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El deslenguadero Pablo Grasso
Colección Latinoamericana Poesía & Narrativa Contemporánea Mendoza, Argentina PROYECTO EDITORIAL ITINERANTE
Proyecto Editorial Itinerante
Advertencia al lector
Esto no es una antología. Esto no es un nuevo canon. Esto no es cofradía literaria. Esta es la palabra que tiende a desaparecer. La Colección Latinoamericana de Poesía y Narrativa Contemporánea en Mendoza será un zonda. No creemos en las voces nacionales esas que responden a la referencia de <<poesía argentina o chilena o taiwanesa>> porque sencillamente sospechamos de la homogenización arbitraria de las identidades. Y el Proyecto Editorial Itinerante cree en el pueblo y no en tu patria. O bien, creemos que la única patria posible es la ciudad, el pueblo, el barrio, la esquina, la propia vida: es desde ahí donde sentimos, vivimos, escribimos, decimos nuestra palabra. Es desde ahí donde usted lee.
El Editor / Buenos Aires, Mayo 2013
- la mejor manera de hacer proselitismo civilizado www.proyectoeditorialit inerante.wordpress.com proyectoeditorialitinerante@gmail.com
Noticia
Estaba en las últimas –suponemos- con eso del montaje y el cut-up compulsivo. Un atraso descomunal lo tenía anclado entre los Valles Calchaquíes y el sur del Río Colorado, que es como decir: era un tibio derviche en vías de asfixiarse bajo una forma bastante autóctona de solipsismo blanco, burgués, heterosexual, etc. Siempre tarde y mal y de forma equivocada (sus pronósticos y aciertos) como buen poeta (debía de serlo) oriundo de estas crueles provincias. Había dicho que sí finalmente a su propia modalidad retórica, a su endechada melodía mental. Y como siempre, ay, había fracasado. Nada que hacer: sus fugaces exabruptos rompían, yilé en mano, las frágiles columnas de la docta gramática. A continuación, ofrecemos los textos que cierran el ciclo iniciado con Umbral (una memoria).
a BelĂŠn
<<Cierta maltratada conciencia de los pocos aĂąos por venir, cierto candor de inaugurarlo todo>> NĂŠstor SĂĄnchez, Nosotros dos.
Gorrión
Sucedió y sí, sucedió en la plaza mayor entre los punkos jirones: la tarde asquerosa. Calor y humo de palidecer venenoso. Lo escrito sobre un fuentón enlozado, por si se pierde o, mejor, se borra adrede, ya no sé. Se trata de ajustar el amable instrumento del escribir. De darle –hosco- una cierta libertad de desplazamiento. Escribir, sutil, como si no. (Anotando, recitando: olvidando, casi.) Y en mis manos, en mis dedos manchados de furioso alquitrán, su mano pequeña extraviada; solemne –ahora- por esa ecuación demoledora de las perspectivas. Ojos como perlas antiguas amonedándose; escafandras azules a la vera del camino. Ésas imágenes de un recuerdo turbio, aún intactas e imperecederas: pochoclero, barbudo caimán de violencias. Girando el cigarrillo, por ejemplo, como una emanación de confianza, un estallido real sin atributos ni consecuencias directas. Y en espera: un mundo por delante, un desierto amarillo. Son sus hijos, pensé, y huí fulgente por la ranura… Preciso: el corte. Otra vez incluso (si) la brevedad, habitual desespero, tiende a compaginar. Ir frase por. Construirla como se pueda –contundente. Saqueada la voz, arenosa, y en los bolsillos siempre una botella vacía color esmeralda. La vida breve, la vida entera en un hormigueante y fugaz minuto. Me callo. Un golpecito enigmático en el fondo del placard que creíamos vacío. Calle arriba en el desorden único, abismal; y sobre los árboles, sobre los eternos jardines, pájaros brillantes de humo. ¡Infancias! Caminando como un poseso, mis pies destruidos (ardiendo). Adjetivación poderosa; isla flotante… Sobre el terraplén pasaron –en escala menor- dos bicipolicías tuertos, su fantasmal estela explayándose. Noches de vómitos en solitario, herido de muerte sobre el ridículo tobogán de bronce. ¡Arriba! ¡Abajo! Desde mi mangrullo, mi mangrullo senil, observo unas parcas señales de humo. Andrea con sus hijos: noviembre doce; zapatillas sobre la tierra caliente.
El patio de los gentiles1 a Greis
Sobre cuadro blanco y como persiguiendo con torpeza una línea fugaz de puntos… Fragmentos… Partículas de una demencial enunciación en el aire. Total fragmentación de la retina. Corte tangencial sobre la Civitas Dei (troquel de astillas). Enunciación de asteroides. Enunciación de parcelas diminutas de sonidos. Cintilaciones oblicuas. Sobre cuadro blanco, recrudeciéndose. Señor Obispo. LA CRUZ EN LA MONTAÑA. Una ley que gestó el puerto, la dársena lejana del puerto. ¿Decirlo ahora o después, cuando sea imposible borrar la escena del fondo de los ojos? Silencio ornando enfermedades insignificantes, de sintomatologías varias. Que gestaron los porteños. Voz correctísima, a pleno. La apostasía es un acto de repudio a la manipulación. Escriben. El hambre es grande. Compactan. La maldad. Para amar. Se escabullen de a dos entre los árboles brumosos del parque. Ideológica. Si fuera un caracol o el joven autista que antes de la fiesta asesinara a toda su familia. Es una forma de manifestar el desacuerdo con su política social, sexual y económica. Orgulloso –por cierto- de su hermafroditismo. LA MONTAÑA. Enunciación de asteroides. De la Iglesia Católica. Bandera negra, primero, luego roja, azul, blanca y así hasta agotar el espectro multicolor. Dejando en claro que no nos representa ni queremos que reciba, del Presupuesto del Estado Nacional. Como si fuera imposible mantenerse ajeno o en otra parte, incluso si se pudiera conciliar fácilmente la parodia del sueño. LA CRUZ EN. Subsidios ni privilegios. A pleno Cintilaciones (oblicuas) fantasmagóricas. Fragmentos. Mar de las Astillas. Hogueras. En nuestro nombre. Ruido blanco. Historia de tres amigos. Escriben, fantasean. Emancipación de las ondas. De la dulce libertad. Regreso al grado cero de la planicie. Si se hicieron anarquistas. Nada bueno puede esperarse. Como un final imprevisto. Ser una niña astuta, la más astuta & perspicaz (y trasvasada) de la Sección K. Trraaaa. Pero incluso en esa situación, incluso en ese extraño encierro o retroceso, Señor Obispo, el hambre suele ser grande. Luego, explosión: ranura expansiva. Retroceso en el espacio-tiempo. ¿Cámpora? ¿La? No fue por casualidad. ¡Si el Tío murió en el '80! Trrraaaa. Trrraaaa. Trrraaaa. Trrraaaa. Basando su legitimidad en el alto porcentaje de personas bautizadas sin su 1
Los textos que siguen fueron escritos a propósito de una campaña de apostasía colect iva llevada a cabo en diciembre de 2010.
consentimiento. Sintonización. Estómago/ratón. Como se dice: “mueve montañas”, etcétera. Y en el marco de un rito social naturalizado, la iglesia implanta su moral dominante en las relaciones sociales. Pelando la cebolla estaba, él. Marcas de pies idénticos sobre la arena vacía. Que gestó el puerto. ¡De patas pintadas como/ oscuras/ mordazas/ en la fuente! Trraaaa. EL OJO ROJO. Enunciación de líneas, contorneos sinuosos a través de superficies proscriptas. Y morir (de las retinas, de la “mirada” única) por espasmos homogéneos. Trrraaaa. La máquina carnal, tatuándose a un ritmo superior al permitido. Percusión de émbolos sanguíneos. Noche y día de clamor cutáneo. En un país. Casi como un final imprevisto. De astillas. Y LA CRUZ. ¡En la fuente! Total fragmentación de la retina. Fragmentos. Escriben. Liberado. LA CRUZ EN LA MONTAÑA. Sr. Obispo. Etcétera. Quien suscribe. Etcétera. A pleno. Canon 751 del Código del Derecho Canónico. Solicita (descolocándose). Ley 25.326 de Habeas Data. Sobre cuadro blanco, ahora, en este preciso instante en donde las proclamas se entrecruzan. En entropía. Creando ondas concéntricas. Ondas blancas, albinas. Mensajes provenientes de las napas subterráneas de la conciencia. No fue por casualidad. A través de superficies corrugadas. Solicito que todos los datos, etcétera, relativos a la filiación personal y circunstancias de quien suscribe sean eliminados a todos los efectos de cualquier apunte registral, base de datos, estadístico u otro. Vórtice (policial) en entropía. Católica. Y muy particularmente lo sea del registro de bautizados que mantiene la Iglesia. No son humanos. No perciben ni. Trrraaaa. Sienten. Proscriptas. (Ahora). Clamor cutáneo. Y en reversa. Fragmentos. (Sintonización.) Que el hecho de haber recibido el bautismo, al poco de nacer, etcétera. A pleno. Voz correctísima. Ni privilegios. Corpúsculos retinianos a trasluz. Implicó que se negaran a quien suscribe todos los derechos que jurídicamente le correspondían. Compactan. Y morir en espasmos homogéneos. Obligado a formar parte activa de un determinado núcleo de creencias. Ruido blanco. Corte tangencial sobre la Civitas Dei. Sobre cuadro blanco, recrudeciéndose. Otrosí: Quien comparece debe enfatizar que sus derechos civiles y constitucionales. Demencial enunciación. Percusión. Fueron vulnerados plenamente en cuanto al derecho de libertad ideológica. Mar de astillas. Sintonización quebrada. Por lo que afirma sin lugar a dudas que el acto de aceptación que supone el bautismo. De sintomatologías varias. Retroceso. Quedó viciado por la absoluta falta de voluntad por parte del aceptante. Pelando –él- la cebolla. Obliteración del recuadro, cese. Y por ello, debe reputarse nulo de pleno derecho a todos los efectos eclesiásticos y civiles. Trrraaaa. Trrraaaaaaaaaaaaaa. Orgulloso de su hermafroditismo. A trasluz.
Fragmentos. ÓXIDO. Sobre cuadro blanco, recrudeciéndose. Quedando a la espera, etcétera, lo saludo a Ud. atentamente, etc…
Coyotes a las compañeras
Ahora cambio de plano. Silencio. Apertura del diafragma sobre superficies en eclosión. Blanco sobre blanco. Verticalidad constante. Hilachas. Como sobrevolando un planeta muerto. Una Terra Incognita helada. Aunque esta vez escriba mordiéndome la punta de los dedos. Parvo consuelo sin reflejo aparente. Porque yo decido, dice. En la penumbra, perdidos. Nada que agregar por el momento. Es mi voz el problema, pienso. Soledad. Contracciones. Contradicciones. Reducciones en vez de las fisuras previstas por la costumbre. Estratificación paulatina de los daños colaterales: enumeración. Paso vertiginoso al gesto estadístico. Percusión, entonces, escalpelos para redefinirse. (Podría fundir, claro.) Fragmentos. Atención sobre lo ESCRITO. Líneas de convergencias inmediatas. Legibles. Por decodificar signos extraños. Inscripciones en circuitos paradigmáticos. A contraluz de la Gran Violencia. Estandartes. Cuadros. ¿Y si el juego fuera otro? Por mero contacto sensible, disciplina o sentido moral. Hilachas. Configuraciones. Sólo cogimos una vez. Desplazamientos vitales para quien pueda contemplarlos desde la cómoda posición de testigo. Montajes subterráneos. Silencio. Un cambio sutil y persistente en el aire. Tejidos. Coágulos. Hilachas. Como un cataclismo violento el tumor se expande. Voces, ahora, provenientes de un fondo indefinido. Claro que menos expuesto. Núcleo oscuro indemne. Saturándose. Terra incognita. Terra incognita. Sensible a los estímulos o llamadas táctiles. Ahora no elhijo. Desdibujándose o perdiendo “realidad”. Procesos, fugas y convergencias. Masa crítica anclada en la sombría periferia. URGENTE. Hasta salir exhaustos de foco. Alguien calla, alguien ríe, ¿no? Montajes subterráneos. Mapa inclinado hacia. Circulación en hilachas. Baldíos. ¿Cómo llegaremos? ¿Cómo saldremos? Fuego en el cañaveral. Otoño. Es el tercero. Baldíos. Que me hago. Engranando pesquisas, desplazándolas ligeramente de lugar. Una, dos subjetividades. Casilleros vacíos, exhaustos. Imposible obligarlo a que use forro. Disparos. Luminosidades vacuas. Llenas. Montaje en caída rápida. Acople progresivo, ahora. Uno, dos. Terra Incognita. Pura astilla. Sí. Hilachas. Fijando la mirada. Clavarla. Tres. Quién sabe. Misoprostol. LA CRUZ EN LA MONTAÑA. Acople y desborde. Cuatro. CONTRASEÑA. Enunciación gestacional aguda. Soy muy chica. (Ni guardián ni centeno.) Rebobinar hasta dos. Terra Incognita. Tres. Cuatro. Quiero seguir. Descubierto por. Acople. Estudiando. Rebobinar. Las. Signos futuros.
Mujeres. Acople total. Pobres. Cinco. De América Latina. Blanco sobre. Despierto. Volver a blanco. Sangre. Por mero contacto sensible. Coágulos. Seis. Hilachas. Montículos de Ciudad. Hablando desde su propia experiencia. Saturación. Fundiendo en ¿Juárez? ¿Catamarca? (¿Coquimbito?) Sobre blanco. Removiendo cenizas como después de un derrumbe. Siete. ¿Decir él, ella? Caer y levantarse.
Encaje nº 1
blanco sobre. blanco otra vez. observaciones. deducciones. suposiciones de sentido. arribo al meollo central. al ojo central del tema. unidades de. unidades de espacio y registro. rupturas. tiempo recortado desdoblándose por. a través de. por la. desde la brutal inundación. tres planos sucesivos. (tres) abiertos en canal. (el silencio.) apilaremos cadáveres jóvenes vestidos con levita. de sus genitales, flores pringosas de un día, brotarán mandrágoras. barromatadero. oscuras lamentaciones. la carne ya no sentirá dolor. será nuestra victoria, el himno bárbaro que, dichosa, cantará la posteridad en un idioma -¿qué idioma?- indescifrable. somos los. los brujos ancianos del mal futuro. masticamos, deglutimos los huesos hasta/. minuciosamente compactados se transforman en energía. cerrando el círculo. le meten una sierpe por el culo. unidades de registro. vectores. y estalla – su furor de piel helada- como una primavera. (una pri) lisérgica y veraz. perfecto. será dicha, pintada o escrita: la Revolución. imágenes tro. troceadas como los sueños pringosos de un matarife infame. tin, la refa. tin, tin para el que. refalosa para el que –aún- piensa? percepción varada en un punto de la conciencia. es el ojo. el ojo ciego. la llave del ojo tigre. la llave maestra de la maquinaria neurológica del siglo XXI. alambre de. escriben, dibujan, sobreviven. púa: extraña divisa. eran casi unos niños. como sobrevolando el tríptico, ahora. el plano gira alrededor de un eje invisible. escapa, rápido y sin previo aviso, del ámbito febril de su fragua. imprecisiones. condensaciones. pingajos. niebla lúcida. cóncavo -revés- de la trama. desde el punto de vista del observador, del silencioso “colaborador”, nada bueno puede sacarse. silencio. púa. tensión y distensión plena de las sinapsis. púa de carne joven cerrada. sinapsis. caída filial que ensombrece. sombras nada. más nada. aún (más) sombras: memorias de. rayo negro. vector en. desde las sombras. silencio. electricidades. como producto de una súbita revelación, la mano derecha toma un tramontina y lo desliza suave. mente en desliz, en. por el rectum. desliz y contacto sobre la superficie contemplada. fronteras. primer plano de la mano hundiendo la punta del cuchillo desde arriba. abajo. arriba y. como una pija. abajo. todo está mudo. derramándose. hasta que alguien, ¿un fantasma con levita?, despeja el canal. estridencias. acople. saturándola. escena de. ruido de. el cuadro está –debería estar- ahí. (lo vemos.) lo percibimos y. atención. no sé. no se moverá
(no lo moverán). durante los próximos. en los siguientes. en los. luego. minutos. no deberíamos simular una comprensión inmediata del tema. dejar: no. embaucarnos nuevamente. dejemos. dejar. dejen. dejando ese trabajo, esa modalidad para los así llamados, vital. para los. para los especialistas. nosotros, en este páramo imberbe, en este abierto océano de. lo único que debemos tener en cuenta –mirad a- es la existencia de esos líquidos. sangre. flema. flujo. semen. ¿tinta? habría que tocar esa superficie, captar su humedad imprecisa. unidades de registro. secuencias –obvias- de encaje. ¿quién mira, entonces? si ya no queda nadie, nunca hubo nadie frente a la superficie observada.
Tiresias
Enteramente agradecido y por otra parte habiendo cerrado toda posibilidad de conjetura. Ya en la forma correcta de aquella revelación cotidiana de poseerla a diario por completo descargada de pasión. Y volviendo siempre al error tácito (por duradero) de dejar caer palabras de despedida, ese desprecio mínimo e intrascendente que no alcanza a doblegar el presente. Dentro de la sombra proyectada en el cielo raso de la habitación para mejor planear una salida efectiva a la pena; momentos antes del último giro atenuante cantaban perdidos en la clara inmensidad lasherina, y ni siquiera un eco emotivo admitido a modo de ritual acompañamiento. No era ese el lugar donde encontrar la calma o la dicha futura de ya no estar; pequeñamente incursionaría en la fanfarria solicitante del bar buscándolo en el líquido rumor de las botellas, más él en ese momento que ella fidedigna a su manera de hacerse humo y abandonar la partida, mientras el viejo contempla la pantalla oracular improvisada en el techo. Y en la escena siguiente la lógica de esa clarividencia se impone hasta abrir el juego barajando acontecimientos rara vez marcados. Entonces es cuando a poco de haber cruzado la frontera y sabiendo que todo esfuerzo resultaría insuficiente, ella decide abandonarlo a su suerte cerrando así la perfección de su estilo ciertamente tan impalpable. La tarde es luminosa y de vez en cuando una gaviota planea sobre sus cabezas. La pareja, que a esta altura del relato y de la tarde, no ha dicho nada sustancial sobre lo que está sucediendo, se encuentra con un alambrado. La situación no tiene nada de particular salvo por el hecho de que uno de los dos ha decidido quedarse mientras que el otro quiere aventurarse en territorio enemigo. Tendrá cada uno sus razones, podría pensarse. El otro mira o hace como que mira el romper de las olas sobre el borde arenoso. Vistos desde una duna cercana parecen escapados de un póster o una postal algo cursi, de esas que se venden en las mercerías de barrio. Los minutos corren y él (aunque también podría ser ella) no sabe bien qué hacer o, mejor: sabe lo que sabe y está cansado de ese saber. La playa es larga y podría tener la extensión del mundo. Sin embargo, el alambrado es diferente en cada tramo. La piel arde porque el sol no tiene piedad con los extraviados, con los prófugos de las adustas caravanas diurnas.
A quien corresponda
Mishiadura en plenitud de circunstancias además de lo detenido. Por otra parte dispuesta la materia del último relato entre sombras y aleteos pardos de un atardecer inacabable. Nada que hacer ni decir frente al remezón primordial de nuestros ajados rumbos, una suspicacia inédita ante lo mutuo inapropiado. Y la simulación puesta a cocer en fecha y hora exactas; otra fórmula de extraña endeblez para arrojar bajo el primer doble acoplado insinuante. Por cierto que nada ha sido ganado u obtenido sin desgaste; desde el comienzo mismo de nuestras transacciones la verdad estaba, cómo decirlo, hipotecada; o mejor, fuiste vos el que, dueño ya de su destino y contra todo pronóstico final, decidió enterrarse por años a cal viva.
En dicha mancha ver algo atenuante como la mirada de ese que juzga silencioso desde la longitud de su privilegiada torre; y ríe. Aunque tal vez sea recomendable no ahondar demasiado en esa franja aún con rastros de quemazón de modo tal de poder planificar futuros vuelos rasantes destinados a cristalizar la prístina novedad. En confianza y a falta de austeridad, uno comienza por aquello de “desensillar hasta que aclare”, los pies doloridos por la presión extrema y última de apresurarse. Es como correr en bolas con un cuchillo entre los dientes… Todo para no perder terreno, para que el giro estúpido de la historia no nos atrape y devuelva o reduzca a la infame condición de parias sencillitos. Y es en esa claridad de los comienzos, en ese estado de mañana líquida cayendo sumisa sobre la gramilla donde me esfuerzo por dominarme: otros con la digestión más lenta se acercarán a modelar la arcilla reciente donde acaso aún quepa. Seguidamente. Seguidamente. Seguidamente y entretanto decidimos qué hacer o como diríamos en el caso de
prevalecer eternamente en nuestro ocioso error; no más de media hora después de la despedida lo que de mí debía buscarte se atormentaba como sólo puede hacerlo un niño.
Memorial del palo borracho [Encaje nº 2] Hay en el cuerpo. Hay en el cuerpo. Hay en el cuerpo ese aire apesadumbrado de la caseta que se adhiere y se nos pega como una segunda piel. ¿Qué del juez? ¿Qué de su silencio abarcándolo todo, como una red de acero puesta al fuego para firmar la carne, el torbellino vacilante de la carne? hay hay hay persiste (a pesar de) la imagen regresada del torbellino: del torbellino estallado. Palo borracho. Palo. Pensar en la máquina, en el tatuaje de la máquina restaurando su desvelada sentencia. Pensar en el enjambre de sensaciones que nos depara la visión de un cuerpo torturado, con los signos vitales apagándose. Detrás de los ojos, en esa extraña cavidad: el oro falsificado de un tigre, su claraboya marina… una levita una levita una levita en u en u en u sus patillas… Palo borracho. Palo.
Está también en lo que se dice, en lo ya dicho y enquistado; en lo que ha sido dejado de lado para que no estorbe ni manche el borde poroso de las conciencias. Es el lenguaje un virus persistente, dice el Gran Engranaje, un ojo de mar en el que se hunden todos los esfuerzos sin redimirse. Palo borracho. Palo. Está en los gestos, en el reflejo de esos mismos gestos ambiguos. (Hablo de la profundidad del mal heredado, de eso que en aulas, plazas, camas y hospitales se repite hasta la locura. ¡Oh, canción!) -¡Allí viene el unitario! -Perro unitario. Multitud de manos, rostros y risas desdentadas. Matan a un unitario, rezaría breve el periódico de un siglo después, un siglo acaso menos atormentado por la culpa y el desprecio. A ciegas, reptando en el légamo atroz del matadero, la turbamulta achacosa tenía otra lectura de la así llamada “realidad” política… Inundada de un pavor celestial se hundía como un animal de tiro en la descomunal riada (percibir ahora las toscas defensas levantadas por este joven poema costumbrista).
Tunsado a la federala... Canción de entrecasa, de cuarto cerrado al sol de enero… Por mero derroche o vacación, inclusive: una vertiente muda, deshecha. Lentamente: llueve, llovía. Palo borracho. (palo borracho) Palo. La caseta. La mesa, la exacta corporalidad de los bandos. La indignación como llave afectiva. No hay cambio sin dolor, decías, mis muelas fueron profanadas al amanecer. Llovía. La carne escaseaba. (En la ESMA, ¿con levita?) Hay en el cuerpo. En los alrededores de ese espacio neutro, presencias vacías de toda coloración. Andamios, entonces, de una fundación propulsada desde las oscuras entretelas del barro. Eterno vaivén, oh Matasiete: -¡Allí viene un unitario! -Perro unitario. SERÁ leída como una violación, la primera; como una fiesta dionisíaca de los sentidos humillados; como la bestial expresión de las pasiones desheredadas. (¿Acaso no será bombardeada esa misma pasión/ un siglo después/ cuando/?) VERÁ caer de cerca las aproximaciones teóricas, los homenajes torpemente encubiertos, las lentas perversiones del buen decir.
Entonces, como ahora: llovía (dejaba de llover) y desde lejos se veía venir un pájaro renegrido. Un pájaro con levita. Hay en el cuerpo una mosca indistinta proclive a la obsesión, mancha de un porvenir incontrolable. Palo borracho. Palo Borracho. Palo borracho. Palo.
Balada de R. Smith
¿Cómo llegué hasta acá? Sentado en la cresta de un médano rubicundo, ahí me quedo. Recta la espalda como la de una estatua que sopesara la importancia medular de sus actos... Desde entonces, ¡la de efectos venideros que vi! Tiraba piedritas de colores y en el fondo de la hondonada las sombras alocadas se estremecían de placer... Mientras, la osamenta del viejo caballo poco a poco desaparecía comida por el salitral... ¡Qué situación tan inesperada! Lejos, muy lejos de las oscuras caravanas y sus placeres… El agua de mi cantimplora se había llenado de arena y de bichitos borrachos de luz... (¡Como globos reventaron las ampollas de mis pies!) ¿Y qué paso después? Tengo una imagen clavada... Un reflejo más bien minúsculo justo en medio del cerebro. Una alegoría de, cómo decirlo, ¡los heraldos negros de aquel pago!... El horizonte se achataba rumbo al gran desierto. ¡Era la nada misma!
Memorias subnormales ¡Oh, salvaje potencia de los pensamientos débiles! ¡Oh, aliento explosivo de lo amorfo! Gombrowicz
Es cierto: hay de todo bajo el sol de octubre. Y el Arca se encuentra por el momento atestada de bestias adormecidas, de bestias drogadas por el opio inmundo de las circunstancias inexplicables. Ahora empiezo por una delimitación exacta del espacio/tiempo. (Hago un recorte somero de perfil.) Barajo el marco narrativo, la tonalidad exacta, el “procedimiento” a seguir, etc. Así las cosas: esa cháchara innegociable. Por lo que a mí respecta, estoy aprendiendo a escribir, a soportar las largas tardes de sudor y temblor que me propone la guaranga “generosidad” de los extraños. Es la tarde, son las cosas tiradas por el cuarto, la mierda de los perros calcinándose bajo un sol inclemente. Ansiedad: el pico y la pala (ya lo escribí). Escribo, y es bueno saberlo, sobre un tablero cuyas teclas están algo (bastante) borrosas. Es decir: escribo a ciegas. * Se me gastaron las pastillas de eyectar. Muerto en vida quedé al costado de la ruta; mejor la pasó el perro del alambrador que murió reventado por la pikú. Yo te busqué, dirán más tarde, hasta el hartazgo, hasta que mi nariz fue sólo un apéndice agotado por la rutina. Mi nariz: una avenida muerta (para-académica) (la nariz del pueblo en sus vehementes derrotas históricas). LA NARIZ DEL QUE BUSCA Y NO ENCUENTRA. Como era de esperar alguien se apiadó de mí y me cubrió con su cálido musgo. Nueve meses estuve en esa sacristía. Un día escapé sin bautizo ni comunión y regresé con mis viejos juguetes a la frontera. Había perdido peso y a mis palabras se las llevaba un tórrido viento festivalero. * Siguiente escalón: la búsqueda del Sentido. Hasta acá llego, hasta este límite melodramático de la página. La escalera asciende vertiginosa con una audacia
impensada en estos tiempos de fanática austeridad. Enroscada, la mente evoca un rizo de situaciones primarias, ancladas en virtud a un eje inamovible. Algo así como una plataforma submarina sin mácula ni litigio. Es el momento en que el sujeto debería comenzar a gritar. * En eso llega el Padre, ¡qué descomunal figuración! Y entonces la cuestión nace solita: ¿quién es el padre de quién en este grotesco entrevero? Padre de día, padre de noche en el interior del Nautilus. (Nemo buscándose a sí mismo por las eternas soledades marítimas, por esas pampas de abajo nunca antes injuriadas por el alambrado apropiador.) Me tomé –con perdón- una pepa; canté como un guerrero zulú en celo; acaso fui desconsiderado con mis compañeros sexuales de ocasión. Y algo aprendí, sí, de todo eso: que debo bañarme cada vez que el día me sorprenda estaqueado en la inmensidad de un baldío. Moral de la vida = moral de la higiene * Por ahora todo parece dormido y hasta se diría que estamos ante el fin de nuestro propio movimiento. El fin... Qué curioso resulta escribir esa palabra con tanta liviandad, como quien escupe al pasar por la puerta de una iglesia. Tal vez el fin, el mío, sea quedar completamente enmerdado a pesar de los aplausos. * Situaciones absurdas. Situaciones mezquinas. Situaciones de ensoñación. Ahora soy un paseante solitario perdido en la brutalidad de la noche. (Un ácido lirismo me apartó de la senda.) Y surgen las preguntas: ¿Cómo saldré del colchón? ¿Cómo podré alejarme si sé que otra vez me encerraron bajo llave? Preguntas, preguntas esenciales, preguntas imposibles de responder… Después seguro sobrevendrá un momento de calma y de saciedad estúpida, de comercio tangible con lo “real”.
* Mi cabeza es un zanjón por el que navegan unos cuantos barcos piratas (mi madre es un mascarón de proa que tiende a la repetición). (Tengo un cosquilleo alarmante en las manos y una pobre, famélica erección.) Ruidos. Ruidos o algo parecido a una voz flotando en el aire. * Mi casa queda lejos, quedó atrás o se perdió en la última estación, no sé. Quisiera irme pero no puedo, quisiera levantarme y salir por la ventana, pero estoy seguro de que haría el ridículo otra vez. Soy un oso panda roto, averiado. * La cascada está cerca, puedo oírla. Muevo el talón y ya está, estoy en el agua. Agua cristalina de dulce crepitar. (Sinestesias chúcaras al por mayor…). O a lo mejor estoy nadando dentro del agujero y lo único que falta es que alguien corte la soga que aún me ata a la orilla. (Lo curioso es que nací con el cordón umbilical enrollado en el cuello. ¡Tres vueltas tenía!) * Ahora me deslizo en este espacio húmedo y acogedor. No todo está perdido; anochece… Podría ser peor, podría estar entero. En el desierto se conmutan las penas. El silencio ralea las impurezas y uno comienza a babear desde muy temprano. Me clave una penca cuando iba a descabezar al soldado (Carrera: calcado del tumescente ¿cacto?) Necesidad de enterrármelo en el orto o de entonar –ávido- la dura cantinela de siempre. Una araña, pequeña y con la camiseta de San Lorenzo, se acerca a contemplarme. -Hola araña, ¿querés coger?
* Sobre el escenario queda flotando un humo azulino, plagado de puntitos luminosos. Esos puntitos luminosos recuerdan el estallido de una galaxia lejana. La función ahora es un mero desecho de lo que fue. Sobre todo me interesa la voz, la voz quebrada de una de las actrices. (Ejercicio de aplicación rápida: podría cerrar los ojos y escenificar, por ejemplo, la sustancia esponjosa de su voz.) Esa voz, entonces, en el engrudo de las otras voces, construye la obra. Emite sonidos de una gravedad enfermiza (y me trae el recuerdo de una noticia sobre un manicomio europeo consumido por las llamas; cuentan que los gritos de sus habitantes se escuchaban a gran distancia, y que eran más bien carcajadas frenéticas, pedazos de voz cortajeadas por el aire frío de la noche). El espacio que me rodea se ha humedecido adquiriendo las proporciones de un universo en expansión. Estoy solo y al mismo tiempo abrumadoramente acompañado en la quietud sepulcral del teatro. Sólo la profusión vocal de esa actriz avasalla, insidiosa, los patrones formales de mi percepción. * Comienzo por reírme de mí, de mi estúpida tendencia a creer en que lo que escribo tiene sentido. Es como tratar de ocultar unas hemorroides, un ominoso pasado de militancia universitaria o el deseo, siempre salvaje, siempre efervescente, de devenir “reina” en un fantasmal boliche sanjuanino. * Si todo comenzara con la descripción de una partitura brutal. Primero: las calles abiertas como profundos tajos corroídos por la humedad y el ruido; y yo, perdido por tantas causas diferentes, reptando por la alucinante cuesta al anochecer. La Paz me mordía los talones y se metía hedionda por mis fosas nasales; era ella, loca loca Calcuta, la que me llevaba despacito y sin demoras por sus callejones fantasmas. Cada escalón era un suburbio desconocido... Y al osario, al último barranco desgraciado fui a perderme. Dejé la cáscara retorcida de mi piel en remojo y ya no volví, no pude. Bolivia es China, recuerdo que pensé. Ya no me voy a poder ir... Otra vez el mar. O como quiera que llamaran a eso que se escurría
vertical crispando el maltratado horizonte. Sangre, sangre; y miedo, y sueño, y mucha, mucha hambre, y acaso una alegría desaforadamente estúpida ante mi devenir extático entre la nutrida multitud del mercado. Me tocan, quiero que me toquen; quiero oler como ellos, mirar lo que haya que mirar desde donde ellos lo hacen. Que me muerdan los dedos, que el ajenjo me libere del peso de existir como un topo imberbe y en los oscuros baños del Sentido derramar(me) entre parvos gemidos; sí. * Menjunjes neutros, en todo caso. (Todo está en construcción.) Lo que empieza a esbozarse en estas páginas no se sabe dónde ni cómo ni cuándo va a terminar. (Digamos: la palada –la tierrita- del final.) Entonces. ¿Entonces, qué? * La Forma (y de alguna manera hay que llamarla) suele ser este esquema con trazas de corazón roto. * Voy tratando de abarcar una silueta enérgica, como aquella que plasma sobre el asfalto caliente la sombra pespunteada de los álamos. Y como un soldado polaco me desangro invencible en la batalla. ¡Oh, mar plagado de incertidumbres! Luego somatizo una dentellada espuria, la del perro del vecino –un fascista de temer. (Y la reflexión prosigue con el tema de los límites que uno debe ponerse a la hora de ayuntar términos, de fabricar “consensos” de lectura apropiados.) * La desesperación y la alegría me trajeron de vuelta.
2003
Muros, murallas, murallones…
Murallas como líneas divisorias de algo largamente mantenido en secreto, vedado al bordoneo sutil de la excitación y la duda, al morbo indistinto –quizás nunca antes percibido- de esa contaminación plena de sentido propiciada por los antiguos proveedores de murallas: no es, no podrá ser jamás la franca ilusión de salir indemne luego de la primera escansión burocrática del ser: en el nombre del padre todo se ha hecho, se hace y justifica –un servil pleonasmo: todo vuelve aterido a foja cero en la conciencia del primer nanosegundo de la creación el primer hombre, la segunda mujer: imágenes residuales ambas de un símbolo pergeñado por siglos en el interior de las catacumbas circulares del omnipresente control Murallas, putas murallas, solemnes murallones historiados de la vida privada de dios: fugar, fugarse, estancarse en las variables discursivas, en la muta verbal de una misma nada Murallones de adobe, de cristal, de acero fundido Murallas forradas de signos y/o muescas fantasmales: no hay escritura sin padre, no habrá –no puede haber- muerte en el signo que no lleve el garabato vacío de su autoría Murallas del buró, que permiten reseguir al tacto las estrías fronterizas de cierto esquema mental anclado en la orilla: fieles, esquemáticas interpretadoras –sociológicas, filosóficas, taumatúrgicas- de ese moribundo claroscuro iterado en el cuerpo social en estambres vacíos donde –decías- creyó entender que entendía… en redes de ovarios obligadas a comportarse como gélidas fábricas supeditadas a la fiebre (ut-, uterina) del capital, en complejos indisolubles de anos, pijas y vaginas, mapas de lo fluido eléctrico incandescente socavando la supuesta entereza retórica, verticalizada y dogmática, sobre la que se erige ontológicamente la preciosa hez de las instituciones… Murallones de papel, de cartón, de alambres de púa
Murallones de carne humana, muros de piel fría, ardida, evanescente: altas murallas demarcatorias donde van a morir, sucesivamente, el trasnochado cisne y el ángel exterminador Murallas, murallones cercando redes de extensos páramos industriales, que son la costra fosilizada de las grandes ciudades modernas: cascajos, chapas, neumáticos, basura, botellas, perros, blancas zapatillas pendiendo del lánguido tendido eléctrico Barrios brotados del interior mismo de la tierra, que refulgen efímeros como fragmentos de ignotas y poluídas constelaciones Sombría línea de negrura bajo la cual se esconde –lezamesca- la suma total, dialéctica, de los puros sentidos desmantelados Imágenes de esas mismas redes superpuestas al mapa horizontal de la ciudad en donde los últimos sobrevivientes deambularán con los ojos enrojecidos… Murallas… Murallones… Muros… (Entremuros) Murallas de fuego: rojinegros bloques combustibles, que como tumores maléficos se expanden más allá del obeso trazado del horizonte Murallas astilladas por una voluntad de poder, por el ejercicio del poder de una voluntad siniestra: archivos, polvo de archivos, sangre en sable, tacuara, sangrienta bala de cañón, hambriento máuser, memorabilia de la docta clase sacerdotal… Muros que estancan, delimitan, fijan, circunscriben, cierran, circunvalan, privatizan, estigmatizan, discriminan, aíslan, identifican, pormenorizan, psiquiatrizan, encarcelan Murallas manifiestamente taxonómicas del lado polirrítmico –allí, allí- de la ley Hubo algo al principio, un líquido cayendo en cámara lenta sobre mi cabeza, un llanto –aplausos- y luego nada. Y hubo también euforia y emoción y recuperada tranquilidad por haberme salvado de tanto horror pasado (la respuesta, el gollete alegórico, está en el reverso del reverso de las murallas). ¿Y mi voz? ¿Dónde estaba mi voz? Rota, esparcida como semilla. Goteante, eyaculada en el aire, clavel del aire, clavelina. Murallas del buró, dije: mapa escandido, vigilado. Del otro lado de lo dicho, más
allรก de la voluntad enunciativa, en la pupila del ojo, en la sencillez abstracta de anos, pijas y vaginas, estรก dios: su fantasma.
El deslenguadero
Y un buen día la delgada cadena de acontecimientos se corta y la Gravedad o Gran Fuerza Rectora del Universo dice, ¡abajo!... Entonces, el sujeto que creía ser, aturdido como estaba por esa inesperada demostración de violencia, descubre, por fin, los entretelones del tan cacareado Asunto. En medio de cataclismos loquísimos, de un quilombo salvajemente pantagruélico, puede afirmar (inapelable) que ha atravesado, piadoso y voraz Eneas, las sombras porfiadas de aquellos años; incandescencias: sus junturas rituales, sus fintas –sí, sus alardeados coitos casca, cascabeleando en el interior de un bar. EL BAR DE LA REVOLUCIÓN, EL BAR DE LA ACADEMIA, EL BAR DE LA VANGUARDIA ANACORETA, EL BAR DE LA DIFERENCIA EMPUTECIDA2. Torpe romería de un don escritural amorfo (el suyo); una soberbia piedad por el placer del calce en juego. Ahíto en el derroche consumista de las masas (revueltas: un lujo para el pescador atónito); sus ojotas hollando jovialmente la medialuna azul de la tierra prometida; y arriba, siempre arriba, un imperfecto sol de justicia; y el mar, otra vez el mar, como una modosa postal que reflejara en toda su vastedad la verdad del espíritu doméstico. *…+ Hasta molestarse por ese asunto del buen pasar, del pasar estable y acabado, cosa de irse no más, aunque cueste, duela o sangre en el último momento, en el último peldaño, y volver, sí volver, al primer alarido de paradero reconocible. Repulgue, entonces, hasta la frontera de mil novecientos setenta y nueve… Viaja y viaja encapsulado en el recuerdo y se pierde por los bemoles tarados de una larga e inhóspita escalera de mármol. Mirá, mamá, sin manos... ¿O era el cochecito volador en la famosa secuencia de Los Intocables cayendo “cuesta abajo 2
2 La construcción de un mito todo lo permite, todo lo negocia.
en la rodada”, y aún sigue, sigo cayendo, mi cabeza como una percusión demente, la de una tribu drogada al borde del suicidio colectivo? El Umbral, sus sierpes –y hoscos entusiasmos; a decir verdad, un decir cantado, rumoreado, excretado como el ilustre clamor de una antigua y pecaminosa saga escandinava. Pulcro saber del sepulturero, su fiel esposa –enlosada- rumbo al cajón marrón de lluvias. Elegíacamente enmudecido; cataratas (retablos y crucifixiones). Noctámbulas murmuraciones del eterno peticionario ante la puerta cerrada de su ignorancia. La sordidez de sus gestos albinos reclamando un oportuno tiro de gracia. Climaterio; ni para el mate, oficial, alcanzaba... Una laucha arrabalera armaba guerrillas allá en el Bajo y proclamaba desde la odiosa intimidad de sus panfletos una variedad revolucionaria hasta entonces inédita. Se (argolla de carne, rábida en la ciudad flotante de incienso). A una pensión fue a morirse de viejo, a un aguantadero gris. Estaba acabado y ni cagar tranquilo podía. Era una inmundicia senil oxidando el aire que respirábamos. Lo tratábamos como a un perro rabioso y taimado; un perro del cual debíamos guardar siempre distancia y nunca pero NUNCA confiarnos. El Viejo asumía bien su papel y como que algo de placer sacaba de toda esa violencia. (La música -empero- su opinión caritativa fulminada por la Revelación. Cavó un pozo, la suma [sincopada al palo] de vergüenza lo cubre y exime del insólito deber de olvidar. Publica; se hace entender como puede. GRITA, balbucea. Grita y BALBUCEA.) Clava la aguja en el sentido menstrual de su carne avispada. Quedó desnucado por la conmovedora antigualla de sus “papeles salvajes” que algún día habrán de ramificarse. Corridas sobre el colchón mañero; al balde egipcíaco arribando en solitaria procesión (ligeras barcazas remontando la cósmica Turbulencia Interior). Pica, picadura de mono; aliento del diablo. ¡Atención! ¡Atención! Vieja machi en bolas; mi amor muerto en un pálido exilio austral. Todo amor concluso, toda pasión achaparrada. (Pasión por los supositorios de lata.) Pasan un par de caballos borrachos y hay un olor a muerto argentino que tumba. Calamidad desolada (sobre el grueso total del aburrimiento); calcada soledad, turbia por el elenco familiar. El Familiar, su lento vaivén de desajustes bajando a los tumbos por los augustos socavones de la Calle Angosta. Decir: mientras el cuerpo me dé, mientras me alcance la platita… Decir: ¿Quién era quién en el deseo de quién? ¿Quién en la atragantada vía
(materna) del tren? Él se va p’arriba y como a un toro se lo cogen sus alumnos; luego lo meten en una bolsa de consorcio negra. Nocturnidad: lentas faenas de amarre. (¡Ciudad sin puerto! ¡Ciudad sin nombres! ¡Ciudad sin mar!) Y la fama, el hambre de seducir a mano abierta (a mano alzada). Le hizo dos, tres pajas. Algo puro, (algo) zen. Rumbo al Norte, al menor espasmo de intuición bolivariana. *…+ Me meten (por ayer) en el culo una esfera pequeña y quedo fulminado por la baba de un dios presuntuoso. Rasgido; acople; corte sucesivo a páginas amarillas. Perdido entre Cosquín, Neuquén y San Juan (esquinas & sobresaltos). Los pies del diablo sobre un arrebolado palacete invernal. Ocres caletas patronales de tupido ornamento… Lengua de erógenas daturas (abstracto espigón temático…). Páncreas revisitado en solemne compañía de la Dotación Enferma… Y en órbita de exclusión permanente, viajeras señales extasiadas... Viviendo de prestado, ¡savias que no he de beber! ¡Cruenta leche de pepino! Me fui a juntar con los ángeles que cagaban pequeñas lucecitas de colores, hermosos cubitos fecales. Mi mochila tenía alas para la búsqueda frenética. Frescos retazos de una lejana estadía en San Alberto. Eyaculabas sobre la gramilla oxidada, sobre mi boca/corazón. Exvotos de engorde para un “hacerse cargo” puramente venal; luego, rigideces a lo muerto... Vítreo estertor –su perfecta dicción- en la navaja perdida del siglo.
Pablo Grasso Pablo Grasso nació en 1981. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras (UNCuyo). Bibliotecario. Participó de la revista de creación literaria y biblioteca itinerante Priapismo. Fue co-editor de la editorial Protocultura. Además, formó parte de Vanguardia Queer, una de las primeras organizaciones GLTTBI de Mendoza. Junto a Hortensia, cantautor hoy radicado en La Plata, realizó una serie de intervenciones artísticas en distintos lugares de la provincia. En 2009 publicó Umbral (una memoria), editado por Carbónico. Participó, junto a amigos y enemigos, de la antología poética Desertikón (Eloísa Cartonera). De forma esporádica publica el fanzine Deslenguadero, proyecto multidisciplinario que gira en torno a la apostasía y la denuncia de la salvajada patriarcal. Junto a Darío Zangrandi co-conduce Contemporáneos, programa radial sobre literatura en una FM Comunitaria de Bermejo. Pertenece al staff permanente de la revista de crítica literaria La Leonidas. (www.revistalaleonidas.blogspot.com). Contactos: harcamone@hotmail.com
[El deslenguadero, Pablo Grasso]
El deslenguadero es inédito hasta la fecha Para la presente Edición Formato Artesanal 50 Ejemplares Buenos Aires, Otoño de 2013 Impreso en los Talleres Del Proyecto Editorial Itinerante proyectoeditorialitinerante@gmail.com Todos los derechos son de los Autores
Colección Latinoamericana de Poesía & Narrativa Contemporánea
“Anti-férula”, Karen Wild Diaz. Montevideo N°1 “Ariel *los ecos de mi garganta+“, Alexander Correa. Santiago de Chile N°2 “Autista y otros poemas”, Agustina Randis. Mendoza N°1 “Carne”, Daniel Rojas Pachas. Santiago de Chile N°6 “Coprolalia”, Jorge Abarca. Santiago de Chile N°7 “Cuídate Mucho”, Francisco Enríquez Muñoz. Ciudad de México N°1 “El deslenguadero”, Pablo Grasso. Mendoza N°7 “El violín del diablo”, Carvacho Alfaro. Valparaíso N°5 “Entre barro y ceniza”, Javier Piccolo. Mendoza N°4 “Escritos de Culpa”, Karen Devia. Valparaíso N°1 “Fúlbol & brisca”, Pietro Vukowski. Valparaíso N°3 “Hombres de Negro”, Juan Montaño. Mendoza N°2 “Instrucciones para plastificar el baño”, Marcelo Neyra. Mendoza N°6 “La cosecha de 1991, el cotipeto y la manera”, Darío Zangrandí. Mendoza N°8 “La Danse Macabre”, Tito Mandred. Santiago de Chile N°3 “La pequeña casa en la pradera. *Los Ingalls: 1° parte+“, Mauro Gatica Salamanca. Santiago de Chile N°4 “La pequeña casa en la pradera. *La pequeña casa: 2° parte+“, Mauro Gatica Salamanca. Santiago de Chile N°5 Nada”, Leandro Bosco. Mendoza N°5 “Tiempoemas”, Violeta Glaría. Valparaíso N°4 “Todos los hombres son todos los hombres”, Juan Carlos Cortes. Santiago de Chile N°1 “Tótem”, Álvaro Patricio Robles. Valparaíso N°6 “Unidad del fragmento”, Carlos Peirano. Valparaíso N°2 “Variaciones en órbita [bitácora de una astronauta”, Romina Freschi. Buenos Aires N°1 “Vidrio Molido”, Gabriel Jiménez. Mendoza N°3
SERÁ leída como una violación, la primera; como una fiesta dionisíaca de los sentidos humillados; como la bestial expresión de las pasiones desheredadas. (¿Acaso no será bombardeada esa misma pasión/ un siglo después/ cuando/?)