no paraban de sonar con las ofertas de las grandes multinacionales que deseaban firmar un contrato con la mía. Mi corredor de bolsa estaba eufórico, mis acciones andaban por las nubes. Perfecto, todo era perfecto, y seguro, y feliz. Yo era perfecto, y me sentía seguro, y puede que hasta me hubiese sentido feliz si mi mente no se hubiera empeñado en recordarme que yo sólo era un estereotipo, un sueño, una vida irreal, aquella con la que a veces sueña el que más de un mes no tuvo para pagar la hipoteca; la fantasía del que nunca pudo comprarse un coche que no hubiesen utilizado veinte personas previamente; la vida del tímido soñador que siempre pasa desapercibido en todos sitios, invisible para el mundo, irrelevante para el día a día. Casi eran las cinco de la tarde, la oficina cerraba ya, y este día tan glorioso, tan perfecto, tan falso, estaba a punto de cerrarse también. Cuando se fueron los empleados, me dediqué a recorrer el edificio, deshaciendo todo ese imperio que nunca tuve. Mesas, despachos, pisos... todo desapareció, hasta que le eché la llave a la nada y marqué la combinación de la alarma. Me metí en el coche y conduje hasta casa. Antes de llegar, entré en una coctelería que había de paso y a la que siempre me había dado miedo entrar (parecía muy cara, muy exclusiva. Desentonaría allí, más aún que en todos los demás sitios). Me tomé tres cócteles, a sorbos, tranquilamente, brindando por mí mismo, por mi vida y por las demás, las que soñé, las que deseé, las que Dios sabe qué razón apartó de mis posibilidades.

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El día en que mi vida no se quiso levantar Llegué a casa. No tuve que aparcar el coche, al menos. Es lo cómodo de lo irreal, cabe en cualquier sitio, incluso en tu imaginación. Pero le pasé la mano por encima, en gesto de despedida, con una cierta nostalgia. Mi vida estaba en el sofá, viendo la tele y poniéndose ciega de helado. Se volvió y me sonrió, una sonrisa enmarcada en chocolate y nueces de macadamia.

Volvía a estar de buen humor. Qué alivio.

Me dejé caer junto a ella, y miramos la pantalla en silencio. Al rato, con la boca llena, me preguntó:

—¿Y qué, qué tal te fue el día?

Podría haberle respondido de inmediato, pero no quise darle el gustazo. Hice como si lo meditara, y cuando ya empezaba a mirarme y ponerse nerviosa, pensando que quizás me gustaba más la otra, le pasé un brazo por los hombros, y le di un beso despreocupado en la nariz.

—Psché... nada del otro jueves. ¿Y el tuyo?

—Psché también, ya sabes. Tranquilo.

Volvimos a quedar en silencio, hasta que los dos bostezamos a la vez, nos sonreímos mutuamente, y decidimos irnos a la cama. —Mañana será otro día —decía mi vida, desperezándose sobre mí lánguidamente.

Yo volví a besarle la punta de la nariz. Me encantaba besarla allí.

—¿El mío?

Me sonrió.

—El tuyo.

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Revista Literaria PROSOFAGIA

Días felices / José Luis Mazarío. Óleo sobre lienzo, 100 x 200 cm Foto: pepsi

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Eterno retorno

ferlocke (Fernando Alcalá Suárez) Ganador de un accésit en el certamen literario Del Amor y otros relatos 2009

E

s difícil dejar de respirar. Una bocanada de aire nunca es suficiente, siempre quieres más. A veces te descubres abriendo la boca como un pez abandonado a su suerte fuera del agua y sientes que lo necesitas, que no eres nadie sin él. A ella le gusta que él la levante en brazos y la penetre contra la ventana del apartamento, esa enorme desde la que se ve toda la calle. Le gusta sentir en su espalda desnuda el tacto frío del cristal y que él le susurre baladas heavy al oído mientras entra dentro de ella cada vez más. Le gusta enredar sus dedos en los caracolillos de pelo de la nuca de él y no hacer nada, solo dejarse atrapar, cerrando los ojos, sintiéndose cada vez más húmeda, más excitada, más abierta y ávida que nunca. A veces simplemente le gusta observar cómo duerme, ver cómo se eleva la sábana que cubre su pecho y cómo coloca su mano tras el cuello. Sabe que seguramente se despertará en medio de la noche y soltará improperios porque la mano se le ha quedado dormida y siente que la sangre no corre por las venas. Ella suele despertarse también cuando él lo hace y le susurra entonces que eso le ocurre porque tiene la mano colocada en lugares donde no debe. Entonces le guía en la oscuridad de la cama y le dirige la mano hacia los lugares donde ella cree que sí debe colocarla, en sus pechos, sobre su estómago, más abajo. Le gustan las mañanas porque está como ausente. Cree que se acuestan pronto, pero cuando ella le dice que se levante, resulta que solo han pasado cuatro o cinco horas desde que se acostaron y dos o tres desde que se despertó a media noche y lo besó en los ojos para que los abriera y le hiciera el amor. No sabía que le gustase aquello, hacerlo a oscuras, medio dormida, sin ser muy consciente de lo que ocurre, dejándole hacer a él, sin decir nada porque en una cama doble es pecado abrir la boca para otra cosa que no sea respirar, coger una nueva bocanada de aire y expulsarla al instante siguiente, como si quemara en los pulmones, cuando en realidad lo que le quema es la boca de él en sus entrañas, haciendo lo que se debe hacer en una cama para dos, a oscuras, en medio del sueño. Esas mañanas le hace un café negro y se lo lleva a la mesa. A ella le gusta ver cómo se lleva la taza a los labios mientras interrumpe lo que sea que esté haciendo y la mira, con el pelo todavía revuelto y las marcas de la almohada aún en la cara. Las de sus uñas número 6 - febrero 2010 - Prosofagia 73


Eterno retorno en la espalda no las mira porque a la luz del día no tienen el mismo color y se asusta al recordar que cuando apaga la luz ella pierde la voluntad y sus extremidades cobran vida propia, viajando por lugares que jamás pensaría durante el día y explorando texturas que nunca imaginó que existieran. A veces se lleva esos dedos a los labios y aspira fuerte, como si sus dedos tuvieran la fórmula mágica que le permitieran llenar sus pulmones del aire que les falta. Cuando lo hace descubre que no son precisamente sus dedos los que la tienen, que son los de él. Y los de él ya no están junto a ella. Besa sus propias manos a pesar de todo, consciente del fuego que le producen, que no la quema del todo, y que no es más que un mero canto de rana con el que apenas sanarse. Al pensar en él, toma aire y lo deja en sus pulmones hasta que no puede más, como si así pudiera sentirse otra vez llena, como si la sensación de estar viva, de respirar, de sentir cómo se infla su pecho, cómo su diafragma toma forma, cómo arquea la espalda al hacerlo… como si, con todo eso, pudiera sentirse la mitad de viva que se siente cuando él está sobre ella y no hay nada más que una sábana de sexo para descubrirles. Pero no lo retiene mucho, a medio camino entre la asfixia y la recuperación, descubre que no es la solución, que el aire está tan vacío de él como lo está ahora ella. Entonces abre los ojos y descubre contrariada cómo, en la oscuridad de la habitación que ya no comparten, una vez más después de un año, dos meses y tres días, ha sentido la tentación de masturbarse pensando en él a pesar de todas sus reticencias, a pesar de que antes de meterse en la cama y arroparse con las sábanas que ya no cubren a los dos se prometió que no lo haría. Agita la cabeza y se levanta dispuesta a darse una ducha. Sus piernas le tiemblan cuando lo hace y todavía puede sentir la humedad bajando por la cara interna de sus muslos. Tiene que sujetarse contra la puerta para no caerse. El recuerdo de él dentro de ella todavía está reciente y su mente se rebela contra lo que quiere el resto de su persona, como si las cuatro estaciones se empeñaran en producirse el mismo día y ella no estuviera preparada. Aprieta la mano contra el quicio de la puerta y se maldice porque todavía huele a su sexo húmedo pero sediento de él, que ya no está, que la abandonó, que se fue sin decirle adiós y cuyo fantasma todavía la empuja a acoger sus propios dedos como si fueran los suyos, y recordar episodios pasados que ya no existen, o que quizá no existieron nunca. Ella los mezcla en su mente con otros recuerdos, sin embargo; como si fueran un cóctel de vidas muertas bajo las sábanas, con el mismo sabor del café negro que le hacía cada mañana. Después se repone y abre la puerta para salir de esa habitación donde todo se vuelve confuso por la penumbra del recuerdo, dispuesta a encender la luz de su conciencia y olvidar que, por un momento, sintió de nuevo casi lo mismo que hace un año, dos meses y tres días. Pero cierra los ojos, toma aire otra vez y la imagen de él, desnudo y susurrándole baladas de Metallica al oído, vuelve a su cabeza. Entonces descubre que es difícil dejar de respirar, una bocanada de aire nunca es suficiente, que siempre quiere más. A veces se sorprende abriendo la boca como un pez abandonado a su suerte fuera del agua, susurrando su nombre, y siente que lo necesita, que no es nadie sin él. Por eso vuelve a la cama, apaga la luz, se cubre con la sábana y acoge sus dedos con ternura. Resulta que todavía guardan su recuerdo y reconoce que tendrá que recordarle una última vez antes de olvidarle. Esta vez para siempre. O quizá no.

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Eterno retorno

ferlocke (Fernando Alcalá Suárez. Cáceres, 1980) Beca a la creación literaria por su primera novela, CarPa. Beca a la creación literaria por su tercera novela, Equilátero. Primer premio en el VII Certamen cultural de Jóvenes artistas Cáceres 2016, sección literatura, por Un tonto de capirote. Accésit en el certamen literario Del Amor y otros relatos (Ayuntamiento de Almendralejo) por Eterno Retorno. Relatos seleccionados en las compilaciones Frescos y Refrescos (Editorial El País Literario), A Contrarreloj (Editorial Hipálage).

ferlocke España

número 6 - febrero 2010 - PROSOFAGIA 75


índice de

Foto: Daniel Seller

Tema de Portada

Uno mira esta fotografía y sabe que ese rincón pertenece a Venecia. Y qué puede decir de esta ciudad que no haya sido dicho antes. Thomas Mann escribió en Muerte en Venecia: Por fin llegaron, columpiados por la estela de un vapor que partía hacia la ciudad. Dos guardias municipales, con las manos a la espalda y las caras vueltas hacia la laguna, se paseaban por la orilla. Ante la pasarela, Aschenbach abandonó la góndola ayudado por uno de esos viejos que, bichero en mano, nunca falta en los embarcaderos de Venecia, y, viendo que no llevaba dinero suelto, se dirigió al hotel más próximo a la estación de vapores para cambiar y poder recompensar a su antojo al remero. Lo atienden en el vestíbulo, da media vuelta, encuentra su equipaje en el muelle, dentro de un carrito, pero góndola y gondolero han desaparecido. Boris Rudeiko

Noticias

En esta fotografía vemos en primer término a un señor ataviado con una túnica negra, sombrero negro de ala ancha, lentes de montura negra y una máscara con pico de pájaro. En su mano izquierda, si uno enfoca la vista, puede leer: «Dottore della Peste secolo XVI». Impresiona, pero en realidad se trata de un maniquí cuyo atuendo se ha convertido en uno de los más populares disfraces del carnaval veneciano. ¡Quién lo hubiera imaginado en el Medievo! Ahora, nos olvidamos del maniquí, nos concentramos en la fotografía y cerramos los ojos: ¡está usted en Venecia!, cuyo carnaval se celebra entre el 6 y el 16 de febrero de 2010. Y esa es la noticia. Boris Rudeiko Foto: Daniel Seller 76

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imágenes Entrevista

por Elisabet

Costa Rica, 2005. Dura ascensión a uno de los hermanos pequeños del volcán Arenal (al fondo), aún activo. Hacía tanto tiempo que nadie seguía aquella senda (admito que nos perdimos un par de veces), que los monos se asomaban curiosos entre los árboles. En la fotografía vemos el tronco de un árbol caído; Foto: Nelo_ pese a tener las raíces al descubierto, el árbol no había muerto, e incluso sobre su corteza habían crecido decenas de vigorosas plantas. La vida, en estado puro, se abre camino de forma casi mágica en lugares como este.

Cuentos y Poesías Prosófagos

Nelo_, viajero

Amanece. Los vaporettos, lanchas y góndolas están a punto de iniciar ese viaje fantástico por el Gran Canal, que divide en dos la ciudad de Venecia. Hemos utilizado esta fotografía de Daniel Seller para dar entrada a nuestros cuentos y poesías prosófagos. Naveguen, pues, por el Gran Canal y adéntrense en este otro mundo fascinante de la literatura. Boris Rudeiko Foto: Daniel Seller

El televisor Boris Rudeiko

Si uno observa esta foto, de un sugestivo rincón de la ciudad de Venecia, se preguntará qué diablos hace un televisor en la proa de una góndola. Por qué está encendido. Por qué la extraña imagen que vemos en su pantalla se refleja en los cristales de los palazzi venecianos. No es fácil responder, pero la lectura del relato quizás aporte alguna luz. Boris Rudeiko Foto góndola: Daniel Seller Televisor de Boris Rudeiko número 6 - febrero 2010 - PROSOFAGIA 77


índice de Las señales

B. Miosi (Blanca Miosi) Il ragazzo de la fotografía

Foto: Daniel Seller

tiene ante sí una hermosa vista de Venecia al anochecer, y una gran luna. De su mano derecha cuelga una rana (aunque no puede verse en la foto), que acaba de sacar de la laguna. Él la mira fijamente, con la curiosidad de un niño, como preguntándose si aquello que tiene en la mano es realmente, o no, una rana. Boris Rudeiko

Budistamente D (Daniel A. Franco)

Esta es la aridez del alma de quien no sabe amar, o quizá White Sands, Nuevo México. D

Foto: D

¿Quién tiene la llave? ray12 (Natalia Rubio)

Para los que no sabían que el

Foto: ray12 78

PROSOFAGIA - número 6 - febrero 2010

viento podía peinarse, Chillida diseñó este moderno salón de belleza natural. Debe funcionar, porque todos los años, sin falta, necesito respirar el aire bien peinado de San Sebastián y bañarme con mis ideas en el agua de La Concha. Sin falta. ray12


imágenes El hámster testarudo Pepe Lillo

Plásido captó, un 4 de Julio, estos fuegos artificiales en la playa de Ocean Side, California, sin saber, en ese momento, que estaba retratando la luminosidad de las ruedas que no pueden vencer a los hámsters testarudos. Esther

Foto: Plásido

El cuidador

Pedro de los Ángeles

Ahora, sólo puedo volver a ver tu mirada extrañada por medio de un añoso retrato. Pedro de los Ángeles

La dama del escarabajo (detalle) de Armando Oleta. (Colección particular). Foto: Pedro de los Ángeles

El genio

clarinete (Jesús García Lorenzo)

Partituras esparcidas al azar, un metrónomo, un piano, la imagen de Von Karajan, una mano sobre el teclado, notas que sobrevuelan la estancia. Y el audífono de Jaime. Boris Rudeiko Foto: clarinete número 6 - febrero 2010 - PROSOFAGIA 79


índice de La noche alrededor

Janet (Janet Guerra)

Amanecer en la playa de Badalona. Elisabet Foto: Elisabet

Hábitos Plásido

Saint Eustache, París. En esta magnífica iglesia se celebraron los bautizos de Madame de Pompadour, Richelieu, Molière. Quedé impresionado de tanta riqueza y escribí: «El tiempo me ha llevado guiado por mendigos al gótico lejano de la piedra tallada, donde aún el espíritu lleva en sus manos cinceles y macetas. Mi frágil mente llora». Plásido

Foto: Plásido

80

PROSOFAGIA - número 6 - febrero 2010


imágenes Irketz y Elisa Alex

Calma veraniega bajo los soportales de la antigua villa de Áger (La Noguera, Cataluña). A veces la calma no precede a la tormenta, más bien es la negación de toda tormenta posible. Esther

Foto: Elisabet

El miedo de matar un ángel Pedro

Día de asueto en Puerto Progreso (Yucatán). El fotógrafo se atrevió a capturar la esencia de un ángel en esta bellísima gaviota. Esther Foto: Coloso

número 6 - febrero 2010 - PROSOFAGIA 81


índice de Aritmomanía zoquete

En la fotografía vemos tres edificios de uno de los distritos de negocios más importantes de Europa: La Défense, París. En él viven 20 000 personas, trabajan 150 000, en 1500 empresas; hay 3 millones de metros cuadrados de oficinas, 230 000 metros cuadrados de comercios, 50 bares y restaurantes, 31 hectáreas de espacio peatonal, 11 hectáreas de espacios verdes. En sus corredores y plazas hay 60 obras de arte y 20 fuentes. El edificio más emblemático es el Gran Arco, inaugurado en 1989, con 110 metros de alto, 108 de ancho, 112 de profundidad, y un peso de 300 000 toneladas. Boris Rudeiko Foto: Plásido

Soneto de la luz Elisabet

Venus africana esculpida en ébano (Camerún). Piel oscura, alma luminosa. Elisabet

Foto: Elisabet 82

PROSOFAGIA - número 6 - febrero 2010


imágenes Tengo hambre

Rafaelhomar (Rafael Homar Ferragut)

El lagarto de la fotografía vive en Lanzarote. Observen cómo está atento a cualquier movimiento humano desde el día en que alguien se llevó a dos de sus hermanos y no volvió a saber nada de ellos. Boris Rudeiko

Aniendo

Foto: José Manuel Solana

Coloso (Ricardo Durán)

Decidí tomar la foto al hospital Star Médica para ilustrar el cuento Aniendo, aunque desconozco si en ese lugar tratan problemas neurolingüísticos. El hospital se encuentra en la ciudad en que resido (Mérida, Yucatán, México). Como dato curioso, el auto blanco que aparece detrás de la planta, junto al farol, es el mío. Este detalle paso inadvertido por mí hasta que me lo hizo notar mi esposa. Coloso

Foto: Coloso

El día en que mi vida no se quiso levantar angel of musik

Esta fotografía la tomé en casa de mi abuela, pero es mi hermano quien vive allí ahora. La cama, un brazo que asoma fuera del edredón y unas zapatillas aguardan en el suelo: alguien aún no se ha levantado. El brazo también es de mi hermano, quien se prestó amablemente a “posar” para la foto. angel of musik

Foto: angel of musik

Eterno retorno

ferlocke (Fernando Alcalá Suárez)

«Una bocanada de aire nunca es suficiente, siempre quieres más. A veces te descubres abriendo la boca como un pez abandonado a su suerte fuera del agua y sientes que lo necesitas, que no eres nadie sin él». ferlocke

Días felices / José Luis Mazarío. Óleo sobre

lienzo, 100 x 200 cm

Foto: pepsi

número 6 - febrero 2010 - PROSOFAGIA 83



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